Diez años después de la notable Santiago, el brasileño Joâo Moreira Salles presenta la sobresaliente En el intenso ahora. Construida a partir de abundante material de archivo, se trata de una larga evocación de los años ’60, convulsionados con movimientos revolucionarios, durante los cuales toda una generación creyó que otro mundo era posible. Con imágenes tomadas por su propia madre durante un viaje a China realizado con un grupo de brasileños de la alta burguesía, asistimos al apogeo de la Revolución Cultural de la mano de Mao Tse Tung para, sin intervalo, pasar a las barricadas del Mayo Francés en Paris, cuando toda la juventud intelectual se unió a la clase obrera, alzada contra el orden establecido y luego sofocada por el poder de De Gaulle. Al mismo tiempo, la Primavera de Praga, donde había florecido una incipiente independencia, era reducida por la entrada de los tanques soviéticos. Las imágenes de este ensayo son todas tomadas de films rodados por otros: noticieros, home movies, películas poco conocidas de la época, con un montaje poco convencional. Resulta muy impactante ver los diversos entierros de manifestantes muertos que se llevan a cabo en Europa y Brasil, símbolo del fracaso de la utopía. Y, sin embargo, el film ya desde su título refiere al agora, el ahora, que de cierta manera Moreira Salles vincula con aquel ayer, con melancolía, y cierta desesperanza.
Una de las películas más singulares de lo que va del siglo XXI, En el intenso ahora es un ensayo cinematográfico sobre política hecho a partir de imágenes de fines de los 60, especialmente de las intensidades de 1968. También es un ensayo político sobre cine y sobre la imagen y el sonido en general: el director, narrador e interpretador João Moreira Salles nos dice, por ejemplo, que a los once minutos de estar en televisión, Daniel Cohn-Bendit dominaba la escena y las cámaras así lo revelaban. En el intenso ahora es un ensayo de un autor brasileño sobre política global y ciertas formas de la memoria colectiva e individual que actúan sobre el presente. Es una película de 2017, tan singular como para haberse estrenado a 49 y no a 50 años de 1968, realizada por el director de la también extremadamente singular Santiago (2007), tan anómala como para merecer la conexión con esa anomalía de anomalías, la obra maestra El desencanto (1976) de Jaime Chávarri. Santiago era el mayordomo de la familia de João Moreira Salles, hermano del también director Walter (el de Estación central). En el intenso ahora parte también de la familia, de películas familiares: uno de sus ejes son filmaciones realizadas por la madre de Salles en la primera etapa de la Revolución Cultural china. Pero ese no es el origen de la puesta en movimiento de la reflexión, el detonante: cuando uno vuelve a ver En el intenso ahora nota que al empezar la narración, el realizador comenta y se pregunta acerca de la felicidad, si la gente se veía feliz, si su madre lo era; el ahora puede intensificarse al volver a empezar -que nunca es igual- y no necesariamente desgastarse. Las ideas y las observaciones puestas en juego y en escena por Salles se disparan desde y hacia la política, las convulsiones sociales y las historias de Francia, Checoslovaquia, China y Brasil, pero sobre todo parten de observaciones acerca de la imagen, de todo lo que dicen -y les dicen y así nos dicen, en una película que tiene a la comunicación como programa y deseo- esas imágenes de archivo, que no solamente son buscadas, encontradas y rescatadas sino además enriquecidas, relacionadas, aprovechadas con un poder de observación y una lucidez notables. Y como si todo esto fuera poco, el documental nos lleva a emociones inusuales, conseguidas mediante una nobleza artística de extrema singularidad para entender, mediante la reflexión no apresurada, qué fue de toda esa energía desplegada y dónde ha ido a parar en este también intenso y -borgeanamente- difícil "ahora".
La Historia en los registros domésticos A través de filmaciones caseras que no buscaban ser un registro de su tiempo, el director consigue hacer una potente pintura. El tiempo es la materia que sostiene el relato que el documentalista brasileño João Moreira Salles realiza en su último trabajo, No intenso agora, que participó de la Competencia Internacional del Bafici 2017 y ganó el premio a la Mejor Música Original en el prestigioso festival Cinéma du Réel, en Francia, dedicado al género documental. Una relación que el director decidió destacar ya desde el título original que ha decidido mantenerse para su estreno local, cuya traducción sería “En el intenso ahora”. Curiosamente la película no se concentra en el presente, sino que a partir de un conjunto de películas que en su mayoría son registros personales o domésticos, trabaja sobre el final de la década de 1960. En particular sobre acontecimientos culturales y políticos como el Mayo Francés, la Primavera de Praga o la Revolución Cultural China. Aprovechando los recursos narrativos de la técnica conocida como found footage, muy popular en géneros como el terror o el falso documental, Moreira Salles realiza una lectura de aquel fresco histórico 50 años después. Pero con el inmenso valor agregado de un análisis que es a la vez lúcido y poético sin ser pedante, que la voz del propio cineasta va realizando en off sobre las imágenes montadas con excelencia. Un relato cuya fuerza natural no radica en la interesante mirada política que se expone a través de ella, sino en el valor profundamente emocional que le da origen. No intenso agora cuenta con una breve obertura en la que dialogan tres películas domésticas. La primera es una fiesta familiar en Checoslovaquia, en la que el director llama la atención sobre la felicidad de los desconocidos que celebran, concluyendo por la ropa que visten que la escena transcurre en primavera o verano. Un verano feliz en Checoslovaquia, 1968. La segunda muestra a una familia que registra los primeros pasos de la hija menor, tomadas en Rio de Janeiro para esa misma época. La mirada atenta capta lo inesperado: mientras la cámara se concentra en los miembros de la familia de clase media, Moreira Salles nota que la niñera, una adolescente mulata, se aparta del grupo para salir del cuadro. Pero el movimiento de la cámara la vuelve a incluir involuntariamente al fondo del plano. Se trata, dice, de un registro casual que “captura la relación de clases en Brasil”. “No siempre sabemos lo que filmamos”, anota el director. El último episodio ilustra un viaje a la China maoísta que su propia madre realizó en 1966 y que Moreira Salles descubrió por casualidad 40 años más tarde. “El viaje más fascinante de mi vida”, según ella misma anotó en aquel momento. Las imágenes también retratan un montón de gente feliz realizando las actividades más variadas: niñas bailando en la escuela; peatones que deambulan por las calles o junto al mar; lavanderas a la vera de un arroyo. “Ella fue a buscar una cosa pero se encontró con otra: no el pasado, sino la Historia en acción”. El relato que el cineasta brasilero va urdiendo en No intenso agora trata de volver consciente esa búsqueda de lo inesperado que se oculta en una serie de películas que en general retratan a la Historia de manera espontánea. Registros documentales de artistas diversos o de origen anónimo; programas periodísticos de la época; películas familiares en la que protagonistas desconocidos dan cuenta de su tiempo sin habérselo propuesto. La mirada del director es la encargada de ir haciendo camino a través de ellos y su voz es el hilo de Ariadna que guía al espectador en un viaje que, como se ha dicho, es tan emotivo como histórico. Dividiéndola en dos partes –“El regreso a la fábrica” y “La salida de la fábrica”–, Moreira Salles liga a su película con aquel famoso corto de los hermanos Lumière que retrata a los obreros saliendo de una fábrica y que sin saberlo se convirtió en el primer documental de la historia. “No siempre sabemos lo que filmamos”, resuena la voz del director. No intenso agora no pretende volver a contar la historia conocida de las felices revoluciones culturales de los ‘60, sino que trata de buscar ahí las causas de un mundo que parece no haber vuelto a encontrar desde entonces nuevos motivos de felicidad. Como si aquella “imaginación al poder” que 50 años después los medios de comunicación celebran como un triunfo, fuera en realidad la peor derrota. No intenso agora es un relato melancólico que observa a aquel pasado idealizado desde este presente intenso y escéptico, y que anhela con desesperación pero sin éxito una excusa para volver a creer en algo.
"En el intenso ahora" podría traducirse el título de este notable ensayo fílmico de Joao Moreira Salles, surgido a partir de unas películas caseras de su madre, particularmente las de un viaje a China junto a su esposo, diplomático y banquero brasileño, justo cuando comenzaba la nefasta Revolución Cultural Proletaria. Esas cintas, que muestran a una mujer simplemente curiosa y divertida, abren el abanico de otros cuantos registros de esos tiempos, varios de ellos tomados por amateurs o free-lances durante Mayo del 68 en París, la ocupación soviética en Praga, y hechos similares que marcaron a más de una generación. El 68 fue un año bastante movido, ya se sabe. Moreira Salles alterna entonces entre imágenes risueñas y trágicas, historia familiar e historia general, datos conocidos y detalles ignorados (que a veces rebaten los datos conocidos), y reflexiona sobre los protagonistas de esas imágenes. ¿Qué fue de ellos? ¿Y de sus sueños? ¿Qué se nos había pasado por alto de esas imágenes? ¿Qué se hace, después de haber conocido emociones muy intensas y haber soportado luego tantas decepciones? Su tono parece nostálgico, pero él rechaza la nostalgia. Por eso se va haciendo irónico. Por eso, y porque la realidad misma de esos hechos estuvo cargada de ironía. Luciendo importante material, excelente buena edición, muy buena banda sonora y, sobre todo, buenas reflexiones, "No intenso agora" es una obra excepcional para entender la Historia, y la vida. Se exhibe únicamente en la Sala Lugones del Teatro San Martín.
Checoslovaquia, Brasil, China, Francia: cuatro escenarios y cuatro culturas se exponen en este documental el cual analiza el clima de agitación de los años sesenta tomando como punto de partida un puñado de cintas de aficionados. Entre ellas están las imágenes registradas por la madre de su director Joao Moreira Salles, quien viaja junto a sus amigos a China, en la época de la Revolución Cultural, pero pone el foco en la belleza de los paisajes y en la gestualidad de sus habitantes, sin buscar la comprensión de sus actos repetitivos ni en las consignas que los carteles exponían en los paisajes elegidos.
El nuevo documental del realizador brasileño se mete de lleno en los movimientos revolucionarios de los años ’60 para contar una historia personal y familiar que es a la vez política y social, recorriendo Europa, China y Brasil al calor de las revueltas que tuvieron lugar medio siglo atrás. A una década de su extraordinario documental SANTIAGO, el menor de los hermanos Salles regresa con el trabajo más ambicioso de su carrera, uno que combina el análisis de material documental familiar filmado en China por su madre a fines de los ’60, en plena revolución cultural maoísta, con materiales periodísticos de las distintas revueltas europeas de esa misma época, especialmente la francesa. El eje de EN EL INTENSO AHORA no está, sin embargo, en hacer una historia o un racconto de esa intensa época política sino en observar sus contradicciones, analizar esas imágenes casi como un espía para tratar de ver más allá de las palabras que los distintos actores de esos movimientos manifiestan en primer plano. El estudio es minucioso y muy sorprendente. Por un lado, Salles muestra el viaje de su madre con imágenes increíbles capturadas en China en la época más optimista de la Revolución Cultural, revolución con la que su madre parece entusiasmada, pero que develan ser más complejas de lo que parecen vistas hoy. Por otro lado, sorprendido de que ella haya viajado a China en pleno caos parisino –donde la familia estaba viviendo entonces–, el director analiza los movimientos estudiantiles franceses, las dificultades que tuvieron para convencer a la clase obrera y la manera en la que fueron manipulados y finalmente vencidos por la inteligencia de De Gaulle, los medios de comunicación y hasta la publicidad, que transformó sus míticas frases “revolucionarias” en slogans comerciales. En ese sentido, las idas y vueltas de Daniel Cohn-Bendit, lider de ese movimiento, es uno de los ejes narrativos de la parte francesa del filme. La extensa película hablará también de la gente que quedaba en segundo plano en esos movimientos (las mujeres y los “no-blancos”) y cómo una serie de crímenes y suicidios fueron impactando a la población de distintos países (Checoslovaquia, a partir de la primavera de Praga, y el propio Brasil, con sus movimientos de resistencia a la dictadura) de distintos modos. De una manera bastante abarcativa, lo que intenta Moreira Salles no es desestimar ni desprestigiar del todo a estos movimientos, sino mirar por detrás de la verborragia, de las discusiones del noticiero de TV, y leer las imágenes que muchas veces contradicen lo que se dice. Salles observa los materiales como quien, con el tiempo y la memoria de su lado, puede ver una serie grande de grises donde antes solo se veían blancos, negros… y rojos.
Un documental arrollador, vital y melancólico. João Moreira Salles rescata fotos y filmaciones del Mayo francés y la Primavera de Praga, rodadas por amateurs o canales de aire, y las mezcla con home movies de su madre durante su viaje a la China de la Revolución Cultural. Es una película sobre hechos históricos, pero abordados desde nuestro intenso ahora de conflictos armados y protestas masivas en cientos de países. Los debates televisados que vemos en la pantalla, aunque se emitieron a fines de los sesenta, no quedarían fuera de lugar en algún noticiero actual. Las preguntas que se plantean siguen vigentes: ¿En qué consiste la relación ambigua entre los movimientos estudiantiles y los obreros? ¿De qué sirve reclamar transformaciones sociales sin presentar alternativas concretas? ¿Cómo se puede preservar la frescura y la intensidad de una revolución sin caer en la solemnidad y la auto-parodia? La mirada de Salles no es ni complaciente ni condenatoria. Se emociona con la energía y los sueños de los jóvenes franceses de 1968, quienes por unas semanas creyeron poder cambiarlo todo. Se detiene en una joven que habla por teléfono con la madre de un compañero. La señora quiere saber dónde está su hijo y la muchacha le asegura que está sano y salvo. En el rostro de la chica percibimos una absoluta felicidad. Está totalmente consciente del momento único que le tocó vivir. Las calles parisinas están invadidas por el grito común de su generación, y ella no puede evitar hablarle a la señora con cierta condescendencia. Entre ambas media un abismo: la madre pertenece a un mundo antiguo y de valores arcaicos; la estudiante es lo nuevo, lo que vendrá, el progreso. Pero Salles, aunque empatiza con la segunda, tampoco le da la razón. Más adelante descubriremos que ese mundo y esos valores supuestamente anticuados no se habían perdido en el pasado sino que estaban listos para reafirmarse en el presente. La manifestación más grande del Mayo francés fue en realidad la contramarcha conservadora. Repasamos, también, las historias de ciertas figuras mediáticas, cuyas vidas resumieron los vaivenes de los movimientos sociales que encabezaron o simbolizaron. Daniel Cohn-Bendit fue el más vocal y conocido de los estudiantes franceses, y lo vemos en el ojo de la tormenta, rodeado de compañeros o en un panel televisivo, defendiendo la causa. Pero también escuchamos sus reflexiones posteriores sobre lo ocurrido, empapadas de ironía y desilusión. Asistimos, de esta manera, a un diálogo audiovisual entre la inmediatez de 1968 y el análisis retrospectivo que llegaría después. Cohn-Bendit, en sus escritos, lamenta haberse dejado cooptar por la prensa tradicional, que usó su imagen para vender revistas. Reconoce su propia extenuación y desgano. Admite que sus apariciones públicas se volvieron un teatro ambulante. Comenzó a cumplir con lo que otros esperaban de él y se olvidó de las emociones genuinas que antes lo habían inspirado. Aunque también concede que, desde un principio, siempre aprovechó sus dotes de actor, para sonar más convincente y llamar más la atención. Lo cual quizás sea inevitable: lo político, sin importar el signo, siempre tiene un poco de performance. Algo parecido sucedió en Checoslovaquia, donde la cantante Marta Kubišová fue el emblema del interludio reformista entre enero y agosto de 1968, que duró hasta la llegada de los tanques soviéticos. Tras la invasión, Kubišová se adaptó al restablecimiento del viejo orden, y sus canciones se volvieron ingenuas y baladíes, siguieron el rumbo de “normalización” que imperó en el resto del país. También conocemos a otra figura, no mediática sino personal: la madre de Salles. Su periplo por China, lleno de sorpresas y alegrías, contrasta con las trayectorias amargas de Cohn-Bendit y Kubišová. Es que el gigante asiático emprendió una revolución triunfante, al menos si consideramos su perpetuación en el tiempo. Las de Francia y Checoslovaquia se extinguieron, pero la de Mao siguió para adelante. Sin embargo, el caso chino es el único que el documental observa desde una perspectiva extranjera. Sobre el Mayo francés, escuchamos los testimonios de franceses como Cohn-Bendit. Sobre la Primavera de Praga, vemos películas caseras hechas por checos y oímos las canciones de Kubišová. Pero a la Revolución Cultural sólo nos acercamos a través de las impresiones de una brasileña y de Alberto Moravia, el escritor italiano. Por eso el aparente optimismo de los pasajes rodados en China es más complicado de lo que parece. Es como si Salles ubicara al paraíso siempre más allá, como concepto o posibilidad, un lugar al que todavía no sabemos cómo llegar. Incluso el éxito chino sólo puede entenderse como tal desde el punto de vista sesgado y limitado del visitante. No se trata exactamente de bajar los brazos, sino de entender lo que implica una transformación de la sociedad: los sacrificios colectivos, el salto al vacío de lo desconocido, los prejuicios sociales que se resisten al cambio. Resuenan las palabras de Cohn-Bendit, cuando le preguntan por qué los estudiantes quieren derribar un orden sin saber con qué remplazarlo: responde que, en el difuso impulso de los jóvenes, al menos está la idea de un mundo mejor.
Iluminaciones No intenso agora es una película construida a partir de fragmentos filmados encontrados, muchos de ellos anónimos, que revisa el período de agitación y movilizaciones que rodeó al Mayo Francés. Las imágenes registradas por la madre del director durante un viaje a China le permiten a João Moreira Salles inscribir su propia biografía y la de su familia con los avatares de la Historia: mientras en Francia las protestas se acumulan y ganan el apoyo popular, la madre viaja a la China de Mao, menos interesada en la actualidad política que en conocer una realidad ajena a la suya. Moreira Salles lee textos escritos por la madre que en algunos casos se complementan con las imágenes y en otros las explican, pero el resto del tiempo el director conjetura sobre el viaje y el choque que debe haber supuesto para una mujer occidental el ser recibida por guardias rojos y pasear por la ciudad acompañada de chicos que recitan y bailan sincronizadamente consignas partidarias. El método de Moreira Salles, mezcla de desciframiento e interpretación, de registro y de elaboración de hipótesis, propone un acceso singular a la verdad de los hechos: hay que aprender a leer en las imágenes los signos esquivos de una época a contramano de lo que dictan las historias oficiales. No intenso agora despliega su sistema sobre una gran cantidad de material filmado que retrata acontecimientos diversos relacionados mayormente con las revueltas estudiantes del 68, la invasión soviética de Checoslovaquia y la represión policial. En todo momento se cuelan las esquirlas insólitas de los sucesos, detalles desechados por la memoria del siglo: la teatralidad de las apariciones públicas, sobre todo televisivas, de Daniel Cohn-Bendit; la mirada furtiva de un habitante de Praga que pervive en un rollo sin título y que muestra desde una ventana, casi escondida, a los tanques que avanzan por las calles y a los soldados que entran por la fuerza a una casa vecina; el lamento fugaz de una chica que llora durante el entierro masivo de un estudiante brasileño asesinado por la policía: el director se interesa por ese llanto solitario en medio de una larga serie de imágenes donde solo parece haber lugar para la protesta y las proclamas encendidas. No intenso agora, a su vez, hace dialogar esos testimonios con toda clase de películas encontradas, entre ellas de aficionados y de origen universitario. La rareza del material, sin embargo, no clausura la potencia narrativa, más bien al contrario: el relato que hace el director acerca de la vitalidad y el hundimiento de los grandes movimientos de protesta de los 60 aparece contado por participantes sigilosos, como si todos los que miraron esos sucesos a través del lente de una cámara (fotográfica, de cine, de televisión, amateur) conformaran una suerte de coro anónimo al que se le encarga la tarea de narrar una historia sobre las derrotas. Ya controlados los levantamientos estudiantes y obreros en Francia, un plano largo muestra una escena frente a una fábrica: los trabajadores acaban de votar, ganó la opción de poner fin a la huelga. Una mujer llora y se niega a entrar mientras un sindicalista y algunos compañeros tratan de convencerla recordándole las mejoras que acaban de conseguir (pero para ella se trataba de cambiar mucho más que eso). Un estudiante se suma a la discusión y apoya a la chica, aunque los demás no parecen prestarle demasiada atención. Moreira Salles encuentra en una decisión de puesta en escena, probablemente inconsciente, una elección que deja entrever un viraje político fundamental: la cámara muestra al estudiante y rápidamente lo deja fuera de cuadro para volver a la mujer y a los trabajadores; el encuadre trasluce, sostiene el director, la pérdida definitiva del apoyo que la clase obrera brindara a los estudiantes. La película adquiere un ánimo decididamente fúnebre: no se trata solo del fracaso de los grandes movimientos de cambio, sino también de la calidad misma del registro, de su carácter de fragmento perdido, olvidado, del grano y el desgaste que anclan las imágenes en un tiempo lejano. El director escruta obsesivamente esos materiales precarios desde una posición transversal: menos que las aglomeraciones de manifestantes, la performance de los líderes jóvenes o las pompas oficiales, importa rescatar los pequeños gestos, actos casi invisibles que no parecen haber hecho su entrada a la historia de las imágenes. Un (tal vez) estudiante arroja algún elemento contundente realizando una torsión espectacular que recuerda enseguida a un lanzador de disco; la chica brasileña que llora, la única en medio de una masa enardecida; otra chica, francesa, atiende el teléfono de algo que parece un centro de estudiantes y, entre las risas cómplices de sus compañeros, trata de tranquilizar a una madre que llama para saber dónde está su hijo que no vuelve a la casa desde hace dos días. Su sonrisa y la frescura de todo su rostro sugieren mejor que cualquier otra cosa la vitalidad de la juventud y la disposición para las grandes acciones. El tema de No intenso agora no es la Historia y sus vaivenes, sino esos gestos diminutos y luminosos que condensan el brillo de una época con el fulgor conmovedor de lo que está condenado a desaparecer, pero que sin embargo, de alguna forma, sobrevive.
La revolución que no fue A partir de un material familiar encontrado, el brasileño João Moreira Salles (Santiago, 2007), indaga sobre los diferentes movimientos que originaron el mayo del 68 y sus consecuencias para provocar una reflexión sociopolítica sobre la fugacidad de las revoluciones que querían cambiar el mundo y terminaron siendo fagocitadas por él. Documental de montaje, En el intenso ahora (No Intenso Agora, 2017) es un elocuente ensayo cinematográfico -sobre aquellos días de mayo del 68- que se origina a partir de un material que el realizador encontró de casualidad y que fue filmado por su madre de manera amateur en un viaje a China cuando corría 1966 y la Revolución Cultural se encontraba en su faceta más radical. Esas imágenes dialogan con otras correspondientes a los movimientos del 68 surgidos en Francia, Checoslovaquia y en menor medida Brasil provocando una reflexión sobre la fugacidad que tienen los momentos más intensos de la historia mundial, estableciendo un diálogo con aquellas consecuencias y revoluciones que podrían haber acontecido después, pero que sin embargo nunca se vieron. Salles construye un mapa sociopolítico sobre aquellos años a través de imágenes de archivo, escenas de películas de la época y material familiar para, a través de su propia voz, interpelar al espectador sobre lo macro y micro de los movimientos sociales, como también sobre los límites entre lo privado y público. Todas esas imágenes rescatan utopías (tal vez perdidas, tal vez no) que dialogan con el hoy. Una escena de suma potencia es cuando Salles muestra como los muertos son utilizados políticamente. El foco es 1968 y vemos imágenes de Praga, Paris y Rio de Janeiro, cada una con su propio mártir. Cincuenta años después nada ha cambiado y la realidad así lo prueba. El mayor logro formal de En el intenso ahora es un montaje artesanal en donde se justifica el porqué de cada imagen utilizada con su deconstrucción posterior. Ensayo personal pero también público, tan poético con político, con una fuerte carga de nostalgia histórica pero con la mirada puesta en el presente, En el intenso ahora es un documento único en donde Salles además de retratar el pasado indaga implícitamente con la misma intensidad sobre todo aquello que podría haber sido y no fue.
Este documental de João Moreira Salles está totalmente construido sobre material de archivo que gira alrededor de los convulsivos años 60, en particular sobre el Mayo francés, la china Maoísta, la primavera de Praga y una serie de acontecimientos en Europa relacionados con los grandes movimientos culturales y políticos de la izquierda más radical y más revolucionaria de mitad de siglo XX. Atravesado por una voz en off, la del propio Salles, en un modalidad reflexiva más que expositiva con la que va organizando dos capas del relato en una sola unidad narrativa: por un lado las imágenes autobiográficas que refieren a un viaje de su madre a la China comunista, incluyendo hasta fragmentos más personales de vacaciones o trazos sueltos de la vida familiar; y por otros registros de noticieros, discursos en televisión, imágenes de la calle y de la vida en estado de revolución tomadas de manera amateur. El relato propone una mixtura tan grande de fuentes que podemos ver desfilar desde un discurso televisivo de De Gaulle dando hasta un video familiar en la playa, y todo contrapuesto a un fragmento de “El espíritu de mayo del 68: Una película que debió existir” del magistral fotógrafo americano William Klein. Sobre esa mixtura discurre la idea de la reflexión narrativa, asociando eventos enlazados por una época y una ideología de cambio que conectan distintos espacios y personajes anónimos o públicos que fueron parte de una inflexión en la historia moderna occidental. Brasil no está exento de aparecer con sus historias trágicas como la del joven estudiante que con tan solo 20 años se suicida a lo bonzo clamando por una sociedad que entra, luego de la caída del 68, en un ostracismo y una indiferencia letales para una posible transformación social. Es atrapante en especial la primera parte del documental, que dividido en dos secuencias extensas pone toda la batería histórica más contundente, en el primer fragmento el Mayo francés copa la pantalla y desfilan personajes como Sartre, el estudiante revolucionario Chon-Bendit y las calles de París explotando de jóvenes que levantan los adoquines porque “Debajo de un adoquín está la playa”, frase poética que tristemente descubriremos más tarde no había sido una creación juvenil y libertaria sino el producto de dos publicistas franceses para armar un slogan de la cultura juvenil. Las imágenes en color de China, la muralla, el rojo saturando en las escenas fragmentarias donde los niños lucen los distintivos rojos y flamean las banderas de Mao Tse haciendo contrapunto con el crudo blanco y negro que domina el relato Francés y casi todo el documental. La segunda parte está centrada en los efectos de la caída del 68 y sus nefastas repercusiones en todo el mundo, mientras que caía la utopía de una libertad que rompiera con el sistema capitalista, cortamos a los tanques rusos entrando en la primavera de Praga. Las canciones de la Checoslovaquia que sueña algo imposible en su ingenuidad corrupta y sin límites. Rusia arrasa y el comunismo entra y sale en sus diversos estadíos de la breve historia de esa década donde el sabor que nos queda está plasmado en un emotivo final. El pliegue del relato de Salles está impregnado de melancolía, de evocación, de las reminiscencias nostálgicas sobre un ideal aniquilado, postergado o diluido, pero que vive aún en los corazones que palpitan el recuerdo de otros valores posibles y donde la memoria hace de su ejercicio un traer al presente lo que jamás se debió haber ausentado. Un intenso presente, del deseo de ser libres. Por Victoria Leven @levenvictoria