Un título tan contundente como “La verdad sobre la Dolce Vita”, debe necesariamente generar la curiosidad de más de un fanático de Federico Fellini y de una de sus obras mayores. El presente film es una de tantas manifestaciones cinematográficas, básicamente documentales, presentadas durante el año 2020, en que el director de La dolce vita hubiese cumplido cien años. A diferencia de Fellinopolis, también presentada en el 22° BAFICI y consagrada a tres películas: La ciudad de las mujeres, Y la nave va y Ginger y Fred, la que ahora nos ocupa, está centrada en la que da título al documental de Giuseppe Pedersoli. Y a diferencia de la antes nombradas no se ocupa de aspectos técnicos, ni de entrevistas a sus responsables. La “verità” se refiere a otro aspecto, tanto o más importante que la filmación en sí y que puede hacer fracasar más de un proyecto cinematográfico. Como afirma en un momento Giuseppe (Peppino) Amato (interpretado en la ficción por el actor Luigi Petrucci): “La dolce vita fue para mí un verdadero infierno”. Amato fue uno de los dos productores centrales, junto a Angelo Rizzoli, y las dificultades por las que pasó el proyecto justifican su afirmación. El presupuesto y la duración del film fueron factores irritantes, sobre todo para el editor Rizzoli. Para él, la duración original prevista de cuatro horas era insostenible y el máximo que “autorizó” fue de tres horas (la película finalmente duró seis minutos menos que dicho tope). Pero aún más crítica fue la cuestión económica ya que allí también estableció un techo de 500 millones de liras, que obviamente no se sostuvo, con lo que el “budget” final superó ampliamente dicha cifra. Son pocas las figuras entrevistadas, apenas tres actrices, de las cuales sólo una y la menos célebre actuó en La dolce vita. Se trata de Valeria Ciangottini, que aparece en una escena en la playa (muy jovencita) sirviendo a Marcello. La encantadora y otrora pulposa Sandra Milo, desborda simpatía en sus declaraciones. Y si bien no participó en La dolce vita, del cual afirma “que es un sentimiento”, ella es una actriz muy felliniana al haber actuado en 8 ½ y en Giulietta degli spiriti, en una de cuyas escenas se la ve. La restante, la aún bella Giovanna Ralli, estuvo al principio en un rol menor en el primer largometraje de Fellini (Luci del varieta), codirigida por Alberto Lattuada). Son en cambio más abundantes las entrevistas a figuras lamentablemente fallecidas, comenzando por Marcello Mastroianni quien comenta que en algún momento se imaginó que su personaje fuera interpretado por Paul Newman. Y agrega que cuando Fellini se le acercó para proponerle el rol central lo llamó Marcellino, seguramente afirma usando el diminutivo para negociar un menor cachet. También son varios los registros en que aparece Bernardo Bertolucci, indicando que “la visión de la película motivó mi deseo de pasar de la poesía a filmar únicamente películas”. Hay varios extractos de escenas de Marcello con Sylvia (Anita Ekberg), incluyendo la más célebre en la Fontana de Trevi, donde se la ve primero con un gatito, pidiéndole a Marcello que le consiga leche. Acto seguido aparece éste, caminando muy lentamente para no derramarla, para finalmente ingresar a la célebre “fontana”. La verità su La dolce vita es también un homenaje a Peppino Amato, que produjo entre otras Roma, ciudad abierta y Ladrón de bicicletas. Su hija María es entrevistada en varias oportunidades, con toda justicia reivindicando el rol central de su padre, como productor perseverante. Peppino sufrió un primer infarto a pocos días de su estreno y falleció de igual afección cuatro años después. Como afirma (el actor que lo interpreta) “no me equivoqué al creer en el film”. Las imágenes del público masivo, desde su premier en Roma en el cine Fiamma, hasta la Palma de Oro en Cannes, fueron un justo premio a su convicción. Y la perduración del film hasta el presente, incluso en salas locales, confirman a Fellini como uno de los mayores nombres de la cinematografía mundial.
Homenaje al productor Peppino Amato Este documental cinéfilo rescata la figura del legendario productor napolitano Giuseppe Peppino Amato quien fuera el responsable de que el clásico film puede realizarse. Nadie quita ni quitaría la categoría de autor absoluto a Federico Fellini, el maestro del cinema italiano por excelencia, cuya obra cumbre es sin dudas La Dolce Vita (1960). Pero detrás de todo gran director hay un gran productor, y ahí aparece Peppino Amato como el productor cinéfilo que arriesgó todo para hacer la película que nadie quería hacer. Un poco de historia. Fellini estaba en la cresta de su carrera, con dos premios Oscar bajo el brazo y todas las ínfulas de divo justificadas. Ante este panorama presenta un guion operístico, de esos que al director de Y la nave va (E la nave va, 1983) le encantaba imaginar, y ahí surge el problema. Demasiado largo, demasiado costoso. Por aquel entonces Fellini estaba bajo el ala de Dino Di Laurentis (que proponía de protagonista a Paul Newman u otra cara internacional para financiar la producción), mientras que Fellini quería a Mastroianni. Estos son algunos de los conflictos que tuvo que atravesar la producción. Amato convencido del talento de Fellini negocia los derechos de guion, convence a Angelo Rizzoli de que forme parte del proyecto y da rienda suelta a Fellini. Luego vendrías los problemas de duración de la película, la negativa de Fellini a filmarla en color, un presupuesto excedido, entre otros muchos otros. Problemas que debe solucionar un productor para que el proyecto prospere. Peppino Amato fue ese hombre. El documental debería llamarse Peppino Amato y no La verdad sobre La Dolce Vita (La verità su La dolce vita, 2020), pero ¿quién iba a distribuirlo si se llamaba así? ¿Se hubiera estrenado en Argentina? Otra vez el cine, arte e industria, muestra sus tensiones internas constitutivas. Sin embargo el film se centra en La Dolce Vita y su dificultosa producción mas allá de un placentero recorrido por los clásicos del neorrealismo italiano producidos por Giuseppe Amato. Sesenta años después del estreno del film que inmortalizó La Fontana di Trevi, surge este documental de Giuseppe Pedersoli con intención de darle el crédito merecido al productor fallecido tiempo después del estreno y, muchos aseguran, a causa de este. Aportan su testimonio Luigi Petrucci, Mario Sesti, Giuseppe Amato, Maria Amato, Valeria Ciangottini, Ambrogio Colombo, Luca Dal Fabbro, Sandra Milo, Mauro Racanati y Giovanna Ralli, entre otros. La verdad sobre La Dolce Vita está basada en las cartas, contratos y documentación de producción originales nunca antes publicados del productor y enaltece su figura, presentada como el eslabón fundamental para que el cine arte pueda realizarse. Un documental cargado de amor por el cine, ideal para la cinefilia amante de la verdad de los detrás de escena pero, sobre todo, del misticismo sacralizado alrededor de la pantalla cinematográfica.
Si bien estilísticamente esta película no supera cierta medianía, lo que narra -cómo Fellini tuvo la idea de La Dolce Vita, cómo logró que alguien la financiara, cómo se convirtió en lo que se convirtió con todo factor en contra- es apasionante. Y de paso, permite ver quién era ese realizador inclasificable y personal que fue Fellini, del tipo de directores (personal y popular, experimental y generoso) que ya no van a volver a existir.
En el relato, por parte de sus propios protagonistas, de cómo la película más recordada de la historia del cine, quizás no se concretaba, Giuseppe Perdersoli, nieto de Giuseppe Amato, recupera su figura y revalida la figura de su abuelo, un personaje clave para la época de oro del cine italiano del siglo pasado.
La figura de Federico Fellini es sinónimo de cine, su obra cumbre “La Dolce Vita” una visualización obligatoria en cada escuela de cine y sobre esta mitología se planta “La verdad sobre La Dolce Vita”. Giuseppe Pedersoli desarrolla su documental para reubicar la figura del productor napolitano Giuseppe Peppino Amato. Sin el arduo trabajo de este último, la clásica película probablemente no hubiera existido. Llega a las salas de cine el próximo 6 de enero. Por aquel entonces, 1958, Fellini se encontraba en su mejor momento. Ya había ganado dos premios Oscar, pero nadie quería aventurarse a producir su próxima película. Demasiado largo, complejo, muy costoso, eran solo algunas de las trabas. Ni siquiera el mítico Dino Di Laurentis, quien trabajaba con Federico, estaba muy de acuerdo. El proponía de protagonista a Paul Newman u otra cara internacional para financiar la producción. Y este es solo algunos de los problemas que acompañaron la producción de “La Dolce Vita”. El cine es una máquina de sueños, la cual crea imágenes intangibles que surgen de la cabeza de alguien. Una máquina, que a gran escala, solo funciona con dinero, mucho dinero. La imaginería de Fellini solo era igualable a los enormes presupuestos que requerían sus películas para ser filmadas. Giuseppe Peppino Amato sabía todo esto. Pero tal fue su encanto por el guión, sumado a su capacidad de reconocer un éxito, que se embarcó en esta odisea que arruinaría su salud. Varias y variadas fueron las trabas que debió superar esta película hasta ver la luz del día, o mejor dicho la oscuridad de una sala. Desde la elección de Marcello Mastroianni como protagonista, en lugar de una estrella de Hollywood. La cláusula contractual que determinaba un presupuesto final de 400 millones no tardó en romperse y el costo crecía día a día. Amato debió hacerse cargo de todos los gastos tras la ruptura con su socio. Y la inflexibilidad de un director que se negaba a mutilar su obra o modificarla de algún modo. Este es uno de esos documentales que los amantes del cine disfrutan, pudiendo ver el trasfondo de la obra. Sin embargo, quien aún no haya visto la película en cuestión, puede usar “La verdad sobre La Dolce Vita” de Giuseppe Pedersoli como trampolin a la obra de Fellini. Las declaraciones de los participantes agrega información de la voz de quienes vivieron en carne propia el momento. Además de conseguir visibilizar el importante rol de Giuseppe Peppino Amato en la creación de la película italiana más famosa de la historia.
Si bien el documental parece ser un homenaje a una de las obras más importantes de Federico Fellini y del cine italiano contemporáneo, el relato se construye casi en su totalidad alrededor de la figura de Peppino Amato, uno de los productores de la película que creyó en el proyecto y lo siguió apoyando plenamente a pesar de sus diversos inconvenientes. Precisamente el documental develará a través de material inédito en cartas originales –que pasan del papel escrito a máquina, a las voces impecables de los dobladores Luca Dal Fabbro y Ambrogio Colombo, quienes le dan vida en la actualidad para generar un interesante diálogo realidad/ficción-, telegramas, fragmentos fílmicos y mediante escenas ficcionadas; todas las complicaciones alrededor de la filmación, producción y el posterior estreno de “La Dolce Vita”. El director, Giuseppe Pedersoli en su primer trabajo para la pantalla grande, es precisamente el nieto de Amato y deja claro su halo de homenaje y de (re)valorización de la enorme carrera que tuvo su abuelo como productor de las películas más importantes de la época, que fijaron además una mirada de vanguardia dentro del cine italiano de posguerra. Obras como “Roma, Ciudad Abierta” –junto con la elección de Ana Magnani como protagonista y ese inolvidable personaje- “Ladrones de Bicicletas” “Umberto D.” o “Francisco, juglar de Dios”, tuvieron a Amato como productor, codeándose con Vittorio de Sica, Roberto Rossellini y el propio Fellini. Pedersoli revela los diversos problemas que fueron complicando cada vez más a la producción de esta película cuyo presupuesto se fue tornando inmanejable hasta llegar a duplicar lo que originalmente se había pactado. No solamente las discusiones rondaron alrededor del material desperdiciado y los millones de liras que se seguían gastando, sino también respecto de su duración, que complicó el proceso de montaje posponiendo el estreno, y que a su vez la haría muy poco comercial y generaría complicaciones para recuperar todo lo invertido. Testimonios de actrices que participaron de la película, de los familiares de Amato, de reconocidas figuras del mundo del cine italiano como Bernardo Bertolucci o Dino de Laurentiis, van permitiendo unir las piezas para recordar a una obra maestra como “La Dolce Vita”, pero al mismo tiempo, para ir armando y poniendo en valor a la figura de Giuseppe / Peppino como el gran productor que fue, un apasionado de su trabajo, una mente obsesionada por llevar a cabo esta película enorme desde que hizo la primera lectura del guion y que defendió contra todos los pronósticos: una película que resistió plena al paso del tiempo y que, todavía, sigue siendo magnética con su inconfundible plata y negro. Las figuras de director y de productor se ponen en tensión y uno de los lineamientos más fuertes que trabaja el documental es justamente la pregunta que en el mundo del cine suele presentarse en más de un caso: ¿le película es finalmente obra del autor o del productor? En palabras del propio Fellini, este proyecto que ahondaba en la burguesía italiana de la época, quería mostrar personajes trágicos en situaciones penosas pero que, en su trasfondo, lograran transmitir esa dulzura misteriosa que tiene la vida. Indudablemente que lo ha logrado con una película que a más de 60 años de su estreno sigue vigente con ese inolvidable encuentro de Sylvia y Marcello (Ekberg-Mastroianni) en la fuente, debajo de la cascada, con una escena romántica de antología. Quienes hayan visto “La Dolce Vita” disfrutarán nuevamente sus fragmentos, sumando la información de los entretelones que rodearon toda su producción. Quienes no la hayan visto, el documental se transforma en una excelente excusa para entrar al universo de Fellini y sus creaciones. Lo más importante que deja “LA VERDAD SOBRE LA DOLCE VITA” es el retrato de Amato y el hecho de pensar que sin Peppino, su tesón, su pasión y su fuerza para insistir y sacar el proyecto adelante, una de las más grandes obras de Fellini y del cine italiano, jamás hubiese sido posible, sin él “La Dolce Vita” posiblemente no hubiese existido.
Las historias de los grandes clásicos que estuvieron a punto de no llegar a buen puerto son siempre interesantes. Cuanto más grande es el clásico, más absurdo se ve todo en retrospectiva. La dolce vita (1960) es uno de los grandes títulos del cine italiano de todos los tiempos y pensar que tuvo problemas para realizar hoy es sorprendente, pero no tanto cuando ve este documental. La película no es solo una forma de recuperar el film de Federico Fellini, sino principalmente la de su productor Giuseppe Amato. Fellini tenía ya una trayectoria espectacular y dos de sus films, La Strada y Le notti di Cabiria habían ganado el Oscar a mejor película extranjera. Sin embargo, su nuevo proyecto no era mirada con total confianza y fue justamente su productor quien tuvo que conciliar los intereses del director con los del otro productor del film, Angelo Rizzoli, encargado de la distribución. El documental tiene testimonios, muchos anteriores a su realización y un material de archivo interesante donde se destacan las cartas entre Amato y Fellini, testimonio fundamental para entender las tensiones del proyecto. Para que no se trate de un documental común, el director Giuseppe Pedersoli reconstruye escenas donde se lo ve a Giuseppe Amato mirando La dolce vita y tratando de resolver el dilema que tiene delante suyo. No son escenas particularmente inspiradas, pero si tenemos en cuenta que el director es nieto del mencionado productor, entonces todo cobra un sentido más emocionante. Hay que agregarle la presencia de Carlo Pedersoli, padre del director, más conocido por su nombre artístico internacional: Bud Spencer. Aunque no hay mucho vuelo más allá de lo contado aquí, la película tiene cosas muy bellas, en particular los testimonios de personajes menores, no los más grandes, que viven con la felicidad de haber formado parte de una de las cumbres cinematográficas de todos los tiempos. Películas de verdad, obras de artes que trascendieron, logros definitivos.
El 2020 fue especial para los fanáticos de la obra de Federico Fellini: ese año se cumplió un siglo del nacimiento del director de La dolce vita, Ocho y medio y Amarcord; y, como parte de los festejos, se realizaron varios documentales centrados en distintas facetas de su obra. Fellinopolis, por ejemplo, presentada en el último BAFICI. En ese contexto se inscribe La verdad sobre La dolce vita, de Giuseppe Pedersoli, también exhibida en el festival porteño, que ya desde su título promete bucear en los pormenores de una de las producciones más caóticas del cine italiano de la época. Un caos generado, principalmente, por las ambiciones de un Fellini que imaginaba una película de cuatro horas, así como también por el costo de una producción que superó ampliamente el límite de 500 millones de liras establecido por los productores Angelo Rizzoli y Giuseppe Amato. Este último es sindicado como el principal responsable de que la película haya visto la luz, como demuestra el hecho de que su hija sea una de las principales entrevistadas. Pedersoli propone un relato cronológico que avanza mediante tres mecanismos: las entrevistas a cámara (muchas de ellas de archivo), una buena cantidad de cartas y notas enviadas entre Fellini y sus productores, y las precarias recreaciones ficcionales de distintas charlas y cruces entre el director, Rizzoli y Amato. De indudable raigambre televisiva, La verdad sobre La dolce vita funciona como registro de una época esplendorosa del cine. Una donde convivían –no siempre de manera armónica– la megalomanía autoral, productores dispuestos a tomar riesgos y una industria que, aunque por momentos reticente, confiaba plenamente en la voz de los directores. Incluso en la de aquellas que querían filmar cosas más grandes que la vida.
La dolce vita se convirtió en uno de los grandes éxitos del cine italiano y en la confirmación del genio de Federico Fellini como uno de los artífices de la que sería su era dorada. Esa es parte de la verdad, pero esencialmente el mito consagrado alrededor de la odisea felliniana que empezó en derrota e incertidumbre y concluyó en triunfo. Lo que reconstruye el documental de Giuseppe Pedersoli no es tanto la “verdad” detrás de aquella gesta –retratada en numerosas biografías de Fellini, en trabajos críticos y en un infinito anecdotario– sino el rol que desempeñó el productor Giuseppe ‘Peppino’ Amato, su abuelo, en el cumplimiento de un sueño que, en esencia, era el propio. Es extraño pensar la figura de Amato hoy en día, y si algo consigue el documental, pese a su factura convencional y a las precarias recreaciones ficcionales, es dar con la medida de un personaje exclusivo de aquel escenario italiano, heredero de la fascinación que había provocado el cine en su etapa muda, excursionista eventual por la fama de Hollywood, garante del debut de directores como Vittorio De Sica y esencialmente bon vivant de la Via Veneto, como el propio personaje de Marcello demostraría en la ficción. Es que lo que uno descubre al seguir la pista de Peppino y su obsesión con el guion de La dolce vita, descartado por Dino de Laurentiis –es muy divertida la inusual confesión del productor de su error bajo el lema “a veces se gana, a veces se pierde”-, es el inconsciente reconocimiento de la gloria y la tragedia de su propia generación, vital y decisiva como pocas para el rumbo del cine moderno. Quien oficia de narrador es un crítico, Mario Sesti, que interviene serio como dando una lección pero consigue en varias de sus reflexiones poner a Peppino en la órbita de un mundo que se ha extinguido. Y La dolce vita representa el vigor de ese mundo hoy en día, mientras su propia hechura expone las tensiones y sacrificios que definieron el milagro de su existencia. Porque en los 60 también los productores miraban con ojo agudo la taquilla y esperaban el rendimiento de sus inversiones monetarias. Entonces, en esa lógica, Pedersoli convierte con justicia poética a Peppino en un héroe frente a los desplantes ególatras de Fellini y a las miopes ambiciones de Ángelo Rizzoli, el dueño de Cineriz. Esa disputa entre el productor artístico y el financista es, en definitiva, el corazón de un homenaje que funciona menos como reconstrucción de aquel rodaje que como rendición de cuentas de su legado. Lo que deja la película, además del buen rato para el cinéfilo nostálgico, son los impagables recuerdos de De Sica cuando iban con Peppino de gira por los casinos – y la sentida emoción al recordarlo–, las confesiones de Sandra Milo sobre el rodaje de la escena de la hamaca en Giulietta de los espíritus, la humildad de Mastroianni en su representación de ese hombre común que persigue a Anita Ekberg sin cansancio, y la consciencia temprana de Fellini de que valía la pena defender la integridad de su obra porque en ese gesto se definen los artistas.
La figura del productor cinematográfico ha sido clave en innumerables películas de la mano de David O. Selznick, Dino de Laurentiis, Carlo Ponti y Giuseppe “Peppino” Amato, Kathleen Kennedy y los hermanos Weinstein, entre otros, que llevaron al éxito las carreras de reconocidos directores como Hitchcock, Fellini, Antonioni, De Sica, Spielberg, Tarantino, por nombrar solo algunos. También son conocidas las relaciones, mayormente, polémicas entre directores y productores al combinar sus egos, las finanzas o sus diferencias formales a la hora del rodaje. Si bien el rol y la figura del productor fueron modificándose a lo largo de la historia del cine, es justo rescatar del olvido el trabajo de quienes dedicaron su vida al séptimo arte ayudando al crecimiento de su industria local, y que han quedado a la sombra del director o de la película que llevaron al éxito. Entre esos olvidos figura el caso del actor, director y productor napolitano Giuseppe Amato (1899-1964) quien trabajó con los grandes directores del cine italiano en películas emblemáticas del neorrealismo como Umberto D., Ladrón de bicicletas, ambas de su gran amigo Vittorio de Sica; Francisco, juglar de Dios, de Rosellini; Roma, ciudad abierta, donde elige a la actriz Anna Magnani; y La Dolce Vita, de Fellini, con quien ansiaba trabajar. El estreno de La verdad sobre La Dolce Vita, dirigida por su nieto, el productor Giuseppe Pedersoli e hijo del mítico actor Bud Spencer, es una docuficción realizada a partir de cartas, documentos y contratos de producción conservados por su madre -y nunca antes revelados-, sobre las negociaciones y conflictos detrás de la película más famosa y complicada de la historia del cine italiano. Situada en Roma el 20 de octubre de 1959, la primera escena reconstruye la personalidad y el trabajo de Giuseppe Amato (interpretado por Luigi Petrucci), quien se encuentra en una pequeña sala de proyección mirando el corte preliminar de la película que dura más de cuatro horas. Fellini no quiere cortarla y Angelo Rizzoli, su amigo, financista y distribuidor, no quiere estrenarla de esa manera. Las complicaciones y sus diferencias comienzan a vislumbrarse desde el primer momento en que comienza la resistencia a los cambios, los caprichos y los aumentos en el presupuesto de una película ambiciosa que, si bien para Amato fue un proyecto al que amó hacer, también le costó la vida, tres años después de su estreno. Originalmente, el guión de La Dolce Vita lo tenía el afamado productor Dino de Laurentis quien quería a Paul Newman como actor protagónico, ante la negativa de Fellini, que prefería a Mastroniani. Es entonces cuando Amato toma la decisión de proponerle a de Laurentis el hacerse cargo de la producción de la película a cambio de otorgarle el guion de La Gran Guerra, de Mario Monicelli. De Laurentis acepta y a partir de allí, tanto el sueño como el desvelo de Amato se vuelven realidad. La relación entre ficción y documental se combina a través de la recreación de época, junto a imágenes de archivo, escenas de películas, entrevistas a Marcelo Mastroniani, Federico Fellini, Viitorio De Sica, Bernardo Bertolucci, como del testimonio de Luigi Petrucci, Mario Sesti, Sandra Milo, su hija Maria Amato, y varios críticos de cine, entre otros. A medida que se descubre el detrás de escena de una película que convive dentro de otra, se desdibuja cierta imagen idealizada en torno a la figura de Fellini, al tiempo que se rescata la de su productor. La conflictiva y ególatra personalidad del director italiano quedó plasmada en la documentación que se lee de forma recreada, dando cuenta de los reiterados incumplimientos del contrato ante la desmesura del proyecto. También en las declaraciones de Amato: “La Dolce Vita fue para mí un verdadero infierno”. Orientada hacia un espectador cinéfilo y admirador de la obra de Fellini, La verdad sobre La Dolce Vita, es un homenaje de Pedersoli a su abuelo y a una forma distinta de concebir el arte. Las imágenes dan luz a la trayectoria de un hombre de cine como fue Peppino Amato y a ciertas curiosidades detrás del éxito de una película extraordinaria que cumplió sesenta años de su estreno. Ganadora de la Palma de Oro en Cannes en 1960, La Dolce Vita le otorgó a Fellini un mayor reconocimiento internacional, que invisibilizó el trabajo, el esfuerzo y la visión de un productor que descubrió el potencial de una obra en la que creyó y lo dió todo, sin mucho más a cambio. LA VERDAD SOBRE LA DOLCE VITA La verità su La dolce vita aka. Italia, 2020. Dirección: Giuseppe Pedersoli. Guion: Giuseppe Pedersoli, Giorgio Serafini. Edición: Giuseppe Pedersoli. Fotografía: Giovanni Brescini, Maurizio Calvesi. Música: Marco Marrone. Música original: Marco Marrone Producción: Gaia Gorrini Duración: 83 minutos.
Es un documental por su lenguaje, con partes recreadas y muchos testimonios invalorables que homenajean y ponen en evidencia el valor del productor Giuseppe Amato, un hombre que prácticamente puso en riesgo su vida, para defender la creatividad de Federico Fellini y una de sus películas más icónicas, “La dolce vita”. Todo porque siempre creyó y apreció que se trataba de una obra maestra. Por eso se puso en contra de la visión de Dino de Laurentis y la del inversor Angelo Rizzoli. Amato lidiaba con el genio de Fellini y el corte de 4 horas que deseaba para su film y los derroches que rebalsaban largamente el presupuesto fijado. Fellini ya era famoso, había ganado dos Oscar, por “La Strada” y “Las noches de Cabiria”, había sido nominado por sus guiones, y su exceso creativo no era fácil de encaminar. Recordemos que el film gano La Palma de Oro en Cannes, denominó un estilo de vida y le dio identidad a una especialidad de los fotógrafos de celebridades. El director Giuseppe Pedersoli es nieto de Amato, a quien valoriza como corresponde contando jugosos secretos de una filmación accidentada que le dejó poca gloria a su abuelo. Con testimonios de Luigi Petrucci, Mario Sesti, Giuseppe Amato, Maria Amato, Valeria Ciangottini, Ambrogio Colombo, Luca Dal Fabbro, Sandra Milo, Mauro Racanati, Giovanna Ralli, más un curioso reportaje que Vittorio De Sica le hace al propio Amato, este film es un plato fuerte para los amantes del cine.
UN ROMPECABEZAS FELLINESCO Digamos que hay un género que incluye una larga lista de documentales destinados a contarnos las dificultades surgidas durante la filmación de grandes películas. La galería de motivos va desde los caprichos megalómanos de los cineastas hasta la mezquindad de los productores que, cuando no inciden en la parte creativa, suelen romper las guindas con los presupuestos. En ese terreno de disputas se han narrado historias maravillosamente crueles que han dejado un legado para la posteridad. Tal vez en esta línea pueda acreditarse valor a la propuesta de Giuseppe Pedersoli. Aunque, pensándolo bien, señores y señores, están Federico Fellini y La dolce vita, y entonces, nada se pierde con echar una mirada. La base de todo esto es un libro que se llamó La veritá sulla Dolce Vita y su autor fue Peppino Amato, el productor de la odisea en cuestión, cuyo derrotero le llevó a dos infartos; el último no pudo contarlo. El punto más vulnerable de esta simpática película es ese estilo de dramatizaciones donde aparecen pelucas y maquillajes inverosímiles. En efecto, si bien Luigi Petrucci se carga bien a la figura mítica de Amato (clave para que la película de Fellini pudiera terminarse y estrenarse, pese a todos los obstáculos financieros y eclesiásticos), el abuso del recurso inclina la balanza para el ridículo. No obstante, no puede obviarse el interés que despierta la trama, un campo de tensiones entre director, productores, curas y políticos. Y si bien la locura de Fellini sería impensable para esta época de tibios, es justo decir que tipos como Amato hacen falta. Pedersoli combina registros fílmicos, documentos, cartas y ficcionaliza diálogos y situaciones a fin de armar ese rompecabezas que prácticamente le costó la vida al productor, un intermediario entre los sueños y los intereses económicos. El precio fue alto, pero el protagonista confiesa que ha vivido, que ha dejado algo para la posteridad. Hay que decir que ciertas situaciones que dan cuenta de los inconvenientes parecen sacadas de una comedia a la italiana y es ahí donde, como buen tano, Pedersoli nos gana por la vía afectiva.
Secretos de una leyenda italiana Aunque el director Giuseppe Pedersoli pone más el acento en cuestiones de producción que en lo artístico, toda investigación sobre una de las obras maestras de Federico Fellini resulta atractiva. La historia del cine está llena de películas (y de realizadores) que “se pasan” de plazos y presupuestos, llegando en caso extremos -como el de Cleopatra, que estuvo a punto de hundir a la Fox, y La puerta del cielo, de Michael Cimino, que directamente hizo desaparecer a la United Artists- a poner en riesgo no ya el capital de un productor, sino la pervivencia misma de un estudio. Obviamente que esto puede suceder en la llamada Hollywood (que ya no existe como territorio de producción), donde las cifras que se manejan son siderales, y raramente, o nunca, en otras cinematografías. No a tales extremos. Pero cineastas complicados hay en todas las latitudes, no necesariamente caprichosos o hiperexigentes (“Yo sobreviví a Titanic”, decía el stamp que los técnicos de la megapelícula de James Cameron lucían orgullosos tras completar el rodaje), sino porque a los más creativos siempre se les ocurren ideas nuevas, que van inflando costos y semanas de trabajo. Basta ver cualquier película de Federico Fellini para apreciar que si algo definía su condición creativa era el dispendio, y no había compromisos ni palabras empeñadas que pudieran contener esa proliferación sin límites. Tratándose de su primer gran producción, posterior al prestigio internacional ganado a mediados de los 50 con Los inútiles y sobre todo con La strada, el de La dolce vita (empezada en 1959, estrenada al año siguiente) es un caso testigo de la clase de inflaciones que el nativo de Rímini generaba. Creativas, económicas y de plazos. El anecdotario es de esos que dan para un libro, y ese libro se escribió sesenta años atrás. Se llamó La veritá sulla Dolce Vita y su autor fue Peppino Amato, productor responsable de la más famosa película italiana jamás filmada. Película cuyas tormentas internas le ocasionaron dos infartos, el último de ellos definitivo. Coescrita y dirigida por Giuseppe Pedersoli, La verdad sobre La dolce vita se basa en ese texto de Amato. Con título sensacionalista, Amato es el héroe y mártir de su versión, aunque más de uno de quienes lo conocieron parece confirmar que el ex productor de Don Camilo y Francesco, giullare di Dio “se jugaba” por los proyectos que encaraba. Y con La dolce vita se jugó como nunca. El dueño de los derechos originales era el inefable Dino de Laurentiis, que se jugaba bastante menos. El guion escrito por Fellini junto a sus habituales colaboradores Ennio Flaiano y Tullio Pinelli llegó a manos de Amato, y a éste le encantó (o así lo cuenta este documental). Sin condiciones para comprárselo a De Laurentiis, le ofreció un canje: La dolce vita por La gran guerra, la película de Mario Monicelli que terminó ganando ex aequo el León de Oro en Venecia 1959. Con Amato interpretado por un actor de peluquín bien plantado, echando mano de cartas, telegramas y memorándums intercambiados entre Fellini, Amato y Angelo Rizzoli (capo de la distribución cinematográfica italiana, que se había asociado con aquél), a los que suma testimonios de terceros (la actriz Magali Noël, parientes de Amato y los críticos Mario Sesti y Tullio Kezich (este último biógrafo del autor de 8 y 1/2), La verdad sobre La dolce vita cuenta el cuentito, claramente enfocado en los avatares de la producción y no los creativos. Un presupuesto que se va estirando hasta duplicarse, plazos de rodaje y montaje con los que ocurre lo mismo, discusiones, peleas, ultimátums, amenazas muy italianas entre las partes (aunque según dicen Amato era todo un commendatore) y un corte final de una hora al original de Fellini, que duraba cuatro. Y el corazón de Amato, que no daba para tanto. El momento más lindo, sin embargo, es absolutamente colateral. En viaje de Roma a París, “tuvimos la desgracia de pasar por la Riviera francesa”, cuentan Amato y su amigo Vittorio de Sica. Como se sabe, en la Riviera francesa hay más casinos que playa. Se quedaron sin un peso.
Legendario título en la estirpe gloriosa del cine italiano, que consagrara a Federico Fellini como autor de relevancia internacional a ojos del gran público, y pese a que ya contaba con dos Premios Oscar en su haber (por “La Strada” y “Noches de Cabiria”). “La Verdad Sobre la Dolce Vita” mixtura documental y ficción desde la exclusiva óptica de su productor, Giuseppe Amato, trayendo al presente el legado de “La Dolce Vita”, film que capturara el ambiente bohemio, excéntrico y superficial de la alta burguesía romana, observada desde la mirada cínica de un escritor fracasado (Marcello Mastroianni) devenido en reportero de un periódico sensacionalista. Hace más de seis décadas, Fellini se reía de la farándula que animaba la vida mundana, concibiendo la épica radiografía de una civilización decadente, hedonista y corrupta, que olvidó sus ideales al vértigo de la modernidad. Con música de Nino Rota, la película fue condenada por la prensa católica de derecha, sin embargo, el baño antológico que tomara Anita Ekberg en la Fontana Di Trevi engrandeció su mito. Como casi siempre, hay otra historia detrás de lo que vemos en pantalla, aunque el presente largometraje dilapide algo de su potencial perdiendo el tiempo en explicar el dilema presupuestario que estancó a la producción durante varios meses, poniendo en vilo el rodaje de la misma. A veces hay secretos que mejor guardar… Poniendo el relevancia el mérito de semejante obra y sus hacedores, en boca de grandes nombres del cine italiano (Dino De Laurentis, Vittorio De Sica, Marcello Mastroianni) se inserta la importancia del presente documental, trayéndonos pormenorizados detalles acerca de un proyecto convertido en odisea y guerra de egos desatada. Una historia que sobrevive la transformación del cine italiano desde las ruinas neorrealistas, para testimoniar las emociones en tensión de sus protagonistas. ¿Cómo controlar a un artista imperativo como Fellini, en el ápice de su inagotable creatividad? Estrenada en febrero de 1960 y obra cúlmine premiada en Cannes, su trayecto se rastrea dos años antes, cuando un importante productor italiano comprara los derechos del que se convertiría en el largometraje más caro de la industria italiana. Luego, la leyenda de todo film que excede la porción de su metraje. Divismos y leyendas urbanas aparte, “La Verdad Acerca de La Dolce Vita” buscará responder preciados interrogantes: cómo recortaron el metraje, cómo se hicieron con los servicios de tan estelar elenco y cómo la obsesión del demiurgo artista nativo de Rimini consumó su pieza maestra. La unívoca mirada del propio Amato (reconstruida mediante artilugios de ficción) no deja espacio para demasiada reflexión.