Experimentar los límites Así como los daneses Lars von Trier y Thomas Vintenberg idearon el Dogma 95, se podría decir que Andrés Andreani es el precursor de un nuevo movimiento cinematográfico concebido desde una matriz aún más experimental. 8 cámaras, 24 actores y una casa darán como resultado Longchamps (2012), uno de las películas más transgresoras del año. Supongamos que una guerra nuclear está por estallar y 24 personas, que apenas se conocen, quedan atrapadas dentro de una casa sin poder atravesar la valla que los separa del mundo. Lo que comenzará siendo un simple refugio terminará convirtiéndose en una pequeña guerra interna dentro de una lucha global. Longchamps es un film experimental y debe ser leído (y visto) como tal. 8 cámaras filmaron al unísono -y durante una hora- diferentes situaciones que ocurrían dentro de una casa donde 24 actores interactuaban entre sí diferentes situaciones bajo un dominador común. Cada cámara filmaba cada escena en tiempo real, como si se tratase de un ejercicio teatral donde había una clara puesta en escena llevada a los extremos del realismo, y que luego en el montaje adquiriría cohesión con el resto de lo que se había filmado. De la misma manera que uno arma un rompecabezas Andreani construyó la trama argumental de Longchamps. Fragmentos disociados que confluyeron en un todo. Sin más pretensiones que las de experimentar las formas de llegar a contar una historia desde un cine de rupturas cinematográficas, Andrés Andreani, que ya había provocado un quiebre narrativo con Novak (2009), vuelve con un relato mucho más radical y audaz, en donde se anulan todas las limitaciones posibles tanto creativas, artísticas, de producción y hasta de exhibición. De la misma forma que lo hizo el Dogma 95 y todo lo que vino después, Longchamps es una apuesta a un cine diferente, border, que pone al espectador en crisis permanente sobre lo que está viendo y como lo está leyendo. Un espectáculo visual donde no existe la complacencia, ni para quienes están adentro, ni para quienes están afuera.
Un fallido experimento en todo modo, manera y forma. All by myself La puerta se cerró. El proyector se encendió y caí en la cuenta: era el único espectador de esta privada. Pasados 20 minutos fui promovido al único ser vivo de la sala dado a que el proyeccionista se retiró; ni él se quiso bancar este bodrio. Una hora más tarde mientras me siento ante el procesador de texto para redactar la reseña caigo en la cuenta de que ésta probablemente sea la única reseña que tenga esta película. Eso me freeza, pienso en redactar una larga carta al CEO and Publisher y a mi Secretario de Redacción proponiéndoles no solo que no se publique esto, sino que no tiene sentido que lo escriba. No fue nadie, no va a hacer mucha diferencia, amén de que suficiente humillación va a tener el realizador cuando se entere que solo una persona fue a la privada de su película. Pero yo sí estuve, yo sí vi la película, y aunque lo que redacte a continuación no sea laudatorio, tengo el deber de hacerlo. ¿Cómo está en el papel? Según la gacetilla de prensa, al estallar la tercera guerra mundial un grupo de personas busca desesperada una partitura (el final de Turandot de Puccini) dado a que eso salvará al mundo. Si no fuera porque la gente de prensa extendió dicha gacetilla, nunca me hubiera enterado que había una guerra en la trama; porque no hay nada en la trama, o en los personajes o en el escenario que denote que están en una guerra. Está bien que la película sea de bajo presupuesto; pero hacé un poco mierda la casa, poné unos ruidos de aviones o metralletas; no necesitás tener guita para eso. Lo de la búsqueda de la partitura es lo único claro, pero entre principio y final, hay un desarrollo signado por una ensalada de subtramas sin conflicto, sin sentido y mal dialogadas. Hubieran tenido mejor oportunidad si abarcaban a menos personajes. Falla como tema. Falla como trama. Falla. ¿Cómo está en la pantalla? La técnica no es mucho mejor. La película está filmada en video, y si bien no estoy en contra del formato, la forma en como es utilizada en esta película le daría la razón a todos aquellos puristas del fílmico que se le rebelan. La cámara en mano se nota a cada rato, y es tan constante, así como notoriamente temblorosa, que más que ser experimental termina por parecer un trabajo práctico de escuela de cine. El montaje tampoco los ayuda; es demasiado hiperquinético, desorganizado, y hace cortes a lo pavote. Por el lado de la interpretación no me voy a agarrar con los actores (entre los que figuran Ignacio Huang, de Un Cuento Chino y una foto, no es broma, de Larry de Clay) dado a que no tenían roles jugosos con los cuales trabajar, ni tampoco fueron dirigidos apropiadamente. Conclusión: La crítica especializada recibe con los brazos abiertos, tal vez demasiado abiertos, al cine experimental catalogándolo de genialidad. Pero lo que se olvida es que si hablás de experimental, hablás de experimento y los experimentos te pueden salir bien como te pueden salir mal, y esto salió definitivamente mal. El realizador pulió tanto sus laureles previos que el brillo lo cegó y obnubiló su buen sentido. Es probable que diga que soy un pelotudo prejuicioso y que no comprendo su obra. Y tendría razón; no la comprendo. Lo siento Señor Director, y ésta es solo mi opinión, pero no puedo decir que su película es buena, cuando lamentablemente no lo es.
Perdidos en la realidad Longchamps, segundo opus del realizador Andrés Andreani, podría llamarse también Temperley o Avellaneda y sería igual de perturbador o desconcertante para todo aquel espectador que intente sumergirse en esta propuesta radical y a contra corriente de cualquier tipo de cine convencional, incluso desde sus manifestaciones más independientes o experimentales. Para tratar de analizar de alguna forma este proyecto no puede soslayarse la forma antes que el contenido porque la primera reflexión que habilita Andreani, proveniente del terreno teatral, se concentra en la representación cinematográfica en toda su esencia, a partir de un arriesgado mecanismo donde ocho cámaras rodaron en simultáneo pequeñas situaciones interpretadas por 24 actores entre los que puede reconocerse a Ignacio Huan de Un cuento chino y a otros ya aparecidos en cortometrajes del director como Segunda Magenta. A partir del montaje de lo que esas cámaras registraron en una hora en el espacio de una casa y sus alrededores, se van construyendo las subtramas mínimas de un cine experimental -de ahí su acotado estreno en el centro cultural de la cooperación- que utiliza el fuera de campo como amenaza latente de una Tercera Guerra Mundial, donde la salvación de todos aquellos que están en el espacio de esa casa consiste en encontrar una partitura musical correspondiente al final de la obra Turandot. El extrañamiento y el extravío, así como la búsqueda de una identidad son el eje rector de la trama central que conjuga por un lado a los músicos que están allí para interpretar la partitura; a aquellos personajes que no saben quienes son, producto de un juego perverso de una hipnotizadora y a otros seres desperdigados que intentan encontrar un sentido a todo antes que el mundo estalle por la guerra. Así como en su opera prima Novak, Andrés Andreani convertía el particular escenario geográfico del Bafici en un espacio reflexivo sobre la búsqueda de la identidad y además se animaba a mirar a una fauna muy singular como la cinefilia desde un ángulo novedoso, con esta nueva y transgresora obra deja la puerta abierta para preguntarnos cuáles son los límites del cine como vehículo narrativo; cuáles son los prejuicios que se deben derrumbar a la hora de plantear un modo de representación como en algún momento lo hicieran los daneses del Dogma 95 y generaran una enorme crisis y polémica en el ámbito cinematográfico y de la crítica como parte de un juego provocativo porque en definitiva de eso se trata el arte: de pensar, cuestionar, destruir y volver a crear una realidad que no existe.
Experimento que aburre pronto Esta locura tendría que ser más corta e incluir el making off. Porque lo más interesante es la forma en que se hizo. Según cuenta su autor, Andrés Andreani, se rodó en un solo día con 27 actores moviéndose por todos los rincones de una amplia casa, todo milimetrado y registrado por ocho cámaras ubicadas en diversos lugares, a fin de mantener la continuidad emocional y hacer la película entera sin perder tiempo en reubicaciones. La verdad, no es un recurso del todo novedoso. Ya en 1979, y con película analógica, lo había probado (y se había lucido) el ruso Eldar Riazanov en «Garage», ambientando su drama en un enorme edificio de departamentos con salón para multitudinarias discusiones de consorcio pero poco espacio para autos (película que se vio con aplausos en los buenos tiempos del Cosmos). Ahora se pueden hacer cosas todavía más arriesgadas, y Andreani lo hace, gracias a la tecnología digital y el espíritu lúdico de los amigos que se juntaron para el experimento, entre ellos Dennis Smith, la rubia violinista Janet Bar, Joel Drut, Ignacio Huang, la productora Cinthya García Calvo y otros cuantos entusiastas bien predispuestos. El problema, como suele ocurrir tantas veces, es la historia. Que pinta lindo cuando uno la cuenta: empezó la Tercera Guerra Mundial, la gente está nerviosa y desorientada, y unas flacas pintorescas buscan algo que alguien le envió al abuelo de Graciela Alfano: la partitura del final opcional de «Turandot», de Puccini, compuesta por Bela Bartok. Con ella pueden lograr que vuelva la paz universal. Hay otro chiste bueno: alguien propone un voto de silencio hasta que termine la guerra. «¿Así se terminará más rápido?» «No sé, pero habría menos ruido». Lástima que esas y otras chispas de ingenio queden aplastadas por un exceso de crispaciones y reiteraciones inconducentes que a los diez minutos ya empiezan a cansar. Y dura 85.
Un experimento cinematográfico no siempre se puede englobar dentro del cine experimental, por eso Longchamps sólo se podría ubicar en el terreno de lo primero, un simple experimento, insípido y apenas tolerable. Filmada en un solo día, ubicada en una única locación, presuntamente de la zona a la que hace referencia el título, y basándose en improvisaciones de un grupo de actores en formación, el film deambula dentro de una pobre excusa argumental, que en todo su transcurso no logra alcanzar ningún tipo de asidero. Según reza la información, la película se llevó a cabo a través de una idea técnicamente ingeniosa, con ocho tomas de una hora de duración registradas simultáneamente en distintos espacios de esa casa que es el epicentro de las alternativas del film. La idea central aúna una nueva guerra mundial con partituras de Béla Bartok, y sólo acumula situaciones confusas y diálogos reiterativos y absurdos. La experimentación en el cine siempre es bienvenida, pero en este caso el resultado es insostenible y no justifica su estreno al público. Aún así, o precisamente por todo lo apuntado, quizás Longchamps llegue a ser considerado un film de culto. Todo es posible.
Publicada en la edición digital #245 de la revista.
El segundo proyecto de Andrés Andreani luego de Nova fue realizado en una sola jornada de rodaje, con 8 cámaras y con un equipo de 45 personas dispuestos a vivir una experiencia extrema. Esta historia coral comienza cuando dos espías húngaros hacen caer por error un satélite norteamericano lo que genera el estallido de la tercera guerra mundial. El planeta se encuentra incomunicado y 24 personas que pertenecen a diferentes orígenes asisten a lo que supone es una fiesta en una casa en las afueras de la ciudad. Cada uno de ellos tiene diferentes objetivos y están en la búsqueda de diferentes cosas: una partitura de Béla Bartok, que supuestamente fue escrita para Turandot de Puccini, dos bananas, una mujer se pasea con una torta buscando a otra, una mujer busca a su padre que la ato para enterrar no se sabe que…. Y así con respetables actuaciones prosigue un film cuyas marcas son la experimentación y la improvisación como estrategia que genera extrañamiento y produce tensión y suspenso. Arriba alguien toca música, mientras el caos y el desconcierto crecen de pronto… alguien sugiere hacer un voto de silencio hasta que termine la guerra? Una historia fantástica, absolutamente disparatada, que esta planteada como en diferentes dimensiones y que da cuenta de un trabajo previo con los actores. Los que son en su mayoría profesionales argentinos y de Francia, Italia, Suecia, Estados Unidos y China) y pertenecen que tanto al teatro, como a la televisión y al cine. Longchamps valida la procedencia y trabajo de su director con las Artes Dramáticas y Plásticas quien va a la búsqueda de la experimentación contra viento y marea. La pregunta que resuena a modo de metáfora es ¿podrá alguien más que Béla Bartok salvar el mundo en este paraje de Lonchamps?