Sergio Corach aclara que hizo su película sin ningún apoyo del INCAA y más que a pulmón. El la produce, la dirige, la protagoniza y co-escribió el guión con Pablo Maurette. El resultado es interesante, intenso y muy personal. Un hombre frente a su vida rutinaria, pesimista extremo, con una vida gris, un trabajo que no le gusta, angustiado y verborrágico que nos cuenta, nos hace leer, nos deja sentir toda la dimensión de su fracaso. Nos irrita pero nos seduce al mismo tiempo. Nos disgusta pero despierta nuestra curiosidad y también nuestro reconocimiento. Cómo puede sobrevivir alguien que solo tiene como noción de felicidad encontrarse por unos minutos en el ascensor con una chica que trabaja en otro piso del estudio jurídico que lo emplea. Pero además esta el delirio y lo extremo, hacer una prueba para un comercial donde debe practicar artes marciales o ir a una clase de tango donde le roban la mochila (algo similar sufrió en plena filmación). El resultado es una comedia intensa, que no se parece a ninguna, que muestra el particular talento del director y actor para redondear una odisea de la desesperación y la tristeza con toques muy graciosos y una creatividad infrecuente.
Antes de hora En una Buenos Aires filmada en blanco y negro se desarrollan las aventuras de nuestro protagonista. Quizás hoy cuenta la historia de Miguel, un joven empleado gris de un estudio jurídico. A priori este es el contexto más obvio para realizar una película independiente de manual, aferrada a los códigos narrativos y estéticos propios del cine argentino del Siglo XXI. Pero los delirantes títulos del comienzo anuncian una película muchísimo más elaborada y compleja que sus compañeras de generación. Las desventuras de Miguel son un despliegue de sensibilidad de otros tiempos. Con la excusa de escribir en un diario todo lo que le pasa, nuestro héroe lleva una bitácora de sus angustias, deseos y elucubraciones sobre el mundo. Con un tono de auténtica comedia, el protagonista deambula por toda la ciudad en su bicicleta, mientras escuchamos todo lo que piensa del mundo. El género de diario íntimo le sirve a la película para mezclar reflexiones profundas con rimas absurdas y escatológicas. Por una vez el cine argentino pone en su protagonista pensamientos caóticos, contradictorios y erráticos, como suelen aparecen los pensamientos cuando se trata de mostrar a una persona y no a un cineasta bajando línea. Pero el humor disparatado y muy efectivo no está reñido con una mirada lúcida acerca de la condición humana. Con los códigos simples y a la vez complejos de cineastas como Ozu y Bresson, la película mezcla diálogos banales con pensamientos profundos, sin tener un solo instante de solemnidad. Lúcida y ligera, brillante como pocas, Quizás hoy entretiene contando sin estridencia la tragedia de la pequeñez humana. Un ramillete de frustraciones se combina con el impulso vital que arrastra a Miguel a intentar cosas nuevas, algunas absurdas, otras de un romanticismo casi marciano en el contexto en el cual ocurren los hechos. Como una versión diurna de Después de hora de Scorsese, Miguel se deja arrastrar por eventos casuales que van sumergiéndolo en una aventura impensable al comienzo de su jornada. Quizás hoy debe ser la película argentina con el mayor número de escenas en exteriores de la ciudad. Con su bicicleta digna de Jacques Tati, el protagonista recorre docenas de lugares de Buenos Aires, aprovechando la ciudad como pocas veces se ha visto. También el punteo repetitivo de los directores ya mencionados se hace presente acá con el atado de la bicicleta, acto que ocurre una cantidad de veces asombrosa. También resulta angustiante esa repetición, como lo es también gran parte de la historia y como lo es la vida, después de todo. Pero más allá de los dilemas existenciales e intestinales del protagonista, hay en él y toda la película una alegría que se ve en sus muchas capas, en su humor, en su evocación constante a otras obras y pensamientos. Hay escenas memorables que figuran entre lo mejor que se ha visto este año, así como también una apuesta a no ser jamás grave. Kafka, Welles, Dante y Chuck Jones conviven con muchos otro
Un día en la vida. Luego de un arranque multicolor con formato de collage audiovisual, que hace las veces de sueño del protagonista y, al mismo tiempo, de secuencia de títulos de apertura, el blanco y negro se apodera de la ópera prima de Sergio Corach, director, productor, guionista y protagonista absoluto de la ultra independiente Quizás hoy. Un blanco y negro que, como suele ocurrir, se miente a sí mismo, ya que evita mencionar la obligatoria escala de grises intermedia. Y gris es, por cierto, la vida de Miguel, joven empleado de un estudio jurídico cuyo devenir cotidiano parece fatalmente marcado a fuego por la repetición, el tedio y la falta de expectativas. “Me deprimen los viernes porque todo el mundo está excitadísimo. Como si no supieran que después viene el fin de semana, que es un pozo ciego, seguido del lunes, que es para serrucharse las pelotas”, escribe en un diario personal, método terapéutico sugerido por su psicólogo. Luego de cambiarse de manera metódica y mecánica, el circuito cotidiano en bicicleta del hogar hacia el trabajo, acompañado por su propia voz que, en estricto off, recita unas estrofas jocosas que no dejan de tener un aire a letanía: “pedaleo, pedaleo, al re pedo, es al pedo, caca y pedo, con olor a huevo”. El día en la vida de Miguel incluye, entre otras casualidades y causalidades, el reencuentro doble con un amigo de la secundaria, una apurada lección de tango y la esperanza de recibir un mensaje de texto de una atractiva joven. Entre la comedia triste y la semblanza algo pretenciosa de la existencia contemporánea en una gran ciudad, Corach alterna momentos de comicidad inspirados -algunos diálogos en la oficina- con otros que insisten durante demasiado tiempo en un absurdo que es apenas mal chiste (el casting para una publicidad de pañales al ritmo del kung fu), al tiempo que sigue a su criatura por varios barrios porteños, de Boedo a Monserrat y de allí a Puerto Madero, pasando por la Plaza Roma, frente al Luna Park, y el Congreso. No ayuda al desarrollo dramático general el uso artificioso del doblaje, que parece navegar entre la elección estética y el recurso técnico para subsanar problemas surgidos durante el registro del sonido directo.
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Perdiendo el rumbo La ópera prima de Sergio Corach, Quizás hoy (2016), es un ejercicio particular sobre la condición humana con un resultado final fallido. Quizás hoy se enfoca en Miguel (Corach) un joven inmaduro que no sabe que quiere para su vida y que, mientras aguarda que su novia le responda alguno de los millones de mensajes que le dejó, va del trabajo a la casa y de la casa al trabajo. Miguel se relaciona con sus compañeros de trabajo casi de manera obligada, mucho más con Cristina, con quien cree que podrá entablar una relación fluida, Anota todo en un diario, por pedido de su terapeuta, y odiando su vida más que nunca, un día mientras pedaleaba su bicicleta, se cruza con un ex compañero de secundaria que estaba a punto de ingresar a un casting para una publicidad. Ese cambio laboral aparece como vector de las ideas y de los posibles motivos de exploración hacia un estado anterior mucho más interesante, pero cuando todo comienza a ordenarse, la confirmación del rodaje desordena su rutina que exige un nuevo orden. Si la meticulosidad y el minucioso ordenamiento es algo que caracterizaba a Miguel, el comenzar a transitar bajo la idea del no orden y la improvisación, termina por seducirlo, porque en el fondo sabe que así terminará con su chatura. Quizás hoy no logra trascender el espíritu joven que desea que se le reconozca. La propuesta, que se asemeja a un ejercicio más que a un film consolidado, se diluye, y termina por configurar una fallida película que trata de hablar de una realidad común, pero que justamente en lo forzado de la puesta, no logra generar una identidad propia, al contrario, recae en la construcción de un personaje antipático, egoísta, soberbio, con el que nunca se puede empatizar y mucho menos, comprender por qué hace las cosas que hace.
Quizás hoy: incómoda travesía de un antihéroe Estrenada en la Competencia Argentina del Bafici 2016, esta ópera prima de Sergio Corach generó todo tipo de reacciones en el festival porteño: desde una irritación inicial hasta cierta fascinación si es que se logra traspasar esa incomodidad, ese desconcierto del inicio. Miguel (el propio Corach) se despierta de un sueño (los créditos iniciales son como una sopa de letras con algo de videoarte y de la experimentación del canadiense Guy Maddin) y su vida en blanco y negro (con detalles en color, como los dibujos animados que mira) consiste en ir de casa al trabajo y del trabajo a casa. Él anota, a pedido de su psicoanalista, cada una de las ocurrencias que tiene. En medio del tedio, la rutina de los expedientes, las fantasías sexuales medio obsesivas y la casi nula autoestima, Miguel se topa con un amigo de la secundaria y, a partir de allí -y de una serie de casualidades-, su vida y la película irán mutando hacia situaciones cada vez más absurdas (desde ir a un casting de publicidad para el que debe practicar artes marciales hasta ir a una clase de tango donde le roban las pertenencias) con un espíritu tragicómico que por momento remite al de Martín Rejtman y Aki Kaurismäki. Suerte de monólogo interno sobre la neurosis y la angustia existencial de un antihéroe torpe, Quizás hoy resulta una propuesta anómala, por momentos incómoda, pero siempre cruda, visceral, descarnada y con un tono propio.
Había escuchado del revuelo de opiniones que se dieron en el último #BAFICI sobre "Quizás hoy" (participó en la Competencia Argentina) y tenía mucho curiosidad por ver que ofrecía tan controversial, o distinto, la ópera prima de Sergio Corach. El hombre escribe, produce y dirige un film absolutamente autogestionado, sin apoyo oficial y debo decirles que el resultado es alentador. Se anima a rodar en blanco y negro y plantear una cinta transgresora. "Quizás hoy" puede ser definida como una comédia neurótica sobre un joven que está insatisfecho en la vida y tiene su autoestima, baja y con pronóstico reservado. En ese devenir de las cosas, Miguel (Corach), un tipo particular, que vive solo y tiene evidentes problemas de vinculación con su realidad, irá desarrollando un día de su vida, en el que las cosas que él pensaba que seguirían innamovible, tienen un leve cambio que modifica su rutina. Lo cierto es que Miguel tiene inquietudes con respecto a su inserción social. Hay una demanda amorosa insatisfecha, mucha frustración por lo que no tiene a nivel material y encima, tiene aspiraciones artísticas y llevarlas a cabo con ese marco, suena titánico. Y lo es. El protagonista de esta historia va narando desde su cabeza (al estilo de "Vaquero", de Juan Minujín, ¿se acuerdan?) todo lo que le pasa en relación a su visión de cómo es el mundo y cómo se ve él mismo. El contexto es bastante disruptivo pero gracioso. Si bien al principio la cinta te descoloca, si estás predispuesto a dejarte llevar, se vuelve un film agradable, donde claramente se ve que Sergio Corach sabe transmitir con humor, lo que pasa dentro de una mente humana inquieta y en conflicto. Hay escenas muy bien logradas, (los créditos de inicio son desopilantes) y una estructura que invita a la sonrisa inteligente, la mayor parte del tiempo. En el debe, hay quizás transiciones un poco lentas que hacen contraste a veces con el diálogo furioso y continuo de Miguel y eso provoca que la acción se ralentice y desconcierte al espectador. Asumo o me explico que esto se produce por la naturaleza indie de la propuesta, más que por el ritmo del guión. Creo además que "Quizás hoy" es un gran ejemplo de lo que puede hacerse con empeño y talento. No está totalmente lograda, no es redonda, pero ofrece genuinamente entretenimiento innovador. Eso me parece una gran bocana de aire fresco para el cine nacional. Queremos más (y mejor) de Sergio Corach, para mí, de las revelaciones locales del 2017.
Ser un ciudadano más, sin poder destacarse frente a los demás, puede ser una realidad o una sensación, depende de la personalidad de cada individuo. Tratar de sobrellevarlo, comprenderlo o modificarlo, es un trabajo permanente, como el que realiza el protagonista de esta curiosa película, Miguel (Sergio Corach, quien también la dirige, escribe, produce, etc. Sin apoyo económico oficial, haciéndola a pulmón, con aportes de conocidos, mucho ingenio para aprovechar al máximo todos los recursos disponibles, en especial, la calle, que es un personaje más en esta historia, la realización se centra en la vida de Miguel, un treintañero que vive solo y lucha diariamente contra sí mismo, porque la baja autoestima es su principal enemigo. Se siente infeliz, hastiado, desesperanzado, angustiado y, por sugerencia de su psicólogo, escribe todos los días un diario íntimo para volcar allí sus sensaciones, pensamientos, ideas. Pero a él le resulta repetitivo. Todos sus días le resultan iguales y tediosos. Hace todo por inercia. Va al trabajo en bici y lo odia, espera recibir una respuesta telefónica de su novia, o ex novia, y no lo soporta. Su existencia es aburrida y gris, como el film que es en blanco y negro, excepto, cuando mira dibujitos en su casa y del televisor se ven en colores, o también cuando observa unos murales en la calle. Estéticamente jugada, al igual que el lenguaje ordinario que utiliza en off, cuando monologa interiormente, que, de tan repetitivo produce rechazo, pero que tiene que ver perfectamente con lo que se está contando, y en función de la característica del protagonista, que es parco, serio, hasta que se cruza un par de veces en la calle con un ex compañero de colegio. Pablo (Ezequiel Ludueña), y su presencia le sacude la modorra, lo saca del letargo. Este suceso le da una inyección de optimismo a Miguel, quien comenzará a hacer cosas que antes no se atrevía, o no se decidía a hacer. Pero como en todo, y la vida misma no es una excepción, hay que tener suerte. Cuando las cosas empezaban a cambiar un infortunio trastoca sus planes y queda desamparado nuevamente. El film no es innovador, pero tiene características singulares que los diferencia de otros. La utilización elaborada del arte y sonido. Sumado a la filmación de innumerables tomas, con planos generales, en la calle, como imágenes obtenidas sin pedir permiso, contrasta notablemente con el modo de dialogar de todos los intérpretes. No parecen humanos, carecen de inflexiones, cadencias y tonalidades en el decir. Es como si lo emitiese un programa de computación, pese a que Miguel no es una máquina, sino una persona harto sensible que camina a la deriva.
Paseos en bicicleta, cantitos interiores, trámites en dependencias del Estado, encuentros casuales con antiguos compañeros, cambios subrepticios de profesión; la película de Sergio Corach parece renunciar a cualquier clase de esquema narrativo prefijado y ofrece, en cambio, una estructura blanda que parece poder abrirse a casi cualquier tipo de peripecia. Lejos del psicologismo, la voz en off del protagonista comenta sus estados de ánimo y sus intercambios con colegas de oficina o con una chica que le gusta: la rareza del personaje (interpretado por Corach) es tal que, por momentos, la película resulta una crónica marciana, una especie de sociología extraterrestre. El director trabaja un humor imprevisible que apuesta fuerte tanto a lo escatológico como al absurdo y a la reiteración. El monólogo interior, plenamente liberado de exigencias narrativas, se transforma en el principal dispositivo que tiene Corach para trazar los contornos de ese mundo delirante cuyo parecido con el nuestro no hace más que acentuar su extrañeza.
Rara comedia escrita, dirigida e interpretada por un realizador llamado Sergio Corach, en blanco y negro, sobre un día en la vida de Miguel, malhumorado, verborrágico y algo nihilista al que le empiezan a pasar una serie de casualidades. Atrevida, arrogante y poco complaciente, acaso como virtudes.
LA SOCIEDAD DE LA RUTINA La vida en las ciudades, y en las afueras también, por lo general termina siendo una rutina que se sucede día tras día. Te levantás, trabajás o estudiás, haces algún tipo de actividad, tenés una vida social y/o amorosa que mantener, volvés, te acostás y descansas, y al otro día, exactamente lo mismo. Sobre la toma de conciencia del ritmo de vida de las sociedades modernas reflexiona Quizás hoy, una película escrita, dirigida y protagonizada por Sergio Corach. El film presenta la historia de Miguel, un treintañero que trabaja en un estudio jurídico y quien nada lo apasiona. Él sigue la rutina del día a día, algo que empieza a calarlo desde su interior. Entonces, su psicoanalista le recomienda que anote en un cuaderno todos sus pensamientos durante el día, todas aquellas emociones que le vayan surgiendo a lo lardo de sus jornadas laborales. Es así como Miguel comienza una profunda reflexión sobre las cosas más nimias de la nuestra cotidianidad: andar en bicicleta, cruzarse en el ascensor siempre a la misma chica, trabajar, la hora del almuerzo, etcétera. Esta toma de conciencia de las acciones más automáticas que tiene la cotidianeidad de los días, lo lleva a Miguel a, de un momento para otro, intentar cambiar todo aquello que no lo conforma: su trabajo, lo que le gusta, su veta amorosa. Para ello, se sirve de la espontaneidad del momento, aprovechando las oportunidades que surgen, lo que lo lleva a vivir cosas nuevas e interesantes. Quizás, hoy se presenta en blanco y negro, lo que logra generar unas hermosas postales de la Capital Federal, además de otorgarle al film un dejo nostálgico, quizás por la vida que nuestro protagonista está dejando atrás. Al mismo tiempo, sus pensamientos son transmitidos al espectador por una voz en off que nos informa paso a paso lo que va sintiendo nuestro héroe en su recorrido transformador. Los personajes secundarios que aparecen complementando la acción de nuestro protagonista, no llegan nunca a adquirir roles en completud, ya que sus apariciones son esporádicas y rápidas, solo sirven para avalar el avance de la acción de nuestro héroe. Surge de esta forma una paradoja que deja al espectador pensando: ¿elegimos realmente la forma en que vivimos o es el sistema económico social que mantiene en movimiento al mundo en el siglo XXI el que la elige por nosotros? ¿Todo es casualidad, eventualidad o causalidad? Pregunta que se hace Miguel, pero sin llegar a encontrar una respuesta.
Esta es una película rara con estreno limitado, pero más interesante que la mayoría de lo que vemos semana a semana. Hay un joven con una vida gris (el film está en blanco y negro, aunque hay toques de color que tienen su peso dramático), y un cuaderno en el que anota sus obsesiones a pedido de un psicólogo. Hay voz en off. Y hay un momento en el que todo parece deslizarse -se desliza, de hecho- al absurdo sin que la narrativa se acelere. Esa idea, elegante y precisa, se mantiene durante todo el metraje y es el propio guión, que deja de lado la obligación de una historia para armarla a través de una serie de peripecias que van volviéndose surrealistas, el que logra una complementación total con la puesta en escena. Es como si todo fuera realmente un sueño, una construcción onírica que se anuncia, de manera lateral, con las primeras secuencias. Ese uso lúdico del aparato cinematográfico en el que también se combinan cierto azar y bastante espontaneidad hacen del experimento algo que se disfruta mucho si estamos dispuestos a seguir el juego.