Delicuencia juvenil En Orione (2017) la artista visual Toia Bonino busca reconstruir los hechos que llevaron a Ale a su muerte, un joven veinteañero, con una madre que hacía lo imposible para darle un futuro mejor, que tras dedicarse a los robos y secuestros exprés es asesinado por la policía durante un tiroteo en Claypole. Bonino reconstruye la historia a través del testimonio de la madre de la víctima, elegida para llevar adelante el relato, mientras se la ve amasando una torta. La voz de la progenitora y algunas imágenes de archivos como fotos y videos caseros, sumadas a las de noticieros de la época, serán las piezas del rompecabezas en la búsqueda de respuestas. Una de las virtudes de Orione es la de no juzgar al personaje, pero tampoco construirlo como un héroe víctima del sistema. Simplemente se toma su caso testigo para hablar de temas como la marginalidad, la estigmatización social, las oportunidades, la falta de valores y cuáles son los motivos que llevan a un joven en caer en una red de delincuencia. A partir de estos tópicos la realizadora tenderá puentes para que sea el espectador quien conteste las preguntas que le generará la propuesta. En épocas donde la baja de edad en la imputabilidad es el tema de moda entre periodistas y comunicadores que esgrimen argumentos sin ningún tipo de fundamentos ni marco teórico, que hablan desconociendo la ley y la realidad en la que viven, Orione se pregunta el cómo y los por qué de la delincuencia juvenil. Las respuestas se saben pero el problema es que a muchos no les conviene encontrarlas.
Este documental de Toia Bonino es distinto y especial. Parte del asesinato de un integrante de la familia Robles y como dice su directora, armar un rompecabezas con lo que parece un destino inevitable. Con el testimonio de una madre que no puede darse un respiro en la preparación de tortas que uno adivina es su sustento, la película nos introduce en un mundo donde todo parece anunciado e inevitable. El camino de la delincuencia, el final previsible. Pero lo original es que todas las voces se escuchan y todos los materiales, noticieros, filmaciones familiares y otras policiales que nos permiten apreciar con crudeza todo lo que ocurrió. Una historia a la que la actualidad le otorga una naturalización inevitable. Un dolor profundo que en la superficie se nota anestesiado, pero por eso menos lacerante. Muy interesante.
Una torta. Su preparación. Su desarrollo. Excusa perfecta para desandar la historia de un joven, a partir del relato de su madre, que encontró en la delincuencia, la muerte. Toia Bonino presenta sin juzgar, juega con el soporte y termina por configurar un relato vívido y urgente sobre la imposibilidad de futuros ante las necesidades y los deseos de los más desposeídos.
Ganadora del premio a mejor dirección en el último Bafici, la ópera prima de Toia Bonino se suma a la reciente Pibe chorro, de Andrea Testa, en la búsqueda de darle dimensión humana a casos policiales que forman parte de manera efímera de la cobertura periodística. Cuando promedia el film, Bonino (licenciada en artes visuales y psicóloga) incluye imágenes de los canales de noticias en las que se habla de "dos delincuentes muertos y tres policías heridos tras un tiroteo". Uno de los fallecidos en Orione es Ale y la directora bucea en su historia (en el momento del fallecimiento su novia estaba embarazada), en las relaciones familiares (es conmovedor el testimonio de su madre) y en el duro contexto social. Lo que hace de Orione una película valiosa es que no busca la salida fácil de pararse sobre ninguno de los extremos de esa "grieta" generada entre el garantismo y la mano dura, porque que no pretende reivindicar al protagonista, pero al mismo tiempo evita la estigmatización. De hecho, en el complejo rompecabezas que construye hay desde home-movies (precarios videos grabados en situaciones familiares, celebraciones y bailes en los que participó Ale) hasta imágenes de los operativos tomadas por la propia policía de esa zona del partido de Almirante Brown. Cruda, visceral, honesta y sin bajadas de línea, Orione da visibilidad, ilumina zonas oscuras e incómodas que la sociedad -en medio de los ásperos debates sobre la problemática de la inseguridad- prefiere no ver. El cine documental en toda su dimensión.
Al centro, por los laterales La directora cuenta la historia de un chico de barrio como cualquier otro, pero con un destino fuera de lo común, violento y trágico, que es el de muchos como él: el de los pibes chorros. No siempre la alusión directa es la mejor herramienta para trazar un retrato certero de lo real, porque la literalidad suele devorarse el interés, la curiosidad y la sorpresa. De hecho no son pocas las veces en que lo más apropiado para abordar la realidad es hacerlo a través del desvío que ofrecen los caminos indirectos, que permiten llegar hasta ella rodeándola. Esto es lo que ha hecho Toia Bonino en Orione para contar la historia de Ale, un chico de barrio como cualquier otro, pero con un destino fuera de lo común, violento y trágico, que sin embargo es el de muchos como él: el de los pibes chorros. Esta decisión de llegar al centro del asunto recorriendo primero sus alrededores es vital y representa el modo particular que Bonino encontró para generar tensión dramática en un género como el documental: crear una incógnita, dar vueltas en torno de ella y distribuir pistas a lo largo del camino para que el espectador las vaya descubriendo junto con la película a medida que esta avanza. Un recurso similar al que se utiliza en muchos relatos de ficción, sobre todo los que responden al modelo del relato policial. Algo de eso hay en Orione. Para acentuar la sensación de extrañeza, la directora recurre a una voz en off que será la que determine el punto de vista de la película. Ella será la encargada de narrar la versión de los hechos que recibirá el espectador. Esa voz, que durante buena parte del relato proviene del fuera de campo, es la de la madre de Ale. Por otra parte Bonino maneja muy bien el recurso de complementar ese discurso en off con una serie de acciones e imágenes que van alimentando y enriqueciendo al relato con sentidos y sentimientos adicionales. De esta forma, si la mujer cocina una torta de cumpleaños mientras va hilvanando una trama de recuerdos acerca de las dificultades que su hijo empezaba a generar durante la adolescencia, desapareciendo de la casa familiar sin previo aviso o escapándose de la escuela, es imposible no ver en esa acción una necesidad de aferrarse a una rutina que le permite seguir moviéndose bajo el peso del más grande de los dolores que una madre puede sufrir. Es cierto que la historia de Ale es también la de un pibe chorro, pero la directora consigue hacer que su película trascienda lo circunstancial de lo que le ocurrirá a este chico en particular, para trazar un perfil contundente y lapidario de ese recorte de la realidad que ha decidido abordar. Como se hacía en esos viejos experimentos escolares en los que el profesor de biología les permitía a sus alumnos matar un sapo sólo para abrirlo y ver cómo este era por dentro, del mismo modo Orione representa un corte transversal de la sociedad que permite ver cómo es y qué esconde en el interior de sus visceras. Igual que su madre, a quien la culpa se le filtra entre las grietas del discurso, la película no juzga ni justifica las acciones de Ale. Tampoco las niega ni las esconde sino que, por el contrario, las va orillando, dándoles la vuelta para mostrar otro lado, uno que usualmente no se ve, oculto detrás de los hechos más visibles. Bonino deconstruye a Ale no como delincuente (que lo era) sino como persona, para reconstruir a partir de los fragmentos el lado humano de una víctima convertida en victimario. Porque aunque su madre insista (sin decirlo nunca de manera explícita) en que a Ale no le faltaba nada, las imágenes de los videos familiares se vuelven una evidencia sutil de algunas carencias. Nada muy distinto de lo que les ocurre a otras familias y a otros chicos, que tanto pueden vivir en condiciones y contextos similares a los de Ale y su familia, pero también peor e incluso también mejor. Lo particular de esta historia es que su final es más triste que el de la mayor parte de los casos y eso permite que las fallas del sistema que le dieron origen queden más expuestas. La suma de todos estos recursos permite que cada espectador tenga la posibilidad de tomar una posición ante el caso que la película retrata, pero también de conmoverse, de interesarse y hasta sorprenderse encontrando un nuevo punto de vista desde donde mirar la realidad.
Orione, de Toia Bonino Por Marcela Gamberini Orione es la interesante opera prima de Toia Bonino quien a partir de la muerte de Ale cuenta las diferentes versiones del suceso. Su madre, sus amigos, la policía, los medios se congregan alrededor del suceso estableciendo la diversidad de puntos de vista acerca de la muerte de Ale. Para reforzar la idea de la diferencia de miradas sobre un mismo hecho – real, y fatal- Bonino trabaja la materialidad del documental con variados formatos, desde el límpido digital hasta las grabaciones antiguas, rugosas y granuladas, con interferencias para contar no solo la muerte sino los sucesos previos. Los primeros planos se confabulan con los planos de los lugares en los que Ale vivió y recorrió. El barrio Orione, con sus monoblocs donde las familias se reúnen alrededor de las piletas de lona o de los partidos de futbol, los vecinos que miran por las ventanas, la ropa tendida, los chicos que corretean, los perros infaltables dando vueltas por doquier. El espacio es importante en el documental, marca y desmarca un territorio, define a sus habitantes. La madre del “pibe chorro” (llamado comúnmente por la sociedad) rodeada ahora por sus nietos, da su testimonio de mamá mientras cocina una torta, con manos certeras para su nieto, ese que es el descendiente directo de Ale. La tensión dramática en este documental es una buena construcción de la directora; esa tensión dosificada recorre la película y estalla sobre el final, mostrando la suerte de un destino trágico, violento, apresurado: la muerte del pibe. La narrativa del documental cuenta de algún modo como una vida común, como la de cualquiera que siempre se define en un espacio y en unas circunstancias determinadas, se transforme en la vida de “un pibe chorro”. La película no opina, ni juzga, ni justifica, sólo muestra acciones ( por ejemplo: la de la madre haciendo la torta, aferrándose a una cotidianeidad, ésa que perdió con la muerte del hijo) y hace escuchar voces, el espectador podrá, si le parece necesario opinar sobre lo visto y lo oído. En definitiva una historia de esas comunes, sobre policías y ladrones, ésas que ya lamentablemente naturalizamos con una falta de asombro escandalosa. Orione pone en el centro de la escena la necesidad de prestar atención y hacer visibles y sonoras estas historias que destilan violencia, tragicidad y prejuicios. ORIONE Orione. Argentina, 2017. Guión, fotografía y dirección: Toia Bonino. Edición: Toia Bonino y Alejo Moguillansky. Duración: 65 minutos.
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Orione es una biografía hecha de retazos, un retrato colectivo sobre la vida de Alejandro, muerto de un disparo en la cabeza mientras manejaba un auto tras la fuga posterior a un robo. La directora dispone un collage de voces, cualquier material puede funcionar como testimonio: videos caseros de la familia, entrevistas a vecinos, cartas, informes oficiales o fragmentos de noticieros. Esa multiplicidad de registros parece ser la única vía para contar la historia de Ale sin tener que verse obligado a tomar un partido maniqueo: la película (que ganó el premio a Mejor Dirección del Bafici 2017) es ajena a cualquier clase de sensacionalismo o de sociología fácil, su proyecto no entiende de justificaciones o condenas. Esa variedad de fragmentos, a su vez, es enhebrada en algo parecido a una trama por la voz en off de la madre, que narra la vida y la muerte del hijo con la serenidad y el aplomo del que pierde lo más querido. La voz aporta coherencia a la dispersión general: el método de la película le permite a la directora recomponer la complejidad del mundo a través de la potencia de distintos lenguajes y soportes, que van de la intimidad de una carta personal hasta el tono más bien espectacular y sumario del móvil de un noticiero. Pero esa decisión también supone un riesgo: a diferencia de lo que ocurre en cualquier documental de entrevistas, acá el sistema hace visible permanentemente las elecciones de la película, el criterio para optar por uno u otro fragmento y su puesta en fase con otros materiales. La película, en lo que parece un notable ejercicio de responsabilidad, asume con claridad una voz propia al tiempo que elude posiciones estereotipadas. El cine adquiere un carácter intersticial, se vuelve un arte del montaje (de la costura) más atento a las preguntas y a los espacios de indefinición que a las certezas de los documentales expositivos.
La delincuencia es habitual en la sociedad argentina. Sólo basta con poner los noticieros para darse una idea de la cantidad de hechos de inseguridad que asolan las calles del país. Sin embargo, sólo conocemos los episodios en su superficie. Detrás hay muchas historias. Por ejemplo, la que presenta el documental Orione (2017) Evitando todo sensacionalismo y tono de denuncia, la directora Toia Bonino se centra en caso que no escapó a los informes periodísticos, pero lo hace desde el lado del criminal. Más precisamente, de la madre de Alejandro Robles, un muchacho de Don Orione (en el Sur del conurbano bonaerense) que se dedicaba al robar. Mientras prepara una torta para su nieto, y sin aparecer demasiado en primer plano, la mujer relata cómo su hijo se fue inclinando hacia un estilo de vida fuera de la ley, no por necesidades económicas sino por gusto. A la par, Bonino recurre a grabaciones en video de cuando Alejandro era chico y lleno de vida, y también incluye filmaciones de allanamientos, cuerpos en una morgue y el testimonio de un individuo que podría ser un infiltrado. A través de una estructura en siete partes, la realizadora consigue un balance entre la crudeza de lo sucedido y la intimidad en las escenas con la madre, quien, sin caer en lágrimas ni manifestaciones de rabia, transmite el dolor de quien perdió a un ser querido y no pudo hacer nada para cambiar lo que pasó. Orione no condena, no glorifica, sino que nos descubre la intimidad de uno de los miles de casos policiales que pueblan las noticias, y lo logra desde la familia de quien optó por el camino del crimen.
LA DISTANCIA JUSTA Hay films que se definen por su punto de vista y aproximación a su foco de interés, y más cuando se trata de un documental. Orione es una película que toma la distancia necesaria para mostrar cómo una madre vuelve a recordar la vida de uno de sus hijos, abatido por la policía luego de ser delatado por un integrante de su propia banda con la que hacían secuestros exprés. El film de Toia Bonino apela a imágenes de grabaciones hogareñas recorriendo veranos en familia, entrega de diplomas y cumpleaños, que ayudan a conocer un poco más del joven muerto y darle entidad como persona e individuo. Mientras la madre hace actividades de cocina, se van develando detalles de cómo su hijo fue cayendo en la delincuencia y ella no pudo ayudarlo a salir, poniendo ahora todo su esfuerzo en criar a su nieto, que en un punto mantiene viva la memoria de su descendencia. El documental va ordenando piezas por testimonios y grabaciones que terminan de armar un relato que involucra a jueces, policías, mecánicos que retocan autos robados, todos ellos de alguna u otra forma involucrados en el caso. De esta forma, Orione se configura como un relato sobre un sistema, sus mecanismos e integrantes, donde el recuerdo y la evocación son motores decisivos.
Un documental que cuenta retazos de una vida, en contraposición a lo que la noticia policial simplifica como un delincuente o, lisa y llanamente, un pibe chorro, es lo que presenta Toia Bonino en Orione. Unas imágenes de video familiares abren Orione. Luego una voz en off de mujer comienza a relatar historias de familia, la de los Robles: la vida de sus hijos Leo y Ale, haciendo hincapié en éste último, mientras la vemos cocinando una torta. A medida que la trama avance descubriremos que lo que se cuenta es una vida que se desvió hacia el delito. El documental se arma a través de una polifonía de imágenes y voces: fiestas y reuniones familiares filmadas con cámaras hogareñas, de narraciones en off, de material de archivo televisivo y de registro propio (la entrevista, el entierro) pero también de filmaciones de procedimientos policiales, de una especie de Cámara Gesell a un menor y de autopsias. Lo que inevitablemente lleva a pensar cómo fueron conseguidos. O en qué momento se desdibujó el límite de lo privado para exponer públicamente a niños o a muertos y a sus familiares. Hay ahí algo para debatir. Barrio Don Orione es una localidad en Claypole, en el partido de Almirante Brown, en la zona sur del Gran Buenos Aires: un complejo habitacional de monoblocks levantado durante la dictadura y habitado por miembros de clases populares. De esos típicos lugares estigmatizados en las últimas décadas por los medios y avasallados por la policía en su represión metódica. Dividida en 7 capítulos la película (por la cual Toia Bonino ganó el premio a mejor directora de la Competencia Argentina en el Bafici 2017) no justifica ni avala, a partir de su reconstrucción de una existencia, el accionar criminal y delictivo de sus protagonistas (el mismo testimonio de la madre lo deja en claro), ni tampoco historiza ni psicologiza decisiones, sino que muestra, simplemente, qué hay detrás de una noticia televisiva de ciertos medios además de muertes, inseguridad, supuesta estadística y sostenimiento del prejuicio fascista y clasemediero: una vida. Ni más ni menos.
Tortas de cumpleaños y pelopinchos. Manos que trabajan y voces que narran. Rostros de personas que no vemos pero imaginamos dolidas, aunque contenidas, llagadas por el tiempo y el llanto. ORIONE se acerca a un tipo de historia que el cine documental nacional viene tratando bastante en los últimos años –casos policiales, familias rotas, gatillo fácil– pero lo hace de una manera inusual, propias de una cineasta que proviene del cine más experimental y las artes visuales. ORIONE se centra en la vida de Alejandro Robles, un pibe que se volvió delincuente y sufrió las consecuencias de su elección. Dentro de un género acostumbrado a las “cabezas parlantes” y a los casos controvertidos, la película de Orione es original en ambos aspectos. Más allá de un solo personaje, nadie habla a cámara en ORIONE. La principal voz, la que relata la historia, la protagonista del filme, es la madre de Ale, de la que vemos casi siempre sus manos, preparando con cuidado, dedicación y sabiduría de experta una torta de cumpleaños para su nieto. Es ella la que va contando lo que fue pasando con Ale, desde que era un chico un tanto rebelde en la secundaria hasta que entró a participar en bandas que robaban y hacían secuestros extorsivos al paso en el Sur del Gran Buenos Aires. Ya se enterarán de los detalles viendo el filme, pero lo llamativo de ORIONE es su elección por un tono descriptivo ajeno a la catarsis o a la lucha por una injusticia. Claro que hay factores (y personas, delatores, policías encubiertos, transas) que llevaron a Alejandro a vivir en una peligrosa zona delictiva, pero el filme no pone el acento allí ni intenta buscar culpables. Narra una vida que fue entrando en un callejón de difícil salida a partir de videos familiares de tiempos felices, imágenes televisivas, descripción de ambientes y el testimonio de una madre que no pudo hacer nada por evitar la “caída en desgracia” de su hijo. Si bien el carácter descriptivo del documental apunta más que nada a mostrar una suerte de cotidianeidad barrial en la que la vida de Ale se fue desarrollando (vacaciones, fiestas, encuentros familiares) y utiliza un sonido angustiante casi de filme experimental, ORIONE encuentra zonas curiosas donde la emoción se hace sentir, especialmente a partir de una carta (o email) tipeado en la pantalla en el que Ale parece despedirse de su madre a sabiendas que lo van a matar y le pide que cuide a su familia. Acaso esas diez o doce líneas de texto (o las manos de su madre poniendo los toques finales a la torta que le está haciendo a su nieto) digan mucho más sobre esta situación que decenas de otras películas que priorizan el análisis sociológico y utilizan la experiencia personal del mismo modo casual (para probar una idea sobre la “inseguridad” o la “violencia social”) que lo hace un noticiero televisivo, aunque con un punto de vista opuesto. Acá no hay juicios de valor sobre el accionar de nadie. En ese sentido, Ale tal vez no sea una “causa”, pero fue una persona que no supo (o no pudo, o no quiso) mantenerse dentro de los límites de la legalidad. Pagó las consecuencias y hoy está presente en una madre, un hijo, una familia, un barrio. Y en una película.