Enseñanzas Hacia el final de Down para arriba (2018), nueva apuesta tras cámaras de Gustavo Garzón (Por un tiempo), en este caso en el documental, el docente de actuación de sus hijos resume mucho de aquello que la película propone: enseñar, acompañar, abrazar, amar, comunicar, como manera de comprender la realidad que atraviesan personas con síndrome de down. “Soy profesor de ellos, en la línea de profesar” dispara mirando a cámara Juan Laso, al frente de Sin drama de down, agrupación que acerca el arte de la interpretación a jóvenes con este síndrome, mientras sus alumnos lo abrazan y dicen palabras amorosas, y el termino profesar se revela inevitable y contundentemente al espectador. En la propuesta Gustavo Garzón reposa la mirada en el grupo de actores a los que llega por casualidad y decide sumar a sus dos hijos, fruto del matrimonio con Alicia Zanca, como una posibilidad más de conocerlos y conectarse también desde la actuación con ellos. Si bien presta su voz para narrar su propia experiencia al enterarse la condición de sus hijos, su estupor e inmovilidad inicial, y el largo recorrido que ha transitado junto a ellos y su familia para contener y ofrecerles una mejor calidad de vida y posibilidades expresivas, su presencia comienza a desvanecerse al registrar ensayos e improvisaciones del grupo. La cámara se introduce en el trabajo del ensamble actoral y acompaña al docente en sus cotidianas luchas, en el poder conciliar el deseo irrefrenable por ser reconocidos, la pasión que pone cada uno en los ensayos y el establecimiento de metas para conseguir el objetivo general de representar en el escenario obras simples y directas. Mientras registra, Garzón propone algunas preguntas, orientadas, principalmente, a conocer el estado de sensación de los compañeros de sus hijos, Juan y Mariano, y de ellos también, sobre temas urgentes como la integración, el bullying, el amor, la imposibilidad de escapar del estereotipo y señalamiento de la sociedad, y también sobre la rebeldía y las necesidades que tienen estos jóvenes de conectarse con el otro, salir a divertirse, emborracharse y amar apasionadamente. Sin caer en golpes bajos, con momentos de gran emotividad y humor, Down para arriba sigue la línea de otras propuestas similares como Los niños (2016) de Maite Alberdi, pero profundizando en la temática con entrevistas a especialistas, o docentes, y a figuras claves de la integración como María Fux, quien con su danzaterapia ha derribado mitos y muros convirtiéndose en un referente mundial. Más allá de algunas decisiones de montaje, e imágenes de dudosa calidad, la posibilidad de recibir directamente la experiencia y el amor de un padre por sus hijos, excede un análisis cinematográfico acerca de fallas o falencias discursivas, porque en el fondo, tal como lo anuncia Laso, Garzón profesa su mirada compasiva y amorosa sobre su descendencia, y en ese registro termina por construir un relato universal sobre la empatía, la confianza, la contención y la pasión por encima de cualquier diferencia o discapacidad.
Dos de los cuatro hijos del actor y aquí director Gustavo Garzón (los mellizos Juan y Mariano, frutos de su matrimonio con la actriz Alicia Zanca) tienen síndrome de Down. Así, en su búsqueda por darles desde pequeños un ámbito saludable conexión y expresión, encontró -después de muchas experiencias fallidas- al grupo teatral Sin drama de Down, que lidera desde hace más de una década Juan Laso. La película es un registro íntimo y minucioso del proceso creativo de Laso y los participantes de sus talleres para montar una obra o filmar un cortometraje, siempre respetando las limitaciones y potenciando, a la vez, sus maravillosos atributos. El documental va de lo personal (home-movies, voz en off de Garzón) a lo didáctico, con testimonios a cargo del propio Laso, de la docente Belén Cervantes López y de la mítica danza terapeuta María Fux. El film es sencillo -por momentos un poco desprolijo o desarticulado- pero de una sensibilidad y una nobleza insoslayables e incuestionables. Es imposible no emocionarse al ver los logros artísticos y afectivos de estos muchachos y muchachas, los abrazos con sus seres queridos tras una función. Cualquier cuestionamiento formal o técnico a la película queda sepultado, así, por esta avalancha de ternura, un tributo inspirador que va mucho más allá de los límites de la corrección política porque nace de las entrañas, de lo más profundo del amor.
El aprendizaje del amor Toda gestación de un proyecto de carácter independiente encierra en sí mismo una historia digna de filmarse. Allí, entran en juego tantos factores adversos como la capacidad y creatividad para resolverlos siempre con esfuerzo, pero con la convicción de que esa historia merece la pena ser narrada. Y tal vez desde ese pequeño lugar, la conjunción de realidades distintas encuentra cauce y causa común. En este caso una palabra que no dice más que eso: Síndrome de Down pero ponerle el rostro, el corazón y el trabajo para que la palabra pierda su significado único y adopte muchos otros es confrontarla con la mirada. Mirar a veces implica mirarse, no observar desde la distancia de aquel que no busca comprometerse. Por eso para Gustavo Garzón hablar de su propia experiencia como padre de dos gemelos con Síndrome de Down implicaba en primer término exponer algo de su intimidad y en segundo reforzar esa convicción que siempre lo acompañó en su carrera, donde su vida personal no fue utilizada por él o por su entorno con ánimo de diferenciarlo, posicionarlo en otro espacio como “abanderado” de la integración, otra palabra que tampoco significa mucho. En el documental, Gustavo Garzón amalgama su experiencia de vida con el trabajo de Juan Laso, creador hace 11 años de un taller de teatro llamado Sin drama de Down, y más allá de ese juego de palabras lo que diferencia el método de Juan respecto al de otros talleres que incorporan actores con capacidades diferentes es precisamente el trabajo inclusivo. Las creaciones colectivas del grupo completamente integrado por personas con Síndrome de Down encuentran en la representación de pequeñas obras teatrales, además de un film, la mayor riqueza y autenticidad con una marcada disciplina porque todos los integrantes, ahora se sumaron los gemelos Garzón, son conscientes del juego de actuar, con sus dificultades a la vista, aspecto que el propio Laso reconoce y sobre las que se trabaja pacientemente día a día. La cámara registra esas clases y ese proceso creativo de un segundo proyecto, filmar en el campo una historia con mensaje ecológico, pero también historias de amor, -desde un lugar y distancia justo- es tomada por cada uno de los integrantes como algo natural sin atisbo alguno de pose frente a ese elemento externo y mucho menos inhibición por la imagen en charlas, donde a veces el propio Gustavo Garzón también participa. Escuchar a los propios protagonistas en rondas de trabajo con sus problemas, temáticas e inclusive reflexiones acerca de la discapacidad y la diferencia entre la idea de enfermedad, condición, o capacidad diferente abre los ojos y lleva implícito un enorme reconocimiento al trabajo de Juan Laso, nuevamente en otro juego de palabras opera desde su rol como el lazo que incluye y se deja incluir. De eso se trata integrar al otro, formar parte de su realidad para aprender desde la diferencia y no buscar adaptarlo a una única realidad. Down para arriba es un documental que se disfruta por su amplitud de criterio, que no busca el didactismo sobre la discapacidad ni se para en el pedestal de la autoridad para hablar sobre esa temática, sino que lo hace desde un lugar mucho más incómodo para lo políticamente correcto: el lugar donde existe una escuela que enseña el amor más que el teatro u otro tipo de arte con el cuerpo pero sin el corazón.
“Down para arriba” surge de la experiencia de Gustavo Garzón y sus hijos con los chicos del divertido grupo teatral Sin Drama Down, creado por Juan Laso. Tocantes, la palabra de la venerable María Fux, y una charla donde los propios afectados hablan entre ellos de su condición con notable lucidez (para interesados, también se recomiendan “Best Boy”, de Ira Wohl, y “Los niños”, de Maite Alberdi, excelentes documentales).
En este trabajo de Gustavo Garzón el muestra, con gran sensibilidad y talento, como funciona el grupo “Sin drama de Down”, integrado por personas con síndrome de down, con edades que oscilan entre los 25 y 50 años, y a donde concurren los hijos del director. El objetivo del taller es filmar una película de ficción, un cortometraje de ficción, cuyo guión surja de los temas y conflictos de los integrantes del grupo. Se muestra la filmación, los resultados y el detrás de escena. El resultado del trabajo, una profunda mirada sobre ese grupo que es feliz actuando, que se siente libre y que dejó que el director se integre maravillosamente con sus saberes y toda su ternura. Lo que se ve es un documental excepcional que no hay que perderse.
Un documental tan especial como sus protagonistas: Gustavo Garzón dirige esta obra en la que él estará más que nada detrás de cámara y delante de ella, sus hijos Juan y Mariano, dos de los protagonistas. Qué tiene de especial "Down Para Arriba" -un juego de palabras que va dando una pista-, que trata de una compañía de actores, entre ellos los hijos de Garzón, con Síndrome de Down. Lejos de dramatizar la situación, la voz en off de Gustavo y unas diapositivas relatan cómo fue el momento en que se enteró que habían llegado a su mundo y al de su mujer, Alicia Zanca, dos personas especiales. Su mayor preocupación era aprender la manera para comunicarse con ellos, entenderlos y que lo entendieran. Pronto comenzaron a recorrer escuelas de teatro hasta que llegaron a la conformada por Juan Laso, y que se llama Sindrama de Down. Él es un tipo con toda la paciencia y el cariño del mundo, con una vocación que le sale por los poros y que hace que estos jóvenes y adultos jóvenes puedan crecer como personas en una ocupación que los incluye y que es hasta un servicio a la comunidad. Más allá de mostrar la evolución de un proyecto teatral y la filmación de un corto, el espectador se introducirá en lo que representa para la persona con el Síndrome de Down el mundo en el que se mueve. Un poco actuando, un poco dejando de lado sus personajes, tanto Juan como María Fux, una de las inspiradoras de la terapia a través de la danza y el teatro y Belén Cervantes López, van llevando a la troupe a que se abra y cuente a viva voz sus sentimientos, hablar de actualidad e interesarse hasta por los temas del medio ambiente. Las escentas transcurrirán en unn principio en la escuela Onírico del barrio de Palermo hasta que todo esté listo para las jornadas de filmación en la granja de Juan donde habrá momentos para el relax, el trabajo de campo, y... el objetivo final, el rodaje. Inocencia, ternura, humor y berrinches que deben ser descubiertos a tiempo en esta peli que dura 70 minutos, que no es un blockbuster pero que vale la pena darle el valor que se merece por su humanidad, porque es esperanzadora. Y más, porque tiende puentes en este presente tan lleno de efectos especiales y muchas veces vacío de afectos, con la otra orilla que se enorgullece de ser "anormal" como cantan con la banda Sin Repuesto. Se estrena en el Gaumont y esperemos que llegue a tocar muchos corazones con el testimonio de la familia Garzón.
Si criar hijos es una tarea difícil, lo es aún más cuando nacen con capacidades diferentes, como lo que le sucedió en su momento al actor Gustavo Garzón, quien dirige este documental, y su mujer de entonces, la fallecida actriz Alicia Zanca. Ellos tuvieron a los mellizos Juan y Mariano con Síndrome de Down. El cimbronazo en el matrimonio fue importante, pero siempre se preocuparon qué, desde chiquitos, fuesen estimulados, haciendo actividades de acuerdo a sus posibilidades y deseos. A los mellizos siempre les gustó actuar. Encontrar un lugar que los acepte, comprenda y enseñe para potenciar sus habilidades, a los padres les costó desde siempre. Hasta qué el director de esta película localizó hace poco tiempo un taller de teatro con un profesor, Juan Laso, que se dedica exclusivamente a dar clases a los chicos con dicho síndrome. Este documental es un registro de las actividades que realizan allí Juan y Mariano junto a sus compañeros, con el objetivo final de realizar un cortometraje. Allí podemos observar cómo los alumnos, de distintos grados de capacidad, pueden expresarse libremente, exhibir sus sentimientos con alegría, sin maldecir por la suerte tocada, sino buscan que los demás los acepten como son. El grupo es optimista y orgulloso de lo que son y hacen. Gracias a los padres y al profesor se sienten dignos en esta vida. La cámara no los amilana. Hay varios que se muestran desenvueltos en los ensayos y en las entrevistas personales. La filmación corre por los carriles normales de este tipo de realizaciones, donde no interesa mucho la parte técnica, ni siquiera un criterio artístico, sino ser lo más objetivo posible, cómo, por ejemplo, al conversar con mujeres vinculadas y entendidas en este tema obteniendo opiniones desde distintos puntos de vista. Gustavo Garzón tiene la necesidad de compartir y divulgar una alternativa para que otros padres, que se encuentran en la misma situación que él, tengan posibilidades de llevar a sus hijos especiales a una escuela que los valore por lo que son y pueden dar
Después de exponer su propia vida arriba del escenario en 200 golpes de jamón serrano (que en abril se repone en el Chacarerean Teatre), Gustavo Garzón sigue explorando rincones autobiográficos. El punto de partida de su segundo largometraje como director, Down para arriba, fue el vínculo con sus hijos, Juan y Mariano, mellizos con síndrome de Down. El documental empieza con la voz en off de Garzón acompañando imágenes de archivo de los chicos: cuenta que cuando ellos nacieron sabía poco de su condición, y que la primera dificultad a la que se enfrentó en su crianza fue la comunicación. Y el puente que los unió fue el teatro. Después de fracasar en distintos talleres para personas con capacidades diferentes (“Les hacen hacer Shakespeare y ellos pueden repetir las líneas, pero no entienden”), descubrió el grupo Sin drama de Down, dirigido por Juan Laso. La película muestra el trabajo de Laso con sus alumnos en las clases -que incluyen yoga, relajación y danzaterapia- y durante la filmación de un cortometraje. Muchas de las improvisaciones surgen de charlas en las que ellos cuentan sus preocupaciones. Y en las que llegan a discutir sobre qué es ser Down y si se trata, o no, de una enfermedad: “Somos personas, no monstruos”, dice uno de ellos. El mayor desafío para Laso es que distingan la actuación de la realidad. Se incluyen algunos testimonios de especialistas, pero no hay palabras que puedan explicar lo que muestran las imágenes: gente con alegría, enojos, entusiasmo, humor, amor.
Luego de su ópera prima de ficción Por un tiempo (2012), Gustavo Garzón incursiona en el registro documental con Down para arriba. Si bien el film comienza como un relato autorreflexivo sobre el rol de ser padre de hijos con síndrome de down, utilizando como herramientas videos caseros y pensamientos en off, sutilmente Garzón se va corriendo de escena entregando el protagonismo al grupo de teatro “Sin drama de Down”, con actores de entre veinticinco y cincuenta años. Los hijos del director también forman parte del mismo e irán profundizando inocentemente, clase a clase, junto a sus compañeros y profesores, sobre diferentes temáticas de la vida, consiguiendo que nos convirtamos en testigos directos de sus propios aprendizajes, logrando por completo situarnos en la mirada sincera de un director, más padre que actor, libre de artilugios. La historia va hacia adelante en busca del desafío de poder filmar un cortometraje de ficción en la casa de campo del profesor Juan (Laso), cuyo guion surgirá colectivamente de las mismas improvisaciones interpretadas en las clases por el grupo de teatro. Es así como vamos participando junto a ellos del proceso de construcción y seguimiento de cada etapa que nos plantea el documental. Donde la puesta de cámara acierta con honestidad y simpleza, resaltando la singularidad de cada uno pero sin dejar de ver a la familia completa y donde el sonido apuesta a un fuera de campo de pura contención, como si este abrazara tiernamente a la imagen con sus risas y aplausos. En Down para arriba acompañamos a Garzón en sus reflexiones como padre aprendiendo en cada clase más de la vida que del teatro. Y terminaremos apropiándonos de la frase “Ajome Takoiasi”, proporcionada generosamente por el profesor Juan Laso a sus alumnos, en una escena que convierte a las piedras en corazones.