A priori cine y ceguera remiten a realidades incompatibles, y sin embargo se han cruzado en más de una ocasión. Por ejemplo, cuando Vittorio Gassman en 1974 y Al Pacino en 1992 interpretaron al militar con bastón blanco que Giovanni Arpino imaginó para su novela Il buio e il miele, cuando Fernando Meirelles adaptó este ensayo de José Saramago, cuando Danny Pang y Oxide Chun Pang sacudieron el género de terror de la mano de una joven que recupera la vista gracias a un transplante de córneas, cuando Lars von Trier le encargó a Björk el rol protagónico de Bailarina en la oscuridad, cuando Vatche Boulghourjian recurrió a un cantante realmente ciego para contar que el Líbano también está marcado por la apropiación sistemática de menores y por cierta complicidad cívico-militar a la hora de ocultarles su historia. La enumeración de estas seis ficciones reconocidas en el mundo no consigue opacar uno de los momentos más emotivos del documental argentino El panelista. Una colega del protagonista cuenta que vio Titanic antes y después del accidente automovilístico donde quedó ciega; luego revela que el drama de James Cameron la conmovió más la segunda vez, en formato audiodescriptivo. Como sus entrevistados, Juan Manuel Repetto parece tener una capacidad especial para detectar, en su caso, declaraciones y momentos únicos. Lo hace mientras sigue de cerca a Carlos Bianchi –sin relación con el ex director técnico de fútbol– y de paso filma a los demás integrantes invidentes del Laboratorio de Análisis Sensorial que funciona desde 2007 en el Instituto Nacional de Tecnología Industrial. A contramano del cine que convierte a la persona ciega en arquetipo de superación individual e imbatible, El panelista retrata a Carlos en días luminosos, grises, y ante una situación profundamente desestabilizadora. Por otra parte, el film sugiere la relación entre cierto bienestar personal y el rol estatal en materia de inclusión social. En algunos espectadores, las secuencias filmadas en el INTI evocan el recuerdo del desguace que la Alianza Cambiemos llevó adelante en el transcurso de 2018. Aquéllas tomadas en el Román Rosell nos trasladan a mediados de 2017, cuando el anuncio gubernamental de recortar las pensiones por discapacidad fue repudiado con una marcha de la que participaron, entre otros ciudadanos, alumnos del instituto montado en tiempos del primer gobierno de Juan Domingo Perón. En este punto corresponde aclarar que El panelista es la versión extendida y actualizada del mediometraje Los cuatro sentidos, que el mismo Repetto filmó en 2015 y presentó un año después. Quizás no hubo tiempo suficiente para incluir en el largometraje una referencia a los episodios mencionados en el párrafo anterior. Aunque privilegia la rutina laboral en el INTI, el realizador también filma a Bianchi en la casa donde vive con su compañera Carla e hijos, cuando se junta con sus amigos a practicar goalball, cuando acondiciona la bicicleta doble tandem que pedalea con su vástago mayor. De esta manera, pinta una semblanza completa del protagonista. Cuando se detiene en los demás panelistas, Repetto ofrece un apéndice tanto o tal vez más interesante que el retrato individual. Por lo pronto, el inminente estreno de la película –en el cine Gaumont y con función inclusiva– inspiró la producción de éste, éste, éste y otros informes periodísticos sobre el Laboratorio de Análisis Sensorial.
Tesis de maestría de sus estudios de posgrado, El panelista, es el segundo film de Juan Manuel Repetto y resulta por momentos un documental conmovedor. Repetto, director de Fausto también, mantiene su interés por los casos de accesibilidad al mundo de personas con dificultades físicas o de conducta. El autismo de Fausto en aquella película era descripto desde sus primeros diagnósticos hasta su voluntad por entrar a la Universidad. Ya allí, el método de la observación documental le permitía al realizador acercarnos a los momentos pequeños de estas personas para entender los momentos mas importantes. - Publicidad - Con modalidad similar al del documental sobre asperger, la descripción de la vida familiar y laboral de un hombre no vidente, Carlos Bianchi, invita a pensar no sólo en esa inserción (formal y conceptual) sino también en los prejuicios a los que se enfrenta una persona ciega. Nadie nace capacitado es el slogan. Carlos es un hombre vital, simpático, que empatiza con los otros y cuya vida gira en torno a su trabajo en el equipo de testeo de distintos productos en un instituto de análisis sensorial del INTI. Estos momentos hacen un documental adentro de otro. Tienen esa virtud. En otro nivel del relato entramos el mundo de Carlos gracias a la voz de la coordinadora del grupo, de su participación en un equipo deportivo, de su relación con su hijo y su voz interna sobre un episodio que marca la historia. La película tiene una libertad preciosa. Se detiene en los momentos íntimos con el tiempo que necesita, se ocupa no sólo de Carlos sino del resto de los integrantes del equipo del INTI, cada uno tienen problemáticas distintas. Repetto encontró un nicho en el que hay mucho para investigar y lo hace con solvencia e inteligencia. La película tendrá algunas exhibiciones con audiodescripción, interesante procedimiento de acceso a la proycción de un film para personas ciegas. Basta prestar atención al siguiente trailer con audiodescripción al que sería bueno entrar con los ojos cerrados.
Este documental de Juan Manuel Repetto que se estrena en el Gaumont sigue durante varios años a Carlos Bianchi, un hombre que quedó ciego de pequeño, vivió durante mucho tiempo en el Instituto Román Rosell de San Isidro, pero logró formar una familia (su esposa, Carla, también es no vidente) y pudo ingresar y luego coordinar parte de los paneles del Laboratorio de Evaluación Sensorial y Vida Útil del INTI a partir de una capacitación muy minuciosa en el uso de los sentidos, en especial el gusto y el olfato. Simple y didáctico, este retrato lo muestra con sus dudas y angustias (como cuando se siente culpable por un accidente que casi le cuesta la vida a uno de sus hijos), pero también con fuerza interior.
Este documental de Juan Manuel Repetto (Su trabajo anterior fue “Fausto también” sobre un joven autista y su ingreso a la universidad) indaga en un grupo de personas con ceguera que trabajan para el INTI (Instituto Nacional de Tecnología Industrial) dedicados a catar alimentos. Están liderados por Carlos Bianchi, que perdió la vista en un accidente doméstico y que trabaja en el lugar desde hace doce años. En el acercamiento a cada uno de los integrantes del equipo de trabajo están desde las características de trabajo, la dinámica interna y el mundo interior de cada uno de ellos. Con humor y emoción cuentan sus experiencias de vida, las reacciones que provocan en los otros y hasta los momentos dramáticos y familiares que debieron vivir. Conmovedor trabajo a favor de la inclusión y de la apertura de cabeza que obligatoriamente debemos hacer todos.
En la propuesta que trae Juan Manuel Repetto hay un interés, primero, por no victimizar ni subrayar la discapacidad de los protagonistas, sino que su trabajo radica en reflejar una realidad distinta, de personas con convicciones y empuje que desean salir adelante con trabajo y dignidad.
Lucha por la inclusión. Crítica de “El Panelista” de Juan Manuel Repetto En su segundo documental, el director nos introduce en la vida de Carlos Bianchi, quien está a cargo de un equipo de personas que trabajan en el Laboratorio de Análisis Sensorial del INTI. El mismo se encarga de analizar de manera sensitiva los alimentos que consumen los argentinos de una manera entre artesanal y científica. la particularidad que tiene ese panel de empleados tiene ceguera. En su ópera prima de Repetto, “Fausto” del 2016 reflejaba la historia de Fausto Celave, un joven con autismo que ingresó a la universidad pública para estudiar informática. En dicho film mostraba como el deseo de un joven por estudiar una carrera era más fuerte que todas las trabas que suponía su discapacidad, desafiando todos los límites. Pero también exponía a una sociedad que aún no está en condiciones de incluir a todos los seres humanos. En “El Panelista”, muchos de esos temas tocados en Fausto vuelven a aparecer. Pero esta vez bajo una actividad particular, que muchos de nosotros no sabíamos que existía. La cámara del realizador se enfoca en las diferentes historias de vida de quienes trabajan en el panel. Carlos, el protagonista, es ciego desde pequeño, algo que nunca lo frenó para buscar trabajo y criar a sus cuatro hijos. El drama se hace presente de manera más cruda en las historias de quien nació ciego producto de los golpes recibidos por su madre durante el embarazo o quien perdió la vista por un accidente automovilístico en el que también murió su madre. Pero más allá de las historias, Repetto demuestra la profesionalidad con la que trabaja el INTI en la materia y cómo les da el espacio necesario a los ciegos para que puedan desarrollar y poner en función otros sentidos como el olfato, el tacto o el gusto. “El Panelista” refleja como cualquier persona, quienes tienen una discapacidad también tienen conocimientos y talentos que pueden aportar mucho a cualquier equipo de trabajo. Una obra que sorprende y nos invita a reflexionar sobre las complicaciones que sufren las personas con discapacidad para ingresar en el sistema laboral, así como la necesidad de llevar a cabo políticas de estado eficientes para abordar el tema y cuyo objetivo sea lograr una verdadera inclusión. Puntaje: 80/100.
Lo mejor de este documental es el desafío de filmar el mundo de los ciegos. “El panelista” se centra en un instituto de la provincia de Buenos Aires donde varios ciegos y gente con distintos problemas de visión se dedican al análisis sensorial, es decir, a calificar distintas sustancias y liquidos utilizando otros sentidos. El film se centra en uno de estos “panelistas” y cuenta sus experiencias, su historia personal y sus sensaciones, además de describir cómo es el trato con sus compañeros de labores. Las situaciones son tan extrañas que por momentos la película podría parecer un film fantástico y no un documental, aunque en este sentido un problema es el desparejo pulso narrativo que no logra enfocarse siempre en lo que quiere contar. Sin embargo, hay momentos interesantes, por ejemplo la escena en la que el director intenta algo tan difícil como un plano desde el punto de vista subjetivo de uno de los ciegos. Le faltaría algo de información objetiva y bien explicada sobre las tareas de estos panelistas, y un montaje más prolijo que sirviera para dar una idea más clara de esta problemática original, y muy poco abordada.
Catando límites Llega un documental que explora a un grupo de no videntes desempeñándose en un laboratorio de investigación. Los sueños, las frustraciones y los conflictos emergen en un equipo que aprovecha sus capacidades al máximo sin detenerse en sus incapacidades. Juan Manuel Repetto (Fausto) nos brinda El Panelista (2019), su segundo largometraje, documental que se introduce en la vida de Carlos Bianchi, líder de un equipo de personas con ceguera especialmente entrenadas para catar alimentos en el INTI (Instituto Nacional de Tecnología Industrial). Carlos se presenta al frente de cada procedimiento de cata de aromas o alimentos. Díez minutos después, a través de una elipsis, saltamos dos años con respecto a esta presentación y allí los cambios comienzan a sucumbir. Fausto (2016), ópera prima de Repetto, nos evidenció como Fausto Celave, un joven con autismo, ingresó a la universidad pública para estudiar informática. Con esta obra, el director nos condujo a desafiar cualquier límite. Aquí exploró a través de su protagonista como la discapacidad no es una traba, si no que se expone por una sociedad que aún no está en condiciones de incluir a todos los seres humanos. A través de El Panelista, otra vez la ciencia y la educación aparecen como temas comunes a Fausto, y aunque trata de diferenciarse con respecto a las posibilidades del alcance de sus protagonistas, siempre los obstáculos se hacen presentes para querer remarcar un prejuicio de la sociedad. La obra sorprende con su gran manejo de los tiempos, su construcción técnica gracias a los cercanos planos a los que catan los alimentos y nos enmarca a como se desarrolla la vida de Carlos dentro y fuera del INTI, el cual su liderazgo se pone en juego desde todas las aristas. Repetto lo consigue. El Panelista es una clara muestra de cómo una discapacidad puede convertirse en un obstáculo de un momento para el otro aunque exista desde toda la vida.
Pequeña historia sobre unos protagonistas con una sensibilidad particular. El cine usa la imagen y el sonido como transmisores de lo sensorial. La imagen y el sonido son intermediarios cruciales para poder poner esas sensaciones en palabras. ¿Pero qué ocurre cuando quienes no disponen de estos sentidos deben expresar esas sensaciones? En El Panelista podremos observar que esa carencia de sentidos le permite a los protagonistas de este documental expresarse con una profundidad y sentimiento que no necesita de mayores rimbombancias, más que sus relatos. Lo sensorial más allá de la simple percepción El Panelista, si bien es la historia concreta del personaje particular, es más la historia de todo un grupo que comparte su misma condición de ceguera, y cómo dicha condición les ha agudizado los sentidos, permitiéndoles incluso poder hacer aportes científicos. Sin embargo, este último detalle es apenas una circunstancia, ya que la película elige profundizar los vericuetos emocionales de sus protagonistas. Esta propuesta no evoca en ningún momento la lástima. Ahonda en la superación lo mínimo indispensable. Es una película de cotidianeidades, de un día a día muy peculiar, de sociabilidades. Donde el tacto, el olor, el oído, no son solo sentidos, no son solo herramientas de trabajo, sino que son accesos a las sensaciones, a las emociones que tenemos todos. Donde, con perdón de la cursilería, se ilustra con acciones y expresiones que los ojos no son las únicas ventanas del alma humana. Sus protagonistas no solo experimentan dentro de los muros del laboratorio, sino afuera de él. Un experimento constante. Es una narración que se planta, que no es intrusiva, que se sabe observadora y deja que sus sujetos cuenten la historia. Cierto, este enfoque contemplativo puede atentar contra el ritmo final. Pero uno puede entender la prioridad en no afectar la naturalidad de este entorno y sus personajes, elemento crucial para apreciarlos y comprenderlos. Ejemplos claros de esto es cómo reaccionan los protagonistas ante una versión audio-descriptiva de la película Titanic. Una de ellas toma el recuerdo del visionado del film como puntapié para contar su propia historia. Sin embargo, uno más conmovedor es cuando el panelista titular cuenta la historia de cómo casi pierde a su hijo al quedar este electrocutado. Es ese relato que motoriza un segmento algo psicodélico, un gesto en apariencia poco coherente con el ritmo visual que se viene llevando, pero que por otro lado trata de guiar al espectador por esa vivencia de un modo más sensorial que una escenificación. Decantarse por esta última hubiera sido un error, uno que afortunadamente la película no comete. Entre tanto rigor científico y de cotidianeidades varias, también sabe cómo despertar momentos conmovedores de situaciones pequeñas, como atravesar un viaducto en bicicleta a toda velocidad. Es ahí donde queda resumido el espíritu de El Panelista, una historia pequeña y extraordinaria de unos personajes que gracias a esta película podrán tener más visibilidad en la sociedad.
Dentro de la vasta producción de documentales que semana a semana aparecen en la cartelera –la gran mayoría de ellos exhibidos en el cine Gaumont-, parecieran reiterarse algunas fórmulas, algunos arquetipos en donde, por ejemplo, aquellas tramas con secretos familiares, la reconstrucción del pasado de un árbol genealógico con ciertas implicancias en historias desconocidas y sobre todo, el abordaje de la historia personal con una fuerte marca autoreferencial, parece ser la moneda corriente. Otro subgénero dentro del documental, si pudiésemos llamarlo de alguna manera, son aquellos que apelan a lo urgente, al documental de denuncia, al marco político, aquel que se compromete socialmente para mostrar los sucesos de una realidad que nos golpean fuertemente. Alejándose de cualquier temática ya abordada y conocida, “EL PANELISTA” sorprende gratamente por adentrarse en un tema poco conocido, un concepto innovador, retratando en profundidad, un universo laboral para aquellos con capacidades diferentes. Dentro de ese microcosmos, el INTI (Instituto Nacional de Tecnología industrial) propone dentro de su Laboratorio de Análisis Sensorial, una novedosa experiencia laboral para personas no videntes que sirve además de capacitación y desarrollo profesional. Juan Manuel Repetto, aborda en su segundo trabajo documental, las particularidades que presenta este trabajo: no sólo desde el plano de una oportunidad laboral que puede ser concedida hoy en día a un discapacitado sino desde la dura dificultad de poder insertarse con regularidad, en un ámbito laboral y poder contar con un ingreso estable. Pero no es que solamente Repetto se detenga en un planteo de entramado laboral con aires del cine de Cantet en “Recursos Humanos”, sino que apuesta a mucho más. Marca la diferencia cuando pone su mirada descriptiva en un universo sensorial diferente a todo lo conocido, su cámara nos va guiando, nos va adentrando en la rutina diaria del grupo –son ocho los panelistas que forman parte del grupo de cata de muestras alimentarias-. Así formamos parte de su rutina de trabajo, su capacitación, su especialización, sus especificidades y vamos viendo el entramado de las relaciones entre pares y también el vínculo con los capacitadores que le van brindando una formación profesional. Para completar aún más el panorama de los personajes, nos vamos introduciendo poco a poco en la vida personal de algunos de los trabajadores, con anécdotas y recuerdos que van nutriendo el relato. Conoceremos, en algunos casos, como era su vida antes de perder la vista, cómo la ceguera ha modificado sustancialmente sus vidas y muchos marcarán ese antes/después de la pérdida de la visión. Si bien por momentos intenta mostrar a este grupo como una historia coral, el encargado de llevar la voz cantante de la narración es Carlos Bianchi, quien por un accidente junto con sus compañeros de colegio, a los 8 años edad, ha quedado ciego y hoy se desempeña dirigiendo a este grupo de catadores. No solamente vamos conociendo algunos datos y anécdotas vinculadas con su vida privada sino que además lo acompañamos en su rutina de trabajo y sobre todo, junto con él, podremos vivenciar cómo esta rutina se ve alterada ante la llegada de nuevos compañeros que van modificando la consolidada estructura grupal, situación que a Carlos le genera muchísima incertidumbre. A través de una narración muy sencilla, directa, intimista Repetto vuelve a poner en juego su particular sensibilidad para incursionar y acercarse a una zona donde pocos directores quieren entrar. Ya lo había demostrado con su ópera prima “Fausto también” sobre el derrotero de un joven con autismo dentro de los vericuetos de la Universidad Pública, un verdadero desafío a la comunidad educativa y ahora vuelve sobre una temática que lo preocupa generando un estado de conciencia en el espectador sobre este mundo para nosotros tan “diferente”. Con los mismos cánones y los mismos parámetros que en su trabajo anterior, su cine se interna en un universo de personajes excluidos, con un mercado laboral que suele serles esquivo –muchos de ellos jamás habían tenido un trabajo estable o han vivido situaciones de completa precarización laboral- y pone el foco y otorga luz para que pueda visibilizarse esta temática, como la mejor manera de poder ir logrando una verdadera inclusión. Repetto pone el acento, con su mirada contenedora, en todos los talentos y conocimientos que pueden aportar a cualquier equipo de trabajo y en este caso particular, es la propia discapacidad la que potencia las percepciones y los sentidos y les permite desarrollar talentos diferenciales con los que otros trabajadores no contarían. De esta forma, más allá de mostrar el potencial de las personas discapacitadas para desempeñar profesionalmente sus tareas, “EL PANELISTA” apunta a un verdadero concepto inclusivo en donde generar este tipo de fuentes de trabajo no sea meramente para cumplir algún cupo que a nivel de Estado, una norma impone en donde debe generarse empleo a un cierto porcentaje de trabajadores discapacitados. Y el planteo no se queda en la superficie, no sólo acompañamos a Carlos en sus momentos de trabajo, en las inseguridades que le generan los movimientos dentro del grupo sino que también Repetto les da a sus protagonistas otra dimensión, nos humaniza como espectadores cuando comparte con nosotros, parte de sus vidas personales. Carlos no sólo es el empleado del INTI sino que es padre, es esposo, es amigo y en esos roles el documental va ganando en precisión y sobre todo en emoción y aumentar nuestras percepción y llamar la atención a otros de nuestros sentidos.
EN FOCO En su segundo largometraje documental, tras su muy buena ópera prima Fausto también, Juan Manuel Repetto profundiza en la integración como un elemento clave de su filmografía. El panelista no tiene las virtudes narrativas que ya había demostrado en el trabajo de guión de su anterior film, pero contiene algunas pinceladas que, al igual que en Fausto…, hacen de Carlos, su ineludible protagonista, una figura que desnuda tanto sus limitaciones como sus procesos de superación con una nota esperanzadora que está lejos de los mensajes de superación personal y autoayuda con los que nos bombardean constantemente. Aquí hay sutileza. El panelista se focaliza en Carlos, el líder de un equipo de personas ciegas entrenadas para catar distintos tipos de alimentos en un laboratorio de análisis sensorial. Su vida entra en crisis por un acontecimiento familiar que pudo haber sido una tragedia y el ingreso de nuevas integrantes al grupo de trabajo. A pesar de la superación de sus limitaciones y haberse integrado perfectamente a la sociedad, tomará autoconsciencia de cómo la ceguera continúa resultando un obstáculo en su vida, siendo el film el retrato de este proceso, no sólo a través de su voz sino también a través de la de sus compañeros y supervisores. El resultado es por momentos inconexo y menos compacto que Fausto también en la definición de su protagonista, pero se permite la audacia estructural en el guión de dar significado a segmentos aislados que actúan de separador en su desenlace -cuando finalmente se refiere a lo que ocurrió con el hijo de Carlos- y juega con algunas variables sensoriales para situarnos en su piel. La más común es el desenfoque, que a pesar de resultar previsible para describir la ceguera, es efectivo. Repetto se detiene en algunos testimonios que a menudo a través de la voz en off enriquecen la descripción de la vida cotidiana de Carlos, en particular el de su supervisora, que nota los cambios que ha sufrido el protagonista con su grupo de trabajo y amistades. Otros testimonios resultan enriquecedores cuando se los visualiza aisladamente, pero quizá se diluyen en el marco narrativo del film. La poderosa anécdota con la que una compañera de Carlos describe cómo ha perdido la vista es de un valor inobjetable, pero parece tener más que ver con un film coral en su conjunto, sobre el laboratorio de análisis sensorial, que con el protagonista que abre y cierra el documental. Esta es una diferencia importante con Fausto también. A pesar de lo que se menciona, el poderoso epílogo que cierra el film nos recuerda el peso de la historia del protagonista. Con notable pericia, Repetto logra construir otro documental donde la integración y la superación personal son un tema que resuena con un trabajo de investigación exhaustivo desde lo periodístico y un guión que a pesar de sus irregularidades, termina definiendo a la figura de Carlos con solidez.
Cuenta las experiencias de personas que son ciegas, describiendo la vida laboral, familiar, las relaciones humanas y como se ayuda a estos hombres y mujeres a través del trabajo en el “Laboratorio de Análisis Sensorial” del INTI. Aquí su realizador se encarga de mostrar cómo trabaja un grupo de empleados con ceguera. Además la cinta va transitando por distintas experiencias de vida. Se puede observar al que nació ciego porque su madre tuvo un embarazo a base de golpes, quien perdió su visión ante un accidente automovilístico, entre otros casos. Aquí el INTI da un espacio a quienes lo necesitan y los ayudan a desarrollar su olfato, el gusto y el tacto y así poder acceder a distintas actividades.
Carlos Bianchi protagoniza éste documental, pero no es el afamado y exitoso director técnico de fútbol, sino un homónimo anónimo pero, por su historia de vida, también es exitoso en lo suyo. Pese a ser la cara más visible de la narración, hay otras personas que intervienen también, que hacen y pasan por lo mismo que Carlos. Sirve, y mucho. para dar a conocer y popularizar una situación y actividad laboral, que, si uno no está vinculado al tema, no se sabe que existe. Porque el film registrado entre 2014 y 2017, dirigido por Juan Manuel Repetto, se detiene a contarnos como un grupo de personas trabaja en el Instituto Nacional de Tecnología Industrial, en el sector de lácteos, para detectar sabores y olores, como si fuesen unos catadores, cuya utilidad se toma en cuenta para la elaboración posterior de estos alimentos. Pero lo curioso y atractivo es que quienes trabajan allí son ciegos o disminuidos visuales. Desde hace muchos años funciona este servicio de integración comunitaria, donde ellos pasan por un proceso selectivo para poder pertenecer al plantel permanente y tener un sueldo digno El protagonista es un referente dentro de los llamados "panelistas", por su antigüedad y capacidad, pero lo que sobresale de esta realización es su historia personal de lucha y superación, porque se casó y tuvo hijos,viven en condiciones no del todo buenas, dentro del Instituto Román Rosell, que fue un centro muy importante de rehabilitación de no videntes, en San Isidro, pero actualmente es preso del abandono por parte de la dependencia gubernamental a la que pertenece la administración del sitio, y las personas que se alojan allí lo hacen para que el inmueble esté ocupado y no lo vendan. El director le da un sentido estético y narrativo a la película de tal modo que la valoriza como en ciertos momentos pese a no estar musicalizada, salvo al final, en la que se asemeja mucho más a una ficción que a un clásico documental. Es cierto que cuando lo considera útil, para acercarse y conocer más a los integrantes del personal hablan a cámara y cuentan sus vivencias, pero en los momentos que se registran las imágenes dentro del pasillo donde están los boxes con los panelistas trabajando, parece de ciencia ficción. Juan Manuel Repetto encontró a una persona singular que no se dio por vencida, y a un lugar de trabajo que los prefiere a ellos porque tienen una mayor sensibilidad en los sentidos del olfato y el gusto. De ese modo, tienen un lugar de cobijo, aceptación y, fundamentalmente, de respeto, como el que Carlos Bianchi se lo ganó por perseverancia y alejado de las luces de la fama.
Se estrenó El panelista, de Juan Manuel Repetto. Documental que retrata la vida de Carlos Bianchi, integrante del sector de testeo de productos lácteos del INTI. Un punto de vista original de reflexión sobre la ceguera y las relaciones laborales. De lo general a lo particular. El cine es una ventana a universos que a veces están escondidos de la luz pública. A través del ojo de un director, o de una cámara, podemos entrar a micromundos que muchos suponen que existen, pero solamente se vuelven masivos cuando alguien los da a conocer a través de los medios de comunicación y, en este sentido, el cine cumple el rol de uno. El panelista tiene como tema principal la ceguera. Cómo es vivir siendo no vidente, los prejuicios que existen, la rutina cotidiana de personas con visión limitada o que directamente carecen de ella. Juan Manuel Repetto parte del sector de testeo sensorial del INTI para conocer diversas historias, que se cruzan en un espacio donde los protagonistas trabajan probando diferentes sustancias, específicamente quesos, para evaluar texturas y aromas, aprovechando el desarrollo del gusto y el olfato en compensación a la ausencia de la vista. El motor que elige Repetto como guía del relato es Carlos, un muchacho de 39 años que quedó ciego tras un accidente en la infancia. El personaje, padre de dos hijos, será el referente del director para conocer el funcionamiento de la institución y, derivado de eso, otros casos de trabajadores del Instituto. Limitando el uso de bustos parlantes y evitando caer en zócalos explícitos, El panelista exhibe las historias con el mayor grado de humanidad posible. La cámara de los realizadores se introduce en los hogares, los acompaña a la par en sus caminatas y no interviene con preguntas ni interpelaciones. Deja que los personajes hablen, vivan, delante del receptor. De a poco, Repetto va introduciendo el conflicto, de forma misteriosa y casi onírica. ¿Qué son esas torres eléctricas que aparecen en forma difusa en medio del cielo? ¿Qué son esas imágenes fuera de foco? Poco a poco, van ganando terreno narrativo, las nuevas panelistas -se da a suponer una especie de celos entre los que tienen una visión limitada y aquellos que directamente no la tienen- y Carlos empieza a tomar un plano secundario. Muchas decisiones de montaje, que parecen arbitrarias, van tomando potencia narrativa. Y el misterio se irá revelando a medida de que avanza el relato. Lo más interesante de la elección narrativa de Repetto es que no se pone en una posición de juez de los hechos. De la pintura general, informativa y didáctica de este micromundo, el director paulatinamente pasa a la intimidad de un solo individuo: sus miedos, sus incertidumbres, el cambio de comportamiento y, sobre todo, la forma de llevar adelante la paternidad, con las culpas y limitaciones particulares. Cómo llevarse con hijos videntes y cómo afrontar una posible tragedia agudizando los sentidos. De repente el “tema” deja de ser una discapacidad particular para tornarse una más universal, para la que nadie nace capacitado. Con un cuidado estético interesante, donde el director resalta los encuadres de largos pasillos y las interminables caminatas de sus protagonistas, cuidando los puntos de fuga, así como el recorte de siluetas mirando la lluvia desde una entrada, El panelista es una obra sugerente y original, que muestra otro punto de vista acerca de cómo es vivir sin poder ver, y de que forma, incluso a nivel histórico, la sociedad argentina se hizo y se hace cargo de los no videntes. Hay que resaltar el tiempo que se ha tomado la producción para llevar a cabo la investigación pero, aunque no hay un minuto de sobra en el relato, el conflicto tarda bastante en aparecer y demasiado breve termina siendo el desarrollo del mismo. Habría sido interesante profundizar un poco más en cómo afectó el incidente en el carácter del protagonista, así como en darle un poco más de identidad a personajes que tienen un rol satelital como, por ejemplo, la esposa de Carlos. Al final, y quizás cuando empieza a cobrar más intensidad dramática, El panelista termina y todo lo que pudo haber sido quedará en la mente del espectador. Un interesante estudio sobre la ceguera, El panelista, de Juan Manuel Repetto, exhibe un mundo y a sus personajes sin intervenir en el relato, ni en el juicio hacia ellos. Cuidado en la puesta en escena y un clima intimista, con relatos humanos que generan empatía pero nunca apelan ni al sentimentalismo ni al golpe bajo, son los puntos más sobresalientes que compensan la ausencia de profundidad, sutileza y ambición.