Hacer algo “Haití fue el primer país de América Latina en obtener su independencia,” dice Denise Domique, historiadora. “Hoy en día es el país más pobre de América Latina. ¿Qué pasó?”. Kombit (Hacer algo juntos) (2015) es un documental informativo sobre la situación actual de Haití. El director Anibal Garisto ha hecho una película directa, breve – dura poco más de una hora – y tan contundente como un panfleto, un manifiesto, una carta abierta. Como estos medios de comunicación urgentes, no malgasta el tiempo en grises o lirismos. Lo único que importa es poner preguntas en la mente del espectador y contestarlas por él. La película comienza mostrando en detalle lo que es la industria nacional del país, que es el arroz. Los campesinos del Valle Artibonito tajan las plantas, las baten contra rocas para quitarles los granos, remojan y secan las semillas cuidadosamente y finalmente venden la cosecha en los principales mercados de Haití. La cultura de la cosecha comunitaria nace de que, históricamente, los colonos legaban parcelas de tierras a sus esclavos para que se alimentaran solos. Los campesinos se ayudaban mutuamente a cultivar y cosechar el arroz, una tradición solidaria que recibe el nombre de “kombit”. Se introduce un antagonista, Estados Unidos. EEUU decide importar arroz transgénico a Haití a bajos precios, doblegando la producción artesanal y nacional del arroz. Se emplea mano de obra mal paga, la cual se equipara con la esclavitud neocolonialista. Haití pierde su soberanía alimentaria y su economía se desmorona. La educación es privada, y a falta de dinero las familias se disuelven en busca de trabajos en las lejanías de las grandes ciudades. El efecto dominó se explica con lujo de estadísticas y opiniones, aunque las imágenes de la película – formales, repetitivas – no poseen la pregnancia de su mensaje o contenido ideológico. ¿Qué logra Kombit (Hacer algo juntos) al utilizar un medio audiovisual que no podría haber logrado utilizando cualquier otro? La otra mala palabra de la película es MINUSTAH: Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití, una coalición apadrinada por las Naciones Unidas que viene a hacer de títere para los intereses neocolonialistas en el país. Kombit (Hacer algo juntos) no pierde tiempo en identificar problemas y señalar culpables, aunque se queda corto con las soluciones. La idea de la película, evidentemente, es informar y movilizar a la gente.
“Kombit: Hacer algo juntos” (Argentina, 2015) es una película necesaria para comprender las nuevas maneras de hacer economía a partir del trabajo en equipo y el esfuerzo mancomunado para evitar seguir perdiendo terreno ante el imperialismo dominante. La película documental de Anibal Garisto se mete de lleno con el kombit una particular manera de producir que, hasta el momento, permitió que cientos de miles de hatianos pudieran subsistir produciendo arroz en cantidades considerables y respetando la milenaria tradición de su cosecha y tratamiento. Garisto elige la contemplación y la entrevista para contar la miseria en la que Haití se encuentra sumergida, y elige hilvanar los sucesos a partir de una narradora específica (Denise Dominique), una historiadora que dispara la primera pregunta del filme y también la impronta con la que toda la película contunuará. “Si Haití fue el primero de los países en independizarse, ¿por qué hoy es el más pobre de América?” sondea Dominique, y las respuestas Garisto las busca en el testimonio de varios entrevistados, en el detalle de los paisajes que muestra, casi obras únicas plasmadas con pinceladas que la cámara sólo refleja, no interviene, a lo largo del metraje. La dura herencia y la apertura hacia el capitalismo, con subvenciones que favorecieron, cuando no, a Estados Unidos, generaron una brecha cultural y económica que aún hoy en día es imposible superar. Así aparece el kombit, como una vía de escape a la dominación y control del proceso productivo, y que a partir de la solidaridad con la que se maneja, además, permite la consolidación de los mismos campesinos, ahora empoderados, como factores de cambio de la zona que habitan. La cámara recorre y muestra, desnuda procesos, se acerca a los trabajadores en sus rutinas y también en sus reuniones y demuestra que el proceso que habilitó la importación de arroz norteamericano, con menor nivel nutritivo, fue la peor decisión tomada en años por el gobierno. Uno de los entrevistados recuerda el esfuerzo con el cual su madre logró enviarlo a a la universidad, y a partir de ahí él puedo hoy ser el organizador de la cooperativa que a través del kombit permite la manutención de miles de familias. Otro reniega del país del norte y denuncia cómo la ONU permitió que Haití se convirtiera en el país con más casos de cólera de todo el mundo. Ante la herencia dolorosa, que se refleja en cada habitante de un país que supo conocer la ostentación mientras era colonia, “Kombit: Hacer algo juntos” busca concientizar sobre una problemática recurrente en países del tercer mundo y que invisibiliza y esconde la crueldad con la que los mecanismos de producción arrasan con la gente y con sus expectativas y anhelos más profundos. En un momento en el que se vive a diario la pérdida de trabajo y la crisis golpea a la puerta de miles de los habitantes de todo el mundo, “Kombit…” se para frente a la inercia para mostrar que otras vías de supervivencia son posibles y necesarias para cambiar el estado de las cosas. Potente muestra del más reciente cine documental.
El país más pobre de América Documental sobrio, breve, mayormente conciso sobre Haití, específicamente sobre los campesinos del arroz. Sus formas tradicionales de siembra y cosecha, y sus múltiples problemas, como la introducción del arroz de inferior calidad proveniente de Miami a precios ínfimos, que dañan el trabajo local. Kombit también aporta, mediante entrevistas nunca demasiado extensas, datos sobre la historia de un país fuerte económicamente a mediados del siglo XIX y ahora convertido en el más pobre de las Américas. También suma opiniones negativas sobre las políticas estatales y el rol represivo de la Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización en Haití (Minustah), además del mentado origen en las tropas nepalesas de la epidemia de cólera. Las imágenes de registro de la naturaleza, de las calles y de los pobladores y sus casas no caen en el pintoresquismo ni en la explotación de la pobreza, y logran certera contundencia cuando se ve un aula arquitectónicamente contrahecha y unos segundos después se nos informa que toda la educación es privada. Esa contundencia, que proviene del contrapunto entre lo que esperamos escuchar y lo efectivamente escuchado y su puesta en conflicto, se ve reducida porque el documental se queda con la homogeneidad en las declaraciones y en la interpretación de la realidad. No aparecen voces disonantes que puedan poner en duda o en relieve las palabras de los entrañables entrevistados. Probablemente, ante lo clamoroso de la realidad visible y pública sobre Haití, declaraciones en contrapunto habrían incluso fortalecido lo que manifiesta Kombit, que deja ver alguna clase de esperanza en la organización de los campesinos y sus formas solidarias de ayuda comunitaria, a las que hace referencia el término del título.
Trabajo en equipo Con notable precisión, el documental Kombit, de Aníbal Ezequiel Garisto, retrata lo que ocurre en Haití con los trabajadores en las cosechas de arroz, una de las principales industrias de ese país ahogado por una situación socio-económica difícil. Lo que prevalece, a través de un relato que potencia su forma con el tema que aborda, es la importancia de la solidaridad y el trabajo en conjunto. El valor de denuncia que tiene el film es acompañado por una belleza estética que afianza y hace que todo lo que se pueda decir tenga más fortaleza. El compromiso y el trabajo en equipo del director, el guionista y fotógrafo hacen posible que gran cantidad de gente pueda conocer el estado de los habitantes haitianos, poniendo el foco en una población que se dedica a la producción de arroz. La brillante fotografía es por la cual se accede cara a cara con los perjudicados por la intervención estadounidense. El documental está realizado de una forma justa y precisa, de modo que su duración es corta pero su contenido explota lo simbólico. A su vez, la denuncia que este equipo realiza toma más relevancia cuando se conocen las dificultades que tuvieron para poder realizar algunas de las escenas, sobre todo cuando el film muestra cómo Estados Unidos ingresa un arroz de costo más económico a Haití.
Al principio se escucha un testimonio en off que dice “Colón trajo la esclavitud y la viruela”. Se podría agregar que también aportó la presencia de uno de los tantos salvajes disfrazados de conquistador. Eduardo Galeano dice al respecto en su ensayo El descubrimiento que todavía no fue: España y América: “Hacía cuatro años que Cristóbal Colón había pisado por primera vez las playas de América, cuando su hermano Bartolomé inauguró el quemadero de Haití. Seis indios condenados por sacrilegio, ardieron en la pira. Los indios habían cometido sacrilegio porque habían enterrado unas estampitas de Jesucristo y la Virgen. Pero ellos las habían enterrado para que estos nuevos dioses hicieran más fecunda la siembra del maíz, y no tenían la menor idea de culpa por tan mortal agravio.” Se trata de uno de los tantos episodios silenciados por la historia oficial y el comienzo inevitable de una empresa de progresiva destrucción que azotó al continente. Haití, no obstante, fue el primer país en abolir la esclavitud, pero eso no lo liberó de una nueva conquista por parte de países poderosos para transformarlo en el más pobre. Pero una cosa son las palabras y otra muy diferente es verlo. Allí es donde aparece la labor del documentalista. Kombit significa trabajo solidario, algo así como “hacer algo juntos”. Es la expresión que se utiliza para describir la forma en que los trabajadores de las cosechas de arroz se organizaron para resistir a las políticas buitres del estado cuando se decidió permitir el ingreso de EE.UU al mercado y alterar la producción campesina de manera desleal y hasta criminal. Es un proceso que Garisto no sigue de manera convencional ni intrusivamente. Por el contrario, les cede la voz a los protagonistas y en todo caso serán las imágenes las que den cuenta de la desigualdad reinante. Hay por lo menos tres niveles de enunciación en la película (de corta duración pero de justa aparición). El primero es verbal y lo componen los relatos y la mirada a cámara de una historiadora, un trabajador que se ha convertido en el principal impulsor de la comunidad campesina, y otros especialistas. Es importante señalar que nunca el documental se extravía en el terreno fácil del informe televisivo ya que evita cualquier intervención de música funcional propensa a la victimización. Las mismas aserciones se defienden por sí mismas y son elocuentes a la hora de argumentar. No hay margen de duda sobre quiénes son las víctimas aquí: gente inocente, olvidada por dictadores de turno que propician el trabajo esclavo para llenar las arcas de países como EE.UU con el mismo verso neoliberal de siempre (ya se podría memorizar como las rimas de primaria: empresas que se instalan con la promesa de generar empleos que finalmente no otorgan y multiplican la pobreza). Los otros registros se apoyan en las imágenes. Algunas de ellas enfatizan el trabajo cotidiano, el sacrificio de las familias para obtener sumas irrisorias. En esos parajes aislados del mundo el tiempo transcurre con una lógica totalmente ajena al ensordecedor ruido de las sociedades capitalistas modernas y la mirada de la cámara respeta la inevitable lentitud de rituales donde, más allá del esfuerzo, se ve la dedicación. Toda la labor es manual y con maquinaria precaria, y el resultado es un producto orgánico, diferente al arroz industrializado que se importa de EE.UU a un costo imposible de competir. Esta desigualdad es inteligentemente mostrada por el director porque no la subraya con discursos de barricada sino con momentos visuales donde autos importados desfilan entre los trabajadores a pie que llegan a la ciudad con la esperanza de vender algo de lo que cosecharon (muchos de ellos evitan la humillación de los costos irrisorios que les ofrecen y guardan las bolsas en un galpón). La contracara de esto la representan los innumerables sacos con la bandera estadounidense como parte de un mercado voraz y destructivo ante un estado ausente y corrupto. También el contraste se advierte en chicos con uniformes de colegios (toda la educación privada en Haití es privada) quienes parecen acceder a un privilegio y sin embargo, las imágenes de los establecimientos es de una precariedad alarmante. Garisto nunca asume el punto de vista intimidante o adopta el rostro que simula preocupación momentánea para destacarse como misionero (tan frecuente en el género cuando aborda temáticas similares). De manera tal que Kombit no viene a ofrecer exotismo. Lo suyo no es la ficción vendible del vudú y de la violencia for export , sino la valoración de la dignidad humana en un contexto de injusticia social, el apoyar la oreja a quienes no son escuchados y a ofrecer la cámara hacia zonas silenciadas, cuando no ignoradas, de manera constante. Pero también a despojar a Haití de la representación convencional foránea de la industria que explota la superstición. Denise Dominique, la historiadora que aparece en varios tramos, habla de la importancia de la naturaleza para los campesinos, quienes trabajan como hace doscientos años, atentos al clima y a los contratiempos. Es un conocimiento que se conserva como tesoro porque también forma parte de la identidad de la comunidad asediada por la apertura comercial a EE.UU en desmedro de los trabajadores. Y la cámara se entrega a mirar y a explorar esa geografía edénica (la misma que deslumbró a tipos como Colón, más allá de la obsesión por el oro) con un cuidado estético que instala otro nivel de enunciación posible. Es como si intentara captar un espíritu primigenio que aún persiste a pesar del daño provocado sobre esta tierra (es estremecedor el relato que habla de los índices de cólera a causa de la contaminación de los ríos con excrementos de soldados intervencionistas luego del devastador terremoto de 2010, una excusa para intervenir el país militarmente con la máscara del apoyo humanitario de la ONU). La sencillez de Kombit es su principal rasgo; la ausencia de la espectacularidad, su carta de honestidad para evitar cualquier atisbo de pornomiseria: se muestra lo que pasa, nadie llora ante cámara (y motivos no faltan). Mientras transcurren los créditos finales, se muestran los rostros una vez más, la mejor forma de reforzar la identidad en la pantalla y de ponernos como espectadores a la par. Solo si miramos al otro podremos comprender y no morir en la indiferencia. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
Un documental de Aníbal “Corcho” Garisto que se ocupa de los campesinos que cultivan arroz de manera artesanal en Haití, en un trabajo comunitario, tratando de sobrevivir a la competencia desleal de EE.UU. Interesante.
Kombit significa en creole haitiano, hacer algo juntos. Así se llama la película de Aníbal Garisto que documenta las condiciones en las que se desarrolla el cultivo de arroz en Haití. La película registra el proceso, totalmente artesanal y orgánico, que realizan hombres y mujeres trabajando juntos. Lejos de cualquier marca de producción industrial, vemos cómo se prepara la tierra, se procede a su riego, se obtienen los granos a golpe de las hojas contra una piedra, se lavan, se secan… sosteniendo una manera ancestral de trabajar, que implica dos acciones fundamentales: la primera, corporal, poner el cuerpo en un hacer que lo relaciona con el esfuerzo físico, la segunda, social, porque ese cuerpo forma un cuerpo comunitario y colectivo donde se reencuentra con otrxs. Esta práctica transmitida por generaciones que les permite vivir de la tierra, se verá interrumpida en los 70´s y 80´s con el ingreso de empresarios estadounidenses, conformando una competencia desleal que amenaza las economías agrarias de tipo familiar en todo el mundo. En 2010, después del terremoto que deshizo prácticamente al país, se conforma la Organización Haitiana para el Desarrollo, que trabaja con campesinos y campesinas, que propiciará la búsqueda conjunta de soluciones y el armado colectivo de proyectos. La dinámica de la narración es mostrar la vida laboral y cotidiana de estas comunidades haitianas y aportarle distintas voces que van contando la historia. Así, los testimonios nos explican que el cultivo de arroz se produce igual que hace 200 años, con descendientes de esclavos negros que viven aislados del resto del mundo, conformando una comunidad propia. El problema radica en la dificultad de vender su producto en el mercado, especialmente después de la dictadura de Duvalier, que abrió la importación de arroz, subsidiando al de origen estadounidense, producido en Kansas. Otra voz que le da encarnadura política a las imágenes es la de Camille Chamber, dirigente social que se refiere al tema del desempleo que está política pro EEUU trae, de miseria y aniquilación, con un 78% de la población haitiana que vive con menos de 1,75 dólares por día. Esto trae como consecuencia la permanente migración hacia el resto del Caribe o hacia Canadá, por ejemplo. Y hacia dentro, determina ese otro país, en franca mayoría. Recordamos que Haití constituye la primera revolución esclava del mundo, y el primer país en independizarse en Latinoamérica, en 1804. Luego, sucesivas historias de dominación europea hicieron de este territorio un énclave colonialista. Hoy es el país más pobre del continente y ha sufrido un terrible terremoto en 2010, cuyos resabios en el paisaje la película también registra. El terremoto trajo soldados que contaminaron y provocó más desastres en zonas que no estaban afectadas, como Bocozelle y el río Artibonite. Sufre la plaga que la dominación buitre de EEUU le impone, obligándolo a ser mano de obra barata, retomando el esquema esclavista de las maquilas y la sobre explotación, eufemisticamente denominada economía global. El estreno de este documental en marzo de 2016, realizado con la política audiovisual del anterior gobierno kirchnerista, es más que bienvenido por lo necesario y oportuno. Hoy tenemos un gobierno que día a día deja azorada a la mitad de su población por el giro a favor de los grandes capitales trasnacionales, y que ya ha tomado medidas de destrucción de subsidios a la producción rural familiar o comunitaria. El testimonio de la experiencia haitiana, filmada por Garisto, nos ayuda a pensar y mucho, en el diseño nacional y regional que queremos y en el valor del trabajo cooperativo y solidario. Kombit (hacer algo juntos) se estrenó el 10 de marzo de 2016 en el Cine Gaumont, con dos funciones diarias, a las 16:15 y 20:30.