Amores perros En su tercer largometraje, el portugués João Pedro Rodrigues -O Fantasma (2000) Y Odete (2005)- parece haber encontrado el equilibrio justo entre las dos fuerzas capitales de su cine: la cruda fisicidad de sus relatos y la mirada romántica con la que rastrea la tortuosa existencia de sus personajes, criaturas que viven "bajo la influencia" de trágicos embrujos sentimentales. Morir como un hombre, una suerte de fábula religiosa y psico-sexual que bascula entre el delirio onírico y el melodrama minimalista, retrata el via crucis que atraviesa Tonia (Fernando Santos), un viejo travesti enfrentado a las sombras que la culpa cristiana proyecta sobre su contradictoria identidad. Fascinado por los márgenes de la sociedad, por el extrarradio, por personajes que se refugian en una enigmática clandestinidad, Rodrigues inventa historias plagadas de presencias fantasmales y las ilumina gracias a la solidez de su propuesta formal, sostenida aquí sobre el uso riguroso del plano fijo, la apelación a una fragmentación bressoniana, el trabajo desnaturalizado (y espléndido) de los intérpretes y algún que otro guiño al imaginario hitchcockiano. (Esta reseña se publicó durante el BAFICI 2010)
Luego de 20 años de vida transexual Tonia se encuentra envejeciendo, cansada, llena de miedos, pero aún intentando sostener una apariencia femenina que insiste en desmoronarse a pesar de sus esfuerzos. Así como ella misma no termina de resolver el problema de su identidad, los vínculos con su hijo y su pareja no consiguen definirse, situación que parece perpetuarse sin ninguna solución. De allí la melancolía y la desazón que predominan a lo largo de la película, y que llevan a la protagonista a afirmar que más allá de sus esfuerzos nunca nada cambiará, que todo siempre permanecerá igual. A esto se suma su vergüenza, “vergüenza de ser todo y no ser nada”. Llegada a este punto de su vida Tonia deberá tomar una decisión por demás simbólica, extraerse o no las siliconas de los pechos que le han producido una infección y que le acarrean un tremendo dolor y con esto resignarse a perder aquello por lo que ha luchado tantos años. ¿Qué implica ser una mujer? ¿Qué peso tienen las apariencias? ¿Cuánto de lo que hacemos es para convencer de algo a la sociedad y cuánto para convencernos a nosotros mismos? Un costado muy humano y vulnerable de la transexualidad se muestra en este film de João Pedro Rodrigues, donde la ficción se entrecruza con lo fingido y con lo anhelado por los personajes, que se irán desplazando entre varios niveles de representación de forma simultánea. Como nota final resulta interesante señalar la ausencia absoluta de mujeres en una película donde sus personajes se encuentran persiguiendo la feminidad.
Lo inigualable Película y personaje caminan con zapatos de tajo aguja, haciendo equilibrio, y todo el tiempo parece que van a desplomarse sobre el suelo de Lisboa. Pero el director y su criatura nunca se caen: saludan con dignidad y convierten al film en una de las reflexiones más inteligentes que el cine haya ofrecido sobre el tema del cambio de sexo. O, más precisamente, sobre el doloroso trabajo de ser único. Morrer como un homem (Morir como un hombre) narra la historia de Tonia (sublime Fernando Santos), un travesti que trabaja como drag queen, tiene un hijo soldado y un joven amante drogadicto. Al principio (debo reconocerlo) creí que se trataba de otro ejercicio de glamorización del ser transexual, otro regodeo promiscuo en el exotismo de plumas y siliconas. Pero Tonia deja pronto de ser un rótulo para abrirse a una complejidad exquisita. João Pedro Rodrigues parte de los tópicos conocidos para demostrar que apenas hemos bordeado la orilla de ese mundo. Pienso, por ejemplo, en todos esos azules, amarillos y rojos fuertes que saturan la imagen y quieren arrastrar el ánimo hacia la fiesta, cuando a la vez todo lo que rodea a Tonia es pura angustia, humillación y violencia. O pienso en esa luna gigante y naranja que quiere ser bola de espejos, cuando lo que se viene un segundo después es un tristísimo musical quieto en medio de un bosque. Es que ella/él se está despidiendo. El cuerpo llama. La naturaleza planta su bandera. Mientras corrían los títulos finales, lo imaginé a Fassbinder montado en una nube sobre Buenos Aires, llorando y aplaudiendo como loca ante esta obra maestra. En una de las primeras escenas, un médico pliega un pedacito de papel como si fuera a armar un avioncito. En realidad está explicando cómo un pene se puede transformar en clítoris. No es que la ciencia esté acompañando los cambios culturales: la cirugía es un negocio y no le pidan sensibilidades. El film se ocupará de describir que vivir con un cuerpo artificial no es tan sencillo, porque la biología dice que Tonia nació hombre y esa es la verdad que Rodrigues pone en primer plano. En este sentido, su postura es realista al extremo de desafiar las consignas meramente voluntaristas de la militancia gay, y las supera porque se hace cargo de lo fundamental. Tal vez las Tonias de este universo no puedan nunca ser madres o padres clásicos. Tal vez deban ser las dos cosas a la vez, o un sujeto complemente nuevo. ¿Quién sabe? A la naturaleza no le interesa entenderlo. La ciencia todavía no puede. Un ser inigualable como Tonia solo puede ser concebido por el arte, el único instrumento que puede hacernos parir lo que aún no existe pero quiere nacer.
La vida y todo lo demás El realizador portugués João Pedro Rodrigues , que ha dado películas claves para la historia del cine contemporáneo como O Fantasma (2000) y Odete (2005), nos muestra la cruda realidad de la decadencia de un travesti en su último y más visceral opus cinematográfico. Morir como un hombre (Morrer como um homem, 2009) es una suerte de fábula urbana protagonizada por seres extremadamente radicales, pero que en nada difieren de la realidad. Tonia (Extraordinario trabajo de Fernando Santos) es un travesti mayor que espera la operación de cambio de sexo. Durante toda su vida se ha mantenido gracias a un espectáculo de café concert que ella misma ha montado y que el paso del tiempo lo volvió tan decadente y obsoleto como ella misma. Su vida transcurre entre shows y la vida hogareña con Rosario, un novio más joven adicto a las drogas, un hijo homofóbico y una pequeña perra. Así es la vida de Tonia, una vida como la de todos y la de ninguno. Morir como un hombre alcanza el equilibrio justo cuando se contrapone el conflicto con la forma que Rodrigues elige para llevarlo a escena. Imágenes plagadas de un extraño romanticismo –la escena de la canción en el bosque es uno de los momentos más abstractos y bellos que ha dado el cine en mucho tiempo- para representar la tragedia en la vida de estos seres marginales. Tragedia que no es propia de la marginalidad sino de la propia naturaleza humana y es ahí donde el film toma un valor único. Ser travesti no es fácil pero tampoco lo es ser hombre o mujer. No es fácil ser padre y no es fácil ser hijo. No es fácil vivir como tampoco lo es vivir. Todos estos tópicos João Pedro Rodrigues los exterioriza en situaciones que por momentos podrían rondar lo absurdo y banal, pero gracias a su maestría y la utilización de planos fijos, colores saturados y una banda sonoro exacta no llega a esa etapa Habrá quienes comparen la película con Almodóvar, de hecho hay elementos para relacionarlo: el travestismo, las drogas, las citas cinéfilas o el padre travesti tal como sucedía en Todo sobre mi madre (1999) pero que resultan comparaciones vacías o sólo temáticas ya que el cine de Rodrigues difiere en su todo. Morir como un hombre está lleno de imágenes que trasgreden lo políticamente correcto y el realizador juega con ello. No como efecto sino como lo que es, lo real. Un cuerpo desnudo, un homofóbico teniendo sexo con otro hombre, un adicto inyectándose, imágenes fijas, muchas veces lejanas, obscuras, fuera del campo visual pero que ponen de manifiesto una realidad, ni distinta ni igual, sólo real. Muy pocas veces uno tiene acceso a este tipo de estrenos tan únicos y radicales que revalidan ese amor por el cine que se creía perdido. Morir como un hombre es una de los grandes estrenos del un año que acaba de comenzar y que por ahora no nos ha dado grandes sorpresas. Nota: Por la belleza de sus imágenes es recomendable verla en cine, aunque lamentablemente sólo se estrena en DVD.
La Vida es un Calvario (Advertencia: te cuento un poco el final; a mí me pasó lo mismo pero no me avisaron) Gamusino: Animal imaginario, cuyo nombre se usa para dar bromas a los cazadores novatos. La broma más habitual consiste en convencer al novato de que el gamusino es un animal esquivo que sólo puede cazarse de noche. Morir como un Hombre es una de esas películas que me hacen amar aún más el cine y querer hacer crítica. Tiene tantas cosas que no sé ni por dónde empezar. Tonia es un travesti en constante conflicto con su realidad sexual: el miedo a operarse y cambiar de sexo, por un lado; el deseo de su novio Rosario de que ella se convierta, de una vez por todas, en una mujer, por otro. Durante más de la mitad de la película nos adentramos en el trágico mundo de Tonia: un trabajo como drag queen en un espectáculo que empieza a preferir artistas mas jóvenes que ella; un hijo drogadicto y criminal, con una gran conflictiva de identidad sexual, de la cual responsabiliza a su padre; y, su peor tragedia, su novio Rosario, adicto a la heroína, a quien Tonia trata, a lo largo de toda la película, de rescatar de las drogas. Tonia siente gran devoción por él y es capaz de tolerar hasta las más aberrantes humillaciones y degradaciones, al punto de perdonarlo cuando quema a su amada perrita Agustina. En un momento determinado, empezamos a ser testigos de cierta transformación en Rosario; comienza a dejar las drogas, vuelve a trabajar (era vestuarista en el espectáculo de Tonia) y empieza a tratar a Tonia de otra forma. La película también empieza a mutar; ya no estamos frente a una historia lúgubre y angustiante, y la tragedia empieza a quedar atrás para dar paso a otra estructura narrativa y a otra estética. Tonia y Rosario se van de viaje, y ese viaje se ve interrumpido por lo que considero el mejor momento de la película, un punto de inflexión, un interludio, a partir del cual nada vuelve a ser lo que era. En el medio de un bosque, en una casa que ya habíamos visto al principio de la película –cuando el hijo de Tonia, en medio de una práctica militar, mata a uno de sus compañeros luego de haber tenido sexo con él– conocemos a María Bakker. Justamente, en la puerta de su casa, está enterrado el soldado “que cayó muerto del cielo”. Y quedamos perplejos, desconcertados, pero a la vez maravillados, ante este personaje exótico, una artista, una cantante, también travesti, que vive con Laura, su ayudante, otro travesti, a quien su padre golpeaba cuando era chica “para hacerla hombre”. No llegamos a entender bien el porqué del encuentro con María Bakker (el director de la película, João Pedro Rodrigues, se refiere a ella como “un doble más sofisticado de Tonia”), pero eso no importa, porque nos zambullimos en esa historia y nos deleitamos ante un sinnúmero de escenas extraordinariamente hermosas y, a la vez, misteriosas. La relación entre María y Laura también es muy extraña, con una mezcla de sumisión, perversión y amor que no llegamos a descifrar del todo. En cierto momento, llega el Dr. Felgueiras y salen todos a cazar gamusinos. ¡Qué escena increíble, por favor! Un plano fijo, de 4’30’’ de duración, que encuadra a todos los personajes –menos a Tonia que no está presente– sentados en el bosque, con la canción “Calvary” de Baby Dee que suena a todo volumen; toda la pantalla se tiñe de rojo, y nos quedamos ahí, junto con ellos, contemplando el cielo, inmersos en ese momento de éxtasis, paz y profunda dicha. La melodía es terriblemente triste, la letra, desgarradora, y la voz grave de Baby Dee nos trasmite millones de sensaciones, nos llega al alma hasta conmovernos, en una mezcla de Gospel y canción de cuna; y escuchamos una y otra vez los versos y nos transportamos a otro mundo, al mundo de los gamusinos, al mundo de lo imaginario, de lo fantástico. Baby Dee, una artista transexual de performance, escribe en el blog de uno de sus fans: “…hay una película en cartelera, maravillosamente larga, lúgubre y trágica (llena de sexo gay explícito), que usa una canción mía de una manera sorprendente”. Con respecto a esta escena, Rodrigues dice que la idea era darle a la película un aire de género musical y film mudo, en los cuales la acción se detiene cuando suena la música, y a la vez introducir esta sensación fantasmagórica que brinda el bosque y el misterio que él encierra. El uso de la música en la filmografía de Rodrigues es bastante particular; las canciones acompañan escenas, como la del bosque, de extrema quietud y de cierta experimentación, y en general provocan un quiebre en la estructura narrativa. En muchas escenas, son los personajes quienes interpretan temas musicales, ya sea cantándolos o tarareándolos. Este rasgo, entre otros, hace de Rodrigues un director poco convencional. Si bien muchas veces se lo compara con Pedro Almodóvar, Rodrigues hace brillar sus películas gracias a su audacia, su realismo y su retrato crudo y carnal de las historias que filma, características que lo diferencian del mencionado director español. Tanto en Morir como un Hombre como en sus dos películas anteriores, O Fantasma y Odete, aborda temáticas controversiales (transexualidad, prostitución, homosexualidad, perversión) pero logra escapar de los clichés en los cuales suelen caer las películas de ese estilo. El hecho de no mostrar a Tonia sobre el escenario es una excelente maniobra para escapar del estereotipo del drag queen. En sus películas no hay juicios de valor, no hay apreciaciones morales, solo la representación de la usualmente trágica vida de sus personajes. Y, volviendo a la magia de la escena de “Calvary”, y como bien dice Baby Dee, la película es todo eso: lúgubre, trágica y sorprendente. Y esa paz y esa serenidad que sentimos a partir de esa escena inundan el resto de la película hasta el final, un final trágico, sin dudas, y conmovedor, en el que Tonia decide, ya que ha vivido como una mujer (o ni siquiera, porque no ha sido “ni carne, ni pescado”), morir como un hombre, con todo el dolor del mundo por no haber podido cumplir su sueño de ser mujer, por no haber podido escapar de su destino, pero con el consuelo de tener a Rosario, incondicional hasta la muerte, junto a ella. “Levanta tu cruz y sigue, ¿no me quieres seguir? Despierta, despierta en medio del dolor, despierta en medio del Calvario.”
El cielo y el infierno La historia de un travesti en un sorprendente filme portugués. La historia de un travesti en decadencia. Un melodrama familiar. Una película sobre los conflictos de una pareja. Un filme bélico. Un musical. Todo eso puede ser Morir como un hombre , la extraordinaria película del portugués Joao Pedro Rodrigues. Ambiciosa e íntima a la vez, abrumadora y emotiva, la película se centra en Tonia (Fernando Santos), un travesti que ve que se acercan sus últimos días como estrella de shows. Por la edad y las enfermedades, ya no puede competir con las figuras más jóvenes que le van quitando espacio. Y un implante de siliconas que se hizo se le complicó y ha desarrollado un cáncer con malas perspectivas. Los problemas de Tonia no acaban ahí: su hijo no lo acepta, mientras que su pareja más joven (y adicta a las drogas) insiste en que se haga una operación para cambiar de sexo, lo cual deriva también en problemas entre ambos. La situación no es fácil para la torturada Tonia, pero Rodrigues crea un universo alrededor suyo a mitad de camino entre la magia y la pesadilla, mezcla de Almodóvar con Ripstein: una atmósfera recargada y oscura rodeada de momentos luminosos ligados en buena parte a algunos números musicales (un tema de Baby Dee, escuchado íntegramente por los protagonistas en un plano secuencia, y un fado sobre el final se destacan especialmente) y a una puesta en escena que enorgullecería al Fassbinder más desbordado. Rodrigues lleva a sus personajes a confrontaciones personales (entre padre e hijo, en la pareja, en el trabajo), los muestra en su intimidad, nos lleva con ellos a un viaje casi onírico y nos sumerge en ese submundo de triste belleza de manera casi impresionista, saltando de escenas con una lógica narrativa alejada de todo realismo. Morir... es una fábula acerca de un personaje único en una película que no se parece a ninguna otra que haya pasado por los cines locales recientemente. Una drag queen que intenta conservar su dignidad, recuperar las piezas de un rompecabezas desarmado antes de lo que parece una partida segura, y a la vez entregarse a los placeres sensuales que todavía el mundo le puede ofrecer. Acaso el único “pecado” de Rodrigues es terminar convirtiendo a Tonia casi en una santa, suerte de martir religiosa que lleva en su cuerpo cada vez más frágil, todos los dolores del mundo. Pero nunca cae del todo en la conmiseración. Hay algo de pureza, de inocencia, en su existencia, en su forma de ver al mundo, que la torna menos una figura icónica que una persona reconocible, dañada. Morir como un hombre , finalmente, es una elegía: a una época, a un tipo de figuras, a una generación. Es como una balada al piano, con momentos oscuros y tenebrosos, pero teñida de luz, de pasión y de enorme cariño.
Cuando la verdad se construye a puro artificio Con una imaginación y una libertad fuera de lo común, el director de O fantasma reelabora, como Fassbinder, las delicias y dolores del melodrama clásico y entrega una película difícil de olvidar, que ya se perfila como uno de los grandes estrenos del año. En la primera escena de Morir como un hombre, un pelotón de soldados realiza una serie de maniobras nocturnas en el bosque. Bajo el refugio de la oscuridad, dos jóvenes se alejan del grupo para disfrutar de un poco de sexo veloz. Tiempo después, el dúo se topará con una casa de campo habitada por una pareja de travestis, cortando a seco el tono que el relato venía practicando en esos minutos seminales. Uno de los soldados transformados en circunstanciales voyeurs es Zé Maria, quien eventualmente se revelará como hijo de Tonia, la drag queen protagonista del tercer largometraje de Joao Pedro Rodrigues, una película difícil de olvidar y sin lugar a dudas uno de los grandes estrenos de este 2011 que recién comienza. Luego de los breves títulos de apertura un plano detalle muestra, en pocos pasos y con un simple trozo rectangular de papel, cómo transformar un pene en vagina, al mejor estilo origami. Los cambios de registro serán una de las marcas de estilo del film de allí en más, logrando que cada fotograma sea, al mismo tiempo, una auténtica sorpresa y una consecuencia directa y pertinente del anterior. Una de las tantas virtudes de un film que logra reconocerse como deudor de géneros y estilos del pasado (comenzando por su anacrónico formato cuadrado de exhibición 1.37:1) sin caer en momento alguno en el homenaje llano. La historia de Tonia, el travesti veterano que desea realizarse un cambio de sexo luego de años de dudas al respecto (notable interpretación de Fernando Santos), podría definirse como un melodrama. Su relación emocional límite –peligrosa, por momentos– con Rosário, el modisto con quien convive, se ve acechada por la adicción del joven a las drogas duras. Pero además están las discusiones y peleas, la lucha contra el egoísmo, la búsqueda de la libertad dentro de una vida compartida. La primera mitad del relato sigue a Tonia, Rosário y Zé Maria –el hijo pródigo regresado para enfrentarse con su pasado y también su futuro– en una vida cotidiana que alterna las tardes en el pequeño patio poblado por plantas y flores, las noches en el camarín del boliche y el trasnochado dolor que sólo dos verdaderos amantes pueden infligirse. Resulta notable la manera en la cual el realizador utiliza elementos visuales y narrativos que podrían interpretarse como clisés –el perrito caniche, los diálogos envidiosos entre drag queens– para hacer de ellos algo genuino y sentido. Por momentos, la historia recuerda a algunos films de Fassbinder. Y así como el realizador alemán había bebido de las fuentes de Douglas Sirk para reelaborar las delicias y dolores del melodrama clásico, también Rodrigues mira hacia atrás para gestar y parir algo nuevo y personal. Algo similar ocurría en O fantasma, ópera prima del portugués vista en algún lejano Bafici, pero los tonos densos y opresivos de aquella son reemplazados por una humanidad que combate y logra triunfar sobre la oscuridad, incluso en los momentos más tortuosos de Morir como un hombre. Para cuando Tonia y Rosário inicien una breve excursión al campo, Morir como un hombre ha sabido crear algo más que personajes: seres de carne y hueso tan particulares como ordinarios, terrenales y al mismo tiempo bigger than life. Más allá de una capa externa que ofrece sus dosis de lentejuelas y lip sync, no hay aquí un solo vestigio de pseudo-sensibilidad queer diseñada para el consumo masivo. Alrededor de la marca de los 70 minutos, poco más de la mitad del metraje, la narración pega un golpe de timón y atrapa a los protagonistas en una suerte de espacio mítico, la misma casa rural del comienzo del film, regenteada por un travesti amante del idioma alemán y el histrionismo culto. Como en una cruza imposible entre una sitcom y las comedias tardías de su coterráneo Manoel de Oliveira, Rodrigues juega con los personajes y los espectadores, haciendo de una salida nocturna en busca de luciérnagas el punto de partida de la aparición de lo fantástico. El plano-secuencia con cámara fija y un sencillo filtro rojo que altera la imagen con tonalidades extrañas –recurso antiquísimo que adquiere aquí nueva vida–, mientras de fondo se escucha un bellísimo tema del artista transexual Baby Dee, es una de las escenas más emocionantes e indescriptibles de este film único. Precisamente, el uso de canciones populares –del hit ochentoso “Total Eclipse of the Heart” a baladas portuguesas contemporáneas– es otro de los logros de Morir como un hombre, detalle musical que la emparienta con otro gran largometraje portugués reciente, Aquel querido mes de agosto, de Miguel Gomes. Luego del viaje y una simbólica exhumación de recuerdos llegará el momento de la tragedia, anunciada tempranamente en el relato e incluso desde el mismo título. Morir como un hombre no pierde ni siquiera entonces su placidez poética a pesar de la literalidad del último acto, en otro giro narrativo y emocional que, a pesar de las terribles implicancias, nunca dispara munición gruesa sobre el espectador. No hay contradicción alguna entre los términos: hay mucha, muchísima verdad en esta película que hace del artificio, la imaginación y la libertad creativa una de sus armas predilectas.
Lisbon Story. La vida nos da sorpresas: cuando ya nos habíamos olvidado del asunto, se estrena la mejor película vista en el Bafici 2010. Formalmente libre y temáticamente sorprendente, la película de Rodrígues sigue a su protagonista, una travesti cuarentona llamada Tonia, por las calles gélidas de una Lisboa desconocida y bellísima. Morir como un hombre resulta ser un objeto prismático, capaz de descomponerse en tonos y gestos múltiples que se ofrecen como certificado de la voracidad inclaudicable del cine; la película puede estallar de colores o descender al tranco secretamente melancólico de una balada pop, pero jamás se desentiende de su protagonista y decide quedarse siempre de su lado, atenta al menor parpadeo de su irresoluble tragedia íntima. En tanto, como un eco lejano, el mundo de las afueras de la ciudad, con su música sediciosa, plena de un erotismo descangayado, y su naturaleza palpitante, entrega un espejismo de sosiego y salvación que al final termina obrando no como revelación sino como confirmación de la realidad del propio cuerpo vilmente atrapado en la celada del destino y de la biología. En una de las escenas del año, un larguísimo plano secuencia en medio del bosque, musicalizado con una canción de rock hipnótico, resume el estupor y el misterio del cine, que se postula como herramienta de conocimiento frente al mundo con una suficiencia que no está seguro de poseer. Como en O fantasma, un trabajo anterior del director, la radical soledad del personaje principal de la película no hace sino acentuarse a cada paso, acuciada por la indecisión y la violencia. Tonia tiene un hijo que acaba de desertar del servicio militar y un joven novio adicto a la heroína que le hace también las veces de modisto. El director resuelve tres o cuatro escenas de comedia con un humor genuino y zumbón, pero enseguida retoma el cauce de su tema principal. Tonia parece condenada a atraer sin descanso el drama hacia sí, y Rodrígues desdeña para ella cualquier rasgo de optimismo redentor: no duda, en definitiva, a la hora de asomarse a la insalvable tristeza de ese rostro que se mira repetidamente al espejo y que no puede menos que reconocer al sujeto inconsolablemente escindido que lo habita. Con vehementes síntomas de melodrama, esta película extraordinaria convierte a sus adorables protagonistas en el eje de una política del cuerpo en la que el color rebosante y la música popular ofrecen breves chispazos de calor a modo de consuelo (en lo que aparenta ser una verdadera marca de fábrica del cine portugués reciente). De paso, parece establecer la imposibilidad de la unión de los personajes al tiempo que no se priva de regalarles un encuentro último, extático y ligero, en forma de corolario. El final es agridulce: eso no puede ser completamente la muerte; eso que vemos, con todos sus fastos, es la consumación definitiva de un anhelo desesperado, así que no puede ser la muerte. El final es una sonrisa que duele en la cara.
MORRER COMO UM HOMEM no es un fado, tampoco una balada y mucho menos un tango: hereda la melancolía de todos ellos y la transforma en una voz universal sobre la tristeza de los hombres. Tampoco es un melodrama, una comedia o un musical, porque MORRER COMO UM HOMEM es un río con rápidos vehementes y remansos crepusculares. Y es un río que cuando besa la costa descubre duendes y vagabundos perdidos y florcitas silvestres y plegarias atendidas. MORRER COMO UM HOMEM no es una película sobre la muerte, trata sobre vivir como uno quiere, sobre existir como uno puede, sobre irse con dignidad cuando nos llegue la hora y sobre ser auténticos todo el tiempo, porque Dios siempre nos lo permite. Es una película bella porque la belleza es superior a la hermosura y a la juventud, es un paseo por el alma de la gente, una canción que se canta contra la ventana cuando llueve, en un susurro, aunque alguno nos haga callar. Lo más importante es que es una gran película, de esas que no se olvidan tan fácil y cuyas imágenes se tornan indelebles en nuestra experiencia.
Tacones Cercanos. El tercer largometraje del portugués Joao Rodrigues (O Fantasma y Odette), es una de esas películas que requieren de varias horas para procesar y digerir lo visto. La multiplicidad de estímulos y climas que se viven durante esos 130 minutos hacen que uno salga de la sala de cine un tanto shokeado y extraviado por lo presenciado. Estamos frente a una obra que nos remite a la crudeza casi abyecta de Iñárritú, lo absurdo y tragicómico de Almodóvar y el fuerte componente melodramático de Fassbinder. Durante la mayor parte del tiempo somos testigos del típico realismo europeo pero con altos momentos de un maravilloso onirismo oriental. Esta ensalada de estímulos, es la esencia misma de un film que transmite lo más singular e incierto de la existencia humana, plagada de dualidades y multiplicidades que se confrontan. Vida y muerte, hombre y mujer, padre y madre, hijo y amante, homo y heterosexualidad. Con todos estos modelos convivimos internamente y por más que intentemos reprimir alguno de ellos, siempre salen a la luz sin darnos cuenta. Tonia es una travesti que resiste a realizarse la intervención quirúrgica de cambio de sexo. A pesar que su amado Rosario se lo pida, con el cual ella se somete a las más aberrantes humillaciones, hay un punto donde pone un límite y es ese mismo, el de transformarse biológicamente en una mujer y ceder el único rasgo de virilidad que supuestamente le quedaba (el órgano genital). El hijo de Tonia, Zé Maria es un joven con conflictos importantes en su identidad sexual, reniega de ella, así como reniega de su padre travesti. Zé Maria demanda un padre pero Tonia quiere ser una madre. La solución para Tonia en este conflicto, la encuentra con su enamorado Rosario. Adopta una posición maternal en este vínculo amoroso con un joven adicto a la heroína, que le hace las mil y una, pero ella se banca todo heroicamente, cual madre abnegada e incondicional. Durante el extenso primer tramo del film, nos adentramos en la dolorosa vida de Tonia, desde un realismo por momentos abrumador que no es fácil de sobrellevar para el espectador. Primerísimos planos detalles, encuadres fijos, varias lindas canciones y en general melancólicas que suenan diegéticamente. Rodrígues apela a muchos recursos clisés: personajes marginales, la travesti rubia, cual diva, con su caniche amado, las drag queens competitivas y maliciosas, cierta promiscuidad sexual y teniendo en cuenta que es un film portugués destinado a festivales internacionales, varios cameos de imágenes de Cristiano Ronaldo. Lo interesante, viene pasada la hora del relato, hay un cambio estético y narrativo que no sólo es un alivio ante tanta crudeza que se venía tornando insoportable, sino también resignifica esa supuesta obviedad estereotipada del comienzo. El viraje de la historia nos sorprende con una maravillosa fotografía de escenarios naturales, el encuentro con dos nuevos personajes riquísimos, quienes nos hacen reír y mucho, después de tantos minutos de tensión. El realismo inquietante inicial le va dando espacio de a poco a mayor simbolismo, culminando con una de las escenas más bellas y adorables que se han visto en la pantalla grande: un plano fijo de varios minutos de duración donde todos se quedan estáticos, la iluminación adquiere una tonalidad rojiza, mientras se escucha una muy pero muy hermosa melodía de Baby Dee. Los personajes ya no serán los mismos, la historia tampoco, el dolor existencial irá tomando otro rumbo y habrá lugar para nuevas emociones y estados, a pesar de la tragedia inminente. Hasta los trabajos actorales toman otra fuerza, en un primer momento no eran convincentes, cierta dureza de la trama parecía que alienaba a los protagonistas, los cuales se mostraban corporalmente rígidos, pero afortunadamente la cosa cambia y el registro interpretativo transmite verdaderas y nuevas emociones. Morir como un Hombre, no es una película concorde, tampoco es contradictora, es un reflejo de la vida, donde coexisten un sin fin comportamientos aparentemente opuestos en la superficie pero complementarios en lo más profundo. Un hombre tiene que ser bien macho para calzar esos tacos ¿o no?.
Esta película fue exhibida en la última edición de BAFICI, donde las opiniones de los espectadores fueron muy dispares, y su director asistió al mencionado festival. El filme que se comenta se estrena en la Argentina en una época donde un tema gay ya no causa ni escándalos ni censuras, aunque todavía existan algunos integrantes de la Comunidad Homosexual que viven con una relativa marginalidad social y en la lucha por su reconocimiento como lo son las travestis. En la actualidad el imaginario colectivo argentino ubica a los hombres que se travisten en el ámbito de la prostitución, pero históricamente, cuando usar ropas "de otro sexo" estaba penalizado, se las ubicaba en el medio artístico con cuadros revisteriles llenos de glamour con plumas amazonas multicolores, movimientos sensuales y vestidos de lamé, aunque la mayoría no sabía cantar y muy pocas habían tomado clases de danza. Las poquísimas que llegaban a tener notoriedad era porque su transgresora personalidad se imponía en el escenario. Llega a Buenos Aires poquísima cinematografía portuguesa y en esta oportunidad lo hace con un melodrama queer y la calificación no responde sólo a la temática sino también a la rara manera en que la misma fue desarrollada por el director João Pedro Rodrigues. La trama tiene un tratamiento melodramático cercano a la tragedia, con soporte de realidad pero sobrecargado de escenas inverosímiles y simbología cinematográfica. La historia nos cuenta lo que le sucede a Tonia, ícono dragqueen de Lisboa en la década de los ´80, que vislumbra el final de su carrera. Su pedestal artístico recibe los continuos embates de las travestis más jóvenes. Su amante, que realmente la ama, es un joven drogadicto, que para no enfrentar su propia bisexualidad le reprocha a Tonia no decidirse a "ser mujer" (operación mediante) y continuar siendo "un hombre". Ella íntimamente sabe que nunca tomó la determinación de operarse porque siempre prevaleció en su psiquis la premisa social que su familia le inculcó: es un hombre y debe morir como tal. Y como un hombre ha tenido un hijo, un muchacho que nunca pudo aceptar la orientación sexual de su padre y se refugia en un "bosque encantado" (vuelo simbólico del director) en el que tendrá una relación homosexual como activo (una forma de "dominar" a su progenitor), pero de la que no quiere que queden rastros. A Tonia su endeble situación laboral la hace llegar a crisis sentimentales y metafísicas. Junto con su amante emprende un viaje. Una forma de huir de la realidad. Pero se pierden en el camino y llegan al mismo "bosque encantado" donde se encontrarán con María, otra travesti. Esta es la imagen de sí misma que Tonia visualiza en su futuro. Sola, aislada, fuera del mundo, en un bosque irreal del que no quiere salir, aunque lo más seguro es que si quisiera irse de allí no lo lograría. Recién cuando muera como un hombre Tonia encontrará la absoluta libertad y podrá cantar sus canciones con espontaneidad. Rodrigues ha hecho un tratamiento visual de la soledad de su protagonista, la soledad de las travestis en las batallas por reconocerse, aceptarse y encontrar un lugar en una sociedad que las deja solas en su lucha. El realizador pone de manifiesto la marginalidad de las vidas de sus personajes. También hay manifestación de lo mismo en la música que utiliza y en las canciones que pertenecen a artistas populares portugueses que son mirados despectivamente por casi todos los círculos sociales. El elenco es muy homogéneo, sin sobreactuaciones, aunque se pueden observar el uso de algunos estereotipos desde la marcación. Es dable reiterar que el espectador se encontrará ante una película con una construcción narrativa "rara" con escenas fantásticas y otras que muestran la cruda realidad que viven los personajes. Los cinéfilos pueden encontrarla un poco extensa. No está dirigida, como podría pensarse, a la comunidad gay ni tampoco es una denuncia, ni una critica. Es una vidriera para que la sociedad mire. El hacerlo con curiosidad o comprensión dependerá de cada espectador.
La vida de un personaje Suerte de ama de casa insegura y coqueta en cuerpo de hombre, Tonia se presta al estereotipo. Sin embargo, el director Joao Pedro Rodrigues (1966, Lisboa, Portugal) y el actor Fernando Santos evitaron los habituales clisés, recorriendo la conflictuada existencia de este veterano travesti no en puntas de pie pero sí con paso lento y sereno. Y lograron esa proeza, tan propia del (buen) cine, de construir un personaje que, haya existido o no, cobra vida en la pantalla, al punto de llevarnos a seguir con atención sus pasos, conmovernos con sus problemas, preocuparnos por su destino. Tonia no encarna valores emblemáticos: sus contradicciones están a flor de piel, su sensibilidad se revela a través de gestos insignificantes (como el encuentro con viejas fotografías o con un perro callejero) y su vulgaridad se confunde con la riqueza que –como la de cualquier ser humano– tiene su vida, simple y compleja a la vez. A través suyo, sin embargo, el film permite reflexionar sobre los designios de la sexualidad, el miedo a los cambios, el peso de la religión catòlica, la paternidad, el amor, la vejez y la soledad. Otros personajes que lo/la rodean han sido desarrollados con la misma lucidez, como Rosario, su modisto y “amante”, especie de niño salvaje (en el sentido menos glamoroso del término) que también sobrevive como puede en los márgenes de la sociedad, entrando y saliendo con indiferencia de su adicciòn a las drogas y de la vida de Tonia. Buena parte de la seducción que ejerce Morir como un hombre (que se estrena ahora después de la repercusión alcanzada en la última edición del BAFICI) proviene de la modalidad de su construcción. El film de Rodrigues bordea lo cursi, roza la crudeza y sobrevuela la matriz del melodrama romántico sin regodearse con ninguno de esos elementos, agregando, al mismo tiempo, atmósferas irreales y componentes de fábula. Si en el comienzo la cámara se pasea inquieta, sensual –al igual que un grupo de soldados– entre el follaje nocturno, en medio de cantos de grillos y miradas huidizas, generando la sensación de un paraíso perdido, no es distinto el estado cuando Tonia y Rosario, desviándose del camino, se dejan llevar por la mansa belleza de un bosque que resulta ser el mismo, ahora soleado y silencioso. El plano secuencia que muestra distraídamente a Tonia recogiendo flores y al chico arrojando piedras al agua, es de un lirismo extraño, inesperado. Parece haber algo mágico en ese lugar, que deriva en el encuentro con un travesti ridículamente impostado y su pareja, seguramente lo menos convincente del film en términos dramáticos (también hay descuidos en la elaboración de una fotografía que se muestra en primer plano y en la forma de simular, montaje mediante, el cuerpo debilitado del opulento protagonista). Algunos recursos formales pueden discutirse sin ser acusados de artificiosos: virajes de color, ruidos y voces fuera de campo, el congelamiento de la acción mientras se escucha (completa) una canción, la reunión de varias situaciones e ideas en un solo plano secuencia, juegan con la percepción del espectador, invitándolo a completar lo que imagen y sonido le sugieren. Sin erotismo edulcorado ni excesos de sordidez, Morir como un hombre mantiene en off todo lo que distraería innecesariamente (el público del cabaret, la ex-mujer): el mismo hijo de Tonia es una figura elusiva, como un deseo o un recuerdo que se escapa. Desprende, en cambio, algunos destellos de humor, por ejemplo ironizando sobre la ambigüedad de roles de los personajes. En este sentido, el plano de las manos de un médico explicando una operación de cambio de sexo como si estuviera armando un avión de papel, exhibe una gracia y falta de solemnidad admirables, confirmando que para Rodrigues seriedad no es lo mismo que gravedad, ni mucho menos falta de libertad.
La visión de un nuevo referente de cine europeo. Un film que generó gran impacto en el último BAFICI (Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente) obteniendo únicamente el premio a mejor película en la sección de Cine del Futuro. Mientras que fue elegida para representar a Portugal en la futura entrega de los premios Oscars, aunque lamentablemente quedó fuera. “Morrer como um Homem” es (para mí) una gran tragimelodía (si, así cómo lo leen) sobre el amor, el odio, el sexualidad y la identidad, mezcla de una tragedia con una comedia, pero tan cruda y real que la sonrisa que puede darnos es solo para alivianar tanta tensión. El director João Pedro Rodrigues lleva adelante la historia de Tonia, un transexual mayor que tiene dudas en cambiar físicamente su identidad y que vive enamorada de Rosario, un joven drogadicto que la enceguecerá por momentos, pero que será la persona que la acompañará en un largo trayecto que incluye su debacle como artista de cabaret, la búsqueda de una identidad perdida y el enfrentamiento de una grave enfermedad. El relato crudo sobre los problemas que Tonia, se mezcla con algunas escenas liberadoras donde se cruza con la señora María Bakker, otro transexualr con carisma y gracia muy particular, que ayudará a Tonia en el momento menos esperado: un viaje que será como el momento más onírico del filme y el que con más agrado recuerdo. La actuación de Fernando Santos como Tonia es excelente, acompañado por otra muy buena actuación de Gonçalo Ferreira de Almeida como María Bekker (un personaje que en Portugal es muy conocido y que aparece en televisión). João Pedro Rodrigues cuando vino a presentar el film a Buenos Aires para el BAFICI, aportó mucho en entrevistas para entender cómo la realizó , manifestando que la lucha que tenía Fernando Santos como Tonia era similar a la que vivía como transexual, ya que tenía dudas sobre cambiar su sexo como su lucha interna por querer ser una mujer en un cuerpo muy masculino ( “de camionero” declaró Rodrigues). Eso sin dudas, es un aporte maravilloso para la narración, porque las sensaciones y angustias del personaje son las mismas del actor (un mix de ficción y realidad en cada fotograma y permiten que la cinta sea absolutamente creíble e impactante. ) De los estrenos independientes, “Morrer como um Homem” es un film maravilloso, que realmente vale la pena ser visto. Una manera extraordinaria de mostrar la vida de aquellos que han decidido hacer frente a las diferencias que la sociedad impone, cuando detrás de cualquier elección sexual hay una persona que busca aceptación, que tiene sueños y desea encontrar una identidad que lo complete como sujeto. Altamente recomendable.
Humano demasiado humano Un soldado se prepara para la guerra. Como un guerrero primitivo se pinta la cara. En el bosque y por la noche camina junto a otros miembros del pelotón en una misión imprecisa. En vez de matar tendrá sexo con un compañero, aunque posteriormente habrá un disparo, una reacción desmedida de Zé Maria, cuyo padre es un travesti. La secuencia siguiente es fascinante. Un plano sobre las manos de un médico explicando la mutación quirúrgica del sexo, que se intercala con los títulos, funciona como un preámbulo filosófico: la identidad (sexual) es maleable, como si el mismo modelo de la materia (humana) fuera el origami. Así, plegando un papel, el doctor simplemente subscribe el deseo de Tonia: “vivir en lo plural”. La tercera secuencia no es menos magistral: un extenso y elegante travelling lateral hacia la derecha va descubriendo el microcosmos multicolor del personaje de Morir como un hombre . Mientras caminan por un vivero Tonia y una amiga hablan sobre su posible operación genital, una decisión trascendental, quizás un gesto demasiado radical si sólo se trata de satisfacer a su joven novio Rosario, a veces hijo más que amante, un junkie caprichoso que indudablemente ama a Tonia. Estas tres escenas consecutivas sintetizan la totalidad del filme, una ostensible obra maestra cuyo título cierra y anticipa literalmente la trama. Tonia, que vivió como mujer toda su vida, morirá como un hombre, pero lo que importa aquí no es el destino fatídico del personaje sino las coordenadas simbólicas de una vida. El catolicismo de Tonia, el amor por sus mascotas, su hijo y su amante, su fama como gran estrella del musical (siempre en fuera de campo, pues jamás veremos a Tonia sobre el escenario, aunque sí escucharemos a sus fans aplaudir) y su rivalidad con la bellísima Jenny. La tercera película de Joao Pedro Rodrigues demuestra el potencial del lenguaje cinematográfico. Aquí, Rodrigues reinventa el color. Los planos al ras del suelo sobre zapatos, un paseo frente al lago, una caminata por un cementerio, un corte de pelo son pasajes en los que Rodrigues invita a percibir el color como un fenómeno medular de la experiencia humana. Una salida nocturna a un bosque para cazar duendes, liderada por Maria Bakker, un travesti que recita a Celan en alemán, es el momento más sublime y cómico del filme. Lo que vemos deviene rojo, y junto a todos los personajes escuchamos un tema musical. El plano secuencia final también viene acompañado de una canción. Tonia le canta a Lisboa y a los hombres y mujeres libres del mundo. “El intento de estabilizar una identidad es en sí mismo un proyecto disciplinario”, decía Leo Bersani. En el cuerpo de Tonia y en su fe en lo plural Rodrigues revela el precio de la desobediencia.
Publicada en la edición impresa de la revista.