En un planteo actual en el que el documental ha ganado mucha pantalla y exposición dentro de los estrenos semanales, la aparición de un espécimen tan particular como El escarabajo de Oro es motivo de amplio festejo. Documental ficcionalizado, ficción documentada, prevalezca cualquiera de los dos polos, lo que se nos presenta aquí es algo que no se encuentra fácilmente. "El Escarabajo de Oro" se filmó dentro del proyecto DOX: LAB del Festival de Copenhagen que financiaba la realización de un documental co-dirigido por directores “de mundos opuestos”, de puntos geográficos, y realidades, dispares; de esa unión no podía salir otra cosa que algo peculiar. Un equipo de filmación se dirige hacia Misiones con la excusa de filmar un documental sobre el lugar. Pero en realidad, su deseo es otro, hallar un tesoro oculto en las Ruinas Jesuíticas. Su argumento es simple, en definitiva se trata de un pseudo documental, pero da pie a un sinfín de situaciones. Los directores Alejo Moguillansky y Fia-Stina Sandlund filmaron de modo que estuviesen rodando el mejor film de aventuras, y así "El escarabajo…" se convierte en un film intrépido, vigorozo, lleno de peligros, y también de cierta rutina propia de un viaje y de un detrás de escena. Los personajes debaten sobre varias cuestiones, hablan de cine, de las dificultades de financiación, de la necesidad y complejidad de los concursos para financiación externa, hablan de mujeres, de historia, y hasta de política. El puntapié inicial será el relato homónimo de Edgar Allan Poe, y posee mucho de él, mantiene cierta intriga y hasta un clima sombrío cuando lo necesita. También es un diario de viaje, y ahí entran en acción otras dos fuentes, los relatos de Leandro N. Alén y la escritora Victoria Denictsson. Otro punto a favor es su cuota de humor, los personajes tienen algo de disparatados y el ambiente y el hecho los potencia, todos quieren hacerse con el tesoro y ahí las fraternidades se terminan; el que pueda sacar ventaja no lo dudará, pero todo en un tono de comedia leve propio de los films de aventuras que utilizaban estos personajes para relajar. Si "El escarabajo…" no alcanza la perfección es porque en esa rutina y en ese plan humorístico, en determinado momento pierde el eje, se dispersa, se estanca, para luego retomar con todas las fuerzas. Moguillansky y Sandlund lograron un film atípico, entretenidísimo, una de esas gemas que rara vez se encuentran y que no conviene dejar pasar. Aventureros ávidos de buen cine ¡a por él!
Finalmente se estrena en circuito reducido (Museo Malba y los domingos en BAMA Cine, el largometraje ganador de la competencia argentina de BAFICI 16, "El escarabajo de oro” de Alejo Moguillansky y Fia-Stina Sandlund. Ya les había contado que siento una gran empatía con el actor protagónico, un Rafael Spregelburd (“El crítico”, imperdiible), personaje a quien lo locuaz le queda perfecto y es apropiado para caracterizar sin escollos la intención de satirizar el mundo del cine desde un costado ingenioso. Un detrás de escena que en realidad es el desarrollo de la cinta. Comienza con la idea de que están por filmar una película de corte independiente y esto, se entremezclará con una búsqueda del tesoro que depara más de una sorpresa. En sí, la película que intentan rodar los protagonistas tratará de la muerte de la famosa escritora Victoria Benedicts. Famosa por haber inspirado al escritor reconocido mundialmente, Edgar Allan Poe en su tiempo. “El Escarabajo de Oro” es una propuesta en el que abundan diálogos, riquísimos, profusos, inteligentes y con un dejo simpático que luce hasta sofisticado. Su producción, tanto como su puesta en escena es una reflexión en sí misma sobre temas multicausales en los elementos que condicionan las filmaciones de las películas en la Argentina. Simple pero con una dináamica que invita a cualquier espectador a disfrutar de este documental ficcionalizado. Mucho paño para cortar, 100 minutos estimulantes de un rodaje que arranca en lo mas alto, y que si bien le es difícil sostener este ritmo de manera pareja durante todo el film, será sin dudas una experiencia bien vivida por el espectador curioso que quiera degustar este plato tan personal.
Engaños extraordinarios Pocas películas argentinas tienen un comienzo tan magnífico como El escarabajo de Oro, donde probablemente su escena con créditos iniciales sea de las mejores que podamos ver a nivel local (si, mejor que Relatos Salvajes). En esta ocasión la película dirigida conjuntamente por el argentino Alejo Moguillansky ( Castro y El loro y el cisne) y la sueca Fia-Stina Sandlund, se ríe y satiriza justamente el hecho de filmar coproducciones internacionales; y lo hace a través de un género cercano a la road movie, pero también pasando por el cine de época, cine político, y sobre todo: cine dentro del cine. Desde los créditos iniciales podemos asumir que el equipo del Pampero Cine (Llinás, quien aquí además de actuar, aquí funciona como co-guionistas, Citarella, Mendilaharzu, y Moguillansky) no nos va a defraudar. Tal como pasó con la magnánima Historias Extraordinarias (dirigida por Llinás), esta película se mueve dentro de un universo lúdico, mientras se propone la ambición de mixturar el cuento de Edgar Allan Poe, con Robert Louis Stevenson y Victoria Benedictsson hasta llegar a narrar historias sobre el radicalismo, de la voz en off de un ya fallecido Leandro N. Alem. 10006927_1413379072255619_2933511482251249797_n La trama nos presenta al extraordinario Rafael Spregelburd (que se interpreta a sí mismo) quien cuenta a los integrantes de El Pampero que tiene el dato (y un mapa a descifrar) para encontrar un tesoro en Misiones, en un pueblo llamado Leandro N. Alem. Los cineastas, que ya se habían comprometido con sus financistas europeos para realizar un film feminista sobre la trágica existencia y muerte de la escritoria sueca Victoria Benedictsson, deciden aceptar la propuesta de Spregelburd y pretenden engañar a los europeos, para así viajar al norte argentino y usar el rodaje de una película sobre la figura de Alem (figura que no tuvo ningún tipo de relación con Misiones) como fachada para su real objetivo: descubrir el oro oculto. Son bastante inusuales los films argentinos tan creativos y divertidos como este, que si bien pierde un poco de “euforia” mantiene su excelente calidad tanto narrativa, como actoral durante los 100 minutos que dura la película. Recomendadísima para todo el mundo. Por Marianela Santillán Una versión reducida de esta crítica fue publicada en el marco de la cobertura del BAFICI 2014. Leé otra crítica sobre El escarabajo de Oro aquí.
Como amigos jugando, Moguillansky y su equipo (Mariano Llinás, Rafael Spregelburd, Walter Jacob y otros) se divierten y divierten viajando por el Litoral argentino en busca de un tesoro que tal vez sea, en definitiva, la realización de una película. Perspicaz, EL ESCARABAJO DE ORO desliza ironías sobre la Historia argentina, el feminismo, el mundo del cine y los prejuicios sobre lo extranjero, apelando a una regocijante mezcla de comedia de enredos con film de aventuras y adaptando sin solemnidad, además, textos de Poe y Stevenson.
Creada por Mariano Llinás, El Pampero Films no es una productora cinematográfica argentina del montón. Tiene una identidad propia (“Hacer películas y sobrevivir como se pueda”, supo decir Llinás), siempre trabaja por fuera del INCAA y funciona como el caldo de cultivo de otros cineastas. Como Alejo Moguillansky, quien supo llamar la atención con Castro, su ópera prima en solitario (ya había co-dirigido La Prisionera, con Fermín Villanueva). Luego hizo El Loro y el Cisne, y ahora llega su nuevo largometraje, de nuevo en co-dirección. El Escarabajo de Oro se titula igual que el cuento de Edgar Allan Poe, y está basado en ese texto (y en otros más, como indican los créditos del comienzo, como La Isla del Tesoro, de Stevenson… desde el punto de vista de los piratas). Pero, sobre todo, es una historia de cine dentro del cine... dentro de la misma película. Rafael Spregelburd (haciendo de sí mismo) se acerca al rodaje de la próxima película de Alejo: la biografía de una escritora feminista sueca del siglo XIX. Un ambicioso film con capitales alemanes y franceses. Aunque el rodaje debe llevarse a cabo en Buenos Aires, el actor convence a todos de mudar la producción a Leandro N. Além, un pueblito de Misiones, aunque eso implique filmar otra clase de historia, ya que en esa provincia se encuentra un legendario tesoro que podría volverlos ricos. El resultado: el equipo técnico parte para allá, con la excusa de filmar, de manera repentina, una biografía de Além. Todo será un combo de engaños, ambiciones, conspiraciones y, de paso, cine. Moguillansky, junto a la cineasta sueca Fia-Stina Sandlund, fabrica una divertida broma que, aunque funcione para entendidos -por lo general, los consumidores y realizadores de las películas de El Pampero y los asiduos a festivales de cine- no deja de perder su gracia. Como es habitual, Spregelburd se roba sus escenas y deja en claro que puede ser estupendo hasta interpretando una versión satírica de su propia persona. Lo acompañan los mismísimos realizadores, quienes delante de cámara también cumplen una función paródica, empezando por Llinás. La realidad y la fantasía más delirante se combinan en la trama de El Escarabajo de Oro, en la que los personajes serán arrastrados por sus propias miserias y sueños materialistas, siempre en un contexto de hacer cine.
Aventura y espíritu lúdico Como en los primeros largometrajes de Matías Piñeiro, la idea de los juegos y las conspiraciones grupales van desarrollando algunas de las vueltas de tuerca de un relato que abreva tanto en Poe como en Robert Louis Stevenson. Desde su estreno en el último Bafici, El escarabajo de oro ha generado toda clase de repercusiones, ubicadas entre dos extremos en apariencia irreconciliables: las descripciones de fondo y forma que la interpretan como una enjundiosa reflexión metacinematográfica y aquellas otras que sólo ven en el film un chiste interno algo pedante. Quizás el film de Alejo Moguillansky y la sueca Fia-Stina Sandlund no sea ni una cosa ni la otra. O, por qué no, tal vez ambas entidades se superpongan de tal forma que no sea posible separarlas, y esa sea precisamente parte de su gracia y razón de ser. Algo es indiscutible: la falta de gravedad, el tono juguetón que la película nunca abandona, la capacidad de reírse de sí mismos de los responsables se agradecen profundamente y hacen que la experiencia nunca desbarranque en las banquinas de la autoindulgencia. Nacido en el festival danés CPH:DOX –especializado en el cine documental pero abierto a toda clase de cruces e hibridaciones–, el proyecto tenía una condición sine qua non: que el film resultante fuera codirigido por un realizador escandinavo y otro de algún país (atención, eufemismo) “emergente”. Lejos de lo esperado, El escarabajo de oro se toma a la chacota su condición de película financiada por dineros europeos y hace que ese mismo hecho descanse cerca de su núcleo narrativo, no tanto como escupitajo sobre la cara de los mecenas como cavilación en tono de comedia sobre los fondos de coproducción y la idea de un cine tercermundista para el consumo del mundo civilizado. Difícil saber qué hubiera pensado Glauber Rocha, pero lo cierto es que el extraño objeto de Moguillansky y Sandlund vuelve –en otro tono, en otra época, con otras intenciones– sobre muchas de las inquietudes del autor de La estética del hambre. Como en los primeros largometrajes de Matías Piñeiro, la idea de los juegos y las conspiraciones grupales van desarrollando algunas de las vueltas de tuerca del relato. Como en la anterior película de Moguillansky, El loro y el cisne, realidad y ficción se confunden, aunque en este caso sería más acertado decir que se desbaratan o trastrocan. Y también, como en las Historias extraordinarias de Mariano Llinás, que aquí se desempeñó como productor, coguionista y actor secundario, se vuelve al deseo de revisitar las fuentes del relato de aventuras clásico. Si el título de la película es homónimo de un cuento de Edgar A. Poe, El escarabajo de oro también regresa al universo de La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson, aunque, por supuesto, de manera escasamente literal. La secuencia de títulos, que se desglosa a lo largo de casi veinte minutos (en otros idiomas y un poco en broma: Moguillansky figura, además de codirector, como responsable de la “mise-en-scène”), presenta a los personajes involucrados: Victoria Benedictsson, la escritora sueca del siglo XIX en cuya figura estará, en principio, centrado el film dentro del film, y Leandro N. Alem, quien será su eventual reemplazo; un suicida por otro suicida, una feminista por el fundador de la Unión Cívica Radical. Pero también presenta a los realizadores de la película: el argentino, en cámara casi todo el tiempo, y la sueca, en estricto off, haciendo y atendiendo llamados telefónicos desde Nueva York. A ellos se les suman, entre otros, dos actores (Rafael Spregelburd y Walter Jakob), el equipo técnico y artístico, dos jóvenes europeos representantes de los fondos de producción y, finalmente, dos mujeres (Luciana Acuña y Agustina Sario), las únicas en el reparto/grupo, que irán corriéndose de los márgenes al centro a lo largo del metraje. Todos ellos haciendo de sí mismos pero también de otros. Desde un primer momento, surge un dato que hace que el rodaje dentro de la ficción se transforme en una simple fachada, una cortina de humo: la pista, en apariencia certera, acerca de un tesoro enterrado en las cercanías de las Ruinas Jesuíticas de Misiones. Hacia allí partirá entonces la cuadrilla, cada uno de sus miembros con un plan más o menos secreto. Como en el film más famoso de Llinás, hay aquí también historias enmarcadas en forma de flashbacks –Benedictsson y Alem, pero también el bandolero brasileño que roba un arcón lleno de monedas de oro de la corona portuguesa– y un par de relatos en off que, a la manera del coro griego, describen y comentan las acciones de los personajes (Hugo Santiago interpreta la voz de Alem y hay más de una joyita cómica en su relato de los avatares de los héroes, a su vez relectura lúdica del pasado histórico de nuestro país). El escarabajo de oro es frenética por momentos, en otros un poco cansina, siempre algo inesperada, y entre sus pretensiones no parece existir el encumbrarse en lugares que no le corresponden. A pesar de ello, algunas lecturas han visto en sus reflexiones sobre el colonialismo, el machismo y el cine en las periferias de los centros de producción algo lábil y chabacano, más cercano a la charla de café que a la reflexión filosófica. Pero, ¿y si así fuere? ¿No será ésa la idea, a fin de cuentas, de que no sólo de gravedad se vive?
Vamos por todo... Tras una brillante escena de títulos (quizás de los mejores créditos de apertura de la historia del cine argentino), El escarabajo de oro propone un universo lúdico y ambicioso a la vez en el que se conjugan desde Edgar Allan Poe, Robert Louis Stevenson y Victoria Benedictsson hasta Leandro N. Alem, el radicalismo, el feminismo, el colonialismo y las miserias de la coproducciones internacionales que tanto bien (y tanto mal) le han hecho a las películas nacionales. Ensayo meta-cinematográfico (de esos que reflexionan sobre sí mismos llevando la problemática de su producción a la misma esencia de su propuesta), se trata de un film de El Pampero en estado puro, que parece mixturar elementos de Castro y El loro y el cisne (ambas también de Moguillansky) con otros de Historias extraordinarias (Mariano Llinás es uno de los protagonistas y coguionista de El escarabajo de oro). Cine de aventuras, cine de época (y de épica), cine político y -como quedó dicho- cine dentro del cine, El escarabajo de oro va por todo. Con una vara tan alta, la sensación a medida que avanza la trama (o, mejor, las múltiples subtramas) puede resultar un poco frustrante, pero es que el film arranca tan bien, tiene tantas ideas, asume tanto riesgo, que es imposible sostener semejante nivel de excelencia, creatividad y capacidad de sorpresa durante 100 minutos. El film -como ocurría con UPA - Una película argentina- se ríe de las situaciones absurdas que se plantean en este tipo de coproducciones: en la ficción, hay productores europeos a los que los argentinos tratan de engañar, mientras que en la realidad El escarabajo de oro surgió como una iniciativa del festival danés CPH:DOX (y su laboratorio DOX:LAB) que apunta a financiar trabajos conjuntos entre directores escandinavos (la sueca Fia-Stina Sandlund en este caso) y realizadores "tercermundistas". Pero hay más (mucho más): Rafael Spregelburd hace de sí mismo y les cuenta a los integrantes de El Pampero que tiene el dato (y un mapa a descifrar) para encontrar un tesoro en Misiones, más precisamente en un pueblo llamado Leandro N. Alem. Los cineastas, que se habían comprometido con sus financistas europeos a realizar un film de tinte feminista sobre la trágica existencia de la autora sueca Victoria Benedictsson (se suicidó en 1888), pretenden viajar al norte argentino y usar el rodaje de una película sobre la figura de Alem como fachada para buscar el tesoro. La dinámica interna de un equipo de filmación, la relación de amor-odio, de cazador-cazado entre Europa y Argentina, la historia política nacional (con la señorial voz del mítico Hugo Santiago en la narración en off) y, claro, ese espíritu de comedia musical con escenas coreografiadas que sobrevuela todo el cine de Moguillansky son algunos aspectos que van surgiendo en El escarabajo de oro, un film con desniveles -es cierto- pero con unas cuantas escenas brillantes, memorables. Un cine libre, imperfecto, audaz, un poco arrogante y lleno de talento. Atributos que en el tantas veces adocenado cine argentino de hoy se agradecen mucho.
Una aventura cinematográfica El escarabajo de oro (2013), co dirigida por Alejo Moguillansky y Fia-Stina Sandlund, es una ficción, aunque por momentos usa un registro documental, que cuenta como un grupo de cineastas, actores y técnicos simula filmar una película pero en realidad va en busca de un tesoro jesuita perdido. En el medio del viaje que traslada al numeroso equipo hasta Misiones suceden situaciones de las más variadas: reconstrucciones históricas, reflexiones sobre la relación entre los cineastas argentinos y los fondos de fomento europeos, alguna opinión sobre lo femenino y el colonialismo, la decodificación de un mensaje encriptado y, por supuesto, el afán constante por encontrar el tesoro. Filmada en el marco del DOX:LAB (laboratorio del Festival de Copenhague), que condiciona la convivencia en la dirección y el guión de un director del primer mundo con uno del tercero, su registro de producción explica parte de su versatilidad. Entrecruzando múltiples referencias, que incluyen la adaptación de un cuento de Edgar Allan Poe con las biografías de la escritora Victoria Benedictsson y del político argentino Leandro N. Alem, la trama se vuelve por momentos desopilante y absurda. Como en un reflejo de la argentinidad, los personajes intentan, cada vez que pueden, sacar algo de ventaja sobre el prójimo. Así, la película desnuda la viveza criolla con un tono risueño y picaresco que por momentos se vuelve un poco banalizante e irracional. Con un registro informal y muchos guiños a los espectadores “del ambiente”, fans y seguidores de ese particular cine de aventura que en la Argentina inauguró Historias Extraordinarias (2008) de Mariano Llinás (quien actúa de sí mismo en la película y colaboró en la escritura del guión); El escarabajo de oro es pura acción, vértigo, idas y vueltas en el sinuoso camino de encontrar un tesoro perdido que, en realidad, solo es el pretexto para filmar una película.
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La libertad con la que El loro y el cisne diseñaba su puesta en escena juguetona, El escarabajo de oro la utiliza (la ganadora de la Competencia) para producir una historia que alterna entre los relatos de aventura y una especie de película casera de amigos. El dato de un tesoro oculto en la localidad de Leandro N. Alem en Misiones es la excusa para iniciar un viaje disparatado y, de paso, para hablar de la experiencia de hacer cine. El grupo protagónico integrado por Rafael Spregelburd, Mariano Llinás, Walter Jakob y Alejo Moguillansky, enterado de la existencia de dos mapas que juntos habrían de señalar la ubicación exacta del tesoro, debe cambiar el destino y el tema de la película en la que trabajan (una coproducción sueca, alemana y francesa acerca de una escritora feminista del siglo XIX que acaba suicidándose) para llevar el equipo al pueblo de Alem y utilizar el rodaje como pantalla de la búsqueda.Mientras tratan de engañar a los productores y convencerlos de cambiar el personaje de la escritora por el de Alem, el cuarteto conspira también contra Luciana y Agustina, las dos mujeres de la troupe que parecen tener sus propios planes. En el camino, las historias que relatan algunos personajes, lejanas y cargadas de toda la aventura de la que carece la falsa filmación, generan un curioso contraste del que salen enriquecidas las dos partes, como si una realzara la belleza escondida de la otra. Moguillansky se permite filmar tanto la infantilidad de sus protagonistas tanto como sus estrategias ridículas y sus momentos de solemnidad impostada (Spregelburd declamando a la orilla de un río acerca de las diferencias esenciales entre europeos y argentinos), y su película se expande con cada escena hasta los límites insospechados que un comienzo abarrotado de personajes, diálogos y movimiento incesante adentro del plano no parecía anunciar.
Aprovechando la curiosa propuesta del festival de cine danés CPH, que implica unir a un cineasta “tercermundista” con un artista escandinavo, Moguillansky pone en escena las complicaciones y cuestionamientos que estos tipos de trabajos presentan al mostrar a un equipo de filmación (integrado por los verdaderos socios de la productora El Pampero Cine) lidiando con las dificultades de hacer una coproducción de estas características. Y lo hace en tono de comedia, incorporando a Rafael Spregelburd en el rol de un actor que tiene un dato acerca de donde está escondido un tesoro, con el que logra engañar a los productores europeos y convencerlos de rodar un filme sobre Leandro N. Alem en Misiones (!) cuando su objetivo real de encontrar ese misterioso objeto. La “excusa” narrativa le sirve a Moguillansky para volver a explorar varios temas que lo fascinan: el rol del artista en el mercado, su relación con el dinero, la vida privada de los cineastas (su vida privada, de hecho, tema que también explora en POR EL DINERO, una excelente propuesta teatral suya) las vivencias de un equipo de filmación y cuestiones acerca de la historia argentina contadas en forma de aventura que lo liga con un antecedente claro y directo: HISTORIAS EXTRAORDINARIAS (Mariano Llinás actúa aquí también). Y el director de CASTRO vuelve a trabajar en ese estilo lúdico y libre de su última película, EL LORO Y EL CISNE, mezclando momentos de muy disparatada comedia con otras reflexiones más severas sobre la “integridad” (en los textos de Alem leídos por Hugo Santiago y el propio Spregelburd) en una trama que se va desplegando hacia lugares sorpresivos. el-escarabajo-de-oroAunque no siempre es igualmente consistente (la “consistencia”, por suerte, no es un tema en el cine de AM, su búsqueda es siempre “hacia adelante”), el ímpetu narrativo de la película, su lógica de comedia física y sus precisas observaciones sobre el universo de las coproducciones (y los problemas éticos y económicos que les presentan a los cineastas locales) la hacen una experiencia más que estimulante. No las vi todas, pero tal vez la mejor película hecha dentro del “paraguas escandinavo” del CPH y una de las más divertidas de este gran año de cine nacional. (Crítica publicada, con algunas modificaciones, originalmente durante BAFICI 2014)
Una de piratas “Construir máquinas de ficción que se emancipen de su origen, que se echan a andar de manera incontrolable” Mariano Llinás Una adaptación de El escarabajo de oro de Edgar Allan Poe. Hecha en Argentina en el año 2014. Si la película fuera solo eso, sería ya una rareza en el cine argentino. Pero no es solo eso, también es una relectura de La isla del tesoro de Robert Louis Stevenson, desde el punto de vista de los piratas. Y bastan los primeros minutos –los títulos- para saber que no son esas las dos únicas fuentes del relato. También hay textos de Leandro N. Alem y Victoria Benedictsson, cosa inexplicable en teoría, pero que tienen absoluta justificación en la trama. La película juega, como en otros films de El Pampero Cine dirigidos por Mariano Llinás (acá guionista), con la voz en off. No una, sino varias, en diferentes idiomas, tiempos y estilos. Contar historias, de eso se trata, contar y no parar de contar historias. A los nombres ya citados, y con el único fin de armarle un árbol genealógico, hay que sumarle la comedia alocada de Ernst Lubitsch, Jean Renoir y Luis García Berlanga, hayan sido influencias directas o no de esta película. También el espíritu de la literatura de Jorge Luis Borges se reconoce en la forma de jugar con la historias, en la frondosa cantidad de referencias y en la forma en que lo real y lo apócrifo se mezclan sin poder identificar cual es cual. La historia es la de un equipo de rodaje que trabaja en una coproducción con una directora danesa acerca de la vida de una escritora sueca pionera del feminismo. Al mejor estilo Hawks, la película arranca ya con el conflicto avanzado. Un actor amigo de los realizadores llega con la noticia de un tesoro escondido en Misiones. En pocos minutos empiezan a alterar todo el plan de rodaje para conseguir hacerse de ese tesoro. Como la película está basada la más famosa de las novelas de piratas, no es raro que el tono irreverente y algo melancólico del libro se extienda al relato. Las historias de piratas son cómicas, son farsas, y El escarabajo de oro es en ese aspecto una verdadera historia de piratas. También estamos frente a un caso de cine dentro del cine. La forma en que el plan de rodaje cambia y se encamina en nuevas direcciones, respira el mismo aire de libertad que la propia realización de la película tiene. Imposible no disfrutar de tanto cine. Una banda de sonido también fuera de serie, responsabilidad de Gabriel Chwojnik, aumenta la euforia desde el comienzo de la película, colocando al espectador en ese clima que es muy difícil encontrar en el cine contemporáneo, destinado en muchos casos al espectáculo vacío o al minimalismo también vacío de interés o encanto alguno. Como Relatos salvajes, el film más taquillero del cine argentino actual, El escarabajo de oro se arriesga, apuesta, cuenta algo, desea sorprender al espectador. No es tan común en el cine independiente –realmente independiente es El escarabajo de oro, tanto que ni pasó por el INCAA- que alguien ponga tanto énfasis en el relato, en el entretenimiento, en un espíritu folletinesco y rocambolesco que parece destinado solo al mejor cine popular, como lo fue antes para la literatura popular del siglo XIX. No hay que reclamarle nada a las demás películas, cada uno hace el cine que quiere. El que más me gusta a mí es el que hacen en la película acá analizada. Sin embargo no se puede decir que existan muchas películas como estas. Es más bien el espíritu, la diversión y los referentes culturales que han tomado lo que hace que a mí me gusta. Pero no sabía que se podía hacer una película como esta, sin duda hay una enorme modernidad en la forma que eligen para contar esta historia tan de otra época. No hay que contar toda la trama, le deseo al espectador que se sorprenda como yo me sorprendí. Lo quiera o no, esto va a ocurrir de todas maneras. Nunca se sabe que ocurrirá en la próxima escena. Es más que no saber lo que ocurrirá. El espectador no puede saber en qué lugar transcurrirá la siguiente escena, ni tampoco en que siglo va a transcurrir en incluso no hay manera de adivinar en qué idioma estará hablada la siguiente escena. Una maravilla, una caja de llena de sorpresas que no paran de asomar en cada momento. De todo hay en la película, por decirlo de manera simple. Hasta hay algún homenaje a Mouchette de Robert Bresson suelto por algún lugar de la película. ¿Cuántas cosas habrá en El escarabajo de oro que el espectador no descubrirá? Imposible saber, pero justamente ahí radica su encanto. Esa sensación de exceso, de inagotable fuente de ideas que aparecen en el film, es uno de los motivos por los cuales El escarabajo de oro transmite una enorme alegría. No existe una única forma de hacer cine, esto es más que obvio, pero al ver esta película uno siente que en el cine debería habitar siempre esta convicción para contar historias. Fuera del circuito comercial convencional, pero con aires de cine de culto, El escarabajo de oro no es una gran noticia para el cine argentino, es una gran noticia para el cine en general. No solo el arte de narrar está vivo, también lo está la comedia, la aventura del siglo XIX y el deseo de mantener en vilo al espectador de una punta a otra de una historia.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Manga de boludos Es intrincado y quizá innecesario resumir aquí la trama de esta película. Pero podemos decir en resumen que se trata de cine-dentro-del-cine, o si se quiere, algo que va más allá, todo un ensayo meta-cinematográfico, desplegado por un grupo de creadores que hacen de sí mismos y plantean apuntes sobre la producción nacional argentina y las ayudas económicas foráneas, y ciertas formas de pensar la dependencia económica con el primer mundo, aplicada a lo cinematográfico. Todo esto, aunque resulte extrañísimo, basándose libremente en el cuento de Edgar Allan Poe "El escarabajo de oro" y, como dice en los créditos inicales, en "La isla del tesoro desde el punto de vista de los piratas", aunque los puntos en común entre esas obras y ésta sean más bien escasos. El equipo protagónico viene conformado por el director Alejo Moguillansky, Mariano Llinás, que aquí también se desempeñó como productor y coguionista, y los actores Rafael Spregelburd y Walter Jakob, y junto a este grupo y otros personajes se plantea un viaje (al estilo Historias extraordinarias) que también es un rodaje y una búsqueda de un tesoro. En los márgenes, los fantasmas de la escritora sueca feminista Victoria Benedictsson y de Leandro N. Alem, padre fundador de la Unión Cívica Radical, insinúan otras reflexiones sobre lo que ocurre en la trama. Entre tanta referencia, lectura posible y metanarración, también hay lugar para algunos guiños cinéfilos (un suicidio filmado homenajea al final de Mouchette, la obra maestra de Robert Bresson). Lo curioso es que una película tenga tanto contenido y que, sin embargo, sea tan profundamente fallida. Uno de los grandes problemas es que el ritmo se estanca: abundan las voces en off que se explayan demasiado sin decir mucho (es decir, que carecen de poder de síntesis) y se asienta cierta tendencia a poner el foco en los tiempos muertos del planteo, planteando diálogos circulares e inconducentes, que pueden recordar al Kiarostami más irritante. A lo Fargo, la trama se centra en una buena cantidad de personas que se cree inteligentísima y urde una artimaña para engañar a todo el mundo, para finalmente acabar haciendo un ridículo enorme. Como se ha señalado, si hay algo que no puede achacársele a los creadores es caer en el autobombo; los protagonistas –ellos mismos– están presentados como personas sumamente limitadas, algo resentidas, con argumentos pobres, que se concentran en actividades estériles (es paradigmática la escena junto al mar en la que Jakob intenta pegarle a una roca con piedras), ríendose de ocurrencias pelotudas y buscando joder a los demás sin darse cuenta de que ellos son los que están siendo utilizados. Pero lo que molesta a este cronista es que exista una jactancia de todo esto, una búsqueda de la complicidad y de la risa, precisamente a partir de esas limitaciones. Algo así como un Jackass en versión rioplantese-depresiva: si en Jackass hay un grupo de personas celebrando su propia imbecilidad y su capacidad para darse la cabeza contra un muro, aquí tenemos prácticamente lo mismo, un guiño al espectador a partir de la boludez radical de los personajes (y su capacidad de darse la cabeza contra un muro figurado). Lo cuestionable es que la empatía no se busque a través de la inteligencia de los personajes –o esos pequeños matices que a veces permiten inferirla– sino a través de sus limitaciones. Siendo los creadores representándose a sí mismos, y conociéndose sus capacidades, esta subestimación con la que se tratan parecería, además, un tanto deshonesta.
El escarabajo de oro fue codirigida por Alejo Moguillansky y la danesa Fia-Stina Sandlund, como parte de una serie de coproducciones entre cineastas europeos y de países “emergentes” producida por el festival danés CPH:DOX. La película tematiza sus condiciones de producción al poner en escena el conflicto entre la directora y sus productores extranjeros (quienes pretenden un retrato de una escritora proto-feminista del siglo XIX) frente al director y equipo argentino (quienes quieren usar la filmación como pretexto para encontrar un tesoro escondido). Este autorretrato irónico bosquejado sobre una film falso es la doble excusa para una comedia ligera sobre el fraude artístico que presupone este sistema de producción (y la viveza criolla del “ladrón que roba a ladrón”), con la particularidad de que el equipo argentino se interpreta si mismo: Moguillansky y Llinás juegan a una caricatura algo desangelada de sí mismos, mientras que Rafael Spregelburd es el “personaje” que lleva la voz cantante y explicita la moraleja (en un monólogo que resume los postulados de la película): a un sistema de fondos que pretende una mirada prototípica de lo latinoamericano se le responde con la gratuidad del arte. Lo “político” es así anatematizado y echado por la borda como si se tratara de un imperativo exterior más (como el exotismo y el pobrismo): la película expresa así la confusión de buena parte del NCA, que considera el cine moderno como mera forma(lidad) que los rescataría de los males de la Historia. El guión –coescrito por Llinás– se atiene menos a las aventuras de Stevenson y Poe invocadas en los títulos que a desplegar un nuevo subtexto sobre la tradición argentina (esta vez centrado en el radical Leandro Alem, hijo de un mazorquero de Rosas y tío de Yrigoyen), tratando de rescatar un mundo popular tan pos-rosista como pre-peronista (esa abjuración del “populismo” es el eje de las referencias históricas comunes en Llinás, Mitre, o Piñeiro). Una vez más, se trata de superponer esos guiños antipopulistas con el rescate de otra tradición: la del nuevo cine argentino de los ‘60 (que estos cineastas identifican casi exclusivamente con un film como Invasión, al que leen como mero plan de evasión). Así, la dirección de Moguillansky invoca otra vez el movimiento falso de sus películas anteriores, ahora tematizado como búsqueda de un tesoro que no es más que otra metáfora del placer del arte por el arte (ese viejo refugio del dandy hastiado de la realidad, más que del realismo). Pero el resultado no tiene la libertad que pretende sostener como fin: la película descansa (incluso cuando los planos no están cuidadosamente coreografiados) en el despliegue de un ingenio verbal que funciona maquinalmente en los diálogos y la voz en off, redundando en una moral(eja) autosatisfecha con su lugar en el mundo (del cine). El escarabajo de oro termina por ser un desprendimiento tardío de Historias extraordinarias, y una suerte de deslucida copia del original en cuanto a su festiva insistencia en una huida hacia adelante (donde el vértigo de la historia permite olvidar la Historia, esa pesadilla de la que quiere vanamente despertar), terminando en un viaje a ninguna parte que demuestra una vez más el agotamiento de esa encerrona en que se metió buena parte del NCA, empezando por su autoconciente ala modernista (en un derrotero que repite la ceguera política de la primera generación del ‘60). Ni siquiera se trata de que no miren a su tiempo de frente: con que las referencias fueran más allá del siglo XIX (o más allá de 1916, con la descendencia de Don Leandro Alem en el poder) ya sería un adelanto. De lo contrario, las citas cultas se convierten en mero juego de salón, y la aventura en fiesta privada para el grupo de pertenencia.
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