Avi, Cindy y Estefany son las protagonistas de este filme acerca de las desigualdades en un Chile, y específicamente, una Santiago de Chile, de contrastes. Una ciudad en la que los edificios altos y modernos, y la opulencia contrastan con la vida en terrenos tomados. Las tres chicas andan por los 13 años, y comparten la vida y pequeños robos, hasta que un día deciden probar, ir más allá. Ingresan a edificios de departamentos, engañan al conserje y se meten a departamentos, sea por la puerta o por las ventanas, colgándose de los balcones como indica el título del filme del chileno Guillermo Helo, quien proviene del universo de la televisión. Una vez allí, tampoco es que viven la gran vida. Pueden robarse pequeñeces, o decididamente disfrutar de las comodidades que en su villa de emergencia no tienen. El goce puede ser efímero, si no se sustenta en más que el placer cotidiano. Hoy está, mañana… Los personajes son bien distintos entre sí, ya desde la presentación. Avi (Michelle Mella) vive con su madre y aguanta poco tanto a los novios de ella como que le echen en cara que no sabe quién es su padre. Vive con la inseguridad de si van a expulsarlas de la casilla si no pagan “la cuota” que le exige el personaje de Patricio Contreras. Ella contrasta con la crudeza, lo áspera que es Estefany (Javiera Orellana), mientras Cindy (Dominique Silva) sobrelleva su embarazo como puede. Son tres seres que necesitan afecto, y que sólo encuentran en su mutua compañía lo que en otro lado no hallan. Juntas, son tres chicas superpoderosas ante una sociedad que les da la espalda. En los diálogos está la clave de la construcción de esas identidades, en los diálogos es donde se descubre la verdad, la sustantividad de ellas. Un filme que tiene sus tiempos internos, pero que no deja de llamarnos la atención.
Basada en una exitosa obra de teatro que a la vez estuvo inspirada en un caso real, esta ópera prima del chileno Guillermo Helo pone el foco en un asunto de rabiosa actualidad y lima los cimientos de una mitología, la que sostiene que el crecimiento económico de un país asegura la disminución de la desigualdad. Las diferencias de clase en Chile son de las más pronunciadas en la región, como lo refleja esta historia cruda, ágil y teñida de humor negro protagonizada por tres jovencitas de un asentamiento de las afueras de Santiago que invaden costosos departamentos de la zonas más exclusivas de la ciudad para al menos asomarse a un tipo de vida que parece definitivamente vedada para ellas.
Un caso policial chileno sirve de base al director Guillermo Helo, para esta historia impactante. En lo que ellos llaman “campamento”, una “villa miseria”, tres adolescentes sueña alocadamente con una vida mejor, la fama, un futuro viviendo en algún departamento lujoso, en una de las zonas más sofisticadas de la capital. Para sobrevivir y divertirse, el trío se dedican primero a pequeños robos, desde revistas para ver a sus ídolos y su estilo de vida, a comida y pequeños objetos. Una de ellas esta embarazada y el truco del desmayo es efectivo. Luego se atreven a más: entrar a lujosos edificios con la excusa de visitar a un familiar y luego trepar por los balcones para meterse en los departamentos, de ahí el “apodo” de la prensa que finalmente las llevó a la primera plana y a la tele. La película tiene un buen ritmo policial en las acciones de la banda, pero se torna declamatoria y reiterativa cuando llega el momento del apunte social. Una madre alcohólica a punto de ser desalojada por no pagar su cuota, otra que esta feliz con la llegada de los periodistas cuando las chicas ya pasaron por prisión, el ideario de las adolescentes y sus ansias. Sin embargo el contrapunto de su carente estilo de vida, comparado con el éxtasis le provocan esas casas que “toman” por un momento, con sus lujos, la ilusión de poseerlas esta bien lograda y logra el efecto buscado.
Una versión lumpen de “Clave de sol” Basada en una pieza teatral a su vez basada en un sonado caso mediático, que supo ocupar horas y horas de programación televisiva y metros de papel prensa hace poco más de una década del otro lado de la cordillera, Niñas Araña marca el debut cinematográfico del director Guillermo Helo, experimentado realizador de tiras de tevé en su país natal, Chile. “Santiago - Carabineros detuvo nuevamente por robo a las menores integrantes de la banda conocida como Niñas Araña por escalar edificios para cometer asaltos”, dispara un cable periodístico de agosto de 2005 luego de una simple búsqueda en Internet. La historia de las tres chicas escaladoras, todas ellas de unos doce o trece años, habitantes del barrio marginal conocido como Toma de Peñalolén, fue llevada con anterioridad a las tablas por Daniela Aguayo, a su vez coguionista del film, cruza de crónica social con relato teen de raigambre televisiva. Una mezcla de combustión casi imposible que alterna la mirada biempensante (y de manual) de la situación social que intenta describir con un desesperado deseo por captar a un público masivo, especialmente el joven. Avi, Estefany y Cindy cruzan las fronteras de su barrio y pasean hasta llegar a la zona más bacana de Las Condes, ingresan a un shopping y logran hacerse de un par de prendas de vestir. Claro que sin pagar por ellas. La mirada ilusionada, casi extática, del trío ante los objetos de consumo –definitivamente fuera de su alcance– marca el tono general de la secuencia, casi un rito de iniciación. Luego llegará la idea de ingresar a departamentos en edificios de categoría, pasar allí un rato, comer algo (“un poco de ‘suchi’, lo que comen todos los famosos”), hacerse de algo de dinero y objetos a disposición. El embarazo de una de ellas aporta sus ligeras dosis de suspenso durante las escaladas y corridas y las escenas hogareñas condimentan cada una de las historias personales. En particular la de Avi (Michelle Mella), rubia como la miel y víctima de una relación con su madre y padrastro no exenta de hiperbólica sordidez. Y luego, claro, las peleas entre las niñas, la relación con los chicos, las envidias y celos, que Niñas Araña registra como si se tratara de una versión transcordillerana y lumpen de Clave de sol. Hay algo explícitamente banal en el relato en su conjunto y en sus detalles, además de un tono casi pornográfico en la manera en la cual el colorido de las tomas (planos drone en ascenso, ralentis con música emotiva) y los cortes de montaje pretenden convertir los problemas comunitarios y el odio de clase en entretenimiento con conciencia social. “No tengo miedo, tengo pena”, dice Avi en un momento particularmente declamatorio, una de las tantas líneas de diálogo diseñadas para encapsular esa mirada entre morbosa y piadosa que atraviesa a la película de principio a fin. No resulta extraño que durante los títulos de cierre se escuche la famosa canción infantil de Mazapán “Una cuncuna amarilla”, aquella que hace preguntar a su protagonista “¿Por qué me tendré que arrastrar si yo lo que quiero es volar?”.
Mientras en nuestro país, en placa roja de Crónica TV y en la primera plana de medios gráficos, se anunciaban los casos de un “hombre araña”, que desvalijaba departamentos en ausencia de sus dueños, en Chile, un grupo de adolescentes hacía de las suyas de manera similar bautizándolas la prensa local como “Niñas Araña” (2017), que ahora llegan al cine de la mano del realizador Guillermo Helo. En la propuesta, coproducción con Argentina, que intenta de manera ficcional presentar la vida de tres adolescentes de un barrio carenciado de Chile, se trabajan tópicos asociados a lo aspiracional, la amistad, el esperar cumplir metas, trasladable a cualquier país de la región y por eso su familiaridad al visualizarla, y también el entramado político y social que maneja los intereses del asentamiento. Con un arranque que presenta a cada una de las protagonistas, Avi, Cindy y Stefany, su grupo familiar, sus costumbres y sus deseos, en los primeros minutos comprenderemos el contexto de la historia y cómo surgirá la idea sobre el “robo” como una válvula de escape a la dura realidad. Algo interesante del film, es que no justifica la salida a robar de las niñas como condición social, al contrario, en la apuesta del guion, de desarrollar este punto como una casualidad/causalidad es en donde “Niñas Arañas” encuentra su fuerza para avanzar en la narración. Allí donde otras películas y discursos de derecha intentan explicar el emergente de la delincuencia como condición inequívoca del contexto, “Niñas Araña” escapa a la fórmula y los lugares comunes. Con similitudes a “The Bling Ring”, película de Sofía Coppola en la que un grupo de niños ricos salía a tomar por asalto las grandes mansiones de Beverly Hills, aquí el célebre barrio de Las Condes, con sus inmensas torres, se transformará en el lugar para que el botín sea sustraído y con él la construcción de sueños personales asociados a lo material. Claramente, para que la tensión aflore, los conflictos entre las niñas aparecerán, como así también con sus grupos familiares, con sus vecinos, con los hombres, con las mujeres, con el resto de las niñas. Sin apelar a golpes bajos, y potenciando la fuerza de la rebeldía juvenil como motor impulsor de cambios, “Niñas Araña” se posiciona como un fresco generacional potente, con una dirección simple, pero efectiva, apoyado en las actuaciones de Michelle Mella, Francisca Gavilán y Javiera Orellana y que en la descripción y en la no toma de partido refuerza su relato y razón de ser.
La contradicción y los mundos enfrentados se proponen, ya, desde la geografía planteada al inicio del film. La cámara nos muestra una ciudad de Santiago de Chile dividida y fragmentada: por un lado esos altos edificios –casi rascacielos- que actúan como referentes de las clases más acomodadas, y por el otro los asentamientos precarios, las casas bajas, de familias humildes que se encuentran a su alrededor, compartiendo un mismo territorio. Desde este punto de partida, “NIÑAS ARAÑA” recorre y acompaña el devenir de tres adolescentes de unos 13 años, en su búsqueda desesperada de escapar de un destino de pobreza que parecen padecer como una marca de nacimiento de la que no pueden desprenderse. Guillermo Helo toma un caso verídico ocurrido en el año 2005, que en ese momento había sido muy famoso dentro de la crónica policial local, por la serie de robos ocurridos en los edificios de Vitacura y Las Condes donde literalmente, estas adolescentes treparon por las paredes, entraron a los departamentos para llevarse diversos objetos y por su particular “modus operandi” se hizo notoriamente conocido hasta llegar a lograr un lugar de relevancia en los medios. Es así como vamos siguiendo la vida de Avi (Michelle Mella), Cindy (Dominique Silva) y Estefany (Javiera Orellana) cada una con una problemática diferente. Avi vive una conflictiva situación con su madre y la falta de límites en su intimidad y sus parejas, la ausencia completa de su padre y con una situación económica precaria estando siempre al borde del desalojo por la falta de pago de los alquileres. Cindy, por su parte y con esa corta edad, se encuentra atravesando un embarazo siendo madre soltera y finalmente Estefany es la que parece presentar un carácter más duro pero vive de las ensoñaciones que podría traer la fama de la televisión a su vida y su personaje presenta la misma fragilidad y la gran carencia afectiva que atraviesa también a las demás protagonistas. La narrativa de Helo no encuentra un estilo definido. El director plantea a través de este caso, las grandes diferencias de clase en la sociedad de Chile, la imposibilidad de vislumbrar otra salida que no sea por medio de la delincuencia y el robo y toca diagonalmente otros temas como el consumismo y la necesidad de aceptación social. Aborda de esta forma una temática fuertemente atravesada por un modelo de cine social, pero la factura técnica y la belleza que las imágenes muestran y cuidan en todo momento, no logran amalgamarse con la dureza de las historias de vida de las protagonistas que con una narrativa más cercana a un cine como el de Loach o mismos el de los hermanos Dardenne, hubiese favorecido enormemente a la propuesta. Tampoco puede decirse que “NIÑAS ARAÑA” sea un retrato de un momento particular de sus vidas como el tránsito de la adolescencia hasta la madurez, dado que sería minimizar lo que Helo propone. Con lo cual el producto final oscila en un híbrido de película basada en hechos reales, “coming of age” y denuncia social sobre un fenómeno de la sociedad chilena de hoy. Y si el objetivo fuese casi exclusivamente poder mostrar y exponer el sufrimiento de las clases más vulnerables, lo hace desde un lugar demasiado obvio, subrayado y con diálogos que, en algunos momentos, suenan artificiales y explicativos. Si bien las tres protagonistas (Michelle Mella, Javiera Orellana y Dominique Silva) encarnan sus personajes con frescura y espontaneidad –lo que hace que se logre un verosímil casi instantáneamente-, en algunos tramos del film, los problemas en la dirección de actores se hacen notar y el registro tiene más connotaciones a un unitario o miniserie televisiva que de largometraje. Cabe destacar los muy buenos secundarios de Patricio Contreras, Francisca Gavilán y Pablo Schwarz en papeles que aportan a la lectura del contexto pero que no tienen una gran relevancia en la trama. “NIÑAS ARANA” por lo tanto no va más allá de un producto técnicamente muy bien armado pero que le falta pasión y decisión en la narrativa, en poder armar un cuento atractivo con todos los elementos con los que cuenta y darle fuerza a aquellas situaciones que el Director hubiese querido trabajar con más profundidad. Sobrevuela en general una cierta superficialidad y una aire de situaciones ya contadas y conocidas, sin que haya una mirada nueva o diferente a lo ya visto, quedándonos como espectadores con la sensación de que lo que muestra ya ha sido transitado en muchos otros casos y que no hay nada demasiado nuevo para aportar.
“Niñas araña”, de Guillermo Helo Por Mariana Zabaleta Tomando el cielo por asalto, tres adolescentes chilenas trasgreden con fuerza la férrea división de clases de una sociedad muy estática. Guillermo Helo concreta su primer largometraje con gran soltura y avidez de dar espacio y protagonismo a los habitantes más invisibilizados de la sociedad chilena. La vida dentro de las “tomas” es una realidad de varias generaciones de sudamericanos, en cada país (incluso cada región geográfica) la constitución y consolidación de estos barrios se da de maneras muy diversas. En el caso retratado por Helo podemos ver un barrio conformado por trabajadores agrarios que debieron migrar a las inmediaciones de Santiago, ciudad capital reconocida por su infraestructura moderna. La montaña de fondo constituye, en cada zona lindera a la cordillera, diversos cordones urbanos: “altos y bajos” los barrios muchas veces son cara (turística) y contracara (oculta) de la gran ciudad. Solo tres adolescentes podrán quebrar todo el entramado de mecanismos que garantizan el aislamiento controlado de las zonas “altas” de Santiago. Comienzan mezclándose con la gente en los shoppings para realizar hurtos pequeños, actividad latente en la camaradería de todo grupo adolescente. El robo casi como un juego, superando la impotencia a la que son sometidos los jóvenes de los barrios más carenciados. Las chicas redoblan la apuesta, el barrio y sus restricciones (por ser mujeres, por ser adolescentes, por ser bastardas) les queda pequeño. El trío constituido por Avi, Cindy y Estefany son nuestras Spring Breakers justicieras. Irrumpen en los desolados departamentos de los ricos para despacharse de todo y todos bajo la simple y lúdica consigna de “pasarla piola”. Solo ellas tienen “la postura” y “la perso” suficiente para quebrar el límite, aquello que el poder del dinero determina como lo privado. Semejante ímpetu cautiva rápidamente a los medios locales, inteligentemente retratados por Helo, estos ingresan al barrio ávidos de material para alimentar a la opinión pública. Esta presencia hace uso y desuso de la vulnerabilidad e idiosincrasia de los vecinos y familiares de las protagonistas. Una cuestión más a destacar, en la constitución del guion, es que retrata otro de los factores más complejos de la vida en los barrios más populares. Los vecinos constituyen pactos de convivencia y orden, con ello las figuras de poder y abuso siempre se hacen presentes y el mercado ilegal de tierras es una realidad de todos los habitantes de los barrios. Laburantes que día a día batallan con la desigualdad anhelando que la “pena” no cale profundo en la vida de sus hijos. Esta aventura no concluye del todo, Avi se ve impulsada al mundo, su ímpetu la lleva hacia un destino Sin techo ni ley. NIÑAS ARAÑA Niñas araña, Chile, 2017. Director: Guillermo Helo. Guion: Daniela Aguayo, Ticoy Rodríguez y Guillermo Helo. Intérpretes: Michelle Mella, Javiera Orellana, Dominique Silva, Patricio Contreras, Francisca Gavilán, Pablo Schwartz, Pablo Macaya, Francisco Diaz, Marcelo Castro. Duración: 94 minutos.
Presas de una ilusión En los “barrios altos”, los edificios ocultan una dura realidad. Sin embargo, no son lo suficientemente altos para escapar de una vida que jamás nadie elegiría. Niñas Araña (2017) es un film del director Guillermo Helo, que está basada en un hecho policial de gran repercusión y en la obra de teatro escrita por el dramaturgo Luis Barrales, -Niñas Araña-. Es la historia de tres adolescentes de trece años -Avi, Cindy y Estefany, ésta última embarazada de siete meses- quienes residen en el mayor asentamiento de Santiago de Chile, “La Toma Modelo de Peñalolén”, y se hacen famosas por escalar edificios de “Las Condes” para robar y experimentar otras realidades, en lujosos departamentos. Patricio Contreras le da categoría al film con una correcta interpretación. La película hace foco en el contexto familiar de Avi, la líder del grupo, aquí observamos a una familia disociada en una precaria casa, donde predomina el caos, con una madre alcohólica, un padre ausente y una desprotegida hermana pequeña. Es notable el contraste entre el barrio adinerado y el asentamiento, con un impecable trabajo de fotografía, escenografía, guion y dirección. Los diálogos son astutos, no así las actuaciones de las adolescentes, poco convincentes. Los mensajes no son del todo claros, no obstante, existe una crítica a la sociedad consumista, a la religión, a los “ladrones elegantes”, a la corrupción y a la impunidad. La protagonista vislumbra esta aventura como una cierta posibilidad de obtener otro futuro, o quizás de comprenderlo. Ser la novia del chico que le gusta, tener sus veranos, hablar dos idiomas, desea algo tan simple como poder dormir en una cama con sábanas.
Inspirada en hechos reales, sucedió en el 2005. Tres jóvenes adolescentes Avi (Michelle Mella), Estefany (Javiera Orellana) y Cindy (Dominique Silva), esta última está embarazada, ellas tienen carencias, afectivas y económicas, juntas roban revistas y dulces, entre otras cosas, pero un día deciden ingresar a distintos departamentos y robar todo lo que este a su alcance, además disfrutan del lugar, pero en cada intento arriesgan sus vidas saltando de balcón en balcón. Dirigida por Guillermo Helo, “Niñas Araña” muestra la vida de estas adolescentes que no escapan de la realidad actual, un grupo de personas que viven en terrenos tomados y otras en modernos e importantes edificios, las diferencias económicas están bien marcadas. Contiene un ritmo ágil, adrenalina y tensión. Tiene una mirada crítica al consumo y por ende al capitalismo desmedido, pasando por las diferencias sociales entre ricos y pobres, los seres marginados y cómo actúan los medios de comunicación. Además ellas a través del delito lo que hacen es sacarles a esas familias desconocidas, un poco de felicidad, usándole sus cosas, invadirlas e incomodarlas quitándoles un poco de su bienestar. Una vez más este tipo de película deberían ser subtituladas, algunos modismos chilenos no se comprenden, con parlamentos que no se entienden, las actuaciones resultan desparejas y algunas situaciones un tanto superficiales.
CHICAS EN FUGA En Niñas araña, que a pesar de ser una co-producción, es un film mucho más chileno que argentino, hay unos cuantos elementos interesantes a partir del foco de su relato, adaptado de una obra teatral que a su vez está basada en hechos reales: tres jóvenes que viven en un asentamiento y que descubren las ventajas de colarse en edificios de barrios de clase alta, robando y pasando varias horas en departamentos donde aunque sea por un rato pueden soñar con una vida mejor. En el film de Guillermo Helo está el componente realista pero también el artificio, a partir de cómo juega con un tono cuasi telenovelesco, donde las tres adolescentes –Avi, Estefany y Cindy- están atravesadas por dilemas románticos, problemas familiares y lazos de amistad puestos a prueba a partir de las vicisitudes que van afrontando. Claro que en el medio está el retrato social, en el cual el asentamiento donde viven las protagonistas es un escenario de constante violencia física, psicológica, económica y social, con el alcohol como componente esencial. Pero además, también intervienen lo policial y lo mediático, a partir de cómo las andanzas de las chicas van adquiriendo popularidad y quedan bajo la mira no solo de las autoridades, sino también de esa clase pudiente que ve alterada su tranquilidad y aislamiento con la entrada de esas niñas a lugares a los cuales no pertenecen. Esas vías estéticas y narrativas solo se encuentran de a ratos de la forma apropiada, como si la película fuera un rompecabezas en el que solo algunas piezas encajan. Los mejores momentos de Niñas araña son los que muestran una menor preocupación por el contexto sociológico y en los que la centralidad está claramente marcada por las sensaciones que surcan al trío protagónico. Allí lo relevante es la amistad –fuerte e inestable a la vez- entre ellas, sus sueños, deseos y frustraciones. Dentro de esa vertiente, el personaje que saca ventaja es el de Avi, con su núcleo familiar al borde del estallido y el desalojo, sus idas y vueltas con su novio, y su habilidad innata para delinquir, queriendo escapar de su condición pero al mismo tiempo con dificultades para dar el paso definitivo hacia la fuga. Quizás la gran debilidad de Niñas araña pase precisamente por el factor del escape, al cual no termina de explotar por completo. Lo más atractivo de la historia está en esa huida hacia adelante de las protagonistas, sin planes sólidos más allá de los sueños, deseos o la necesidad de un respiro del hogar al cual no sienten como propio. Sin embargo, la película se preocupa en exceso por trazar un paisaje socio-histórico que, en vez de sumar, resta al relato, algo que se nota particularmente en el personaje interpretado por Patricio Contreras, que acciona como un puente algo precario entre lo particular y lo general. Cuando Niñas araña recupera el foco en los conflictos individuales y va para adelante sin analizar demasiado todo lo que ocurre alrededor, no solo gana mayor potencia, sino que hasta incluso funciona como un recorte óptimo de las diferencias sociales que han atravesado históricamente no solo a la sociedad chilena, sino de toda Latinoamérica.