Contra el capitalismo del cabello Definitivamente debe haber una necesidad insatisfecha de productos infantiles en las distintas subregiones del mercado global porque no dejan de llegar películas provenientes de diversas cinematografías nacionales que se apropian de las fórmulas de Hollywood para reemplazar lo que la usina norteamericana produce cada vez menos: mientras que por un lado tenemos la decisión de las últimas décadas de los estudios estadounidenses orientada a reducir el volumen de films animados para niños para ponderar unos tanques adolescentes cada vez más grandes y menos numerosos, en especial con el objetivo de ganarle terreno a la piratería y los servicios de streaming, por el otro lado está el cúmulo de propuestas “alternativas” -léase, del resto del planeta- que sustituyen a la magra oferta con productos propios que se inspiran en los esquemas de DreamWorks, Pixar y/ o aquel Disney clásico. En mercados minúsculos y pauperizados como el argentino, incapaces de siquiera producir convites con un estándar de calidad que salga a competirle a Hollywood en su campo (salvo por alguna que otra excepción anual por parte de lo que vendría a ser el “mainstream criollo”), nos tenemos que conformar con importar los ejemplos de esa misma industria sustitutiva de otros países: de hecho, El Hijo de Piegrande (The Son of Bigfoot, 2017) es una coproducción bastante digna entre Francia y Bélgica -hablada en inglés en su versión original- que combina diferentes elementos de las obras de los gigantes del país del norte. Hasta se podría decir que el opus en cuestión supera a su fuente de inspiración porque en vez de volcar gran parte de su energía narrativa a las secuencias de acción, opta en cambio por privilegiar un desarrollo de personajes que se siente espontáneo y de lo más relajado. Con semejante título no hace falta explicar quién es el protagonista, sólo diremos que se llama Adam y que es un jovencito que un día se entera que su padre no está muerto, en lo que fue una mentirilla de su mamá Shelly para protegerlo de HairCo, una corporación dedicada a los peluquines y el crecimiento capilar que anda detrás del papá del chico, un otrora científico que investigaba su inusual transformación física y hoy un refugiado peludo en el bosque. A la par del viaje de Adam para reencontrarse con su progenitor y descubrir que tiene algunas habilidades interesantes por ser su descendiente (como la ecolocalización, el correr muy rápido, la destreza de hablar con los animales, etc.), el dueño de HairCo, Wallace Eastman, ejerce su rol de malvado del relato secuestrando a la madre de Adam para ubicar a su esposo, el simpático Piegrande, y convertirlo en una “rata de laboratorio”. Precisamente, como decíamos con anterioridad, el rasgo distintivo de la película es su enorme corazón y su apego para con los personajes y sus inquietudes, por un lado sacando provecho de los arquetipos retóricos ancestrales de las historias infantiles y por el otro evitando la banalización canchera de la mayoría del cine mainstream de género de nuestros días. Los realizadores Jeremy Degruson y Ben Stassen, quienes venían de la también eficaz Trueno y la Casa Mágica (The House of Magic, 2013), construyen una fábula lúcida acerca de -y contra- esta suerte de “capitalismo del cabello” con personajes queribles que no menosprecian al espectador y una animación sumamente potable, apenas por debajo de la producida por Hollywood a partir de presupuestos mucho más abultados que el presente. La sencillez narrativa y la reconstitución identitaria de fondo se acoplan a la perfección con los dardos contra la voracidad de los oligarcas del empresariado, una casta explotadora y rapaz a la que le importa un comino los seres humanos, sus vínculos familiares y sus intereses…
Una muy buena y entretenidísima película para disfrutar la familia en pleno. El argumento es sólido y está muy bien desarrollado como para lograr entretener a todos los espectadores, tengan la edad que tengan, desde el...
Cuestión de pelo La última vez que el cine visitó el mito de Piegrande fue a finales de los ochenta con la comedia Piegrande y los Henderson (Harry and the Henderson, 1987), protagonizada por John Lithgow, película que además se alzó con el Oscar de peinado y maquillaje. La parodia fue la clave para comprender la llegada de esa especie de Yeti al seno de una familia tradicional y el choque entre culturas y costumbres, algo que también fue trasladado a la adaptación televisiva del producto. En El hijo de Piegrande (Bigfoot Junior/The Son of Bigfoot, 2017) coproducción Franco/Belga, dirigida por Ben Stassen y Jeremy Degruson, el acercamiento es otro: es una oportunidad para aggiornar temas urgentes como el bullying y otros tópicos relacionados a la familia y el amor filial para entretener a los más pequeños. Adam es un niño cuya rutina en la escuela se ve afectada por el maltrato y acoso constante que recibe del bravucón de turno y su grupo de influenciados secuaces. A pesar de mostrarse comprensivo e intentar dialogar con ellos, las maldades no se detienen: van de esconderle materiales de estudio, utilizar su mochila como pelota de básquet, o pegarle chicles en el cabello. Al regresar a su casa, y para despegar la goma de mascar adherida, decide cortar su cabellera por completo. Cuando despierta al día siguiente, su cabello se ve más largo aún que el día anterior, sin comprender lo que pasa, utiliza un viejo gorro perteneciente a su padre, quien desapareció tras ser perseguido en una expedición en la selva cuando era pequeño. Por otro lado, el villano dueño de una empresa llamada HairCo, especializada en desarrollos científicos para curar la calvicie, detecta en Adam la posibilidad de avanzar en su negocio, como así también, en descubrir el vínculo que éste tiene con la leyenda de Piegrande (y no sólo por los pies). Dinámica y entretenida, el guion hace hincapié en la personalidad despierta e indagadora del protagonista, a la vez que lo enfrenta con obstáculos y villanos en dos planos (infantil y adulto) a medida que descubre su verdadera identidad e historia. El ingenio puesto en el plot, imaginado por Bob Barlen y Cal Brunker (Locos por las nueces 2), permite que la tensión entre la búsqueda de Adam y los cambios en su anatomía, puedan construir un relato sólido en todos los planos. La lograda animación, como así también la utilización del CGI para producir escenarios casi reales, otorgan otro punto a favor para El hijo de Piegrande, película que además ofrece, con un mensaje positivo, una mirada diferente a la problemática del bullying, la identidad, las diferencias y, principalmente, la vida en familia.
Papá está siendo cazado El hijo de Piegrande (The Son of Bigfoot, 2017) es una película animada belga-francesa dirigida por Ben Stassen y Jeremy Degruson. Está escrita por Bob Barlen y Cal Brunker. Cuenta con las voces originales de Pappy Faulkner, Christopher L. Parson, Joe Ochman y Sandy Fox. El joven Adam desde siempre se sintió diferente y esto se acentuó aún más cuando un día ve que su pelo crece a una rapidez mayor de la normal como también sus pies, a los cuales ya no puede mantener dentro de sus zapatillas. Él fue criado por su madre, que le dijo que su padre había muerto. Pero cuando Adam descubre unas cartas que verifican que su mamá se sigue hablando con su papá, él se enoja y emprende un viaje para encontrarlo. Adam descubrirá que su padre es el mismísimo Piegrande, un hombre peludo que tuvo que refugiarse en la naturaleza para sobrevivir. Esto se debe a que la corporación HairCo lo busca desesperadamente para realizar experimentos en él, ya que su ADN es diferente. Padre e hijo, junto a algunos animales amigos, deberán arreglárselas para escapar de los empresarios de HairCo, que sólo buscan hacer el mal. La película pareciera dividida en tres partes que se diferencian entre sí: Adam siendo burlado en la escuela, Adam conociendo a su padre y por último el rescate de Piegrande atrapado en HairCo. Los dos primeros tramos están muy bien logrados ya que la construcción del niño protagonista hace que nos interesemos en la historia. La animación es atractiva, tanto de los humanos como de los paisajes naturales. Sin embargo es en su tercer acto cuando la película pierde el toque original que venía manejando tan bien: el propósito de los villanos resulta cliché y algo que ya vimos en otras películas. El bullying está muy presente en el film, tanto como la aceptación de que cada uno es diferente y no hay que avergonzarse por ello. También se deja un mensaje sobre el cuidado de la naturaleza, demostrado a través de un oso, ardilla y mapaches que ven cómo su hábitat se está destruyendo. Otro aspecto bien llevado a cabo es el familiar: la reconexión del chico y su padre es linda de ver, con las cosas que tienen en común y sus formas de interactuar a través de juegos. La música acompaña alegremente lo que sucede en pantalla, aunque a veces la misma tonalidad puede llegar a ser repetitiva. Cuando los científicos entran de lleno en escena es cuando a los mayores se les va a tornar más pesada esta producción. Desde el comienzo presentimos cuál va a ser su desenlace por lo que el alargue del final se siente innecesario. El hijo de Piegrande es una película super simple para ver con los más pequeños de la familia. Causa alguna que otra risa y, aunque no quede en el recuerdo, hace pasar un buen rato.
El hijo de Piegrande. Co-dirigida por Ben Stassen y Jeremy Degruson, la película está muy en línea con la presentación previa de nWave, Las locuras de Robinson Crusoe, que trató de ofrecer una nueva visión del clásico cuento. Ahora la reversión es sobre Piegrande (o Sasquatch), esa mitólogica criatura con apariencia de primate que se dice habita en la región del noroeste del Pacífico en América del Norte. El hijo de Piegrande, como su título bien lo anticipa, se centrará en contar la historia del hijo de esta peluda criatura. Adam es un pre-adolescente que soporta a diario bullying en la escuela. Un día emprende una misión épica y audaz para descubrir el misterio que esconde la desaparición de su padre, solo para terminar descubriendo que es el descendiente del legendario Piegrande. El joven rápidamente se da cuenta que en sus genes corre ADN Neanderthal, y que tiene unos superpoderes que jamás hubiese imaginado, tales como crecimiento de cabello y pies, super audición, y el toque de cura (si, es en serio). Al conflicto de enterarse que tu padre es Piegrande y que vos podrías convertirte en uno, hay que sumarle al villano: Wallace Eastman, un señor rubio vestido como Don Johnson que dirige la nefasta empresa Pelucas Copete (que odioso este doblaje, en realidad se llama HairCo). Eastman quiere conseguir a toda costa el ADN de Piegrande para crear una cura real para la calvicie que lo convertirá en millonario (más aún). El hijo de Piegrande resulta medianamente entretenida, aunque en varios momentos se siente forzada la evolución de la trama y sus personajes. Además de los ya presentados, cuando lleguemos al bosque con Piegrande nos vamos a encontrar con animalitos: un oso, dos mapaches, una ardilla y un pájaro carpintero, que otorgarán la cuota cómica de la historia. Y por si se lo estaban preguntando, en esta película los animales hablan pero no con cualquiera: con quienes tienen el poder de la super audición. el hijo de piegrandeA lo largo de sus correctos 90 minutos de duración encontraremos algunos pocos guiños para los adultos, uno a la serie Better Call Saul, otro al mundo de Disney, y otro a una subtrama relacionada al pelo, el poder y Donald Trump. También encontraremos ciertos refuerzos a habituales estereotipos, como que los orientales son amantes de sacar fotos y los habitantes de la India se dedican al soporte técnico telefónico. Dejando a un lado eso, El hijo de Piegrande nos regala algunas escenas graciosas, destacándose por sobre las demás la escena de los cazadores en el bosque. En el rubro técnico, la animación es correcta, con maravillosas texturas como el efecto pelo mojado. El trabajo de voces en la versión doblada es realmente horrible, se aleja del español neutro y utiliza palabras como lunch y cool con frecuencia. Conclusión: Del estilo de La familia Monster, tanto en sus aciertos como en sus errores, El hijo de Piegrande resulta inofensiva, demasiado cursi en ciertos momentos. Una excursión medianamente entretenida y muuuy familiar que funcionará mejor con los niños más pequeños que aún no están listos para películas más sofisticadas del estilo Pixar o DreamWorks.
El hijo de piegrande: cálida mirada a una leyenda urbana Un extenso recorrido por el cine y por la TV mostró a Piegrande, una peluda criatura escapada de su hábitat. Ahora ese personaje regresa de la mano de Adam, un niño de 13 años que comienza a sentirse extraño, ya que le crece rápido el pelo, al igual que los pies. De pronto descubre que su madre le ocultó un secreto: él es hijo de ese Piegrande desaparecido hace mucho y decide escapar al bosque en busca de su legendario progenitor. Lo halla y ambos son felices, aunque deberán enfrentar a un malvado científico que desea crear una fórmula para hacer crecer el pelo. Los dos, acompañados por simpáticos amigos del bosque, lucharán contra ese inventor y así este cálido dibujo animado logra todos los atributos para divertir al público infantil.
Una de animación para chicos de siete en adelante. Los mas pequeños requerirán explicaciones en el medio del film., Es una vuelta de tuerca sobre la leyenda de pie grande, esta vez desde el punto de vista de un adolescente. El protagonista descubre que a sus 13 años su pelo y sus pies crecen más de lo normal, que lo cargan con eso, pero también que su madre le oculto que su padre esta vivo. Por eso decide buscarlo. Cuando lo encuentra, se entera que vive escondido para evitar ser apresado por una corporación poderosa que ambiciona hacer experimentos con su adn. El papá le descubre el mundo de la naturaleza y su hijo advierte que tiene poderes especiales. Los animales son sus compiches y los ayudaran a sortear peligros. Con dirección de Jeremy Dreguson y Ben Stassen, tiene aventura y entretenimiento para la familia.
Este film de animación pretende entretener a toda la familia, intentando cautivar la atención de chicos y adultos, con una trama que contiene buen humor y acción teniendo como protagonista a Adam, un niño introvertido que sufre bullying, siendo acosado por ciertos compañeros quienes se burlan y lo golpean. Una madre que lo protege pero le oculta varias cosas y un padre ausente para proteger a la familia. Bajo una narración que le pone buena acción, música, lindos personajes, la hace simpática y resalta los valores familiares, ecológicos y éticos.
LA MOLESTA MODERNIDAD Si algo podíamos destacar de las películas animadas del belga Ben Stassen (Las aventuras de Sammy y su secuela, Las locuras de Robinson Crusoe) era que se trataba de films de corte clásico que parecían desconocer las reglas de consumo del público infantil contemporáneo, y en contrapartida ofrecían una serie de relatos simples y efectivos con espíritu de fábula a riego de perder buena parte del público adulto. Podían contener una bajada de línea ecológica o sobre el capitalismo, pero nunca perdían de vista que el horizonte era un público integrado por chicos y el discurso se articulaba en consecuencia. Eran películas algo demodé, que tenían un encanto liberador: que el cine infantil deje de ser un producto de consumo veloz para vender muñequitos y regresar a las fuentes del cuento y la tradición de determinado tipo de relato. Por eso es que El hijo de Piegrande, sin ser un desastre, resulta una ligera desilusión: Stassen sucumbe ante determinadas reglas y construye una película que imprime desde su ritmo frenético un aire de modernidad algo molesto. Codirigida por Jeremy Degruson (con quien Stassen hizo la estimulante Trueno y la casa mágica), El hijo de Piegrande apuesta por el diseño de un tipo de cine animado industrial mainstream. En cierta medida busca ser una suerte de sub-Dreamworks, pero carece del timing y la capacidad técnica como para hacerlo eficientemente. En el film un chico que cree que su padre ha muerto, descubre que en verdad todavía se cartea con su madre y que vive en un bosque. Herido por la traición sale a buscarlo, mientras su cuerpo y su cabello evidencian algunos comportamientos extraños. El misterio obviamente se resuelve en breve, aunque el título lo anticipa: el pibe no es más que el hijo de Piegrande y la película abordará esto con una serie de chistes, algo de aventura y una reflexión lineal sobre las diferencias y la discriminación, especialmente en un protagonista víctima del bullying. Hay también un villano pintoresco, un tipo de negocios que busca la fórmula de un fenómeno capilar que lo haga rico vendiéndole la receta a los calvos. Hay en ese vértigo que la historia exige, algo que resulta incómodo. Y eso se nota en la primera media hora donde la película tiene que contar varias cosas y plantear un mundo, y lo hace torpemente, con resoluciones abruptas y poco fluidas. Pero cuando el protagonista conoce a su padre y de alguna manera las cosas se acomodan, El hijo de Piegrande avanza un poco más segura. Sin embargo el chiste constante y en los lugares menos indicados -la mayor tara de la animación contemporánea- hacen que la película se confunda ante la necesidad de conseguir un público más amplio. Claro que el film tiene buenas intenciones y hasta algunos personajes de reparto que funcionan, como un oso con desmedido placer por el melodrama. Pero el problema, insistimos, es que repite ciertas fórmulas nocivas del cine industrial y pierde la personalidad que tenían las películas anteriores del director y que la distinguían. Y que, claro, las hacía aceptables aún cuando ninguna era una obra maestra.
Desde el estreno de “Las aventuras de Sammy: en busca del pasaje secreto” (Ben Stassen y Mimi Maynard,, 2010) han sido varios los títulos y las apuestas de las distribuidoras locales por importar el cine de animación proveniente de Europa, y más precisamente algunas de Bélgica, Francia y Alemania, que en relación costo-beneficio terminan siendo un buen negocio para todos, aunque sería sano intentar una identidad propia en lugar de querer ser Pixar o Dreamworks. Todas dejan plata, puede ser, pero el hecho artístico es otra cosa. Si un guionista decide tomar un personaje popular, ya sea de la literatura clásica o de leyenda no escrita, sería interesante que lo haga para poder contar algo nuevo, es decir, tomar los elementos centrales del personaje instalado en la cultura popular y ver la forma de hablar de las inquietudes artísticas a través del mismo. Si el “aggiornamiento” sólo ocurre en la máscara, en el aspecto exterior de la historia, se corre el peligro de caer en un producto vacío. Por ejemplo sacar a Tarzán del siglo XIX y llevarlo a nuestros días en la producción alemana “Tarzán: La evolución de la leyenda” (Reinhard Klooss, 2014), sólo sirvió para meter armas, helicópteros y más acción. No hubo otra lectura adicional más que la codicia corporativa mostrada con brocha gorda. “El hijo de Piegrande” adolece de todo lo anteriormente expuesto, pero con un agravante argumental que llama la atención por su enorme endeblez. La idea de rescatar del olvido al Yeti no es mostrar el miedo a lo distinto o la búsqueda del eslabón perdido o la crueldad humana. Ni hablar de la discriminación ni nada de eso. Tampoco es una aventura sobre su descubrimiento para aprender a vencer los miedos, o una comedia sobre las diferencias de tamaños. No. La razón de ser de esta producción espetada desde el supuesto villano es que los hombres recuperen el cabello perdido (así, sin anestesia). La persecución a un científico que termina arrojándose al vacío de una catarata abre los primeros tres minutos. Suponemos que si un personaje toma la terrible decisión de terminar con su vida, antes de caer en manos de sus perseguidores, debe ser porque algo que hizo o sabe es más importante que su existencia. Luego de la introducción conocemos a Adam (Pappy Faulkner, doblada por Carla Cerda), un chico preadolescente algo tímido, a quién se lo ve feliz en su ámbito hogareño, pero en el colegio sufre bullying por parte de tres pibe.. Ah, de vez en cuando se le agrandan los pies y el pelo le crece muy rápido. En otro lugar, el multimillonario dueño de una corporación está obsesionado con un proyecto genético, y para ello tiene un edificio que haría temblar a Los Vengadores de la Marvel custodiado por un ejército de agentes con mucho músculo y pocas luces. A partir de allí sólo hace falta atar un par de cabos usando el sentido común. El nene es hijo del sascuatch con lo cual partirá en busca de su padre, quién, además de la de esconderse en el bosque durante años y lograr tener una dirección postal, tiene la habilidad de hablar con los animales. Lo dicho antes, “El hijo de Piegrande” justifica toda la acción dramática del villano en el problema de la caída del cabello, y podríamos decir que eso es todo lo que se les ocurrió a Bob Barlen y Cal Brunker para sostener la credibilidad del enemigo que pretende el ADN de Piegrande para lograr su plan. Está bien en ese sentido porque, hay que admitirlo, pelo no le falta. Los autores no encuentran la vuelta para aprovechar la temática de los vínculos familiares, como por ejemplo lo que sucedía en “PieGrande y los Hendersons” (William Dear, 1987), en la cual hasta se tocaba el tema de la adopción. En este estreno todo queda en lo anecdótico y en los pocos golpes de efecto con un par de gags que apenas logran una sonrisa pasajera. La calidad de la animación y los gestos es notable, al igual que el diseño sonoro y el montaje, pero estos rubros no logran sobreponerse a un libreto flojo y una dirección de Jeremy Degruson y Ben Stassen que cumple hasta ahí. Raro porque éste último ya es un hombre con vasta experiencia en este género. Una más del montón esperando el comienzo de temporada.