Enseñanzas de la vida. El viejo refrán de uno cosecha lo que siembra no siempre tiene correlación con la vida misma. Cada persona es uno y sus circunstancias, las que forjan el carácter, la personalidad, las huellas y heridas que va dejando el recorrido transitado. En La reina desnuda se muestra cabalmente cómo repercuten las decisiones tomadas no sólo en quien las toma, sino también en su entorno. La realización de José Celestino Campusano, director y guionista de la película, es difícil de apreciar en primera instancia, hay que esperar a pasar el primer cuarto de hora para comenzar a vislumbrar el entramado del libreto y hacía dónde busca dirigirse el mensaje. Las claves en torno al mismo se pueden leer desde la marginalidad y los excesos, a primera vista. Sin embargo, a lo largo del film va mostrando aristas más profundas que son las que vale la pena tener en cuenta. Rodada en Gálvez, provincia de Santa Fe, Argentina, y con actrices y actores locales, la historia muestra situaciones que ocurren en los pueblos pequeños, como todos se conocen entre sí, conocen su pasado y su presente, las historias de vida y los viejos rumores de pasillo que desfilan entre las lenguas de los pobladores. Si bien en principio parece criticable como desde el primer momento se cae en el cliché de asociar a la gente de pueblo de bajos recursos con los excesos en consumos de drogas y alcohol, esto no escapa de la realidad y ayuda a visibilizarlo, como también el machismo en las sociedades más rurales y como la mujer es vulnerada y vulnerable tanto al hombre como a mujeres. Durante su casi hora y media de duración, la historia de Victoria cuenta como una mujer ya adulta, lidia con su pasado y su presente que se ven encadenados sin ofrecer salida alguna. Si bien se muestra como una persona fría, distante y hasta hiriente, sin embargo los temores que atormentan a Victoria van a ser la clave para la superación personal. Desde las actuaciones resulta evidente que Natalia Page, como Victoria, despliega una muy buena labor, sobre todo en algunos pasajes del guion que la ayudan a lucirse. Si bien el resto de los personajes son ampliamente de reparto, ayudan a hacer más fuerte el rol de la protagonista, que al fin y al cabo es la meta que parece transmitir la obra. Si bien desde lo narrativo, los flashbacks y las situaciones inconclusas complican un poco la comprensión sobre circunstancias de la vida de la protagonista, todo lo relativo al presente ayuda para crear la empatía necesaria tanto con ella como con otros personajes que van surgiendo a lo largo de la realización. La reina desnuda es una interesante película para poner en eje diversos tópicos que son tabú en ciertas regiones de la sociedad, y como a su vez son “vox populi”. Si bien no tiene grandes lujos ni tampoco es una súper producción, haciendo foco en el cine independiente y desde su austeridad, ayuda al espectador a sumergirse en los terrenos que uno piensa que conoce, pero narrados desde la perspectiva de la causa y la consecuencia y ese es el punto de partida para eliminar los prejuicios y pensar en una sociedad más inclusiva.
Campusano deposita su Mirada en un personaje femenino potente, que atraviesa su presente marcada por el pasado, tomando decisiones controvertidas para algunos y certeras para otros.
REALISMO INSTITUCIONAL Seductor desafío para quienes escribimos crítica y conocemos al detalle al cine argentino de cualquier época. Plantearse, preguntarse, interrogarse cuándo el cine de Campusano declinó en interés y a partir de qué cuestiones estéticas y temáticas su propuesta no sale de una medianía ineficaz sin el impacto de la brutalidad y honestidad de la primera parte de su obra. Obra iniciada hace más de veinte años con Vil romance y Vikingo, que continuaría con Fantasmas de la ruta y la extraordinaria Fango hasta El perro Molina, acaso su último opus de interés. De ahí en más, entremezclada con otras películas, aparecería su descanso inusitado en la geografía de Puerto Madero con Placer y martirio y un puñado de retornos a paisajes reconocibles con un grupo de películas (El azote, Bajo mi piel morena, El viaje de Nehuén Puyelli, Hombres de piel dura) que, sin tratarse de material de descarte, no se acercan a la sinceridad formal y temática de antaño. Cabría preguntarse por qué Campusano libra al azar las marcaciones actorales, por lo general a cargo de no profesionales, que recitan textos sin contemplaciones. Ahora, esta (supuesta) falencia, ¿acaso no estaba presente en las primeras películas? Sí y en varias ocasiones pero ocurre que el despliegue feroz de situaciones límite, la violencia visceral y creíble retratando un mundo en descomposición o a punto de estallar y el ruido de las motos encabezado por el inolvidable Vikingo neutralizaban aquellas zonas erróneas de un cine personal e intransferible. En ese grupo de títulos inestables que siguieron a El perro Molina se adscribe su última propuesta: La reina desnuda, filmada en Gálvez (provincia de Santa Fe), con actores de esa localidad, en una trama que desovilla en diferentes tiempos narrativos la ciclotímica vida de Victoria (Natalia Page). En primera instancia resuena más que relevante que Campusano describa una historia a través de flashbacks para comprender mejor un presente tumultuoso como el de la protagonista quien, entre otras idas y vueltas, pierde un embarazo, se prostituye, transgrede ciertas normas que incomodan al macho misógino y golpeador y decide trabajar como pasante en un sector del municipio donde se manifiesta el maltrato a la mujer. A Natalia le ocurren más cosas (novedosas o no) a través de la trama, siempre construidas con el estilo del director, directo y recitativo, contundente y aleccionador. En ese punto, presumo, se encuentra el cine de Campusano en la actualidad. Nada se ha perdido de la potencia visual directa y sin vueltas que conforman un estilo de inmediata identificación. Pero a esa zona ya reconocible de su cine, en las últimas películas, se ha sumado una mirada institucional y redentora que se contrapone a la virulencia de sus escenas más representativas. Ejemplos: el inolvidable duelo final de Fango, las cenizas del Aguirre desparramadas en la ruta por los motoqueros en Vikingo y las escenas carcelarias de Fantasmas de la ruta no necesitan de la piedad, la redención, el consejo y el reglamento de una determinada institución. Se valían por sí solas desde su costado más salvaje dependiente de la supervivencia y la violencia cotidiana. La reina desnuda, con sus defectos y virtudes, se encuentra en ese sector frágil que hoy caracteriza la obra del director.
El universo de José Celestino Campusano ya ha transitado por varias etapas desde su vital despegue en los tiempos de Vil Romance (2008) y las narrativas de Berazategui. En la primera oleada estuvo el conurbano y sus paisajes, los motoqueros de Vikingo (2009), el sexo sin permiso de los amantes de Vil Romance, las fusiones musicales de Fango (2012). Era un cine inquieto e intuitivo, interesado en romper las barreras de clase del cine argentino un poco más allá de los quiebres de fines de los años 90. Campusano evocaba de manera inconsciente el recitado pasolineano sin aquel aura sagrada de los ragazzi di vita, y sí con una moral burguesa internalizada sin piedad por los sectores populares. En la segunda etapa los horizontes se ampliaron: extensos planos secuencia, movimientos de cámara virtuosos, actores con oficio. La influencia de los géneros cinematográficos se hizo sistemática aunque adherida a una iconografía evidente: el coqueteo con la road movie social en Fantasmas de la ruta (2013), el policial en El perro molina (2014), ecos del melodrama erótico en Placer y martirio (2015). Campusano se aventuraba a un territorio ajeno al que capturaba desde ciertos estereotipos, en ocasiones funcionales como en la figura de Molina, y en otras esquemáticos y con aires de exploitation como en los amantes de Placer y martirio. Pese a ello, lo que sí perdura en su cine desde entonces es una clara línea divisoria entre el bien y el mal, que define culpas, pecados y redenciones, como elemento esencial de su cosmovisión. La reina desnuda pertenece a una tercera ola que ubica temáticas sociales en pequeños entornos, casi a modo de microcosmos. Violencia de género, persecución de pueblos originarios, homofobia y desigualdades económicas recorren los recientes universos del director con una forma de producción aceitada en cada región, uso de actores y locaciones autóctonas, dando cuerpo a una mirada que ha abandonado la maravilla de sus inusuales imágenes por un anhelo de comprensión de ese mundo cruel e injusto que alberga a sus criaturas. Victoria (Natalia Page) es una de ellas, una mujer que en el pueblo santafesino de Gálvez rompe las normas y los mandatos que intentan regir su vida y su sexualidad. Sin embargo, esa consciente rebeldía, afirmada en una personalidad excesiva y desafiante, convive con el abuso y el maltrato padecido en la adolescencia, origen de una coraza formada en desprecios ajenos e intentos de superación. Es cierto que la vocación algo más programática de la película reduce la fuerza de lo imprevisible que surgía de sus narrativas conurbanas, pero el director consigue esquivar hipocresías a la hora de representar la experiencia del sexo y el juicio sobre las vidas ajenas, haciendo de aquel clisé de “pueblo chico, infierno grande” una representación nada concesiva. La reina desnuda propone una convivencia entre el presente y el pasado que desajusta las convenciones del flashback para perseguir un retrato algo más ambiguo formado entre aquella Victoria adolescente y la mujer adulta. Mientras el entorno del personaje es fruto de un tibio anecdotario -la disputa familiar por una herencia, los amigos de la noche y los abusadores del pasado, un voluntariado social en el municipio-, cuando la mirada de Campusano se fija en la espesura de Victoria, sin rendiciones ni reduccionismos, la película alcanza sus mejores pasajes, honestos y potentes.
"La reina desnuda", sordidez y violencia sexual La película pone en escena una versión actualizada de la dicotomía entre civilización y barbarie, filtrada por el tamiz de la corrección política. Asimismo, ofrece una visión algo torcida de lo que significa el empoderamiento femenino en un entorno definido por la violencia machista. El nombre de José Celestino Campusano ya es un clásico de los festivales vernáculos. Prolífico como pocos, este director acostumbra realizar un par de películas al año, con las que suele marcar presencia en los dos grandes encuentros de cine de la Argentina, el Bafici y el Festival de Mar del Plata. A 15 años del estreno de Vil romance, su ópera prima, que en 2008 lanzó su nombre a la consideración cinéfila justamente como parte de la Competencia Internacional de Mar del Plata, Campusano estrena La reina desnuda, su largometraje n° 21, al mismo tiempo que anuncia la entrada a posproducción de otros cuatro largometrajes durante 2023. La reina desnuda marca diversas continuidades dentro de la vasta obra de Campusano. Por un lado, pueden señalarse aquellas que signan un recorrido estético que le da más relevancia al relato que a la forma, cuyo resultado vuelve a ser una historia “fuerte” (que no es lo mismo que una narración sólida), pero despareja en muchos aspectos de su factura. Por el otro, Campusano regresa una vez más sobre ejes temáticos a los que ya podría enmarcarse dentro de la categoría de obsesión. Como la mayoría de sus trabajos previos, La reina desnuda vuelve a girar en torno a distintas formas de violencia (familiar, social, de clase), con un interés evidente y específico por aquellas pulsiones sexuales que se desarrollan en ambientes sórdidos, marcados por la desprotección o el abuso. La película vuelve a ubicar la acción en un pueblo de provincia, donde la frontera entre lo urbano y lo rural se esfuma. Al mismo tiempo, pone en escena una versión actualizada de la dicotomía de civilización contra barbarie, filtrada por el tamiz de la corrección política, que deriva en una visión algo torcida de lo que significa el empoderamiento femenino en un entorno definido por la violencia machista. Ahí vive Victoria, una mujer que habiendo sido víctima de múltiples abusos, manifiesta su sexualidad con aparente libertad, aunque eso implique ponerse siempre en riesgo. Esa ecuación de abuso y promiscuidad es la que parece definir la conducta de la mujer, aunque desde un punto de vista freudiano algo anticuado. El film promueve la proliferación de subtramas y personajes “express”, que pasan por la pantalla apenas en una escena o dos (una vieja cocainómana; un peón de campo maníaco sexual; un amante abandonado que duerme tirado en el suelo), pero que parecen estar ahí menos para aportar desde lo dramático que para garantizar un determinado estándar de sordidez. Con esos detalles como síntoma, La reina desnuda avanza sin un orden claro, intercalando escenas del presente con flashbacks de intención explicativa, como si al director le interesara enhebrar situaciones de alto impacto antes que alimentar la tensión narrativa. Una decisión que, junto a otras (como el carácter discursivo de algunos parlamentos), evidencia la intención de expresar un mensaje unívoco, muy cercano al juicio moral.
José Celestino Campusano (Hombres de piel dura, Bajo tu piel morena) fiel a su estilo contundente y directo, con diálogos sentenciosos, aborda aquí la vida de una mujer en un momento de decisión, pero que permanentemente dialoga con la adolescente que fue y que vivió situaciones muy crudas. En el centro del relato una joven mujer que acaba de perder un embarazo lidia con sus excesos de alcohol, sus elecciones sexuales que la relacionan con una clase más popular y marginal, problemas de herencia, amistades y la búsqueda de un amor de ideal romántico aunque no pierde de vista su paulatino empoderamiento. La joven que sufrió violaciones, abusos y violencia, es capaz, en su presente, de correr cuchillo en mano a quien pretende atemorizarla. Es la que se enfrenta al qué dirán, a las disculpas de su madre, a sus convicciones y derechos, la que indaga en un trabajo social que pone en relieve burocracias y métodos fallidos. El realizador opone a su protagonista con los mundos masculinos que no comprenden, que practican la violencia y se asientan en el poderío patriarcal. Muy bien el trabajo de Natalia Page con su audacia y su estilo despojado.
El cine de José Celestino Campusano, es un cine local, territorial, áspero, cercano, intenso y de actualidad. Ha abordado varias temáticas a lo largo de su extensa carrera y es uno de los directores independientes más destacados de la cinematografía argentina. Dentro de su propuesta, este realizador muchas veces elige rodar en espacios rurales, suburbanos y con actores aficionados o del lugar, lo cual se muestra como un interesante ejercicio de producción. «La reina desnuda» fue rodada en Galvez, Provincia de Santa Fe y tiene todo el calor de esa locación, la cual ha aportado parte del elenco. Sabemos que Campusano tiene un sostenido interés por las problemáticas que nos atraviesan como sociedad y esta cinta aborda la cuestión de la violencia sexual, los vínculos entre hombres y mujeres y las relaciones de poder. Su mirada en ese sentido es interesante y arriesgada, dado que su protagonista es una mujer, liberada y dueña de sus actos, de avanzada, en ciertos aspectos pero anclada en otros, en virtud de ciertos hechos vividos en su pasado adolescente. Es decir, Victoria (Natalia Page), encarna un modelo de contradicciones. Se la ve segura, vital, comprometida, pero también tiene áreas de su vida en las que logra afirmarse. Esta compleja situación pone en el centro a una mujer batallando con esas circunstancias, en un mundo donde no se la entiende (de hombres con pocas palabras, físicos y directos) y debe actuar en consonancia con su medio, cuestión que claramente se le dificulta. Si bien es cierto que tiene una buena situación económica y puede decidir sobre su trabajo (ofrecer acompañamiento social desde lo público), no es el conflicto de lo material, el que aquí se asoma. Para llevar adelante semejante desafío, Campusano eligió una actriz muy dúctil y comprometida, Page, debutante, para el rol central. Es cierto que la película gira en torno a ella y se ve el acierto del cast. Su Victoria se roba toda la atención cuando está en pantalla y logra una composición concreta y luminosa. La trama de «La reina desnuda» se juega a dos puntas, hay flashbacks que remiten a lo que sucedió hace más de tres décadas, pero el relato se mueve en el presente, donde la protagonista intenta ordenar su vida, llevar adelante su trabajo a pesar de las complicaciones que devienen de quien es. Un hecho traumático de abuso vivido en el pasado condiciona su respuesta presente a temas como la pareja, las relaciones, el deseo. Sin anticipar mucho, la película es un escenario donde vemos desfilar personajes con una paleta reducida, que juegan su juego, de acuerdo a sus necesidades primarias. Este es el fuerte del director, quien se nutre de actores sin experiencia para componer sus escenas con gente común, que hace de sí misma. El problema de la cinta es que (como en otros relatos de Campusano), puede verse un problema concreto, visible, incómodo y bien estructurado pero el planteo de cierre (la resolución), no logra desandar ni los aprendizajes de los protagonistas frente a los mismos, ni tampoco dar respuesta al camino recorrido. Me permito hacer este comentario, porque creo que hay mucho valor en la propuesta presentada, pero como ya me ha sucedido en ocasiones anteriores, desearía (y es sólo eso), un final donde algo, haya cambiado radicalmente para los protagonistas y sea sustanciosa la lectura del conflicto. Sólo porque siento que eso refuerza el sentido del relato. Nada más. Los rubros técnicos consistentes, con nota de reconocimiento para la fotografía, pensada exactamente para subrayar las emociones de la protagonista. Este es un cine que parece casi informal, en comparación con el de los grandes estudios, pero el tema despierta interés en el espectador y eso permite un visionado predispuesto. En líneas generales, este cineasta sigue invitando a recorrer los grandes temas de la vida suburbana y rural, dando voz a muchas problemáticas que los grandes estudios no creen atractivas. Me gusta la apuesta aunque si hay que tener en cuenta que adentrarse en esta aventura, implica navegar lejos de la cohesión y propuesta de un drama mainstream, más simple y vendible globalmente. Si lo tuyo es ir más allá, puede que el cine de Campusano sea una alternativa, más que válida.
“La reina desnuda” de José Celestino Campusano. Crítica. Cada uno a su manera. Luego de su paso por el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata 2022, mañana llega al cine Gaumont (Av. Rivadavia 1635, CABA) “La reina desnuda”, el último film del director José Celestino Campusano (“Vikingo”, 2009). Rodada íntegramente en la localidad de Gálvez, Provincia de Santa Fe, la película está protagonizada por la actriz Natalia Page y por varios actores locales. Una mirada reflexiva sobre la sexualidad femenina, la familia, la soledad y el cómo vivir sin importar lo que el resto piense. Victoria una joven oriunda de una pequeña localidad del interior se enfrenta a la vida a su manera luego de sufrir varios abusos en su adolescencia. Acaba de perder un embarazo, separarse y pareciera no poder encontrar un rumbo que la haga feliz. Sin importarle lo que el resto de la población piense de ella, vive su sexualidad sin tapujos, pero a su vez sufre las relaciones con los hombres. A pesar de querer buscar a la persona indicada termina siempre encontrando problemas de los que pareciera no poder alejarse. El director presenta una historia intensa pero narrada de forma sensible, logrando mostrar a una protagonista que se lleva el mundo por delante pero que en su interior se derrumba día a día. Una mirada sin pretensiones sobre realidades que en vez de prejuicios necesitan entendimiento. Natalia Page logra adueñarse de la historia presentando una Victoria fuerte y a su vez desolada, un personaje plagado de contrastes que la actriz encara con mucha habilidad. Pero desde lo actoral el film tiene extremos opuestos, por un lado, una protagonista con mucha presencia y magnetismo y, por el otro, un elenco con grandes diferencias interpretativas, teniendo en cuenta que muchos de ellos eran amateurs. El film entrega también aspectos técnicos muy interesantes, en especial su fotografía, un gran trabajo a cargo de Gabriela Díaz Galán que logra con sus imágenes reflejar los diferentes momentos anímicos de la protagonista y, a su vez, entregar varias secuencias de mucha belleza visual.
Crítica de La reina desnuda, en el programa "100 volando" por Nacional Folklórica".
Una chica cualquiera Una película de José Celestino Campusano no es cualquier cosa, del mismo modo que no lo son las películas cuya singularidad y naturaleza insumisa las vuelve refractarias al sistema del cine imperante en festivales, en el que sobre cada imagen muchas veces parece velar un fantasma de corrección general, burocracia de la forma y restricción del espíritu verdadero del cine. La reina desnuda es una de esas películas: se trata de una película de Campusano, por lo tanto, hay que verla como una pieza en esa obstinada cadena de momentos impenitentes en los que el cine parece surgir de nuevo, con la ferocidad de una criatura exótica, para que miremos todo con otros ojos, para que la pantalla sea un lienzo en el que bailan satanes persistentes y ángeles prosaicos, todos en la misma pista entreverados, con la gracia y la desvergüenza de un arte que no ha sido concebido para dejarnos tranquilos sino para que temblemos un poco; para sumergirnos en caminos brumosos que son también los nuestros. La reina desnuda puede que sea una de las mejores películas de Campusano; es decir, una de las mejores películas que el cine nos pueda deparar. El director crea un personaje femenino extraordinario; mujer “empoderada”, pero en sus propios términos, que son los que ya tenía una femme fatale o una vampiresa (como se decía en el cine argentino de los años cuarenta). Dicho de otra manera, los rasgos de una chica que, literalmente, “hace cualquiera”, una chica bardo, una chica «echada a perder», que hace lo que quiere con sus caderas, que da «malas» señales a los hombres, que les hace creer que es «fácil», cuando en realidad es todo lo contrario. Esa chica, esa protagonista, esa reina sin afeites, en realidad no tiene precio; no hace las cosas por plata porque no hay suficiente plata para pagarle. Campusano entra dando sablazos quirúrgicos a todos los temas vigentes, como es su costumbre, como lo hacía especialmente en Hombres de piel dura (su protagonista es una mujer de piel dura) y también en lo que podríamos llamar las secciones institucionales de otras películas de su filmografía, como En la frontera, o incluso en El silencio a gritos, su película boliviana. Temas, preguntas y asuntos para los que no tiene respuestas preparadas ni prescripciones. Campusano no pretende tener todas las respuestas, pero cree en las personas, en su capacidad de redención; cree en los parpadeos de dignidad de la que son capaces aún bajo las condiciones más hostiles y en medio de un maremágnum de pecados, malas decisiones y pasiones oscuras. La protagonista entra en un momento a trabajar en una institución de ayuda a la mujer, o de asesoramiento y contención en casos de abuso o violencia, en virtud de su conocimiento de la calle, de su soltura para moverse en los ambientes fronterizos, del sinfín de noches blancas y tolerancias públicas variables que carga sobre sus hombros. Pero enseguida se da cuenta de que no sirve mucho para eso: su vida es demasiado despelotada. Sobre todo, parece descreer un poco, en el fondo, de lo que allí pueda hacerse en términos reales. Las instituciones no alcanzan, no sirven del todo, no llegan de verdad; aunque sean en principio bienintencionadas, se inventen nuevas o se reciclen las mismas con nombres rimbombantes. La intemperie de los personajes del cine de Campusano pocas veces estuvo tan expuesta. El director se dedica entonces a filmar el derrotero de esta chica íntegra, pero que sabe que se expone al peligro -incluso lo dice: «Yo, también, soy una boluda», se sincera después de una desafortunada noche de sexo con dos tipos en la que aparece un tercero que no estaba en los planes de ella, pero al que nadie puede convencer, a esa altura, de que no tiene cabida en la faena-, con una empatía estremecedora, pero también con distancia, con desapego, como si honrara sin miramientos sus decisiones, su espíritu peligroso, su piel dura, su autonomía a como dé lugar. Si la película arranca con la protagonista de chica, en medio de abusos, o de maniobras adolescentes que pueden ser vistas como tales, esas cosas enseguida se observan, se esfuman, se dejan pasar, se diluyen en el recuerdo. Campusano toma decisiones arriesgadas de puesta que balancean las escenas al borde del rápido desdén o del escarnio –el uso del ralenti, desconcertante, o la elección de los temas musicales-, con la fiereza de siempre, y después filma a su protagonista en un presente de pueblo, ya no de conurbano sino de campo, más en la línea de Hombres de piel dura. Un contexto en el cual esa chica, esa mujer, se convierte en una rareza absoluta: sus impudicias son motivo de maledicencia; su vida loca es una carga, pero es también su libertad, incluso su impunidad, paradójicamente, como si fuera una hetaira de la Grecia antigua. En cualquier caso, no es nunca una víctima; jamás se asume como tal. Su orgullo a toda prueba es su emblema. Con un personaje de esas características como centro, el director logra un mapeo, a vuelo de pájaro, pero muy preciso, del comportamiento de un pueblo que no se ve en otras de sus películas, en las que en general todo está disgregado, es tierra de nadie, universo de pulsiones tribales que ha olvidado formas anteriores de civilización. La reina desnuda recibe los aires renovados de un cineasta que siempre está buscando y encontrando cosas; la muestra cabal de que sus películas se comportan como eslabones, variaciones de un mismo impulso de exploración, tanteo y reconocimiento del mundo y de las maneras de representarlo. De eso se trata lo que antes llamábamos, ni más ni menos, un autor de cine.
EL CINE DE CAMPUSANO Y SUS LÍMITES Luego de su sorprendente irrupción en el cine argentino de la primera década de este siglo, con un cine visceral que mostraba una realidad diferente de la que mostraban la mayoría de las películas, la obra de José Celestino Campusano parece haber ingresado desde hace años en una zona de irregularidad solo mensurable por sus propios límites: las actuaciones no profesionales, los diálogos sobreescritos y moralizantes, una sordidez excesiva de la que parece no haber escape. La dosis que aplica de cada cosa es lo que hace mejor o peor cada historia. Y si bien esto estuvo presente desde el vamos, los métodos de producción del director -capaz de filmar dos o tres películas por año en el lugar a donde lo convoquen- son los que le han dado a su cine una planicie estética en la que hay cada vez menos lugar para la sorpresa o lo disruptivo, y cada vez más para la reiteración de algunos vicios. Pareciera que, de película en película, Campusano mezclara situaciones y personajes salidos de un inventario propio que se va agotando. En La reina desnuda, rodada en la localidad de Galvez, la protagonista es una mujer atravesada por diversas experiencias límites en su adolescencia, relacionadas con abusos y violencia masculina. Pero al contrario de lo que dicta el manual progresista, Campusano imagina que a Victoria, la mujer en cuestión, eso la llevó a forjarse un carácter bravo, lejos de la victimización, con el que lleva su sexualidad con absoluta libertad y confronta con los hombres, los machos, de una forma directa. En La reina desnuda, Campusano avanza con temas actuales como la violencia de género y el orden institucional como control -impotente- de una realidad que se impone abrumadoramente. Claro que bajo la lógica del cine del director, todos los vínculos están tocados por una violencia que se vuelve bastante asfixiante, contradiciendo en ocasiones lo que intenta decir con algo de torpeza. En verdad el problema es cuando esa búsqueda se apropia también de lo narrativo: la película va y viene en el tiempo, entre flashbacks que hablan de la adolescencia de la protagonista, pero lejos de lo expositivo el recurso se vuelve una herramienta para pensar la experiencia de Victoria en el orden de la causa y consecuencia, de un castigo moral que recae también sobre otros personajes que orbitan alrededor de la protagonista. Podríamos destacar algunas escenas, especialmente las sexuales, filmadas con un grado de verismo que el cine nacional no suele alcanzar, y también la mirada despojada de esteticismo sobre lo marginal, pero son elementos habituales del cine de Campusano que comienzan a agotarse ante la falta de algo más que cierta noción de realidad, ya comprobada. Una realidad, digamos, que tampoco es que nos alcance a todos y que en ocasiones parece acercarse demasiado a una exhibicionismo maniqueo y estandarizado de ciertos comportamientos miserables. Ahora bien, si el cine de Campusano parece agotarse en su repetición ocurre lo mismo con lo que tenemos para decir sobre sus películas. Uno entiende la necesidad de un director por vivir filmando, pero también es cierto que es necesario que eso que filma tenga un valor por encima de la experiencia personal y de la noción del laburante del cine.
La Reina Desnuda se transforma en uno de los films más sólidos de la filmografía del director quilmeño, porque expone de manera explícita una realidad dura y compleja pero que interpela e incomoda a aquel espectador desprevenido que no sabe a lo que se enfrenta cuando se acerca a una película de Campusano.
José Celestino Campusano aborda el empoderamiento femenino Fiel a su estilo, el director de “Fantasmas de la ruta” no se anda con medias tintas a la hora de abordar una problemática social, y menos esquivar sus matices y complejidad. Rodada en Gálvez, localidad de Santa Fe, y con un elenco formado por actrices y actores de esa provincia, La reina desnuda (2022) habla de la violencia de género y del empoderamiento femenino pero, en la lente de Campusano, el tema escapa a cualquier discurso políticamente correcto. Es más, los pone en crisis desde la historia que se cuenta. Natalia Page interpreta a Victoria, la protagonista de esta historia. Una mujer empoderada dispuesta a poner en jaque las masculinidades dominantes. Ella tiene una actitud subversiva para cualquier hombre, se acuesta con quien quiere, disfruta del sexo y goza de su libertad. Cuando ingresa en un programa de ayuda a víctimas de violencia de género, sus métodos poco ortodoxos confrontan con las burocracias del espacio institucional. Victoria tuvo una situación de abuso en su infancia que marcó su vida pero también, conoce las lógicas machistas que rigen la sociedad y las ataca de raíz. Devuelve con la misma vara las agresiones verbales y psicológicas ganándose el rechazo de hombres y mujeres. Campusano mete el dedo en la llaga al tema, describiendo como siempre lo hace, realidades mucho más complejas de las supuestas por los discursos progresistas. Asume riesgos y expone las contradicciones del relato social con respecto a políticas inclusivas que terminan excluyendo. Su cine esconde de esta manera una verdad irrefutable, acerca mundos y rostros históricamente ajenos a la representación cinematográfica, y los presenta de forma cruda ante la cámara. Las soluciones a problemáticas sociales no son frases panfletarias en sus películas, al contrario, enfrentan realidades mucho más difíciles de abordar.
La reina qué desnuda. Victoria: la vikinga. Entre la promiscuidad, la desfachatez moral y su posición de clase, se desenvuelve Victoria (de treinta y tantos o cuarenta y pocos), desequilibrando la taciturna vida de la ciudad santafesina de Gálvez. Pueblo chico infierno grande reza el refrán, pero para la libido de la protagonista no hay más infierno que el que se gesta como loop en su vientre violado desde adolescente. La reina desnuda, de José Celestino Campusano y la productora CineBruto, nos entrega una nueva edición de su canon cinematográfico y tal vez una de las mejores performances en un protagónico femenino, a cargo de la rosarina Natalia Page. Esta femme fatal de la segunda década del SXXI, a diferencia de las blondas que supieron lucirse en pantalla en el noir policial del anterior siglo, no mata, no traiciona, no manipula: pero te la pone, te doma, te ubica. El correctivo antimoral que aplica va más allá de ella, y es ella. Lejos de moralizar, su “violencia” defensiva es táctica contra todo pero a favor de nada, su antiheroísmo es más vindicador de su desidia que una posición política militante. Léase: no, no es feminista en el sentido de praxis colectiva o de la cuarta ola, por ejemplo. Es un feminismo anarco individualista en épocas de Trump y decadencia progresista, de crisis de ideas, de terraplanismo y bitcoin. Natalia Page se come la película: el registro actoral que logra la actriz en confluencia con el “dispositivo” cine bruto es de lo mejor que se vio en la filmografía de José Celestino. Está al nivel de los best moments del entrañable Vikingo pero por ahora sin secuela. Violar el método, los métodos. Ética y belleza: des-respetando la imagen como objetividad de la belleza, el registro es más perverso que lo que el neurótico cree. Ahí radica la belleza de este cine. En un dialogo de Vikingo, uno de los personajes pregunta irónico: ¿Y el hígado?; ¿Qué hígado?, responde el segundo. Ambos ríen y fin del chiste. Podríamos reemplazar hígado por belleza. Explicitemos: los labios carnosos de tal «actriz del momento» yanqui, british o francesa, contra el de la morocha que va en patas al quiosco del barrio. Elija su propia belleza. El tótem de la estética un poco nublado en la era del smartphone y de la compulsión, a la creación de imágenes que autoritariamente democratizan las social networks, se vuelve difuso; registrarlo todo es una contradicción dentro de lo contradictorio. El filtro predeterminado que todo lo “embellece”, la banda sonora random de algún clásico del rock, enaltecen no solo una story de Instagram sino también una serie de Netflix o el último producto audiovisual del impotente artístico de Adrián Suar. Entonces: ¿Qué hígado? Violar la regla como método honesto de construcción artística, narrativa, estética, constituye lo más importante de la obra del binomio Campusano/CineBruto. Del western del conurbano bonaerense hacia la pampa gringa. Este Clint Eastwood argento y suburbano –el realizador–, peronista por emisión u omisión, se une a directores tan disímiles como cercanos, de Pedro Almodóvar a John Ford y Sergio Leone, de Nicholas Ray a Scorsese; el progresismo de su obra radica tal vez en su conservadurismo territorial. “Si el cine muere el único capaz de revivirlo sería John Ford”, dijo alguna vez Jean-Luc Godard. El melodrama sucio y desprolijo del autor de Vikingo, Vil romance o Fantasmas de la ruta es quizás la última carta de la pulsión cinematográfica. En tiempos de salas de cine muertas, resucitadas como iglesias o templos, y de la perversa multisala mainstream hegemonizando el business con sus recetas de tanques hollywoodenses, que expulsa y asesina todo lo que no se vea como oro e insinúa como mierda lo otro que, en realidad, es una expresión artística y cultural de calidad. Otra calidad. ¿Qué tiene que ver el autor del encabezado de este subtítulo con el cine del salvador que propone? Nada en términos de método narrativo/estético, todo en términos de tradición y poética. El cinebruto que propone todo el dispositivo que centraliza Campusano, con su diseño de producción en todas las etapas (desde técnicos a personajes, no actores y actores y actrices), es del cine necesario que genera fandom y mueve el amperímetro aunque pareciera caer en el nicho. Claro que combate contra grandes molinos las industrias culturales, pero tal vez caiga en el pecado de quijotarse. SI en los 90s el nuevo cine argentino irrumpía en nuestra vida con Pizza, birra, faso como nave nodriza de una generación, tal vez el cine de Campusano deba pensarse como la superación estética en clave “lumpen”. Lo lumpen no como categoría de lo malo (lo no bello), lo moralmente repudiable, sino como lo que está y hay que “filmar”, lo que se ve pero se oculta.