Una potente historia sobre el acto creativo, inspiración y la vida. Debora Falabella y Darío Grandinetti se sacan chispas en esta profunda reflexión sobre falsos gurúes, residencias artísticas y las consecuencias de ser parte de ellas.
Filmada en plena pandemia, se estrena “LA RESIDENCIA”, una película dirigida por Fernando Fraiha: conocido por “La Venganza” (2016) y director de algunos capítulos de “Bajo la mirada de nadie”, la delirante historia de un ángel desobediente que muestra el lado B del cielo divino. Basada en la novela “Cordillera” de Daniel Galera, el nuevo filme de Fraiha tiene dos fuertes protagonistas que avalan esta coproducción. Representando a la Argentina, Darío Grandinetti se pone en la piel de Holden, quien dirige una residencia de escritura ubicada en lo profundo de la Patagonia. Entre los pocos elegidos que asisten esta temporada se encuentra Ana (interpretada por la actriz brasileña Débora Falabella, estrella del mundo de las telenovelas, reconocida por su papel en “Avenida Brasil” y en “La fuerza del querer”), quien intentará en esta clínica de escritura poder finalizar su propio proyecto de escritura, una novela corta llamada “Violeta”. “LA RESIDENCIA” explora de diversas formas pero más inclinada al ritmo de thriller psicológico, el acercamiento al mundo creativo de la escritura, la composición de los personajes, las tramas literarias (que hacen por supuesto espejo en el mundo del cine a través del guion) y cómo llegar desde la propia dramaturgia al mundo de la ficción que vive en cada personaje. Obviamente son muy pocos los elegidos para esta particular residencia en el fin del mundo y allí llegarán cada uno de ellos con sus proyectos de escritura para entregarse a los caprichos de Holden, quien despliega métodos sumamente particulares para acercarse al hecho narrativo con cierto despotismo y crueldad. Fundamentalmente sostiene que cada uno de los que participen en sus talleres deberá abandonar sus propias identidades para ir confundiéndose tanto emocionalmente como psicológicamente con sus propios personajes y con el devenir de las historias que cada uno de los escritores tiene planteada en su cabeza. Cada uno de los escritores participantes de la experiencia irá viviendo esta consigna a su manera. En particular, Ana comienza a sumergirse en esa borrosa línea entre realidad y ficción donde se confundirá con Violeta en ese intento de amalgamar sus propias vivencias con el mundo de ficción que le propone esta nueva mirada creativa. Pronto ya no podrá controlar este proceso y comenzará a sentir el desequilibrio de que todo se va saliendo de su control y poniendo su mundo en crisis. El guion del propio Fraiha e Inés Bortagaray parte de una premisa interesante sobre los laberintos del proceso creativo y la complejidad de dar a luz un texto: con un tópico que permanentemente se pone en crisis sobre la posibilidad del autor de despegarse de su propia biografía frente al acto de escribir, cuánto puede crear libremente un escritor sin que haya algún trazo que tenga que ver con su propia realidad. Hay varios elementos que crean en “LA RESIDENCIA” una atmósfera particular: filmada en Ushuaia, la sensación de “encierro” y de ascetismo, de falta de contacto con la sociedad, se hace muy presente. Los diálogos confesionales y un elenco que es funcional a la propuesta, también suman a ese clima particular en el que debe desarrollarse la historia (Mariano Sayavedra como Sergio y Pablo Sigal como Estéban tienen roles muy destacados) con un halo de enigma y de misterio que va in crescendo. Grandinetti se apropia totalmente de su Holden y una vez más brinda una composición brillante y Falabella tiene muy claro cómo mostrar la vulnerabilidad de Ana y su dualidad con Violeta. El contrapunto entre ellos y la tensión sensual que va generando el relato, va sumando a una construcción interesante, que sólo sobre el tramo final peca de previsible y no logra dar una vuelta de tuerca final ingeniosa para cambiar el curso de lo que era demasiado obvio. De todos modos, la apuesta de Fraiha por un clima diferente y la producción de ideas que van sembrando cada uno de los escritores dentro de su residencia, pueblan el relato de diversas experiencias creativas que hacen que “LA RESIDENCIA” sea un producto diferente, que no se parezca a nada de lo visto últimamente en el cine nacional.
Una trama de tensiones y suspenso que se mantiene durante toda la película en un escenario bellísimo, en nuestro sur, en una casa donde se desarrolla un laboratorio de escritura. El lugar es liderado por un escritor consagrado y excéntrico que le exige a sus seguidores una entrega total, ejercicios de creación espontánea, críticas públicas despiadadas y por sobre todo que vivan como los personajes de sus mundos literarios. Un mecanismo de secta con consecuencias impredecibles y controles que se salen de las manos. El director Fernando Fraiha quien también escribió el guión con Ines Bortagaray, y que según sus declaraciones, se baso en experiencias personales, elabora un clima ominoso y un crescendo efectivo sin pasos en falso. Contó con la gran labor de sus actores. Darío Grandinetti es un líder carismático, oscuro y seductor, parco, lleno de sutiles cambios. Deborah Fallabella ( La protagonista de “Avenida Brasil”) es una sensible interprete que le aporta la fragilidad y el despertar del su instinto a su personaje. Acompañan muy bien Germán de Silva, María Ucedo, Pablo Sigal.
“La Residencia” trata sobre el origen de las ideas creativas y de cómo el arte puede volverse la propia identidad, puesto que en el fondo un relato siempre resulta en la narración de nosotros/as mismos/as. En el caso del film, esta idea se vuelve una hipérvole, que muy correctamente aprovechada desde la misma dirección y desde lo que propone el guion, logra volverse un largometraje un thriller psicológico repleto de suspenso y de mucha angustia. Más allá de la truculencia y de la tensión con las que se presentan la mayoría de las escenas (las cuales se vuelven cada vez más torcidas y complejas), el film hace eco en la diyuntiva de si es posible separar el arte del artista. Ana se vuelve Violeta. Violeta sin dudas tiene mucha de Ana. La pregunta de si es posible separar al artista de su arte, tambien se ve reflejada en Holden, quien también parece que no ha conseguido desprenderse de su obra, por lo que ha tenido problemas para difundir su trabajo. Holden quiere deshacerse materialmente de las copias de su novela, la destrucción de lo que lo hace “escritor” parece ser su esencia. Má allá de abordar el proceso creativo de Ana, en “La Residencia”, Holden resulta central, no solamente por su relación con Ana, con quien se identificará prácticamente desde el principio y con quien tendrá una relación de complicidad, sino porque encarna otro de los tópicos que subyacen al proceso creativo y a las artes en general: el maestro excesivamente riguroso y exigente capaz de llevar al límite a sus discípulos/as. Es en esta exigencia extrema que transmite Holden a sus residentes y la obsesión misma de Ana con su novela donde reside el suspenso, la tensión y la auto-tortura psicológica, lo que podríamos concebir como el verdadero nudo del film.
Cuando Ana (la estrella de Avenida Brasil, Débora Falabella) arriba a un laboratorio de escritura ubicado en la Cordillera de los Andes, lo hace con la ambición de poder concluir la novela que monopolizó su vida, una obra ambiciosa titulada Violeta. Al momento de narrar la premisa a sus compañeros en esa residencia que da título al film, muchos la comparan con Lolita de Vladimir Nabokov y le subrayan los lugares comunes que Ana se empecina en eludir. Cuando intenta explicar cuál es el punto neurálgico de su texto, Holden (Darío Grandinetti), el líder de ese grupo, no le permite expresarse; Violeta ya no le pertenece a su autora, ahora es del lector. El concepto de soltar una obra para que un tercero la aprehenda no es novedoso, pero en La residencia, la película de Fernando Fraiha basada en la novela Cordilheira de Daniel Galera, se le da un giro cuando se vuelca al thriller para explorar los límites entre realidad y ficción. Si bien su desarrollo es un tanto previsible desde el momento en que Holden le pide a Ana que se defina a sí misma a través del personaje de Violeta -el espiral en el que cae la mujer se vincula, precisamente, con la obsesión con su criatura-, esa condición sine qua non se traslada a todo el grupo. Los escritores que habitan allí sienten un alivio al poder manifestarse con un disfraz de por medio. Holden, ese hombre persuasivo y carismático que parece estar formando su propia secta en ese escenario inhóspito, empuja a sus “discípulos” a la entrega completa a su obra, lo que conduce a La residencia a ser víctima de su propia literalidad. Como manifiesta uno de sus protagonistas: “Que la vida sea tan real como lo son nuestras ficciones”. Se trata de una frase que anticipa el diluvio que se viene y lo fácilmente manipulable que puede ser el hombre cuando busca desesperadamente aprobación.
El filme bien podría titularse parafraseando a Luigi Pirandello como “8 Personajes en Busca de un Autor”. Construida a partir de un prologo y siete capítulos, sin epilogo, a menos que el último, difícil de pronunciar juegue como tal. El punto es que salvo el primer capitulo y el quinto, los subtítulos de cada uno no responden exactamente a lo narrado a continuación. Es más, no hay un corte entre uno y otro, es un continuo desarrollo por lo que la estructura capitular pierde el sentido. El titulo en idioma original es “Bem-Vinda Violeta” (Bienvenida Violeta) que resulta ser mas acorde y simultáneamente anticipadora y en algún punto reveladora. El titulo elegido para el estreno en Argentina, hace referencia a dos instancias, al comienzo vemos a Holden (Dario Grandinetti) quemando libros, luego nos enteramos que es su ultima novela. En el primer capitulo nos presentan a Ana (Debora Falabella), cuando
Darío Grandinetti es un lastre para cualquier película en la que trabaja. Si él llega con el mercado español bajo el brazo cada vez que acepta un rol no lo sabemos, pero tal vez por eso lo contratan. En Argentina ya no es taquillero ni por asomo, pero tal vez ayude su presencia en algún sentido. La residencia (Bem-Vinda, Violeta!, 2022), esta coproducción entre Argentina y Brasil, tiene como principal motivo para no verla su presencia, lo que resulta muy injusto con una película que tiene méritos. Ana (Débora Falabella) está escribiendo una novela llamada Violeta. Para completarla decide participar de un laboratorio de escritura en un lugar llamado llega a la Residencia del Fin del Mundo, ubicado en el sur del continente. Este prestigioso y misterioso espacio tiene como líder al creador de un método de trabajo muy particular. Su nombre es Holden (Grandinetti) y lo que hace es empujar a los autores a que vivan más como sus personajes que como ellos mismos. El grupo del cual Ana forma parte deberá someterse a diferentes ejercicios que van volviéndose cada vez más inquietantes. La película tiene esa estructura claustrofóbica al estilo de lo que, por ejemplo, eran las películas de Roman Polanski. Los personajes se van enredando en un camino que parece una profecía autocumplida. En ese aspecto ingenioso y algo fuera de moda, la película tiene su mayor interés. El guión es sólido, inverosímil, con la lógica de una pesadilla y construido a partir de su propia lógica. El elenco, salvo la protagonista, no está al mismo nivel y allí la película pierde mucho de todo lo que podría haber llegado a ser.
Thriller psicológico con Darío Grandinetti y Débora Falabella Dividida en capítulos como si se tratara de un libro, el film de Fernando Fraiha presenta un relato sobre el proceso de la creación artística y la perversión del poder. Esta coproducción argentina brasilera presenta una premisa que deambula entre El resplandor (The Shining, 1980) y la serie Nine Perfect Strangers (2021). Filmada en Ushuaia y con el proceso creativo del novelista en el centro de la escena, La residencia (Bem-Vinda Violeta, 2022) es solvente y efectiva como ejercicio de género. La protagonista es Ana (la brasileña Débora Falabella de la telenovela Avenida Brasil) quien llega “al fin del mundo”. Una cabaña aislada en las frías montañas de Ushuaia comandadas por el excéntrico líder Holden (Darío Grandinetti), un escritor de métodos poco ortodoxos a la hora de explotar el potencial artístico de sus discípulos. Distintos futuros novelistas recurren al encierro y son manipulados por Holden con directivas que van desde la inspiración natural hasta la humillación más absoluta. La película explora los límites del poder y de la búsqueda de la creación artística. La perversión, la invasión de la privacidad, la manipulación hasta el abuso por parte de Holden, son soportados por los aspirantes a escritores que se someten a tales prácticas que llegan a límites pesadillescos. Holden se mete en sus cabezas al punto de que ellos no puedan distinguir sus personalidades de las de sus personajes. Así, realidad y fantasía se fusionan de la peor manera posible con la excusa de escribir un mejor libro. La residencia cuenta con una premisa potente y atractiva aunque no del todo original. Varias producciones llevan las conductas humanas al límite en un espacio de encierro. Peleas por la supervivencia entre pares, por destacarse del resto, ya fueron contadas por El método (2005) y La cabeza de la araña (Spiderhead, 2022) por sumar solo un par a las mencionadas anteriormente. Sin embargo, si tenemos en cuenta que la producción fue filmada en pandemia y con recursos mínimos, podemos destacar la aplicación de recursos cinematográficos para lograr la tensión requerida. Fernando Fraiha sabe cuando inclinar la cámara para generar un punto de vista extraño para indicar que la realidad se está distorsionando, o cómo aprovechar los escenarios naturales alrededor de la cabaña (las montañas nevadas, el mar) para contextualizar el aislamiento. La residencia es un buen ejercicio de género, produce la tensión requerida con su relato y lleva su premisa al extremo gracias a la performance de Débora Falabella, quien expone toda su fragilidad en pantalla, mientras que Darío Grandinetti sigue demostrando que los villanos (Rojo, Un crimen argentino) le sientan muy bien.
«La Residencia» es un thriller psicológico de reciente estreno en nuestra cartelera. Fue filmado en la Hostería Petrel, durante la pandemia. Nos cuenta la historia de un manipulador escritor, quien lleva a sus alumnos a extremos nada saludables con la intención de que experimenten de la forma más intensa posible sus vivencias, durante una suerte de retiro creativo. “No paren, no corrijan, sostengan, escriban”. Tiene que doler más, indica. La aspiración de los nóveles escritores se desvirtúa pronto, en manos de un fundamentalista cuyo delirio rozará límites perversos. A través de un prólogo y seis capítulos que dividen la propuesta, se nos comparte que ha creado un polémico método para llevar adelante su afamado laboratorio de escritura. A su taller acude Ana, aspirante a novelista que cae cautivada ante los encantos de su mentor, y en búsqueda del próximo desafío creativo. Bajo tal premisa, “La Residencia” es un film que pone su atención en el peligro que existe en un comportamiento que distorsiona el valor de lo moral. Alumnos ingenuos, ávidos de aprender, acuden al recinto en busca de una guía, a modo de sendero e iluminación. El verosímil elige cortar el hilo por el lado más fino a la hora de visibilizar ciertos excesos al momento de impartir una enseñanza y, por ende, los aprendices caerán presas fáciles. Los clichés no tardan en aparecer y esparcirse, a lo largo de la trama. Autores presos de una misma pregunta, se ven envueltos en una eterna tormenta. ¿Qué motiva a escribir? Veremos los conflictos entre participantes manifestarse de la forma más irrisoria posible. El lenguaje es lengua patria del autor, solía decirse, y en la exploración de ideas poéticas al borde de una nevada ladera, o alrededor del crepitante fuego, toda alegoría en imágenes esbozada peca de chatura y falta de inventiva.. ¿De qué índole es la vocación motivacional que anida en el enigmático Holden? ¿Por qué nadie se anima a confrontarlo? De su rutina creativa se desprende una pedagogía cuestionable, brindada por un ermitaño ensimismado en la burbuja de su propio mundo austral, regido por leyes que contraponen arte y vida. El arriesgado juego de vivir bajo la piel de dos personajes y dos vidas en simultáneo (aceptando todo lo auténtico que la condición de real coloca en la fantástica) podría indicarnos que, a priori, no saldríamos indemnes de tamaña afrenta. Sin embargo, el interés por la suerte que correrán los incipientes escritores comienza a menguar más pronto que tarde. Basada en un guion del propio Fraiha en coautoría con Inés Bortagaray, la presente es una adaptación de la novela carioca “La Cordillera” (del destacado Daniel Galera), con el claro propósito de reflexionar acerca de la obra de arte producida bajo circunstancias improbables. Rodado en diversas locaciones de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur, las gélidas postales de la naturaleza resultan insuficiente distracción visual a la hora de sosegar el mal trago que produce un relato pobremente escrito, planteado y resuelto. Protagonizada por la irregular e inexpresiva Deborah Fallabella (“Avenida Brasil”), en compañía del gran Darío Grandinetti -haciendo lo posible con un personaje construido de forma inconsistente-, este largometraje en coproducción argentino-brasileña, dirigido por el brasileño Fernando Frahia, tensa los ánimos de los personajes involucrados en semejante experimento, desviado de su noble intención cuando el acto cae en manos de un psicópata dibujado con trazo grueso. Dentro de las posibles interpretaciones que su trama nos provee, Frahia elige prestar especial atención a retorcidos ejercicios de poder y dominancia, bajo remanidas fórmulas de torpe resolución que cobran magnitud de certero indicio: estamos delante de la obra de un absoluto principiante en la materia. Tornándose en extremo superflua y evidenciando una deficiente dirección actoral, la película jamás acaba por cumplir con el potencial anunciado de antemano. Por el contrario, el ridículo acaba por ganar la partida, camino a un desenlace pueril, forzado y desparejo. En cada plano ofrecido, existe un grado de irrealidad que oscurece claramente la atmósfera del film, no obstante, la pobre resolución brindada a los eventos descriptos conspira notablemente en contra de una propuesta que desafía la lógica y el punto de vista de quien escribe. Todo luce por demás subrayado: carecen de absoluto interés los desafíos de todo escritor conflictuado, llevados al papel. Las fronteras entre realidad y ficción se difuminarán en este pueril retrato, si preferimos reprimir fantasías a confesar transgresiones, tal y como indica un perturbado Holden. Poco importa a estas alturas, “La Residencia” imposta vanguardismo para acabar luciendo pretenciosa y prescindible, olvidando a mitad de camino de su incierto y desigual recorrido lo más genuino y necesario: confiar en que lo que se escribe (o filma) interesará.