Estamos ante un largometraje de bajo presupuesto, uno de esos de clase B de género de terror que, en cuanto temática, tiene un fuerte guiño a la “Piel que habito” (2011) de Pedro Almodóvar: Olga (Romina Richi) es una cirujana feminista embarazada que secuestra a Horacio (Emiliano Díaz), un empresario extremadamente machista y manipulador que usa a las mujeres, y cuyo fetiche sexual son las encintadas. La protagonista nos hace acordar a un gran número de científicos locos que han pasado por la pantalla grande –Seth Brundel (Jeff Goldblum) en “La mosca” (1986); Herbert West (Jeffrey Combs) en “Re-animator” (1985); Rotwang (Rudolf Klein-RoggeI) en “Metropolis” (1927); entre tantos otros-, pero es con Robert Ledgard (Antonio Banderas), el cirujano plástico de la película del español con quien la podemos identificar. Ellos buscan por medio de una operación cambiar el sexo de sus “pacientes”. Él para vengarse de Vicente tras el incidente que tuvo con su hija y ella para escarmentar a Horacio de su ulcerante machismo. ¿Cómo llega “Lucy en el infierno” a esta situación? No hay nada rebuscado en el inicio de la película. Los protagonistas planifican una salida para conocerse, él la pasa a buscar a ella en algún punto perdido del Gran Buenos Aires y hacen un picnic. Es en esa circunstancia donde Olga conoce las intenciones sexuales de su cita, aunque más tarde nos enteraríamos que ya lo tenía todo planeado: se vengaría por todas las chicas que fueron usadas por él, practicándole una cirugía de cambio de sexo ¿El fin? Que este mal hombre sepa lo que es ser mujer y, sobretodo, aprenda a respetarlas. El relato lleva y “obliga forzosamente” al espectador a detestar al protagonista por su conducta repelente. El problema tras el secuestro y la operación -biológica y simbólicamente violenta al poder Olga manipular el cuerpo del otro a su antojo- es que los minutos posteriores no captan nuestra atención, no podemos sentir empatía por Horacio ni miedo o desaprobación por lo que hizo su captora. El grotesco que aflora en esta película de terror con instantes de comedia negra es de un tono cándido, casi naif. Aguilar quiere marcar al machismo como algo negativo, sin embargo, a la hora de señalar los gustos de las mujeres cae en los estereotipos impuestos por el patriarcado: usar vestido, ser coquetas y educadas, preocuparse por la limpieza y jugar con muñecas. Con el 8M que lucha por la igualdad de derechos para las mujeres, y sin olvidar las consignas del “Ni una menos” y el “Me too”, podemos ver cómo falla la idea de este largometraje y sigue encarnando los ideales de la sociedad machista.
Con dirección, producción y guión de Ernesto Aguilar, es una película que pretende mezclar el terror con el grotesco y al menos publicitariamente ponerse a tono con los tiempos que corren y no lo logra. Emparentada con “La piel que habito” con una cirujana alterada que pretende con una operación de cambio de sexo a un machista seductor y fetichista, vengar a todas las mujeres que abandonó o desechó. El tema que en ese cambio de personalidad brutal, el hombre devenido en mujer, ejerce todos los consabidos y torpes rasgos de lo que un machista puede considerar como femenino, la pintura, los tacos, la preocupación por las plantitas. Todo lo que se plantea en esta comedia de humor negro es burdo, hecho con un presupuesto mínimo, con un argumento elemental y con los lugares comunes de género ya ampliamente superados en el imaginario popular. Con Romina Richi y Emiliano Díaz que hacen lo que pueden.
Ernesto Aguilar vuelve al cine con una arriesgada y extrema puesta en escena de algunas fantasías que circundan al feminismo y sus derivados más acérrimos o poco ortodoxos. En la historia de un hombre que ve cómo su futuro se coarta a partir de la transformación de su cuerpo, hay un relato diferente que quiere imponerse. Lamentablemente la producción pierde fuerza por su complicada y austera puesta y algunas decisiones de dirección no menos objetables.
SIN DIAMANTES El feminismo se ha convertido en el gran movimiento de estos últimos años. La lucha de las mujeres por la igualdad de derechos ha llegado con tal fuerza que golpea la sociedad en sus cimientos más profundos en la búsqueda de un cambio de paradigma. Este hecho ha provocado que en los diferentes medios de comunicación el tema comenzara a tratarse y el cine no está ajeno a ello. Y precisamente el largometraje local Lucy en el infierno se inmiscuye en esta temática presentando a Horacio, un empresario extremadamente misógino y machista, que acuerda una cita a ciegas con Olga, una mujer embarazada. El le propone pasar un día al aire libre, alejados de la ciudad, y ella acepta. Sin embargo, una vez allí, Horacio es noqueado y secuestrado por Olga, quien le confiesa sus verdaderas intenciones: someterlo a un singular experimento para lograr un cambio integral en él. Intentando un registro de comedia negra, la película va buceando entre el delirio y el horror pero de una manera confusa y desprolija. El intento de apuntar a lo delirante resulta caótico, sin un uso correcto las herramientas discursivas que dispone. Que algo sea delirante no significa que no deba tener una coherencia dentro de esa locura, por lo que la película falla en su premisa. Además, en varios tramos Lucy en el infierno tiene lagunas pronunciadas que la convierten más en un drama existencial que en una comedia irónica y oscura. Estos pasajes, además, la vuelven muy teatral, donde los parlamentos y las situaciones parecen teatro filmado más que un guión cinematográfico. Siguiendo este mismo (des)orden, las actuaciones nunca logran salir de la exageración e impostación, resultando agobiantes para el espectador. Ni la presencia en pantalla que transmite Romina Richi puede cambiar esta sensación de desborde constante. En definitiva, Lucy en el infierno es un intento por hablar de feminismo desde un punto exacerbado y demencial que resulta fallido, porque nunca logra concretar nada de lo que propone. La película termina siendo una producción caótica que más allá de su bajo presupuesto, erra en su premisa básica que es la historia, para la cual no se necesita dinero, sólo una buena idea.
Horacio es un empresario machista quien acuerda una cita a ciegas con Olga, una mujer embarazada a quien le propone pasar un día al aire libre. Ella lo invita a su casa, perdida en un bosque, y aquí comienzan las torturas para Horacio, a quien Olga somete en un singular experimento. La mujer desea vengarse de las dolorosas situaciones por las que el hombre hizo pasar a las mujeres con las que se relacionó a lo largo de su vida. El relato se transforma en una sucesión de escenas en las que la sangre, el sexo y la violencia ocupan un lugar preponderante en el que el director Ernesto Aguilar se soslayó frente a tanto dudoso gusto.
A mi me gusta el cine indie, y soy partidario de que hay que permitir a los emergentes locales, mostrar sus trabajos sin detenernos demasiado en las condiciones en que han producido técnicamente su material. Creo que un cineasta es alguien que se construye a través de la experiencia y apuesto siempre a valorar su propuesta, entendiendo sus posibilidades más que sus carencias. No siempre se tiene todos los recursos económicos y profesionales para hacer cine. Es así. Y desde mi perspectiva, todo aquel que intenta con armas nobles, debe verse. Y en sala. Yo me considero predispuesto siempre a que un director me sorprenda, conmueva, aleccione o debata conmigo desde su obra. Dicho esto, vamos a la peli. He visto muchas películas de Ernesto Aguilar y siempre espero que el potencial que creo que tiene su espíritu combativo, mute en una obra memorable que pueda concitar la atención de un púbico masivo. No ha sucedido aún en su extensa carrera y "Lucy en el infierno" (su último opus) tiene quizás un agravante: es una película con dos actores de oficio (Romina Richi y Emiliano Díaz), visibles en el medio y una gran oportunidad para atraer audiencia. Pero no logra traccionar y repite algunos elementos que caracterizan aspectos que no son fortalezas en el cine de Aguilar. En mi opinión, los guiones con los que se trabaja. Y luego, también como habilidades a desarrollar, la fotografía y el montaje. En "Lucy en el infierno", hay un conflicto de género. Tenemos a Horacio (Díaz), empresario al que le va bien y que tiene gustos particulares. Disfruta de mujeres pagas, pero con el agregado de que además, las prefiere embarazadas. Es un misógino al que rápidamente empezás a odiar ya a los primeros minutos del metraje. Cierto día, decide buscar nuevas experiencias y es citado por una mujer, dentro de sus preferencias, en un lugar alejado de la ciudad. La encinta es Olga (Richi), quien hace un simple juego de seducción con él, para luego secuestrarlo y someterlo a un curioso experimento, que busca cambiar la condición de Horacio, haciendo a la vez justicia por los maltratos a los que él sometía a las mujeres a su alrededor... Desde allí hasta el final, habrá un proyecto extraño, una relación cambiante en ámbos protagonistas, y muchas líneas que intentan explicar y fundamentar eventos y acciones, de manera aleccionadora e innecesaria. Las actuaciones de la pareja protagónica no transmiten fuerza, por la naturaleza del guión, donde ser repiten frases que reactualizan algo que todos vemos que sucede (la sumisión y el cambio hormonal de Horacio, en pago por la vida que llevó). Desde lo estructural, Aguilar repite los conceptos que sostienen su visión de cine, esta concepción de conflicto de ruptura permanente, marginal y alternativo, que no cobra vuelo en ningún momento. Tal vez por la poco feliz decisión de encarar un tema tan complejo (el cambio de sexo) bajo estas condiciones de realización. Aguilar es una bandera, un emergente, una acción. No transita por los carriles del cine al que estamos acostumbrados a ver. Eso produce que no nos sea fácil aceptar su perspectiva. Está lejos de lo que nos da placer ver. Y su manera de narrar, los aspectos de producción y la ingenuidad en la construcción de los diálogos de sus personajes, terminan por generar un producto poco recomendable, lejos de los estándares de la nueva industria local, que incluso viene ganando terreno en estos años. "Lucy en el infierno" es otro episodio brutal de una larga cadena de películas que no se disfrutan y que no recomendaríamos ver, si es que no estás buscando particularmente experiencias fuera del mainstream. Veremos si en algún momento , Aguilar redirecciona su horizonte cinéfilo y concretiza lo que hasta ahora no podido: generar un universo atrayente donde instalar una historia de manera potente y efectiva, con un desarrollo atrapante y mínima solidez técnica. Este, no ha sido el caso.
máquina de filmar Ernesto Aguilar es probablemente uno de los directores argentinos más prolíficos de los últimos tiempos. Habiendo realizado su primer film en 1999, ya cuenta con cerca de una veintena de realizaciones, casi una por año, y hasta ha sabido meter más de una durante el período anual. Pero ya se sabe, cantidad no es sinónimo de calidad, y sus películas (la mayoría de ellas estrenadas durante el Festival Buenos Aires Rojo Sangre) llevan más que el prestigio, la mancha de su nombre. Sin pretender ser agresivos, Aguilar suele ser un director desprolijo; con ideas para sus películas algo extrañas, planteando argumentos mundanos pero llevándolos a terrenos casi experimentales. Realizando filmaciones caseras, muchas veces con actores nóveles y casi siempre creando un clima que suele descolocar hasta al más acostumbrado al cine de baja calidad. Hay que reconocerlo, Lucy en el infierno prometía desde los papeles, podía ser un cambio de suerte para el director. Su idea general no era mala y contaba con dos actores que han demostrado su talento. Quizás este poder ser y no es, transforme a Lucy en el infierno en algo más molesto que sus anteriores producciones. Sos mi chica Horacio (Emiliano Díaz) es un empresario que gusta de conquistar chicas para usarlas con el único propósito de complacerse sexualmente. Es más, varias de ellas hasta han sido empleadas suyas. Tiene un gusto especial por las embarazadas por creerlas más deseosas sexualmente, más vulnerables, y por lo tanto más proclives a sus pueriles encantos. Así es como Horacio conoce a Olga (Romina Richi) una mujer embarazada que parece aceptar su propuesta. Ambos tienen un picnic en el campo, él la seduce, y ella lo invita a su casa. Sí, Olga no es lo que parece, y al llegar a la casa en medio del campo lo golpea y lo secuestra. A partir de ahí para Horacio comienza literalmente una nueva existencia. Olga lo someterá a varias torturas y a un tratamiento quirúrgico y psicológico que nos retrotraerán a La piel que habito, de Pedro Almodóvar. Horacio debe aprender a tratar bien a las mujeres, saber cómo se sienten ellas, y qué mejor para eso que… De comedia voluntaria e involuntaria Hasta aquí la idea que, per se, no es mala. Aún la idea de Aguilar de crear un tono de comedia negra, burda, satírica, y de grotesco, pudo haber tenido un desarrollo digno y generar buenos momentos. El asunto es que, en manos de Aguilar, lo que se plantea como comedia no genera gracia, y sí lo hace lo que se muestra como serio. Lucy en el infierno presenta problemas de todo tipo. Argumentalmente su ritmo no se sostiene y cambia paulatinamente. Sus diálogos son increíbles de repetirlos. Muestra una serie de hechos y desarrollos que superan el mínimo verosímil aún para una película que no pretende centrarse en la realidad. Para colmo, su idea, que un primer momento se puede pensar como de venganza feminista, termina poseyendo un corazón sumamente machista rancio. Entre otras cosas, a simple vista se puede apreciar cómo se burla de los movimientos políticos feministas, nos da la pauta de que una embarazada puede ser alguien con quien mejor no tratar (más si su embarazo es eterno), asocia a las mujeres con los buenos modales y con el estar siempre presentables, y hasta deja sobrevolando la idea de que una mujer se define a través del trato que le da el hombre. Esto entre muchas otras circunstancias que nos hacen rever seriamente su mensaje. Técnicamente, las escenas en exterior (salvo las filmadas con un drone al que había que utilizar porque sí) se ven de una calidad pobrísima, blureadas y pixeladas; además utiliza una luz extremadamente blanca y brillosa que empeora la experiencia visual. En los interiores cambia y opta por un tono oscuro que a veces hace dificultoso observar qué es lo que estamos viendo. Para completar el cuadro, hace abusos de zooms en reversa de modo aleatorio sin ninguna explicación, lo mismo que la inclusión de una banda sonora que comienza y finaliza en cualquier momento. Díaz y Richi demostraron ser buenos actores, pero acá su tarea es imposible y es poco el talento de ellos que se puede mostrar. Conclusión Lucy en el infierno pudo haber sido el ansiado paso adelante en la filmografía de Ernesto Aguilar; pero nuevamente recae en errores groseros argumentales y técnicos, dejándonos como resultado una experiencia difícil de asimilar, aún como consumo irónico.
Su relato te lleva a que odies al protagonista: un ser machista, mentiroso, agrandado, que se cree un ser supremo, luego se convierte en la venganza de una de esas mujeres desvalorizadas, como una justiciera en un lugar apartados de todo. Este es un largometraje de bajo presupuesto, clase B del género de terror, tiene ese toque que le suele dar a sus películas el director Aguilar y con argumentos banales. En algunas escenas intenta incursionar en un cine experimental con escenas que tocan el grotesco. Díaz (“Las de barranco”) y Richi (“Dos Cirujas”) son buenos actores, pero les resulta difícil remontar la película ante un guión pobre y un desarrollo imposible de sostener. Tiene un guiño a la “Piel que habito” (2011) de Pedro Almodóvar y sin desvalorizar a nadie, queda bastante lejos de ese film.
La creación de historias sobre vengadores anónimos es antiquísima. Sus distintas causas son justificadas, en mayor o menor grado, según la verosimilitud de la narración o las características que son delineadas en la formación del “héroe”. Con tal modelo narrativo se hacen producciones de diferentes géneros. En este caso el director Ernesto Aguilar enunció que se decidió por filmar una comedia negra. Un rubro delicado de tratar, porque todo tiene que estar en sintonía para que funcione, tanto el guión, como las actuaciones, el ritmo, la música, etc., y si todos estos elementos no se articulan adecuadamente el resultado final seguramente no va a ser el esperado. Como es el que le sucedió a esta realización coprotagonizada por Olga (Romina Richi) y Horacio (Emiliano Díaz), que componen a una médica embarazada, sin pareja, y a un empresario exitoso, mujeriego, ganador y entrador. Hasta aquí el planteo es muy tradicional y estereotipado al máximo, por parte del varón. Él está muy entusiasmado con encontrarse con esta chica, sabe que está embarazada y le gusta que estén en esa condición. Fue una cita virtual que ahora se va a concretar. La credibilidad de la narración se establece desde el comienzo, y en este caso uno empieza a dudar de lo que se está viendo porque el encuentro es en un cruce de caminos de tierra, donde lo único que hay son campos y más campos. No se observa en los alrededores un casco de estancia o una vivienda, y de repente aparece la chica. Uno de los dos concretará la idea que tenía en mente antes de conocerse. En este caso el duelo se establece entre un típico machista y una feminista. porque el objetivo de Olga es reeducar al hombre, cambiarlo, para que sepa y viva en carne propia lo que es ser mujer. Así que toma cartas, o, mejor dicho, bisturí en el asunto y lo transforma en mujer, literalmente. La situación bordea lo bizarro. Se sostiene en parte por las actuaciones de ambos, que están a la altura de las circunstancias. Su esfuerzo e interés para que sus personajes estén de acuerdo a lo que pretende el director, se nota. Pero esta historia de la justicia por mano propia se sustenta en bases poco sólidas, en razón de que un gran problema para encarar una producción así es el escaso presupuesto, las locaciones, el argumento, la música incidental, y por sobre todas las cosas, el no poder encontrar nunca el tono adecuado y el timing necesario para que impacte, sorprenda y, en ciertas ocasiones, genere una sonrisa.