Perdidos en París Fiona Gordon y Dominique Abel protagonizan, dirigen y escriben esta deliciosa comedia francesa que recupera no sólo la mejor tradición de la comedia cinematográfica mundial, sino que, potencia su historia con gags y humor físico que tan bien le hace a la pantalla. En la confusión de una mujer que vuelve a París para reencontrarse con una tía que necesita cuidados, y los imprevistos que le tocan vivir junto a un excéntrico hombre, el relato fluye y saca sonrisas en cada escena, con un halo de realismo mágico que refuerza sus premisas.
Una joyita, sin dudas. Resultado de una dupla creativa y de la vida real que forman Domenique Abel, protagonista, director y guionista, con Fiona Gordon protagonista. Cultores de humor físico, de los gags visuales, de la tradición de Jacques Tatí y Buster Keaton, construyen sus trabajos con riguroso método, junto a su grupo en Bruselas. En este caso acompañados por Emmanuelle Riva y Pierre Richards. Una sobrina nostalgiosa recibe un pedido de auxilio de su tía que vive en Paris, la quieren internar en geriátrico. Fiona parte de inmediato y cuando llega, portando una mochila con la bandera canadiense todo serán problemas para ella, antes de dar con su tía. Conocerá a un vagabundo que la encandila. Perderá todos sus bienes. Y después de muchas y regocijantes desventuras todo llegara a un romántico final. Las líneas del guión son simples. Pero lo que se construye es encantador, con un aroma de un pasado perdido pero también original y entretenido, y con una mirada inteligente de nuestra sociedad actual. . El humor y la fascinación se unen para un divertimento distinto, por momentos regocijante. Atrévase a este cine que cultivan dos grandes artistas que rinden homenaje a los grandes del pasado y hacen su aporte creativo y personal.
La nostalgia en clave circense En esta poco sutil comedia, la dupla de Dominique Abel y Fiona Gordon reivindica el más puro y simple humor físico. Si Damien Chazelle realizó La la land porque añoraba los años dorados de los musicales de Hollywood, el dúo especialista en burlesque Dominique Abel y Fiona Gordon aprovecha Perdidos en París para homenajear al más cándido humor físico. El matrimonio circense no se subió recién a la moda de la nostalgia: Abel y Gordon demostraron esta inclinación en Rumba, que había traído a la pareja al país antes del estreno en 2009. Ellos se dedican al arte escénico hace varias décadas, pero Perdidos en París recién es la cuarta película que los encuentra juntos detrás de cámara, y la primera vez sin la colaboración de Bruno Romy. Además de dirigir, Fiona y Dominique escribieron la película e interpretan a los protagonistas, que llevan sus mismos nombres. Fiona es una bibliotecaria canadiense que viaja a Francia por pedido de su tía, Martha, que se resiste a ser internada en un geriátrico a pesar de su incipiente demencia senil. La anciana desaparece apenas su sobrina pone un pie en París y Fiona termina tocando fondo (y esto es literal en las profundidades del Sena) tras perder todas sus pertenencias y quedar en la calle. El vagabundo Dom la asiste en busca de la anciana. Cuando se conocen, tal vez la mejor escena de la película, parece haber un flechazo inmediato y, tras un divertido homenaje al cine de Jacques Tati, terminan bailando un moderno tango. A pesar de eso, el romance entre Fiona y el chaplinesco Dom parece siempre improbable, y Perdidos en París se destaca por esas combinaciones inesperadas, como la mezcla del humor bien negro con el candor del slapstick de antaño. Otra melancólica unión sorpresiva tiene como protagonistas a Pierre Richard y Emmanuelle Riva, en este último papel de la estrella de Amour e Hiroshima mon amour antes de su muerte. La sutileza no es el fuerte de la película: no demuestra tanto interés por darle fluidez a la narración como por reivindicar a grandes figuras del pasado. El mayor ejemplo de esa nostalgia de Dom y Fiona tal vez se encuentre en permitirse la construcción de un mundo carente de villanos.
Dirigida y protagonizada por Dominique Abel y Fiona Gordon, Perdidos en París es una singular comedia que cuenta además con una de las últimas interpretaciones de Emmanuelle Riva. Fiona es una introvertida canadiense que decide ir a visitar a su tía Martha a París sabiendo que ella se encuentra senil y sola, pero es también la oportunidad para conocer otro lugar, para convertirse en viajera. Dominique es un sin techo que vive y sobrevive como puede en las calles de París. Fiona llega a la ciudad de las luces encantada pero pronto se queda sin nada, al perder el equipaje con todo lo que traía. Dominique es quien encuentra su bolso y aprovecha su contenido. Hasta que el destino los cruza, una, dos, varias veces. El tercer eslabón protagónico es Martha -la tía de Fiona a quien visita pero no encuentra-, que huye de la gente que quiere encerrarla en un asilo. Entre los tres personajes se producirán los encuentros y desencuentros. Más allá de que la trama tiene mucho de comedia de enredos, lo más curioso del film radica en su envoltorio. La película se aleja de toda verosimilitud para entregar algo que es todo el tiempo exagerado, desbordante. Así se apela mucho al humor físico, tan propio del cine mudo. Y la inclusión del tango en muchas de esas escenas terminan de aportarle un sello muy particular. Sin embargo también desde lo visual la artificialidad se hace presente, pero de un modo muy artesanal. Tanto Abel como Gordon cumplen a la hora de interpretar a dos perdedores encantadores, dos desastres en el sentido más tierno y amable de la expresión. Pero también está ahí Emmanuelle Riva, divirtiéndose y llena de vida, acompañada en algún momento por la leyenda viva que es Pierre Richard. La película pone en foco la necesidad de perderse para encontrarse, con uno y con el otro. Porque también es una historia de amor entre dos personajes solitarios que provienen de distintos lugares y con disímiles vidas.
Perdidos en Paris, de Fiona Gordon y Dominique Abel Por Guadi Calvo La bibliotecaria en un pequeño pueblo canadiense, viaja a París a socorrer a su tía Martha, de 88 años, amenazada de ser internada en un geriátrico. Su llegada a Francia será una confusa mezcla de infortunios, la pérdida de su equipaje, la desaparición de Martha y la aparición de un clochard, que puede convertirse en su gran amor. La estructura del guión da para la construcción de un film, por lo menos ramplón, reiterativo y afectado. Un obvio homenaje a Tati y a Chaplin. Demasiado colorido, con demasiado brillo al punto de enceguecer a un espectador que se preguntara dónde han quedado sus anteojos de sol. El dúo protagonista, casualmente sus directores Pierre Richard y Emmanuelle Riva, aburren con su inocencia afectada, como si en los tiempos que se viven Europa, se permitirá espacio para tanta tontería. Indudablemente para el olvido. PERDIDOS EN PARIS Paris pieds nus. Francia, 2017. Dirección: Fiona Gordon y Dominique Abel. Intérpretes: Fiona Gordon, Dominique Abel y Pierre Richard. Duración: 84 minutos.
Cuando parecía que la comedia slapstick e inocente ya era parte del pasado, en Francia aparece Paris Pieds Nus como una alternativa a la típica comedia francesa. Domique Abel dirige y protagoniza esta obra ligera y chispeante que aborda los problemas de ser diferente, con el sabor característico de los enredos y situaciones coloridas con las que cualquier espectador puede encontrar un humor que viaja al pasado, a épocas donde la risa era más simple pero no por eso menos divertida. Y si de comedia clásica en Francia se habla es obligación traer a cuento a Jacques Tatí con su M. Hulot en Les Vacances de M. Hulot (Las vacaciones del señor Hulot) (1953), un personaje ingenuo y bonachón siempre en conflicto con su ambiente que provocaba la risa incesante del público. El film de Abel indudablemente se encuentra con Tatí y lo retoma, para crear una película del mismo estilo en donde aquí no un personaje sino tres son los que generan el humor en base a sus situaciones o su incapacidad de poder relacionarse de forma “normal” con su entorno. Podría pensarse que el relato esconde una cierta burla hacia estos protagonistas pero es todo lo contrario, a partir de que independientemente que los conflictos los abruman, mantienen ese aire no alienado y de alegría, ya no a través de las morisquetas o infortunios sino desde sus llamativos aspectos o su caricaturización. El film sabe encontrar perfectamente el momento de la risa justa y el de reflexión llegando al final, así como ese juego en el límite con situaciones más solemnes o sombrías pero que no llegan a construir un humor negro o bizarro. Paris Pieds Nus deja ese reguste nostálgico por el hecho de estar viviendo una época en que este tipo de relatos no existe, y al mismo tiempo la dicha de que la comedia al estilo Tatí -que irreversiblemente también lleva a pensar en Chaplin, Keaton, Lloyd o Mr Bean para los más jóvenes- todavía puede funcionar efectivamente y llevar a dejar la sala de una forma más aniñado y sonriente de lo que podría hacerlo cualquier comedia contemporánea.
Su trama es bastante simple. Es una comedia satírica, escrita, dirigida y protagonizada por el belga Dominique Abel y la canadiense Fiona Gordon a quienes disfrutamos en el 2009 en una comedia bastante similar que se estrenó con el título de “Rumba”. El film contiene varias situaciones cómicas, está lleno de gags, con encuentros y desencuentros. Su humor es más físico y a veces hasta acompaña a la tragedia. Los diálogos son visuales, con gestos, a través de las coreografías (hasta hay ritmo de tango) y pocas palabras, tienen algo del cine de Chaplin. Usan mucho los colores: amarillo, verdes vibrantes, rojos y azules y la música es genial. Nos habla del amor, de la muerte, la locura, la soledad, la solidaridad y del poder elegir. Cuenta con muy buenos actores y bien aprovechados, con momentos tiernos, frases filosóficas y entre las tantas escenas logradas hay una muy divertida y erótica con pantalla partida en la cual ellos están en distintos lugares, pero que no es de mal gusto sino todo lo contrario, está realizada con mucho profesionalismo y sutileza. Tenemos la posibilidad de ver a esa tía de 88 años interpretada por la actriz Emmanuelle Riva (1927-2017), recordada por grandes trabajos y que fuera nominada al Oscar a la mejor actriz por “Amour”
Perdidos, con humor, en París Pequeña joyita de facetas irregulares, "Perdidos en París" es la nueva comedia de Dominique Abel y Fiona Gordon, la pareja de cómicos belgas que años atrás estuvo en Pantalla Pinamar presentando su excepcional "Rumba". Quien vio esta película ya sabe cómo es la cosa: humor físico, absurdo, de fondo romántico y pocas palabras (en "Rumba" ni hablaban y aquí hay unos pocos diálogos circunstanciales), a cargo de una pareja de payasos flacos, flaquísimos, que también son pareja en la vida real. Ellos la escriben, dirigen, actúan, se divierten, nos divierten, todo a dúo, con mucho de circo y cine mudo, y también algo de pena escondida, que termina sanando. Para la ocasión, Fiona vive en un pueblito canadiense y viaja a Francia para rescatar a su tía octogenaria, que está en peligro. Pero la rescatista se pierde, y pierde el equipaje. De sólo verla, un clochard pierde el corazón por ella. Y entretanto la tía ya viene perdiendo la cordura. Como es una comedia, habrá final feliz, aunque debemos anticipar que esta gente también juega con el humor negro. "Perdidos en París" incluye además varias sorpresas, lugares bonitos, un tango, guiños al cine de los maestros René Clair y Jacques Tati, y un lindo espacio de ternura manejada por dos veteranos queridos: el cómico Pierre Richard (83) y Emmanuelle Riva (89). Paradojas de la vida, madame Riva siempre hizo papeles dramáticos, y hasta muy dramáticos, y justo se despidió con esta película, haciéndonos reír.
Absurdo mundo actual La dupla de la película Rumba (2009) vuelve al ruedo con este film ambientado en París. Una comedia simpática que se destaca por ser la última aparición en la pantalla grande de Emmanuelle Riva (Amour, Hiroshima mon amour), fallecida el pasado mes de enero. La pequeña Fiona tiene una relación especial con su tía Marta quien se va a vivir a París. Quedan en encontrarse pero el tiempo pasa y Fiona se queda en el frío pueblo de Canadá. Muchos años después recibe una carta de Marta pidiéndole que vaya a ayudarla porque quieren encerrarla en un asilo. El viaje de Fiona en la búsqueda de su tía por la ciudad de la Torre Eiffel es el motor del relato. Fiona Gordon y Dominique Abel son bailarines, escritores, directores y protagonistas. En sus películas llevan al máximo la expresión física prescindiendo de los diálogos, reduciéndolos al mínimo. Sin embargo, Perdidos en París (Paris pieds nus, 2017) no está a la altura de la magistral Rumba, aunque no deja de brindar un agradable momento plagado de escenas de baile, referencias al cine clásico -francés- y a nivel temático, la tragedia de la vida vista desde un humor absurdo. París en la película es un lugar de fusión de estéticas y estilos: el lenguaje de la danza con el del cine, música de tango a orillas del Sena, París vista desde un lugar de ensueño con Nueva York dentro y un curioso humor negro que solventa situaciones de marginación social (la escena en el velatorio, cementerio, crematorio y posterior tirado de cenizas). París es de este modo un lugar de encuentro: de idiomas (francés-inglés), de idiosincracias (canadiense-parisina), de vínculos familiares (sobrina-tía), de períodos de la historia del cine (clásico- contemporáneo). Esta mezcla confluye en una comedia que toma el romance como excusa para hablar de la inmigración, la tercera edad y la incomunicación en el mundo contemporáneo. El cuadro especial es otorgado por la veterana actriz francesa Emmanuelle Riva en una memorable escena de baile junto a otra eminencia de este cine como Pierre Richard. Juntos dan uno de los encuentros -reencuentros- cinematográficos más bellos sobre la vejez.
Utopías reales Perdidos en París (Paris pieds nus, 2016), es la cuarta película que la pareja de realizadores Dominique Abel y Fiona Gordon ruedan juntos. Su misión es clara: con el mismo tinte de Rumba (2008) rescatan elementos de comedia negra para hacerlos relucir. La formula es acertada, ya que aborda desde lo efímero, lo central, y convierte lo simple en atrapante fusionando criterios estilísticos de antaño con decisiones artísticas modernas, generando así un nuevo paradigma al borde del delirio sano. La trama por momentos recuerda al film Hacia Rutas Salvajes (Into the Wild, 2009), de Sean Penn: enfatiza la necesidad de perderse para encontrarse, y muestra cómo un viaje puede resultar el puntapié inicial para convertir ideas en proyectos a partir del simple contacto con un otro, ajeno, a la cultura propia, que desde otro estilo de vida aporte una mirada que ayude a ver posible lo imposible y abra puertas a nuevos rumbos en un acto de iluminación. También rememora la esencia del director Jacques Tati al mostrar el lado B de la ciudad de las luces a través de situaciones cotidianas, previsibles y banales que transcurren en las modernas calles parisinas para develar qué hay detrás de la “capital del arte”. El guión funciona a la perfección: Apela a la tragicomedia con recursos como el slapstick y la ausencia de diálogos. En esta línea, el tono burlesco, casi circense, resulta acertado para transmitir cómo se vive y sobrevive en París. También hay una marcada arista psicodélica -al estilo Woody Allen- que muestra cómo el destino separa y, al mismo tiempo, une en infinitos encuentros inesperados a dos personajes solitarios con vidas totalmente opuestas: Él homeless, ella viajera, interpretados formidablemente por Gordon y Abel con sus mismos nombres. A grandes rasgos, la historia gira en torno a cómo una introvertida bibliotecaria canadiense se anima a viajar a París para cumplir su sueño de ser “mochilera” con la heroica intención de salvar a su tía Martha (Emmanuelle Riva) que padece demencia senil y se resiste a internarse en un geriátrico. Sin embargo, apenas desembarca su sueño se torna una pesadilla: pierde su equipaje y con él sus documentos y la dirección de su tía. Aquí la narración semióticamente juega con el significado de “perderse” y pasar de ser “voyeur” a una desafortunada “forajida” cuando atraviesa -cual efecto dominó- una cadena de desastres que parece no tener fin hasta que logra dar con el domicilio de su tía. Pero llega tarde: Martha ha desaparecido y Fiona, abrumada por la situación, nuevamente recorre las calles en busca de la anciana que huye para no ser encerrada en un asilo. Allí se cruza con Dominique (Abel), un homeless que sobrevive, como puede, a contramano de la desgracia y le cuenta que encontró una mochila con ropa y dinero que “cambió milagrosamente su vida”. Fiona, indignada, le informa que esa mochila le pertenece y éste huye. Con este desenlace, previsible, avanza la historia que encuentra la fórmula para divertir al espectador en los recurrentes gags entre ellos cuando el destino los cruza en constantes enredos, fieles al estilo Chaplin. Sin duda, la clave del éxito es la fusión del elenco con la artística. Desde el colorido banner publicitario que combina los colores rojo, amarillo y verde, e incorpora los personajes centrales caricaturizados con los pies colgando en el aire, hasta el titulo donde adelanta geográficamente que la historia se anclará en París. Esta estética, a cargo de Claire Childeric y Jean-Christophe Leforestier, se acopla perfectamente a los movimientos de cámara y planos coloridos en el montaje de Sandrine Deegen donde, por excelencia, es el cuerpo lo más importante. Y aquí cabe destacar el impecable cóctel de actores, empezando por la impecable performance de la dupla que con sus morisquetas milimétricamente calculadas, generan empatía en el espectador. Vale destacar cuando bailan una sensual coreografía tanguera al son de la banda sonora de electro-tango de Gotan Proyect. Y como si esto fuera poco, puede verse una de las últimas interpretaciones de Emmanuelle Riva. A ella se suma la participación especial de Pierre Richard, leyenda de la comedia. Aquí, todos los personajes ensamblan a la perfección y se rescatan mutuamente, una y otra vez, ante situaciones límite. Si bien, por momentos, recuerda a La Bahía (Ma Loute, 2016) de Bruno Dumont, que también pivotea al borde del delirio y se mete de lleno con el género de la comedia negra para rememorar el cine vanguardista, Perdidos en París tiene personalidad propia y logra cautivar al espectador. La dupla Gordon-Abel denota el amor que los une los une en un perfecto punto de ebullición creativo donde proponen, a conciencia, un disparatado viaje al absurdo con actuaciones descomunales y exacerbadas que marcan lo bueno reírse de uno mismo, además de mostrar cómo en ocasiones la desgracia une a los humanos y las acciones resultan más efectivas que las palabras.
Nostalgia y humor físico Si alguien siente nostalgia por el slapstick (humor físico) de antaño y el candor chaplinesco va encontrar su lugar en el mundo con “Perdidos en París”, la película escrita, dirigida y protagonizada por la dupla de comediantes Dominique Abel y Fiona Gordon, que también son pareja en la vida real. La historia se centra en Fiona, una bibliotecaria de Canadá que llega por primera vez a París para ayudar a su anciana tía Martha, que se niega a ser internada en un geriátrico. La estadía en la capital francesa va a resultar de lo más accidentada: Fiona pierde su equipaje, descubre que su tía ha desaparecido y en el camino se cruza con un vagabundo extravagante que se enamora de ella. Plagada de gags físicos y situaciones absurdas, “Perdidos en París” es un claro homenaje al cine de Jacques Tati, pero no tiene profundidad ni mirada crítica. El guión se queda en la simple comedia de enredos, un tanto reiterativa y poco efectiva a la hora de hacer reír. Para rescatar sólo queda el talento actoral de Abel y Gordon, y los más memoriosos también valorarán las apariciones de Pierre Richard y la genial Emmanuelle Riva (“Hiroshima Mon Amour”), que en esta película hizo su último papel antes de morir. Carolina Taffoni
Artesanía de torpezas premeditadas La dupla francesa consigue un clima casi risueño y la pantomima tiene privilegio. Homenaje a Pierre Richard y Emmanuelle Riva. El cine de Fiona Gordon y Dominique Abel funciona como un bálsamo, a la manera de un oasis. Sus películas ‑con Rumba como film modélico‑ se asumen de manera tan sensible como puntillosa. En ellas hay un filo lúdico, declaradamente naif, que evidencia un costado sin embargo obsesivo. De tan disfrutables, sus escenas bordean un límite que resultaría casi ingenuo. Mentirosamente ingenuo. Gordon y Abel ‑pareja artística y afectiva‑ son deudores confesos del cine de Jacques Tati. Allí es donde hay que buscar la filiación, no para compararles y establecer distancias cualitativas ‑¿quién osaría disputar el lugar de Tati?‑, sino para encontrar una genealogía estética. Esa raigambre les sitúa en una lista de artistas admirables, que van de Charlie Chaplin a Jerry Lewis. Cada uno de una poética distintiva. A la manera de una familia en donde hacer caber tantas maneras sensibles como sean posibles. Es por eso, se presume, que el nombre de Pierre Richard aparece de manera estelar en Perdidos en París, y desde una escena tan querible como de homenaje hacia el actor: más aún, el parecido físico entre Richard y Abel agrega otro dato, nada desdeñable. De hecho, la resolución formal de ese momento implica una tarea compartida, en donde Gordon y Abel ofician como dobles de la pareja protagónica que conforman Richard y Emmanuelle Riva: concretamente, durante el turno del baile de pies. Con un cementerio como escenario irónico. A grandes rasgos, Perdidos en París es la historia de Fiona (Fiona Gordon), cuyo viaje de Canadá a París responde al pedido de una querida tía (Riva), pero también a la posibilidad de ver, por fin, esa ciudad con la que soñara de pequeña. Un breve prólogo lo señala, entre la nieve fría y la ventisca fuerte, a la manera de un contrapunto físico con la ciudad luz. Una vez en suelo francés, los contratiempos dictarán la puesta en escena, mientras la casualidad imbrica la presencia reiterada deun vagabundo (Dominique Abel). Los personajes, lo quieran o no, tendrán que lidiar con estos desencuentros y reencuentros, un motivo que el cine de Abel y Gordon aborda de manera usual. Al respecto, el momento en donde la tanza de una caña de pescar confunde su anzuelo con el pimiento que es el almuerzo de Dom, el vagabundo, para generar una sucesión de situaciones disparatadas (lección estética acerca de cómo imbricar narrativamente varios gags) debiera pensarse como la expresión feliz de esa concatenación de sucesos que habrá de dirigirse, inevitablemente, a un punto de encuentro. Es por esto que Perdidos en París asume una mirada moral, en donde la recreación de la ciudad sucede desde sus bordes, por fuera del fulgor donde habitan el turismo, la imaginería de tarjeta postal, y la mayoría ciudadana. Más todavía: el film tiene su disparador en el pedido de ayuda de una tía que tiene pavor al encierro en un geriátrico. Es por ella que Fiona emprende el viaje y es por ella, podría decirse, que el film todo acude en su ayuda. Si el parentesco entre Pierre Richard y Dominique Abel causa asombro, habrá que pensar este film como la despedida y testamento de la gran actriz que ha sido la Riva, musa,entre otros, de Alain Resnais y Michael Haneke. No sólo por tratarse de su última aparición, sino por lo que en éste sucede, por las situaciones que ella encarna, y por el encanto con el cual baila ante las efigies mortuorias que la sociedad le tiene previstas. De tal manera, Perdidos en París es un revuelo de alegría, una transgresión pretendida, que se disfraza de comentario inocuo mientras esconde una mirada profundamente crítica sobre la institucionalización de los lazos sociales. En este sentido, y puesto que se trata de París, habrá un momento dedicado a la torre Eiffel. La manera de ascenderla no será la habitual, mientras entre sus vigas en desequilibrio los personajes parecen emular las torpezas premeditadas de Laurel y Hardy. Una vez arriba, entre el afecto compartido, la tía se preguntará por qué no había visitado antes la famosa torre (o, lo que es lo mismo, por qué nunca le había causado interés). Luego, se le regala al espectador una imagen que es pura belleza, de reconocimiento y afecto por la gran Emmanuelle Riva. En suma, Perdidos en París es un encuentro con el cine como espectáculo de afecto, con saber de circo y carácter de pantomima. No abundan películas semejantes, así de buenas.
Último tango en París Los mismos directores de “Rumba” (2008) vuelven a establecer los códigos de su cine, en lo estético, narrativo. Posiblemente este nuevo opus de la pareja de creadores tenga una deficiencia a simple vista en relación a la anterior. Es que más allá de su mirada del mundo y del arte, “Rumba” desde lo textual, casi discursivo (siendo un filme casi mudo) se presentaba como un desafío a continuar después de un accidente que nos modifica, anula los proyectos. En este caso la mirada, doble si se quiere, es por un lado el transitar por sobre los afectos, los deseos y subyacentemente el fin de la vida, quien lo determina cuando existen ansias de vivir. Fiona (Fiona Gordon), una triste y apagada bibliotecaria residente en Canadá, recibe el pedido de Martha (Emanuelle Riva), su anciana tía, que la ayude, pues desde el gobierno decidieron que no puede seguir viviendo sola en su apartamento y quieren internarla en un geriátrico. Martha, residente en Paris desde hace décadas, ha llevado una vida signada por el deseo, el placer de hacer lo que ama, y sigue. La sobrina responde al pedido. El mandato por un lado y el sueño que siempre tuvo de conocer Paris se unen, pero nada sale como lo previsto, y un cúmulo de situaciones accidentadas, harán que todo parezca en vano, por un lado Martha a desaparecido, mientras ella se pierde en Paris y extravía su “mochila” (¿Toda una metáfora con llevar la vida encima?). En ese deambular por Paris, en busca de su tía y su equipaje, conocerá a Dom (Dominique Abel), un vagabundo al que nada le llama la atención, o todo, sólo le importa seguir respirando, la tragedia no parece rozarlo hasta que la chispa del amor lo enciende, se encontrarán en una de las escenas más interesantes y bellas del filme, donde despliegan su talento para la danza. Martha también tendrá un reencuentro con su pasado corporizado en Duncan (Pierre Richard). un viejo amigo-amante -partenaire, también construyendo, en tono de danza, una de las escenas inolvidables de esta realización. Todo el filme puede entenderse como una gran deferencia a la comedia física desde siempre. Hay claras referencias a Charles Chaplin, Buster Keaton, pero sobre todo a la comedia francesa, con claros homenajes a Jacques Tati, Louis de Funes, Max Linder y al mismísimo Pierre Richard en sus principios. Posiblemente esto mismo no pueda ser disfrutado a pleno por aquellos que desconozcan el o los orígenes de cada alegoría, lo cual no va en desmedro del texto, sólo hay que acoplarse al universo que establecen, relajarse y divertirse,(iba a poner gozar, pero me pareció de mal gusto). Escrita, dirigida e interpretada por la australiana Fiona Gordon y el belga Dominique Abel (matrimonio en la vida real), de estructura clásica en tanto desarrollo de la historia, mínima si se quiere. La imagen sobre la palabra, muy buenas actuaciones, le suman a sus logros la exquisita dirección de arte, sustentada en una preciosista y colorida fotografía, en tonos mayormente brillantes, originales y sorprendentes coreografías.
Es una agradable sorpresa para la cartelera porteña la llegada de "Paris pieds nus", una muestra de que los films "homenajes" (como la multipremiada "La La Land", sin ir mas lejos), pueden tener un espacio comercial desde donde invitar a reveer algunos clásicos. ¿No les pasó buscar las escenas originales de los musicales en el hit de Damien Chazelle? Bueno, ese efecto traen este tipo de películas: siembran curiosidad e invitan a la búsqueda de lo que provocó la inspiración. Fiona Gordon y Dominique Abel son dos artistas belgas circenses que están explorando el cine como medio de expresión. No son novatos en esto (este es su cuarto film), pero en todos se muestra un gran despliegue físico, plagado de gags y absurdos que hacen las delicias de quienes se conmueven frente a esta manera de transmitir ideas y situaciones. Aquí llegan a Francia a hacer lo que saben, en compañía de dos leyendas del cine francés. Una de ellas , Emmanuel Riva, recientemente fallecida. La otra, un grande, Pierre Richard, genio de la comedia gala alla por los 70´ y 80´, quien si bien tiene pocos minutos, ilumina la pantalla con sus apariciones. La historia presenta a Fiona, una canadiense que ante el pedido de auxilio de su abuela (Riva), adulta anciana con problemas en su geriatrico, le avisa que algo malo puede pasar, llega a Paris con la misión de ayudarla. Pero, las cosas empiezan a complicarse a poco de pisar la Ciudad Luz y sin ayuda, no podrá seguir adelante con la empresa. Ella es un personaje en sí misma. Despierta ternura sin límites una vez que conectaste con su actriz. Pero ahi hará su aparición Dom (Abel, usan sus nombres reales de pila en todas sus películas), un pobre y vagabundo desquiciado que se enamorará de ella y se sumará a la búsqueda de la abuela una vez que ya se sabe que está desaparecida. La cinta no ofrece un gran guión ni líneas memorables. Se destaca por la explosición de ambos comediantes que se lucen escena a escena mostrando un timming para los gags en ese contexto delirante, genial. Esa química que posee potencia esa artificiosidad que le dan a sus roles, provocando que la audiencia se rinda, y logre disfrute el marco que ellos le dan a la historia cuando percibe que sólo va en función del entretenimiento en estado puro. Son un homenaje viviente al cine de Buster Keaton. Todo cuerpo. La oralidad no brilla y no es necesaria. "Perdidos en París" suma además porque tiene buenos rubros técnicos y unos secundarios lujosos (es la despedida de Riva, a quien extrañaremos mucho) que le proveen un soporte importante al estupendo trabajo de Gordon y Abel desde la comedia física que proponen. Un plato ciertamente exótico para ser degustado por quienes buscan experiencias europeas originales.