El 21 de diciembre de 2012 fue la fecha que astrónomos mayas predijeron, miles de años atrás, que el mundo atravesaría el fin de una era y el comienzo de otra, cosa que a las claras nunca ocurrió. En septiembre de 2022, la Justicia argentina allanó un local donde, tras la pantalla de una escuela de yoga, funcionaba una secta que captaba personas vulnerables y las sometía a la servidumbre y la prostitución. Separados por una década y sin aparente relación entre sí, son dos acontecimientos que de algún modo resuenan luego de ver No quiero ser polvo, coproducción mexicano-argentina que se estrena en medio del fervor mundialista que vive nuestro país.
La coproducción mexicano-argentino de Iván Löwenberg, propone una mirada reflexiva sobre mitos, creencias y cómo estos influyen en las personas. Inspirada en hechos reales, que le ocurrieron al director y a su familia en México durante la década del ’90, Bego Sainz, madre de Löwenberg, encarna, brillantemente, a esta mujer perdida entre aquello que le dijeron que acontecerá y el fin del mundo.
Inspirada en hechos reales sucedidos al director y su familia, la película narra la vida de Bego, una mujer de mediana edad que pasa sus días de forma monótona realizando tareas domésticas, hasta que un día, un curioso grupo de meditación llama su atención y decide concurrir con gran expectativa. Allí, la protagonista será advertida de la llegada de un enorme cataclismo, donde la tierra entrará en otra dimensión provocando la quietud del universo durante tres días de oscuridad.
El personaje es iinteresante de ver como una rara representación de una protagonista femenina mayor, es claramente una persona solitaria a la que la vida le pasa de costado. El filme es un ejemplo de bajo presupuesto, construido a partir de planos generales a primeros planos, pasando por planos enteros. No hay música incidental que perturbe o manipule. Respecto de al dirección de fotografía todo esta realizado para que se vea, tratando de ponderar el guión que termina siendo demasiado sencillo. El filme es una coproducción entre México y Argentina, más allá de nombrar a la Universidad de Buenos Aires y a la ciudad misma un par de veces, cuenta entre los personajes, uno muy secundario, que no solo habla como porteño, sino que además esta tomando mate, para que no queden dudas.
EL 9 DEL 9 A LAS 9 PM En la fecha y hora exacta del título se prevé una catástrofe en el mundo, que duraría tres días y obligaría a los sobrevivientes a permanecer entre las penumbras o en la más directa oscuridad. El disparador argumental de No quiero ser polvo anunciaría una historia con efectos especiales, elenco multiestelar y un discurso de características universales. Pero no: se está ante una producción mexicana (con aportes locales), con un director de solo dos largos y una historia íntima que deriva hacia el planteo temático principal pero que navega entre situaciones que suceden entre cuatro paredes con más de una lectura sobre cuestiones actuales arraigadas a diversos usos y costumbres. Efectivamente, nada de efectos especiales pero sí la noticia (¿acaso una fake news?) de una catástrofe, novedad que se expresa en una comunidad espiritual, estilo new age con venta inmediata de sus productos y entre ejercicios de meditación y yoga. Acá aparece con peso el personaje central, encarnado por Bego Sainz, quien una vez que recibe la noticia aquella que habla de una hipotética desaparición del mundo, modifica el comportamiento familiar y el de sus amistades más cercanas. Extraña película No quiero ser polvo que en buena parte del relato no recae en frases de manual o poster apocalíptico ni tampoco en esas imágenes tan peligrosas que rozan la trascendencia y caen en la más absoluta ramplonería. Ya en los primeros minutos, antes de la noticia, vemos una rutina familiar que la cámara investiga con interés y nunca a través de regodeos virtuosos. En esa hora inicial, el sujeto narrador, esa ama de casa desorientada con poco o nulo diálogo con su esposo y su hijo, constituye el centro operativo del relato: desde sus decisiones, consejos, directivas, miedos y temores la película prepara su arsenal final, la catástrofe prevista, el caos y la destrucción, pero siempre contado desde la protagonista como punto de vista. En ese último segmento, el director Iván Löwemberg estructura un relato dividido en dos. Por un lado, recurre a un sutil uso del fuera de campo cuando se produce la catástrofe: ruidos, silencios, oscuridad, todo ello narrado desde la mirada del personaje. Ya pasado el trance acá sí la película expresa su costado más débil y superfluo, a través de algún texto demasiado “cargado de importancia” valiéndose de algunas imágenes de paisajes paradisíacos que explicarían un supuesto renacer. Sí, lo digo si vueltas: el peor Terrence Mallick, de manera inesperada, se mete por la ventana en el pre y en el final de No quiero ser polvo. Esos quince minutos no alcanzan a derrumbar el carácter extraño y original que transmite la película.
Un film entre lo mágico y fantástico de la mano del director mexicano Iván Löwenberg, protagonizada por su madre Bego Sainz. Una trama que luce tan natural como efectiva, con un inicio aletargado que va ganando dinámica. No quiero ser polvo cuenta la historia de una mujer mayor que, frente a la indiferencia de marido e hijo, busca refugio en nuevas tendencias como el new age, el yoga y el ambiente esotérico. En concreto, se obsesiona con la perspectiva del apocalipsis, convencida por estos nuevos amigos que la llegada del fin del mundo está cerca. Algo que encuentra por igual desconcertante y atrayente, dándole sentido a su vida.
No quiero ser polvo es una película minimalista de corte fantástico que demuestra que con poco se puede decir mucho. Dirigida por Iván Lowenberg y en co-producción entre México y Argentina, protagonizada por Bego Sainz, Anahí Allué y Eduardo Azuri. No quiero ser polvo narra la historia de Bera, una mujer obsesionada con la espiritualidad y la auto-ayuda esotérica, en el momento en que empieza a dudar de sus creencias, su gurú le informa que se viene un cambio drástico interdimensional que ayudará a la humanidad, sin embargo, traer un apocalipsis consigo. El principal acierto de No quiero ser polvo es saber contar una historia simple y efectiva manteniendo un perfecto timing para su trama. La película nos adentra en la vida de Bera y sus creencias posicionando al espectador como un participante de la duda. Esto se debe a la buena argumentación que realiza el director y guionista de la cinta, metiéndonos de lleno en el mundo del New Age contemporáneo y los límites de su creencia. Debemos remarcar el buen trabajo actoral de Bego Sainz en, no solo protagónico, sino también su primer papel en el cine. Ella se siente muy natural dándole vida al personaje, la vemos cambiar de emociones muchas veces y logra transmitir los dictámenes del guion con su mirada. No quiero ser polvo juega todo el tiempo con el verosímil de la historia y la psicología del personaje, teniendo en el tercer acto un giro que nos mantiene enganchados a la pantalla en los últimos minutos del metraje. El guion y la actuación de la protagonista, son, sin dudas, el fuerte del film. Las demás actuaciones no destacan, pero tampoco se sienten forzadas. La fotografía se mantiene al nivel del bajo presupuesto, pero manteniendo un nivel de enfoque profesional. Se nota que estamos ante un director joven, pero con experiencia. En fin, No quiero ser polvo es una muy buena propuesta para quienes gusten del cine fantástico, minimalista y de autor. Quienes busquen grandes efectos especiales debo decirles que esta no es su película.
Es una coproducción mexicana-argentina de Iván Löwenberg, que recurre a sus recuerdos personales para construir una reflexión sobre la soledad, la falta de comunicación, la sensación de indiferencia de un mundo cada vez más complejo. Invocó a sus vivencias infantiles, con una familia que se ajustaba a ciertas creencias new age, y teorías sobre una hecatombe mundial. Convocó a su propia madre como protagonista, Bego Sainz, e imaginó un personaje angustiado. Una mujer de mediana edad, ama de casa, que sufre la indiferencia de su marido – a quien presume infiel- y un hijo dedicado a su destino fuera de México. Vagando por su casa sin ningún interés que sustente sus días se aferra a una suerte de secta, más interesada en venderle productos de su boutique que a la relajación y se fanatiza con una revelación de un supuesto científico. Nada la hace dudar sobre un mundo a punto de terminar, que traerá una oscuridad total. Ni siquiera cuando llevan presos a los integrantes de la secta, ni la incredulidad sobre las teorías del fin que demuestran sus allegados. Una interesante mirada sobre lo que se elige creer ante el vacío existencial.