El universo del rap y del freestyle no solamente está creciendo en los últimos años en nuestro país, sino que también se está volviendo cada vez más masivo y accesible, porque están saliendo más series y películas que abordan este mundo, haciendo que gente que no lo conocía, se empiece a interesar por las rimas, la crítica social y la competencia sana. Después de su paso por el Festival de Cine de Mar del Plata, llega «Panash» a las salas comerciales, una película que se centra en una Buenos Aires distópica, donde reina la represión policial en las calles. Un grupo de raperos, preocupados por la situación actual, exponen la realidad a través de versos y rimas, enfrentándose entre sí. Allí conoceremos a Panash, una joven con un gran talento y espíritu revolucionario, que se enamora de un joven nuevo en el barrio, Isi. Es así como Ciro, uno de los líderes más respetados del lugar, ayudará a Isi a conquistar el corazón de Panash mediante su música, a pesar de que él también está perdidamente enamorado de ella. «Panash» es una película que habla de muchas cuestiones. Por un lado es una historia de amor juvenil, que se plasma a través de un ida y vuelta musical. También es un film de denuncia, que expone el abuso de la autoridad policial, la situación en el conurbano, las adicciones, la lucha por los ideales, la revolución, el gatillo fácil. Y por último nos adentra en este submundo artístico del rap y el freestyle, plasmando una herramienta fundamental para que los chicos puedan expresarse. Esta mezcla de géneros por momentos está bien lograda y por otros se pierde un poco en su ambición, resaltando más cuando se vuelve una crítica social que cuando despliega el romance. Es interesante que en vez de haber utilizado a actores para que interpreten estos papeles, sean verdaderos raperos los protagonistas de esta historia, como Homer el Mero Mero (Ciro), Real Valessa (Panash) o Lautaro LR (Isi), que si bien acá se muestra como alguien que recién se inicia en este camino no deja de ser una figura reconocida en el mundo real. Esto permite que sus personajes fluyan, se note el talento que hay en las rimas y la improvisación y la trama se vuelva más creíble. Los aspectos técnicos cumplen con el propósito de servir a la narración. Para mostrar la represión policial se recurre a material de archivo de momentos de tensión y enfrentamiento entre las autoridades y la sociedad en 2001-2003 y 2015-2019, mientras que la parte musical se plasma como si fuera un videoclip. Además, el estar filmado en Fuerte Apache le otorga realismo a las locaciones y a ese espíritu del conurbano bonaerense. En síntesis, «Panash» resultar ser un interesante film, que mezcla la crítica social con una historia de amor y una observación al mundo del freestyle. Por momentos estos tres ejes se presentan de manera armoniosa y en otros funciona más un género que el otro. De todas maneras, el arte consigue traspasar estas fronteras, y, a través del talento de los raperos implicados, transmitir un mensaje de lucha y perseverancia.
La escena de la nueva música urbana ha crecido exponencialmente en los últimos años. Es un fenómeno internacional, pero en la Argentina tiene sus características particulares: una cultura en plena ebullición sostenida por las creativas rimas de artistas independientes y muy jóvenes que cuentan sin prejuicios su vida cotidiana, llena de dilemas y estrategias de supervivencia. Y Panash es uno de los primeros reflejos serios y consistentes de ese mundo en el campo del cine. La película pone en escena el talento de diferentes raperos para desplegar su arte, pero también para transformarse en protagonistas de una ficción que cruza el melodrama y el thriller en una zona caliente del conurbano bonaerense. Lo hace con un lenguaje visual contemporáneo, consciente del público al que mayormente puede interesar (el Instagram oficial del film tiene más de 22.000 seguidores) y zurciendo una historia simple pero elocuente que por momentos remite al antecedente célebre y virtuoso de 8 Mile: calle de ilusiones, el largometraje de Curtis Hanson que recrea parte de la vida de Eminem. Aunque se ha venido promocionando como un relato ambientado en una Buenos Aires distópica, la cartografía es por demás conocida y absolutamente real: una ciudad atravesada por una profunda crisis económica y una desigualdad flagrante. Una película oportuna y en sintonía con su tiempo.
A fines de los 80 el inquieto, desparejo y por momentos genial director ítaloamericano Abel Ferrara emprendió su tercer largometraje, China Girl, que por acá no pasó por los cines y sí por el VHS de la época con el rimbombante título de Suburbios de muerte. Allí, entre Montescos y Capuletos del Bronx, se enfrentaban a muerte chinos e italianos como historia periférica a la central: una imposible relación romántica entre una chica asiática y un heredero de Tony Manero, ahora no con música disco pero sí con acordes procedentes de sucedáneos de Prince y Michael Jackson. Esta gran película de Ferrara corroboraba las libertades que se puede tomar el cine al reconstruir a Shakespeare en calles mojadas, banda de sonido MTV de aquel tiempo, musculosas, camperas de cuero y violencia física y sanguínea. Semejante introducción acaso sirva para justificar la existencia de Panash, vehículo vernáculo en imágenes registrado en Fuerte Apache con referentes protagónicos del rap, trap y freestyle. La apuesta de Christoph Behl desde la dirección jamás esconde sus intenciones: construir una distopía del suburbio acorde a la música, como una especie de Amor sin barreras conurbano, donde puede erigirse una historia de amor que tiene como contexto un paisaje devastado y a punto de estallar. En ese punto, son tres los personajes centrales: el recién llegado a ese espacio (Isi), el líder de la banda (Ciro) y la chica entre ambos, la contundente Panash. Entre letras que se escriben y cantan, declaraciones de amor, alguna escena de violencia callejera, planos de efímera duración (de génesis videoclipero ya fagocitado por la televisión de las últimas décadas) y conversaciones nocturnas iluminadas como un decorado que dignifica el artificio, la hora y media de Panash complacerá a fanáticos y seguidores de los ítems descriptos anteriormente. Por este lado, y con el temor de que se produjera cierta desestabilización en mi sistema auditivo, banqué hasta el final la parada que, eso sí, se ve sin inconveniente como material didáctico y actual de un sector, digamos, social y musical de estos días. Igualmente planteo un par de sugerencias –entremezcladas con ciertas sospechas– en relación a un producto en imágenes como el representa Panash. Más que nada cuando se recuerda el éxito y la repercusión, hace casi un cuarto de siglo, de Pizza, birra, faso y otros referentes sociales que impactaron en aquel espectador. Y que más tarde seguiría con los films de José Campusano (Vikingo, Fango, Fantasmas de la ruta), con series como Tumberos y Okupas y, en los últimos años, El marginal y Un gallo para Esculapio, entre tantos materiales parecidos. Cabe preguntarse, por lo tanto, si aquello tan original de un tiempo lejano o no tanto ahora se legitima a través de un producto como el de Panash, acaso tan directo y sorpresivo, como también, efímero y de cortísima vida y fecha de vencimiento a breve plazo.
El surgimiento del arte en sectores marginados de la sociedad. Allí se centra el nuevo proyecto del director Christoph Behl que se adentró en el barrio Fuerte Apache para traer a las pantallas "Panash", una película que mezcla el drama con el romance y una especie de comedia musical basada en dos géneros urbanos: el rap y el trap. El film -que reúne a muchos de los artistas de la escena del freestyle- relata la historia de Ciro (Homero el Mero Mero), un joven rapero que tiene un intenso vínculo con Panash (Real Valessa), quien es reconocida en el barrio por su talento y protagoniza un amorío con otro de los chicos del barrio, Isi (Lautaro LR). Si bien el triángulo amoroso entre los tres actores principales es uno de los ejes centrales de la producción que dura casi 90 minutos, el hilo conductor de la misma es la represión policial con la que combaten día a día quienes viven en los lugares más postergados de Buenos Aires. En este sentido, también muestran la vida allí adentro: la droga como moneda corriente, las armas hasta en adolescentes, las peleas por el poder del barrio y la muerte como una de las consecuencias más comunes. Las actuaciones en general fueron correctas, teniendo en cuenta que se trata de artistas que vienen del mundo de la música y no de la actuación. A destacar el trabajo de Homero el Mero, que fue uno de los que más se lució en el personaje, como así también el propio soundtrack del film. Finalmente, la trama, que, aunque se comprende fácilmente, cabe señalar que avanza de manera muy lenta -como si costara resumir la idea principal- y termina resolviéndose en pocos minutos dando la sensación de que se debieron acortar escenas para que la duración sea de una hora y media.
Una de las variables más importantes en el arte cinematográfico es el “como” se cuenta, los planos, su duración, la posición y los movimientos de cámara, la utilización de la luz, los colores, el tono de la fotografía, el montaje, el sonido y mas claramente la banda sonora, hasta la escenografía y el vestuario pueden estar en función narrativa. Todo esto puede ser de un nivel excelso, pero también hay que darle importancia al “que” se cuenta, no solo la historia, su evolución, la presentación, construcción y desarrollo de los personajes, los diálogos, es necesario incluir el discurso de la misma. En un análisis del producto la mirada sobre estas variables no pueden estar ausentes. Por supuesto que el tema de las actuaciones no deja de ser la columna vertebral donde todo
Panash tiene anclaje en la actualidad de los barrios marginales del país: la problemática social de los adolescentes sin esperanza, la estigmatización, la persecución policial y el gatillo fácil son algunas de las cuestiones que forman parte del film en su costado denuncia, transformándose en una película no solo poderosa desde lo rítmico y visual, sino también en su costado político y social.
El director Christoph Behl se metió de lleno con la cultura del rap, el trap, el hip hop y el free style, con una larga lista de famosos del género, que crearon especialmente su música para la película, con temas que será editados en un disco, y con la confesa intención de darlos a conocer al gran público desde la admiración y su gusto personal. Y para eso filmó en las calles, especialmente en Fuerte Apache, para abarcar a un cono urbano bonaerense que tomo estilos y ritmos y los amaso a su estilo con sello inconfundible. Y a ese ambiente musical de desafíos e inspiración le sumo una Buenos Aires distópica y violenta, de peleas en las calles, de estado de sitio y represión que recuerdan hechos verdaderos insertados y una historia de amor. Una mujer y dos hombres enredados en la pasión y la inspiración en una versión muy lograda del Cyrano de Bergerac de Edmond Rostand. El resultado es un film potente, lleno de energía, que por momentos cae en lugares comunes de enfrentamientos y temas de droga y territorio, con un lenguaje de video clip pero que remonta en intensidad y se transforma en una creación con muchos atractivos y momentos de gran lirismo. Además de los protagonistas, Homer el Mero Mero, Real Valessa y Lautaro LR están Esteban (Logan), Dani Riba (Fantasma), Peke 77 (Abel), Black Panther (LA), Maximiliano Ocampo (Massi nada mas) (Marcos), G Sony (Vito), Nacho (Mahid), y Fili Wey (Soldado). También está en pequeñas intervenciones C.R.O, Trueno, Zaina, SOK, Stuart, Brasita, Abby – Lady Vaga, Inti Rap, Miloo Moya, RAYO (a.k.a BIG BUDA), Tuqu Ran, Zeta, Genas, Kuntur, Coscu, Replik y Tatu Franchi. Esa enorme convocatoria habla de una energía especial lograda por sus protagonistas para tener un film con el que se comprometieron masivamente.
Panash (2022) es una versión de Cyrano de Bergerac ambientada en el mundo de Fuerte Apache. Denuncia una sociedad que expulsa a los jóvenes villeros y una ciudad que reprime permanentemente. No se sabe si es el 2001 o el 2018, pero al entrar en la ciudad de Buenos Aires todo es represión policial. La ambigüedad temporal es intencional y no un error, aunque su discurso político es muy claro. Este realizador alemán tiene su agenda, aunque gracias a Cyrano de Bergerac quede un poco desdibujada. La película está protagonizada por Homer El Mero Mero, Real Valessa, Lautaro LR, además de muchos artistas del mundo de la escena musical del rap argentino. De hecho Panash es promocionada como “la verdadera película del rap argentino”. Es cierto que ya hubo otros títulos que se acercaron a este fenómeno y también series. El rap, el trap, el freestyle, todo es parte de la trama donde los más de veinte temas que aparecen fueron hechos por los protagonistas. Tampoco es mucho mérito, para ser sinceros. Como en Cyrano de Bergerac hay una dama de la cual el protagonista está enamorado, pero ella ama a otro, más bonito, pero incapaz de expresarse de forma poética. Acá nadie se expresa de manera poética o medianamente civilizada, pero igual se entiende la idea. El protagonista deberá cumplir con los deseos de Panash y cuidar al joven bonito. Acá no hay un poeta con una nariz gigante, sino un trapero que tiene un solo ojo. Todo ese sector del film, el que básicamente es la enésima versión de una obra maestra, funciona, tiene lógica y tensión. Pero cada vez que interpretan una de sus rimas se hace más difícil tolerarlo y cuando se describe la situación social la película directamente es una pavada. El director alemán Christoph Behl se ha radicado en la Argentina para denunciar los males del capitalismo, porque sin duda se debe a eso la marginalidad de nuestro país. Se filmó antes de la pandemia, lo que claramente delata las intenciones y se estrena recién ahora. No sé si el director querrá actualizar sus conceptos o si ya se siente conforme habiendo usado un clásico para darle un poco de vida a su cine sin valor alguno. Cyrano de Bergerac contra el neoliberalismo, ni a Marvel se le hubiera ocurrido una cosa así.
Una ficción sobre el trap argentino de Christoph Behl “Panash” (2021) es una explosiva producción que combina represión policial, historias de amores imposibles y musical; con la participación de todos los traperos contemporáneos. La obra de Cyrano de Bergerac de Edmond Rostand se adapta a este contexto marginal distópico en formato de musical freestyle. El relato filmado en Fuerte Apache narra la historia de Ciro (Homer el Mero Mero), el poeta de rima que ayuda a Isi (Lautaro LR) a conquistar a Panash (Real Valessa) desde las sombras con sus versos cantados. El conflicto con la policía irrumpe la escena con proporciones trágicas-épicas para el barrio y sus protagonistas. El film se destaca por la presencia de los cantantes del momento que, en una extensa escena inicial, arman duelos rapeados que el film utiliza a modo de presentación de los personajes. Allí aparecen Esteban (Logan), Dani Riba (Fantasma), Peke 77 (Abel), Black Panther (LA), Maximiliano Ocampo (Massi nada mas) (Marcos), G Sony (Vito), Nacho (Mahid), y Fili Wey (Soldado). También está en pequeñas intervenciones C.R.O, Trueno, Zaina, SOK, Stuart, Brasita, Abby - Lady Vaga, Inti Rap, Miloo Moya, RAYO (a.k.a BIG BUDA), Tuqu Ran, Zeta, Genas, Kuntur, Coscu, Replik y Tatu Franchi. Christoph Behl (El desierto) empezó a filmar esta historia hace tres años y la pandemia complicó su realización. La represión policial, moneda corriente de la gestión macrista, inspiró la idea principal de esta película. La producción esta a cargo de Subterranea Films y DIM Films, mientras que la producción musical es de Negro Dub, que planea sacar un disco con la banda sonora. En su mezcla de géneros Panash (2021) produce desconcierto en sus primeros minutos. El film amaga con su lectura social desde un contexto marginal en los créditos iniciales, luego se mete de lleno en la expresión musical de sus habitantes, con su cultura hip hop, y después cuenta su historia de amor imposible con el poeta trágico que hace su arte con el trap. Sobre la segunda parte la película logra un equilibrio narrativo cuando la fantasía distópica se instala en el relato. También puede pensarse a esta producción como un largo videoclip, con estética e imagen publicitaria que gráfica contexto, estilo musical y violencia social. En este punto se enmarca en la representación de la marginalidad desde la propuesta visual de sus cantantes, quienes marcan el pulso del film con su presencia. El gran mérito de Panash es reunir a estas estrellas del frestyle en una misma producción, describir sus anhelos y fracasos con sus códigos artísticos y darlos a conocer al público masivo en un formato que trasciende las redes y canales de difusión alternativos. Una película ambiciosa que, justamente por sus características constitutivas, se diferencia del resto y adquiere su razón de ser.
Represión, música y amor en la escena urbana Panash, con producción de Subterranea Films y DIM Films, y dirigida por Christoph Behl, es una película compleja. Porque los temas que confluyen en su estructura argumental son válidos, pero no siempre alcanza para validar una producción que el contenido que la atraviesa tenga esas características. Las cuestiones de adaptación, de guiños, de menciones y paralelismos literarios son una idea que no prende del todo, aunque lo intenta, porque se siente impostado y en desorden. Eso golpea al relato que tiene buenos momentos visuales y sonoros, recreaciones interesantes de situación. Varias estrellas del freestyle, la mayoría desconocidos para quienes no estén en ambiente (más allá de Coscu y Trueno, razonablemente populares) aportan lo suyo en el avance de la historia y su contenido musical. La forma de Cyrano se corporiza en el protagonista y tiene en esa idea casi la única parte de la columna de la película que ayuda a su sostén. El paralelismo con el 2001 se olvida de ver todo lo que se gestó en ese entonces y lo que se vuelve a ver hoy en un giro de la ruleta, que por momentos parece ser rusa. Esta opinión no pretende generar una pintura de desilusión y empuje con el objeto de desestimar de manera absoluta las posibilidades de Panash. Seguro encuentra su nicho y su público, y hasta puede abrir puertas a un acercamiento a espectadores que no tienen conocimiento de este círculo musical interpretativo social.
ARDE LA CIUDAD Panash es un artificio, hay una puesta en escena de videoclip y no se esconde, y eso es parte fundamental de los aciertos que exhibe la película de Christoph Behl. La mezcla de realidad y ficción ofrece una Buenos Aires distópica que tiene mucho de lo que conocemos (barrios marginales, violencia callejera, policías reprimiendo), todo esto matizado por algunas secuencias que podrían acercarse al cine de Walter Hill (The Warriors, Calles de fuego). Lo que funciona muy bien en la película son las actuaciones, los cantantes del movimiento hip-hop de Argentina que participan no quedan expuestos a sus limitaciones, en su mayoría todos están muy bien. Sobresalen Lucas Darío Giménez (Homer, el mero mero) y Real Valessa (quien interpreta a la rapera que le da título al film). Behl logra darle fluidez al relato, mostrando la realidad del barrio en el que viven las protagonistas mezcladas con imágenes de disturbios o marchas que se realizan en el centro de la ciudad. La historia de amor que incluye un triángulo entre Homer, el mero mero, Real Valessa y Lautaro Lr (interpretado por Lautaro Rodríguez, quien es el que más background de actuación tiene) queda potenciada en los minutos finales. Las canciones son un punto fuerte, los clips en donde los protagonistas hacen una especie de intermisiones contando su situación antes de seguir con el relato no quedan forzados, ya que la película siempre juega con ese tono.
Panash, de Christoph Behl En el cine es costumbre hacer filmes con estrellas en ascenso al Olimpo de la juventud; Argentina no es la excepción. Del folklore al tango, de la milonga al pop, incluso también el rock, el Heavy y y todo otro “Style” son sucesiva, y a conveniencia, convocados en distintos momentos, con alguna que otra subversión de género, a ser héroes cinematográficos. En su mayoría fallidos, funcionaban y todavía funcionan mayormente de manera tramposa, como propaganda conservadora. Con sus tópicos y mensajes bien definidos sobre la familia con sus hijos/as, la madre y el padre como núcleo, los amigos; el barrio entre otros; todos tópicos comunes de una sociedad cuya representación siempre está por detrás de lo que le sucede, pero en la que lo actual siempre sirve de retén. Juntar un grupo de músicos para hacer un film tampoco es nuevo desde el rockumental, tambien usarlos como publicidad es común a las discográficas. La marginalidad y la pobreza son decorativas, “pagan” visualmente, se venden bien en festivales, el género “misery exploitation” siempre es esperado con fruición como Zorba el griego (Michael Cacoyannis, 1964, Gr. Uk. EEUU.) con un Oscar en su haber. Existe una infinidad de ejemplos que avalan esta idea. Hay una suerte de oxímoron en los relatos cinematográficos; el cual se asemeja a otro que se sucede en la televisión y consiste en lo siguiente: querer promover la lectura por televisión. De otra manera se da en el cine, cuando un extranjero por más que haya vivido años en nuestro suelo, filma relatos sobre Latinoamérica o cualquier otro paisaje que considera inframundo. Supongo que las mujeres sentirán lo mismo con los filmes dirigidos por hombres cuyo supuesta temática son las mujeres, siempre hay contraejemplos, claro está como Happy Together (en chino, 春光乍洩; pinyin, Chūnguāng Zhàxiè, Wong Kar-wai, China (Hong Kong, 1997) Marcuse en el hombre unidimensional, defiende a los escritores rusos prerrevolucionarios frente al realismo norteamericano de Tennessee Williams (Thomas Lanier Williams III, 1911–1983, EEUU), al que trata de dolorosa ilustración; y si algo es cierto es que los extranjeros suelen tener cierta falta de pudor o culpa sobre los problemas de sus patios traseros. Algo es cierto y es que, cuando uno vislumbra el problema proveniente del propio terreno es menos enojoso y agraviante que cuando lo mismo proviene de lo ajeno; una cosa es Spike Lee hablando sobre las miserias de su comunidad y otra es cuando lo mismo proviene desde un Saxon, cosa que lo hace de por sí diferente. Panash no es la excepción, ni como cine, al cual considero oportunista (Young exploitation), ni de su mirada extranjera sobre la miseria estructural latinoamericana, films como Missing, Bajo fuego, El Salvador o También la Lluvia, padecen de la misma condescendencia con aire de superioridad moral. El director, Behl, estudió en Argentina, hizo un documental sobre las placas que familiares de desaparecidos ponen en el lugar que tuvo lugar la desaparición física; el diario de mayor salida en el país reseñaba con estas palabras: “Desde hace siete años, en las veredas de Buenos Aires aparecen coloridas baldosas que señalan lugares donde fueron secuestradas, o vivieron, estudiaron o trabajaron algunas de las víctimas de la última dictadura militar”[1]. “….interesantes momentos de tensión, como cuando una chilena, no precisamente pinochetista, declara estar “un poco harta” de la cuestión de la dictadura, tan abordada por el cine y otras artes en las tres últimas décadas”. Panash no aporta mas que los cánones establecidos por el cine que tiene por objetivo lanzar jóvenes músicos (no olvidar que en el año 2001 el grupo oriundo de Morón y La Matanza, “el Sindicato Argentino del Hip Hop” ha ganado el premio Grammy Latino a mejor banda de Hip Hop/rap) un cine enlatado al que parece querer dirigirse con períodos definidos la producción nacional. Con supuesta sensibilidad latinoamericanista, describe un supuesto universo (Fuerte Apache) pero que mezcla impúdicamente Prince (lluvia púrpura), The Warriors un poco de Romeo y Julieta para finalmente arrancar de un manotazo, o con un guiño culturoso para el espectador internacional, del melodrama Cyrano de Bergerac de Edmond Rostand todo el esqueleto melodramático del film. Digresión: Desde una versión muda con Benoît-Constant Coquelin, el mismo que estrenó el papel en 1897, en 1950 Ferrer se hizo con un Oscar y en 1990, también fue llevado a la TV. con Roxanne (Fred Schepisi,1987; EEUU). También fue llevado a la ópera 1936 (Musica de Franco Alfano, libreto de Henri Cain). En 2021, fue estrenada como musical por Joe Wright, escrita por Erica Schmidt, basada en el musical de Schmidt de 2018 del mismo nombre [2]; la forma en que Behl desconoce la fuente parece ser más del espíritu epocal, en el que parece que se puede reinventar de cualquier forma un texto. Uno de los escollos más grandes y donde el film hace agua, es que muestra una pereza supina a la hora de buscar antecedentes, indagar y crear preguntas sobre el tema y el por qué del rap, el trap y toda otra forma de música o ritmo que en EEUU dio la posibilidad de dar voz a sujetos (individuales y colectivos) marginales recién emigrados fusionando ritmos con una poética que expresa la creciente marginalidad, como penetró en latinoamérica, los flujos migratorios que llevó estilos y sensibilidades Desde el año 1984[3] aproximadamente, el rap viene soliviantando la cultura argentina, desde el break que llegó de la mano de Thriller (John Landis/ Michael Jackson, EEUU) hasta el rap blanco de Eminem que en de Illya Kuryaki and the Valderramas hizo carne; el rap y todas sus versiones fue haciendo y abriéndose paso hasta los bolsones de pobreza de la CABA y el Conurbano, Si en EEUU se dió un proceso creativo propio de la cultura americana, marcado por las condiciones de neo marginalidad, de donde las Block Parties en los años 70 del S.XX, eran una forma de superar la exclusión que los nuevos grupos inmigrantes tenían en las discotecas, este fenómeno de fiestas callejeras donde los Dj eran el centro protagónico va a permitir y promover la fusión de diversas ritmos y sonidos de comunidades tanto como la afroamericana ya asentada como la nueva y variada latina. Igual que el jazz, la música callejera de ser solo anuncios y saludos en medio de la música va a absorber poco a poco la infinidad de ritmos y sonidos provenientes de Latinoamérica y a construir una poética propia con su mitología de pandillas, crac y el ascenso a la inmortalidad de personajes como Tupac. De la misma manera que el rock en la Argentina que se asienta de la mano de un estrato social que puede viajar al exterior y traer discografía (ni hoy y mucho menos en los 70 , se editaba en simultáneo), una capa media principalmente urbana o del primer conurbano; y aún, la actual cumbia villera, que emerge como su nombre lo indica, “los pibes chorros” de sectores supuestamente marginales, su música aún en su formas radicales, tiene el aliento a una copia con fuerte sesgo aspiracional. El film es una suerte de olvidos, olvida a Amor sin Barreras (“West Side Story” Robert Wise,1961, EEUU) pero también olvida que hay un género puramente gauchesco que podría bien haber funcionado como contrapunto y antecedente: la Payada, poesía o rima si se quiere, improvisada a dos voces. Frente a toda esta ausencia, sin embargo, lo que como espectador me inquieta, es de otra índole: es la mirada fugaz y turística sobre la marginalidad, venimos escribiendo profusamente sobre el tema. El espectáculo gusta de la miseria, (ajena y propia) eso lo sabe todo el mundo, pero también pienso en la inmoralidad de convertir la miseria en un telón decorativo, a lo Disney, lo cual funciona como operación inversa a demonizarlos. Embellecer la miseria es lo mismo que mostrar únicamente su sordidez, es mentir; el arte necesariamente debe decir la verdad de la vida, diría Todorov o Eisenstein. Finalmente el film se acerca más al lanzamiento al estrellato de un grupo, preparando la escena de un musical para teatro de raperos, contextualizados y asimilados, en lo que el director y productores pueden soportar como miseria, y no la de la carencia que por décadas viven estas personas que luchan por salir de la necesidad del día a día; el de la falta de agua, de luz, de salud, no se menciona, no sé si por ausencia en la cabeza del director, o por consciente omisión no existen, o de manera maliciosa están desaparecidas de escena. Solo con colores y declamaciones al ritmo afrolatinoamericano, no se logran cambios, sino que se es funcional a un sistema de producción en los que estos músicos y nóveles estrellas terminan sus carreras estrellados con sobredosis, en cárcel; o por hurto por violencia de género, o simplemente muertos a tiros en un callejón. Ya lo sabemos, son sólo comida de la hambrienta maquinaria de lo que se supone que es la industria cinematográfica.