Y como un verdadero acontecimiento junto a la película de Hugo Santiago se estrena este documental de Ignacio Masllorens y Estanislao Buisel Quintana, que nos muestra no solo como se hizo la filmación, sino los porqués del director, las reacciones de quienes lo acompañaron en su aventura, de técnicos que no entendían sus indicaciones porque nunca se enfrentaron a una explicación de encuadres que deben ser respetados a rajatabla, aun con bajo presupuesto o pocos recursos. Una manera de meternos en la intimidad de esa realización y también el pensamiento del realizador, con su geometría sagrada, sus convicciones y la realización de su teorema. Interesantísima para conocer el mundo de un realizador singular, atractivo y sorprendente.
El cielo de Hugo El teorema de Santiago (2016) es un documental making of sobre El cielo del centauro (2015), el “cuento fantástico porteño” de Hugo Santiago. A pesar de la especificidad del tema sobran los motivos para verla. No solo complementa El cielo del centauro, sino que es un documento invaluable para apreciar el método de los autores de la vieja escuela – tal es el caso de Santiago – y a fin de cuentas una lección sobre cómo hacer un buen making of. La película asume que la obra del autor nos es familiar y no repara en introducciones. Santiago es el director detrás de Invasión (1969), que escribió junto a Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, y su secuela Las veredas de Saturno (1986), que escribió junto a Juan José Saer. Estos son los primeros dos tercios de la “Trilogía de Aquilea”, inconclusa a la fecha. El cielo del centauro marcó su primera película en 13 años (y su regreso a Buenos Aires luego de 29) y si bien no continúa la saga de Aquilea, su cuerpo y espíritu nos remite al resto de su obra. Santiago siempre ha insistido que sus films son teoremas – proposiciones que afirman verdades demostrables. En cierto sentido, una película sobre la producción artística en sí misma podría ser considerada más exitosa en demostrar una verdad meta-ficticia como la de El cielo del centauro. Ergo El teorema de Santiago, compuesta por Estanislao Buisel e Ignacio Masllorens. Acompañamos al director y su séquito a lo largo de la preproducción, el rodaje y la postproducción de El cielo del centauro. El esquema responde a las tres partes de un teorema – la hipótesis, la tesis y la demostración. El énfasis está puesto en cuan diferente trabaja el viejo Santiago de su joven equipo técnico, y lo difícil que es saciar su visión artística. Ante todo Santiago venera la precisión del encuadre, cosa que parece ofuscar a los jóvenes cineastas, malacostumbrados a la improvisación y la desprolijidad del cinéma vérité. La película postula a Santiago como un empedernido perfeccionista, pidiendo una toma tras otra, eligiendo entre un plano y otro, estudiando minuciosamente cada detalle. Y a veces el film se pone (cariñosamente) en su contra – presentando, por ejemplo, lo que es un fragmento de un guión técnico supuestamente “complejo”, el cual se ve menos complejo que bien escrito. Santiago parece haber impresionado a sus colaboradores nomás con hacer las cosas como se deben. “Siempre que se cree ver un film se ven dos,” sentencia Santiago al final de todo. Ver El teorema de Santiago es ver a la vez El cielo del centauro – la manera en que el autor le da forma a una película que trata sobre su propia forma (delineada por el recorrido del protagonista). En El cielo del centauro esto nos llega como un giro sorpresa. En El teorema de Santiago tenemos el placer de ver cómo se orquesta el giro.
Un momento único Para el nutrido grupo de personas involucradas en este documental -la mayoría con algún vínculo de mayor o menor cercanía con la Universidad del Cine-, el regreso a la actividad de Hugo Santiago, luego de un prolongado paréntesis -su último film había sido Las veredas de Saturno, de 1985-, fue un verdadero acontecimiento. Esa evidente pleitesía tiñe cariñosamente a la película, que con gracia, sobriedad e inteligencia logra capturar unas cuantas claves del riguroso programa de un cineasta realmente atípico. Hoy no hay nadie en el mundo que haga cine como Hugo Santiago, asegura Mariano Llinás, protagonista de un rico intercambio epistolar con el veterano director argentino radicado en París que monopoliza un buen tramo del film, permite esbozar la concepción y el desarrollo de El cielo del centauro y también ayuda a adivinar la personalidad de los dos cineastas. Una cita de Borges, punto de referencia común, sintetiza muy bien el espíritu del proyecto: para conseguir una trama fantástica implacable, es preciso ir encontrándole solución a cada problema hasta solucionarlos todos, y a menudo cada solución es una idea. Santiago se aboca a esa tarea con una obstinación ejemplar, convencido de la eficacia de un alfabeto que, en apariencia, sólo él domina completamente. Pero además logra que todos aquellos que lo rodean se entreguen a ese juego, convencidos de ser parte de un momento único de la historia del cine argentino. Esa clase de felicidad es la que respira y contagia El teorema de Santiago.
¿Puede una película SOBRE Hugo Santiago ser mejor que una DE Hugo Santiago? Si este no es el caso, está muy cerca de serlo. Es que El teorema de Santiago es mucho más que un making of de El cielo del centauro. Es una película sobre comó piensa el cine este realizador notable e influyente pese a su escasa obra, sobre cómo es su brillante e indescifrable método de trabajo y, sí, sobre cómo se gestó, se realizó, se editó y se estrenó (en la apertura del BAFICI 2015) el más reciente trabajo del creador de Invasión y Las veredas de Saturno. Los recursos que utilizan Masllorens y Buisel son múltiples, variados y en su mayoría atendibles: desde “poéticos” intercambios de e-mails, hasta charlas con Santiago en París y Buenos Aires (muy buenos los planos filmados en ambas ciudades), un pormenorizado registro del rodaje y testimonios de quienes trabajaron en el proyecto, como la productora ejecutiva Agustina Llambi-Campbell, el coguionista y jefe de producción Mariano Llinás, el fotógrafo Gustavo Biazzi, la asistenta de dirección Laura Citarella y varios más que profesan una genuina admiración y devoción por él. La película es una oda al maestro (muy emotiva la escena en que le festejan el cumpleaños), un documento sobre una forma de hacer cine ya en vías de extinción (discípulo, heredero de Bresson, coguionista con Borges, Bioy Casares y Saer) y de pensar un film como un torema geométrico. Obsesivo, metódico, perfeccionista, obstinado y, por lo tanto, un poco dictador, Hugo Santiago es un torbellino arrasador en el set pese a su avanzada edad. Verlo en acción y escucharlo constituye una clase magistral que debería exhibirse en todas las escuelas de cine. El teorema de Santiago es, en sí, una muy buena película (con valores artísticos que exceden por mucho la mera exposición de un rodaje), pero también una reivindicación de un viaje único como el de Hugo Santiago, que puede ser incluso más interesante que el destino, que el resultado final. Al maestro con cariño.
Admiración y pasión En este documental se encuentra todo: desde el inicio de una idea que se hace muchas para volverse imagen y luego escena que termina en otra idea más ambiciosa y se vuelve secuencia de un pensamiento, para transformarse en otra más ambiciosa que la anterior y empezar a construir un mito. La ficción y la pasión del cine en el cine, dentro y fuera del cine se condensan en este increíble derrotero, inclasificable desde el punto de vista esquemático, porque se trata nada menos que del director Hugo Santiago, de seguirlo a paso firme durante la concepción de su película El cielo del centauro y tratar de resolver los enigmas que atraviesan su arte. La admiración de los realizadores Ignacio Masllorens y Estanislao Buisel no empañan la aventura, simplemente saben hacia dónde enfocar en ese maravilloso caos que implica el rodaje de una película, un backstage sin concesiones en el que las discusiones se escuchan, las caras de desconcierto se encuentran en un primer plano y sin disimular en risas y espíritu de camaradería camuflado como suele ocurrir en muchos detrás de escenas promocionales. Con este aproximado resumen de ideas no puede hacerse otra cosa que amar mucho más al cine y a sus hacedores.
Hugo Santiago siempre es recordado por haber dirigido Invasión, mítico film nacional de 1969 con guión de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. En 2014, Santiago dejó por un tiempo su vivienda en París y regresó a Buenos Aires, para encarar su primera película en estas tierras luego de décadas de exilio: El Cielo del Centauro, producido por El Pampero Cine, de Mariano Llinás. Ignacio Masllorens y Estanislao Buisel Quintana sumergen al público en lo que fue la producción de esta película, desde las charlas iniciales (vía mail) y la lenta escritura del guión, hasta la postproducción, pasando por un rodaje atípico para los cánones de El Pampero, paradigma del cine independiente argentino. Santiago es captado en acción, y queda claro que es un cineasta como pocos, entregado a su trabajo, capaz de escribir con precisión cómo serán los complicados travellings que filmará. En paralelo, muestra cómo Llinás y su equipo debieron amoldarse, con gusto, a la metodología de un artista tan preocupado por la rigurosidad de la puesta en escena, la ubicación de la cámara y la dirección de actores. Lejos de quedarse en un simple backstage, El Teorema de Santiago indaga en un proceso creativo cinematográfico, que hasta puede ser comprendido por quienes todavía tengan pendiente descubrir la obra de Hugo Santiago.
Este documental sobre el trabajo de Hugo Santiago en la producción de EL CIELO DEL CENTAURO es un must para cualquier estudiante de cine o analista interesando en el quehacer cinematográfico. La experiencia del veterano realizador de INVASION, radicado en Francia, volviendo a la Argentina a hacer una película con un grupo de jóvenes productores (integrantes de La Unión de los Ríos y El Pampero, que incluye entre otros a Mariano Llinás, Laura Citarella, Alejo Moguillansky, Agustina Llambí Campbell y Martín Mauregui, entre otros) es un ejemplo de los encuentros y desencuentros, del choque entre dos sistemas de trabajo y culturas de producción que se hermanan a partir del amor por el cine. La película está dividida en tres partes. La primera se centra en el intercambio epistolar entre Santiago y Llinás en la etapa de guión y preproducción, en la que queda claro que la manera de trabajar (y de escribir emails) de ambos son muy distintas. Pero el asunto se volverá más espeso en la segunda parte, la de la producción, en la que chocarán metodologías contrapuestas: la puntillosa dedicación de Santiago a la construcción de cada plano (el “encuadre” por escrito) con el estilo más libre de los realizadores de HISTORIAS EXTRAORDINARIAS, OSTENDE o EL ESCARABAJO DE ORO en cuanto a la organización del tiempo, el espacio, las locaciones, el presupuesto, la puesta en escena, el respeto al máximo por el guión, etc. Una tercera parte se dedicará al montaje (hecho en París entre Santiago y Moguillansky) en el que similares diferencias saldrán a la luz y en la que el “teorema” en cuestión hará su fulgurante aparición en escena. La película funciona como una clase cinematográfica, desde la observación de la construcción de cada plano, las discusiones que se tienen antes, durante y después del rodaje, con entrevistas que no interrumpen el flujo del relato sino que aportan a expandir y profundizar sus ideas y conflictos, ese choque de talentos (y de egos) que es hacer una película. Como dice Llinás en un momento del filme, el equipo se entregó a la forma de hacer cine de Santiago aún cuando no entendían (y acaso no compartían) sus decisiones acaso ancladas a otra época, pero a sabiendas que todo eso que el realizador intentaba hacer existía en su imaginación y él necesitaba plasmarlo de esa manera y no de otra: detalle por detalle, encuadre por encuadre, teorema por teorema. Una película imperdible del festival y una lección de cómo hacer una película sobre el trabajo cinematográfico.
EL TEOREMA DE LA FELICIDAD El cine es ineludiblemente una tarea conjunta donde, en el mejor de los casos, la polifonía de voces marca las huellas de una polifonía de ideas. Los técnicos, los guionistas, los sonidistas, los directores no se hacen uno en El teorema de Santiago, sino que se dispersan, dialogan, discuten y tratan de entender. La estructura de la película (que es descabellada) erige su columna vertebral en una secuencia de mails entre Hugo Santiago y Mariano Llinás; entre David Oubiña y el duo Buisel – Masllorens y entre ellos mismos. La relación inefable, inexacta y compleja entre la palabra y la imagen es el terreno donde se edificará El teorema de Santiago. Las reflexiones teóricas se cruzan con las ideas de él o los directores poniendo en el tapete ideas fascinantes: ¿cómo la teoría se cruza con el quehacer cinematográfico?, ¿cómo el hacer mismo es complejo a la hora de filmar “ideas”? ¿cómo entender las ideas de un director que de tan mítico es un moderno como Hugo Santiago, de ese padre tan presente, de ese maestro tan genial? Qué hay detrás (o adelante) de una película es un misterio que el cine nos devuelve con cada buena película. El guión -nunca de hierro, a veces incomprensible y extraño- se funde con los encuadres perfectos y obsesivos, con las tomas que se repiten incansablemente, con ese montaje que ahora debe romper con las ideas de tiempo y espacio únicos. La escena donde Moguilianski planea junto con Hugo Santiago una toma da cuenta cabal de esta contundencia: el cine es complejidad, obsesión y ruptura. Hecho como un making off de El cielo del centauro, la última y esperada película de Hugo Santiago, El teorema plantea interrogantes, esa fórmula que no se puede describir, ese teorema que no tiene explicación. Tal vez como un par de detectives modernos desdoblados, Buissel y Masllorens buscan su resolución; pero como ya sabemos por boca del genial Ricardo Piglia las ficciones suelen ser paranoicas y su enigma es la base, aquello que nos lleva desde adentro hacia afuera del texto o de la película y a la vez desde afuera hacia adentro. Este movimiento centrifugo y centrípeto hace que el espectador de El teorema se mueva de manera zigzagueante, copiando el movimiento de quienes dirigen la película. El teorema de Santiago es indefectiblemente un homenaje al realizador de la genial y ya mítica Invasión y también es una declaración de principios acerca del quehacer cinematográfico. Es una crónica y a la vez un elogio, es un tributo donde las ideas son las protagonistas y las obsesiones sus antagonistas. Ese teorema pensado e imaginado por Hugo Santiago no tiene resolución lógica. Es el cine mismo, es la creación genial de un director genial que ha creado una mitología de personajes y espacios y tiempos que, de tan reales son ficcionales y viceversa. Que prestó sus imágenes a las voces de Borges, de Bioy casares y de Saer. Que imaginó una cartografía porteñamente épica. Que pudo pensar en una Aquilea fantasmática hecha en los bordes de un Buenos Aires de época y a la vez eterno. El tiempo, el espacio, la mitología, la literatura forman parte del cine de Santiago y también por extensión son la materia prima de El teorema. Es imposible descubrir la fórmula de la felicidad, como tampoco es posible descubrir la fórmula del buen cine. Lo que si queda claro es que Ignacio Masllorens y Sebastián Bruissel y Mariando Llinás y Agustina Llambí Campbell y Laura Citarella y David Oubiña y Agustín Mendilaharzu y Juan José Cambre y Alejo Moguillansky y Hugo Santiago, en esa polifonía de voces e ideas, en ese coro de voces imposibles; entienden que el cine es inevitablemente una de las fórmulas de la felicidad. EL TEOREMA DE SANTIAGO El teorema de Santiago. Argentina, 2015. Guión y Dirección: Estanislao Buisel e Ignacio Masllorens. Texto: David Oubiña. Narrador: Ignacio Rodríguez de Anca. Con la participación de Mariano Llinás, Agustina Llambí Campbell, Laura Citarella,Gustavo Biazzi, Felipe Solari, Juanjo Cambre, Alejo Moguillansky, David Oubiña,Estanislao Buisel, Ignacio Masllorens, Hugo Santiago. Fotografía: Ignacio Masllorens, Estanislao Buisel, Agustín Mendilaharzu, Agustín Godoy, Juan Herrera y Sofía Sarasola. Música: Claude Debussy, Pierre Máx Dubois, Georg Phillipp Telemann. Edición: Estanislao Buisel e Ignacio Masllorens. Dirección de arte: Jordi Cuerell. Sonido directo: Agustín Godoy. Edición de sonido: Marcos Canosa. Duración: 96 minutos.
El documental de Buisel y Masllorens registra el proceso creativo y la filmación de El cielo del centauro, que marcó el regreso al cine argentino de Hugo Santiago. Los directores renuncian a ilustrar meramente la producción y juegan con los materiales disponibles, que incluyen papeles, mapas, imágenes del rodaje y hasta mails. Santiago demuestra ser un obsesivo de la escritura y la planificación, un dictador encantador que tiraniza a todos hasta conseguir lo que se propone. En su trayecto, la película también devela el trabajo de conocidos productores, directores y fotógrafos, entre otros, de la órbita FUC y el clan Llinás. El rodaje termina siendo un lugar de encuentro entre distintas generaciones de realizadores; los guiones técnicos de Santiago, casi incomprensibles para sus jóvenes asistentes, son el terreno donde colisionan esas formas diferentes de hacer y entender el cine.
Es difícil analizar un documental hecho para transmitir las experiencias ocurridas durante la producción del film de Hugo Santiago, “El cielo del centauro”, porque ambas películas se estrenaron el mismo día, y este teorema que se intuye como un complemento de la otra para una mayor comprensión, no es así. Los realizadores Estanislao Buisel e Ignacio Masllorens nos brindan una clase práctica de cómo se genera una obra cinematográfica, desde las primeras charlas entre el director y Mariano Llinás, guionista y también cineasta, donde Hugo Santiago le cuenta la imagen que tiene en su cabeza, la de un extranjero que llega en barco a Buenos Aires, por poco tiempo, y que tiene que hacer una sola cosa, nada más. Y a partir de esa idea desarrollar un film. La etapa siguiente son los emails que se envían y responden ellos, narrados con la voz en off,, sobre la elaboración del guión cinematográfico para luego mantener una estructura narrativa precisa y cerrada. También la lucha eterna de los productores, quienes siempre tienen que hacer malabares e ingeniárselas para conseguir el dinero necesario para una filmación. Luego mostrarnos lo más esperado, que son los días de rodaje, con sus contratiempos y repeticiones de tomas, que el director que viene de la vieja escuela, y tiene todo en la cabeza, no quiere ni piensa apartarse de esa línea para lograr su propósito. Todos estos momentos contados de manera correlativa, le entregan al cinéfilo aficionado una gran cantidad de información, que tal vez no la tiene en cuenta cuando va al cine a ver una película. A los entendidos en la materia, para refrescarles ciertos conceptos, y a los que recién se inician, o quieren empezar a vincularse en el mundo del mejor oficio del mundo, como dice Hugo Santiago, es una gran lección. Por todo lo expresado, este documental está hecho para gente vinculada de manera muy estrecha al universo cinematográfico, y no para el público masivo.
CINE SOBRE CINE Durante algunos segundos, los recortes de un mapa argentino y otro francés se adueñan de la pantalla. Si bien pueden pensarse como referencias a los sitios elegidos por Hugo Santiago para desarrollarse como cineasta, también actúan como indicios de algo mayor: un ensayo sobre la concepción cinematográfica del director argentino. El teorema de Santiago se postula como una reconstrucción del proceso creativo (guión y película) de El cielo del centauro, filme estrenado en la edición anterior del Bafici. Por esta razón, Ignacio Masllorens y Estanislao Buisel utilizan tanto testimonios del director argentino como material audiovisual del período de pre y postproducción. Ahora bien, este planteo no simularía más que una excusa para exponer una suerte de teoría cinematográfica del propio Santiago sostenida, principalmente, por dos ejes: el decoupage y el teorema. El primero opera, en mayor medida, con los elementos del dispositivo: articulación de imágenes, sonidos, voz en off, simbologías, incorporación de lo digital (los recortes de los e-mails), los distintos puntos de vista de las grabaciones de Santiago en su película, los testimonios del equipo técnico, el montaje, entre otros. El segundo trabaja la lógica propia del filme: se divide en tres capítulos (el Simurgh, el encuadre y el teorema) y cada uno enfatiza la puesta en escena y decodificación de saberes, nociones, creencias y teorías. Pero, en este caso, no sólo se evidencian los conceptos bajo los cuales se rige Santiago, sino también se produce una doble construcción basada en la mirada de Masllorens y Buisel y en sus incorporaciones, en la película, a través del envío de e-mails con David Oubiña. El ensayo parece casi terminado. Sus principios ya fueron enunciados, puestos en contraste y exhibidos. Incluso veremos fragmentos de las obras para completar el sentido. Sólo resta el cierre para unificar los preceptos. El último gesto no tarda en aparecer y, como tal, la acción convierte a la teoría en manifiesto, una suerte de remembranza de las vanguardias históricas. Ahora sí, el decoupage está terminado. Por Brenda Caletti redaccion@cineramaplus.com.ar