Emigrar es una fuga Hasta Peninsula: Train to Busan 2 (2020) la carrera del muy talentoso director y guionista surcoreano Yeon Sang-ho había sido en verdad admirable: luego de aquella trilogía de animación para espectadores adultos en la tradición del manga más nihilista y/ o amargo, compuesta por The King of Pigs (Dwae-ji-ui Wang, 2011), The Fake (Saibi, 2013) y Seoul Station (Seoulyeok, 2016), el realizador nos regaló dos películas maravillosas y muy diferentes en live action, la primera Train to Busan (Busanhaeng, 2016), una epopeya acerca de una infección zombie que se esparcía a toda velocidad a bordo de un tren desde Seúl a Busan, y la segunda Psychokinesis (Yeom-lyeok, 2018), una parábola tragicómica en torno a un antihéroe de la clase obrera que en su momento fue distribuida por Netflix. Sin embargo el asunto se cae de manera significativa en su nuevo trabajo, que funciona como una suerte de continuación autónoma de Train to Busan así como Seoul Station tomaba la forma de una precuela de la anterior, por más que en términos de su estreno mundial haya llegado después de la odisea sobre unos rieles que hoy brillan por su ausencia y en buena medida son intercambiados por volantes y ruedas de vehículos tuneados que atraviesan las calles derruidas de Incheon, continuando en orden descendente con las principales ciudades de Corea del Sur en tanto sedes de la acción (Seúl, Busan y la que nos ocupa). Y aquí es “acción” la palabra fundamental porque la impronta de terror de Seoul Station, esa que ya venía mermando en Train to Busan para dejar paso a una espectacularidad progresiva, toma por completo el control del relato en una jugada que de por sí no tiene nada de malo aunque sin duda los problemas se acumulan por la falta de ideas novedosas de fondo y por unas cuantas decisiones fallidas de Yeon en cuanto a la presentación visual/ general del convite. Resulta más que evidente que el cineasta surcoreano se inspiró en Escape de Nueva York (Escape from New York, 1981), una de las tantas reinterpretaciones de la dinámica retórica del western por parte de John Carpenter, para armar la premisa de base: ahora en vez de una Manhattan transformada en una prisión de máxima seguridad, donde debía infiltrarse el tremendo Snake Plissken (Kurt Russell) para rescatar al Presidente de los Estados Unidos (Donald Pleasence), tenemos a un grupo de cuatro asiáticos, encabezados por Jung-seok (Gang Dong-won) y su cuñado Chul-min (Kim Do-yoon), que deben regresar sin más a una Península de Corea atestada de zombies y que ya lleva cuatro años de una cuarentena que en términos prácticos fue impuesta por los países vecinos cuando decidieron no aceptar más refugiados coreanos por el miedo al contagio zombie masivo, vuelta que se vincula a una suculenta oferta de la mafia de Hong Kong relacionada con la misión de recobrar un camión con 20 millones de dólares sustraídos de los bancos abandonados de Incheon y que quedó varado en alguna de las calles de la metrópoli. Bajo la promesa de entregarles la mitad de lo recuperado si tienen éxito, léase dos millones y medio de dólares para cada uno, el equipo de mercenarios improvisados arriba en la ciudad portuaria pero termina en parte acribillados por la milicia que controla la zona, con Chul-min convirtiéndose en prisionero de una facción comandada por el desquiciado Sargento Hwang (Kim Min-jae), quien a su vez está enfrentado con el pusilánime Capitán Seo (Koo Gyo-hwan), y con Jung-seok siendo salvado por una familia de sobrevivientes conformada por la matriarca Min-jung (Lee Jung-hyun), su padre algo mucho senil Kim (Kwon Hae-hyo) y las dos hijas de la mujer, la adolescente Jooni (Lee Re) y la pequeña y muy enérgica Yu-jin (Lee Ye-won). El planteo general es interesante porque a pesar del hecho de que no tiene ni un gramo de originalidad, plagado de secuencias de acción sobre pavimento a lo Mad Max (1979), de George Miller, y apuntalado en la noción de que los zombies son ciegos durante la noche y sensibles al sonido, inversión de aquella de El Hombre Omega (The Omega Man, 1971), de Boris Sagal, y demás adaptaciones cinematográficas de Soy Leyenda (I Am Legend, 1954), la famosa novela de Richard Matheson, de todas formas el film se las arregla para resultar un entretenimiento más que digno/ ameno y no caer en el desastre de tantos exponentes norteamericanos semejantes, en línea con porquerías como Guerra Mundial Z (World War Z, 2013) o las últimas y ya completamente insoportables temporadas de The Walking Dead, una serie televisiva que debería haber finalizado hace ya mucho tiempo. En este sentido, lamentablemente pareciera que el ejército de muertos vivientes digitales de Guerra Mundial Z en esta oportunidad constituyó el horizonte conceptual de un Yeon que abusa -y mucho- de los CGIs y del melodrama barato, reemplazando el desarrollo de personajes de Train to Busan por demasiados latiguillos dramáticos quemados, como por ejemplo el hecho de que Chul-min y Jung-seok compartan el trauma de haber visto morir a la esposa del primero y hermana del segundo -y al hijo pequeño de la fémina- a manos de unos infectados rabiosos a bordo de un barco, estereotipo promedio paradigmático que para colmo se expande cuando pensamos que Jung-seok también se siente culpable por no haber levantado con su automóvil, cuatro años atrás, a la parentela de Min-jung, con quienes se topó al costado de una ruta pidiéndole auxilio (más tarde la mujer le aclara que fueron 31 coches en total los que no pararon, linda metáfora sobre el egoísmo de los seres humanos). Al realizador se le escapa la chance de reflexionar un poco más acerca de la existencia de estos refugiados surcoreanos viviendo como extranjeros en Hong Kong y padeciendo un combo de “xenofobia más desempleo más paranoia en torno al contagio zombie”, esquema cubierto sólo por una rauda introducción que pronto deja paso a persecuciones hiper digitales por las avenidas y autopistas de una Incheon que parece salida de algún nivel de un videojuego de carreras o quizás un first person shooter, con una excesiva abundancia de tomas de vehículos, entornos y finados de CGI que terminan siendo un tanto ridículas por lo irreales y animadas a trazo grueso (un punto a favor de las secuencias vertiginosas es que la edición de Yang Jin-mo nos permite apreciar lo que está sucediendo sin esa velocidad estupidizante y publicitaria hueca del Hollywood modelo Michael Bay o la franquicia para oligofrénicos de Rápido y Furioso/ The Fast and the Furious). Dicho de otro modo, Peninsula: Train to Busan 2 es una obra potable para los parámetros calamitosos del cine actual pero resulta bastante decepcionante si se la compara con la propuesta previa o con Seoul Station porque el director no consigue genuinamente redondear hacia la eficacia su evidente pretensión de hacer “otra cosa” en materia de la saga, algo muy loable ya que hay una idea de fondo orientada a repensar el acto de emigrar como si se tratase de una fuga desesperada por mantenerse vivo o escapar de la indigencia y las privaciones de todo tipo, pensemos en el afán de regresar a Corea de Jung-seok y Chul-min para hacerse del dinero suficiente y vivir bien en serio en Hong Kong o en el anhelo de Min-jung en pos de sacar a su familia de la península con el objetivo de que lleven una vida normal, sin zombies ni milicianos mafiosos fascistas de por medio. Asimismo son bienvenidas las disputas de poder entre el Sargento Hwang y el Capitán Seo y el fetiche de ambos con los espectáculos/ deportes/ competencias brutales futuristas símil Carrera Mortal 2000 (Death Race 2000, 1975), Rollerball (1975) o Carrera contra la Muerte (The Running Man, 1987), no obstante en última instancia queda de manifiesto que Yeon encaró la película más como un producto estandarizado para la exportación y una posibilidad de seguir facturando con los zombies que como un proyecto con una entidad artística que mereciera un guión más pulido y escenas de acción menos aparatosas y más humanas, de verdadera proximidad corporal…
Peninsula comienza con una escena que parece marcar el camino que el film va a seguir, y se trata de una toma de decisión: la familia que trata de llegar en auto al barco de refugiados es interceptada en el camino por otra que pide ayuda desesperada. El protagonista, Jung-seok, soldado responsable del arreglo que les dio un lugar a él y a sus parientes en el barco, se niega incluso a tomar a la niña más pequeña. Más adelante, como si se tratara de un precio a pagar, los pasajeros del barco se infectan y se ve obligado a abandonar a todos. El panorama es oscuro, porque a diferencia de Train to Busan, donde el padre de la niña muere en un acto de sacrificio, Peninsula nos hace acompañar a un sobreviviente que fue incapaz de lograr ningún tipo de entrega. Corea ya no es un país sino simplemente una península librada a su autodestrucción, en un intento de acercarse al universo de Escape de Nueva York con la ciudad devenida en prisión. Entrar a la península en una misión de saqueo de dinero parece el motivo perfecto para recorrer el territorio en el que quedaron los sobrevivientes olvidados. Ellos mismos también fueron coptados por el nihilismo, a punto tal que arman una sociedad dictatorial y hacen de la epidemia un entretenimiento de deportes barbáricos. Pero a su vez nos introducen a Min-jung y a la pequeña niña, ajenas a todo apetito por el mal y haciendo uso de los mismos restos de esa Corea destruida para poder sobrevivir como familia. La niña fabrica sus propios autos a control remoto (tal vez una versión reducida de las persecuciones al estilo Mad Max que la película intenta emular) como elemento de distracción para las salvajes criaturas. Cuando los bandos están claros, lo que también se evidencia es la necesidad hacer convivir todos esos posibles lugares y disparadores en una sola película. Cada uno de los elementos comienza a funcionar más como un marco de acción, apenas un escenario, donde los personajes van cumpliendo con su necesaria transformación. Por supuesto que Jung-seok tendrá que arriesgar su vida por alguien, entre otros juegos de reversos narrativos que la película va a armar. Mientras tanto, las referencias estilísticas a las películas fantásticas que mencionamos se encargan de mantenernos en un constante trabajo de detección. No es una actitud necesariamente nostálgica, pero sí perezosa a la hora de trabajar con los recursos narrativos, como si los universos de Escape de Nueva York o Mad Max se vieran reducidos a apenas un tono o ritmo. Así la película también busca ponerse a la altura de la anterior, pero recordemos que Train to Busan es más conocida por la intensidad dramática del vínculo padre-hija que por la naturaleza del conflicto con los zombies. Peninsula intenta multiplicar esa presencia dramática, como si se jactara de aquella, en intento de repetición declarado. ¿Hay algo más previsible que el torrente de lágrimas de la niña en una de las escenas del final? El encuadre que busca atrapar la lágrima y el llanto termina mostrando más al lamento de un director tratando de repetir aquello que una vez le funcionó, sólo que ahora esta multiplicado, y son 3 las mujeres que lloran en simultáneo la muerte de un personaje. Yeon Sang-ho, en la que es su tercera entrega en este universo de zombies infectados en Corea del Sur, parece haber decidido quedarse en la península, tratando de ver qué se puede armar con los restos de sus películas anteriores. Pero su supervivencia pende en realidad de hilos, y en este caso, seguramente también dependa de que confiemos en la señora amable de las Naciones Unidas diciéndonos, en inglés, que va a estar todo bien.
Luego de la formidable Invasión Zombie (Train to Busan, 2016), el director Sang-ho Yean se pone al hombro la secuela y logra crear momentos igual de efectivos y espectaculares, pero con un resultado un tanto desparejo. A diferencia de la anterior, que tiene un guion de hierro y una trama consistente, Estación Zombie 2: Península es más ambiciosa y cuenta con subtramas y personajes que dejan a los zombis en un segundo plano. Cuatro años después de que el soldado Jung Seok intenta salvar a su hermana y el hijo del ataque de zombis en el barco que los llevaba a Hong Kong, unos mafiosos lo mandan a buscar para encargarle la misión de ir hasta Incheon (Corea del Sur) a recuperar un camión con 20 millones de dólares. A Incheon la llaman “la península” y es un hervidero de muertos vivientes. El panorama es posapocalíptico y la conexión con películas como Escape de Nueva York y Mad Max saltan a la vista a medida que avanza la historia. Seok irá con otros personajes que, al igual que él, no tienen nada que perder. El trato es que si logran traer el dinero, ellos se quedan con la mitad. Pero la misión se complica cuando unos pandilleros descubren a Seok y a sus compañeros con las manos en la masa. En Península, los verdaderos villanos no son los zombis, sino el grupo de pandilleros que se adueña de la ciudad donde rige la ley del más fuerte. Los sobrevivientes ya están acostumbrados a convivir con los zombis, saben cuidarse y tratan, en lo posible, de no hacer ruido ni alumbrarlos (los dos estímulos a los que reaccionan los monstruos). Las persecuciones en auto son de lo mejor que tiene esta segunda parte. Si bien los efectos especiales la asemejan a las carreras automovilísticas de un videojuego más que a las persecuciones analógicas de las Mad Max, lo mismo logra mantener la tensión y el pulso para narrar sin trastabillar. Aunque el meollo de la cuestión queda un poco disperso (por la cantidad de personajes que entran en juego), la eficacia dramática del filme se mantiene como en la primera parte, a pesar del uso abusivo que hace de la música en los momentos tristes. Al igual que su predecesora, Península también trata el tema del egoísmo individualista, aunque lo hace sin subrayarlo demasiado. Lo que hay que rescatar y respetar de Sang-ho Yeon es su arriesgada apuesta por hacer una película más compleja, sin bajar el alto nivel de entretenimiento al que supo llegar con la primera parte. El director renuncia a la construcción de sus películas anteriores (incluida la animación Estación Zombie: Seúl) y se compromete con un ejercicio más desenfadado y cinéfilo, con todos los riesgos que esto supone.
Han pasado cuatro años desde que el brote de la epidemia zombie azotó a los pasajeros de un tren bala rumbo a Busan. Toda la península que forma Corea del Sur ha sido devastada y está en cuarentena. Un ex soldado llamado Jung-seok que vive en Hong Kong recibe una oferta que no puede rechazar para volver a la península. Allí se encontrará con un grupo de sobrevivientes y juntos deberán encontrar la manera de escapar. Para la secuela de la excelente Train to Busan se han realizado varios cambios. De hecho quien no haya visto aquel film, no tendrá el más mínimo problema con la historia de este nuevo título. La historia vuelve a ser sencilla, aunque menos focalizada que en la película del 2016. Hay más elementos en juego y eso le quita algo del rigor impactante que se veía en la primera. La historia está muy marcada por Escape de Nueva York (1977) de John Carpenter. Incluso la estética, no solo el argumento, tiene una impronta que se nota. Pero cuando uno ve los efectos especiales, la película se parece más a Escape de Los Ángeles (1995) también de Carpenter. Allí, los mencionados efectos eran poco realistas pero muy bellos. Y eso es lo que pasa aquí. Las escenas de autos y persecuciones son inverosímiles pero verdaderamente preciosas en lo estético. Una delicia que requiere la complicidad del espectador. Train to Busan 2 es divertida, claramente inferior a la anterior pero llena de ideas, con muy buenas escenas de acción y con un pequeño giro hacia las distopías de la ciencia ficción. Posee, como casi todo el cine coreano de género, un marcado gusto por lo melodramático, algo que sostiene hasta el final. Otra prueba de que el cine coreano tiene mucho para ofrecer en materia de entretenimiento.
MÁS ES MENOS Invasión zombie (2016) fue uno de esos éxitos unánimes que resonaron en la taquilla y la crítica, e impactó por su eficacia narrativa en un terreno arduamente explorado, entregando algunas secuencias indelebles. El film de Yeon Sang-ho no era novedoso, pero a lo largo de la claustrofóbica odisea de sus personajes transmitía una sensación de vulnerabilidad y desamparo, al mismo tiempo que entregaba electrizantes secuencias de acción e imágenes memorables de hordas de zombies. Cuatro años después, la misma elipsis narrativa que tiene el film, se estrena Estación zombie 2 (2020), una película con más presupuesto, más subtramas narrativas y más efectos especiales pero menos sustancia, cayendo incluso por debajo de la precuela animada Seoul Station (2016). Las tres películas que integran esta suerte de universo repleto de zombies ocasionados por algún virus desconocido no tienen una conexión a través de sus personajes, sino que permanecen apenas como una referencia. Lo mismo sucede con el aura que envuelve a cada uno de los films: en la precuela animada hay un profundo nihilismo que recorre cada uno de sus diálogos y acciones, con personajes miserables en una situación que los colapsa; en la primera parte ya se mencionó el desamparo y la carrera contra reloj, aunque recorre en sus personajes algo que ya se veía en Seoul Station y por extensión en muchas de las películas de zombies desde Night of the living dead (1968) de George Romero: el instinto de supervivencia puede generar un peligro mayor al que encarnan los mismos zombies. Estación zombie 2 explicita esto con un subrayado más marcado que en sus dos anteriores películas, algo que no es tan problemático ya que los films de Romero no se caracterizan por su sutileza, el asunto es la forma en que lo expone y afecta a cada personaje, abriendo subtramas narrativas sin peso y dejando algunas resoluciones arbitrarias para darle cierta homogeneidad al relato. Lo peor es que este caos también expone la chatura que envuelve a los personajes que se encuentran dispersos en la trama. Trama que es sencilla y podría haber resultado interesante. Estación zombie 2 tiene algunos elementos de heist en sus inicios al plantearse una misión suicida destinada al fracaso. El film nos pone en el lugar de Jung Seok (Dong won-Gang), un ex militar atormentado por el vibrante prólogo que es lo mejor de la película, como sobreviviente a los eventos en Estación zombie. Imposibilitado de asentarse como ciudadano en Hong Kong por su condición de refugiado, toma el encargo de rescatar un camión lleno de dólares que le daría suficiente dinero para mejorar su situación. Pero no es tan fácil al tener que volver a un territorio invadido por zombies. Este objetivo comienza a desvirtuarse porque a los zombies se suma un escuadrón de sádicos que se encuentra instalado en la región y hará imposible la operación. También por la inclusión de un pequeño grupo familiar de refugiados que dan un lado emotivo (e inoportunos comic reliefs) y conectan con la compleja historia del protagonista. En síntesis, el film abre dos arcos narrativos que tienen poco sustento, fragmentados, y que en el caso del personaje de Chul-min (Do-yoon Kim) resta, porque mucho de lo que se ve parece influenciado por lo peor de The walking dead. En particular, antagonistas muy poco definidos que rozan la caricatura y no tienen ningún propósito más que ser instrumentos del guion. ¿Pero es entretenida? Entre las pocas virtudes que tiene el film hay que reconocerle eso. Las dos horas entre las secuencias de acción -al menos dos son notables- se pasan con cierto vértigo televisivo pero, a diferencia de Estación zombie, este vértigo está vacío y solo nos quedan algunas imágenes pesadillescas que Yeon Sang-ho ya ha demostrado que puede lograr. Quizá es el momento de probar suerte por fuera de este universo de zombies que parece agotado.
Train to Busan (Estación zombie) fue una gran sorpresa cuando se estrenó. Una especie de “aire fresco” para un público que empezaba a saturarse de los zombies como consecuencia de la serie The Walking Dead, sus spinoffs y otras producciones. La película coreana recolectó lo mejor de todos los elementos del género y los dispuso dentro de una entretenida y muy rápida propuesta. El éxito fue tal a nivel mundial que la secuela era inevitable. Así es como nos topamos con este estreno que, si bien no cuenta con ninguno de los personajes que conocimos en el film anterior, se sitúa dentro de ese mundo. Y ahí es donde está el problema: pasa a ser una “película de zombies más” y no tiene nada que ofrecer. Incluso por momentos es medio aburrida aunque las secuencias de acción están bien ejecutadas. El director Yeon Sang-ho no logró volver a repetir ni recrear los climas que había conseguido en la primera instancia. Pero mantiene una muy buena puesta. En definitiva, Estación Zombie 2: Península va a ser disfrutada por aquellos que han visto poco cine similar al que se ofrece aquí.
Después de la potente y dramática Estación Zombie (2016), bajo la dirección de Yeon Sang-ho, donde un virus letal sorprende a Corea del Sur, y los pasajeros de un tren deben luchar por su supervivencia, llega su secuela: Estación Zombie 2: Península. Claro que después de transcurridos cuatro años (tanto real como ficcionalmente), la premisa es otra. Ubiquémonos, Corea del Sur se encuentra aislada, de allí proviene el paciente cero, y quedaron la mayoría de los infectados de un virus del que no se sabe bien su origen, pero transforma a las personas en zombies violentos y hambrientos. La mayoría de los refugiados, tras ser rechazados por los países limítrofes por temor a que se cuele algún infectado, se encuentran en Hong Kong. He de aquí que el ex soldado Jung-seok, quién ha logrado escapar de la península a pesar de cargar con la muerte de su hermana y su sobrino, debe regresar al centro de la pandemia para recuperar un camión que contiene millones de dólares. La idea es rescatar el vehículo de noche, momento de debilidad de los zombies ya que quedan ciegos, y guiarlo al puerto. Por supuesto que la misión no será tan fácil como parece. El grupo enviado se enfrentará a varias vicisitudes, además de enterarse que en la península aún viven personas que no están contagiadas y han naturalizado el hecho de aniquilar zombies. Así es que la cinta transita entre varios tópicos genéricos, desde el melodrama, la acción pura, y una lógica muy similar a la del videojuego. Nombramos el videojuego, porque por momentos, sobre todo en las escenas de acción, parece que estamos inmersos en uno. La misión: matar la mayor cantidad de zombies que se abalanzan en manada al mejor estilo Guerra Mundial Z. Y tenemos varias opciones para hacerlo, con armas de fuego, peleando cuerpo a cuerpo y atropellándolos con vehículos que han quedado desperdigados por la isla. Acompaña también una estética bélica mainstream computarizada. Ajena a la acción, que persiste en gran parte de la película casi sin darnos respiro, también hay momentos bien melodramáticos siempre referidos a las pérdidas y los vínculos del grupo familiar, poniendo en eje también una cuestión podríamos decir casi filosófica: ¿hasta que punto sirve el dinero en ese contexto caótico? Si bien Estación Zombie 2: Península no logra la hondura dramática de su antecesora, quizá porque los diferentes puntos de vistas son más difusos, empáticamente hablando (no tiene la escuela de los muertos vivos de Romero), las reglas básicas las cumple… ¡ahh! Y destacamos las actuaciones de las dos niñas que le ofrecen más frescura y ludicidad al relato.
Zombies sin gasolina Hace unos años, el sub-género zombie había llegado a un nivel de agotamiento extremo y parecía que ya nada volvería a impactarnos. Fue entonces que apareció Yeon Sang-ho con Invasión zombie (Train to Busan, 2016) y todo cambió. La fábula de un virus letal que se expande por Corea del Sur, provocando violentos altercados entre los pasajeros de un tren que viaja de Seúl a Busan, significó todo un acierto pues si bien presentaba una historia que habíamos visto miles de veces, su grandeza se encontraba en los caminos elegidos para narrarla. Cuatro años después y con una pandemia mundial de por medio llega Estación zombie 2: Península (Train to Busan 2, 2020) secuela que dobla en adrenalina y acción a su antecesora, pero carece de toda la emoción humana que supo tener la original. Se sitúa varios años más tarde de lo acontecido en la primera entrega. Ahora, Busan es una ciudad desolada, en la que muy pocas personas han podido sobrevivir. Nuestros protagonistas deberán regresar allí para recuperar un camión en el que hay varios millones de dólares. La misión no resultará nada fácil. Yeon Sang-ho, quien repite como director y co-escritor, se ocupa en gran medida de seguir al pie de la letra el manual básico de toda película de este calibre, ahora con excesivo uso de CGI y una trama que abarca desde atracos, hasta militares y civiles. Siguiendo estas pautas todo podría funcionar, al menos decentemente, pero lamentablemente no lo hace. La mayor parte de sus secuencias de acción ocurren durante la noche, por lo que nos exceden los planos oscuros en donde realmente cuesta entender qué está pasando. Sin embargo, lo peor es que existe una exageración extrema en el uso de efectos visuales totalmente paupérrimos. Desgraciadamente, lo que vimos y experimentamos con el inicio de la saga solamente resulta un espejismo en esta continuación, limitándose a recopilar absolutamente todos los clichés conocidos de otras producciones del género. Quizás la idea fue concebir este despropósito con el único fin de exprimir la franquicia, pero este nuevo capítulo no resulta ni satisfactorio ni al menos entretenido. Mientras que Invasión zombie significaba un relato conmovedor, impulsado por el dolor y la redención de sus personajes, Estación zombie 2: Península proyecta su atención en entregar un espectáculo genérico, efectista y olvidable. Tal vez, de haber sido vendida como obra independiente el resultado hubiese sido más soportable.
En 2016 se estrenó «Train to Busan», también conocida en nuestro país como «Invasión Zombie», una película que renovó los aires del género de zombies e hizo que mucha gente se empezara a interesar por la cinematografía coreana, mucho más sensible y profunda que la de otras latitudes. «Train to Busan» se centraba en un hombre adicto a su trabajo, que no le prestaba demasiada atención a su pequeña hija. Es por eso que en el día de su cumpleaños decide llevarla con su madre a Busan. Sin embargo, en el trayecto aparecerá un brote de infectados, sin causa aparente, que provocará que todos los pasajeros del tren tengan que luchar por sobrevivir. Tal fue el éxito del film que no quedaba duda de que habría una continuación. De la mano del mismo director, llegó hace unos días «Península». La historia se centra cuatro años después del brote. Muchos dejaron Corea del Sur y se radicaron en Hong Kong, como Jeong-Seok, un ex soldado, que ahora trabaja para un grupo de gángsters. Sin embargo, le llegará una propuesta bastante irresistible: volver a la Península para recuperar un camión lleno de dinero. Es así, como junto a su cuñado y otros dos personajes se embarcará en una aventura de vida o muerte. Es muy difícil concebir a «Península» como una película individual, ya que deriva de una cinta que no solo nos brindó una historia frenética, atrapante, llena de suspenso y terror, sino que además lo hizo a base de personajes profundos, que se van transformando con el correr del metraje, y que nos mostraron la verdadera cara del ser humano en circunstancias límite. Es decir, «Train to Busan» dejó la vara muy alta para lo que vendría. Y si bien «Península» no está mal, porque consigue entretener al espectador en todo momento, cambia en muchos aspectos lo que había logrado su antecesora. En primer lugar tenemos otro tono, se deja atrás el género de terror para pasar a la acción pura, en la cual los protagonistas deberán sobrevivir no solo a los zombies, sino a otras personas que quedaron varadas en Corea y que, en muchos casos, su salud mental está bastante deteriorada, haciéndola incluso más peligrosa que los propios mutantes. Esto se había planteado previamente, pero en este caso tenemos enfrente un enemigo bastante desquiciado y caricaturesco. Se nota que el aumento del presupuesto fue para crear una puesta en escena mucho más ambiciosa y grandilocuente, con más zombies, una fotografía más lúgubre y oscura, y persecuciones al estilo «Mad Max», que son divertidas pero un poco largas, y que hasta por momentos se sienten algo artificiales o salidas de un videojuego. La historia es bastante sencilla, sin muchos giros, para que toda la atención se ponga en este tipo de situaciones. Por otro lado, se buscó expandir mucho más el universo visto en «Train to Busan». En este caso, tenemos nuevos personajes, y si bien tenemos algunos momentos más sensibles en donde se plantean los errores humanos o la falta de acción en instantes clave, no se consigue esa profundidad que tuvieron los protagonistas del film anterior. De todas maneras, podemos destacar la caracterización de las niñas, Joon-in y Dong-hwan, quienes le agregan una cuota de diversión y frescura, muestran su valentía y poder a pesar de las circunstancias, y que, junto a su madre y abuelo, se la rebuscan para sobrevivir. A pesar de tener un final bastante emotivo y sentido, no logra la misma empatía que tuvimos con el personaje del padre o su hija en «Train to Busan». Si bien «Península» no consigue estar a la altura de «Train to Busan» porque optó por algo más ambicioso y espectacular, que deja un poco de lado esos personajes llenos de matices y una locación claustrofóbica, nos ofrece un entretenimiento a base de un ritmo dinámico lleno de acción y la expansión de un universo previamente conocido.
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