Perdidos en la Costa Con el Viejo Hotel Ostende como principal y vistosa locación, esta reconocida productora (Historias extraordinarias, Castro) y música debuta en la dirección de largometraje con un film que oscila entre lo observacional, lo detectivesco y la comedia. Ganadora de un concurso radial, una joven arriba al hotel para disfrutar del premio, que consiste en cuatro noches en el lugar. Mientras espera la llegada de su novio para el fin de semana, se empieza a obsesionar (observando todo a la distancia) con la historia de uno de los escasos huéspedes, un hombre maduro que mantiene una misteriosa relación con dos muchachas a la vez (¿amantes?). Aun cuando llega su pareja, la protagonista sigue fijada con ellos y continúa siguiéndolos por el pueblo y la playa. El film, que comienza como una suerte de Perdidos en Tokiol ocal, se va enrareciendo con un trama que va hacia lo policial (como un Hitchcock miminalista). Una de las cabezas de la compañía Pampero Cine (aquí el productor fue su socio, Mariano Llinás), Citarella debuta en la dirección con un film que tiene ciertos rasgos, elementos, situaciones interesantes, pero que en varios pasajes resiente sus (anti)climas con una propuesta demasiado monocorde. Se queda, así, a mitad de camino entre la contemplación y la sensación de incomodidad y extrañeza de su personaje principal y la supuesta tensión y suspenso que debería tener un thriller más tradicional. Entrevista con OtrosCines.com -¿Cómo surge el proyecto, cómo lo pudieron desarrollar y qué apoyos tuvieron? -Filmar en el Viejo Hotel Ostende fue la primera idea que surgió cuando decidimos filmar esta película. Hasta entonces no había nada, sólo las ganas de filmar. En realidad, yo tenía ganas de volver a la dirección de la mano de un corto o quizás un mediometraje. Así fue que surgió la idea de hacer algo en el Viejo Hotel Ostende. Eso, combinado con algunas ideas preexistentes dio como resultado una historia, que empezó siendo algo más bien pequeño y que, de a poco, se fue engrandeciendo. De repente estábamos, casi sin darnos cuenta, filmando un largometraje. Creo que filmamos alrededor de 14 horas por día, con un sol que rajaba la tierra y un calor casi inhumano. La película -que al principio no se sabía si iba a ser un largo, un medio, o qué- fue encontrando su lugar y los denominados "apoyos" fueron apareciendo. No fueron muchos. Costó muy poca plata. Sólo contábamos con un ahorro que había quedado de otras producciones de El Pampero, contábamos con nuestros propios equipos de rodaje y obviamente con el apoyo de la FUC pero, básicamente, con el aporte más grande y más valioso, el aporte que la hizo posible: el del Viejo Hotel Ostende. -¿Cómo definirías a la película (tema, búsquedas, estilo, desafíos que se plantearon)? -Como dije antes, la película fue encontrando su lugar y apareciendo a medida que se fue haciendo. Pese a esto, había un guión fuerte antes de empezar. Casi todas las ideas que aparecieron en los inicios se sostuvieron al día de hoy. Básicamente, cierta idea de oscilar entre dos universos cinematográficos posibles: uno más cercano al de la observación -tal vez más clásico- que acerca la película a un género más "detectivesco"; y otro más cotidiano, que irrumpe sin razón aparente y que es, quizás, el que acerca la película más a una comedia. Todos los disparadores (de cualquiera de estos dos universos posibles) suscitan cosas nuevas. Todo está puesto para que surjan anécdotas, surjan algunas situaciones de comedia y -sobre todo- para que surjan posibles narraciones.
Ese extraño hombre de la playa La ópera prima de Laura Citarella, Ostende (2011), es una atractiva propuesta que apela a la construcción del suspenso a partir de la tensión generada por un interesante juego con los puntos de vista. De esta forma mantiene atento al espectador a lo largo de todo su metraje. Laura (Laura Paredes) llega a la ciudad balnearia de Ostende y se aloja en un desolado hotel. Sola y sin mucho que hacer, comienza a observar a un extraño hombre que se pasea con dos mujeres por la playa. La relación entre estos personajes le disparará a Laura una serie de conjeturas así como al espectador la duda sobre lo que sucede o podría llegar a suceder. Así como si se tratase de un film de Chabrol, Laura Citarella va manipulando al espectador a través de un interesante manejo de la información. No sabemos mucho desde la butaca sobre lo que sucede pero todo está inferido, todo puede pasar o al menos eso se sugiere. Este juego, acentuado por los puntos de vista –lo que se ve y lo que no se ve- generan un misterio desconcertante y sugestivo. Todos lo elementos de la película van dejando pistas induciendo hipótesis que no se llegan a confirmar ni refutar, sin embargo la tensión se acrecienta a medida que la curiosidad invade a la protagonista. Hay un par de referencias cinematográficas tomadas de Alfred Hitchcock (es difícil construir suspenso sin tomar algo del maestro), sobre todo en el plano final que aquí no develaremos. Citarella sabe cuando mover o dejar quieta la cámara, o cuando desprenderse del punto de vista de su protagonista para automatizar la mirada. Ostende no es una película genialmente construida pero demuestra un amplio manejo de los recursos narrativos del suspense. Sonidos fuera de campo, fueras de foco y una inteligente construcción de los puntos de vista para crear misterio allí donde parece no suceder nada.
Agua sobre agua La cosa va así, Laura se gana un sorteo para pasar unos días en un hotel en la ciudad balnearia de Ostende, mientras espera hasta el fin de semana la llegada de su novio. Sin mucho para hacer, dado que es temporada baja y el clima es frío y ventoso, observa sigilosamente a un huésped que merodea por las instalaciones y la playa junto a dos mujeres mucho más jóvenes que él. La debutante en el largo Laura Citarella aprovecha la postal de esta ciudad para trabajar los climas. En medio de esta situación, el nivel de paranoia de la protagonista va en aumento, sumado posiblemente a una historia de ficción que oye en voz de un empleado del recinto, un personaje que resulta bastante molesto tanto para Laura como para el espectador. El arribo de su novio no le calma los ánimos, por lo que rápidamente lo anoticia sobre los “raros” movimientos que hace el misterioso huésped, aunque él no la toma en cuenta. Ostende es una película que termina haciendo agua por todos lados, ya que en el film hay un juego con el cine de Hitchcock mal aprendido que no funciona. Si bien hay un par de encuadres bastante prolijos, ninguno es efectivo como para generar suspenso y esa intriga que Laura describe por medio de los diálogos con su novio en ningún momento está demostrada en las imágenes y es por eso que el final pierde todo efecto posible. NdR: Esta crítica es una extensión de la ya publicada durante el BAFICI.
Voces en el vacío Ostende es una ópera prima que fue presentada en el Bafici 2011 y que plantea una intriga con macguffin incluido en un escenario propicio como una playa poco habitada. El relato intenta por un lado inquietar al espectador bajo una ambigüedad que por momentos parece estar asociada a la percepción de la protagonista y por otro sencillamente a las leyes internas que atraviesan la trama. Suspicious mind es el ringtone que suena en el celular de Laura, protagonista de esta intrigante película de Laura Citarella, quien tras haber ganado un concurso radial va a parar por cuatro días a un hotel en la ciudad de Ostende para desconectarse del mundo y entregarse a la contemplación de un mar violento y de una playa casi vacía. Sin embargo, su tranquilidad comienza a alterarse desde el momento en que aparecen en escena un hombre misterioso, acompañado de dos mujeres jóvenes que despiertan la curiosidad de Laura por sus extrañas conductas. A partir de ahí se alimenta la incerteza de un relato que vertebra diferentes historias que no terminan por concluir jamás: la de un mozo que cuenta una idea para una película; la de una cinta que reproduce extrañas voces y la de la propia Laura que juega a ser detective por unas horas recordando a aquella gloriosa película de Woody Allen Misterioso Asesinato en Manhattan, por no citar al fantasma de Hitchcock ya mencionado anteriormente, o al de Rohmer acompañando la trama, que lamentablemente decae promediando la parte final. No obstante, Laura Citarella como directora demuestra pericia en el manejo de la intriga, el ritmo y una sólida dirección de actores.
En el marco de la sección Competencia Argentina de esta 13º edición del BAFICI se estrenó Ostende, ópera prima de Laura Citarella (Historias Breves 5). En primera instancia me remitió a dos películas argentinas estrenadas en el último tiempo, de las que pareciera retomar ciertos aspectos para hacer algo mejor. Por un lado parece tomar a ese desaprovechado trío entre un hombre de avanzada edad con dos jóvenes de la fallida Familia para armar, y le agrega aquel componente de misterio presente en El Pasante, con teorías tiradas de los pelos y mucha especulación. Del cine de Rohmer y sus personajes fusionados con el entorno, y el de Hitchcock y la intriga más pura, se deriva Ostende. Desde la cafetería, la playa o la indiscreta ventana de su dormitorio, Laura (muy bien Laura Paredes) sigue los movimientos del trío sin comentarlo con nadie. Los cambios repentinos hacia una musicalización sombría conducen a pensar que la fascinación por los otros se trata en realidad de una investigación detectivesca. A diferencia de El Pasante, en la que el misterio es una excusa para tratar el acercamiento romántico entre un joven y su jefa, aquí es el centro de la historia. Ella no tiene problemas con estar desempleada, ni con su novio que trabaja en el INCAA, está aburrida y se mete de lleno en una historia de suspenso que logra entrenerla así como también al espectador, con un resultado más oscuro de lo que se podría pensar. En ese sentido es que también presta atención al guión de una futura película que le narra el mozo charlatán que le sirve el almuerzo, una de terror sobre sacerdotes torturadores que alguien debería filmar o al menos darle un final.
Historias de Hotel Desde su título (el nombre propio “Ostende”), la ópera prima de Laura Citarella se identifica con el particular ámbito de los hoteles, espacios sugerentes donde el tiempo rutinario se interrumpe para dejar fluir lo que de otra forma probablemente pasaría inadvertido. La protagonista, interpretada por Laura Paredes, se aproxima de muchas formas a las (anti)heroínas de “Lost in Tokio”, de Sofía Coppola; “El rayo verde”, de Erick Rohmer (un referente muy presente) o “La novia errante”, de Ana Katz, por mencionar finalmente un ejemplo perteneciente a nuestro más cercano cine. La trama presenta a una joven que ha ganado un concurso radial (en realidad lo ha conseguido su novio, quien se incorporará después). El premio consiste en pasar cuatro días en un viejo hotel junto al mar. La película se inicia con el breve recorrido de la muchacha, desde la estación hasta el añoso edificio que, fuera de temporada, acentúa su aspecto solitario. La oportunidad de aislarse -como entre paréntesis- de la rutina, permite la posibilidad de descubrir grandes o pequeñas cosas esquivas que suelen revelar un malestar previo, adentro y afuera. Esto, que en el periplo tradicional del héroe se conoce como “el despertar”, suele operar (o no) como disparador de una búsqueda más profunda. Aburrimiento y curiosidad Construida a partir de atmósferas y silencios expresivos, la película avanza combinando ironía, torpezas y algo de tragedia en el sustrato amargo que permanece detrás de alguna situación risible que se acentúa con el casi permanente sonido rasante del mar encrespado y la luz que huye. Todo parece conspirar contra la supuesta diversión de los días ofrecidos como recompensa: la joven está sola y explícitamente se aburre en una playa inhóspita, fría y ventosa. Su único interlocutor será el encargado del bar, Paco, un joven locuaz, que le cuenta una historia de ficción que tiene pensada para una hipotética película. En ese ambiente especial, también la chica empieza a prestar atención al extraño comportamiento de un trío que se hospeda en el hotel: un hombre maduro, acompañado por dos mujeres jóvenes. Y los seguirá y escuchará desde cierta distancia, deduciendo situaciones posiblemente tenebrosas. Ese misterio intuido y las conversaciones con el mozo de inesperada vocación cinematográfica son lo único que parece motivarla y sacarla de un estado de apatía, porque evidentemente algo no anda bien en la protagonista, de la que solamente escuchamos en sus llamadas por celular la palabra “regular”. “Ostende” oscila entre dos universos cinematográficos: uno más cercano a la observación, afín a la trama detectivesca; y otro, que irrumpe sin razón aparente y que la aproxima más a una comedia (sin serlo), sobre todo, lo que concierne al mundo en torno de Paquito, el atolondrado muchacho a cargo del bar con su kafkiana historia voluntariamente incompleta. Paradójica certeza La mínima anécdota del film fluye entre pocas palabras y mucho relato audiovisual, con buen ritmo por momentos, como el suspenso de una carta estrujada pero no leída sobre la mesa del bar, los seguimientos por caminos apartados, desnaturalizados por un fuera de foco que borra las fronteras entre lo real y lo imaginado. En la línea policial, la película coquetea con Hitchcock, a partir de las ventanas de enfrente que convergen al patio interno del hotel y la piscina en la que por primera vez aparecen los misteriosos personajes. Ella trata de escuchar a través de las paredes pero solamente percibe retazos de palabras o gemidos. Cuando finalmente llega su novio, ese particular mundo que ha ido construyendo entre observaciones objetivas y mucha imaginación parece desvanecerse, aunque paradójicamente se confirme para el espectador lo que antes era pura presunción en la línea de la intriga policial, con el clímax del sorprendente final. Un irónico regusto de paradoja satura todos los niveles de la narración, donde la insistente curiosidad por el mundo exterior conlleva al mismo tiempo la noción de que éste jamás podrá develarse en plenitud. De allí, seguramente ese largo y oscuro plano final, en el que la cámara contempla, desde una posición muy alejada, el inesperado desenlace: una certeza que se confirma en ese mundo de incertezas, aunque la protagonista no lo sepa nunca.
Publicada en la edición digital #243 de la revista.