El ocaso del guerrero Concebido en un principio como un documental sobre Víctor Maytland, pionero, figura de culto, padrino y máximo referente del cine porno en la Argentina (rodó más de 120 largometrajes), este proyecto fue mutando hasta convertirse en un film de ficción protagonizado por el propio director. La idea era tentadora, pero el resultado final de este giro no es del todo logrado y, así, la película termina siendo menos cautivante de lo que "debería" haber sido, teniendo en cuenta las múltiples aristas, y la riqueza de las anécdotas y de las experiencias -entre épicas, bizarras y risueñas- del (anti)héroe en cuestión. La "culpa", en este caso, es compartida entre Charras y el propio Maytland, ya que el primero como narrador y el segundo en su improvisada faceta actoral no alcanzan a dotar al relato de la empatía, la credibilidad, la ligereza y la fluidez buscadas y, así, hay varias situaciones que resultan forzadas, artificiales, demasiado "escritas". Charras -quien fuera colaborador de Maytland- reconstruye la historia del prolífico realizador a partir de los recuerdos del protagonista y de la búsqueda personal que el propio hijo del cineasta emprende (como cuando trata de encontrar una copia VHS de la primera película de su padre, Las Tortugas Pinjas). Abandonado por su viejo productor, Maytland, ex militante peronista, recibirá el apoyo de su hijo -con el que convive con no pocos roces- para financiar la película que tanto ha soñado: una historia (porno, claro) ambientada en un campo de concentración durante la última dictadura militar con el aporte de una actriz que lo cautivó alguna vez, pero con quien nunca pudo volver a trabajar. Maytland es un film sobre las obsesiones de un artista (y un luchador) en el final de su carrera, sobre la relación padre-hijo y sobre el fin de una época (la vieja industria del porno que encumbró a Maytland hoy ha sido sepultada por el download de Internet, la piratería y el consumo online). Es, por lo tanto, una película melancólica, sensible y desgarradora. Pudo ser una gran trabajo de docu-ficción, pero termina siendo sólo un aceptable largometraje, con algunos momentos de gran intensidad e inspiración. Aún así, con sus evidentes desniveles, vale la pena aventurarse en el universo de Maytland (el film) y de Maytland (el ser humano).
La última película La ópera prima de Marcelo Charras ficcionaliza sobre la vida de Víctor Maytland, el legendario productor y director de películas porno en Argentina. El juego del "cine dentro del cine", realidad y ficción, se mezclan en esta propuesta que muestra los días del creador de infinidad de películas condicionadas rodadas en la zona del Delta. Cansado del género XXX, Maytland desea hacer un film diferente, basado en sus recuerdos de joven militante peronista, pero enfrenta las dudas y exigencias de un productor (Adrián Martel) que le plantea "¿Qué tiene que ver la política con el sexo?". "El cine que yo hago se está muriendo" asegura el protagonista mientras trata de convencer a una actriz porno para que participe en su nueva creación, vinculada a los años 70 y a los campos de detención. El relato de Marcelo Charras muestra la otra cara de un cineasta: su ocaso, la relación con su hijo Luciano y la desesperanza por no encontrar apoyo financiero para hacer la película que verdaderamente sueña. Charras lo logra a través de un film crepuscular que documenta además un negocio del que casi no quedan rastros: ni la película Las Tortugas Pinjas, la primera porno nacional, se puede ubicar en el mercado, sólo la cajita que Luciano encuentra en un viejo local. Las imágenes porno aparecen como en un segundo plano, como si fueran parte de un pasado que no debe volver, mientras Maytland realiza la lectura del guión con su actriz fetiche, descansa en una pileta Pelopincho y riega las plantas. El film también abre otra historia: la de Luciano, quien comienza a investigar por qué su padre no habla de su primera creación. Pasado, misterio, sexo y un presente incierto son los motores de la historia.
El porno y yo A diferencia de lo que puede suponerse, Maytland (2010) no es una biopic sobre el pionero del cine pornográfico en la Argentina Víctor Maytland, sino una ficción que tiene al viejo Maytland de protagonista haciendo de él mismo. Lo que se cuenta es tan ridículo y patético como las historias dentro de las películas pornográficas del director. Víctor Maytland vive el ocaso de su carrera, ya no hay mercado para las “porno con historia” que él realiza. La gente que lo acompañó en su carrera le da la espalda. Su productor no quiere perder dinero, los actores están viejos y sólo su hijo se interesa por ayudarlo a filmar su última epopeya titulada Exxxterminio que, según dice, transcurrirá en los años setenta y la primera escena de sexo se desarrollará en una proyección clandestina de La hora de los hornos (1968). El principal problema del filme de Marcelo Charras es que no define su rumbo. No termina de ser una parodia auto reflexiva, un cliché autobiográfico o un homenaje al legendario realizador. En algunos tramos se lo ve como un Ed Wood del cine porno, considerándolo un artista incomprendido, por momentos es un ser solitario y patético, mostrando su panza en la pileta pelo pincho de su terraza, y en otros un ser bondadoso y simpático que sabe como consolar a sus actrices o responder las preguntas difíciles de su hijo. Lo cierto es que estos desajustes entorpecen la fluidez narrativa dificultando cualquiera de los objetivos que el film pretenda alcanzar. Sin embargo, y haciendo una comparación con la filmografía de Maytland, que incluye títulos como Las tortugas pinjas (1990) (considerada la primera porno argentina), Los pinjapiedras (1991), el reality show Expedición Sex y Cosecha de lujuria (2003), se justifica lo narrativo del filme de Charras, argumentada por la idea acerca del cine de su protagonista: contar una historia más allá del sexo. El misterio generado a partir de la falta de una copia de Las tortugas pinjas (que se encuentra para descargar en internet) es descabellado, al igual que la extraña desaparición de una actriz en el rodaje. Estas leyendas que se enlazan en la película son las que construyen el mito acerca de Víctor Maytland, la historia de un director frustrado en la frustrada historia del cine porno argentino, valga la redundancia.
Un mito de la triple X Ficción sobre el “rey” del porno nacional, con él como protagonista. Si dijéramos, por ejemplo, que Maytland es una elegía al porno nacional , ¿cómo sonaría? Las palabras elegía y porno, combinadas, dan una idea de extrañeza, de incompatibilidad. Elegía alude a algo lírico y melancólico; porno (nacional), a algo grueso, prosaico, casi humorístico, bizarro. Bueno: la opera prima de Marcelo Charras, centrada en la vida de Victor Maytland, pionero y mito del género triple X argentino, combina todos estos componentes y tiene un resultado diverso: no desdeñable. En principio, Charras iba a hacer un documental y, para esto, se metió en los rodajes de las películas clase C de Maytland. Luego el proyecto se transformó en una ficción, con el propio Maytland como protagonista y algunas historias reales de su vida convertidas en centro de la trama. Un riesgo grande: las autointerpretaciones y las reconstrucciones ficcionales no suelen llevar a buen puerto. Y sin embargo, la peculiar historia del personaje, su carisma, el ambiente (decadente) en el que se mueve y el clima de final de época generan una atracción que atenúa las zonas fallidas. En esta ficción, Maytland está en decadencia terminal como realizador porno, tratando de hacer su último filme, con más voluntad que esperanza. Quiere hacer, él asegura que como siempre, una porno “con argumento”. Su productor, interpretado por el Facha Martel, lo desestima. Maytland retruca: “Yo no hago películas para pajeros. Hago películas para pajeros y tipos pensantes”. La relación de él con su hijo Luciano (buena actuación de Francisco Trull) nos introduce (mil disculpas por el verbo, tratándose del mundillo del porno) en la vida íntima del prolífico director. Luciano, que busca el VHS de Las tortugas pinjas , un clásico perdido de su padre, indaga a Maytland sobre temas diversos. En esos diálogos, se siente el artificio estructural. Maytland dice: “Tu madre no se bancó lo que yo hacía. Le daba mucha vergüenza todo”. Y uno siente que ese párrafo corresponde, en realidad, a la cabeza parlante de un documental. Hay, también, decisiones de mal gusto, aunque respondan a la realidad: como la de Maytland de hacer una porno sobre una detenida-desaparecida durante la dictadura. La película funciona mejor en sus cruces entre lo sórdido, lo hilarante, lo nostálgico y lo voyeurístico : el espiar no qué se hacía, sino cómo se hacían los productos triple X.
Deconstruyendo al pionero del porno Hoy se estrena el documental que recrea la vida del director de cine triple X, que en el momento en que la industria del género es amenzada por la irrupción de Internet y la piratería, lucha por concretar su film más ambicioso. Maytland es un film curioso. Marcelo Charras descubrió a Víctor Maytland fortuitamente, se acercó y hasta trabajó con el pionero del cine porno en la Argentina, y si bien la fascinante carrera del director constituye el material soñado de cualquier documentalista, el novel realizador se decidió por una docuficción. Ahora bien, se puede especular que esta decisión tiene que ver con la intención de Charras de mostrar la lucha del director de más de 120 films condicionados por hacer lo suyo en un contexto hostil, que en la superficie ninguneaba su obra y hasta su existencia, y hacia adentro del género lo presionaba para que sus producciones sólo mostraran sexo duro, negándole a Maytland la posibilidad de introducir en los relatos sus inquietudes políticas, sociales y artísticas. En ese sentido, un documental podría recurrir a los testimonios y los archivos, pero siempre en el terreno de la especulación, Charras pudo deducir que estos elementos serían insuficientes y que una ficción sería más justa con la epopeya de un mito viviente que debía ser reivindicado. Maytland entonces se ubica en el comienzo del fin de la industria porno en la Argentina por la irrupción de Internet y la piratería, cuando el protagonista lucha por concretar su film más ambicioso, Exxxterminio, un relato que sin dejar de lado el hardcore, se interne en la oscuridad de la última dictadura militar ambientado en un campo de concentración. Las avant premières en cines condicionados ubicados en sótanos y con poquísima gente, un hijo que busca infructuosamente el VHS de Las tortugas pinjas –casi un incunable cinematográfico y el mayor éxito en la carrera de su padre–, un productor despiadado (impecable el Facha Martel), el desamparo y la soledad de antiguas estrellas del género, todo esto es lo más logrado de la primera parte de la narración, aunque después, cuando se centra en el rodaje del controvertido film sobre los centros de detención, cae en lugares comunes y es lo más flojo de la película. Elegía en el sentido amplio del término, en tanto se despide a un luchador del género, clausura de una época, y reivindica la figura de un verdadero director, Maytland es una digna y melancólica ópera prima. Y Charras, un realizador a tener en cuenta en el futuro.
Melancólica elegía para el porno local Leyenda viviente de la marginalidad cinematográfica criolla, Víctor Maytland llegó a filmar un centenar de películas condicionadas. Y el propio Maytland se interpreta a sí mismo en esta evocación de sus últimos días como director. Más cerca de Porno, de Homero Cirelli, que del porno mismo, Maytland tiene por protagonista a Víctor Maytland. Un largo centenar de films condicionados, filmados desde fines de los ’80 y distribuidos en videoclubes, hacen de Roberto Sena (alias Víctor Maytland) una leyenda viviente de la marginalidad cinematográfica criolla. Leyenda semisecreta, desde ya: el cine condicionado siempre fue un mundo en las fronteras de la clandestinidad. Es esa zona fronteriza de salas-sucucho, oficinas de tres por tres, productoras unipersonales y producciones de entrecasa la que Maytland visita, en lo que podría definirse como “ficción documental elegíaca”. Asistente de Maytland durante años, el proyecto original del realizador, guionista y editor Marcelo Charras (Buenos Aires, 1976) pasaba por filmar un documental sobre el porno argentino. Campo casi enteramente ocupado por Maytland, que en su pico de trabajo llegó a filmar no ya varias películas al año, sino cerca de una por mes. El proyecto de Charras mutó a algo tal vez próximo a Kiarostami: una historia de ficción en la que Maytland actúa lo que acaba de sucederle, rodeado de un elenco integrado por actores porno, actores profesionales y no actores. Al personaje lo mueve una quimera que en una primera impresión no puede sino considerarse disparatada: filmar un largometraje porno-político, alrededor de una pareja de militantes en tiempos de dictadura. Un largo en el que el héroe rescata a la heroína de su cautiverio a manos de un grupo de tareas... y para celebrar van y se echan un polvo. Que esa película, llamada Exxxterminio, haya sido en verdad el último sueño de Maytland, que por falta de presupuesto no haya logrado editarla y que eso lo haya llevado a finalizar su carrera, son datos que hubiera sido bueno incorporar, recurriendo tal vez a los clásicos carteles finales. Esa información le hubiera agregado una productiva capa de realidad a una película que, así como está, se ve como pura ficción, más allá de que el protagonista y otros personajes (su hijo, sus actores favoritos) hagan de sí mismos. Así como hubiera sido bueno informar que, antes de pornógrafo, Maytland trabajó como meritorio nada menos que en La hora de los hornos: la clandestinidad política, antes de la semiclandestinidad sexual. En términos de gramática visual, Maytland es la antítesis de Maytland: allí donde éste asumía lo berreta como único territorio posible (para corroborarlo basta ver escenas de Las tortugas pinja, que es como su equivalente a El ciudadano), a Charras se le nota a la legua su condición de graduado de la FUC. En Maytland cada plano tiene una justificación, cada encuadre un peso propio, cada distancia focal un sentido, cada corte o empalme una razón. Una película impecable sobre un personaje pecable. ¿Hubiera sido preferible que Maytland se pareciera más a Maytland? ¿O hubiera quedado falso, impostado, manierista? Son preguntas para hacerse. Daría la impresión, sí, de que Charras acentúa, fuerza tal vez, un improbable carácter impoluto del héroe, haciendo de él un quijote, fiel todavía a los ideales setentistas y peleando contra los molinos de viento de los mercachifles del medio (la elección de Adrián “Facha” Martel como productor porno es un gran éxito de casting). Por momentos, la solemnidad de Maytland chirria, suena excesiva, delata tal vez el forzamiento al que se somete al personaje. Así como el intento de construir una ficción dramática trastabilla a veces entre laxitudes narrativas y pérdidas de rumbo. Pero no hay duda de que lo esencial está logrado: un tono definitivamente melancólico atraviesa la película, con gran cantidad de planos mostrando al protagonista como un solitario empecinado, como un dinosaurio de los tiempos del VHS, como un condenado a la desaparición. A propósito, tampoco hubiera venido mal un cartel final que refrendara que al porno criollo, industria pequeña y marginal pero alguna vez floreciente, le tocó un destino semejante al de las canchas de padel. La piratería y las bajadas de Internet lo llevaron a la extinción, anticipando tal vez el destino entero de la industria local del DVD.
La elegía del porno argentino Hay varias aristas que atraviesan y recorren el universo de esta ópera prima de Marcelo Charras (más conocido como guionista de televisión de ciclos como Sorpresa y media, por ejemplo) que no logran pulirse nunca: la relación padre-hijo; las obsesiones y contradicciones de un director de cine porno; la aniquilación de un modelo de industria cinematográfica pequeño a causa de la piratería y el auge de internet; y por último, el retrato en primera persona de uno de los pioneros del cine condicionado argentino llamado Roberto Sena pero comercialmente conocido como Víctor Maytland. La primera falla que acusa Maytland (así se llama la película) es la falta de criterio cinematográfico a la hora de señalar un rumbo para abordar a un personaje rico, rústico, cuya vida estuvo marcada por el sello de lo clandestino o marginal por elección propia al haber cruzado la frontera del cine político y militante –de ahí su vínculo directo como meritorio de producción de La hora de los hornos- hacia la del cine condicionado y artesanal que comenzara allá por los tempranos ochenta con más de 120 títulos a lo largo de su carrera y que hoy prácticamente ya no existe al haberse vista desplazada por el amateurismo que encontró su ventana al mundo a través de internet. Del bastardeado subgénero del porno pueden decirse muchas cosas y sobre sus hacedores otras tantas pero lo que es indudable es que el sello de Maytland puede encontrarse en algo que podríamos definir –con permiso de los lectores y del propio autor por esta licencia que me tomaré- como un neorrealismo del porno al haber introducido en sus películas temáticas sociales como las villas miserias en Secuestro exxxpress o la lucha entre una multinacional y el campo en Cosecha de lujuria, por citar dos de sus producciones más emblemáticas sin olvidarnos de su debut con Las tortugas pinja. Esos pequeños hallazgos, como el hecho de haber pensado alguna vez un reallity show porno para tv llamado Expedición sex -cuando la moda de los formatos del reallity recién desembarcaban en nuestro país- hace de Víctor Maytland una persona que siempre vio en el género del porno un puente para innovar sin por ello desplazarse un ápice de los códigos, convencionalismos y limitaciones propias. Todos esos rasgos si bien aparecen en la estructura narrativa del film no logran tener el peso adecuado para construir acabadamente al personaje, quien pese a su buena predisposición y naturalidad frente a cámara transparenta las coordenadas de un guión con demasiados subrayados. Caso contrario ocurre con el clima crepuscular y melancólico que lo rodea: desde esos cines olvidados donde se proyectan sus películas hasta su propia casa en la que aún se conservan los ya extintos vhs. Por eso Maytland como proyecto documental hubiese sido más atractivo que como la ficción que termina siendo. El relato focalizado en el director recorre el ocaso de un realizador que sueña con su película más ambiciosa y no encuentra el apoyo para producirla (buena elección de casting el facha Martel como productor oscuro) ya que el paradigma reinante del cine porno no contempla historias ni argumentaciones y mucho menos contextos políticos. De ahí el término Exxxterminio (asi se llamaba su último proyecto) no sólo para contextualizar una historia de amor y sexo en la época de los años de plomo con una militante torturada por un grupo de tareas que es rescatada por otro compañero que la había conocido en la proyección clandestina de La hora de los hornos, sino el del cine porno argentino que con esta elegía fallida e irregular le dice adiós a un director diferente.
Marcelo Charras, guionista de televisión fue también asistente del director Víctor Maytland. La primera intención del realizador fue la de rodar un documental, pero finalmente optó por una historia de ficción basada en algunos puntos clave de la vida de quien es la leyenda viviente del cine pornográfico en la Argentina, aunque sea originario de la Banda Oriental del Uruguay. El resultado ha sido una historia que no encuentra una definición del personaje y cuyo mensaje puede pasar inadvertido por carecer de contundencia narrativa. Esto también ocurre, como efecto deseado, en las producciones del género pornográfico, tanto en la Argentina como en el resto del mundo, donde las intenciones temáticas de fondo son minimizadas por las escenas de sexo explícito que, lógicamente, no poseen contenido argumental. Este el primer punto de conflicto en la trama principal. Maytlant (interpretándose a sí mismo) busca financiamiento para hacer una película que desarrolle un argumento con profundidad y que también contenga escenas sexuales. Su productor le remarca que los seguidores del género sólo quieren ver a los actores mientras tienen sexo y poco o nada les interesan las historias que puedan contarse. Paralelamente Charras muestra la relación del protagonista con su hijo. ¿Con cuántas preguntas sin animarse a manifestar puede vivir el hijo de un pornógrafo? ¿De qué manera el padre con esa profesión puede responder? Estas son cuestiones que mucha gente se hace. Llega el turno después a los actores que participan de estos filmes. Algunos pueden ser “fetiches” del director, otros mantendrán una mala relación con sus compañeros a pesar de tener sexo con ellos delante de la cámara. La conclusión del protagonista es de que el género de la pornografía ya casi se ha extinguido (certeramente la película que quiere realizar se titula “Exxxterminio”). En la era de internet con sus programas que permiten bajar al usuario la película que desee, a lo que se suma el porno amateur y la piratería, no es del todo descabellado pensar que la pornografía, como industria de películas de exhibición en salas, tiende a desaparecer,aunque ya existen otras alternativas (Ver en Información Complementaria). Y aquí se puede mencionar una subtrama inverosímil de la realización que se comenta y que es la del hijo del protagonista, de menos de treinta años, que realiza una infructuosa búsqueda de una copia de “Las tortugas mutantes pinjas” (1990). El guionista no tuvo en cuenta que ese filme se puede bajar de varias webs especializadas y que los jóvenes saben hacerlo fácilmente. Las actuaciones son desparejas, se luce Adrián Martel con el personaje del Productor que parece haber sido hecho a su medida. Víctor Maytland, como él mismo, sobreactúa. La labor más destacable es la de Francisco Trull como el hijo del protagonista.. Se ven en pantalla escenas de “Cosecha de lujuria” (2003) y de “Expedición Sex” (2003), realizaciones de Maytlant, y también de la mencionada sobre las tortugas mutantes que está considerada la primera película pornográfica argentina, aunque no lo sea. Marcelo Charras no ha podido darle un ritmo a su trabajo y su realización parece dirigida hacia la curiosidad que sienten los seguidores del género pornográfico, y las fantasías que en ellos provocan los actores y directores que participan del mismo. Y esa es la base para una calificación de esta obra cinematográfica.