Reconstruyendo una pérdida Quizás lo más interesante de un film como Pantanal (2014), de Andrew Sala, su debut en largometraje, es su capacidad de poder con pocos elementos generar un interés por algo que nunca, salvo al final, sabemos qué es. Sala deja rastros e indicios a lo largo del metraje y en el cuerpo de Leonardo Murúa, el hombre que huye de algo o alguien, y así encuentra la posibilidad de construir una road movie que se adentra en espacios recónditos del norte argentino y países limítrofes. La cámara acompaña a Murúa y Sala ubica la cámara detrás del objeto que intenta acercarse, y el efecto que consigue es soberbio, porque en la ansiedad de ese hombre que escapa de un país a otro en una búsqueda desesperada, en el frenesí del silencio y los planos detalles, en los estudiados movimientos de cámara, Pantanal consigue refutar su propia hipótesis inicial, nada ni nadie debe poder colocar por encima de sus principios sus objetivos. Pero el prófugo por momentos deriva entre el deber ser y lo que realmente desea, y aún teniendo todo planificado, en el deambular constante y el no poder asentarse en un lugar, los esquemas se le pierden de vista, y la improvisación que se le impone, genera aún más nerviosismo en el espectador. La clásica cinta de búsqueda se reinventa con la implementación de un esquema que contiene entrevistas para generar aun más desconcierto. Sala experimenta así con el documental. El personaje deja un lugar y automáticamente el director reposa su cámara sobre aquellos que le ayudaron, o no, a su escape. El regionalismo al hablar dota de exotismo a una historia que sigue a una persona en un camino errático pese a tener un objetivo, encontrar algo que ya no está, y se topa con obstáculos. Sala posee una habilidad para generar climas y atmósferas que por momentos incomodan, hablando de una otredad necesaria para poder ser, pero que aún así terminan generando empatía con su despreciable prófugo, que dinero y botella en mano, puede lograr una mirada cómplice de esos que sin juzgar intentan comprender los motivos de la escapatoria. Interesante aproximación a un género que en la fuga y lo perdido no hace más que generar una construcción ambivalente sobre la moralidad y la razón de seres que en la clandestinidad, aparente, completan su identidad.
Una suerte de dos road movies en paralelo cuenta esta sugestiva, misteriosa y un tanto frustrante película de Sala. Es la historia de un hombre que se escapa con un bolso –un clásico formato del nuevo cine argentino–, solo que aquí el hombre lleva un montón de dinero y se conduce con la desesperación de alguien que ha robado un banco o algo así y quiere cruzar la frontera con Brasil para allá disfrutar de sus billetes verdes. Por otro lado, hay un segundo viaje de personajes que nunca vemos y que funciona, casi, a manera de falso documental, en el que se entrevista a muchos de los personajes que vieron pasar al protagonista, como si la cámara fuera la policía en su búsqueda o un cineasta al que se le escapó su actor principal. Promediando la película sabremos mejor los motivos del viaje del protagonista a Brasil y, una vez allí, la película y el personaje continúan la búsqueda por la persona a la que debe entregar el dinero. La cámara que lo sigue, en tanto, parece irlo perdiendo, como si el director se hubiera cansado de seguirlo o como si decidiera, una vez medio perdidos en una zona selvática de Brasil, que ya no habrá forma de encontrarlo en ese “pantanal” literal. La película es atrapante en tanto sigue a un hombre que trata de deshacerse de su identidad y huir. Eso, sumado a la búsqueda y a la intriga de sus motivos, hacen crecer la expectativa. La parte acaso frustrante es que apuesta por una resolución un tanto metafísica, si se quiere, que no termina de estar a tono con la propuesta que se le va haciendo al espectador a lo largo de los minutos previos. Las locaciones, la fotografía y los personajes reales que el protagonista y su “seguidor” encuentran por el camino le dan al filme una oscura belleza y una notable autenticidad.
Busco mi destino Esta road movie ambientada en el norte argentino y en escenarios naturales de Paraguay y el Mato Grosso brasileño constituye un valioso debut de este egrasado de la FUC. El hombre viaja rumbo a Brasil con una bolsa repleta de dinero. Tal como ocurre con El hijo perdido, otra de las películas presentadas en la Competencia Argentina del Festival de Mar del Plata 2014, Pantanal es una road movie en la que impera el misterio, los silencios y la búsqueda de invisibilidad ¿Para qué viaja? ¿Quién es el destinatario de esa suma? ¿Quién es el protagonista? Sobre esas preguntas y sus potenciales respuestas girará el debut en el largometraje de Andrew Sala, cuyo guión fue escrito en pleno proceso creativo, a medida que el equipo técnico y artístico avanzaba acompañando el transitar de los actores. Más allá de ciertos vaivenes dilatados y faltos de concentración narrativa, Pantanal se sigue con interés gracias a la utilización de un doble punto de vista que alterna entre el acompañamiento al protagonista y el de una cámara-investigadora que le sigue los pasos. Eso y, también, saber más, o al menos algo, acerca del misterioso viajante.
Pantanal parece haberse escapado de ese último tramo que fue el Nuevo Cine Argentino, ya no tan preocupado por representar un contexto social urgente sino más bien por definir una configuración estética más vinculada con el indie genérico. Esta película tiene esa conexión a partir de expandir la geografía situada en las irrupciones del fenómeno, aquellas que situaban a la Ciudad de Buenos Aires y su Conurbano como eje de las historias, así surgieron las urgencias del interior y hasta un subfenómeno, el caso del Nuevo Cine Cordobés. Andrew Sala dirige Pantanal (su segunda película, pero la primera en solitario) mostrándose un deudor del NCA saliente, pero en el intento de aportar un componente particular: el subgénero de la road movie. El viaje, en esta historia, es la de un hombre que lleva un bolso de mano del cual nunca se despega. No tardaremos mucho en descubrir que allí dentro hay una suma importante de dinero, y además de que su destino final está lejos del punto inicial en el que la película lo presenta. Desde Gualeguaychú hasta las primeras localidades brasileñas tras cruzar la frontera de Ciudad del Este, en Paraguay. Las piezas del supuesto rompecabezas (si es que uno se queda atado al relato) se desprenden a cuenta gotas; el protagonista es el manejo de los tiempos internos, inalterables ante las llamadas de emergencia de la narración. Sala, más allá de sus nobles esfuerzos, necesita al menos de un relato austero para desplegar su juego de pausas, contemplaciones y subjetivas por pequeños pueblos. El abuso de los testimonios -en modo documental- alienta a esta necesidad de sostener una configuración estética a partir de una historia de retazos, sencilla de completar, además. Siendo una película que pretende manejar las riendas del tiempo, la hora y pocos minutos de duración se estira hasta formar un círculo en el que redundan las subjetivas, las elipsis de los viajes largos entre localidades y los modos parcos de su protagonista. Al final, el rumbo del viajero se tuerce y el destino final se hace carne, las prioridades se subvierten otorgándole mayor dramatismo al punto final del trayecto, que en un principio parecía la simple excusa de la película.
Perdido en el paisaje Había en Pantanal, primer film en solitario de Andrew Sala (quien previamente había codirigido en 2010 Cinco) una premisa en principio atractiva: un hombre con un pasado y presente en la nebulosa huyendo hacia la llanura aluvial en el Mato Grosso, portando nada más y nada menos que una valija llena de dinero, mientras intenta buscar a su hermano. Pero el relato, a pesar de tener sólo 70 minutos de duración, abusa de los tiempos muertos, confiando demasiado en el poder hipnótico de los paisajes que atraviesa un protagonista que de tan hermético termina siendo superficial y que nunca genera empatía en el espectador. Es como si Pantanal sólo tuviera para ofrecer ese punto de partida del comienzo y un innegable preciosismo visual, cimentado en la capacidad para encuadrar con precisión por parte del realizador, pero no mucho más que eso, con lo que la narración nunca atrapa, nunca causa tensión o siquiera curiosidad. En el medio, hay una idea ingeniosa, que es la de convertir a los testigos del viaje del personaje principal en portadores de testimonios que vinculan a la narración con el género documental. Allí parece nacer otra vertiente narrativa, nuevos personajes -aunque sean circunstanciales- y quizás una nueva película, pero finalmente todo se queda en insinuaciones, en una mera demostración de astucia. ¿Qué es lo que quiere contar realmente Pantanal? ¿Qué tiene para decir sobre su protagonista o las circunstancias que atraviesa? Difícil saberlo, y lo cierto es que esa ambigüedad tampoco termina por ser productiva. Porque lo que se termina imponiendo es un distanciamiento deliberado, que conspira contra las posibilidades de la historia y condena a la película a la medianía absoluta. Lo que queda son apenas alusiones a algo que pudo ser pero nunca fue, en un film que no ofende pero que sí aburre y hasta desilusiona. Había algo para contar, un personaje central con un pasado al que explorar -aún desde puntuales referencias-, una fuerza antagonista con potencialidad desde el fuera de campo y un espacio tan imponente como asfixiante donde desarrollar la historia. Pero todo eso jamás termina por aparecer.
El policial como un juego de espejos Un policial, pero también una road movie: el director debuta con una atípica narración que sigue a un hombre y su bolso de dólares, en un recorrido que es fuga y persecución y que va de una mirada sofocante a un registro en el que la selva lo devora todo. Un policial atrapado en el cuerpo de una road movie: eso es en principio Pantanal, la opera prima del director Andrew Sala, que formó parte de la Competencia Argentina de la edición 2014 del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Un policial que repite elementos comunes del género, como la huida o la persecución, pero abordados de tal modo que permiten atravesar las capas del relato para hacer que éste se funda con la forma en que se ha decidido narrarlo. Tal como se ha dicho, ese recorrido de road movie no es otra cosa que el itinerario de la fuga de un hombre sin nombre, quien carga con celo un bolso repleto de dólares. El tipo viaja en auto hacia el nordeste para intentar salir del país por los pasos aduaneros que unen a la Argentina con Paraguay y luego pasar a Brasil, para tratar de encontrar a un supuesto hermano que vive ahí. Sin embargo, mientras más avanza el protagonista, más compleja se torna la búsqueda y más inalcanzable su objetivo, haciendo que el punto de destino devenga punto de fuga.Porque Pantanal es un policial y una road movie, pero también un laberinto de espejos. Una historia construida sobre duplicidades como esa, en la que un hombre que escapa intenta a su vez encontrar a otro, que también aparenta estar huyendo de él, haciendo que el camino del protagonista adquiera el doble valor de ser al mismo tiempo persecución y fuga, las dos caras de la misma moneda. Sala lleva ese juego de dobleces al extremo incluyendo una segunda línea narrativa. En ella, un personaje a quien nunca se ve y del que sólo se escucha su voz, también va tras los pasos de ese hombre. Jugando con un registro que roza la estética del documental de cabezas parlantes, ese personaje en off entrevista a las diferentes personas con las que el protagonista se ha ido cruzando en su camino. La recepcionista de un hotel; un taxista: un canoero que lo ayuda a cruzar el río para evitar los controles fronterizos; el dueño y el empleado de un taller. Todos miran la foto del hombre que escapa y responden a la pregunta de si lo han visto pasar o no.Uno de los interrogantes sobre el que los policiales suelen apoyarse, es aquel acerca de si la verdad o la realidad pueden o no ser reconstruidas a partir de los indicios que van dejando los hechos que les dieron origen. Sala parece haber querido jugar con dicha idea a partir de ese espiral en el que fugas y persecuciones se multiplican y entrecruzan. Si el relato del hombre que huye está construido sobre el registro directo de sus actos, el otro en cambio va hilvanando una versión de esos mismos hechos, pero a partir del testimonio de los testigos, que no siempre se corresponde con esa realidad de la que el espectador ha sido testigo privilegiado. Justamente la distancia que media entre una versión y otra, es la misma que separa a la realidad del modo en que cada individuo la percibe. De ese modo, Pantanal puede ser vista además como un intento de escenificar las dificultades que involucran todo acto de representación de la realidad y, por lo tanto, una reflexión acerca de la acción misma de hacer cine.La progresiva inmersión en los escenarios selváticos en los que se desarrolla este policial extraño, le da a Pantanal una atmósfera de cuento de Horacio Quiroga. Como en aquellos, a medida que el protagonista avanza en su derrotero, los escenarios urbanos van sucumbiendo a una geografía agreste que se resiste a ser humanizada. Ese proceso de absorción es gradual y hasta moroso, como los tiempos con que Sala se ha propuesto contar su historia. Pero también irreductible, porque una vez puesto en marcha es imposible de detener. Del mismo modo, el protagonista también va siendo devorado por la selva a medida que avanza. Ambas progresiones son replicadas por el director desde lo formal. Mientras que en el tramo inicial de la película el personaje es retratado de manera sofocante, con la cámara siempre encima, para llevar un registro exhaustivo de su crítico estado emocional, sobre el final los planos comienzan a ser cada vez más abiertos. Ahí la selva va ganando espacio, haciendo que la presencia humana comience a perder espesor, hasta desaparecer por completo en un extraordinario plano fijo final de más de cinco minutos, que viene a confirmar a este agobiante mecanismo de fugas y persecuciones como un ciclo infinito.
Enigmas en el camino a Brasil Como bien dice Andrew Sala, el director de Pantanal, "una película rodada con un equipo técnico extremadamente pequeño, en locaciones reales, sin actores (excepto por el protagonista) y con un guión que se reescribía en el camino iba a resultar bastante particular". Y Pantanal es, sin dudas, un film singular, que avanza a tientas, como el personaje encarnado por Leonardo Murúa, lanzado a la ruta con un bolso lleno de dinero y un objetivo que el director se niega a revelar precozmente. A medida que ese hombre enigmático, que se comunica con el mundo casi exclusivamente para reunir la información que lo lleve a buen puerto, va dejando huellas de su paso por Gualeguay, Iguazú y, finalmente, el sur de Brasil, aparecen testimonios en tono documental de los fugaces testigos de su misterioso derrotero. El viaje servirá también para descubrir que Sala puede filmar paisajes exuberantes resaltando su belleza sin apelar a los códigos de la estética publicitaria y que también supo calibrar los tiempos de su historia con un ajustado trabajo en la sala de montaje. El cruce entre ficción y documental es desde hace unos años un plan repetido en el cine que circula por los festivales. No es en esa estrategia narrativa donde este director nacido en los Estados Unidos pero criado en la Argentina (donde terminó la carrera de Economía en la UBA y estudió en la Universidad del Cine, en la cual hoy trabaja como docente) se hace necesariamente más fuerte, sino en la sutileza con la que logra transmitir una angustia que va aflorando con cuentagotas, gracias a una dosificación inteligente de la información relacionada con la trama y un trabajo de puesta en escena austero y eficaz. Pantanal puede no dejar cerrados todos los interrogantes que plantea o sugiere, pero sí abre una buena expectativa sobre los próximos pasos de este debutante que eligió como carta de presentación un largometraje que exige al espectador sin abrumarlo y desarrolla su línea dramática con decisión pero sin obviedades ni renuncias.
Hombre de ninguna parte Pantanal, la segunda película de Andrew Sala, pero primera dirigida en solitario, es una road movie que nos va mostrando diferentes escenarios y locaciones de Sudamérica, pasando por Argentina, Paraguay y finalmente, Brasil. La trama nos presenta a un hombre (Leonardo Murúa) que huye de la cuidad con un bolso, del que luego nos enteraremos que está lleno de dinero. ¿De dónde salió ese bolso? ¿Hacia donde va el hombre? ¿Por qué? ¿De qué huye? ¿Ese dinero es para él, o debe entregarlo a alguien? Serán algunas de las preguntas que nos hagamos. En el transcurso del film nos enteraremos que hay una deuda impaga, además de cierto conflicto familiar, y algunas otras razones más que generan angustia en el protagonista. Por otro lado, la película ofrece una segunda historia, a tono de falso documental con testimonios y dichos de personas que comentan haberse cruzado al protagonista en cuestión, generando así cierta frescura en el relato pseudo policial que se va creando, pero también, cayendo en la repetición innecesaria. Pantanal resulta atrapante para cualquier espectador, ya que maneja muy bien la intriga acerca de la huida del protagonista, y los motivos que la causan. Además, las locaciones elegidas y los personajes secundarios que van apareciendo a medida que el film avanza, brindan aún mayor belleza y naturalidad en un film que tiene bastantes similitudes con lo que alguna vez se llamó Nuevo Cine Argentino.
Un policial que se empantana Un tipo escapa por el litoral con un montón de dinero. A medida que va avanzando desde Entre Ríos hasta Misiones queda claro que está buscando a su hermano, que vive en Brasil, y que al mismo tiempo hay alguien que lo persigue a él. Se podría decir que "Pantanal" es un policial, pero no llega a tener ninguna de las cualidades del género, empezando por algo que se parezca a la acción o al suspenso. La falta de carisma del protagonista, y el hermetismo acerca de los pormenores de su misión, parecen ser la clave de este film bastante obtuso, aunque no carente de interés. Sin ir más lejos, los distintos paisajes que van llevando al parco protagonista desde la Argentina hasta la triple frontera, para pasar del Paraguay a Brasil, por momentos están bien filmados, lo que deriva en imágenes atractivas y hasta por momentos justifican el ritmo lento de esta road movie. Por otro lado, el extraño modo de mostrar al perseguidor del personaje principal no deja de ser original, ya que nunca se lo ve, sólo a sus interlocutores, a los que se interroga a través de entrevistas a cámara de los distintos testigos, como si fuera un documental, algo que se aplica sólo a esos fragmentos de la película. Entre el hermetismo general, la falta de diálogos que tengan algún mínimo atractivo o sustancia, y esos fragmentos documentales, "Pantanal" finalmente cuenta una historia más enigmática que otra cosa, e inclusive más pretenciosa de lo necesario. Como curiosidad vale, pero está lejos de conformar.