La vuelta de los cines en casi toda la Argentina no significa un retroceso automático del streaming. De hecho, Raya y el último dragón tendrá un estreno simultáneo en casi 90 salas y en la plataforma Disney+. El panorama de novedades de este jueves 4 de marzo se completa con los lanzamientos en salas de Tenet, de Christopher Nolan; y Monster Hunter: La cacería comienza, de Paul W. S. Anderson; así como los de Nosotros nunca moriremos, de Eduardo Crespo (plataforma Flow y Cine América de Santa Fe), Un sueño extraordinario / Astronaut, con Richard Dreyfuss; y la también animada Sueños S.A. / Dreambuilders (ambas en el cine online de Cinemark Hoyts); Cerro quemado, de Juan Pablo Ruiz (en Cine Ar Play y Cine Ar TV); La cima del mundo, de Jazmín Carballo (en Puentes De Cine) y el reestreno de la copia restaurada de 8 y 1/2, de Federico Fellini. Hace ya más de una década que las películas animadas de Disney –no así las de Pixar, que aunque son parte del imperio se mueven con cierta autonomía– vienen presentado protagonistas femeninas fuertes y decididas que tensionan la idea de legado, una de las líneas rectoras de la filmografía contemporánea del estudio. Así lo hicieron, entre otras, Enredados, las dos Frozen y Moana: un mar de aventuras y así lo hace ahora Raya y el último dragón. Es cierto que ese cambio no es exclusivo de Disney, ya que hay cada vez más series y películas con personajes de este tipo. La diferencia es que si la mayoría necesita gritar a los cuatros vientos que tienen protagonistas mujeres, aquí todo transcurre con naturalidad y fluidez, sin subrayados ni discursos altisonantes. El epicentro de la historia es el reino de Kumandra, un lugar imaginario cuya iconografía, sin embargo, remite a la cultura oriental en general y china en particular. Porque el ratón será cualquiera cosa pero no tonto, y se adecua a los tiempos que corren tanto a través de sus personajes como intentando interpelar a la audiencia del que, pandemia mediante, se ha convertido en el principal mercado cinematográfico. Allí solían convivir en armonía los humanos y los dragones, hasta que unos monstruos obligaron a los reptiles gigantes a un sacrificio prácticamente total. Quinientos años después, una pelea entre Kumandra y los reinos vecinos pone en peligro la piedra mágica que mantiene a los monstruos alejados, desatando una nueva amenaza que la jovencita Raya –hija del guardián de aquella piedra– deberá evitar buscando el último dragón del título. Junto a él (o ella, dado que es una “dragona”) se embarcará en un largo viaje con el objetivo máximo de recuperar la piedra y, con ello, el equilibrio de antaño. Raya y el último dragón se inscribe orgullosamente en la tradición de las road movies con espíritu de aventura de autoafirmación personal y cultural, en tanto para Raya el viaje es una manera de validar algunas ideas sobre el mundo y refutar otras. Así, a la pérdida de la inocencia generada por las traiciones múltiples se contraponen los aprendizajes sobre la importancia del trabajo en equipo y el afianzamiento de valores colectivos y familiares. Pico creativo más alto de Disney desde Zootopia, la película nunca pierde la capacidad de asombrarse (y asombrarnos) ante lo desconocido y el sentido de las buenas aventuras, aquellas que todavía el cine puede dar.
Con una heroína joven, independiente y confianzuda, y que no tiene interés romántico, el filme marca cambios y mantiene otras tradiciones habituales en las películas de la compañía. Los tiempos cambian, y Disney se expande y adecua en sus nuevas propuestas cinematográficas. Si con la versión con actores de Mulan miraban al Este, a Asia -y a su mercado-, con Raya y el último dragón profundizan ese viraje también en lo referido a su heroína. Una mujer independiente, que confía en los demás, y que es valiente, guerrera, buena amiga, solidaria y educada. Como Mulan, irá a salvar las papas cuando su padre no pueda pelear, pero por motivos bien distintos. El padre de Raya no es anciano, sino que quedó literalmente petrificado, convertido en estatua. Sí, como los ancestros de Mulan en el dibujo animado. Raya y Sisu, la dragona: juntas para salvar un mundo de fantasía. FOTO: DISNEY Raya y Sisu, la dragona: juntas para salvar un mundo de fantasía. FOTO: DISNEY Y sí, como los guerreros de terracota. Raya vive en el reino de lo que fue Kumandra, que se inspira en el Sudeste asiático. Todo era armonía, hasta que, medio siglo atrás, los hombres pelean y unos entes siniestros llamados Druun, como peste, arrasan con lo que tocan -o lo dejan hecho piedra-, y se separaron en cinco tribus. Había dragones buenos, como Sisu, que es la única dragona que sobrevivió y está oculta, enterrada y habrá que despertarla. Sí, como el Genio de la lámpara de Aladdin. Guerrera, valiente y buena persona, así es Raya, la nueva heroína oriental de Disney. Guerrera, valiente y buena persona, así es Raya, la nueva heroína oriental de Disney. Quinientos años después, Raya, que vive en Heart (Corazón: las cinco regiones que habitan las tribus tienen cada una el nombre de una parte del dragón) cuida la gema del Dragón, la que intentará robar Namaari, una chica de Colmillo, en la que Raya había confiado. La piedra preciosa se parte en cinco, y seis años después nos encontramos con una Raya ya no niña sino joven, adolescente, que irá a encontrar a Sisu y recorrerá cada región para unir la gema e intentar que reine la paz. Sisu, que se convierte en humana, y Raya. FOTO: DISNEY Sisu, que se convierte en humana, y Raya. FOTO: DISNEY A diferencia de otras películas animadas con heroínas, aquí Raya no tiene un interés romántico, no se pone a cantar y los animales, a excepción de Sisu, que no es un sidekick, sino protagonista junto a Raya, no hablan ni tampoco canturrean. Tuk Tuk, una suerte de bicho bolita o armadillo que será gigante, si abre la boca lo hace para expresar sorpresa. El “mensaje” de la película es que para salir adelante hay que confiar hasta en los que nos traicionaron, y que uno solo no puede hacer todo lo que quiere o ansía. Así sea para salvar al mundo -como plantea Avengers, de Marvel- o para conseguir cualquier objetivo mínimo y más cercano y posible. Aunque para los personajes de Disney nada sea imposible. Raya, de niña, junto a su padre, Benja. Luego, él se convertirá en una estatua. FOTO: DISNEY Raya, de niña, junto a su padre, Benja. Luego, él se convertirá en una estatua. FOTO: DISNEY La versión que vi es la original, en inglés, y la dragona -notarán que los tres personajes centrales son femeninos- tiene la voz de Awkwafina. Es un personaje divertido, que no llega a ser el Genio, pero tampoco es tonto como Mushu. Igual, como dragón, me sigo quedando con Chimuelo, de Cómo entrenar a tu dragón. Y no me hagan recordar el final de la tercera… Raya junto a Tuk Tuk, que la acompaña a todas partes. FOTO: DISNEY Raya junto a Tuk Tuk, que la acompaña a todas partes. FOTO: DISNEY También, advertirán que tanto a Raya como a Namaari, como buenos personajes de Disney, les falta un progenitor: no se habla de la madre de Raya, y no aparece el padre de Namaari, sí su madre. Que vendría a ser la malvada, pero otro cambio que presenta la película es que necesariamente no hay un malvado preciso. Druun es algo inasible, no habla, no puede pelearse con el/ella. Codirigida por Don Hall (en Grandes héroes o Big Hero 6 ya coqueteaba con Oriente) y el mexicano Carlos López Estrada, Raya es más un filme para niños que se acercan a la adolescencia que para los más pequeñitos. No es que haya nada que los pueda asustar, pero las vueltas de la trama harán necesario que alguien les vaya más o menos explicando. Namaari, que de niña traiciona la confianza de Raya. Pero no es malvada. ¿O sí? FOTO: DISNEY Namaari, que de niña traiciona la confianza de Raya. Pero no es malvada. ¿O sí? FOTO: DISNEY No es La Dama y el Vagabundo, pero tampoco Tenet, otra de las películas que se estrenan este jueves y con las que, por suerte, podemos volver a los cines.
Una gran producción de Disney Animation, con protagonistas femeninas adultas, cuestiones de convivencia y adaptación, cultura oriental, y un despliegue visual impresionante. Dirigida por Don Hall (Moana) y Carlos López Estrada, de los mismos productores de Zootopia, con libro de Qui Nguyen y Adele Lim es una película dedicada al público global, con acento en el sudeste asiático. Un lugar de ensueño con colores entre azulados, verdes y violetas, un reino con problemas porque perdieron a sus dragones protectores y solo les queda una piedra mágica que usada en conjunto puede obrar milagros. Pero el sueño del arreglo pacífico que falla y comienza la aventura. Dos heroínas adultas se enfrentan: la del título y Namaary, en un acción al estilo de Indiana Jones, con una amenaza que convierte en piedra a quien toca, que es nebulosa amatista con rulos negros. Pasan los años y las heroínas vuelven a enfrentarse con sus aliados. Raya con un mágico animal y y un variopinto grupo, Namaary con sus gatos inquietantes y gigantes. Momentos de lugares comunes no faltan pero el dinamismo gana y la animación es atractiva, colorida y envolvente. Los dragones tienen algo de los ponis pero sobresalen por su belleza. Ideal para un plan familiar que disfrutara muy especialmente la visión en una sala de cine.
Películas (y series) sobre dragones hay muchas; historias sobre jóvenes e intrépidas guerreras en el marco de las producciones animadas de Disney, también. Sin embargo, la combinación entre una heroína llena de empatía y un universo fantástico con múltiples sorpresas da como resultado un relato que se inscribe en la mejor tradición del cine de aventuras y que en el terreno visual fue concebido con todo el vuelo artístico de la animación contemporánea más creativa. La acción transcurre en Kumandra, un reino con elementos propios de la historia del sudeste asiático donde humanos y dragones vivían en armonía hasta la aparición de unos monstruos llamados Druun. Cinco siglos más tarde, esas fuerzas maléficas regresan y Raya (la voz de Kelly Marie Tran en la versión original) deberá emprender un largo periplo para encontrar al último dragón del título (en verdad es una dragona llamada Sisu, a la que Awkwafina le aporta toda su expresividad vocal). Con ciertas reminiscencias de Mulán, pero al mismo tiempo con un despliegue estético que remite por momentos a Coco, Raya y el último dragón es una película de viajes y batallas que apuesta –muy a tono con estos tiempos– a la resiliencia y a la unión de diferentes reinos en pos de un objetivo común y superador. Lo hace, por suerte, evitando todo tipo de discurso altisonante y aleccionador (tampoco hay romances, ni números musicales) porque los realizadores confían en el poder de su narración y en la eficacia de su sencilla moraleja.
Raya y el último dragón empieza con una voz en off autoconsciente que les habla a los espectadores. Visualmente impactante, el comienzo muestra la calidad técnica del film y al mismo tiempo sus serias limitaciones para ser una obra en serio. Toda la película será un ida y vuelta entre un despliegue técnico descomunal y un distanciamiento absoluto cercano al cinismo. El cine de animación de Disney llevado a su punto menos humano y a la vez más técnico. Nos explican que el mundo de Kumandra, humanos y dragones vivieron juntos en perfecta armonía. Pero cuando unas fuerzas del mal amenazaron el territorio, los dragones se sacrificaron para salvar a la humanidad. 500 años después, esas mismas fuerzas malignas regresaron y Raya, una niña devenida luego en joven guerrera, tendrá que encontrar al último dragón para reconstruir un mundo destruido y volver a unir Kumandra. Con una historia muy parecida a Trolls World Tour (2020) pero sin sentido verdadero del humor, la película es una máquina pensada al milímetro donde si un espectador logra mirar atentamente, verá todos los trucos de manual que la pueblan. El chiste adecuado, el personaje secundario, el aprendizaje correcto, la escena de acción, la frase que resume la bajada de línea del film, la emoción para que salgan lágrimas pavlovianas de los espectadores y el último momento de falso suspenso antes del cierro con música alta y luces por todos lados. Repito: Trolls World Tour era más breve, más simpática y se veía mucho más sincera en su discurso. Raya y el último dragón parece una creación de Don Draper, el protagonista de Mad Men. Es eficaz, prolija, impactante y tiene momentos correctamente plagiados de Lara Croft e Indiana Jones. Posee los ingredientes adecuados de ideología política reinante y las voces de los personajes supuestamente orientales las hacen actores de razas orientales, aunque lo que se escucha es mayormente el mismo acento neutral de todos los films de Disney. La canción es fea, pero no es para eso que la incluyen. El dragón es dragona y es demasiado cómica. No hay romance para esta guerrera que no es princesa, aunque es la elegida, como todo protagonista que se precie. Si mañana cambian los vientos, también lo hará Disney. Mientras tanto, la maquinaría sigue sacando productos cada vez más lejos de tener una identidad o un estilo propios.
Refritos en Kumandra Si la pensamos en términos de los tanques lanzados recientemente por la factoría Disney, definitivamente la mejor forma de juzgarla, Raya y el Último Dragón (Raya and the Last Dragon, 2021) se ubica en una región algo intermedia -empardada a la mediocridad, por supuesto, como el 99% del cine de nuestros días- entre el desastre mayúsculo que fue Mulán (2020), remake en live action de Niki Caro de la faena homónima original animada de 1998 de Tony Bancroft y Barry Cook, y la excelencia hoy prácticamente inalcanzable de la prodigiosa Soul (2020), convite de Pete Docter y Kemp Powers que además por suerte venía santificado por el sello del mejor Pixar Animation Studios, aquel de las historias inéditas, inteligentes y humanistas previas a la fagocitación de la compañía por parte de, precisamente, una Walt Disney Pictures que tiende a la uniformización, la vampirización cultural sin freno y la lógica de las secuelas y reinterpretaciones infinitas. Sin llegar a ser buena pero tampoco cayendo en el abismo del bodrio insoportable, el opus colectivo de Don Hall, Carlos López Estrada, Paul Briggs y John Ripa resulta mayormente entretenido y ofrece un mensaje de unidad en detrimento de las diferencias y peleas de siempre de los bípedos, aunque también recurriendo a sobreexplicaciones, atajos narrativos, una actitud posmoderna canchera/ soberbia que aburre, chistes medio bobos que se sienten fuera de lugar y una corrección política tácita tan lavada y publicitaria como mentirosa e indolente. La película en sí, como buena parte de los productos del mainstream del nuevo milenio, no tiene ni un gramo de originalidad porque toma la forma de una coctelera que regurgita sin mayor imaginación elementos ya masticados y digeridos hasta el hartazgo en el pasado no muy lejano, pensemos para el caso en un cristal/ gema sagrada en sintonía con aquella de El Cristal Encantado (The Dark Crystal, 1982), de Jim Henson y Frank Oz, un relato con un dragón volador buena onda y una serie de submisiones a cumplimentar símil La Historia sin Fin (Die Unendliche Geschichte, 1984), de Wolfgang Petersen, y por supuesto una huerfanita como protagonista que no escapa a la extensa tradición de la Disney en el rubro de los clanes sufrientes, esa que una y otra vez nos deja con padres muertos y que va desde Bambi (1942) hasta El Rey León (The Lion King, 1994), inspirada ésta en Hamlet (1603), de William Shakespeare. Tampoco podemos dejar pasar el hecho de que la propuesta que nos ocupa responde al ABC de ese marketing planetario para oligofrénicos de hoy en día que pretende satisfacer a todos los públicos posibles incluyendo en un mismo movimiento a una adalid adolescente, femenina, hermosa a lo modelo de alta costura y de ascendencia asiática disimulada que habita en un reino mágico llamado Kumandra que hace las veces del jugoso mercado de China, desde ya con una colección de habilidades que responden tanto al wuxia vernáculo como al chanbara o cine de samuráis de esos vecinos japoneses. Raya (Kelly Marie Tran) es la hija del jefe de la tribu Corazón y representante más joven de un linaje consagrado en cuerpo y alma a proteger la denominada Gema del Dragón, una esfera resplandeciente símil piedra preciosa que condensa todo el poder de la otrora vital y exuberante raza de criaturas fantásticas del título que garantizaban el agua, la lluvia y la paz en Kumandra, hoy casi extinta debido al ataque repentino hace cinco siglos de unos seres gaseosos llamados druuns que convierten a sus presas en piedra, entes que eventualmente desaparecieron gracias a una familia de dragones que se sacrificaron para salvar al mundo. La gema en cuestión es objeto de disputas entre las tribus Cola, Garra, Columna, Colmillo y Corazón, situación que provoca que los imbéciles de los seres humanos luchen entre sí, rompan la esfera y se lleven cada uno un trozo mientras los druuns regresan desde el ignoto más allá. La culpable de la debacle es Raya, quien se deja engañar por la pérfida Namaari (Gemma Chan), perteneciente a Colmillo, y desencadena que su padre Benja (Daniel Dae Kim) mute en estatua de piedra, por ello se pasa seis años buscando un lugar donde invocar al último dragón con vida, Sisudatu (Nora Lum alias Awkwafina), para que la ayude a derrotar a los druuns y unir a las tribus de Kumandra, misión que implica recolectar uno a uno los trozos de la Gema del Dragón a pesar de la evidente resistencia inicial que imponen los esbirros, diletantes y líderes de las castas en lucha por el poder máximo de toda la zona. La elementalidad absoluta del guión de Qui Nguyen y Adele Lim, como decíamos con anterioridad, respeta un esquema de viaje con paradas intermedias obligatorias -una por cada subreino en posesión de una parte de esa esfera mágica que engloba la hegemonía- que se parecen más a los niveles o retos de un videojuego que a lo que podrían ser objetivos de una epopeya bélica de antaño, requisitos a reunir para llevar adelante un atraco a lo caper movie o hasta pequeñas distracciones del camino dentro de un relato de aventuras, por supuesto incluso obedeciendo a un tipo específico de animación en la que la caricatura o el grotesco está casi ausente y sólo predomina un embellecimiento compulsivo de todo vía colores pasteles y una perfección impostada cual botella de plástico o maniquí que pasa a complementarse con muchos niños, animales y adultos infantilizados en roles secundarios que achatan al film en términos de complejidad y sorpresas. A decir verdad a Raya y el Último Dragón hay que concederle que por lo menos ofrece tres versiones distintas de la feminidad en vez de entregar las simplificaciones de siempre de Disney en lo que atañe a varones boludones aunque con vocación de héroes y hembras que la van de princesas edulcoradas e histéricas, panorama que deriva en una Raya pragmática, una Namaari ultra arpía traicionera y una Sisudatu idealista y bienintencionada volcada a los roles de comic relief y sabia que señala el camino de reconciliación entre todos los idiotas de las tribus. La animación y las secuencias de acción son espectaculares e hiper realistas pero sinceramente se extrañan los diseños analógicos y más humildes y sinceros de otras épocas y las tramas que dependían más de la destreza visual de los creadores que de una multitud de diálogos redundantes que les explican y les reexplican a los retrasados mentales de la platea cada pelotudez que ocurre en pantalla, no vaya a ser que entre sus ojitos bizcos, el hilo de baba de medio metro colgando de la boca y los aplausos con el dorso de la mano no entiendan algo. Honestamente si no fuera por la destreza vocal de Awkwafina y el desarrollo más o menos decente de la idiosincrasia de los tres personajes femeninos principales este sería otro blockbuster infantil/ adolescente/ para adultos tarados que derrapa en un metraje demasiado extenso y una multitud de motivos refritados de realizaciones mucho mejores que sí lograban redondear una épica altisonante que se ratificaba por una peligrosidad que se sentía en las entrañas y que aquí brilla por su ausencia, basta con recordar todo lo logrado por la excelente trilogía que comenzó con Cómo Entrenar a tu Dragón (How to Train Your Dragon, 2010), de Dean DeBlois y Chris Sanders, fábulas perfectas para niños y adultos sensibles que superan enormemente al producto en cuestión, en cierto sentido un rip-off inofensivo y apenas “tuneado a lo Disney” de aquella maravilla de DreamWorks…
Desde hace un tiempo Disney decidió tomar un rumbo más alineado a los tiempos que corren, dejando de lado sus historias más clásicas de princesas en peligro y príncipes que van a su rescate. Incluso el interés romántico pasó a un segundo plano o en algunas tramas directamente no existe, abordando más temas como las relaciones familiares, la naturaleza o valores como el trabajo en equipo, la confianza o la libertad. En esta línea se inscribe también «Raya y el último dragón», película que llegó directamente a Disney+ (por ahora con un precio adicional) y se está proyectando en varios cines de nuestro país, convirtiéndose en uno de los primeros estrenos luego de la reapertura de las salas. «Raya y el último dragón» se centra en el reino de Kumandra, donde los seres humanos y los dragones convivían en armonía. Pero cuando unas misteriosas y siniestras criaturas conocidas como Druun amenazaron el territorio, los dragones se sacrificaron para salvar la humanidad, naciendo así cuatro tribus diferentes. 500 años después de este hecho, los monstruos han regresado y Raya, la hija del líder de la tribu Corazón, tendrá que encontrar al último dragón para terminar para siempre con los Drunn. La película nos ofrece una historia sensible y emotiva sobre la aceptación del otro y de uno mismo, la unidad, el poder de creer, la familia, las diferencias y la esperanza entre otras cosas. Por momentos puede traernos reminiscencias a algunas películas de la compañía como Mulán o Moana, ya que nos presentan a esta heroína valiente y guerrera, que hará lo posible para salvar a su gente. Sin embargo, la cinta nos presenta a una antagonista que no es vista como una villana en sí misma, sino como un personaje complejo con muchos matices que por sus creencias y vivencias se encuentra del lado contrario al de Raya y que va creciendo con el correr del tiempo. Su relación nos dejará varios mensajes sobre la confianza y el trabajo en equipo. En cuanto a los aspectos técnicos, la animación está muy bien realizada, con una buena construcción de los personajes y sus movimientos, sobre todo durante las escenas de acción y de pelea. A pesar de no tener números musicales, algo que se agradece en esta oportunidad, para hacer de la historia una mucho más adulta y realista, la banda sonora realza cada una de las secuencias. Dentro del elenco de voces se distinguen Kelly Marie Tran («Star Wars», «Sorry for your loss») como Raya y Awkwafina («Crazy Rich Asians», «The Farewell») como la dragona Sisu, con una performance que le aporta mucho a este personaje, con un toque de inocencia, esperanza y ternura. Sisu, junto a otros personajes secundarios que se va encontrando Raya en su aventura, se convierten en algunos de los roles más divertidos, proporcionándonos varias escenas de risa. Como suele ocurrir en las producciones de Disney, podemos pasar del entretenimiento al llanto sin escalas de una manera bien amalgamada. En síntesis, «Raya y el último dragón» continúa con el camino que viene marcando Disney desde hace varios años, trayéndonos una historia inclusiva, emotiva y de enseñanza constante sobre la familia, la unidad y el confiar y el creer en los demás. Con una animación realista con colores vívidos, un elenco de voces que realiza muy bien su trabajo y personajes interesantes, mucho más profundos de los que vimos en otras ocasiones, podemos afirmar que estamos ante otro paso firme de la compañía.
“Raya y el último dragón”. Crítica Disney Plus nos introduce en una nueva aventura de la mano de Don Hall y Carlos López Estrada. La nueva película de Walt Disney Pictures fue estrenada el 5 de Marzo en la plataforma de Disney+, mediante Premier Acces y nos trae una nueva aventura llena de magia y acción. Dirigida por Don Hall y Carlos López Estrada, en la producción está Osnat Shurer, en el guion Adele Lim, mientras que la musicalización fue compuesta por James Newton Howard, conocido por componer la banda sonora de Maléfica, Fragmentado y haber colaborado en la saga de Los Juegos de Hambre, Batman Inicia, Batman: El Caballero de la noche y Soy Leyenda. El elenco que presta su voz está compuesto por Kelly Marie Tran, Awkwafina, Gemma Chan, Daniel Dae Kim, Izaac Wang, Benedict Wong, Sandra Oh, Thalia Tran y Alan Tudyk. Mientras que para las voces en español latino tenemos a Danna Paola, quien también cantó el tema principal de la película, Carla Medina, Alicia Barragán, Eri Kimura, Sebastián Albavera Flores, Ricardo Brust, Adeline Chétail, Bruno Magne, Idzi Dutkiewicz y Gabriela Willer. La película empieza relatando muy bien lo que sucede y cuales son los conflictos, tanto actuales como a futuro. Muy enérgica y mística también, muestra como la confianza y la traición casi que van de la mano. Raya y el ultimo dragón dejan muy claro como se irá desenlazando la aventura, e incluso algunas alianzas. Nombrar al peligro constantemente sin temerle A pesar de que la cinta replica constantemente el peligro que generan los Druun, mostrando también las consecuencias de sus ataques mortíferos, solamente son introducidos como una amenaza latente, pero quedan lo suficientemente opacados por el resto de desafíos y amenazas a la cuales se enfrenta Raya a lo largo de su aventura. Por ende, los Druun son un peligro, pero simplemente remanente, sin causar miedo, ya que Raya se enfrenta a más cosas que si muestran todo el tiempo. Vale agregar que las peleas son sumamente increíbles y están perfectamente animadas. Es un dragón
Una revisita a la clásica buddy movie Una obra que se aleja de los estereotipos y lugares comunes que marcan a fuego la reciente producción animada originada en Estados Unidos. Raya y el último dragón (Raya and the last dragon, 2020) juega con el género y traza líneas que pueden ser vistas como parecidas a propuestas similares, pero aquí, dotándola de magia, colores y una mirada certera sobre la mujer enun producto que trasciende su origen y formato y que le propone al espectador la posibilidad de reflexionar, en tiempos difíciles, sobre el valor de la palabra y el confiar en los demás. Y para reforzar esta simple idea, lo que hacen Carlos López Estrada y Don Hall, es reducir al mínimo esas unidades expresivas, rompiendo, ingeniosamente, la progresión del relato, con conexiones al pasado a partir del enfrentamiento entre dos jóvenes, la mencionada Raya y Namaari, quienes intentaran, cada una desde su lugar, privilegiar a su aldea y recuperar una historia compartida en donde la amistad, por momentos, parece ser algo imposible de conciliar. Raya y el último dragón elude ideas peyorativas sobre aquello esperable en una película animada, valora positivamente a sus posibles espectadores, desarrollando un camino del héroe, o, como en este caso, de la heroína, en donde se establecerán las bases para luego avanzar en el relato. Gacias a la llegada de Sisu, último ejemplar de la mítica criatura mencionada en el título, quien podría reestablecer cierto orden político/social, previo a la destrucción de la confianza en cada uno de los seres vivos que habitan el universo creado para la propuesta, el humor, un tono emotivo y algunas ideas dichas de manera graciosa, nos enfrentan a una dura verdad. “Ser persona es horrible”, grita Sisu en un momento, mientras atraviesa una profunda transformación al comenzar incipientes relaciones vinculares con otros sujetos, pero luego apuesta a la colaboración, la confianza y una constante búsqueda de reciprocidad para con los demás A diferencia de películas cercanas, en las que se banalizó el lugar para la investigación y exploración, acá es lo contrario y Raya y el último dragón, prefiere que innumerablesdiálogos y canciones no sean parte de la historia así cada uno podrá sacar sus propias conclusiones sobre empoderamiento y acción, y en donde al contrario, aún en la grandilocuencia de los escenarios inspirados en Asia, nada contrasta con la fluidez con la que el ecléctico guion acompasa los tiempos de un relato tradicional y a la vez innovador. En la propuesta Raya es una joven princesa guerrera que verá su mundo desmoronarse al enfrentarse por el legado de su fakilasu pueblo con otras comunidades que desean, únicamente, obtener el poder que misteriosas gemas, asociadas a dragones, podrían dar. Pero cuando imprevistamente el destino pone a los “charlatanes” a dejar de mirarse el ombligo nada es casual. López Estrada y Hall se posicionan en el paradigma actual del cine de entretenimiento, respetando cierto espíritu de aventura y subrayando la cultura tradicional del lugar en donde avanza el relato como un medio más para potenciar su relato, con perspectiva de género y pasión por conseguir aquello que se imagina.
Raya es la ultima sobreviviente de su nación, quienes fueron traicionados por su país vecino Colmillo. Ahora ella sola deberá recorrer todo el mundo en búsqueda de los fragmentos de una gema que saneará el ecosistema, protegiéndolo de unos peligrosos entes. En su camino, Raya ira haciéndose de diversos y pintorescos aliados. Hoy toca hablar de la nueva película de Pixar, que ya se encuentra en algunas salas de cines locales, y obviamente, en la plataforma Disney+. Comencemos con la review de la sorprendente Raya y el último dragón. Lo primero a destacar del film es la animación. Y con esto no solo nos referimos al diseño de los personajes, que es hermoso, sino también a la paleta de colores utilizada, mostrándonos un mundo que está repleto de vida, pese a que la misma existencia de todo este planeta fantástico, se encuentra en peligro de extinción. Ya hablamos de los diseños de los personajes; y para esta ocasión, se decidió darle un tono oriental a todo el film. No solo la apariencia física de los humanos dista bastante de la occidental, el aspecto de los dragones que se usó, es el clásico nipón donde vemos animales más similares a serpientes con pelo, que a dinosaurios alados. Como toda buena película de Pixar, Raya y el último dragón también tiene un mensaje detrás de la historia principal. Acá la lección es que la humanidad tiene que unirse como sociedad, si quiere salvar a la naturaleza y el medioambiente, y para lograr dicho cometido, se necesita dialogo y comprender al otro sin juzgarlo. Lo bueno es que la moraleja no es invasiva ni refregada en la cara, tapando la propia historia de la película. Una buena demostración de como meter mensajes de forma no forzada. Pero no todo es perfecto en Raya y el último dragón. Para mencionar algo malo, podemos comentar que la película peca de ser demasiado simple; y cualquier espectador con un poco de cine visto, ya va a saber como se desarrolla la trama pasados los quince minutos. Si bien el film no trata de tontos a los chicos, tampoco se arriesga demasiado y siempre va a lo seguro; siendo quizás lo más novedoso, que nuestra protagonista no tiene un interés amoroso en todo el metraje. Raya y el último dragón es una clara mejora con respecto a lo visto en Soul. Siendo bastante divertida, bella en su estética y con un lindo mensaje que tanto chicos como adultos debemos llevar a cabo, estamos ante el mejor film animado de lo que va del año.
En tiempos ancestrales, las tribus humanas de Kumandra vivían en armonía bajo la protección y asistencia de los dragones, quienes con su magia centrada en el agua se encargaban de mantener la vida brotando en cada rincón de la tierra. Pero un día, la nación del fuego atacó los Druun, temibles seres capaces de aniquilar la vida y convertir a las personas en piedra ganaron poder y arrasaron Kumandra. Los dragones hicieron lo posible para combatirlos y solo lograron ponerles un freno haciendo el máximo sacrificio. Sin su magia para mantener en balance a la tierra, Kumandra se quebró en cinco tribus que viven en desconfianza permanente unas de otras. Cinco siglos después, los Drunn han regresado y la humanidad está más dividida que nunca. Con cada tribu concentrada en su propia supervivencia, solo Raya y el Último Dragón tienen un plan para restaurar el mundo a lo que supo ser. Raya y el último dragón Con la fórmula clásica de recorrer un mundo dividido en tribus características de cada tierra, al recolectar las piezas necesarias para el hechizo que destruya a los Druun, Raya y el último dragón ofrece un vibrante y variado universo donde los propios humanos tienden a ser una amenaza más frecuentes que la plaga mágica que los convierte en piedra. Habiendo dormido por siglos, Sisu (Awkwafina) desconoce y rechaza las costumbres del traicionero nuevo mundo en el que Raya (Kelly Marie Tran) aprendió por las malas a no confiar en nadie, una herida que tendrá que aprender a sanar si pretende tener alguna esperanza de éxito en su misión. Una de las propuestas atractivas de Raya y el último dragón es que aunque tiene a Namaari (Gemma Chan) como antagonista de Raya, no existe la figura del villano en esta historia. Nadie es malvado solo por el gusto de serlo, las traiciones y acciones poco honorables que cometen están basadas en el miedo y la desconfianza hacia el otro, más que en la voluntad de hacer daño o siquiera en la ambición individual de riquezas y poder. Esto vuelve al conflicto a resolver un poco más interesante, requiriendo algo más que un par de secuencias de acción entretenidas. Igualmente, de todas formas hay unas cuantas, las cuales no permiten que el ritmo de la trama decaiga entre cada escena centrada en los diálogos y el desarrollo de personajes. Siguiendo con la política de la industria de expandir sus horizontes internacionalmente, especialmente hacia el enorme y lucrativo mercado asiático (como hizo Netflix hace unos meses con Más Allá de la Luna o el mismo Disney con la remake de Mulan), esta película toma conceptos y fragmentos de distintas culturas orientales para construir un vibrante y colorido mundo. No tiene suficiente tiempo para explorarlo como se hubiera merecido, pero deja abiertas varias puertas para una posible secuela en cada uno de los cinco países de Kumandra. Raya y el último dragón no deja de ser un producto claramente occidental en varios aspectos pero la amalgama entre culturas se siente orgánica, reflejo de que quienes estuvieron detrás de muchas de esas decisiones tenían de primera mano conocimiento del tema y no simplemente se pusieron a estudiar desde afuera para lograr una imitación superficial de algo que les es ajeno.
ENTRE LA AVENTURA Y EL DEBER Al igual que los últimos grandes personajes femeninos del Disney animado, los de Enredados, Frozen y Moana, en Raya y el último dragón tenemos una protagonista aventurera e independiente, que se desmarca del concepto histórico con el que la compañía había retratado a las mujeres. Es verdad que se viene ensayando este movimiento desde hace años, pero recién en estos últimos tiempos los resultados son más estimulantes. Ya no son princesas, o sí lo son se manifiestan de manera diferente: Raya, por ejemplo, y luego de ver el comportamiento de unos niños con los que comparte su travesía, confiesa que no quiere tener hijos. Es una línea de diálogo humorística, que nace sin ser forzada y como consecuencia de lo que indica el momento. Y es una escena que sirve como síntesis y muestra de cómo estas películas de Disney aciertan cuando logran que el discurso quede en un segundo plano y se exprese por medio de la acción. En realidad esto que señalamos es una regla general del cine, pero en la producción animada destinada a un público infantil o adolescente es más relevante por el carácter didáctico que termina gobernando todo el concepto. En ese camino, Raya y el último dragón hace todo lo posible por desmarcarse del mensaje subrayado hasta que ya no puede más, y ahí exhibe sus límites. Raya vaga por un mundo distópico, luego de que su padre haya sido traicionado por los líderes de otras tribus y se hayan quedado con partes de una esfera que parece mantener cierta equidad en el mundo. El padre de Raya abona la idea de un mundo integrado, de convivencia alegre y sin distingos entre diferentes. El tema es que a partir de aquella traición, unas deshumanizadas criaturas terminan gobernando el universo, convirtiendo en estatua a todo aquel que se le interponga. Raya es una sobreviviente y la encargada de recuperar el costado humano de ese universo. Y durante un buen rato la película de Don Hall y Carlos López Estrada es ese viaje de la protagonista, la aventura tratando de encontrar al último dragón y recuperar las partes de la esfera que devuelvan el carácter humano del paisaje. Hay un componente interesante en la protagonista, que es su carácter desconfiado acerca de la posibilidad de cambio de los demás. Eso la vuelve compleja, pero también antipática, y el viaje será fundamentalmente un aprendizaje para ella. El drama, a la vez que el riesgo de la película, es que esa antipatía que evidencia la protagonista es difícil de empatizar y eso vuelve un poco intrascendente su conflicto principal. Por eso la película cuando funciona mejor es cuando acumula personajes secundarios, esa pandilla de solitarios que termina acompañando a Raya, especialmente una dragona que es toda una revelación cómica y es la gran invención del film. Así, durante algo más de una hora Raya y el último dragón es la explicación de un mundo, su puesta en práctica a través del movimiento y la construcción de un grupo humano de personajes encantadores. La acción se imbrica con el humor y, sumado a la capacidad técnica de Disney, se construyen secuencias increíbles tanto por lo creativas como por lo bellas. Ahora bien, hacia el final, el discurso acerca de la tolerancia y confiar en el otro se termina imponiendo con un nivel de subrayado innecesario. Los personajes pierden su encanto y se convierten en meras fichas de un tablero donde se explican las emociones y los sentimientos. Y, para peor, la película sucumbe a ese mal contemporáneo del cine animado que insiste en erradicar el mal del mundo negándolo. Si recordamos buena parte del cine animado de Disney es por sus villanos y lo que están haciendo con esta operación pasteurizante es eliminar sus rasgos distintivos, aquello que no solo nos hace comprender el mal sino también la necesidad de rebelarse de nuestros héroes y heroínas. Raya y el último dragón, que había ofrecido varias secuencias delirantes y llenas de humor, termina como una publicidad de Benetton.
¡Disney, es por acá! En el Reino de Kumandra los seres humanos y dragones cohabitaban en armonía, hasta que una multitud de criaturas misteriosas y diabólicas, los Druun, amenazaron el territorio. Los dragones, en un acto de confianza y amor, se sacrificaron para salvar a la humanidad. En la actualidad –500 años después - la civilización se vio nuevamente en riesgo mortal y Raya, una joven guerrera, se encargará de encontrar al último de los dragones, siguiendo los principios y valores de sus ancestros. Con cada entrega, Disney deja cada vez más en claro que el mundo de las mujeres en sus relatos ya no gira en torno a los romances hetero-normativos, que generalmente concluyen en un final feliz de nuestra protagonista junto a un hombre. En Raya y el ultimo Dragon podemos identificar elementos que ya hemos encontrado en películas como Brave y Moana – co dirigida por Don Hall, al igual que este film - en donde los objetivos de las protagonistas tienen que ver con el auto desarrollo personal, la reprogramación de los impuestos sociales establecidos y la confianza en sí mismas. Aunque la historia plantea conceptos muy interesantes y dignos de destacar, el film no se encuentra libre de desaciertos. Durante varios momentos, sentí que las situaciones caían en lugares comunes, predecibles y a veces muy forzados. Los diálogos no se sienten naturales y muchas veces el humor no termina de despegar, quedando en un lugar frecuente y un poco básico. El tan presente espíritu aventurero, que va a la par de una historia de travesías hacia lo desconocido, presenta muchas referencias inteligentes a varias películas de éste género de los años ‘80, como lo son Indiana Jones y La Historia sin Fin. Sin embargo, hay un elemento que ya hemos visto hasta el cansancio – por lo menos en este último tiempo - y que tal vez resulte un poco abrumador para el público tenerlo otra vez como disparador de la trama. Estoy hablando de la Piedra Mágica. Un objeto con poderes enormes, que se encuentra en alguna parte del mundo y de encontrarlo depende el destino de la humanidad. Con respecto a los personajes, la fortaleza la tienen los secundarios. Divertidos, simpáticos y muy recordables. No puedo evitar pensar que faltó información sobre nuestra protagonista, Raya. Con esto quiero decir, que por momentos siento que es un personaje creado para ser funcional a la trama, como si cualquier otro pudiera ocupar su lugar. No se nos presentaron demasiadas ocasiones como para conocerla, y empatizar luego con ella. De más está decir que la animación y dirección de arte son magníficas, y un gran factor a la hora de contar esta historia, dándonos la oportunidad de recorrer el mundo y presenciar paisajes extraordinarios recorriendo la gran cultura oriental. Éste último punto es el que en mi opinión, hace que la historia tenga un condimento extra: comprender la cultura, tratarla con respeto y darle un lugar bajo los grandes reflectores. Raya y el Último Dragón no es de los largometrajes que más pasión despierta en el espectador, ni tampoco de los más impecables de esta compañía, pero en el fondo implanta un mensaje mucho más general e importante que el que plantea la trama en sí: Las mujeres pueden salvar al mundo. Por Milena Orlando
Reseña emitida al aire
No hay grandes novedades estéticas ni conceptuales en esta nueva producción de Disney, pero sí algunos personajes divertidos y sobre todo algunas escenas entretenidas. La trama se parece mucho a los últimos éxitos del estudio, incluyendo una princesa, la Raya del título, que debe hacer un heroico viaje para salvar a su padre de un poder maligno. El viaje tiene como fin encontrar a un dragón, aparentemente el último en su especie. Ambientada en el reino ficticio de Kumandra, una especie de sudeste asiático lleno de seres y situaciones sobrenaturales, los puntos fuertes de “Raya” son los coloridos paisajes animados y el humor, empezando por el personaje del dragón que no es exactamente lo que se esperaba de él, lo que da lugar a situaciones muy divertidas. Luego el argumento recorre lugares muy conocidos por todo aquel que haya visto una producción animada de Disney en los últimos tiempos, pero a su favor se puede decir que las escenas de acción son vertiginosas y a veces impresionantes, y muy bien filmadas técnicamente por el equipo de cuatro codirectores. Otro punto es la sobria banda sonora de James Newton Howard que afortunadamente apenas incluye un par de canciones.
Disney en piloto automático. El desarrollo es sumamente predecible, pero el apartado animado es el verdadero atractivo. Se nota el intento de querer reforzar los valores femeninos en la compañía, aunque nada de eso le quita mérito.
Todos tenemos en claro la perfección que película animada tras otra logra Walt Disney Animation Studios, en eso no hay discusión alguna. En su larga historia ha hecho escuela no solo con quienes se dedican a este arte, sino también con quienes producen sus filmes.