Casualidad o no, en la semana que se instaló el frío en serio en Buenos Aires llega a la cartelera local un título más que alegórico: El invierno llega después del otoño, debut en conjunto de Nicolás Zukerfeld y Melana Solarz, ambos formados en la Universidad del Cine. La película pasó por la edición de 2016 del Bafici (integró la Competencia Argentina) y, como buen exponente de la FUC, no resulta llamativo el aura intelectual que la impregna.
Una interesante película del dúo de directores Malena Solarz y Nicolás Zukerfield que se divide en dos, toma riesgos, denota búsquedas, tiene una influencia del cine de la nouvelle vague, y nos adentra con inteligencia en el mundo de un hombre y una mujer que fueron pareja. La película comienza con los protagonistas saliendo de tomar un café. Se han separado hace poco, aparentemente en buenos términos. El film en ese otoño luego sigue al hombre. Corrector literario, un poco desorientado, aparentemente escritor que se maneja entre presentaciones de libros, entrevistas, librerías de viejo, enredos sentimentales que no le interesan demasiado, drogas, fiestas. No se adivina en su vida un objetivo determinado, se deja vivir, no se compromete emocionalmente. Pero cuando llega el invierno la película también cambia de estilo para seguir a la protagonista femenina rindiendo examen, esperando un resultado, con trabajos periodísticos, está por cumplir años y también como su ex camina la ciudad, visita amigos, pero aparece más misteriosa, oculta sus sentimientos, detrás de sus ojos esta el ansia. Cuando el film se interrumpe el espectador puede seguir imaginando esas vidas separadas y solitarias.
Cuando el pasado no termina de cerrar. La película acompaña las vidas cotidianas de dos personas que cortaron su relación de pareja. A cada una de ellas le corresponde una de las estaciones mencionadas en el título. Historias atravesadas por la idea de lo incompleto y lo interrupto. Mariana y Pablo fueron alguna vez una pareja. No es que sea evidente desde el comienzo de la conversación que sostienen al salir de un barcito palermitano, mientras él la acompaña a ella hasta la parada del 39. Pero algunas de las cosas que dicen y ciertos gestos, sobre todo los de Pablo, lo dejan claro muy pronto. Alcanza con un ademán de su mano que se pierde en el aire antes de llegar a su destino, el hombro de Mariana, para darse cuenta de que en el vínculo entre ellos hay algo que ha quedado interrumpido, incompleto. Esas dos, la de lo incompleto y lo interrupto, serán herramientas que los directores (y guionistas) Malena Solarz y Nicolás Zukerfeld tendrán siempre a mano para contar El invierno llega después del otoño. Aunque curiosamente el título habla de una continuidad que tiene la potencia inalterable del destino, resumida en esa cita al permanente ciclo estacional, hay algo de fragmentario, de disperso y hasta de casual en el relato que Solarz y Zukerfeld proponen en torno de las vidas de Mariana y Pablo. Es que luego de ese brevísimo primer acto que tiene lugar durante la espera del colectivo, la película se divide en dos mitades, en cada una de las cuales acompañará a los protagonistas en el recorrido aparentemente aleatorio de sus vidas cotidianas. Y a cada una le corresponde una de las estaciones mencionadas en el título: la que está dedicada a Pablo transcurre en otoño y la de Mariana durante el invierno. Como si se tratara de un nuevo exponente del mumblecore, esas películas en las que sus protagonistas, siempre jóvenes, deambulan por el mundo hablando casi entre dientes mientras la vida les pasa por el costado (al menos en apariencia), El invierno llega después del otoño sigue a sus dos protagonistas con atención exclusiva, percibiendo de la realidad sólo aquello que a estos les incumbe. Una especie de tercera persona que no tiene nada de omnisciente, sino que se adhiere a Pablo y Mariana como una rémora y viaja junto a ellos, brindándole al espectador apenas la información que de sus recorridos se pueda obtener. Que no es mucha. La película evita la tentación del diálogo inútil, del discurso revelador o cualquier otro recurso fácil para contar su historia, que no sea el de las acciones de sus protagonistas, que si bien son abundantes no revisten más interés que las de la vida cotidiana de cualquiera. Fiestas, exámenes, proyectos, amigos, noches en compañía o soledad que hablan de esos presentes en los que en realidad no pasa nada, pero que sin embargo dan cuenta del círculo sin cerrar que Mariana y Pablo han dejado en alguna parte de su pasado. Coherente con su despojada forma de narrar, los directores terminan la película sin permitirse arriesgar ninguna hipótesis de futuro. Aunque todo el mundo sabe que después del invierno viene la primavera.
Tendríamos que vernos A favor, el filme no resalta más de lo debido absolutamente nada, y tiene buenas actuaciones. Una película pequeña no quiere decir que tenga valores de ese mismo tamaño. El invierno llega después del otoño podría pasar como una producción sin pretensiones, pero sería mejor definirla como una película no pretenciosa. Que no es precisamente lo mismo. Pablo y Mariana fueron pareja. Ya no lo son. Son jóvenes, se están abriendo camino en sus trabajos, o buscándolos. Tienen amigos en común, cada uno está en la suya. Personajes algo bohemios, se mueven en un mundo intelectual. Escriben, publican, estudian, van a fiestas. Conocen gente, tienen relaciones. Viven. La película sigue primero más a él, cuando se encuentran, y luego a ella, aunque la presencia de Pablo esté en Mariana y Mariana en Pablo. Malena Solarz y Nicolás Zukerfeld, egresados de la Universidad del Cine, ponen el foco en los diálogos. Sin ser verborrágicos, Pablo y Mariana expresan lo que sienten en las actitudes que deben tomar ante lo que se les presente (él comienza un probable amor con la chica que le quiere cobrar 20 pesos a la entrada de un fiesta de cumpleaños; ella ya tiene una relación más estable). El punto a favor de la realización es no resaltar más de lo debido absolutamente nada. No hay brochazos, sino más pinceladas. Marina Califano (se le vislumbra futuro) y Guillermo Massé son los adecuados protagonistas.
Amores bohemios En la escena inicial, Pablo (Guillermo Masse) y Mariana (Marina Califano) terminan de tomar un café. Pronto sabremos que se acaban de separar, aparentemente en muy buenos términos. Lo que sigue son dos historias independientes: primero la de él, que transcurre en otoño; y luego la de ella, que se desarrolla en el invierno siguiente. Ambos participan de ese impreciso universo que mixtura lo literario, periodístico, universitario y cinematográfico por lo que sus actividades tienen que ver con ediciones y presentaciones de libros, escrituras y desgrabaciones de textos, rodajes (hay incluso una escena de cine dentro del cine con el codirector Zukerfeld en pantalla), pero también fiestas varias, múltiples enredos amorosos, angustias y contradicciones existenciales e incluso la venta de celulares ilegales y drogas. La película sostiene un tono medio (ni demasiado divertido ni solemne), mientras que algunos diálogos ingeniosos suenan demasiado escritos (y recitados). Además, la apuesta por la deriva constante de los personajes pueden generar cierta distancia y frialdad. En la línea del cine sobre intelectuales de Matías Piñeiro (la película también proviene de la FUC) y con otro notable aporte del director de fotografía Fernando Lockett, El invierno llega después del otoño se apropia -con su impronta que remite a la nouvelle vague francesa- de la ciudad y no se refugia en sus limitaciones presupuestarias para utilizar múltiples locaciones y personajes. Un cine de búsquedas y riesgos que, en definitiva, se agradece.
Apres l'amour El invierno llega después del otoño (2015), dirigida por Nicolás Zukerfeld y Malena Solarz, es una película argentina con toques de Nouvelle Vague. Tomando a la escritura como otro personaje principal, los libros y todos los textos posibles circulan en este pequeño cuento de escritores potenciales que deambulan por la ciudad relacionándose entre sí y dejándose llevar. Una película interesante porque parece construirse sobre sí misma. Pablo (Guillermo Masse ) es un muchacho que no dice su edad y tampoco admite ser escritor; sin embargo, parece serlo y a la vez ser una especie de “modelo-extranjero” para sus amistades. Este joven rubio es al inicio del film el punto de vista desde cual se construye toda la apuesta narrativa, para cambiar luego a Mariana (Marina Califano). Cada uno aporta una mirada neurótica, y juntos arman un esquema como si fuera posible construir todo desde un solo lugar, que es el de la escritura. El film juega con pequeños folletos, libros, bibliotecas, charlas de libros presenciales o por radio, pura literatura. Todo tiene que ver con la palabra. La vida de ambos, sobre todo la de Pablo, hacen recordar al camino de James Joyce con “Retatro de un artista adolescente”, como si ambos estuvieran escribiendo su primera novela, siempre pasando de un amorío a otro, yendo sobre el mero sin sentido. El cambio de personaje genera una película desigual. Toda la primera hora con Pablo es de una atmósfera atrapante, con tintes oníricos y divertidos en el cual se nota más ese estilo afrancesado que siempre le juega a favor. Cuando todo pasa a Mariana se deja un poco esa construcción y se pasa a un estilo más documental, siguiendo el recorrido a la deriva de la protagonista femenina. Sin duda el uso de un único punto de vista, con una cámara que se mantiene sobre su protagonista, es un recurso utilizado más que nada por el thriller psicológico. Pero aquí no hay terror ni suspenso, y eso le da un matiz muy atractivo y que permite relacionarlo con la Nouvelle Vague. La cámara está siempre junto a los protagonistas, acercándose mucho en su deambular y dándole un profundo uso al fuera de campo, con un constante cruce de personajes como una coreografía. La película se hace eco del estilo de Jean-Luc Godard quien decía que las películas se pueden interrumpir en cualquier momento, como si el film es también aquello que no se vio y que, aunque termina la proyección, el relato continúa existiendo. Una apuesta arriesgada con ese cambio de ritmo a la mitad, pero que soslaya lo que hubiera sido un final soso y de verdad un pleno sin sentido, dejando en claro su emotiva búsqueda inicial.
Pablo y Mariana son dos en la ciudad, una pareja que acaba de terminar, en buenos términos, sin gritos ni situaciones traumáticas, tomando un café en un bar de Buenos Aires, y ahora esos dos caminos que iban a la par se bifurcan y siguen cada uno por su lado. Así, la película se divide en dos. A Pablo se le regala el otoño. A través de esta estación que empieza a regalarnos los primeros fríos y los escenarios más bellos con las hojas secas pintando las veredas, es que lo vemos intentar sobrevivir como escritor y editor, entre posibles trabajos, celulares de segunda mano, encuentros y el nacimiento de un posible amor. A ella la seguimos durante el invierno, más abrigada y enfrascada más que nada en el estudio, y deambulando también entre algunas relaciones con sus compañeros, su hermana o la relación que acaba de formar. Ambos recorren la ciudad y nosotros con ellos. Buenos Aires está muy presente en estas dos historias, son el marco perfecto para mostrar cómo son (cómo somos, quizás). Son dos jóvenes directores, Malena Solarz y Nicolás Zukerfield, los que dirigen esta película que no tiene una estructura clásica y que por lo tanto no presenta conflictos específicos. Al contrario, está compuesta de pequeños momentos en la vida de. Delinean a los personajes a través de diferentes situaciones que los exponen y los describe de manera sutil, nunca explícita. Nada es explícito de hecho en este relato, por ejemplo, no nos damos cuenta de que Pablo y Mariana se acaban de separar hasta un ratito después. La película hace ademán de abrir varias líneas narrativas pero no necesariamente se decide a seguir una o algunas de ellas. No hay siempre una coherencia, una temática específica, que encierre cada uno de estos dos relatos en sí. Al contrario, parece ser algo azaroso, sin embargo al mismo tiempo hay algo de medido en esa arbitrariedad. La intención parece estar en los detalles, detalles que conforman a cada uno de estos dos personajes que ya no van a cruzarse. El invierno llega después del otoño se termina tornando algo parecido a un ensayo, una pequeña película sobre dos jóvenes comunes y el modo de relacionarse con lo y los que lo rodean. Una película hecha de trozos, de momentos, que terminan de conformar un relato (o dos) sin buenos ni malos, sin antagonistas, sin conflictos específicos. Tampoco hay un tono demasiado marcado, sin momentos muy graciosos ni tampoco melancólicos, pero ese tono medio no se lo siente impostado. Un relato contado a través de ojos que saben observar, quedarse con lo poético de lo cotidiano, y descubrir que aun de lo que a primera vista es banal o intrascendente, hay material para una historia.
Encuentros y desencuentros Esta película filmada a cuatro manos tiene toda la impronta cinéfila en cuanto a lo formal y en la construcción de personajes, que se sumergen en vaivenes emocionales y un torbellino de situaciones que requieren la toma de decisiones mientras cada uno sigue un rumbo diferente, para que el título de la película defina la dirección y el destino de Pablo y Mariana, ambos ligados al mundillo literario y a la búsqueda de nuevas relaciones. Nicolás Zukerfeld y Malena Solarz se encargan de delinear con sutileza y buen ritmo una historia poco convencional y cargada de atmósferas para que el relato fluya sin pausa y con una fuerte presencia del cine como guía en este derrotero de jóvenes erráticos de sentimientos.
Luego de pasar por la 18 edición del BAFICI, participando en la Competencia Argentina, se estrena comercialmente El invierno llega después del otoño, una película dirigida por Nicolás Zukerfeld y Malena Solarz. El filme se divide en dos partes: otoño e invierno. La primera mitad gira en torno a Pablo (Guillermo Masse), un joven que trabaja corrigiendo textos. La segunda parte hace foco en Mariana (Marina Califano), una estudiante de Letras. Ambos fueron pareja en el pasado. Ahora él pasa su época del año entre libros viejos y situaciones algo confusas con algunas mujeres. Mientras tanto ella disfruta del invierno preparando exámenes para la facultad y pasando el rato con su nuevo novio. Si bien parecería haber un gran paralelismo entre ambos personajes, la realidad es que la película mantiene un tópico entre sus protagonistas: la literatura. Constantemente se presentan situaciones relacionadas con la escritura de textos, la lectura de un poema, la presentación de un libro o conversaciones sobre notas de diarios o simplemente del mundo literario. De hecho, la escritura podría considerarse un tercer protagonista en la historia. La narración se da de una forma simple y sencilla. El desarrollo de los personajes, también. A pesar de sus diferencias, ambos se comportan como la gran mayoría de los jóvenes-adultos: asisten a fiestas, a nivel amoroso se relacionan con otras personas y forman nuevas amistades. Cada uno por su lado, claro está. El invierno llega después del otoño se construye bajo los dos puntos de vista. A pesar de esto y de las diferencias entre los protagonistas, el clima de la película siempre se mantiene en un tono estable: ni comedia, ni drama, un punto intermedio entre ambos
Pablo y Mariana fueron pareja, pero ahora llevan vidas separadas. La película los sigue y descubre en su recorrido un universo hecho de pequeños trabajos, desgrabaciones, búsquedas de libros, encuentros amorosos ocasionales, cumpleaños, exámenes, paseos por la calle. El relato se (nos) entretiene deteniéndose en esos fragmentos cotidianeidad, demorándose con serenidad en el retrato de unos jóvenes adultos con vidas orbitan alrededor del cine, la literatura y la universidad. El primer largo de Nicolás Zukerfeld y Malena Solarz crece y se alimenta de la intimidad de sus personajes. Hay ecos distantes de la modernidad (local, con Rejtman; internacional, con Hong Sang-soo –pasando por Rohmer), pero la película busca una estética propia. El ojo microscópico de la narración descompone el formato tradicional de la comedia urbana hasta dar con una singular observación de costumbres. Si se sabe cómo buscarlo, el cine puede estar en todas partes: en la calle, en una fiesta o en el momento en que una chica se despierta a la mañana con frío y lo primero que hace es ir prender la estufa para calentar el departamento antes de desayunar.
La película, que se presentó en la Competencia Argentina del BAFICI 2016, se centra en las vidas de los dos miembros de una ex pareja, cada uno a su manera rearmando su historia personal. Una original propuesta con cierto tono “Nouvelle Vague” acerca del amor en tiempos de crisis. El comienzo da a entender –o permite suponer– que estamos por ver una mezcla de película a la manera de las de la nouvelle vague con un toque Hong Sangsoo acerca de relaciones complicadas y encuentros y desencuentros en bares. Y a lo largo del filme tal vez el primer concepto pese más que el segundo, ya que tras el punto de partida (el encuentro o cruce de una pareja recién separada) la película se subdivide para contar las vivencias durante el otoño de él (Pablo) y las del invierno de ella (Mariana). No tengo en claro si los dos realizadores dirigieron la película juntos o cada uno se ocupó de una de cada etapa (digamos, él la de Pablo y ella la de Mariana, o viceversa) pero lo cierto es que la película tiene una continuidad temática, estética y narrativa muy sólida, que no invita a pensar en esas diferencias. El “otoño” de Pablo, que se dedica a las desgrabaciones, pasa entre conferencias, trabajo y encuentros con amigos del área literaria/ cinematográfica/ artística (hay varios cameos de figuras del medio) mientras que el “invierno” de Mariana, con nuevo novio, propone situaciones similares: cocinar, participar de extra en una película, visitar a una amiga, cenar con otra pareja. Solarz y Zukerfeld siguen a cada uno por su lado en un derrotero de sus experiencias post-separación, sin un nudo dramático importante que las organice más que vivenciar, de manera cercana pero no invasiva, sus experiencias. Si bien esa ausencia de conflicto narrativo fuerte puede resultar un tanto complicada de aceptar para cierta parte del público, lo que permite es acercarse directamente a las experiencias de cada uno de ellos de la manera más franca posible (la cámara de Fernando Lockett ayuda a generar la sensación de una “distancia justa”). Con dos muy buenas y naturales actuaciones de Marina Califano y Guillermo Masse, se trata de una película que refleja de modo honesto –sin subrayados dramáticos pero tampoco con distancia clínica, entomológica– la experiencia de dos treintañeros porteños reconstruyendo sus vidas personales en tiempo presente.
El mumblecore llegá después de la nouvelle vague Malena Solarz y Nicolás Zukerfeld hacen dupla en su debut con el largometraje El Invierno llega Después del Otoño (2016). Después de pasar por varios festivales -entre ellos BAFICI y Mar del Plata-, el film tiene su estreno en salas comerciales. El relato nos presenta a Pablo y Mariana, quienes supieron ser pareja y ya no lo son. La narración dedica su primera mitad a seguir a Pablo para hacer lo mismo en la segunda mitad con Mariana. Se los sigue en el sentido más literal de la palabra: en sus casas, con sus amigos, en las reuniones y las fiestas, en sus búsquedas académicas y profesionales, todo con un tratamiento completamente despojado de toda espectacularidad. Una producción con muchos ecos de la nouvelle vague francesa y su narrativa anclada en la cotidianeidad de los jóvenes adultos que dejan de lado las viejas convenciones al momento de vivir sus vidas. Su naturalidad y estilo de rodaje de bajo presupuesto la aproximan al más actual mumblecore, aquel que pone el acento en lo que se dice por sobre lo que se cuenta y su centro de acción son las relaciones entre personajes. Con una historia que busca reflejar un sector veinteañero o treintaleñero de nuestra urbe con ciertos matices bohemios, El Invierno… definitivamente no es un producto pensado para las masas, pero uno cuyo aire despojado de efectismos transmite sensaciones por sobre un conflicto, algo que puede encontrar su audiencia, por más pequeña que sea.
TODO PASA Y LA VIDA SIGUE “No hay mal que por bien no venga”, “No hay mal que dure cien años” y “Nada dura para siempre”, dicen algunos dichos. Y a medida que nos vamos poniendo viejos, efectivamente nos damos cuenta que es así. De lo mismo se percatan Pablo y Mariana, los protagonistas de El invierno llega después del otoño, la nueva película de Nicolás Zukerfeld y Malena Solarz. El film comienza in media res: vemos una pareja que se despide de forma amena y cariñosa a la salida de un café. No sabemos nada de ellos, ni quiénes son, ni qué vínculo tienen, nada en absoluto. Pero tendremos 90 minutos para averiguarlo. Estructurado en dos grandes episodios contrapuestos, cada protagonista representa una estación del año, lo que metafóricamente nos remite al episodio y/o instancia posterior al momento de desmembrarse una pareja. Porque efectivamente, la despedida con la que inicia la película era el final de ellos dos. Y allí comienza la historia en sí, la historia de ambos, pero separados. Cada uno desde su individualidad, reconstruye una vida que parece olvidar el pasado que supieron en algún momento compartir. Cargada de efectivos planos secuencia, primeros planos y planos americanos, la cámara parece seguir, como testigo, el andar por la ciudad de estos dos personajes bohemios en una Buenos Aires repleta de literatura, cine y arte. Las angulaciones de cámara y la importancia del rostro como matriz conductora del devenir de la historia, nos permite conocer a los personajes con mayor profundidad, prescindiendo casi del diálogo como portador de la subjetividad de los personajes, así como también de la música como generadora de atmósferas emocionales. El cuerpo de los actores y sus acertadas actuaciones (que a veces podrían parecer frías, pero que en realidad resaltan la naturalidad y el momento particular de desencuentro que ambos protagonistas tienen con la vida en sí) permiten llevar adelante la película, subsumiéndola en un claro homenaje al cine moderno de la década del 60: a la nouvelle vague, entre otros movimientos de la nueva cinematografía. Nunca ha de faltar, como buen film independiente nacional, la escena de una fiesta, los encuentros fortuitos y el uso de drogas para sobrellevar esta modernidad aplastadora que pareciera habérseles venido encima a ambos protagonistas, a cada uno de un modo diferente pero agobiante de igual manera. Como para remarcar el estatuto bohemio de la pareja protagonista, no sólo Pablo visita las presentaciones de varios libros y recorre librerías antiguas por toda la ciudad, sino que Mariana visita y deambula por los alrededores del alma mater del estereotipo de escritor argento y el literato experto, que es la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, ubicada en el barrio de Caballito. Además, tanto desde los encuadres, los escenarios elegidos y la fotografía en sí, el film parece exaltar lo porteño, ya que en el trasfondo del andar diurno y nocturno de ambos personajes se muestra la cotidianidad de la calle argentina (recalcando ciertos nombres emblemas de lo porteño), las bocas de subtes, las callecitas de Buenos Aires, los viajes en colectivos o en taxis. El representa el otoño, el comienzo del clima frío. Aún recuerda nostálgico ese amor que ya terminó (ella), pero sigue adelante, entre amores pasajeros, drogas, noches, libros y escritura. Ella representa el invierno, el éxtasis pero al mismo tiempo la culminación del frío, que dará paso al renacimiento de la primavera. Interesante metáfora de dos realidades que viven el mismo suceso de desamor. Tendrán ambos (tendremos todos) que pasar todas las estaciones, hasta encontrar nuestra favorita.