La vitalidad de Chéjov En su último film, el realizador japonés Ryûsuke Hamaguchi se adentra en el cuento homónimo del escritor Haruki Murakami, publicado en 2014 en el libro Hombres sin Mujeres, para indagar en el duelo entre un aclamado actor de televisión y teatro y una joven chofer profesional, que en su inusual relación descubren cómo sobreponerse al dolor que los inunda. Escrita por el propio Hamaguchi en colaboración con el guionista Takamasa Oe, el film expone la relación entre Yûsuke Kafuku (Hidetoshi Nishijima), un exitoso actor de teatro de Japón que vive junto a su esposa, Oto (Reika Kirishima), una guionista de televisión y dramaturga que le narra sus historias a su marido antes, durante y después de mantener relaciones sexuales, relatos vívidos, con algún grado de perversión sexual, que olvida al día siguiente. Yûsuke, luego, le cuenta las historias que ella misma le narró el día anterior en una de las tantas costumbres que caracterizan a la pareja. Todos los días, Yûsuke conduce su atesorado Saab 9000 de más de quince años, hoy considerado de colección, hasta el teatro practicando las líneas de sus obras con casetes que graba Oto como la interlocutora de su papel. La relación entre ellos parece perfecta, plena de buen sexo, respeto y colaboración, profesionalmente fructífera, pero el espectador pronto descubre que hace varios años la hija pequeña de la pareja murió de una enfermedad y que Oto engaña a su marido con jóvenes actores de teatro y televisión en relaciones clandestinas que Yûsuke acepta con resignación, por miedo a una confrontación sin que su esposa sepa que él sabe. Esto no parece afectar a la pareja en su convivencia diaria, pero los indicios de que algo no está bien afloran a través de distintas situaciones que alteran la cotidianeidad y la percepción que el espectador tiene de la complejidad de la pareja. Al llegar una noche muy tarde después de interpretar una obra, Yûsuke encuentra a Oto desvanecida. La mujer fallece por una hemorragia cerebral esa misma noche y Yûsuke se culpa por no haber llegado a tiempo a su casa, lo que genera que tenga un colapso nervioso durante la interpretación de una obra. Dos años después del abandono de la profesión, el actor viaja a Hiroshima para participar de un Festival de Teatro donde será el director de la interpretación de Tío Vania (1898), una de las obras más brillantes del escritor ruso Antón Chéjov. Por una política de la compañía de teatro, un conductor se le asigna a Yûsuke, que es reticente a que alguien más maneje su automóvil o que interrumpan su peligrosa rutina de ensayo, pero la habilidad para manejar de Misaki Watari (Tôko Miura), su prestancia y su silencio rompen con sus pruritos tras una exitosa prueba que la chica pasa con creces. A partir de allí la conductora y el actor comienzan a abrirse el uno al otro en una relación platónica que los ayudará a enfrentar los traumas que acarrean de su pasado. En la audición, Yûsuke selecciona a un joven actor que había trabajado en una de las obras para televisión de su esposa Oto, Kōji Takatsuki (Masaki Okada), quien durante los ensayos le revela su admiración y la sorpresa por su selección en el rol de Tío Vania, que todos asumían sería interpretado por el propio Yûsuke. Durante las largas conversaciones y ensayos, Yûsuke lo hará crecer como actor y Kōji le narrará en un viaje en auto, con Misaki como espectadora, el final de una de las últimas historias en las que Oto estaba trabajando, un guión para televisión sobre una adolescente obsesionada con un compañero de clase. Una acusación contra Kōji pondrá a Yûsuke contra las cuerdas y deberá decidir si cancelar la obra o enfrentarse con la intensidad del personaje de Tío Vania y la vitalidad de la obra de Chéjov, a la que admira pero también teme por su conexión con las emociones de su propia vida. A través de la obra de Chéjov y la historia de Yûsuke, Misaki también se verá empujada a adentrarse en su pasado para exorcizar sus demonios y comenzar una nueva vida. La trama va revelando detalles del pasado de Yûsuke y Oto para también adentrarse en la existencia de Misaki, verdadera protagonista del film. Cada detalle agrega profundidad a la historia para comprender que es imposible conocer completamente a la persona que se tiene al lado, un verdadero misterio insondable, objeto del deseo y la desesperación. El film de Ryûsuke Hamaguchi recorre los ensayos de la obra de Antón Chéjov descubriendo distintas escenas y métodos de trabajo e interpretación, explorando las incertidumbres de los actores, el rol del director y la fuerza de una obra que obliga a los protagonistas a enfrentarse con los traumas de antaño. En los viajes en auto los protagonistas logran construir un vínculo, que se profundiza y se afianza a través de la interacción con el texto de Chéjov, que los llevará por caminos extraños y los conducirá hasta el pueblo donde Misaki creció y del que huyó tras la muerte de su madre para quedar varada en Hiroshima. Tío Vania, al igual que Esperando a Godot (En Attendant Godot, 1955), de Samuel Beckett, al principio del film, funciona como un catalizador de las problemáticas abiertas de los protagonistas, una reinterpretación de sus vidas que revive sus heridas y las resignifica para poder sanar y avanzar. Tanto Yûsuke como Misaki aparecen atrapados en sus rutinas, incapaces de salir de ellas para mirar hacia afuera, lo que contrasta con otros personajes, como la feliz pareja de la actriz muda y el productor del Festival de Teatro, quienes invitan a ambos a su casa para contarles su historia y revelarles cómo ellos se sobrepusieron a sus vicisitudes. A través de ellos y de la obra de Chéjov, Yûsuke y Misaki lograrán salir de la carretera interminable que los mantiene adormecidos mirando al vacío para poder observar nuevamente al otro a los ojos. Drive My Car (Doraibu mai kâ, 2021) no recurre a tomas obvias de Hiroshima ni hace mención directa a la destrucción de la ciudad en 1945 ni a los traumas de su pasado. Por el contrario, la fotografía de Hidetoshi Shinomiya y la historia se centran en las rutas costeras, los hoteles y hasta en una planta de procesado de basura, tan solo mostrando una toma corta de la espectacular Fuente de las Plegarias en el Centro de Memoria por la Paz, núcleo de la ciudad y símbolo de la devastación y la recuperación. La cámara realiza una gran labor en los primeros planos de las extraordinarias interpretaciones de los protagonistas, conducidos por la trama hasta las profundidades de sus dolencias emocionales, los traumas de su pasado y sus inseguridades respecto de sus acciones pretéritas. Hiroshima se convierte en una ciudad para que los dolidos personajes expongan sus historias a la luz, buscando así una redención imposible que solo demuestra que la vida es un compendio de experiencias de las que hay que sobreponerse como sea, encontrando el camino para romper con el propio circulo vicioso. La música de Eiko Ishibashi es realmente sobrecogedora, genera una sensación envolvente entre la imagen y el espectador proponiendo un entendimiento alrededor de relaciones que ofrecen distintas formas de encontrarse a sí mismos y con los otros, de descubrir el amor y aferrarse a él como a la vida misma. El comienzo del film con Oto yaciendo junto a Yûsuke después de tener relaciones sexuales, narrándole la historia de una adolescente obsesionada con un compañero de clase hasta el punto de irrumpir en la casa y en el cuarto del joven para dejar pequeñas señales que pasan desapercibidas en una historia potencial para la televisión japonesa, es absolutamente maravilloso, al igual que las escenas sexuales en las que Oto continúa el desarrollo de su apasionante y perverso relato ante su extático esposo. Durante todo el film hay una tensión insoportable entre personajes que ven cómo la voz, las historias y la vida de Oto los unen en una trama que crece con cada escena y cada diálogo circunspecto como la idiosincrasia japonesa. La presencia de Oto en las grabaciones y en la relación con Kōji, un posible amante, es un recuerdo insoportable de su ausencia, una evocación de lo que fue y de lo que debería ser, la memoria del placer sexual y del miedo a perderla, de su amor y su ternura, y de sus amantes furtivos, del engaño y la pasión que nunca más será. Una pérdida insoportable para un hombre devastado. Ryûsuke Hamaguchi construye cada personaje con la misma delicadeza y sensibilidad de Murakami para llevar el dolor hacia la catarsis de todos los protagonistas, que sufren por lo que no hicieron, por quedarse quietos, por llegar tarde, o por callar, en una obra que lleva a los personajes por sinuosos caminos emocionales. Cada secundario acompaña a Yûsuke y Misaki en su viaje de sanación a través de las autopistas de Hiroshima y de Japón en su coche de colección, escuchando casetes con la voz de Oto interpretando personajes de Tío Vania. Drive My Car es una obra poética al volante, un film sobre la relación entre el teatro y la vida, sobre los acontecimientos fallidos de la comunicación humana que resaltan la necesidad de aprender a comprender al otro para acercarse, con sensibilidad, a la experiencia de la comunicación como encuentro con la insoportable otredad.
NADAR DE NOCHE Una mujer empieza a contarle una historia a un hombre en la cama. La escena se repite y la extrañeza crece de a poco. Los dos están casados pero atraviesan una crisis. Él hace teatro y ella escribe guiones para televisión. La vida de pareja se reduce al sexo y a gestos de cariño casi espectrales, como si todo lo que vemos sucediera en una especie de inframundo amable. La trama avanza y conviene no revelar los giros del relato. De todas maneras, Drive my Car pertenece a ese grupo de películas que establecen un sistema propio, un orden que no busca involucrar al espectador en lo que se narra sino sumirlo en la perplejidad. La película de Ryusuke Hamaguchi está basada en un cuento de Haruki Murakami. No leí el cuento, pero es relativamente fácil identificar los climas de desconcierto de otros libros del escritor en los que todo toma la forma de una pesadilla tenue que contamina lentamente el relato y a los personajes. En la película, el director observa a sus protagonistas de cerca pero manteniendo una distancia prudencial. El protagonista viaja en su auto y escucha grabaciones de los diálogos de Tío Vania hechas por su esposa; el hombre ensaya mientras maneja, según lo dicta el método actoral desarrollado por él mismo, que consiste en memorizar una obra y en poder interpretarla sin esfuerzo, sin pensar. Pero enseguida ese ejercicio adquiere dimensiones fantasmales: a veces, durante los viajes, Yusuke no parece tanto actuar como conversar con la esposa, y los fragmentos que se escuchan sugieren comentarios sobre los hechos de la ficción. Las relaciones, primero frías y distantes, del protagonista con la joven conductora y con su ayudante en el teatro y su esposa muda, se transforman a un ritmo incomprensible. Es la vacilación del sentido que asociamos con la literatura de Murakami y que en la película instala un aire de serenidad un poco inquietante. La película dura tres horas y tiene partes muy desiguales. Son los momentos en los que a Hamaguchi le falla el pulso, y se tiene la impresión de ver los tics que el cine contemporáneo filmó una y mil veces. Por ejemplo, cuando la conductora lleva al protagonista a una planta de procesamiento de basura y, mostrándole una pinza mecánica que junta los desechos y los mueve, le dice que eso se parece a la nieve; nada más gastado que la alienación triste. En la primera mitad Hamaguchi todavía tiene la libertad para narrar con lagunas, explotando los abismos que el relato abre y muestra al espectador. En la segunda parte, cuando empieza el ensayo de Tío Vania que tiene a su cargo Yusuke, algo de ese extravío se pierde: el director se entusiasma con los juegos de la ficción dentro de la ficción y la fuerza anterior se encauza hacia el terreno más previsible del drama. Sin embargo, el director tiene sus razones: los ensayos, que alternan el japonés con el coreano y lenguaje de señas, están cargados de una extraña tensión que no proviene de la obra de teatro de Chejov sino de la forma en la que los actores se adueñan de sus papeles en la ficción y construyen escenas completas en apenas un par de minutos. La película entra entonces en un letargo. De nuevo, la pesadilla, un sueño que se arrastra y del que no se puede salir. La mayoría de las escenas de hecho transcurren de noche, o tienen una respiración decididamente nocturna. El vínculo retorcido que une a Yuduke con Koji, el actor prodigio, caracterizado por una mezcla de reverencia y desprecio, de odio y de necesidad de saber, se enrarece en las salidas a bares después de los ensayos. El final anuncia alguna forma de catarsis que parece que no pudiera eludirse, y que el director ejecuta con respeto pero sin demasiado entusiasmo, como quien cumple con un encargo a desgana. La exteriorización de las emociones del drama atenta contra el programa de la película, que hasta ahora gravitó explícitamente alrededor del carácter inescrutable de los sentimientos, un poco como las historias que primero cuenta y después escribe la esposa de Yusuke sobre chicas solas que se meten en habitaciones de chicos y recuerdan sus vidas anteriores como peces. Esas historias quedan colgando en la película, son una telaraña que los protagonistas intentan sin demasiado éxito de interpretar, de darles sentido. Pero de lo que se trata, en última instancia, es de abismarse en la espesura de relatos de una inquietud insondable, de aceptar el misterio que rodea a una chica que recuerda que fue un pez pero que olvidó cómo murió.
Hace apenas cuatro años, casi nadie conocía a Ryosuke Hamaguchi, director de Drive My Car Todo empezó en 2018 cuando Francia lo descubrió, integrando Asako I & II la Competencia Oficial del Festival de Cannes. Simultáneamente en ese mismo mes de mayo y en tres semanas consecutivas se estrenó Happy Hour, su film inmediatamente anterior de 2015. En Francia se lo conoció con el nombre de Senses, de más de cinco horas de duración, dividido en tres partes (1 & 2, 3 & 4 y 5). 2021 aparece como el año de consolidación de la figura de Hamaguchi, ya que el Oso de Plata (Grand Prix) del Festival de Berlin se lo llevó Wheel of Fortune and Fantasy. En el reciente Festival de Cannes (julio de 2021), Drive My Car, un nuevo largometraje de Hamaguchi, compitió en la Selección Oficial y quizás mereció llevarse la Palma de Oro, contentándose con el Premio al mejor guion, así como el otorgado por FIPRESCI. Drive My Car es un extenso film, de tres horas de duración, que, pese a no estar dividido en capítulos, los tiene implícitamente asumidos. El primero, alrededor de un cuarto del metraje total, termina con los títulos del film, que normalmente aparecen al inicio o final del mismo. Allí se nos presenta a Yusuke Kafuku (Hidetoshi Nishijima) uno de los dos personajes centrales, actor y director de teatro que está montando una versión en japonés de “Tio Vania” de Anton Chejov. Oto, la esposa de Kafuku, no le es fiel. Así lo comprueba cuando, al enterarse en el aeropuerto de la suspensión de su vuelo, regresa a su casa y la ve manteniendo relaciones sexuales con Koji Takatushi, uno de sus jóvenes actores. Los amantes no lo perciben y él prefiere irse a un hotel en el aeropuerto de Narita. La acción se traslada una semana más tarde; semana en la que ocurrirán dos hechos de gran significación en su vida. El primero es un accidente en su auto donde casi pierde la vista y el segundo es la muerte de su esposa por una inesperada hemorragia cerebral. El segundo “capítulo”, el más extenso, ocupa la mitad de toda la obra y es el que da sentido al nombre del film. Es cuando aparece Misaki (Toko Miura), la joven que con su auto se desplaza por Hiroshima, lugar donde será representada “Tío Vania”. Los productores le asignan una casa en una isla vecina, ideal para que dé rienda suelta a su inspiración. Casi podría afirmarse que los noventa minutos que dura este tramo conforman un relato completo, siendo lo más sustancioso del conjunto. Por un lado los ensayos con una decena de actores, uno de los cuales es nada menos que el joven Koji, que ignora que Kafuku se enteró del affaire con su esposa. Lo notable (y diferente) de la mentalidad japonesa es que no hay un deseo de venganza, como se irá verificando en los diálogos de ambos personajes masculinos. Por otra parte, la relación entre Misaki y Kafuku no será exactamente la que un film occidental plantearía. La sencillez de la conductora del auto contrasta con el nivel cultural e intelectual del actor, y sin embargo hay algo que los une: el dolor de sendas pérdidas, que el espectador irá descubriendo. Un viaje en auto al norte de Japón (Hokaido), de donde ella procede, será muy revelador para Kafuku. En el medio de este segmento intermedio, el film alcanzará un notable pico emocional cuando se descubra algo que estaba oculto y que tiene que ver con una de las actrices del elenco. Ella es bella, de enorme talento y calidez. También es (gran singularidad) sordomuda. El último capítulo plantea un momento de cierto dramatismo cuando la representación de la obra corre el riesgo de ser anulada. Allí reaparecerá la imagen de Oto, la esposa fallecida, y en algún momento esa angustiante ausencia será admirablemente llenada por la afectuosa compañía de Misaki. Drive My Car es una obra basada en un cuento de Murakami. Seguramente tanto Hiroshima como la menos japonesa Hokaido fueron lugares elegidos, no en forma azarosa, por Hamaguchi. El director de apenas 42 años ya fue revelado al público argentino en el BAFICI de 2018. Sólo falta que un distribuidor local decida adquirir Drive My Car, una obra mayor de la cinematografía nipona.
Drive My Car es fascinante y amplia en sus contenidos; son esas películas que uno podría pasar horas analizando. Nos habla del dolor, de la monogamia, de los deseos, de las heridas del pasado que siempre nos acompañan y con las que debemos lidiar día a día para seguir viviendo.
Chejov y la vida. Diálogos escritos hace cientos de años mezclados con la vorágine de una puesta en escena que es sólo la excusa para que un grupo de personas entienda que los vínculos es lo más importante. Poesía y un tiempo narrativo distinto para completar la narración.
El camino de éxito estrepitoso de Drive my Car empezó en julio de 2021, en el Festival de Cannes, donde ganó tres premios, incluido el de Mejor Guion. De allí en más, la película no hizo más que cosechar premios en todas partes, incluido el de Mejor Película Extranjera en los Globos de Oro. La película de Ryūsuke Hamaguchi llega a los Oscar ahora con cuatro nominaciones, entre las que se cuentan nada menos que Mejor Película, Mejor Director y Mejor Película Extranjera. Drive my Car, que tendrá dos funciones en la Sala Lugones y podrá verse en la plataforma Mubi a partir del 1 de abril, pasa a monopolizar entonces la cuota occidental de cine japonés, cupo que se reduce apenas a dos o tres películas por año, y que suelen acaparar viejos conocidos como Kiyoshi Kurosawa o Hirokazu Koreeda. Cuesta recordar otro filme japonés que haya producido tanto interés. De hecho, durante 2021, Hamaguchi no solo estrenó otra película, Wheel of Fortune and Fantasy, sobre tres historias que evocan los cuentos morales de Rohmer o su Las citas de París, que fue casi ignorada. El clima nocturno de Drive my Car, con sus seres golpeados por dramas secretos, ofrece un encanto, un plus que las escaramuzas románticas de Wheel, más lúdicas y luminosas, no parecen haber conseguido. Basada en un cuento de Haruki Murakami del libro Hombres sin mujeres, Drive my Car empieza con una historia que Oto, la esposa de Yusuke, le narra al marido en la cama. Ese cuento dentro del cuento trata de una chica que se cuela todas las tardes en la habitación del compañero de secundaria que le gusta. La chica toma pequeños objetos como souvenirs y deja a su vez ofrendas propias. Un día, la chica recuerda su vida pasada como lamprea, un pez sin mandíbulas que se adhiere a su presa y la roe como un parásito. Aunque se trata, aclara Oto, de una lamprea noble que elige roer piedras del lecho marino antes que a otros animales. Un día, cuando la chica trata de recordar cómo fue que murió, alguien entra en la habitación. La historia de Oto termina allí sin que ella o Yusuke sepan el final. Se trata de uno de los pasatiempos preferidos de la pareja: ella, guionista de televisión, improvisa historias para el marido, director de teatro, que las completa. El aire enrarecido de la historia de Oto contamina la película toda y le imprime su respiración desconcertante. Todo se desmorona velozmente sin que Yusuke pueda hacer nada para impedirlo. En apenas unas escenas, el guión revela que los dos tuvieron una hija que falleció muy pequeña, y un día, al volver antes a su casa, el protagonista encuentra a su mujer con otro hombre. Yusuke calla, pero la tragedia se precipita y Oto muere por una hemorragia cerebral. Es ahí cuando empieza otra película, otra historia dentro de la historia, en el momento en que el viudo viaja a Hiroshima para dirigir una puesta de Tío Vania. Hamaguchi tiene una manera singular de disponer las relaciones entre sus personajes. Entre Yusuke y el reparto de su nueva obra se tienden vasos comunicantes que la película muestra poco a poco, tal y como sucede en la literatura de Murakami, donde criaturas a la deriva se encuentran por azar o por algún influjo fantástico. El método actoral de Yusuke consiste en practicar las escenas de memoria en cualquier momento del día. Con ese fin, Oto le graba todos los diálogos de Tío Vania excepto los suyos para que pueda pronunciarlos mientras maneja. Después de la muerte de Oto, Drive my Car se transforma en una película de fantasmas leves: la voz de Oto que sale del estéreo del auto crea una escena espectral y cada viaje se vuelve una ocasión para conversar con los muertos. La dirección de la obra en Hiroshima pone en contacto a Yusuke con una galería de seres extraordinarios. Los ensayos grupales se vuelven un espacio que oscila entre la descarga emotiva y la magia, y fuerzan a Yusuke a enfrentar el misterio de Oto, de su existencia y de su partida intempestiva. Para Hamaguchi el teatro no es solo la oportunidad de filmar una catarsis sumaria sino mucho más, un diorama en el que resuenan las miserias y los brillos de la vida y que el cine, como la lamprea noble de Oto, puede vampirizar y revitalizar.
Texto publicado en edición impresa.
Lo que no le dijiste hoy tal vez no se lo podrás decir nunca. Drive my car, la obra de Ryusuke Hamaguchi con 4 nominaciones a los Oscar. Crítica. Se estrena en la sala Lugones el 17 de marzo y el 1 de abril en Mubi. Drive my car es un film genial del director Ryusuke Hamaguchi. Tuvo su estreno mundial en el Festival de Cannes del 2021 donde compitió por la Palma de Oro y se llevó el premio al mejor guión junto con otros dos. Actualmente se encuentra con cuatro nominaciones en los Oscar y tres nominaciones en los Premios Bafta. Por Nito Marsiglio. Hay circunstancias en que la vida no da segundas opciones y estas son las que suelen quedar enquistadas. Y llevan años desgarrando nuestro ser hasta que se terminan de disolver o tal vez eso no ocurre nunca. Hay palabras, conversaciones, que siempre nos posponemos en encarar con nuestros seres queridos. Con aquellos que nos une un fuerte vínculo. Y llega un fatídico día en que la vida nos quita toda chance de realizarla. Esto es lo que les sucede a Yusuke y a Oto. Yusuke Kafuku (Hidetoshi Nishijima), es un director y actor de teatro muy conocido en Japón. Está en pareja con Oto (Reika Kirishima), una guionista de teatro. Yasuke y Oto llevan una feliz relación en la que se complementan perfectamente. Yasuke encuentra a su esposa teniendo sexo con un joven actor. El se retira sin hacer ruido y nunca se lo recrimina. Días después ella antes de irse le dice que cuando regrese desea tener una charla con él. Él retarda su regreso y cuando lo hace la encuentra muerta debido a un derrame cerebral. La película de Ryusuke Hamaguchi, de la que él participó también en la construcción del guión, posee una estructura más acorde a la narrativa chino japonesa o sea el Kishōtenketsu. Es una obra de 179 minutos donde la narración posee un ritmo o cadencia que puede parecer lenta en un principio, ante la ansiedad que se está acostumbrado en llegar al nudo en la mirada occidental. Sin embargo de a poco va capturando al espectador hasta atraparlo completamente y sumergirlo en una historia tan maravillosa, tierna y humana que lo colma de la sensibilidad que la obra posee.
Séptima película camino a los Oscar y nos encontramos con un film japonés que cuenta con cuatro nominaciones: Mejor Película, Mejor director, Mejor Guion Adaptado y Mejor Película Internacional. Esta es una de esas películas que, para los eruditos del cine, esos críticos que usan palabras sofisticadas y ‘saben’ de cine, es una gran película, se merece todos los premios y está a otro nivel o cosas por el estilo. Para nosotros, los que sabemos poco de cine y escribimos por amor al arte, es un poco todo lo contrario. Quizás la película ‘Parasite’ abrió una puerta para que otras películas, no solo de habla inglesa o producidas en Estados Unidos, puedan ser nominadas a mejor película en los Oscar. Pero la verdad que mucho no entiendo tantas nominaciones a este film. En Filmaffinity tiene un promedio de 7,2, me pregunto si la gente que votó tan alto es porque realmente cree que la película es buena o simplemente presión social y no querer ser menos. Hubo una época de mi vida que hacía algo similar, quizás le ponía una nota que no era lo que realmente pensaba, pero como los demás pensaban que era muy mala (o muy buena) yo debía hacer lo mismo. Pero ya se acabo eso, y ahora el que escribe y pone puntuación es el verdadero Fer, que no cree saber mucho de cine, pero si lo suficiente como para opinar. Demoré tres días en ver la película, una porque me quedaba sin tiempo cuando empecé a verla y otra porque dura tres horas, y es demasiado para un film tan lento, donde no pasa nada. Va todo a un ritmo super lento, y quizás me dormí en algún momento, no lo voy a negar. Lo que me parece más interesante de la película es la parte del teatro multilinguístico o como se diga. Me parece una idea muy buena eso de hacer una obra en distintos idiomas, que los actores cada uno hable su idioma y si el otro no entiende, no importa, debe actuar y reaccionar al texto que ya está escrito, y dejarse llevar por como el cuerpo y las expresiones de sus compañeros de escena accionan. Los espectadores tienen de fondo una pantalla con subtítulos en varios idiomas por si no hablan alguno. Super interesante, y además de que hacen obras de Chéjov. Como una persona que viene del teatro era lo más lindo. Las actuaciones eran robóticas. Me pasaba que le pedía a la pantalla que tengan expresiones, que no hablen como leyendo el texto. No se si es parte de la película, si es apropósito (si lo es, las actuaciones son excelente, si no lo es…) la mayoría del film transcurre en el auto rojo, de allí su nombre, y si es cierto que se generan ciertas escenas de intimidad. Pero, los actores al decirlo como si nada, no terminaban de llegar. Sólo una escena me hizo dudar de que no era una película tan mala, pero luego siguió su ritmo lento y sufrido. Un drama que intenta mostrar lo herido que estamos todos por motivos distintos, y como a veces otra persona nos puede ayudar, tan solo escuchándonos. Eso es un mensaje hermoso, pero no hacen falta 3 horas de películas para decirlo. Muchos silencios, algunos bien y otros demasiado largos e innecesarios. Escenas que no suman, como una de solo filmando el auto estacionado durante unos 40 segundos, parecieron 5 minutos. La poca comunicación, el sexo, el engaño y el amor también son parte del mensaje del film, como a veces por temor callamos algo y el resultado es peor que si decimos lo que nos sucede, no quiero repetir, pero no hacían falta 179 minutos. Me gustó que se desarrolle gran parte del film en Hiroshima. ¿Por qué? No hay por qué. No es una película que, para mí, pueda ganar algún Oscar. Quizás mejor director porque los que saben opinan que está bien dirigida, que logra efectos, y bla bla bla. Todas esas cosas que dicen los que tienen el título de crítico colgado en su pared. Ojo que esto no es una crítica (doble crítica) hacia esas personas. Ellos tienen su forma de escribir y criticar, teniendo su público, y yo…bueno yo escribo para ustedes que son mis 20 o 25 fieles lectores, por más que no estemos de acuerdo en algunas cosillas, sé que están para leerme. Se agradece que estén. Mi recomendación: Si te gusta el cine lento con silencios, es para vos.
Drive My Car (Doraibu mai kâ, 2021) es una de las diez películas nominadas al Oscar destinado a premiar la producción del año 2021. Se trata del primer film japonés en llegar a la nominación en la categoría más importante de todas. Aunque a lo largo de los años muchos títulos no hablados en inglés pudieron ser elegidos para todas las nominaciones, solo unos pocos lograron alcanzar ese lugar. Hace unos años ocurrió algo aun más inusual, una película coreana, Parásitos (2019) ganó el Oscar a mejor película. Aunque suene una generalización absurda, la Academia ha posado sus ojos en oriente y el juego se abrió, al menos por ahora. Drive My Car tiene como protagonista excluyente a Yusuke, un actor y director de teatro que junto a su esposa, guionista de televisión, viven la angustia de haber perdido a su única hija. Para Yusuke no será la última tragedia. Su esposa, que él sabe le es infiel con un actor, muere sorpresivamente sin que ambos pudieran hablar sobre el tema. Yusuke acepta dirigir una adaptación de Tío Vania en un festival de teatro a realizarse en Hiroshima. Por razones de protocolo una joven llamada Misaki le es asignada como chofer y los largos viajes en auto son un lugar para explorar sus angustias y su dolor. La silenciosa conductora carga también sus culpas y traumas y ambos se identificarán a lo largo de los días en los que harán los trayectos hacia el lugar de los ensayos. Las tres horas que dura la película son la adaptación de un relato breve del autor japonés Haruki Murakami, lo que también ayuda a llamar la atención de los miembros de la Academia a la hora de las nominaciones. Pero no es el Oscar el punto de mayor reconocimiento hasta la fecha, Drive My Car ganó tres premios en el festival de Cannes. La conexión entre esa competencia y el Oscar es algo bastante común. Pero a pesar de su duración la película es muy intimista y tiene pocos personajes. La mayor parte del tiempo transcurre entre los viajes en auto y los ensayos, donde los diferentes personajes hablan o escuchan un texto grabado. La construcción elaborada de la narración no llega, sin embargo, a justificar esa duración. No está estirada la narración, simplemente se excede con un prólogo que se lleva casi un tercio de la historia. Justamente cuando, de manera inusual, aparecen los títulos de la película luego de más de treinta minutos desde que comenzó, queda claro que esa es la parte que podría haber quedado fuera de la historia. Pero en casi todo momento hay una escena lograda, un encuadre, un momento que tiene personalidad e ideas. No tantas como para hablar de una obra maestra, pero sí como para valorar la construcción que plantea el director. Drive My Car tiene en total cuatro nominaciones: Mejor película, mejor director (Ryûsuke Hamaguchi), mejor guión adaptado y mejor película extranjera. Como es habitual, tiene chances en el último de estos cuatro premios, pero aunque se fuera con las manos vacías ya encontró un lugar en la historia del cine. Lo que no pudo lograr es que la forma de ver cine tuviera la diversidad de otras épocas. Apenas una sala de cine en Argentina y el estreno en MUBI, una plataforma de gran calidad pero marginal en comparación con las más importantes. Si hay algo que es evidente es que Drive My Car es una película para ser vista en cine. La forma en la que plantea el conflicto, los climas que logra y la mencionada duración de tres horas es algo que se disfruta y se entiende mejor con la experiencia de una sala. Murakami y Antón Chéjov tal vez le abrieron la puerta del Oscar. La pequeña moda del cine oriental de estos años es otra posibilidad. Tampoco se descarta el bello detalle de un personaje sordo, una de las actrices que participan de la obra. Ella es una pieza clave de la trama y tiene la reflexión final, algo obvia, de la película. Si Coda, una remake americana de un film francés, es otra de las candidatas fuertes de este año, es evidente que la Academia ha puesto el foco en las personas sordas, no solo este año, recordemos también Sound of Metal (2019). Los Oscar son tan arbitrarios y volátiles como absolutamente todos los premios del mundo, con la única diferencia que el mundo les reclama a las pobres estatuillas que cumplan con una serie de normas que a nadie más le exigen. El Oscar, cada vez más acorralado, trata de ir con los vientos que corren. Si las películas son buenas o malas, es otro tema. Drive My Car tiene ahora el interés de muchos, aprovechemos la puerta que se abre para un cine con poco espacio en general. Tal vez detrás de este título venga un reconocimiento y un crecimiento de la oferta del cine de Japón, una de las mejores cinematografías de todo el mundo.
NADIE PARECE SER QUIEN ES A SIMPLE VISTA Una gran adaptación es la que logra Ryüsuke Hamaguchi del cuento homónimo de Murakami, incluido en su libro Hombres sin mujeres. Y esto no tiene que ver con cuestiones de fidelidad, sino con tomar elementos del relato y potenciarlos en un universo aparte, el de la pantalla cinematográfica. Durante este viaje de tres horas (nobleza obliga: le sobra una en el medio) se cuenta la historia de un actor y director teatral, Yusufe Kafuku, que, tras la muerte de su mujer, acepta realizar un montaje de Tío Vania en un festival en Hiroshima. Y allí conoce a Misaki, la conductora que le asignan y con la que empieza a mantener largas conversaciones en el coche. Uno de los ejes que atraviesa a los personajes es la dinámica propia del teatro (arte enfatizado de modo permanente en la ficción, una especie de herencia de las películas de Jaques Rivette), a saber, actuar/simular, ser, ¿dónde empieza cada intención y cuándo finaliza? Se refuerza esto con la condición actoral de los protagonistas, dispuestos a confundir los términos, a jugar si tomamos la doble acepción de play. “Todos actuamos, entonces”. Los personajes de Murakami hacen honor a la sentencia de que nadie parece ser quien es a simple vista, pero Hamaguchi envuelve esta cuestión en hermosos pasajes de ensoñación, tristeza y soledad. Pero si todo fuera solamente una sumatoria de conceptos, estaríamos en problemas. Si hay algo que destaca a Drive my car es un flujo poético, hipnótico, que no hace falta racionalizar demasiado. Solo alcanza con entregarse a sus luces, a sus colores de melancolía y dejarse llevar por el viaje.
Ella es una sombra recortada en la ventana al amanecer, una voz que narra una historia. Porque mientras coge se le ocurren historias, aunque después las olvide y él se las tenga que recordar al día siguiente. Las palabras, el cuerpo, la memoria: de esos materiales está hecha Drive my Car, la obra maestra de Ryûsuke Hamaguchi.
El director de “Happy Hour” (2015) y “La Ruleta de la Fantasía” (2021) regresa a las salas con un film impactante. El cine oriental siempre constituye un reto para el paradigma occidental. Podemos encontrar características y estilos sumamente diversos, casi nunca el tedio y la reiteración. “Drive My Car” posee valores suficientes como para convertirse en uno de los hallazgos de la temporada. Tan singular resulta su visión, como que los créditos iniciales aparecen a los cuarenta minutos de comenzado el metraje. Se nos presentan personajes con vidas complejas y rincones emotivos que descubrir. Abreva el autor en metáforas sobre el duelo de modo omnipresente. Prestemos atención a la elección de Hiroshima como centro del relato; un destino geográfico nada azaroso: representa el sentimiento de culpa de una nación. El simbolismo se hace evidente a través de una poética hipnótica. Adaptando el libro de relatos “Hombres y Mujeres”, de Haruki Murakami, podemos comprender que la abundante cantidad de tiempos muertos incluidos nos lleva a vivenciar como espectadores la propuesta como si transcurriera en tiempo real. Ryusuke Hamaguchi integra al relato la puesta teatral “Tío Vania” de Anton Chejov. Una inteligente puesta en escena vehiculiza la evidente visión sobre el deterioro de la vida y las propias miserias contempladas. A fin de cuentas, somos directores de la obra que es principio y fin de nuestra existencia, no hay ensayo general posible. El tránsito es hacia dentro de sí, en búsqueda de una exploración existencial. La naturaleza humana está capturada con una densidad notable. El realizador lleva a cabo un sobrio estudio de personajes, colocándonos bajo su piel. Hamaguchi es uno de los cineastas contemporáneos más entusiastas y su principal valor radica en reflexionar acerca de cómo el arte asegura un espacio de sanación. Como el medio interpretativo ofrece este nivel catártico y terapéutico. Ya no estaremos sangrando las heridas una vez que cuestionemos el estereotipo del modo de vincularnos socialmente aceptado, consensuado y correspondido.
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Los meandros misteriosos de la vida íntima son la especialidad del cineasta japonés.
El melancólico film de Ryûsuke Hamaguchi basado en el cuento de Haruki Murakami El realizador japonés de "Happy Hour" y "Asako I & II" cuenta la historia de un grupo de personajes atormentados en esta película basada en un cuento del escritor Haruki Murakami. Yusuke Kafuku (Hidetoshi Nishijima) y su esposa Oto (Reika Kirishima) se dedican al teatro. Recitan textos de sus obras en situaciones cotidianas de sus vidas. Un día se entera que su esposa lo engaña con otro actor (Masaki Okada) pero no se lo comunica, siguen con su vida como si nada. El quiebre de la pareja viene de antaño, cuando perdieron una hija. La muerte inesperada de su esposa rompe de manera abrupta la posibilidad de verbalizar el dolor y superar el trauma. Tiempo después es contratado para una nueva puesta de la obra Tío Vania, de Antón Chéjov, en un teatro de Hiroshima. La compañía lo obliga a tener una chofer llamada Misaki (Toko Miura), con quien traza un vínculo asociado a experiencias dolorosas compartidas. Ryûsuke Hamaguchi realiza una suerte de road movie sobre el transitar -de manera literal sobre la carretera, pero también metafórica- la pérdida de un ser querido. El pasado tormentoso acosa a los personajes que no pueden superar el trauma. Será el arte en sus múltiples formas (actoral, literaria, poética) el recurso para poder, mediante la representación, exorcizar el dolor. Las relaciones y el drama interno de sus personajes es la clave de Drive my Car (2021), película presentada en el Festival de Cannes y enviada al Oscar por Japón. El juego con la representación es constante, con las letras grabadas en un cassette por la difunta esposa de Kafuku sobrevolando como un fantasma los viajes en auto. La mujer chofer también tiene su propio conflicto con la muerte de su madre que promueve el entendimiento con su pasajero. Ambos, opuestos, se encuentran en el sufrimiento y trazan una comprensiva amistad. En otro orden de cosas, el tercer personaje en cuestión (el amante de Oto, la mujer de Kafuku), un joven actor que audiciona para la obra de Chejov que prepara el protagonista, también acarrea la culpa por una muerte evitable. La catarsis artística será fundamental para los personajes, en una película que cuenta con tono solemne los dramas del pasado. Las conexiones entre la obra de Chejov y el existencialismo, o entre la ciudad de Hiroshima (donde ensayan la obra) y su melancólico pasado atómico, son algunas de las asociaciones que el film establece. El máximo de estos mensajes que subyace el relato está en la elipsis final, que nos traslada a un presente en pandemia, donde se cierra el círculo acerca de la necesidad de superar el dolor apoyándose en un otro.
Basado en tres cuentos de Hanuki Murakami, el film más reciente de quien es sin duda el gran hallazgo del cine de autor del último lustro es oscuro, torturado, de relaciones fuertemente enraizadas y hasta determinista. A diferencia de los films anteriores del japonés Ryusuke Hamaguchi, Drive my Car es bien distinto a sus predecesores, y tal vez algo de esas diferencias tengan que ver con la exultante recepción de que gozó la película en el mundo occidental. Contando, claro, las tres premios en Cannes y las cuatro nominaciones al Oscar, de las cuales obtuvo la estatuilla a la Mejor Película Internacional. Mientras que hasta ahora el cine del autor de La rueda de la fortuna y la fantasía (ver crítica aquí al lado) se había caracterizado por su levedad, transparencia y relaciones desprendidas y gobernadas por el azar --en línea con el cine de Eric Rohmer y su discípulo Hong Sang-soo--, Drive my Car es todo lo contrario. Basado en tres cuentos de Hanuki Murakami, el film más reciente de quien es sin duda el gran hallazgo del cine de autor del último lustro es oscuro, torturado, de relaciones fuertemente enraizadas y hasta determinista, por el modo en que la historia personal y la nacional modelan el destino de los personajes. Es más: podría decirse --a riesgo de ser crucificado por el resto de los mortales-- que Drive my Car es el film menos personal del autor, y el hecho de que se trate de la adaptación literaria no parece ajeno a ello. Eso no quiere decir que sea una mala película, desde ya, sino que a criterio de quien escribe está tan lejos de ser la mejor de Hamaguchi como de la obra maestra que se pregona. De tres horas --menos un minuto-- de extensión, Drive my Car es tan pausada, fluida y modulada como las anteriores. Tanto que se siente como si durara la mitad de lo que dura. Como ellas entrelaza también varias historias, esta vez con un protagonista más marcado como tal. Mientras que una de las delicias de Happy Hour, Asako I y II y La rueda… es el carácter coral de todas ellas, en esta ocasión el resto de los agonistas queda en segundo plano. Aunque es preciso anotar que Hamaguchi le dedica una paciente atención hasta al último miembro del elenco. Yusuke Kafuku (Hidetoshi Nishijima) es un actor y dramaturgo que se halla en plena preparación de una versión de Tío Vania, que dado el origen diverso de los actores, será multilingüe y con traducción simultánea. Incluye a una actriz muda, que no sólo se expresa por lenguaje de señas sino en coreano. Por lo cual necesita de la “traducción” de su marido, asistente de Kafuku. Apellido que, dicho sea de paso, suena a “Kafuka”, que es como los japoneses pronuncian Kafka. Kafuku carga con el peso de una tragedia personal, cuya culpa se atribuye. A la vez elige para el rol protagónico de la obra de Chejov a Koji (Masaki Okada), joven galán y rival amoroso, a quien le endilga el papel a contrapierna (Misaki tiene menos de 30, mientras que Vania supera los 60), tal vez como forma de venganza. Finalmente --resumiendo muy escuetamente un relato largo, lleno de historias diversas, capas narrativas, sentidos cruzados y un complejo sistema de correlaciones internas y externas-- hay un personaje a primera vista menor, el de Misaki (Toko Miura), la chofer que debe trasladar a Kafuku durante su estada en Hiroshima, que sin embargo crecerá hasta ocupar casi el rol coprotagónico. No por nada el film le debe el título. Y no por nada la acción transcurre en Hiroshima, dicho sea de paso. Culpa(s), tortura interior, confesiones varias, necesidad de expiación, un crimen con su correspondiente castigo: salvo esto último, nada de lo demás es propio de la cultura japonesa. Mientras que las relaciones leves, los sentimientos guardados y la apariencia calma de los personajes, constitutivos de la idiosincrasia nipona, son propios de los films previos de Hamaguchi. De hecho, Drive my Car se parece más a un film europeo de autor de los años 50 y 60 (Bergman, Antonioni) que a aquellas películas. De éstas hereda, sin duda, el cruce de personajes disímiles y la voluntad de comunicación de todos ellos (lo contrario de Antonioni). La expresión más visible de esto es el personaje Lee Yoo-na (Park Yu-rim) como la mujer sorda y coreana. Yoo-na entiende todo y se hace entender. Es además el personaje más luminoso, se diría que más hamaguchiano del film. Hasta el punto de que la belleza de sus gestos convierte sus escenas en las de un bello film musical, en el que la coreografía no pasa por los pies, sino por las manos.
La coincidencia hizo que en una misma semana lleguen al público argentino las dos películas de un mismo creador. En este caso el film que logró el Oscar al mejor extranjero en la última entrega, y al mejor guión en el festival de Cannes. Aquí el realizador Ryusuke Hamaguchi se basa libremente en un cuento de Haruki Murakami , escribe el guión junto a Takamasa Oe, y nos regala un film de marca mayor, sobre la pérdida, las huellas traumáticas que padecen sus protagonistas y la comunicación, la palabra como única posibilidad de algún reparo. En una larga introducción, recién a los cuarenta minutos aparecen los títulos, conoceremos la vida anterior de un famoso director y actor. Su matrimonio que superó la tragedia de perder a única hija, las fórmulas de entendimiento de la relación, el descubrimiento de la infidelidad y la abrupta muerte de su esposa que se lleva sus secretos y razones para siempre. Dos años después ese director se dispone a los ensayos de una puesta políglota de “Tío Vania” de Antón Chejov en Hiroshima. Por una formalidad contractual debe aceptar dejar su amado auto, y aceptar otro choche y a su conductora. En los largos viajes, los dos ocupantes del auto, esconden detrás de sus rostros impasibles, insoldables abismos. Serán dos extraños que logran comunicarse y encontrar en sus confesiones, una posibilidad de verbalizar sus infiernos tan temidos, sus más profundos secretos. Podrán mostrar sus heridas traumáticas, la culpa de sobrevivir, la extrema falta de cariño. En el largo y minucioso transcurrir de la película, son tres horas de duración, el entramado de silencios e interrogantes atrapa al espectador en la hipnótica relación de el director con sus colaboradores y especialmente con su chofer. Pero se juegan los roles teatrales, el eco de la verdades “aterradoras” de Chejov, la voz de su esposa muerta en una grabación siempre presente en los viajes, la contratación del actor que tuvo una aventura con ella, los dudas sobre el rigor y la creación artística, los misterios que no tienen respuesta. Pero es con esa relación de dos seres perdidos que logran una intimidad inesperada que se redondea una reflexión profunda sobre la condición humana, con excelentes actores, con un lenguaje cinematográfico preciso y a la vez deslumbrante. Una película que es imprescindible ver.
Este doloroso drama, adaptado de un cuento de Haruki Murakami, se centra en la relación que se establece entre un hombre y la mujer encargada de conducir su auto. Funciones especiales en la Sala Lugones y estreno en MUBI el 1 de abril. Quien no conozca la historia de Haruki Murakami en la que se basa esta película podrá suponer, por sus tres horas de duración, que se trata de una de sus novelas. Pero no. Es un cuento de no más de 40 páginas que integra su colección «Hombres sin mujeres». En su segunda película de 2021 (la anterior, WHEEL OF FORTUNE AND FANTASY, compitió en Berlín, esta lo hizo en Cannes), el realizador Ryusuke Hamaguchi adapta, completa y reinventa el cuento del escritor japonés para narrar una historia de dolor, amistad y carreteras, un drama humano en el que las conversaciones en un auto juegan un papel definitivo, fundamental. La película recompone o reordena cronológicamente muchas de las historias que se narran verbalmente en el cuento. El protagonista es Yusuke (Hidetoshi Nishijima), un prestigioso actor y director de teatro que está casado hace ya muchos años con Oto (Reika Kirishima), que es guionista de televisión. La mujer tiene como hábito inventar historias para sus guiones después de tener sexo y él se ocupa de recordar lo que ella le cuenta, ya que Oto tiende a olvidarlas. Su matrimonio parece calmo, estable, pero pronto nos enteraremos de un par de cosas. Por un lado, que tuvieron una hija que murió siendo muy pequeña hace ya bastantes años. Y, por otro, que Oto tiene sus affaires amorosos, algo que Yusuke descubre –o acaso ya sabía– cuando se posterga su viaje en avión y vuelve inesperadamente a su casa. De todos modos, no dice nada. Yusuke tiene un modo un tanto inusual de armar sus obras teatrales, o al menos es algo que está haciendo ahora, en su adaptación de TIO VANIA de Anton Chekhov. El hombre elige actores de distintas nacionalidades y los hace hablar a cada uno en su idioma, usando subtítulos detrás del escenario. Y para practicar su papel como Vanya se lleva en su auto la voz grabada de su mujer en un casete interpretando los otros papeles y dejando en silencio el tiempo necesario para que Yusuke aprenda y practique el suyo mientras maneja. Porque si hay algo que le gusta hacer al hombre es manejar su antiguo Saab 900 rojo (no amarillo, como en el cuento) por las calles de Tokio repitiendo en voz alta parlamentos del clásico autor ruso. Pero un día todo cambia, bruscamente, cuando su esposa le dice que quiere hablar con él y, poco después, una secuencia compleja de hechos llevan a Yusuke a tener que rearmar su vida, prácticamente a empezar de nuevo. DRIVE MY CAR reencuentra al hombre dos años después, cuando viaja en su Saab a Hiroshima para montar allí su versión «multilingüística» de VANIA. Los que lo convocaron a hacerlo tienen, por un tema «del seguro», una condición inamovible para contratarlo: que utilice un chofer para ir y volver de su casa al teatro. El hombre en principio se opone porque ese es su espacio «sagrado», el que usa para practicar con el casete, algo que a esta altura ya significa otra cosa que el mero entrenamiento actoral. Pero no puede negarse al requisito y termina aceptando que le pongan a Misaki (Toko Miura), una conductora muy joven, reservada y con cara de pocos amigos que resulta ser muy buena en lo que hace. Pronto, Yusuke vuelve a recitar sus diálogos mientras la chica maneja. DRIVE MY CAR se centrará en las distintas relaciones que Yusuke va teniendo en Hiroshima mientras elige al elenco, ensaya la obra y se prepara para estrenarla. Con Misaki de a poco irán compartiendo historias y encontrando similitudes en sus pasados, pero también deberá lidiar con Takatsuki (Masaki Okada), un actor de TV que trabajó con su esposa y que se presentó al casting de la obra. Yusuke cree que fue uno de los amantes de Oto y quizás por eso lo elige para el papel de Vania, para ver si puede sonsacarle algo de todo eso. Y la otra relación –la que une a los tres protagonistas, cuatro si contamos a Oto– es la que tiene con el auto, ese hogar en movimiento en el que los personajes se sueltan y son más honestos que en otros ámbitos de sus vidas. DRIVE MY CAR va detallando las historias y las sensaciones por las que atraviesa Yusuke, un hombre golpeado que no logra volver a hacer pie, a reencontrarse consigo mismo, a curarse de ciertas heridas del pasado. Hamaguchi cuenta su historia o «comenta» sus sensaciones haciendo muchas veces paralelos con la obra de Chekhov que escucha o ensayan –es, quizás, el único cambio respecto al cuento que se siente un tanto forzado, por más que sea efectivo–, pero a la vez le aporta a la historia algunas ideas y personajes nuevos que la enriquecen. Una pareja coreana, integrada por el asistente/traductor de Yusuke y una actriz de la obra que es muda –en su obra multilingüe hay lugar también para el lenguaje de señas– acaso sea el agregado más interesante y emotivo. Una película serena y calma –al menos en las apariencias– como lo es también el cuento, DRIVE MY CAR va profundizando en el drama de sus protagonistas, haciendo que sus desencuentros iniciales vayan dando paso a entendimientos y confesiones, casi todos ellos en el marco del auto rojo, de las rutas y el invierno. La rispidez y desconfianza iniciales que Yusuke tiene ante casi todo y todos se van aflojando, con el consecuente dolor que muchas veces trae aparejado abrirse al mundo y a los demás, algo que también se va reflejando formalmente en su obra teatral. No es el único que tiene una historia difícil y, al conectar con los otros, lo que queda a la vista es que el sufrimiento puede soportarse mejor si se comparte. Y esto mismo corre para Misaki, cuyo viaje personal tiene bastantes puntos en común con el de Yusuke. Las tres horas pasan velozmente ya que es imposible despegarse de los vaivenes de la historia y de los personajes. Hamaguchi –que nos tiene acostumbrados a escenas con diálogos largos y a extensiones de películas no habituales empezando por las más de cinco horas de HAPPY HOUR— es un realizador ideal para adaptar el mundo de Murakami ya que los dos parecen trabajar sobre temáticas similares. El coreano Lee Chang-dong, hace unos años, en BURNING, llevaba todo a un terreno más misterioso y enigmático, que es otra de las características de la obra del escritor japonés. Su compatriota, en cambio, deja eso de lado y prefiere profundizar más directamente en los sentimientos, la mezcla de emociones y las relaciones entre los personajes. Y su película logra ser bella y dolorosa a la vez, pacífica en las formas pero turbulenta en las historias que cuenta y en las sensaciones que atraviesan sus protagonistas. Uno de los grandes títulos de 2021.