A fines de los ’70 y durante los ’80, su belleza y carisma les permitían tener el mundo a sus pies. Triunfaron gracias al cine, el teatro de revista y la televisión, de la mano de capocómicos de la talla de Alberto Olmedo, Jorge Porcel y Juan Carlos Altavista, mayormente a las órdenes de Gerardo y Hugo Sofovich. Eran épocas de destape, y no dejaron de lucir sus cuerpos con el mínimo de ropa. Los hombres las deseaban, las mujeres las envidiaban. Trascendieron el jet set para convertirse en íconos. Sin embargo, las décadas siguientes no fueron muy amables. El factor tiempo fue crucial: ya no son jóvenes como en aquellos años dorados, y las grandes puertas aparecen cerradas. Pero el director José María Muscari las rescató y las puso como protagonista de una de sus más recientes y exitosas creaciones teatrales: Extinguidas. De esta manera, Mimí Pons, Beatriz Salomón, Luisa Albinoni, Silvia Peyrou, Noemí Alan, Patricia Dal, Naanim Timoyko, Adriana Aguirre, Pata Villanueva y Sandra Smith (quien en realidad no fue vedette sino cantante y conductora) recuperaron la atención y la masividad. El documental La vida sin brillos (2017) se sumerge en el detrás de escena de la obra. Pero lejos de conformarse con ser el típico backstage, con las rutinas en los camarines y pasillos, indaga dentro de la vida de cada una de las diosas de antaño. La cámara muestra a la Peyrou dando clases a gente de la tercera edad, a la Dal haciendo radio y bailando milongas, a la Villanueva practicando deportes, a la Salomón rindiéndole tributo a sus orígenes turcos… Y sin bien gran parte del mérito de los directores Nicolás Teté y Guillermo Félix es el de no caer en sensacionalismos propios de los programas de espectáculos más burdos, le dan su espacio a que algunas de las mujeres puedan hablar de sus situaciones más íntimas. Tal es el caso de la Albinoni y el relato de su lucha para convertirse en madre, y la confesión de Noemí Alan acerca de su batalla contra las adicciones. Por supuesto, hay momentos de humor, de ternura, y de recuerdos vinculados a Olmedo, Porcel, el éxito de antaño y la visión del presente. La vida sin brillos es mucho más que el retrato de sobrevivientes. Muestra a eternas batalladoras del mundo del espectáculo y de la vida, dispuestas a seguir superándose y no quedarse en el pasado (más allá de los lindos momentos), y lo hace con respeto y cariño, evitando los golpes bajos. La oportunidad perfecta para conocer en detalle a diosas de antes, diosas de siempre.
Sin maquillaje Mitos eróticos fundantes de la argentinidad, desde Isabel Sarli a Libertad Leblanc, pasando por Luciana Salazar, Edda Bustamante, Pampita, a las más recientes figuras salidas de realitys y programas de chimentos. Cada una supo aprovechar y explotar su imagen para insertarse en la cultura popular y en el universo de referencias sexuales, a la hora de definir a los iconos que poblaron tapas de revistas que terminaron luego debajo de la cama de miles de hombres. José María Muscari convocó a diez figuras referentes de los años setenta y ochenta para la obra Extinguidas, una comedia en la que cada una de las mujeres aportaba desde su histrionismo el pulso necesario para que la nostalgia y la autoreferencia explotara en la sala. Y con el mismo espíritu La Vida Sin Brillos (2017), de Guillermo Felix y Nicolás Teté, recorre el tras bambalinas de esa obra reposando la mirada en cada una, Beatriz Salomón, Adriana Aguirre, Naanim Timoyko, Patricia Dal, Sandra Smith, Luisa Albinoni, Silvia Peyroú y Noemí Alan, Pata Villanueva, Mimí Pons, y en cómo sus vidas continuaron más allá del éxito y las estrepitosas caídas de éste, en algunos casos. Con habilidad, los directores comienzan la película y a contarnos sus historias con imágenes de archivo de cada una, con música, cuerpos al desnudo, bailes y el espíritu de una época que no volverá, al menos de la misma manera, contrastada con su imagen actual. Pero esto no es algo negativo, al contrario, más allá que la narración se enfoque en documentar su vida presente, en la que cada una transita como puede sus días, se puede ver un costado no reflejado hasta el momento de su intimidad y que reposiciona, nuevamente, a estas mujeres en el mapa erótico popular. La cámara las acompaña, por momentos nerviosa, en otros en reposo y hasta en penumbras, y es testigo de cómo juegan al tenis, van al gimnasio, hablan sobre su familia, corren con sus hijas o, en una dolorosa escena, atraviesan una profunda depresión de la que no pueden salir. Algunas se muestran tal cual como son, dan clases de teatro, dialogan con familiares, van a eventos de venta de productos cosméticos o almuerzan con sus parejas, pero hay otras que tal vez no comprendieron la consigna (o sí) y prefieren seguir detrás de los brillos y la opulencia, contando aquello que ya sabemos que fueron, un momento fugaz y efímero que pasó y al que desean profundamente volver. Entre el pasado y el presente contrapuestos de cada una, es en donde La Vida Sin Brillos va avanzando y potenciando su narración, con las figuras recorriendo las escaleras del teatro, saliendo de gira por el país, generando encuentros que permiten acercar a nuevas generaciones a estas significativas mujeres de la cultura popular. El recurso del mensaje de audio de whatsapp que hilvana la acción, permite también acercarse a las divas, que no inocentemente, son construidas como personajes, cada una con su función dentro del documental. Si Adriana Aguirre es percibida como la mala, Timoyko será la compañera, Luisa Albinoni la graciosa y así cada una con un rol específico dentro del espacio asignado a cada una durante el metraje. Y entre el detalle de las vidas personales, de las charlas de camarines, de las selfies, de las fotos grupales, del brindis por el reencuentro con el éxito y el brillo, la película habla con respeto, honestidad y sencillez sobre un universo maravilloso de música y desnudez, de sentimientos y pasiones, de tacos altos y maquillaje, de plumas y pestañas, de viejas guerras de vedettes, de inyecciones y cuidados, que sigue vigente más allá del paso del tiempo y que vuelve en La Vida Sin Brillos para recordarnos aquello que un grupo de mujeres pudo y quiso ser ubicándolas en el podio del imaginario sexual de los argentinos.
Adriana Aguirre, Noemí Alan, Luisa Albinoni, Patricia Dal, Silvia Peyroú, Mimí Pons, Beatriz Salomón, Sandra Smith, Naanim Timoyko y Pata Villanueva fueron algunas de las más populares vedettes de la década de 1980 en la TV, sobre las tablas y en el marco de la farándula porteña. El tiempo -impiadoso sobre todo para aquellas (y aquellos) que vivieron de su imagen y su cuerpo- hizo que fueran desapareciendo de forma progresiva del centro de la escena. Hasta que a principios de 2015 el siempre provocador dramaturgo y director José María Muscari las convocó para que regresaran a los escenarios en la obra Extinguidas. Todo ese proceso creativo fue registrado por Guillermo Felix y Nicolás Teté, quienes tuvieron un acceso privilegiado a la trastienda, los ensayos y los camarines para registrar a estas mujeres que hoy tienen en muchos casos más de 60 años. Por momentos con un dejo de vergüenza, pero en otros también con osadía, hidalguía y nobleza van contando anécdotas y sensaciones mientras dejan ver sus cuerpos y rostros ya más curtidos (y en algunos casos degradados) por arrugas y estrías. La película tiene un recato, un pudor y una sensibilidad particular que le permite eludir la tentación de caer en el patetismo y/o en la explotación y/o en el consumo irónico no exento de cinismo. A nivel formal se trata de una narración sencilla, cuidada, sin regodeos ni audacias. Porque el corazón está puesto en la intimidad de esta mujeres icónicas que “ratonearon” a más de una generación, en sus frustraciones, sus deseos, sus experiencias y sus sueños aún no cumplidos. La esencia humana fuera de las luces del show. La vida sin brillos.
Diez actrices, íconos populares de los años 70 y 80 y alejadas del público durante décadas, fueron convocadas en 2015 para protagonizar Extinguidas, una obra teatral dirigida por José María Muscari. El elenco estaba compuesto por Adriana Aguirre, Noemí Alan, Luisa Albinoni, Patricia Dal, Silvia Peyrou, Mimí Pons, Beatriz Salomón, Sandra Smith, Naanim Timoyko y Pata Villanueva, todas ellas, en su época de esplendor, caras de grandes éxitos televisivos, teatrales y cinematográficos. Los realizadores Guillermo Félix y Nicolás Teté recorrieron en este documental -visto en el Bafici 2017- las trayectorias de cada una de ellas con una cámara inquieta que muestra cómo se preparaban en los camarines, cómo eran los minutos previos a cada función y cómo se llevaban entre ellas. Además, y con toques melancólicos y cálidos, se introduce en sus vidas privadas buscando convertir al film no en retrato de su pasado, sino de su presente. Cada una de las artistas muestra aquí con gestos y con palabras sus existencias actuales y rememora los años en que cortaban el tránsito de la calle Corrientes con sus apariciones. Con el tiempo algunas se alejaron voluntariamente del público y otras lucharon por mantenerse vigentes en un mundo del espectáculo que ya no las valora como antes. El film logra su cometido al convertirse en un merecido tributo a esas actrices que, a pesar de todo, aún resplandecen en el imaginario popular.
En el 2015 se revive la vida de las diez actrices en “Extinguidas”, la obra teatral con la dirección José María Muscari quien les hace un gran homenaje a quienes divirtieron y ratonearon a millones de espectadores. A través de ese hecho nace este documental que retrata la vida de estas hermosas actrices (Adriana Aguirre, Noemí Alan, Luisa Albinoni, Patricia Dal, Silvia Peyroú, Mimí Pons, Beatriz Salomón, Sandra Smith, Naanim Timoyko y Pata Villanueva), quienes marcaron una época. A través del metraje vamos reviviendo su presente, los ensayos, los preparativos antes de salir a escena, nos metemos en sus camarines, en sus casas, ellas desnudan sus almas y nos muestran que se encuentran llenas de anécdotas, además están sus emociones, sueños y sus logros.
Es un documental de Guillermo Félix y Nicolás Tete que registraron la intimidad de un éxito teatral creado por José María Muscari, que reunió en “Extinguidas” a diez mujeres que fueron íconos indiscutidos de los años ochenta. Y en ese seguimiento de sus vidas actuales, en la intimidad de los camarines hay espacio para que cuenten su realidad lejos de los focos impacientes de la popularidad: los ejercicios para mantenerse en forma, las nuevas actividades, las confesiones más dolorosas, la nostalgia a flor de piel, la intimidad de sus casas, las reflexiones más profundas. Ellas se muestran valientes, vulnerables, prácticas, sabihondas, frágiles, doloridas, esperanzadas. Adriana Aguirre, Noemí Alan, Mimi Pons, Beatriz Salomón, Sandra Smith, Naanim Timoyko y Pata Villanueva. Así en el escenario como en la vida.
“Detrás de escena” del retorno impensado Beatriz Salomón, Noemí Alan, Pata Villanueva, Luisa Albinoni y otras actrices fueron parte de Extinguidas, una obra teatral de José María Muscari. El film las sigue en la trastienda de ese espectáculo con la virtud de “dejarlas ser” y mostrarse como ellas quieren. No es que en los 80 no hubiera voces que denunciaran la cosificación de la mujer en los medios. Las había, pero no tenían el volumen que adquirirían treinta años más tarde. En esos tiempos de dictadura, Malvinas, El Diego, mundiales de España y México, alfonsinismo, carapintadas, Redondos, Sumo, Virus y premenemismo, si eras un sub-30 y te querías hacer los ratones, te los hacías prendiendo la tele y haciéndote ilusoriamente dueño de los argentinísimos lomazos de Noemí Alan, Adriana Aguirre, La Salomón y Silvia Peyrou. Entre otras. Fascinado desde siempre por los rincones menos presentables de la cultura popular, el ultraprolífico José María Muscari concibió, tres años atrás, la idea de arrejuntar a esas diosas de los 80 –hoy en día señoras retiradas categoría plus 50– en un espectáculo teatral al que con desfachatada crueldad llamó Extinguidas, donde las veía desde una mirada tan cómplice como ladina. Seguramente asistentes de algunas de esas numerosas funciones (el espectáculo fue un éxito), Guillermo Félix (con estudios de filosofía y ¡teología!) y Nicolás Teté (exalumno de la FUC y realizador de los films de ficción Últimas vacaciones en familia, 2013, y Onix, 2016) decidieron filmar un documental que contara la trastienda del show, mostrando el hoy en día de aquellas sex symbols de ayer. Ese documental es La vida sin brillos (título algo más piadoso), que tras presentarse en el Bafici 2017 se estrena ahora en Buenos Aires. Con gran acierto, Félix & Teté no aspiran a la sofisticación estilística: hacerlo hubiera representado una traición a su tema y protagonistas. La vida sin brillos establece su voluntad de “detrás de escena” de modo físico y concreto. Si bien hay algunas escapadas (el interior de la casa de La Salomón es demasiado tentador como para no filmarlo), la mayor parte del documental transcurre en el interior del teatro Regina, un laberinto de pasillos y escaleras ensortijadas, decorado con azulejos estilo andaluz. Esa idea de “de ahí para acá sí, de ahí para allá no” se hace más explícita en el último tercio de película, cuando las chicas se aprontan, chequean sus looks, se llaman para salir a escena, se persignan más de una vez antes de salir, y cuando lo hacen, la cámara se queda clavada de este lado, en el pasillo, oyéndose la salida de la diva en cuestión y el aplauso del público al verla. Pero en off, donde transcurre el mundo de la representación, el show, la máscara. Alguien dijo alguna vez que no hay nada más triste que una mujer hermosa cuando llega a cierta edad, y algo de eso hay en la profusión de rinoplastias, botox, estiramientos, kilos de maquillaje y cejas a lápiz que muestran algunas de ellas, tal como vienen haciendo desde hace tiempo. Pero no es eso lo único que se ve. Está la que, algo más joven y/o afortunada por la biología (Sandra, de Los Angeles de Smith), luce aún hoy más que digna de lances. La muy centrada y dignísima, tanto en sentido físico como, sobre todo, psíquico (Naanim Timoyko y Patricia Dal, aventajadas tal vez por haberse mantenido un pasito al costado de la fama). La vital y “joven a pesar de todo” (La Peyrou, que da clases de teatro a grupos de jubilados), la “natural” (Mimí Pons, que pasea el perrito por su barrio, tristona pero lejos de todo ridículo), la naïf capaz de sorprender con razonamientos de alta madurez (Luisa Albinoni). Y están, bueno, Adriana Aguirre, La Turca Salomón y, faltaba más, Pata Villanueva, siempre lista para la cámara. El documental tiene el gran mérito de “dejarlas ser”, tal como son o como quieran mostrarse, y esto corre otra vez tanto en sentido anímico como físico. Párrafo aparte para Noemí Alan, eslabón débil de esta cadena. Con el cabello muy corto, casi irreconocible, Alan carga, a los 50 y largos, con una historia pesada a sus espaldas, y está claro (ella no hace esfuerzos por ocultarlo) que desde hace tiempo no la pasa bien. Tal vez todo haya empezado con aquella foto que la mostraba sonriente junto al Tigre Acosta, en plenos tiempos de la ESMA, y que terminó por convertirla en una apestada civil. Ella sostiene que esa foto no se obtuvo en un encuentro íntimo sino público, y que no tenía idea de quién era su contertulio y a qué se dedicaba. Tal vez sea como dice, tal vez no. En cualquier caso, el precio que pagó por esa gaffe, ese pecado, falla de cálculo o metida de pata, es demasiado alto para cualquiera, y sólo un asesino podría verla aquí y ahora y no concederle el perdón.
UN NUEVO SALUDO EN EL ESCENARIO. El documental es un género que ofrece todo el tiempo verdaderas joyas. Incluso en películas que no son obras maestras, el documental descubre historias que vale la pena ver. No hay reglas para el documental, incluso hoy día ya ni importa su duración. El documental ya no está atrapado entre el espacio lejano de los festivales de cine y el formato adocenado del documental de televisión antiguo. Es un género vital que hoy puede verse con mayor facilidad que hace una década. Argentina tiene todos los años ejemplos de grandes documentales y La vida sin brillos, dirigida por Guillermo Feliz y Nicolás Teté, es un gran ejemplo de lo que el género tiene para mostrar. En la década del ochenta reunir al elenco de este documental hubiera sido todo un evento. En diferentes espacios, pocas veces reunidas, las protagonistas de este documental supieron ser sex symbol en los medios. Cine, televisión, teatro, revistas, ellas ocuparon un espacio en la primera plana de los medios y formaron parte de la historia grande del espectáculo en Argentina. Se hicieron famosas participando de los programas con más rating, de las películas más taquilleras, de las obras de teatro que tenían filas y filas para entrar en cada función. Eso fue hace ya mucho tiempo, pero la vida sigue. Los grandes cómicos y productores que trabajaron con ellas hoy ya no están. Murieron hace ya bastante tiempo en algunos casos. Las luces se fueron, cada una tuvo una historia más feliz o más dolorosa, pero todas fueron reunidas cuando en el 2015 fueron convocadas para una obra de teatro. José María Muscari, dramaturgo y director, estrenó la obra Extinguidas y las subió a las tablas una vez más. El documental cuenta la historia de la trastienda de esa obra, a la vez que va siguiendo a sus protagonistas en la vida cotidiana. Adriana Aguirre, Noemí Alan, Luisa Albinoni, Patricia Dal, Silvia Peyroú, Mimí Pons, Beatriz Salomón, Sandra Smith, Naanim Timoyko y Pata Villanueva ya no son las jóvenes sexy symbol tapa de revista, son mujeres de diferentes edades pero ya no son el centro del mundo del espectáculo, todavía preocupado por la búsqueda permanente de juventud. Tampoco pudieron reinventarse para seguir siendo estrellas, como lo han hecho otras personalidades de aquellos años. Pero para unos y para otros, el tiempo pasa. Para todos pasa. Y el documental tiene la habilidad nada sencilla de mirarlas con infinito amor y ternura. Hay situaciones cómicas, otras patéticas, algunas muy angustiantes y finalmente hay una genuina y profunda emoción en todo lo que se cuenta. Imposible no querer a las protagonistas de esta película, imposible. No todas tuvieron la misma carrera, no todas están hoy en el mismo lugar, pero juntas son un retrato del mundo del espectáculo, de lo efímero y engañoso que es el concepto de fama, de lo que significa envejecer en general. Hay tanto para aprender de estas mujeres, y tanto por entender sobre ellas y el mundo al ver la película, que más allá de las risas y las lágrimas que provoque este documental, lo cierto es que los directores lograron captar algo más trascendente que el mero seguimiento de estas mujeres. No necesita un documental ser una obra maestra para ser disfrutado, basta con saber elegir que parte del mundo decide contar y que historias elige para compartir con el mundo.
Quienes frecuentan la cartelera teatral porteña saben que José María Muscari es un director absolutamente audaz, que ha hecho de sus puestas teatrales todo un estilo, un sello personal sobre el que ha cimentado una carrera sólida y distintiva, aún con algunos desniveles. Uno de sus tantos proyectos ha sido convocar y llevar a los escenarios a estrellas de la televisión, el cine y el teatro que habían tenido un fuerte momento de exposición y fama pero que luego, de alguna manera, habían quedado olvidadas. Luego de sus puestas de “Escoria” y “Póstumos”, Muscari cerró la trilogía con “Extinguidas” una obra que homenajeaba a aquellas vedettes y mujeres sexys de los gloriosos ´80, que se convirtió automáticamente en un éxito rotundo de público y estuvo en cartel durante tres temporadas. Dos jóvenes realizadores independientes como Nicolás Teté (quien ya había tenido experiencias con los largos de ficción “Ultimas Vacaciones en familia” y “Ónix”) y el debutante Guillermo Félix, se aventuran a la experiencia del documental, usando su cámara inquieta para (per)seguir a estas diez estrellas en sus camarines, durante la preparación antes de cada función, en sus rituales y en su simpática camaradería, espiando entre bambalinas a esta exitosa puesta teatral. Como en cualquier relato coral de ficción, también sucede en este documental que es casi imposible que las diez historias impacten por igual: algunas atraparán mucho más que otras, de acuerdo con lo que cada una de las actrices / protagonistas se haya propuesto mostrar a cámara. Un documental como “La vida sin brillos” crece enormemente cuando algunas de ellas se atreven a desnudar no solamente sus momentos en donde desaparecieron los brillos, el éxito, el aplauso y la bonanza económica, sino también cuando exponen sus emociones y se muestran valientemente y en carne viva: sin red. No es nada fácil, por cierto, atreverse a mostrar el “lado B”, dejar atrás a su faceta de aquellos íconos sexuales que trabajaron junto a los grandes capocómicos de la revista porteña para contar lo sucedido durante estos más de 30 años desde su mayor momento de fama. Pero justamente, aquellos testimonios donde se animan a poner al descubierto sus temas más profundos, son los que hacen que este pequeño documental tenga grandes momentos de intimidad cuando aparece ese tono confesional que las muestra a la intemperie y con la sensibilidad a flor de piel. Algunas de ellas se quedarán en una mirada más superficial (qué les gusta comer “somos lo que comemos”, qué ropa ponerse “pensé que esta ropa me hacía más gorda”, qué deportes practican “me encanta el ambiente del club: juego acá tenis y golf en el club de enfrente”) generando un clima distendido que será el trampolín para abordar otras situaciones más comprometidas, momentos mucho más duros que les han tocado atravesar a sus compañeras. Mimí Pons, Pata Villanueva y Adriana Aguirre –que sigue insistiendo en decir que tiene una genética privilegiada por más que sea evidente que tiene una cantidad importante de cirugías en su haber- sobrevuelan sus personajes en este grupo, aportando liviandad y frescura. Sandra Smith y Naanim Timoyko nos comparten su cotidiano, su vida hogareña y de trabajo, lejos de aquel mundo de la fama. Patricia Dal parece haber sido una de las que pudo encontrar mayores vetas a su espíritu artístico y brilla bailando tango, con su trabajo en la radio y con un nuevo estilo de vida que la mantiene presente y vigente. Beatriz Salomón (con una puesta absolutamente delirante para recibir en su propia casa a los directores para la filmación de su segmento) por el contrario, parece atrapada en el pasado y en sus recuerdos con un aquí y ahora, casi inexistente. Los testimonios que más se agradecen como espectador son los de aquellas actrices que se jugaron enteras y se atreven a un salto más contundente y visceral: Luisa Albinoni aborda su maternidad y el difícil proceso de adopción, al mismo tiempo que puede reírse de sí misma y del paso del tiempo y la vejez. Noemi Alan enfrenta valientemente a la cámara para hablar de su enfermedad y de sus momentos más oscuros y Silvia Peyrou relata sus vivencias como profesora de teatro en centros para la tercera edad, mostrando su faceta más humana, en las antípodas de su mundo de tapas de revista en pleno destape. Es particularmente en estos momentos donde “LA VIDA SIN BRILLOS” destila honestidad y la cámara hace un espacio y genera el ambiente propicio para que podamos “espiar” esos sinsabores y esos repliegues que fueron tomando sus carreras y sus vidas en el momento menos pensado, para conmovernos genuinamente. La mirada amorosa de los directores sobre estas divas que se quebraron (y que en este espacio de resurgimiento teatral pueden volver a ponerse de pie y mostrarse enteras): las salva, las eleva, las hace humanas y les da un lugar de privilegio y admiración. Ellos saben elegir inteligentemente a quienes de ellas les darán cada espacio dentro de su documental y el mosaico se arma mostrando un caleidoscopio plural y diverso en el que de alguna u otra manera nos iremos asomando porque todas ellas han sido, indudablemente, figuras queridas y admiradas por el público. Un homenaje simple, que las muestra en su costado más vulnerable pero a la vez, más enriquecedor.
"La vida sin brillos", de Guillermo Felix y Nicolás Teté, es el simple, pudoroso y perspicaz registro de diez sex symbols de los 80 devueltas al escenario gracias a Muscari, con su obra "Extinguidas": Adriana Aguirre, Noemí Alan, Luisa Albinoni (que presenta a su hija adoptiva), Patricia Dal, Silvia Peyrou (que conduce grupos teatrales de la tercera edad), Mimí Pons, Beatriz Salomón, Sandra Smith, Naanim Timoyko y Pata Villanueva. Unas mejor conservadas que otras y todas animosas, chacoteando entre bambalinas como si recién empezaran sus carreras.
Llega a la cartelera La vida sin brillos, el documental escrito y dirigido por Nicolás Teté y Guillermo Félix sobre “Extinguidas”, aquellas mujeres que el teatro de revista hizo popular durante los ochenta y regresaron al teatro con José María Muscari. Con cámara en mano, los jóvenes directores Nicolás Teté y Guillermo Félix siguen a estas mujeres detrás de escena de la obra de teatro que volvió a poner su nombre en las carteleras: Extinguidas. Son ni más ni menos que diez mujeres, diez figuras, diez íconos de una época pasada: Beatriz Salomón, Adriana Aguirre, Noemí Alan, Mimí Pons, Luisa Albinoni, Silvia Peyrou, Pata Villanueva, Patricia Dal, Sandra Smith y Naanim Timoyko. Mujeres que hoy llevan vidas muy distintas entre sí y que tienen en común el haber disfrutado de la fama y la popularidad, tan efímeras. Lo que nos permiten los directores es acceder al detrás de escena, a los preparativos de la obra que las vuelve a poner en el escenario, pero también a sus vidas personales. Cada una se abre ante la cámara inquieta, quizás con un poco de actuación de por medio porque, a la larga, son actrices y viven así aunque no hayan logrado dedicarse a eso durante toda su vida (y hacen casting y son rechazadas o relegadas a papeles menores). Con trabajos paralelos como el de revendedora de productos de cosmética o dando talleres de actuación a jubilados, entregándose a la actividad física como modo de vida, o a una maternidad tardía, o a regodearse en el pasado que les regaló decenas de portadas de revistas que se lucen en una pared, haciendo yoga, sorteando enfermedades, conduciendo un programa de radio o bailando tango no sólo como actividad recreativa sino como modo de sociabilizar y conocer gente. La vida sin brillos se pasea entre las diferentes historias de estas mujeres y las muestra de una manera genuina. A veces sin maquillaje, a veces de entrecasa. Así como son, mucho más que una figura creada por y para el público. No es un mero trabajo de observación, los directores están ahí, en el medio, recibiendo llamadas que podemos escuchar sobre las cosas que les ocurren o las complicaciones de sus agendas para poder colaborar con ellos, o hasta ayudando a alguna a cargarle crédito al celular. Como son diez mujeres, diez personalidades fuertes, una película de casi hora y media parece poco para todo lo que suponemos que hay para mostrar. Los directores les permiten a cada una pasearse y presentarse como son, o como ellas se ven, y ninguna termina tomando un protagonismo mayor. Al menos no en cuanto a estructura, seguramente al público le parecerá más interesante seguir a una que a otra, o se quedará en algún momento con ganas de un poco más. La estructura es simple. Se presenta el proyecto, a sus protagonistas cada una a su tiempo y momento, intercalando apariciones, y por último se accede al fenómeno. Se es testigo de que todavía estas mujeres pueden llenar teatros y fascinar a su audiencia. Y es un acercamiento respetuoso y amoroso. Por eso, más allá de ser figuras que provienen de un mundo que (en la actualidad) apuesta a los chismes y los escándalos, acá aparecen temas difíciles y dolorosos pero sin nunca caer en golpes bajos. Ante todo, el documental apela a la nostalgia porque es inherente en la vida de estas mujeres, cuya purpurina y cuyo glamour parecen haber quedado tan lejos. Porque ellas guardan y atesoran cientos de fotos y anécdotas sobre una vida pasada que lucía mucho mejor que este presente. Un presente que las vuelve a conectar con el pasado gracias a la iniciativa de José María Muscari, gracias a la idea de juntarlas en el escenario.
LAS INDESTRUCTIBLES Siempre preocupado por los márgenes del universo cultural, el inquieto José María Muscari convocó hace unos años a viejas vedettes del cine, la televisión y el teatro de revista (íconos de los 80’s) y les devolvió protagonismo en un espectáculo llamado, no sin un grado de maldad -cercana a la autoconciencia del Stallone de The Expendables-, Extinguidas. Allí aparecían Adriana Aguirre, Noemí Alan, Luisa Albinoni, Patricia Dal, Silvia Peyrou, Mimí Pons, Beatriz Salomón, Sandra Smith, Naanim Timoyko, Pata Villanueva, todas con sus vidas a cuesta y con un presente lejos de las luminarias que supieron habitar. De ese espectáculo surgió el documental La vida sin brillos, dirigido por Guillermo Felix y Nicolás Teté, que con enorme pudor y sabiduría se asume como un simple backstage pero también como el acercamiento a una serie de figuras de una complejidad mayor a la imaginada. Uno de los detalles que complejizan a estos viejos sex-symbol tiene que ver con el paso del tiempo: no sólo el propio y personal, que se empecina en hacerse presente en arrugas y decadencias varias, sino fundamentalmente en el social. En todos los casos estamos ante figuras femeninas que hacían las veces de partenaire del capocómico de turno, cuando no eran meramente un objeto utilizado para explotar la superficie de un cuerpo mitificado. Entonces pensar en cómo impactan estas figuras en un presente donde el discurso feminista se ha fortalecido en el imaginario popular es uno de los tantos temas que trascienden a la película y la vuelven más interesante. Si la mayoría mira con nostalgia ese pasado, incluso con bastante pesar por el ostracismo al que han sido condenadas involuntariamente (Alan y Albinoni son las más explícitas al respecto), se observa sutil y subyugante la autoconsciencia sobre el imposible que hoy ellas mismas representan. Pero afortunadamente Felix y Teté se alejan de los caminos más previsibles en los que podría haber caído su película, cuando evitan por un lado una suerte de Juventud acumulada con Estela Raval cantando Resistiré y por el otro una mirada irónica y cínica sobre la decadencia de estos personajes. Contra todo esto, se mantienen en un lugar intermedio (que algunos pueden calificar de tibio) donde la idea de mostrar el detrás de escena se sostiene enérgicamente: si en off escuchamos lo que sucede sobre el escenario, el documental nunca abandonará los pasillos y camarines del teatro, con la excepción de una serie de entrevistas donde cada mujer aparece en el lugar que le resulta más personal y donde desea mostrarse: desde Villanueva en su club de tenis, a Timoyko haciendo yoga, o Salomón recorriendo los ambientes de su museístico departamento. Ese registro que eligen los directores y que hace la base de La vida sin brillos es tal vez el refugio de mayor dignidad con el que estas viejas figuras se han mostrado públicamente. Lejos de la exuberancia del pasado o de los escandaletes de los programas de chimentos, vemos a un grupo de minas laburando, compartiendo un espacio, mostrándose tal cual son o, al menos, como ellas creen ser. Es no sólo digno, sino también honesto. Sin dudas, un logro mayúsculo para un documental.
Quienes frecuentan la cartelera teatral porteña saben que José María Muscari es un director absolutamente audaz, que ha hecho de sus puestas teatrales todo un estilo, un sello personal sobre el que ha cimentado una carrera sólida y distintiva, aún con algunos desniveles. Uno de sus tantos proyectos ha sido convocar y llevar a los escenarios a estrellas de la televisión, el cine y el teatro que habían tenido un fuerte momento de exposición y fama pero que luego, de alguna manera, habían quedado olvidadas. Luego de sus puestas de “Escoria” y “Póstumos”, Muscari cerró la trilogía con “Extinguidas” una obra que homenajeaba a aquellas vedettes y mujeres sexys de los gloriosos ´80, que se convirtió automáticamente en un éxito rotundo de público y estuvo en cartel durante tres temporadas. Dos jóvenes realizadores independientes como Nicolás Teté (quien ya había tenido experiencias con los largos de ficción “Ultimas Vacaciones en familia” y “Ónix”) y el debutante Guillermo Félix, se aventuran a la experiencia del documental, usando su cámara inquieta para (per)seguir a estas diez estrellas en sus camarines, durante la preparación antes de cada función, en sus rituales y en su simpática camaradería, espiando entre bambalinas a esta exitosa puesta teatral. Como en cualquier relato coral de ficción, también sucede en este documental que es casi imposible que las diez historias impacten por igual: algunas atraparán mucho más que otras, de acuerdo con lo que cada una de las actrices / protagonistas se haya propuesto mostrar a cámara. Un documental como “La vida sin brillos” crece enormemente cuando algunas de ellas se atreven a desnudar no solamente sus momentos en donde desaparecieron los brillos, el éxito, el aplauso y la bonanza económica, sino también cuando exponen sus emociones y se muestran valientemente y en carne viva: sin red. No es nada fácil, por cierto, atreverse a mostrar el “lado B”, dejar atrás a su faceta de aquellos íconos sexuales que trabajaron junto a los grandes capocómicos de la revista porteña para contar lo sucedido durante estos más de 30 años desde su mayor momento de fama. Pero justamente, aquellos testimonios donde se animan a poner al descubierto sus temas más profundos, son los que hacen que este pequeño documental tenga grandes momentos de intimidad cuando aparece ese tono confesional que las muestra a la intemperie y con la sensibilidad a flor de piel. Algunas de ellas se quedarán en una mirada más superficial (qué les gusta comer “somos lo que comemos”, qué ropa ponerse “pensé que esta ropa me hacía más gorda”, qué deportes practican “me encanta el ambiente del club: juego acá tenis y golf en el club de enfrente”) generando un clima distendido que será el trampolín para abordar otras situaciones más comprometidas, momentos mucho más duros que les han tocado atravesar a sus compañeras. Mimí Pons, Pata Villanueva y Adriana Aguirre –que sigue insistiendo en decir que tiene una genética privilegiada por más que sea evidente que tiene una cantidad importante de cirugías en su haber- sobrevuelan sus personajes en este grupo, aportando liviandad y frescura. Sandra Smith y Naanim Timoyko nos comparten su cotidiano, su vida hogareña y de trabajo, lejos de aquel mundo de la fama. Patricia Dal parece haber sido una de las que pudo encontrar mayores vetas a su espíritu artístico y brilla bailando tango, con su trabajo en la radio y con un nuevo estilo de vida que la mantiene presente y vigente. Beatriz Salomón (con una puesta absolutamente delirante para recibir en su propia casa a los directores para la filmación de su segmento) por el contrario, parece atrapada en el pasado y en sus recuerdos con un aquí y ahora, casi inexistente. Los testimonios que más se agradecen como espectador son los de aquellas actrices que se jugaron enteras y se atreven a un salto más contundente y visceral: Luisa Albinoni aborda su maternidad y el difícil proceso de adopción, al mismo tiempo que puede reírse de sí misma y del paso del tiempo y la vejez. Noemi Alan enfrenta valientemente a la cámara para hablar de su enfermedad y de sus momentos más oscuros y Silvia Peyrou relata sus vivencias como profesora de teatro en centros para la tercera edad, mostrando su faceta más humana, en las antípodas de su mundo de tapas de revista en pleno destape. Es particularmente en estos momentos donde “LA VIDA SIN BRILLOS” destila honestidad y la cámara hace un espacio y genera el ambiente propicio para que podamos “espiar” esos sinsabores y esos repliegues que fueron tomando sus carreras y sus vidas en el momento menos pensado, para conmovernos genuinamente. La mirada amorosa de los directores sobre estas divas que se quebraron (y que en este espacio de resurgimiento teatral pueden volver a ponerse de pie y mostrarse enteras): las salva, las eleva, las hace humanas y les da un lugar de privilegio y admiración. Ellos saben elegir inteligentemente a quienes de ellas les darán cada espacio dentro de su documental y el mosaico se arma mostrando un caleidoscopio plural y diverso en el que de alguna u otra manera nos iremos asomando porque todas ellas han sido, indudablemente, figuras queridas y admiradas por el público. Un homenaje simple, que las muestra en su costado más vulnerable pero a la vez, más enriquecedor.
En el año 2015, el dramaturgo José María Muscari convocó a diez actrices que fueron símbolos sexuales en los años 80 para protagonizar su obra Extinguidas. Los realizadores Guillermo Félix y Nicolás Teté tuvieron acceso al detrás de escena de la obra y registraron la cotidianeidad de Adriana Aguirre, Noemí Alan, Luisa Albinoni, Patricia Dal, Silvia Peyrou, Mimí Pons, Beatriz Salomón, Sandra Smith, Naanim Timoyko y Pata Villanueva, tanto los preparativos para la obra, como también sus vidas privadas y cómo maneja cada una los recuerdos y la nostalgia de tiempos pasados. Lo primero que salta a la vista en La vida sin brillos es todo lo que no es. Con una intención manifiesta de esquivar todos nuestros prejuicios (al menos los míos) y de evitar el lugar común, Félix y Teté no hacen una película nostálgica, triste y mucho menos burlona. En cambio, dejando que hablen las diez mujeres (no tanto con entrevistas a cámara, que las hay, sino sobre todo dejándolas ser), conocemos a diez personajes diferentes, individualizables. Patricia Dal hoy es fanática de bailar tango en las milongas, tiene dos programas de radio y no parece muy anclada en su pasado; Beatriz Salomón, en cambio, tiene su casa decorada con decenas de tapas de revistas. Naanim Timoyko practica yoga y parece relajada con su perrito; Noemí Alan lucha contra la depresión. Pata Villanueva logró disfrutar de las mañanas y es habitué de un club de tenis; Silvia Peyrou encontró una nueva vocación dando clases de teatro en geriátricos. Es imposible no relacionar las paredes descascaradas del teatro, en las que la cámara se detiene más de una vez, con los cuerpos ajados de las protagonistas, que en más de una oportunidad hablan del paso del tiempo y de la edad, a algunas de las cuales vemos haciendo ejercicio, comiendo ensalada o tomando agua mineral (a otras no). Pero la película jamás cae en el patetismo, todo lo contrario: aún en los testimonios más duros (lejos, el de Noemí Alan), el hecho de que el contexto de la película sea el regreso triunfal a los escenarios le da un aura luminosa y optimista. Si una de las grandes virtudes de la película es construir diez personajes diferentes a partir del arquetipo “ex vedette de los 80”, otra de esas virtudes es, después, encontrar la semejanza en sus destinos, que en definitiva es el mismo que el de todos nosotros: la vejez y, con ella, la sensación de que uno es cada vez menos útil a la sociedad, y las diferentes maneras de luchar contra eso. Las diez mujeres, guiadas por los dos directores, nos muestran que esa lucha no solo es posible, sino que también puede ser agradable en sí misma.
Fui a ver Extinguidas la obra de teatro de José María Muscari apenas se estrenó. Las chicas de los 80′ me inspiraban curiosidad, quería verlas contar sus anécdotas y vivencias: mujeres hermosas hablando sobre el paso del tiempo y sobre cómo tuvieron que transformarse para perdurar y seguir vigentes. Muscari, -y mi cara se ilumina- gran director de teatro, siempre me evocó a John Waters, en sus obras los personajes son outsiders que generan empatía con el espectador. Muscari crea protagonistas que encantan, por eso, mi curiosidad cinéfila se arremetió hoy a la privada de La Vida sin Brillos, documental que muestra el “entre bambalinas” de las Extinguidas. Nicola Teté –Onix, Últimas vacaciones en familia– codirige junto a Guillermo Félix una excursión a la vida interior de esas actrices: directores que las siguen con persistencia en sus camarines, en sus casas, en sus quehaceres diarios. Estas diez mujeres (Beatriz Salomón, Mimi Pons, Luisa Albinoni, Noemí Alan, Adriana Aguirre, Naamin Timoyko, Silvia Peyrou, Pata Villanueva, Patricia Dahl y Sandra Smith) se muestran con soltura. La cámara las ama. Es un making-of del making-of, es el coloquial “entre casa”. Teté y Fénix exploran el universo femenino de manera educada, las invaden, las muestran sin rouge, pero de manera amigable. La Vida sin Brillos empieza con una musiquita de varieté, la acción se centra en el Teatro Regina, un paneo sigiloso, fuera de foco, comienza a situar al espectador, y allí aparecen ellas y sus conversaciones: La Aguirre embromando con Nannin Timoyko, quien tímida responde “querés que cuente tus cosas”, Noemí Alan hablando sobre sus “medicamentos”, Sandra Smith explicando los dones de los productos de belleza que vende y sobre qué significa ser vendedora, Patricia Dahl trasmitiendo su amor por el tango. Las plumas, los brillos, los escotes profundos de mujeres monumentales, son el costado superficial de la vida de estas divas maduras que hablan de lo “efímera” que puede ser la popularidad. Todas tienen “changuitas” más allá de la vida de espectáculo, son vamp de noche, despliegan su talento en la obra de Muscari, pero, cuando las luces del Vaudeville se apagan se convierten en mujeres reales. Todas tienen anécdotas interesantes que contar, desde mostrar fotos en sepia de un pasado glamoroso, hasta relatar entre lágrimas el deseo de la maternidad (Luisa Albinoni). La vida sin brillo desnuda a estas actrices generando nostalgia, el desgaste del cuerpo y la melancolía de juventud son el leitmotiv de un documental absolutamente femenino
Aunque no demasiado “imaginativo”, este documental tiene una enorme ternura y mucha verdad. Muestra a aquellas divas de los 80, rescatadas recientemente para el teatro, mostrar qué es de vivir sin brillos, cómo se sobrevive, cómo se vuelve, qué es eso de ser o sentirse una estrella. Más allá de cualquier nostalgia, la humanidad del retrato otorgan al film una rara nobleza y una gracia casi accidental.
La primera escena de La vida sin brillos nos muestra una imagen que bien puede funcionar como síntesis de la película: un cartel de neón que dice en letras mayúsculas TEATRO pero que sin embargo tanto la T como la E iniciales han dejado de funcionar. Este documental fue realizado por los cineastas independientes Guillermo Felix y Nicolás Teté, y retrata la vida tras bastidores de una obra de revista dirigida por el prestigioso productor teatral José María Muscari. Sin embargo, la obra tiene una particularidad, y es que las protagonistas de la misma son vedettes y actrices que tuvieron su época de gloria en las décadas de los ochenta y noventa, hace ya mucho tiempo. Con un título que se ríe de sus mismas estrellas (“Extinguidas”), la obra reúne un elenco de verdaderos íconos sexuales de hace veinte y treinta años, como Adriana Aguirre, Beatriz Salomón, Noemí Alan, Silvia Peyrou, Pata Villanueva, Luisa Albinoni, entre otras. Y todas ellas prestan su testimonio en cámara, que nos lleva de viaje por un backstage no tan glamoroso como lo imaginaríamos. A lo largo del documental nos sentimos verdaderos intrusos, aunque no precisamente en el espectáculo, ya que vemos poco y nada de la obra en cuestión. Somos testigos de las situaciones más cotidianas que puede haber para una persona, como la consulta a un operador de Movistar ante una carga virtual que no se realiza con éxito, o una rutina de gimnasio. Todo es capturado por la cámara en mano que persigue a este grupo de mujeres en silencio, como si se tratara de una mosca en la pared. Con una duración de 87 minutos, La vida sin brillos puede resultar algo extensa para un espectador no muy conocedor del mundillo del teatro de revista -como quien escribe-, pero hay muchas cosas que se pueden desasnar e interpretar, incluso para ignorantes absolutos de lo que representa este ambiente. La primera de ellas, claro está , es el paso del tiempo y como este afecta a nuestras protagonistas. Todo el documental pareciera ser una gran carta de amor a una época que ya no está, dueña de un humor y una cosmovisión que hoy en día ya es hasta cuestionable en retrospectiva. Los testimonios de las actrices que prestan su voz suelen incluir anécdotas con referentes del espectáculo nacional de antaño, como Gerardo Sofovich, Jorge Porcel, Alberto Olmedo o Juan Carlos Calabró. No hace falta decir que todas estas personas ya están muertas (o “se fueron de gira”) pero su legado en algunos aspectos sigue vivo, el cual batalla actualmente con un humor que busca hacer reír con una filosofía totalmente opuesta. En el montaje que abre la película uno no puede evitar pensar que las protagonistas de la obra “Extinguidas” fueron brutalmente cosificadas durante toda su carrera, pero al oír sus historias, repletas de episodios positivos para ellas y para sus trayectorias, tampoco puede juzgarlas. El ego es claramente otro gran personaje implícito en esta producción. No es raro ver a estas vedettes con posters enmarcados y tapas de revistas con sus imágenes eternamente jóvenes. En el caso de Beatriz Salomón esto es llevado quizás a un extremo, como si se tratara de una versión moderna de El retrato de Dorian Grey. Mirar con cierta nostalgia al pasado parece ser, por momentos, lo único que le queda a estas otrora estrellas de las tablas y marquesinas, ya que la sociedad y el showbusiness es tremendamente cruel con el envejecimiento (algo que se acentúa si sos mujer). Muchas de estas vedettes tuvieron tanto en la obra como en la película una oportunidad única para volver a calzarse las plumas y recuperar ese brillo perdido. Por otro lado, La vida sin brillos trata también sobre que hay después. Qué hay después del apogeo, después de que las luces ya no nos apuntan más. El documental se detiene en las vidas cotidianas de estas mujeres cuyos rostros adornaron la calle Corrientes durante varios años, pero que hoy en día difícilmente sean reconocidas por gente nacida después de la década del ochenta, por lo que sus proyectos han cambiado drásticamente. Ya no tan cerca de los reflectores y las cámaras, nos encontramos con historias entrañables y mucho más terrenales, como la lucha de Luisa Albinoni por ser madre o la pasión de Silvia Peyrou por dar clases de teatro en centros de jubilados. Es por este tipo de momentos que la película se destaca , porque demuestra con claridad que la fama es siempre ingrata y pasajera, pero también que las verdaderas estrellas nunca dejan de brillar.
Hace tres años el dramaturgo y director teatral José María Muscari convocaba a la escena a una serie de ex vedettes, ex divas, ex bombas sexuales del escenario argentino de la década de los 80 para crear una de sus obras singulares, de corte confesional y autobiográfico: “Extinguidas”. Las 10 mujeres que en aquella obra exponían en primera persona parte de sus historias de vida, desde sus ascensos al éxito en carreras vertiginosas sostenidas por la despampanante belleza y sensualidad que las definió como un fetiche del ratoneo masculino, una mágica fantasía sexual de cientos de hombres hace más de 30 años. Divas de mil plumas y a la vez mujeres de la vida real, fueron muchas las que desfilaron en esas tablas y que hoy son protagonistas del documental en cuestión a las que recordamos luminosas en la escena de sus pasados de estrellas. Adriana Aguirre, Noemí Alan, Luisa Albinoni, Patricia Dal, Silvia Peyrou, Mimí Pons, Beatriz Salomón, Sandra Smith, Naanim Timoyko y Pata Villanueva arman la coreografía de este documental construido en la trastienda de la obra teatral, en el detrás de escena de la mirada de Muscari. Detrás de “Extinguidas” habita este documental, que trabaja entre lo observacional y lo interactivo a través de una narración simple, cuidada y transparente como un retrato del retrato, una mirada más sobre estos rostros femeninos que antaño fueron lozanos y hoy ya han atravesado más de la mitad de una vida. Así es que la cámara pasea en el detrás del telón, en los pasillos, dentro de los camarines y hasta nos empapa de algunos fragmentos de la vida cotidiana de la exdivas. Esas que cada día que van al teatro se entregan para hacer resurgir sus pasados y resignificar el sentido de sus vidas presentes. La cámara es testigo y cómplice de cada una de ellas, no hay secretos ni espías impiadosos, hay una mirada amorosa sobre ellas, sobre los años que hacen marca en el cuerpo y en los rostros, las huellas de la vida vivida, los indicios de sus historias y sus bellezas aún vigentes, no solo en la idealización de cuerpos imposibles sino en la fuerza del deseo de verse aún reconocidas. Los directores nóveles las rescatan todo el tiempo, nunca hay sarcasmo o ironías que descalifiquen a estas paradigmáticas féminas. A cada una de ellas, y de manera diferente, la cámara echa luz sobre sus cuerpos, sus rostros, sobre sus palabras más simples y hasta sobre sus más íntimas reflexiones personales. La experiencia es un viaje de vuelta, un ir hacia lo pasado y lo vivido por ellas y por el espectador cómplice, construyendo una narración con un intenso color nostálgico. No solo en las diez mujeres que se narran a sí mismas en sus avatares, sus lujos, sus sueños y sus fracasos las que generan esta sensación de nostalgia, sino que los mismos realizadores construyen una evocación permanente y nosotros somos testigos permanentes de ello. Respetuoso y sin pretensiones formalistas que podrían empastar la percepción cristalina del retrato coral el documental nos convoca a seguir su recorrido sin trampas, ni trucos, ni efectos. La vida sin brillos es una ventana a esas vidas que vibran antes de que la ficción las cubra de brillos y después de que el tiempo las llenara de historias. No importan las horas ni las hojas del calendario, ellas, aún no están extinguidas. Por Victoria Leven @victorialeven
Crítica emitida por radio.