Nueva puesta al día de clásicos que tienen en "una segunda oportunidad en la tierra" el motor para construir su narración. El problema de la película de Daniele Luchetti es la multiplicación de "ventanas abiertas" que dispara y de las que el protagonista no termina por redimirse ante aquellas cuestiones que, supuestamente, lo llevaron a una muerte temprana. ¿De verdad que en el minuto antes de morir vas a estar pensando en si la luz de la heladera realmente se apaga? Complicado.
El cielo puede esperar. Pequeños momentos de felicidad es una comedia italiana dirigida por Daniele Luchetti, adaptada de la novela homónima de Francesco Piccolo. Y está protagonizada por Pif y Thony, acompañados de Renato Carpentieri, Franz Cantalupo, Vicenzo Ferrera y Roberta Caronia, entre otros. La historia se centra en Paolo (Pif), un ingeniero que sufre un accidente de tránsito mortal, pero que por un error de cálculo se le regala una hora y media más en el mundo, bajo la supervisión de un empleado de una oficina paradisíaca (Carpentieri). Y es ahí donde se replantea su vida y la relación con su familia, que vamos conociendo mediante el uso de flashbacks, que se alternan con todo lo que hace para despedirse de ellos sin avisarles su trágico destino. En primer lugar es necesario aclarar que si bien se trata de una fábula, no está apuntada al público infantil. Razón por la cual su protagonista no es una persona honesta como el George Bailey, interpretado por James Stewart, de ¡Qué bello es vivir!, sino que por el contrario, es alguien que al comienzo viola una norma de tránsito, que es la última de una serie, que vamos viendo en los flashbacks, en la que se incluyen diversas infidelidades matrimoniales. Un párrafo aparte merece su omnipresente Pif (nombre artístico de Pierfrancesco Diliberto) un protagonista cuyo carisma genera una empatía inmediata con el espectador. Haciendo un uso equilibrado de las diferentes emociones, en los que los pasos de comedia cumplen la función de evitar que las situaciones trágicas vuelvan inverosímil el relato. En conclusión, Pequeños momentos de felicidad es una película que cuenta, a modo de fábula para adultos, una historia de redención de un hombre común y corriente. Convirtiéndose así en una digna heredera tanto del surrealismo de Federico Fellini como de la Commedia all’italiana, y que puede servir de puerta de entrada para aquellos que quieran conocerlo.
Entre lo empalagoso y lo tierno Alguna vez habría que hacer un censo de cuántos son los personajes en la historia del cine a los que, estando a las puertas de su propia muerte, alguna clase de milagro les brinda una segunda oportunidad, desde que George Bailey finalmente no salta del puente en ¡Qué bello es vivir! Dentro de esa lista se encuentra Paolo, el protagonista de la italiana Pequeños momentos de felicidad, de Daniele Luchetti. Acá el director romano toma prestada una serie de recursos y elementos que estaban presentes en la película de Frank Capra, con intenciones muy parecidas. Esto es: darle forma a un relato de alto octanaje emocional, al colocar al protagonista en una situación extrema que lo obliga a realizar alguna clase de racconto y/o balance vital, con el propósito de conseguir lo que se conoce popularmente como “una película inspiradora”. Todo eso forma parte de esta propuesta. La película también adhiere a otros modelos genéricos del cine. Por ejemplo, forma parte de aquellas que retratan la vida pueblerina italiana y que, por lo general, transcurren en pequeñas ciudades o pueblos ubicados en las regiones insulares al sur de la bota mediterránea. Gran parte de la obra de Giuseppe Tornatore pertenece a este grupo, del que también forma parte Pequeños momentos de felicidad, cuyas acciones tienen lugar en la ciudad de Palermo. Luchetti explota fotográficamente el encanto paisajístico y arquitectónico de la capital siciliana, dándole por momentos ese aire de explotación turística que suele lastrar a muchas de las películas rodadas en Italia, incluso producciones extranjeras, que ambientan sus historias ahí para aprovechar la calidez de sus territorios y habitantes. Con todo eso Luchetti cuenta la historia de un hombre común, quien luego de perder la vida en un accidente de tránsito y de un breve paso por el cielo, recibe la impagable oportunidad de regresar al mundo. Pero ese período de gracia será de solo 92 minutos, lo que dura la película, que Paolo deberá aprovechar para darle un mejor cierre a vínculos emocionales que no atraviesan por su mejor momento. Narrada con humor inocente y tono melancólico, Pequeños momentos de felicidad se desarrolla a través de breves viñetas, a veces cercanas a un surrealismo psicoanalítico, que dan cuenta de la relación de Paolo con su esposa Agata, con sus dos hijos, con otras mujeres que han pasado por su vida y con sus amigos. Escenas que el montaje va conectando de forma a veces brusca, intercalando momentos del pasado con los de ese apurado presente en el que el protagonista trata de hacer todo a la vez. Suele decirse que justo antes de morir las personas ven pasar el relato de toda su vida y algo así es lo que consigue Luchetti a partir de ese particular diseño de edición. El resultado puede ser un poco empalagoso, pero también resultará tierno para quién logre conectar con esa emotividad al palo que la película propone.
Deudora de varios clásicos del cine “Que Bello es Vivir” (1947) de Frank Capra, “El Cielo Puede Esperar” (1978) de Warren Beatty o su primera versión “El Difunto Protesta” (1943) de Alexander Hall. En rigor de verdad tiene puntos de contacto con todas, pero no se parece a ninguna, no es una comedia romántica como las ultimas dos ni es un drama como la primera, todo un clásico navideño. Se podría encuadrar dentro de las comedias dramáticas, a partir de esa primera estructura, el filme se basa libremente en dos cuentos cortos de Francesco Piccolo “Momentos de Inadvertida Felicidad” y “Momentos de Inadvertida Infelicidad”. Paolo (Pierfrancesco Diliberto, mas conocido como PIF), es un ingeniero que tiene un vida regular,
Es de esas películas destinadas a la lágrima fácil, a la emoción en cada momento, a las definiciones de una filosofía cotidiana que resume la sabiduría de la vida en que los más importante es la familia y que el protagonista descuida sin importarle que todos estamos de paso en nuestra existencia. Morir por culpa propia desafiando un cálculo peligroso al cruzar un semáforo lleva al protagonista a una oficina atiborrada de gente que se niega a aceptar su nuevo status. Pero él, por un error de cálculo, tendrá una hora y treinta dos minutos para volver con los suyos. Un tiempo que en el film parece alargarse en situaciones donde todo se resume a ver a sus hijos, a su esposa y ser extrañamente atento. Aunque algunas vueltas de tuerca prometan otra cosa. Una simplista visión del drama humano reducida a las pequeñas cosas de la vida como fuente de todo esplendor existencial.
¿Qué cosa haríamos si inmediatamente después de morir, en el cielo nos dieran una extensión de hora y media para retornar a la Tierra? ¿Cuántas cosas se podrían hacer en ese corto lapso cuando sabemos que el final es inevitable? Sobre estos interrogantes gira la última comedia dramática de Daniele Luchetti, «Pequeños momentos de felicidad». Esta es la historia de Paolo (Pif, apodo artístico del actor), ingeniero palermitano (no, de acá no, de Italia!) quien desplazandose en moto imprudentemente por la ciudad, es atropellado por un camión. Está casado, tiene dos hijos y es, joven. Como consecuencia de haber perdido la vida, es transportado a una oficina en el Paraíso que funciona como aduana de quienes ingresan allí. Luego de una corta charla con los empleados de la «recepción», un funcionario le informará que debido a un error técnico, no se han computado unos minutos extras que deberían haber sido tenidos en cuenta y en consecuencia, se le bonificará eso, para ofrecerle un pequeño ratito para regresar a la Tierra. Acto seguido, le da unas breves recomendaciones y así es que nuestro protagonista tendrá que volver al plano que inexorablemente abandonará en nada menos que 92 minutos. La premisa sobre la que se estructura el relato es conocida, la hemos visto con anterioridad, pero su tratamiento es ligeramente distinto. Aquí, Paolo transitará por esos espacios, lleno de urgencia y sentimientos encontrados, alternando alegría y tristeza, en cantidades asimétricas, prevaleciendo esta última emoción. Nuestro personaje central será acompañado por un ángel, muy bien interpretado por Renato Carpentieri, quien le dará conesjos que el simpático y atribulado fallecido, desobederá prolijamente en su afán de cerrar algunas cuestiones de su vida, que ameritaban un tiempo mayor. La cinta transcurre entonces alternando momentos donde la ternura invade la escena, y otros que pueden desconcertarnos. En el estado de desesperación que posee Paolo, se mezclarán diversas historias, con su mujer, amantes, colegas…hijos. Se reviven recuerdos, infancia, relaciones. Todo dentro de un clima que inicia con alegría, pero en pocos casos se tiñe de sentimientos de pérdida y vacío. Sí, hay correctas actuaciones, sólidos recursos técnicos (quizás la OST podría haber acompañado mejor las transiciones) y el film, a pesar de su tono melancólico y apagado, se deja ver y fluye, naturalmente. Quizás no alcanza una intensidad mayor, profunda, más compleja, porque está en cierta manera, centrado mayoritariamente sobre los intereses románticos, y el nivel de velocidad que se juega para caracteriar estos vínculos en pocos minutos, sólo funciona para el rol de su esposa. Me hubiese gustado quizás también algo menos equilibrado y arriesgado, pero Luchetti elige un tono de pocos matices que vuela bajo y nos deja con ganas de más. Sin embargo, la candidez de Pif en su rol, permite que la propuesta se atraviese pacíficamente en toda su extensión. Esta comedia dramática, en definitiva, es un intento de exploración de un subgénero (el regreso a la vida después de la muerte) que sin dudas, espera una renovación mayor de la que aquí presenciamos.
La optimista Pequeños momentos de felicidad retrata a un hombre común sin tiempo que perder Cuando los burocráticos empleados del Más Allá le conceden la posibilidad de volver a su vida para despedirse para siempre, el siciliano promedio que encarna memorablemente Pif no duda en retomar sus rutinas como gesto de amor, en esta enaltecedora comedia de Daniele Luchetti “Cuando juegas, el tiempo se frena y la vida se alarga”. La frase llega al corazón del resignado Paolo justamente cuando el reloj empieza a decirle que su propio tiempo se está acabando. Al hombre, un ingeniero siciliano de cuarenta y tantos que representa a la perfección la idea de existencia humana medida desde el término medio, los encargados de abrirle las puertas del más allá le concedieron la gracia de volver por un rato a su mundo cotidiano antes de despedirse para siempre. Poco antes había sufrido un accidente mortal, pero logra convencer a quienes administran el paso al otro mundo desde un inmenso y muy italiano edificio administrativo que es víctima de un error. Así consigue un rato más para poner sus cosas en orden, especialmente con su familia: una esposa bella y perspicaz llamada Agatha y los dos hijos de la pareja. Paolo es el paladín de las rutinas, de las fobias y de los rituales maniáticos y obsesivos de un siciliano promedio. Ama a su esposa pero no puede resistirse a la atracción que ejercen sobre él otras mujeres, pocas veces logra entrar en sintonía con sus hijos y sueña con sus amigos con volver a ver a su querido Palermo en la serie A. Su vida se rige por una filosofía basada en algunas preguntas obsesivas (¿se apagará la luz interna de una heladera cuando la puerta está cerrada?) y frases por el estilo. Todo, por supuesto, cobra otro sentido tras el accidente y Paolo retoma todas sus conductas y sus interrogantes desde una nueva y definitiva perspectiva, ahora sin espacio para dudar. De la mano de la peripecia de Paolo, Daniele Luchetti construye el amable y agridulce relato de un hombre que trata de poner las cosas en orden llevando al italianísmo universo de su protagonista la mirada optimista clásica de Frank Capra y del Ernst Lubitsch de El cielo puede esperar. Hay mucha convicción en el realizador para insuflar decisión, certero humor, ironía y observaciones que por suerte escapan del costumbrismo más ramplón al derrotero de un hombre que no quiere dejar ninguna cuenta pendiente. El tiempo que parece quedarle (equivalente a la duración real de la película) es una sencilla y lúcida declaración de principios de Luchetti. Nada mejor que el cine para contar toda una vida desde una pequeña suma de hechos y episodios en apariencia irrelevantes, término que traduce al español el adjetivo “trascurabile” del original italiano. Con la apariencia, el gesto y los movimientos del hombre común que mantiene el mismo aspecto en el pasado y en el presente (gran decisión de puesta en escena de Luchetti), Pierfrancesco Diliberto, conocido en el mundo artístico italiano por el seudónimo de Pif, encarna de manera inmejorable al protagonista. A su lado también se luce Thony (Federica Caiozzo), siciliana como Pif y reconocida en su tierra más que nada como cantante y compositora. Muy parecida a primera vista a Rebecca Hall, con su inmensa sensibilidad y toda la gracia del mundo para moverse, Thony desmiente la poca experiencia actoral con la que llegó a este proyecto.
La melancolía de Daniele Luchetti Basada en la novela de Francesco Piccolo, quien también escribe el guión, la película protagonizada por Pierfrancesco Diliberto es una comedia dramática sobre la felicidad. Pequeños momentos de felicidad (Momenti di trascurabile felicitá, 2019) arranca muy bien, con buen ritmo y tono reflexivo sobre los tiempos que corren (en más de un sentido). El disparador es muy bueno: un hombre muere en un accidente y llega a un purgatorio muy italiano donde, por un error del sistema, le conceden 92 minutos más en la tierra para atar los cabos sueltos y luego si, ser ingresado en el cielo o el infierno. Este inicio recuerda al clásico de Ernst Lubitsch El cielo puede esperar (Heaven Can Wait, 1943), o su más atinado título español “El diablo dijo no”. El disparador del film de Luchetti es similar al del producido por Hollywood, del mismo modo que emparenta los mejores momentos de la vida del protagonista con sus relaciones amorosas. Relaciones que funcionan como una especie de aprendizaje sobre la importancia de su esposa en su vida. El protagonista se vincula con las mujeres -entiéndase es infiel- como un síntoma simpático de su inmadurez, un tema que se toma con la misma naturalidad y sentido que en el film dirigido por Ernst Lubitsch en 1943, solo que 80 años después. Un dato al menos curioso. De esta manera el realizador italiano de La nostra vita (2010) busca la identificación del espectador con el periplo melancólico del protagonista a partir de ciertos "lugares comunes" descriptos por el film. Aparece también brevemente la relación que debe recuperar con su hijo y, sobre todo, con su hija preadolescente. Otra mujer de carácter fuerte que le impone condiciones más allá de su estilo seductor. Pero el factor fantástico de donde surge el humor de la película -el regreso a la vida con un anciano burócrata que lo sigue de cerca- se desvanece en la segunda mitad por el melodrama, con la única intención de cerrar el círculo planteado en un inicio. El azar propio del comienzo deja lugar al destino como consecuencia necesaria de los actos “sos un imprudente, un irresponsable” le dice el anciano al verlo cruzar la avenida. El mensaje inspirador se desdibuja en pos de un final feliz.
Como cada mañana Paolo se sube a su moto para ir al trabajo. Conoce un truco por el cual en una bocacalle complicada, él pasa con el tiempo justo donde ningún otro vehículo tiene paso. Es una pequeña, casi imperceptible falta de tránsito sin consecuencias. Pero un día la cuenta sale mal y un camión choca con Paolo, que fallece. Cuando va al cine, encuentra que por una burocracia celestial, Paolo tiene la oportunidad de vivir noventa minutos más después de su muerte. A partir de eso, el protagonista deberá aferrarse a lo que más ama, valorando como nunca todo aquello es que es importante en la vida. Una fantasía como las que Hollywood ha sabido hacer a la perfección en títulos como Qué bello es vivir! o El cielo puede esperar. Aunque es edulcorada y simplona, esta película italiana dirigida por Daniele Luchetti, tiene un problema insalvable en su protagonista. Un personaje tan poco querible que sus conflictos de ninguna manera generar algún tipo de interés por su destino. Aunque la película busca ser tibia y agradable, su protagonista nos obliga a tomar partido en su contra.