El documentalista Miguel Kohan busca en El despenador mezclar los límites entre la ficción y la realidad, aprovechando su ojo de documentalista para armar una historia con guión de ficción. Raymundo es un antropólogo que investiga a El Despenador, un personaje andino cuyo oficio es terminar con la vida de las personas enfermas que no se mueren utilizando la técnica de un abrazo certero, evitando así contagiar la muerte por el aliento, una creencia arraigada en una zona de La Puna en Jujuy. La creación de este documental es el puntapié para mostrar la crisis del propio protagonista que se plantea sus propios dilemas frente al tema que investiga. Kohan descubre que la ficción le permite armar planos artificiales y bellos, sin tener que responder al rigor ético de la puesta en escena del documental. Pero cae en el peor riesgo cuando alguien plantea algo así: ni es una buena ficción ni es un buen documental. Muchos cineastas se han movido por este delicado filo y pocos han logrado resultados memorables. No se puede evitar pensar en directores como Abbas Kiarostami, el último genio que jugo este juego. El despenador regala algunas grandes imágenes, pero jamás consigue ni la complejidad ni la belleza de una obra cinematográfica total.
Transitando entre la delgada línea de ficción y documental, Mighel Kohan construye un apasionante relato que recupera tradiciones y conocimientos ancestrales en la figura de un hombre que se anima a cambiar su destino.
Esta primera película de ficción del documentalista Miguel Kohan, podría definirse como un documental ficcionalizado o bien una ficción con estructura de documental. Raymundo (Miguel Fleita) es antropólogo y comienza una investigación sobre un personaje mítico de la cultura nativa en Jujuy, se identifica al despenador como un tipo de chamán sudamericano que quita las penas, por supuesto, a personas agonizantes o con enfermedades incurables, que solo sobreviven en el dolor, es decir, ejercita la eutanasia. El problema principal del filme radica que en un 90% de su duración, escuchamos en off al protagonista, sus pensamientos, sus ideas, sus motivaciones, sus angustias. Lo que deriva en una cantidad impresionante de información que no esta amalgamada a las imágenes, por lo que es imposible de procesar todo. Digamos que mas allá de las limitaciones expuestas, no se si reales,
Un viaje, el viaje Primera ficción o, en todo caso, lejos del documental a secas como en sus trabajos anteriores (Café de los maestros, El francesito, La experiencia judía), la nueva película de Miguel Kohan trata de un viaje, acaso el esencial, en la vida de un antropólogo (Rubén Fleita) con la naturaleza jujeña de protagonista, o más que eso. Película-investigación sobre una leyenda, aquella del despenador, quien elimina el dolor sobre la muerte a los deudos a través de un abrazo al enfermo, la cámara de Kohan ancla su interés en el personaje central, su recorrido por las rutas en su auto fuera de época, la ausencia física por el deceso y el recuerdo de su compañera y los propios resultados de sus análisis médicos. En ese sentido, El despenador tiene dos ejes de interés temáticos: aquello concerniente a Raymundo (el antropólogo) y la investigación a realizar sobre la leyenda chamánica. En esos dos ítems, la película fluctúa sin apresuramientos, describiendo cuestiones privadas (sumemos en este punto los inconvenientes de “comunicación” vía telefónica del personaje) y públicas, en este caso, arraigadas al objetivo principal ya del antropólogo: descubrir, si es posible, el origen y el significado de El Despenador como retrato de la muerte o como leyenda o como apropiación del cuerpo y de la identidad del otro. Allí Kohan decide construir el discurso desde la imponencia de la naturaleza, por suerte, jamás supeditada al aburguesamiento turístico, sumada a un par de entrevistas (solo eso, para qué más) que informan sobre el sujeto chamánico. Esa bienvenida decisión del director por alejarse del pintoresquismo turístico no impide el registro visual de rituales andinos o celebraciones varias. En este sentido, Kohan concurre y filma la procesión de la Virgen de la Candelaria y el Toreo de la Vincha (en donde no se daña al animal). Sin embargo, estas escenas, filmadas desde la subjetiva del antropólogo, transmiten una extraña atmósfera fantasmal, como si registraran un pasado lejano, donde se concilian esos aspectos públicos y privados que caracterizan al film. Finalmente, el “apunamiento” que padece el antropólogo corrobora que se está cerca del desenlace de un viaje iniciático, de revelación, tal vez de búsqueda inconclusa, en donde lo personal se equilibró con aquello público, en donde la muerte ronda o da vueltas o anda cerca: Pero el viaje, al fin, pudo hacerse.
"El despenador": un abrazo certero La nueva película del documentalista de "El francesito" está ligada a la conciencia del fugaz paso por la tierra y a la relación con la inmensidad de la naturaleza. Podría afirmarse que El despenador es el primer largometraje de ficción de Miguel Kohan, el documentalista argentino responsable de películas como Café de los maestros, La experiencia judía y El francesito, entre otras. Es una proposición difícil de rebatir: el protagonista, Raymundo, un antropólogo en viaje de estudios de campo, está interpretado por un actor, el jujeño Rubén Fleita, y varios de los personajes que se encuentra en el camino podrían describirse, ecuación neorrealista mediante, como versiones posibles de las personas reales que los encarnan. Pero en el entramado narrativo el registro de lo real hace acto de presencia en una serie de entrevistas que Raymundo, interesado en una figura chamánica algo olvidada por las costumbres modernas, lleva a cabo en su derrotero norteño. Así se despliega el dispositivo del film, cruzando permanentemente la frontera entre realidad y creación, aunque a diferencia de lo que ocurre en mucho cine contemporáneo no resulta demasiado difícil separar las aguas escena por escena, plano a plano. Los despenadores son “personajes andinos cuyo oficio es terminar con la vida de las personas enfermas que no se mueren utilizando la técnica de un abrazo certero, evitando así contagiar la muerte por el aliento, una creencia arraigada en la zona de La Puna en Jujuy”, según afirma la sinopsis oficial. En otras palabras, una posible definición de la eutanasia. En busca de esos rastros del pasado que aún tocan de refilón el presente parte el protagonista, a bordo de un automóvil que conoció épocas doradas pero ahora le cuesta arrancar, preocupado por la escasa señal telefónica y unos estudios clínicos de los cuales, a la distancia, no logra obtener los resultados. Los primeros encuentros con habitantes de la región (la película fue filmada en localidades como Cochinoca, Abrapampa y Salinas Grandes) lo hacen reflexionar sobre las prácticas del “despenamiento”, al tiempo que su voz en off describe estados objetivos y subjetivos, interrumpiendo a veces el fluir del discurso de los entrevistados. Hay algo tristón en el viaje de Raymundo. Algo que va más allá de los parajes visitados o el estudio antropológico en curso, y es esa melancolía, ligada quizás a la conciencia del fugaz paso por la tierra o a la relación con la inmensidad de la naturaleza, lo que le da a El despenador un aspecto que choca con los posibles prejuicios del espectador. Entre pesquisas y pensamientos, la cámara registra el tradicional Toreo de la Vincha en Casabindo, en el cual los toros nunca son lastimados, y algunas procesiones religiosas donde el sincretismo hizo indiscernibles orígenes y evoluciones, pero también se reserva un par de minutos para una escena inolvidable: el tránsito lento y señorial de un grupo de llamas a través de una ruta, completamente inatentas a la cercanía de un camión, inmersas en su propio mundo, en el cual la necesidad de paliar una comezón supera el peligro de muerte que está siempre ahí, al acecho.
Lo de Miguel Kohan es una indagación sobre la cultura andina y la muerte. Y por sobre todo la búsqueda de un “despenador” un hombre que evita que la muerte se contagie con el aliento. Un muy curioso y sabio concepto que tiene que ver con lo que conocemos como el tránsito de duelo por la pérdida, como lo que se puede hasta interpretar como una liberación para los que parte y los que quedan. El intenso y sorprendente viaje de un antropólogo sobre verdades encéntrales, conocimientos perdidos o despreciados, en caminos difíciles en la puna. Pueblos pequeños, solidaridades y por sobre todo un aprendizaje preciado.
El viaje introspectivo de Miguel Kohan por el norte argentino La búsqueda de la mítica figura del “despenador” traza un recorrido por el mundo de los vivos y los muertos entre los ritos y costumbres de la Puna. “El destino al viajar nunca es un lugar, sino una nueva manera de ver las cosas” reza una pintada en una de las paredes de las rudimentarias poblaciones del norte argentino. El viaje de Raymundo Zelaya (Ruben Fleitas), un antropólogo que sigue la pista del mito precolombino del despenador, una entidad que quita el dolor sobre la muerte a los deudos. Además de su investigación científica, también él sufre la pérdida reciente de su mujer, sumando motivos para buscar explicaciones racionales pero también existenciales. “Antes de los españoles, mataba a quienes no podían morir de un abrazo, les rompía el espinazo”, sugiere uno de los entrevistados acerca del despenador. Raymundo recorre rutas, pueblos y rituales mientras trata de comprender la cultura andina y su relación “diferente” con la muerte. De ese modo asiste a la procesión de la Virgen de La Candelaria o al Toreo de la vinche, eventos que observa, describe y retrata con su teléfono. El despenador (2021) es un encantador viaje por la Puna, su idiosincracia y poder revelador oculto en los paisajes, fauna y rostros de su gente. No hay dramatismo, ni tragedia relacionada con la muerte, la música y el preciosismo de los paisajes ofrecen un aire liberador para el protagonista, y con él, para el espectador. El director de Café de los maestros (2008), El francesito (2017), La experiencia judía (2019) y Rivera 2100 (2020), entrega esta vez desde la ficción, una experiencia enriquecedora, vital y colorida sobre la manera de aceptar la muerte para la cultura andina. Un viaje de encuentro, descubrimiento y aprendizaje, desde Cochinoca hasta Abre Pampa, Provincia de Jujuy. Un sólo plano sintetiza el film: una hilera de llamas cruza la ruta ante el avance de un camión, la armonía entre seres que conviven se trasmite ante el andar cansino de los animales, y también, la proximidad con la muerte. Las montañas de fondo, registran el acontecimiento y son testigo del paso -metafórico y literal- de la vida en el mundo.
Anunciado como el debut en la ficción de Miguel Kohan -director de los documentales Café de los Maestros (2008) y La experiencia judía, de Basavilbaso a Nueva Ámsterdam (2021)-, El despenador es en realidad una película que escapa deliberadamente de las clasificaciones, abrevando en un terreno muy transitado en los últimos años, es cierto -el cine concebido a partir del cruce de géneros que intenta borronear las fronteras de la ficción-, pero buscando con decisión su propio camino. Y lo cierto es que lo logra. En principio porque captura un elemento central del contexto sobre el cual trabaja: el tiempo (su cadencia, su despliegue) es en la Puna radicalmente distinto al de la dinámica urbana. Kohan consigue insuflarle al relato ese ritmo preciso (la película lo transmite), pero lejos de entregarse a la monotonía, la esquiva inventando una entrañable road movie andina relacionada con el proyecto personal de un antropólogo paciente, amable y melancólico que queda envuelto en varios pasos de comedia mientras disfruta del viaje, muchas veces más poderoso y revelador que el mismo destino. La investigación en la que se embarca el personaje -interpretado impecablemente por el actor jujeño Rubén Fleita- tiene que ver con cuestiones existenciales, con la comprensión de los fenómenos de la vida y la muerte que también es propia de la gente del lugar. El despenador se acerca a ese universo con curiosidad y asombro, esquivando sagazmente la solemnidad y dejando huellas ostensibles de una mirada, un recorte que dibuja su propia identidad con la misma curiosidad que mueve a su protagonista.
La primera ficción en la filmografía de Miguel Kohan nos trae la historia de un chaman que, en la práctica de su abrazo certero, quita las penas a pacientes sufrientes de un mal incurable, en común acuerdo con sus familiares. Mito y leyenda confluyen para esbozar el retrato de una figura que habitó antiguamente la zona del altiplano andino y que posee exiguas referencias literarias o noción al respecto, entre las que se cuenta la del emblemático Mario Vargas Llosa. Kohan, de profusa trayectoria documental (“Salinas Grandes”, “Rivera 2100”, “La Experiencia Judía”), impactado y motivado por la historia, decide investir a la misma de carnadura cinematográfica. El singular personaje va cimentando en el interior del cineasta, quien emprende una búsqueda basada en la observación del lugar, manteniendo la distancia óptima que una mirada antropológica requiere. Podrían intuirse que existen elementos ordenadores insoslayables dentro de una obra que posee líneas temáticas definidas, atravesando el tango, la astrología o el propio origen judío, entre algunos vasos comunicadores que lo nutren profesionalmente. Aquí, un nuevo ingrediente podemos identificar dentro de la sólida filmografía de Kohan, quien utiliza al cine documental para potenciar la propia curiosidad. Con fuerte anclaje en el subgénero de investigación, indaga en celebraciones rituales, fiestas patronales y ceremonias sagradas en donde el protagonista interactúa. Bajo la creencia de que ‘el destino al viajar no es un lugar, sino una nueva manera de ver las cosas’, “El Despenador”, con música de Gustavo Santaolalla y seleccionada por concurso para la edición 22° del BAFICI, rubrica con sensibilidad estética una mirada íntima. El paisaje de la Puna invita a contemplar y descubrir un universo ciertamente mágico, y, a tales efectos, “El Despenador” mixtura realidad y ficción. Menos preocupada de anclarse en la postal turística y más decidida a dilucidar el valor de verdad para abordar una historia plena de interrogantes que buscan ser respondidos. La cautela y la mesura de quien escudriña el entorno resultará indispensable aliada, camino al hallazgo inesperado que aguarda ser descifrado.
MISTERIOS ANCESTRALES “Nuevamente saliendo a investigar, pero ahora solo” se escucha en off. Investigación y soledad son los dos signos de la ropa existencial del protagonista, el antropólogo Raymundo, quien conduce por las rutas del norte argentino tras los rastros del despenador, figura andina inquietante cuya presencia data de antes de la conquista española. Cuentan los lugareños que los despenadores tenían una tarea: acabar con la vida de las personas enfermas mediante un abrazo que cortaba el aliento y evitaba el contagio. Recopilando pedazos de narración a través de testimonios, va Raymundo con su viejo auto en esta especie de road movie despojada de adrenalina. Porque si hay algo que singulariza a la película, pese a la idea del viaje y la movilidad que ello implica, es cierto estatismo en la puesta en escena que se corresponde con esa parálisis temporal, ese hiato que se abre en el presente cuando el pasado se cuela por los portales ancestrales. Esto, que en parte aparece justificado formalmente, acaso perjudique al tono, impregnado de monotonía y carente de vida en varios tramos. Que la película transite por un sendero de indeterminación genérica es un sesgo interesante. Pasarán unos cuantos minutos hasta que descifremos su naturaleza ficcional pese a que la base real que sustenta la historia es muy fuerte. No obstante, todo ese lado enigmático, misterioso, que podría explotarse a partir del orden de las creencias, le cede la posta a una omnipresencia de la voz en off cuyas constantes reflexiones empantanan el ritmo narrativo, siempre en zona de arranque, pero flaco de reservas. Incluso, ese nivel enunciativo relega gran parte del paisaje y de momentos que sí son verdaderos hallazgos porque parecen escapar al cálculo. Se trata de zonas en las que la cámara descubre (¿espontáneamente?) aspectos de lo cotidiano, como ese desfile de cabras en medio de la ruta la botella de vino apoyada en el auto mientras Raymundo, parado en medio de las salinas, mira el horizonte. Son apenas pinceladas dentro de una propuesta que combina melancolía y humor aunque le falta aire.