Futuro prometedor Historias Breves 8 (2013) demuestra un gran nivel en los cortometrajes participantes de esta edición. Si bien siempre son desparejas las “tortas” de cortos –difícil que todos estén al mismo nivel- se pueden destacar aquí algunos muy pero muy buenos, otros muy atractivos y varios al menos correctos. Todos, absolutamente todos, son técnicamente impecables y realizados con mucha profesionalidad. En esta octava edición, los temas más variados se presentan en el compilado: El Olvido, cortometraje de Fermín Rivera (que ya ha dirigido en solitario el documental Huellas y Memoria de Jorge Prelorán), plantea un caso de búsqueda de identidad con reminiscencias a la última dictadura militar. De cómo Hipólito Vázquez encontró magia donde no buscaba, de Matias Rubio, es sobre la magia del fútbol. Hay varios que manejan el género de terror con muy buenos resultados como Liebre 105, de Sebastián y Federico Rotstein, sobre una chica que queda aislada en el estacionamiento de un Shopping Center, El desafío, de Andrés Arduin, acerca de un extraño asesinato en condiciones sobrenaturales, y también sobre un homicidio es El ramal, de Mena Duarte. Pero también hay un notable manejo del suspenso y la tensión en Superficies, de Martin Aliaga, y El conductor, de Maximiliano Torres. Por otra parte, Cuestión de té de Monse Echevarría, es una interesante metáfora acerca de la visión de un niño y su percepción de la mentira, mientras que Vida nueva, de Lucas Santa Ana, es la cuota optimista y esperanzadora contextualizada en una cena de fin de año. Decíamos que todos son buenos cortometrajes y es injusto destacar uno sobre otro, pero valen una mención aparte Liebre 105, por el oficio para manejar el suspenso además de citar a clásicos del cine de terror. Superficies tiene un manejo de tensión extraordinario que deriva en violencia tan precisa y atrapante (recuerda al cine de Pablo Fendrik) que sorprende a través de la situación de bulling que plantea. Con los mismos logros se distingue El conductor, que con mínimos recursos logra trasmitir una situación compleja en un viaje familiar en la ruta. Recordamos que todos los cortos están por encima del nivel de otras ediciones, y además (para el espectador ocasional) cuentan con la actuación de actores reconocidos. Si estos son los cineastas del mañana, el futuro es alentador.
Lo que viene llegando Aclaremos que la calificación de esta crítica es absurda, apenas una convención periodística. Es obvio que nueve cortos de directores jóvenes -los que integran la octava edición de Historias breves- no pueden tener el mismo nivel. El “bueno” será generoso en algunos casos, y mezquino en otros (pocos). Tal vez, lo interesante en estas películas colectivas es establecer una tendencia, no calificarlas. Historias breves 8 muestra -en su inevitable, sana diversidad- una inclinación hacia el cine narrativo, en el que la tensión y el suspenso funcionan como motores. Se trata, en general (expresión que no repetiremos, pero que debería figurar en cada oración), de trabajos de buen nivel formal, con la participación de actores sólidos o de gran experiencia: Sergio Boris, Martina Juncadella, Guillermo Pfening, Javier Lombardo, Nicolás Scarpino, entre otros. El ciclo de Historias breves comenzó a mediados de los noventa, en paralelo con los inicios del Nuevo Cine Argentino. Casi dos décadas después, si nos guiamos por estos nuevos cortos, parece confirmarse un giro hacia un cine con un foco más argumental, más alejado del minimalismo, de cierto estilo contemplativo. La elección de actores profesionales marca, también, una tendencia. Los peligros, evidentes en algunos de estos cortos, son la obviedad, la sobreexplicación, las impostaciones. No tenemos espacio para referirnos a cada filme. Para no ser antipáticos, mencionemos dos de los logrados: El conductor, de Maximiliano Torres, con Sergio Boris, que transmite el agobio de un matrimonio en una ruta, y Liebre 105, de Sebastián y Federico Rotstein, sobre un chica hiperconsumista que va sumergiéndose en una pesadilla en un shopping. Para ser antipáticos, a modo de ejemplo válido para varios de los cortos, agreguemos que, en Liebre..., la protagonista podría haber sido descripta con menos trazos. Detalles que tienen solución: tendremos que esperar la evolución de estos nuevos realizadores.
El futuro ya llegó (otra vez) Historias Breves, el ya mítico concurso de cortometrajes organizado por el INCAA, fue fundamental en el surgimiento del denominado Nuevo Cine Argentino (NCA). Directores como Israel Adrián Caetano, Daniel Burman, Lucrecia Martel, Rodrigo Moreno y Ulises Rosell, por nombrar sólo algunos, se consagraron gracias a esta iniciativa surgida en 1995 y que -con todos sus problemas de continuidad y sus dificultades de concreción- ya va por su octava entrega. Un hecho para celebrar. No es fácil para los nueve realizadores aquí seleccionados la comparación con aquellos talentos que descollaron en los primeros años de esta iniciativa, pero el nivel general de esta edición resultó más que digno. En principio, llama la atención el excelente nivel técnico de todos los trabajos. Más allá de que estos premios permiten contar con recursos que muy pocos cortometrajistas podrían conseguir de forma independiente (en muchos casos hay incluso aportes de intérpretes y directores de fotografía de notables trayectorias), el acabado formal es impecable y, por lo tanto, la visión del conjunto resulta por demás placentera. Otra característica distintiva es la predilección por el cine de género, por una narración más bien clásica y no tan ligada a la experimentación: hay varias propuestas de terror, un par de thrillers psicológicos y algo de drama y comedia negra. Hasta las miradas a cuestiones más extremas como el bullying en un colegio secundario de varones (Superficies, de Martín Aliaga) o las consecuencias de la última dictadura militar que aún hoy se siguen percibiendo (El olvido, de Fermín Rivera) fueron trabajadas apelando a la tensión y el suspenso, y no a la declamación o a la verborragia. Historias Breves 8 arranca muy bien con De cómo Hipólito Vázquez encontró magia donde no buscaba, de Matías Rubio, reivindicación de lo más genuino del fútbol en medio de un negocio cada vez más deshumanizado (en esta propuesta que mixtura casi todos los géneros posibles hay una participación especial de Víctor Hugo Morales); y casi sobre el final aparece una gema como la sangrienta Liebre 105, de los hermanos Sebastián y Federico Rotstein, que juega con los códigos y convenciones del cine de horror y hace un uso excepcional de una locación como el estacionamiento vacío de un centro comercial de madrugada. En el medio, también se destaca El conductor, film de Maximiliano Torres que describe los conflictos de un matrimonio (Sergio Boris y Celina Font) que viaja con sus hijos de vacaciones. El creciente malestar de la pareja y de los chicos en el espacio cerrado y en movimiento de un auto (el marido va manejando a toda velocidad) tiene sobre el final un inesperado elemento adicional que potencia y amplifica ese clima ya de por sí perturbador. Por su parte, la vistosa Vida nueva, de Lucas Santa Ana, retrata con un dejo de melancolía el amor a diferentes edades (abuelos, padres, hijos) en el ámbito de un viejo edificio (con algo del de Séptimo) y en el contexto de una noche de Navidad, cuando todos los sentimientos se exacerban. El ramal, de Mena Duarte; y El Desafío, de Andrés Arduin, comparten una apuesta bastante más oscura e intrigante: son dignos exponentes del thriller (psicológico-erótico el primero; con elementos fantásticos el segundo) que demuestran que -más allá de los inevitables desniveles- hay una gran destreza y un indudable oficio en todos los jóvenes realizadores elegidos para esta nueva edición de Historias Breves.
Cuando la forma se impone a la búsqueda Los nueve cortos cosecha 2013 tienen, como ya es costumbre, un acabado técnico digno de manos expertas. Pero es novedosa, en cambio, la preocupación general por la construcción de una historia antes que por la experimentación. Nunca la tuvieron fácil los cortos de Historias breves, todos ellos filmados por estudiantes de distintas escuelas de cine de la Argentina, ya que deben prestarse no sólo a la inevitable comparación interna, sino también a otra generada por el peso de la historia. Basta recordar que la primera antología, estrenada en 1995, albergó trabajos de varios de los máximos referentes de lo que años después sería el Nuevo Cine Argentino (Martel, Caetano, Burman y siguen las firmas). Pero sería un error buscar, tanto en esta octava entrega como en las anteriores, la llama de un flamante movimiento o la certeza de un talento de próxima explosión. Lo que debe hacerse es utilizarlos como barómetros de la coyuntura, síntomas del presente antes que preludios de un futuro siempre incierto. Y en esa línea, el panorama no es del todo alentador. Producidos por iniciativa del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa), los nueve cortos cosecha 2013 tienen, como ya es costumbre, un acabado técnico digno de manos expertas. Sí es novedosa la preocupación general por la construcción de una historia antes que por la experimentación de la forma. Pero para esto es necesario un pulso narrativo lo suficientemente entrenado como para delinear una estructura clásica en un puñado de minutos. En ese sentido, el problema central de la mayoría de los trabajos de HB8 es que parecen surgidos de largos reducidos por obligación antes que de ideas concebidas para desarrollarse en un cuarto de hora. De allí que uno se limite a ser un ejercicio de género caracterizado por el trazo grueso y el chiche (Liebre 105, de Sebastián y Federico Rotstein), otro a copiar un modelo eminentemente hollywoodense (la feel-good-movie Vida nueva, de Lucas Santa Ana), alguno a reducir al cine al rol de generador de conciencia (El olvido, de Fermín Rivera). También hay uno que se queda rengo planteando una buena premisa no del todo bien llevada a cabo (Cuestión de té, de Maximiliano Torres) e incluso un par salidos de la matriz de un episodio de Tiempo final (El desafío, de Andrés Arduin; El ramal, de Mena Duarte). Hay una crisis latente en la familia de El conductor, de Maximiliano Torres. La articulación de la forma con la vocación narrativa se amalgama en tres trabajos. Apertura de la antología, De cómo Hipólito Vázquez encontró magia donde no buscaba es una comedia acerca de un cazador de talentos (Javier Lombardo) que llega hasta un inhóspito paraje norteño atraído por el rumor de un crack. Dirigido por Matías Rubio y narrado por Víctor Hugo Morales, el film acierta creando dos protagonistas cuyas vidas parecen regidas por los mandatos de la pelota, construyendo así una especie cinematográfica llamativamente poco frecuente en el país de Messi y Maradona como es una comedia futbolera. Si el resultado no es del todo –si se permite la humorada– redondo, es por un desenlace demasiado moralizante y cierta desconfianza en el poder de las imágenes manifestado en un abuso en la musicalización. Los últimos dos hacen del par opresión-represión una norma. Tanto que logran transmitir la tensión de un estallido inminente. Superficies, de Martín Aliaga, es el tensísimo recorrido por la cotidianeidad de un alumno víctima del bullying siempre al borde de una crisis. Crisis también latente en la familia central de El conductor, de Maximiliano Torres. Por lejos el mejor cortometraje de la selección, el film aplica un procedimiento similar al de Dominga Sotomayor en De jueves a domingo. Esto es, apropiarse de un auto para redefinirlo como el espacio de confluencia de dos realidades disímiles. La de los chicos, que juegan como si nada en el fondo, y la de sus padres, un matrimonio que marcha inexorablemente a la ruptura. Hasta que el choque de un pájaro contra el parabrisas rompe el equilibrio familiar, balanceándolo a una realidad resquebrajada. El de-senlace, partes iguales de justeza y pesimismo, deja sobrevolando la triste sensación de lo inmodificable.
El año pasado conocí las “Historias breves” en su séptima entrega. Y cada año que pasa, supongo que a la hora de opinar sobre una nueva camada de jóvenes promesas locales, debemos decir que la elección de los destacados del proyecto, es colorida y promisoria. El nivel es el similar al que encontramos todos las entregas. Recordemos que desde 1995 tenemos narraciones de distinta naturaleza en distintos géneros. Aquí encontramos dramas sociales, sátiras urbanas, intrigas policiales y alguna que otra crónica romántica. Una cosa a tener en cuenta: el nivel de producción es quizás, más elevado que en otras ediciones. Se nota en los cast (hay muchas figuras de la tevé local) y hay una paleta interesante de propuestas para elegir con guiones muy trabajados… Nueve, para ser exactos. Ellas son "EL OLVIDO" de Fermín Rivera, "DE COMO HIPÓLITO VÁZQUEZ ENCONTRÓ MAGIA DONDE NO BUSCABA" de Matías Rubio, "VIDA NUEVA"de Lucas Santa Ana, "EL RAMAL" de Mena Duarte, "EL DESAFÍO" de Andrés Ernesto Arduin, "SUPERFICIES" de Martín Aliaga, "LIEBRE 105" de Sebastian y Federico Rotstein, "EL CONDUCTOR" de Maximiliano Torres y "CUESTIÓN DE TÉ" de María Monserrat Echevarría. Dentro del menú, nos gustaron mucho “De cómo Hipólito…”, un relato sobre la búsqueda de un crack por parte de un representante de futbolistas (con Victor Hugo Morales y la voz de Coco Silly); la intensidad de “El conductor” donde se lucen Sergio Boris (de la reciente “Hermanos de Sangre”) y Celina Font (aquí hay una familia en la ruta, con algunos problemas y ciertos temas no resueltos que generan complicaciones a alta velocidad); el clima opresivo de “Liebre 105” (gran trabajo de Gisela Motta) donde se construye un relato de suspenso y terror con muy pocos elementos; la encantadora “Cuestión de té”, una aguda observación sobre la sinceridad en lo vincular a través de los ojos de un encantador niño (se lucen Pablo Ferraroo y Guillermo Pfening en pocas tomas) y “Superficies”, en la que el bullying es caracterizado con vehemencia en un cuadro atrapante. Hay en el resto también apuntes interesantes e ideas interesantes (“El desafío”, en el que encontramos nada menos que a Larry de Clay caracterizado como comisario de pueblo, sin ir más lejos)… Ir a sala a conocer esta camada, probablemente les dejará impresiones mezcladas. Hay historias muy buenas y otras que no atraen tanto. Pero su visión, vale la pena. Es nuestro semillero y debemos prestarle atención…
Mediana cosecha de “Historias breves” Buena noticia: tras diversos vaivenes, el ya histórico compendio anual de cortos que coordinan Bebe Kamin, Eddie Calcagno y Paula Rizzi afirma su regularidad. Si esto sigue así, volveremos a tener un "Historias breves" por temporada. Ya se sabe, hay concurso de guiones, el Incaa elige y ayuda a los que a juicio de un jurado parecen más interesantes y factibles de realizar, y se presentan luego al juicio del público, que alienta a algunos e ignora o perdona a varios otros. Mala noticia: la cosecha de este año no es de las mejores. Lo que no significa que sea del todo desechable. Hay por lo menos dos relatos bien destacables: "El conductor", de precisa resolución y buena advertencia (Maximiliano Torres, unos kilómetros en el viaje de una familia malhumorada por la ruta) y "Liebre 105" (Sebastián y Federico Rotstein, creciente angustia de una presumida en el solitario estacionamiento de un shopping, bien actuado pero medio alargado). Sergio Boris y Celina Font en el primero, Giselle Motta en el otro, se lucen debidamente. Un pasito más atrás están "Vida nueva" (Lucas Santa Ana, cordial pintura de un fin de año en familia), "Cuestión de té (María Monserrat Echevarría, un niño percibe como falsos muñecos Ken y Barbie a los mayores que falsean una buena relación de pareja) y "Superficies" (Martín Aliaga, dura representación de un proceso de bullying en una secundaria de varones). Acaso también "El ramal" (Mena Duarte, un crimen liberador en medio de una fiesta obligada). Señalable trabajo con gran cantidad de actores y locaciones tienen estos cortos, y el elenco de adolescentes buscapleitos de "El ramal" es muy atendible. Completan la lista "El olvido" (Fermín Rivera, un hombre reencuentra algo de su infancia perdida en los 70), "El desafío" (Andrés Arduin, variante de una historia campera de ánimas pendencieras) y "De cómo Hipólito Vázquez encontró magia donde no buscaba" (Matías Rubio, un cazatalentos de fútbol encuentra otra forma menos comercial de disfrutarlo).
A la salida de la proyección de “Historias Breves 8” en el microcine de la ENERC, quién escribe presenció el siguiente diálogo entre un par de colegas y alguien de la propia escuela de cine fuertemente vinculado a distintos proyectos. -- Che, un par de cortos zafan, pero el resto no me gustó nada. ¿Quién les enseña guión a estos chicos? ¿Cómo aprenden? ¿Le dan bola al guión de cine? -- Y… es el gran problema del cine argentino. No hay dramaturgia, no hay dramaturgos… se escribe mal. Este diálogo casi literal podría resumir y calificar la versión 2013 de las Historias Breves que compila, una vez más, una serie de cortometrajes realizados por estudiantes y/o egresados de las escuelas de cine. Son 9 en esta oportunidad y fiel a las ediciones anteriores no hay unidad temática, ni de género, ni de estilos, factores que, paradójicamente, hace todo más llevadero. Sería injusto tratar la compilación en forma general porque ante tanta variedad el resultado final puede ser confuso. Entonces habré de escribir un par de líneas sobre cada uno, no sin antes pedir aumento retroactivo y días extras de vacaciones al editor de la página. “De cómo Hipólito Vázquez encontró magia donde no buscaba”, de Matías Rubio Es el mejor de todos los que se presentan y vale el precio de la entrada en el Gaumont. Con estética y banda sonora a la Spaghetti Western, cuenta la historia de un representante de jugadores de fútbol (Javier Lombardo) que va a un inhóspito lugar a buscar a la supuesta nueva maravilla. En el camino encontrará a una suerte de fantasma de los caminos (Víctor Hugo Morales) que lo pondrá en la encrucijada entre el amor por la belleza del juego y el negocio millonario que representa. Tan nuestro como universal, el fútbol cobra vida cinematográfica en un guión muy cercano a la inventiva poética de Fontanarrosa. Sobra el remate final, pero el corto presenta introducción, nudo, desarrollo, desenlace y hasta epílogo. Parece mentira tener que ponderar lo básico. “Vida nueva”, de Lucas Santa Ana. Otro guión bien terminado que descubre el amor en la adultez temprana, y lo redescubre en la vejez a través de dos ancianos que viven solos en el mismo piso de un edificio, con un ascensor de por medio. Todo sucede en una navidad que se revela determinante para aquellos que no se deciden a dar el paso adelante. “Cuestión de té”, de María Monserrat Echevarría. Empieza bien esta historia del mundo de un matrimonio a punto de romperse visto a través de los ojos del hijo de la pareja, ayudado por una vecinita que plantea el “jugar a tomar el té, como los grandes”. La historia se pierde en lo anecdótico y en la bajada de línea, pero presenta una gran sorpresa estética, conceptual y metafórica. Una de esas imágenes que sobreviven en la mente durante días y que no conviene revelar. Realmente un trabajo de maquillaje, y efectos de maquillaje, dignos de destacar. A partir de “El conductor”, de Maximiliano Torres, “Historias Breves 8” decaerá inevitablemente. Una familia se va de vacaciones en un auto sin aire acondicionado y bajo un calor importante. Los chicos molestan, el mate se cae y la velocidad aumenta. Se insinúa una especie de alienación en el padre (como un Taxi Driver diurno), pero todo se transforma en algo inverosímil y pretencioso. Sobre todo con un parabrisas que desorienta como elemento simbólico. De todos modos, no lo sabremos porque se terminó la resma de papel o algo así y los créditos asaltan los ojos del espectador antes que se pueda preguntar: ¿Así termina? “Superficies”, de Martín Aliaga, es otro guión al que le faltan las últimas hojas. Plantea un tema de discriminación a partir de un grupo de chicos revoltosos que en un colegio secundario insultan, torturan, vejan y humillan a un compañero que elije no reaccionar. La elección del guionista es bajar línea con un costado facho que ni siquiera se abre a la interpretación de ofrecer la otra mejilla. El espectador asiste con impotencia al calvario al que el director somete al protagonista, para luego insinuar la posibilidad de que semejante brote violento sea producto de una autocensura sexual. No lo sabremos porque no hay final. Que el espectador se las arregle sólo. “El ramal”, de Mena Duarte, propone un triángulo pasional con ribetes de cine negro que al minuto su propuesta cambia de punto de vista y sale de su eje. Además, empieza por un final que termina confirmando provocando el “ Sí,. ¿Y…?” que brota natural de cualquier mente que se hace preguntas. “El olvido”, de Fermín Rivera, sube el nivel (un poco nomás) contando la historia Juan, un hombre que en busca de un lugar más grande para su mujer y su futuro hijo, visita una casa en venta de cuyas paredes brotan recuerdos enterrados de un pasado triste y doloroso relacionado con la ultima dictadura. En los últimos dos cortos aparece el género del terror y/o fantástico. “Liebre 105”, de Sebastián y Federico Rotstein, también tiene serios problemas de guión para solidificar el verosímil. Una chica distraída, hueca y básicamente tonta, no encuentra su auto en el vasto estacionamiento de un Shopping. Así sigue hasta que todo se apaga y ella queda sola y paranoica frente a la posibilidad de que la sigan. Las actitudes de esta chica están tan cerca del ridículo que su torpeza es sólo comparable con la de los escritores. Sin embargo, hay decisiones estéticas y rubros técnicos de muy buena factura y calidad. Finalmente, “El desafío”, de Andrés Arduin, podría ser un buen cierre si no fuera por la espantosa mezcla de sonido con serios defasajes en la toma de audio, al punto de aturdir o resultar inaudible, según sea plano o contraplano. Una lástima, porque no está nada mal poner en lenguaje de western una historia de leyenda del campo. Un espíritu que anda suelto y, como siempre sucede con habladurías como esta, hay algunos que la creen y alguien que no. Un guionista puede elegir no explicarle nada al espectador, pero darle elementos para que éste pueda elaborar conclusiones y aferrarse a su interpretación. Distinto es un guionista que oculta información por no animarse a ir a fondo con su propuesta, o simplemente admitir que no había nada por contar y ponerse a escribir otra cosa.
Cada vez que aparece una nueva edición de Historias breves, (¿inevitablemente?) se la compara con la primera de la serie, que en 1995 dio a conocer a algunos de los nombres que luego integrarían el llamado Nuevo Cine Argentino. La asociación produce un equívoco doble: no sólo porque la situación es otra, sino porque fue justamente ese futuro ya pasado lo que hizo que Historias breves se leyera como promesa realizada. Nada había de particular, sin embargo, en aquellos cortos, que pudiera profetizar una renovación profunda, más allá de su irrupción misma: el quiebre de Historias breves fue en principio la voluntad de que esos cortos existieran, y hacerlos visibles agrupándolos bajo un mismo nombre. Los más redondos mostraban una solvencia técnico-narrativa que se extrañaba en buena parte del “viejo cine argentino”, pero ninguno prefigura carreras (ni siquiera el ya entonces mejor de todos: Rey muerto, de Martel, que abrió una veta popular que luego Lucrecia no continuaría en su filmografía). Hoy la situación es distinta simplemente porque su octava edición (¿ya?) no depara ni siquiera esa sorpresa: la solvencia ya no alcanza, es apenas la esperable base. Y lo que uno puede leer como unidad en esta nueva edición es justamente una excesiva “corrección”, tanto formal como política, como si la “profesionalización” fuera de la mano de una medianía creativa. Los temas van de la idealización (Vida nueva) a la hipocresía (Cuestión de té), en un arco donde el malestar o la violencia terminan aflorando como resolución más dramática que certera. Las formas apelan a los géneros familiares, en un doble sentido: retratos de familia en diversos estilos, según la adscripción al drama o la comedia de costumbres. Nada que salga de lo previsible. Una conclusión general podría ser que se dividen entre los que tienen algo para decir y no saben cómo (El olvido), y los que lo saben pero no tienen nada para decir (Liebre 105). Lo bueno es que ninguno suma la opción más negativa (no saber y no tener), lo malo es que sólo alguno que otro atina a unir ambas virtudes (El conductor, El ramal). Y ese es (como siempre) el gran problema del cine (no sólo argentino): creer que el contenido o la forma por sí solos alcanzan, sin encontrar la necesidad entre una cosa y la otra (y en última instancia la necesidad misma de por qué filmar, más allá del qué y el cómo). Veamos los casos más notorios: El olvido, de Fermín Rivera (por edad parte de la primera generación de Historias breves, y ya realizador de un par de documentales) parece un resabio del cine argentino de los ’80 mixturado con el chiquitismo del nuevo cine argentino. Al inicio, un cartel nos explica en cuatro líneas la última dictadura, sólo para que entendamos de qué va la cosa cuando finalmente suceda el hecho mínimo que desencadena la anagnórisis del protagonista (subrayada musicalmente, para que tampoco queden dudas sobre lo que deberíamos sentir): todo el corto descansa en esa forzada revelación, que termina siendo una excusa para la explícita toma final en el Parque de la memoria (innecesaria contratara de la acumulación de planos anodinos que nos llevaron hasta ahí a la rastra, como si las buenas intenciones alcanzaran). Tampoco es suficiente la evidente pericia técnico-narrativa de Liebre 105, de Sebastián y Federico Rotstein, que no hace más que copiar ciertos tópicos y formatos del cine de terror contemporáneo. Tal vez por eso todos los apuntes interesantes (el retrato de un personaje loco por las compras en contraste con el espacio vacío de un shopping que se vuelve amenazante) terminan cediendo ante el –literal– golpe por la espalda… En ese sentido, resume perfectamente los (¿autoimpuestos?) límites del importado e impostado género slasher y de su repetida versión farsesca, si bien (como en el caso del corto que dio origen a Mamá gracias al apoyo de Guillermo Del Toro), no sería de extrañar que le consiga a sus hacedores algún contrato en la meca del efectismo. Algo de ese previsible estallido (casi un defecto del formato “personajes encerrados en situación de tensión”) se ve también en El conductor, de Maximiliano Torres, aunque aquí lo siniestro toma la ligera forma de una familia disfuncional en vacaciones. Como en El olvido, todo se juega también en un crescendo rematado de un solo golpe, y si bien el intento es más sutil no logra evitar cierto trazo grueso (como esa sangre inverosímil que aparece en más de un corto), que ni siquiera un buen casting logra salvar. Lo mismo sucede en El ramal, de Mena Duarte, que busca dar una vuelta de tuerca al subgénero de “celebración arruinada por un secreto sucio”: en este caso no sólo ayudan los actores, sino antes que nada un guión pensado minuciosamente desde la puesta en escena. Algo que no suele ser común, aún en un cine independiente que asume lo autoral como principio básico, incluso allí donde se rinde ante los géneros (como suele suceder últimamente en el cine argentino).