Hay una gran duda sembrada: ¿Es No existen treinta y seis maneras de mostrar cómo un hombre se sube a un caballo una película o acaso un ejercicio ensayístico que podría presentarse en una clase o un congreso? Si dejamos de lado la variable de la etiqueta, lo que encontramos como sustancia es una trama detectivesca que parte de una frase, la del título. El primer capítulo nos ofrece un material de archivo perteneciente a películas del gran director Raoul Walsh, un hombre que empezó en el cine mudo con cortometrajes (casi todos perdidos) y llegó hasta el declive del cine clásico, más bien hasta esa transición entre la época de oro de Hollywood y su renacimiento en los 70. Dentro de esa primera parte las imágenes muestran a hombres (en su mayoría) subirse a caballos para luego pasar a hombres y mujeres que entran a lugares. La repetición de los planos es un ejercicio de inducción para alcanzar un argumento sobre la frase de “no existen treinta y seis maneras…” que ¿había? pronunciado Walsh. La segunda parte se ocupa de ello. Para el capítulo dos aparece una voz en off terriblemente nasal y muy distractora del propio Zukerfeld, que narra desde una estructura personal un camino para hallar, en cierta forma, la etimología de lo dicho por Walsh. Atraviesa un texto de Cozarinsky publicado en un libro editado por el BAFICI, pasa por ediciones de Cahiers du Cinema y otras revistas francesas de cine menos conocidas hasta poder dar con el entrevistador que extrajo de Walsh, más que la frase, la idea de que hay solo una manera de mostrar cómo un hombre entra a una sala o su variante, la de subirse a un caballo. Si bien el recorrido es simpático por tratarse de una pesquisa periodística para encontrar una fuente y reconstruir el origen de la frase, lo de Zukerfeld opera en un sentido probatorio de la hipótesis de Walsh que funciona de la siguiente manera: lo que se pregunta en la segunda parte tiene su respuesta en la primera. El director usaba el concepto tanto para los personajes que entraban a un lugar como para aquellos que se subían a un caballo. La faceta formal de la segunda parte se limita a poner en pantalla transcripciones de lo dicho y capturas de las revistas mencionadas. En ese minimalismo se advierte la duda sobre qué tipo de obra acabamos de ver, y de la misma manera en la que se resuelve el misterio sobre la frase de Walsh también podríamos aventurar un razonamiento similar para encontrar la respuesta.
La cinefilia de Nicolás Zukerfeld Una frase encontrada en un libro de Edgardo Cozarinsky funciona como disparador para una investigación cinéfila de lo más apasionante. Nicolás Zukerfeld (Y ahora elogiemos las películas, 2017) nos brinda una obra construida desde la pasión por el cine. A través de una frase Raoul Walsh (Al rojo vivo), el histórico realizador estadounidense, se inicia una aventura de búsqueda, de análisis y de conexiones para entender el origen de una declaración que define la simpleza de este arte. Con una primera parte repleta de imágenes de colección de la filmografía de Walsh, un deleite visual, se da pie a esta película de carácter explorativa. Luego de esta lluvia de escenas, una voz en off nos contextualiza del principio de la travesía para sumergirnos en una experiencia de mensajes cruzados, citas y bibliografías entre cinéfilos de todo el mundo. No existen 36 maneras de mostrar cómo un hombre se sube a un caballo (2020) es un apasionante y breve viaje de visionado obligatorio para todos aquellos que tienen al cine como bastión. Sin embargo, desde el aspecto técnico, lo más destacable son las escenas restauradas de películas clásicas (desde el western hasta el cine de espías). El largometraje es simple y, tal vez, podría haber tenido otra manera de gestación a través de otros recursos técnicos existentes del documental. Pero, una realización diferente, sería una contradicción al título y a la premisa del film. Una de las peculiaridades de Walsh es la concisión: logra un múltiple de acciones con un mínimo de tecnicismos, tanto de planos como secuencias. Esta obra de Zukerfeld sostiene esa característica de principio a fin justificando una hipótesis que se originó desde las primeras obras cinematográficas.
No existen treinta y seis maneras de mostrar cómo un hombre se sube a un caballo El título de esta película es complicado, aunque luego de verla, seguramente será memorizado rapidamente por el espectador. El titulo es largo y complicado, pero el cine sigue siendo simple. A partir de la exhaustiva repetición de escenas que funcionan como variaciones de uno o varios temas, la pelicula de Nicolás Zukerfeld celebra el cine y se estrena en la Sala Lugones, de las salas emblemáticas de la ciudad de Buenos Aires. No sólo el cine de Raoul Walsh homenajea el film, sino el cine como objeto de circulación, para quienes lo ven, lo hacen, lo piensan, o lo enseña. Alli está referido el crítico (inglés, frances, estadounidense o argentino) que escribe y altera las palabras, el periodista que repregunta usando una frase que escuchó por ahí, el historiador que hurga con los materiales que tiene a mano. (Bendito internet que nos acerca revistas y publicaciones de 50 o 60 años atrás) Ahi estan Cahiers du Cinema, Film Culture, Dirigido por, Tiempo de Cine;o el docente, labor muchas veces olvidado, que da uso y permanente significado a las definiciones, categorizaciones, explicaciones; y obviamente el del realizador. Ordenémonos. Después de verla dos veces, puedo asegurar que es indistinto por cuál de los dos grandes momentos se empiece, y que luego de ver uno, habrá que volver a ver el otro, como si se tratara de una compulsión de comprobación argumental. En el orden del relato, tras los primeros 37 minutos de vertiginoso y preciso montaje de planos y escenas, le sucede una suerte de experimento visual en el que predomina la pantalla negra y la voz over. Narrando en tercera persona, la búsqueda que emprende un profesor de historia del cine investigando el origen de una frase dicha por Walsh, la frase del título por cierto. Esto deriva en la comparación de fuentes, fechas, lugares y personas, modos de decir, todo apunta a confirmar si es una, 5 o 36 maneras en las que no existe mostrar la manera que alguien entra a una habitacion o se sube a un caballo. Claro, pero el cine es simple, y los clásicos (Walsh) insisten en que la manera es sólo una. ¿Ahora bien, no es otra cosa el cine contemporáneo? Una película puede consistir en 37 minutos de puro montaje asociativo, o puede tener un 90 por ciento de pantalla negra. Permanente objeto de autoconciencia, hoy el cine ya no es tan simple y no hay estética posible que le imponga reglas. Vale el ejemplo aquí de Zukerfeld que motiva además que, a partir del miércoles 15 la Sala Lugones programe un ciclo de 8 (para seguir agregando numerologia) films de Raoul Walsh.
En este documental, dividido en tres capítulos, se realiza una investigación exhaustiva sobre una frase del director estadounidense Raoul Walsh, en ocasiones nombrada como el título del film, otras veces escrita con la misma fórmula, pero cambiando «subir» por «entrar», y «caballo» por «habitación», también el número treinta y seis, a veces figura como uno o cinco. Esta indagación se inicia ya que un profesor de cine no recordaba con exactitud la frase. Este es el motor del segundo capítulo, una cadena de mensajes entre críticos, investigadores y profesores de cine que encuentran la frase modificada en diferentes revistas o libros especializados y esto no deja de dar vueltas en la mente del profesor que intenta ubicar el origen de la frase. Previamente, en el primer capítulo del film, se muestran fragmentos de películas del director en cuestión, Raoul Walsh, de actores subiéndose o bajándose de un caballo de manera similar. Luego, a estas imágenes le siguen otras, de los caballos pasamos a escenas de lluvia, a desmayos, a enfermedades, saludos, despertares, y así continúan, con los personajes entrando o saliendo por medio de una puerta. Escenas conectadas, de distintas películas, pero de un mismo director. Finalmente, en el capítulo tres, la conclusión. Una película que estudia el cine y esa pasión profunda por este arte, llamada cinefilia. El film se destaca por su gran trabajo de investigación, sea por el capítulo uno que muestra esas escenas coincidentes de los diversos films, como en su segundo capítulo, en el cual escuchamos una voz en off que nos narra los diversos contactos que tuvo que establecer el profesor para llegar a la conclusión. En resumen, «No existen treinta y seis maneras de mostrar cómo un hombre se sube a un caballo» se destaca por su trabajo de investigación y el montaje realizado en su primer capítulo, uniendo escenas que se conectan unas con otras a pesar de pertenecer a distintas películas. Es un trabajo que transmite la pasión que genera el cine, donde la duda acerca de una frase provoca que grupos de profesionales de este arte se adentren en una búsqueda para ayudar a uno de sus colegas.
Parte videoensayo sobre un capítulo de la historia del cine, parte diario íntimo sobre una obsesión en el marco de una investigación cinéfila, el film de Nicolás Zukerfeld resulta una por momentos absurda y al mismo tiempo fascinante épica por comprobar la veracidad de algo tan insignificante como una mera frase. La primera mitad de la película es una suerte de análisis de la filmografía de Raoul Walsh. En principio, como una demostración con imágenes de la veracidad de la frase que se retoma desde el título, No existen treinta y seis maneras de mostrar cómo un hombre se sube a un caballo (en ese sentido hay un minucioso trabajo de visualización y edición sobre todo de sus westerns), y después como una reivindicación más general y abarcadora de la obra del prolífico director de Héroes olvidados, Altas sierras, La pasion manda, Murieron con las botas puestas, Aventuras en Birmania, Su única salida, Alma negra y un largo etcétera. Luego, con un austero e ingenioso diseño gráfico y la permanente voz en off del propio Zukerfeld (consumado cinéfilo, docente de la FUC y coeditor de Revista de Cine), se inicia una investigación para demostrar si la frase de Walsh realmente existió, si en verdad fue distinta y “se imprimió la leyenda” o si directamente nunca existió. El director/investigador recurrirá entonces a la ayuda de cinéfilos de distintos lugares del mundo para conseguir fuentes fidedignas sobre los dichos y el pensamiento de Walsh. Un viaje que incluye de Edgardo Cozarinsky a Eduardo A. Russo, pasando por Fernando Ganzo o Lucía Salas, de la revista Variety al corazón de la cinefilia clásica francesa. Todos detrás de una empresa épica, imposible, herzogiana y al mismo tiempo tan sencilla y elemental como una frase, una definición sobre la esencia del cine.
Un sorprendente y creativo documental de Nicolás Zukerfeld, que es por un lado una mezcla de ficción y realidad sobre el origen de la famosa frase de un director clásico, que da título a este trabajo y a la vez una justificación para revisitar el cine de un realizador casi olvidado de supuestas firmes convicciones sobre el lenguaje cinematográfico. Convicciones y saberes que se resignifican hoy. No solo se recorren las películas de Raoul Walsh con un trabajo de investigación y montaje laborioso y formidable, donde veremos a famosos subiendo a caballos en distintas situaciones, sino personajes entrando a una escena por una puerta y otras acciones. También es un homenaje, una declaración de amor sobre sus westerns. Y en la segunda parte otra laboriosa investigación cinéfila sobre si dijo o no la frase citada por Edgardo Cozarinsky y realmente cómo y cuando fue dicha. Asi como alguna vez se le atribuyó una frase a sir Laurence Olivier sobre el laborioso raid de Dustin Hoffman para “Perdidos en la noche” (usar zapatos más chicos, cojear durante días, no bañarse, vivir con marginales). El inglés se pregunto “pero porque no actuó?…” Esta indagación también apunta no solo a lo dicho o citado, sino a una verdadera definición sobre lo esencial. En este caso del lenguaje cinematográfico. Con un resultado encantador y tan bien realizado.
DE UN CINÉFILO PARA TODO EL MUNDO A través de diferentes fragmentos de películas del director Raoul Walsh, en No existen treinta y seis maneras de mostrar cómo un hombre se sube a un caballo conocemos su forma de mostrar no solo lo que dice el título, sino cómo ingresa un hombre a una habitación. Nicolás Zukerfeld tiene pasión por el cine clásico y en este caso concreto admiración por el cine de Walsh. El documental de Zukerfeld es cautivante, no solo por el montaje laborioso que muestra en el Capítulo 1, sino también por la investigación de tipo procedural que realiza en el Capítulo 2 para encontrar una supuesta frase que cita el director Edgardo Cozarinsky. Hay un trabajo de investigación y visionado muy completo teniendo en cuenta que la filmografía de Walsh no se consigue fácilmente. Su obsesión por descubrir si la frase citada existió, tiene momentos que van llevando la historia de la sorpresa al humor. Resulta increíble que toda la primera parte de la película tenga un montaje frenético y se logre crear casi un film con varios fragmentos del realizador norteamericano, para luego pasar a una pantalla negra en la que se pegan textos de diferentes fuentes, manteniendo la misma intensidad. No existen treinta y seis maneras de mostrar cómo un hombre se sube a un caballo es una película hecha por cinéfilos, pero no impide que la vea gente que no conoce nada del realizador al cual se homenajea. Al terminar, me quedan ganas de ver todo lo que me falta de la filmografía de Walsh, aunque no sean 36 sino solo una forma de mostrar caballos y hombres.
Este ensayo cinematográfico del realizador argentino analiza motivos y formas del cine clásico a partir de la obra de Raoul Walsh y la investigación del origen de una famosa frase que se le atribuye y que quizás nunca dijo. Uno podría considerar a NO EXISTEN TREINTA Y SEIS MANERAS… como una clase cinematográfica sobre Raoul Walsh y sobre el cine clásico en general. Armada, creada y, en cierto momento, narrada por su propio director, el film funciona como un juego entre dos partes que parecen contradecirse entre sí, tanto por la manera en la que están estructuradas como por los conceptos que transmiten. Esta suerte de oposición (dialéctica, si se quiere) quizás sirva para entender o iluminar la relación del espectador moderno –especialmente el cinéfilo, cineasta o crítico– con el cine clásico y acaso llegar a una conclusión. La película del director de EL INVIERNO LLEGA DESPUES DEL OTOÑO puede dividirse en dos partes y una breve coda. La primera se estructura en base a escenas de películas de Raoul Walsh, a quien se acredita la frase que da título al film. Una de las columnas vertebrales del Hollywood clásico, el realizador de HEROES OLVIDADOS, ALTAS SIERRAS, LA PASION MANDA, MURIERON CON LAS BOTAS PUESTAS, AVENTURAS EN BIRMANIA, SU UNICA SALIDA, ALMA NEGRA, LOS VIAJEROS y ECO DE TAMBORES (los títulos que uso acá son los de su estreno rioplatense) hizo más de 140 películas a lo largo de su carrera, buena parte de ellas en el período mudo, pero siempre a razón de tres o cuatro por año, si no más. Zukerfeld recurre a Walsh para hablar no solo de su obra sino del cine clásico en general. La selección de material siempre está integrada por acciones, empezando por la previsible de subir a caballos para luego pasar a otras: disparos, gritos, corridas, golpes, caídas y, especialmente, infinidad de hombres y mujeres abriendo y cerrando puertas. No se trata de una colección de sketchs humorísticos sino de mostrar cómo Walsh filmaba esas escenas de una manera que los teóricos conocen como «modo de representación institucional». Esto es: utilizando los códigos tradicionales del vocabulario fílmico organizado según ciertos parámetros que fueron transformándose en clásicos. El modo de encuadrar, los cortes, la iluminación, los tamaños de plano, la lógica espacial que generan las miradas y así. Dicho de otro modo. Para Walsh no hay treinta y seis formas de mostrar cómo un hombre se sube a un caballo. Hay una, un par, a lo sumo cinco. Más que eso es una jactancia de la modernidad. Si la primera parte del film son imágenes puras sin contexto (no se dan los títulos de las películas hasta el final), la segunda es algo así como la clase (¿de la FUC?) que surge a partir de esas imágenes. Pero no es una clase convencional. Más que otra cosa, Zukerfeld se obsesiona con encontrar el origen de la frase que da título a su película y que es una cita de Walsh que leyó en un artículo de Edgardo Cozarinsky. Lo que comienza allí es una trama detectivesca, narrada casi a modo de podcast con imágenes de notas y libros, en la que el realizador cuenta con lujo de detalles sus esfuerzos por encontrar el real origen de esa frase. Según parece, Walsh nunca dijo estrictamente eso y una larga serie de traducciones (algunas, mal entendidas), recuerdos borrosos y confusiones fueron transformando lo que él dijo originalmente a lo que hoy quedó canonizado para ciertos analistas. Lo curioso de este segmento –intencional o no– es que funciona casi por oposición al cine de Walsh. Allí donde el maestro del cine clásico simplificaba ideas e iba a los hechos (acciones en lugar de pensamientos, una manera de mostrar algo y no diez, cinco películas por año y no una cada cinco años), Zukerfeld parece proceder por la vía opuesta. No tanto desde el análisis del significado de esa frase –que, finalmente, es bastante simple y se puede resumir como la idea de que el cine clásico lo es a partir de un efecto de narración «invisible»– sino desde la peculiar y casi graciosa serie de complicaciones que atraviesa el director para hallar el origen de esa expresión. Ahí da la sensación que la modernidad de la lectura (o la neurosis como una forma de la crítica) entra en conflicto con la simplicidad de los realizadores clásicos. Uno de los consultados –hay muchos cineastas, intelectuales, investigadores y críticos citados aquí, la mayoría argentinos– dice que no recuerda si Walsh dijo exactamente eso pero que es el tipo de frase que podría haber dicho tanto él como John Ford o Howard Hawks para referirse a los caballos, a las puertas o a cualquier evento a ser filmado. «La idea es que el cine es simple», cierra. Famosos por ser lacónicos a la hora de hablar de su estilo, seguramente Walsh (o Ford o Hawks) se preguntarían adónde quiere llegar Zukerfeld al obsesionarse tanto por el origen de una frase. Y ahí aparece un choque que resulta, paradójicamente, muy enriquecedor. Entre esos cineastas clásicos que creen que existe una sola manera (a lo sumo un par) de filmar las cosas y que esas cosas (caballos o puertas) tienen una entidad concreta y tangible, y los críticos/cineastas de la modernidad que racionalizan las citas y las referencias y tratan de trazar una genealogía a partir de imágenes y textos que se confunden en la memoria parece haber una distancia insalvable que solo arregla –reúne, reconstruye, reconcilia– el amor por el cine. Ahí las diferencias se olvidan y todos forman parte de una misma, aunque disfuncional, familia en la que conviven padres lacónicos e hijos neuróticos mirando la misma película de Walsh, de Hawks o de Ford.