Transficción. La directora Melisa Brito Aller se define como una artista visual; Las Decisiones Formales, su primer largo después de una gran cantidad de cortos e intervenciones audiovisuales, está más cerca de una poesía que de un cuento. No estamos frente a un documental; su película tampoco es estrictamente una ficción o cine narrativo, aunque hay una historia: los intentos de Kimby (Alma Catira Sánchez) por formar parte de la maquinaria de carne que vende su fuerza de trabajo; dinámica odiosa por cínica e injusta pero que a su vez nos hace formar parte, pertenecer a un determinado sector (hoy en día sumamente alienado, por desgracia) que a pesar de lo horroroso de su funcionamiento y su resultado dentro de las reglas del capitalismo salvaje actual, nos aleja de las decisiones forzadas por la extorsión del hambre. Kimby trata de insertarse en el mercado de esclavitud humana porque no nos queda otra: en el auge egoísta liberal de la felicidad individual del “hacé lo que te gusta”, no se piensa en los que a veces no pueden hacer lo que les place; la falacia del liberalismo termina cuando te tiene que llevar en taxi a cumplir tus sueños mongos un chofer con sus sueños destrozados. Aller nos muestra desde la poética visual los problemas de una trans cuando intenta acceder a nuestro atrasadísimo mercado laboral todavía heteronormativo, dominado por la moralina y los valores reaccionarios. Nos muestra cómo a pesar de los avances logrados durante los últimos años del kirchnerismo en materia de identidad de género, la inclusión sigue resultando una tarea difícil. Una Ley justa e importantísima como la 26.743 no es suficiente para anular estigmas y generar la inserción de determinados grupos vulnerables. Lo mejor de Las Decisiones Formales es cuando habla desde las imágenes y desde la música. Tal vez los diálogos con resaltador flúo sean el único ruido en esta poesía. La molestia no se genera por la no utilización del canon de la actuación pequeño burguesa, sino por la obviedad de las palabras en juego. De todos modos, el texto explícito no es lo importante en la obra de Aller. La directora elige como escenarios la vida, la mugre y la potencia de las terminales. Como en su corto Constitución, en el que nos regalaba la sensibilidad de su mirada sobre parte de ese barrio, acá repite locación y suma la terminal de Retiro; siempre filmando con la inoxidable belleza del Súper 8, con largas tomas únicas, con lúdicas imágenes aceleradas, canciones particulares y algunos planos cubiertos de cierta carga onírica. Una película dividida entre las antireglas del videoarte, la denuncia poética y una argentinidad que -sin esfuerzo aparente- asoma intensa.
Los desafíos del cine Luego de una extensa carrera como cortometrajista experimental, Melisa Aller se enfrenta al largo siguiendo las formas con las que venía trabajando. En Las Decisiones Formales (2015) aborda el tópico de la diversidad sexual pero corriéndose de todos los lugares comunes. Motivada por los avances jurídicos y civiles en materia de género, como La Ley de Matrimonio Igualitario y la Ley de Identidad de Género, Aller profundiza sobre las falencias que aún existen en materia de inclusión social y laboral para el colectivo Trans. Y lo hace a través de la mirada de Kimby, quien subsiste diariamente (y como puede) vendiendo desde turrones hasta medias en los vagones del tren, mientras sueña con una vida mejor en su Córdoba natal junto a al hombre que ama pero no puede jugarse por ella. Las Decisiones Formales es un desafío tanto para el espectador como para la propia cineasta. Para el espectador porque se enfrentará a una obra no convencional estética y narrativamente. Y también lo es para Aller que filmó cronológicamente la película en el formato hogareño de Súper 8 montando en cámara, es decir que la única edición de imágenes es en la propia cámara. Aller trabaja la trama desde una poética ambigua en donde ficción y realidad se entrecruzan. Pero también hay canciones y la historia de una chica que no se da por vencida pese a que las condiciones del mundo que habita no son las ideales. No hay un género definido, ni tampoco importa, por eso Las Decisiones Formales es un híbrido y una apuesta a conectar con un espectador que busque enfrentarse a una obra que, además de comprometerse socialmente, provoque rupturas cinematográficas formales.
La experimentación como forma narrativa Kimby, el personaje interpretado/recreado por Alma Catira Sánchez, es descripto sucintamente a lo largo de poco más de sesenta minutos: una mujer trans que sobrevive vendiendo mercadería en las inmediaciones de las estaciones ferroviarias de Retiro (o bien sobre las formaciones de la línea Belgrano), pero también una poeta y cantautora amateur. En la banda de sonido, sus canciones acompañan algunas de las imágenes y varias rimas interrumpen su flujo bajo la forma de intertítulos. Cuánto de realidad, de registro documental, y cuánto de ficción habita en el universo de Las decisiones formales –ópera prima de Melisa Aller que tuvo su paso por el Festival de Mar del Plata– es algo que nunca se transparenta, aunque puede suponerse un componente (en mayor o en menor medida) autobiográfico, incluso en las escenas más claramente “armadas” para la cámara. Una placa sobre el final aclara que la película fue filmada utilizando el formato súper 8 y editada estrictamente en cámara (aunque es posible adivinar el uso de procesos de posproducción en algunos pasajes), utilizando veinte rollos en blanco y negro. La película misma evidencia el fin de un cartucho de material fílmico y el inicio de otro, como si fueran pausas en el flujo visual que no necesariamente se corresponden con el final o el comienzo de una escena. En ese sentido, y sumados a ello los saltos de montaje, aceleraciones, ralentis y otros recursos formales, Aller registra conscientemente su creación en la tradición del cine experimental. Pero Las decisiones formales (título que cita una de las canciones de Sánchez, pero refiere asimismo a las determinaciones tomadas por la realizadora) es además un film narrativo, en el sentido de que pretende contar una historia o partes de ella. Y es también, finalmente, un vehículo de concientización social, de “visibilización” (como suele decirse actualmente) de un colectivo todavía marginado, a pesar de los cambios legales recientes. Aunque la belleza de las imágenes en Super8 es incontestable y algunos momentos del deambular de Kimby logran transmitir el pulso de una porción de Buenos Aires y cierta tristeza inherente a la ciudad y sus habitantes, la película se resiente en su ambición por dar en múltiples blancos al mismo tiempo. Varios diálogos entre la protagonista y su mejor amiga, más que promover una distancia en el sentido brechtiano de la palabra, llegan al espectador con el sabor de la impostación; las palabras más intencionadamente políticas, lastrados por cierta obviedad. Como si las decisiones formales no hubieran podido, finalmente, ganar la partida, sometidas a ciertas imposiciones narrativas y temáticas.
Con todos los males del amateurismo No hay mayor diferencia si el personaje de esta película es un travesti, un transexual, o una flaca alta sin gracia ni suerte ni voz seductora. Ante nuestros ojos es sólo una persona de veintipico que hizo la secundaria pero apenas vive al día como vendedora ambulante, y consiguió un tipo pero es casado, la ilusionó un poco y ahora ni aparece. En suma, una persona digna de lástima, que quizá pudiera ser también digna de aprecio si mostrara algún mérito, o expresara mejor sus sentimientos. El problema es que no alcanza a mostrar casi nada. Hasta nos cuesta verla, porque la directora filmó todo con una Súper 8 que parece tener problemas de foco, y un blanco y negro ampliado que tampoco ayuda. Y encima nos cuesta seguirla, porque prácticamente no hay historia, apenas un puñado de situaciones inconducentes alternando con fragmentos de imagen experimental que a veces parecen sobrantes de algún rollo, cosas que otro director hubiera descartado. En verdad todo esto, entero, parece material de descarte, con unos ensayos de texto leído sobre la mesa, un tema musical repetido sin ajustes ni variaciones, y otros males propios del amateurismo. La lástima se siente entonces por el tiempo perdido para el espectador, y por la ocasión perdida para las participantes, que con esta película habrían querido aportar al reclamo de "inclusión social y laboral para el colectivo trans", según declaraciones previas y cartel final. Autora, Mercedes Aller, artista plástica. Protagonistas, Alma Catira Sánchez y Eleonora Paoletti, también coproductora. Se adivina a veces una callejuela de Retiro, entre las estaciones del San Martín y el Belgrano Norte a la hora de menor tránsito. Eso es todo.
Cuando la forma es más que el contenido. Quienes hayan tomado alguna vez contacto con los cortometrajes de Melisa Aller encontrarán en su tránsito al largometraje con Las decisiones formales (2015) algunos rasgos de estilo característicos e inclusive el barrio de Constitución como espacio para la poética de su experimentación con el formato Super 8 y el montaje en cámara.
Dirigida y escrita por Melisa Aller, Las decisiones formales es un ejercicio visual y narrativo filmado en Super 8 sobre diferentes problemáticas de Kimby, una transexual. En Las decisiones formales, Melisa Aller retrata de manera poética, con su cámara Super 8 y en blanco y negro, la cotidianeidad en la vida de Kimby. “No es fácil. Nada es fácil. Si a los demás les cuesta conseguir algo a mí siempre me costó el doble. Debe ser que yo estoy del lado más desfavorecido de la vida”. Kimby, nombre elegido por ella pero que ya figura en su DNI (como menciona en una de sus entrevistas de trabajo, orgullosa de esa decisión) gracias a la Ley de Identidad de Género, es consciente de su lugar en la sociedad. Porque una ley la ayudó a ser quien ella siente que es, pero esto no le hace más sencillo insertarse en una sociedad aún atrasada. “Subsisto. A veces resisto”, se lee en una de las leyendas que intercala entre secuencias. Y eso es lo que hace Kimby. Trabaja vendiendo cosas en la calle, en el tren, mientras acude a entrevistas de trabajo con resultados no deseados. Vive con una amiga y no hay rastros de su familia. Además deposita esperanzas amorosas en un hombre casado que suele dejarla plantada. Lo que hace Aller es además incluir números musicales y leyendas, pensamientos varios, sin que la película tenga una línea narrativa definida. De hecho, está filmada de manera cronológica y sin editar, lo que le aporta mucha naturalidad. No obstante el acierto principal de Aller radica en que si bien retrata de manera realista (más allá de lo poético y lo artístico del Super 8) la realidad de una transexual, no la victimiza en ningún momento, simplemente deja ser a su personaje. Alma Catira Sánchez y Eleonora Paoletti son las dos protagonistas de una película que funciona como ejercicio, como retrato, como obra de arte. Aunque también es cierto que más allá de su corta duración (apenas poco más de una hora), por momentos se la siente estirada, haciéndonos creer que quizás como mediometraje funcionaría de manera más concisa. Las decisiones formales funciona desde lo visual y lo narrativo de una manera novedosa, pero además logra reflejar la realidad que vive la comunidad trans de una manera honesta y con mucho corazón.
PRUEBA Y ERROR Desde su mismo título, Las decisiones formales busca plantar bandera y dejar bien en claro su posición. Por un lado, citando una de las canciones de Alma Catira Sánchez, evidencia que su punto de vista va a estar recortado sobre ese personaje, lo cual implica configurar un mundo propio a partir de esa figura. Por otro, se hace referencia a las elecciones que debe tomar la directora Melisa Aller en función de sostener su punto de vista, condicionando lo que quiere contar: cómo vive Alma, una mujer trans que vende mercadería en el tren Belgrano y en las inmediaciones de Retiro, pero cuya verdadera vocación y forma de expresión pasa por el canto y la poesía. Aller elige combinar diversos formatos y modalidades, que van desde la textura experimental hasta la ficción narrativa, recurriendo a la imagen blanco y negro como una vía para darle una nueva y mayor profundidad a la Ciudad de Buenos Aires. Es precisamente desde la vertiente formal que el film alcanza mayor altura, porque se compenetra con la marginalidad forzada que expresa la protagonista. Alma es alguien que parece estar a contramano del contexto que ocupa, pero que también es sumamente representativa de ese paisaje urbano que busca expulsarla. Pero Las decisiones formales falla cuando explicita en demasía lo que ya está dicho por las imágenes y el sonido. De ahí que unos cuantos diálogos y situaciones luzcan forzados e impostados, notándose primariamente las recreaciones ficcionales y ensayadas. Y es una pena, porque la película en su conjunto no pareciera tomar total conciencia de que sus observaciones sociales, culturales y genéricas no necesitan del habla, puesto que ya subyacen en los elementos más cinematográficos del relato -especialmente el cuerpo y los movimientos de Alma-, que son los más ricos y con posibilidad de sacudir la perspectiva del espectador. La sensación que se consolida al ver Las decisiones formales es que su narración habría lucido más compacta y fluida si se hubiera aplicado a la duración de un mediometraje. Lo que sobra y le da un estiramiento pasa por el componente discursivo antes mencionado, en un film-ensayo que muestra a una cineasta con conocimiento y vigor, pero que aún debe encauzar su mirada.