Vanguardia Planos fijos (menos el último) de unos 10 a 15 segundos cada uno sobre una Buenos Aires vacía. Sí, edificios, casas, calles, parques, talleres, fábricas, bares y subterráneos filmados en esos raros momentos del día en que están sin gente. Si la idea del director de Martin Blaszko III puede sonar en principio demasiado “programática”, el resultado (desde lo cinematográfico, lo arquitectónico y lo sensorial) es muy interesante. Y más que eso: este mediometraje a-lo-James Benning tiene bastante de inquietante, fantasmagórico y, por qué no, apocalíptico ¡Qué absurda y contradictoria es la ciudad! ¡Y qué linda es sin gente!
Espacios vivos Hábitat, dirigida por Ignacio Masllorens, es una película sobre distintos espacios urbanos dentro de la ciudad de Buenos aires. Lentamente uno se sumerge en un viaje por una ciudad completamente deshabitada, donde lo único que ha quedado de vida es lo material, las edificaciones, las calles, las ventanas por donde nadie observa ni nadie es observado. Una propuesta sumamente interesante de puesta en escena donde sus pequeños halos de vida queda en algunos objetos que se mueven, algunos televisores que aún siguen funcionando, algunas máquinas que persisten en su rutina, pero después de ello no hay más que espacios. Lo humano ha desaparecido y son los lugares urbanos con sus objetos que se extienden para conectarse entre sí. Tan solo en 40 minutos pero de duración justa, este mediometraje va desde un extremo de la ciudad hasta el otro. Ingresa desde las afueras y desde lo alto de los edificios para así irse a calles de barrio y luego volver al centro donde se encuentran las edificaciones más clásicas e imponentes. Dichas calles del centro se caracterizan por tener sus negocios cerrados, mientras que las grandes tiendas de comestibles lucen ordenadas y aún con los víveres en su lugar sin que nadie consuma. Inclusive el subterráneo sigue transmitiendo la publicidad. Lo más llamativo de todo el trayecto, es que Plaza de Mayo, increíblemente luce vacía. La misma negación de las personas hace que sea éste un retrato de la ciudad detenida en un momento del día. Bajo un plano fijo por lugar se construye un pulso mismo de la ciudad, pero con los espacios dejados al azar, como si todas las personas hubieran dejado todo al mismo tiempo. Y no existe la noche. No está la ambigüedad y la sospecha que ofrece la oscuridad ni la duda que siempre carga el contraluz. El pulso de la ciudad se resiste a volverse misteriosa por la luz, se deja ver como por sí misma. Su propia vida desde sus colores naturales. Tampoco tiene el dramatismo de la lluvia. El día eterno que va desde el cielo celeste para terminar mezclándose con en el mismo color del río. Pero todo es un viaje netamente urbano con sus figuras, sus formas y sus líneas. Todo es geométrico y estructurado en un ambiente que mantiene la perplejidad de la soledad, pues la ciudad luce ordenada, limpia y estable. Incluso los árboles se siguen moviendo con el viento y las palomas irrumpen en los tejados. Una película particular con su resistencia a la narración clásica y al eterno seguimiento de personajes. Su negación absoluta de los mismos la hace sumamente encantadora ya que dicho exceso de realidad -y de materialidad- convierte todo, al mismo tiempo, en un viaje hipnótico por una ciudad fantasma (y no fantasmal). Este es un retrato de una Buenos Aires convertida en ciudad fantasma, cuya gente la ha abandonado como aquellas ciudades que se mueven y existen solo para ser vistas como espejismos en la imaginación, para luego desaparecer.
El mediometraje del director del célebre corto ALABANZA A LA PAPA y codirector de EL HUMOR (PEQUEÑA ENCICLOPEDIA ILUSTRADA) con Mariano Llinás, está más cerca del cine de James Benning que de cualquiera de las referencias aquí citadas. Masllorens filma escenarios (urbanos y porteños, en su mayoría) vacíos, a una hora que parecen ser las 6 de la mañana de un fin de semana, con incipiente luz de día pero sin personas a la vista. El efecto se vuelve curioso especialmente en las escenas que muestran lugares públicos o de mucho tránsito, raramente vistos vacíos, ya que permite observar detalles y analizarlos fuera del contexto habitual. Lo hace mediante un sistema de planos de 13 segundos cada uno -con algunos de 7 segundos- que se vuelven extrañamente cortos, ya que para realmente poder apreciar los detalles del plano y que el todo no se vuelva algo parecido a un slide de diapositivas en movimiento me parece que deberían ser un poco más largos. Imagino que no debe ser fácil filmar esos escenarios vacíos tanto tiempo (tarde o temprano alguien pasará por muchos de ellos) y hasta supongo a algún miembro del equipo de rodaje pidiendo a la gente que no se cruce como mientras alguien saca una foto, por lo que es hasta entendible la situación. Cuando uno se acomoda a la propuesta, los 44 minutos pueden llegar a ser hipnóticos y cautivantes, entregando al espectador una mirada a lo que parece ser una ciudad fantasma con lugares que extrañamente se vuelven irreconocibles, como si el director hubiese estado buscando locaciones para una película de ciencia ficción apocalíptica en la que un virus acabo con toda la población. El lugar donde vivimos, sin nosotros. ¿Una postal del fin del mundo?
El lienzo urbano Trece segundos – en ocasiones siete- nos propone cada plano fijo de Hábitat para ejercer la libertad de la mirada sobre un encuadre que lentamente sufre la invasión de lo urbano, sin la presencia de lo humano. El espacio vacío que forma parte del recorte elegido por el director Ignacio Masllorens para retratar desde la ausencia la presencia por los detalles, que se encuentran en las imágenes que van acopiando fachadas, edificios uniformes en una ciudad donde apenas es audible el revoloteo de algún ave o el ladrido desganado de un perro en una postal barrial decadente, reconoce la marca indeleble de un progreso un tanto cuestionable desde el punto de vista arquitectónico pero inevitable frente a la inescrutable presencia del tiempo. En esa fábrica recuperada, que sin el grito de libertad de sus operarios descansa en silencio la realidad de su lucha invisible, se estrella la desidia o la chatura de algún edificio emblemático que parece reconocerse más por su pasado que por su presente. Narración abolida o excluída para que el espacio se reconfigure desde un territorio virgen y novedoso pero que no deja de ser reconocible. Una Catedral atestada de símbolos y despojada; un Cabildo con un graffiti en su rostro urbano son parte de una geografía que excede el recorte de la mirada unívoca para abrirse hacia la reflexión más profunda y múltiple, que incluso resulta más que sugestiva al pensarse el título de Hábitat como ese lugar donde se vive y en el que la especie se encarga de perdurar cuando desde las imágenes estáticas de este mediometraje por momentos esa geografía parece abandonada o al menos invivible