Un oasis en el desierto Y de vez en cuando sucede… de vez en cuando alguien se anima a realizar un western. El género que Hollywood creó de la mano de John Ford principalmente o Edwin S. Porter y que terminó destruyendo gracias a pobres imitaciones. El género que revivió gracias Sergio Leone, pero que los italianos exprimieron hasta dejarlo tan seco como el desierto de Atacama. El western… un género olvidado, prácticamente. Ed Harris y los Coen con sus últimas obras le devolvieron un poco de dignidad en los últimos tiempos (Temple de Acero, posiblemente es el mejor western desde El Bueno, el Malo y el Feo). Pero en el resto del mundo, así como los samurais desaparecieron de Japón (gracias Takashi Miike en revivirlos con 13 Asesinos), en el resto del mundo, los vaqueros se fueron muriendo, los marginales cambiaron de rostro, y quedó un vacío en el corazón del cinéfilo amante de los guerreros del desierto. Pero el Sur también existe. Debajo de la frontera mexicana, cerca de la Cordillera Andina, Fernando Spiner se animó a realizar un western mezclado con cultura gauchesca, pero estética fiel a la crudeza de Sam Peckinpah o Leone. Aballay, el hombre sin miedo es un gran film, por ambición, fidelidad al género y estética cuidada que mereció tener mayor repercusión en las salas porteñas. Ahora llega Sal, ópera prima de Rougier, realizador argentino radicado en Chile. Sin embargo, no se puede encasillar al film solamente como un western tradicional. Quizás el mayor referente que se puede encontrar es la película Tres Amigos de John Landis, la comedia con Chevy Chase, Steve Martin y Martin Short. Al igual que en el film de 1987, acá tenemos un personaje que tratando de crear al protagonista de una historia, se trasforma en uno. Sergio, (Martinez) es un realizador español que pretende filmar un western en el desierto chileno pero no encuentra apoyo financiero, dado que al guión le falta un argumento. Viaja a Chile para buscar inspiración, pero es secuestrado por un mafioso que reside en el desierto, Víctor (Contreras), confundido con un ex socio que lo traicionó. Este, deja a Sergio semi muerto en medio del desierto al cuidado de un viejo solitario, Vizcacha (Hernández) que se convierte en mentor. Sergio se entrenará para estar preparado para cuando Víctor lo vuelva a buscar. Con reminiscencias en el tono humorístico dramático a 800 balas de Alex de la Iglesia, Sal es un film muy cuidado en su puesta de cámara, encuadres y con un guión suficientemente complejo y con varias vueltas de tuerca para mantener el ritmo y la atención del espectador. Por un lado tenemos la experiencia del “hombre equivocado” que tiene que convertirse en héroe a la fuerza, por otro es una sátira a la industria del cine, mostrando la creación de un personaje a través de la mirada de un guionista, que trata de encontrarse con las características del género en la actualidad. Hay acción, romance, traiciones; personajes marginales, ambiguos. El mismísimo protagonista no termina de convertirse en un héroe tradicional, dado que es débil, vago, pedante y debe superar sus miedos enfrentando a Víctor, gran villano compuesto sobriamente por Patricio Contreras. Rougier utiliza primerísimos primeros planos para generar tensión en los duelos, no faltan encuadres desde la cartucheras, crepúsculos y horizontes eternos. La mirada melancólica del género y personajes que saben que su final está cerca, son características del género que Rougier respeta. El film tiene persecuciones, idas y vueltas, que podrían generar confusión, pero sin embargo, el guión es bastante redondo. Todas las facetas de la historia logran cerrar armónicamente y no quedan cabos sueltos. Rougier no deja nunca de lado la meta creativa del personaje, los sueños, el límite de la realidad y la ficción. Lamentablemente, el cuidado estético y narrativo no se transmite en los personajes secundarios y las actuaciones, que son más irregulares. Si bien se destacan Martínez y Contreras formando un duelo actoral que trasciende a los personajes, y hay interesantes interpretaciones de parte de Hernández y Dubó, otras actuaciones secundarias no brindan suficiente verosimilitud y calidez al relato. Sin embargo, teniendo en cuenta las pretensiones y ambiciones, el resultado final es bastante sólido y entretenido. Un digno y emocionante homenaje a un género que desde que somos chicos nos enseñó de que se trata el espectáculo cinematográfico.
Un western huevón La película chilena Sal (2012) propone un juego entre realidad y representación al narrar la historia de un director que tiene la titánica idea de realizar un western en el desierto de Chile. Las vueltas de la vida (y del relato) llevarán al personaje a verse envuelto en su propia película. Sergio es un director de cine español que se encuentra en Chile buscando financiación para su película. Guión en mano va de reunión en reunión y la respuesta parece ser determinante: te falta experiencia en el tema para poder contar esa historia. Palabras del destino, viaja a la posible locación, es confundido con un lugareño y se verá envuelto en una historia propia del mejor western chileno. Con este interesante recurso, Sal nos adentra en un juego entre realidad y representación que invita al espectador a vivir las situaciones que atraviesa el personaje. El western no es un juego, es un género áspero y duro como sus personajes, parece decirnos el film. No se trata de una caracterización exagerada, sino que son las mismas condiciones climáticas –el seco norte chileno- las que forjan los caracteres y actitudes de los personajes. La película dedica tiempo al plantear los motivos del desarrollo dramático de las situaciones: qué es lo que lleva al personaje a realizar tal o cuál acción. De esta manera, y con el juego conciente siempre latente, nos adentramos en el relato crudo del género. Sin embargo, hacia el final la película abusa de sus logros e intenta esquematizar cada situación clásica del género: sobrevivir al desierto, salvar a los pueblerinos, y enfrentarse cara a cara con el villano en el duelo final. Y cuando el final se acerca por éstos rieles, el juego planteado en un comienzo se pierde y el desenlace se torna previsible. Así y todo, Sal es un muy buen exponente del género en su desembarco en el país de la cordillera. Impecable técnicamente y con una gran actuación de Patricio Contreras que compone al villano en cuestión.
Deconstruyendo al western clásico Rodar una película no es tarea fácil, y menos si es un western . Esto lo sabe muy bien Sergio, un director de cine español que con su guión ya escrito recorre las oficinas de varios productores para interesarlos en el proyecto, pero la negativa es feroz. ¿Qué hacer con esta historia por la que él siente tanta pasión? ¿Cómo resolver el problema de concretar esa obsesión? Finalmente decide viajar al norte de Chile para tratar de buscar allí la inspiración necesaria para reescribir esa historia que siempre soñó. Pero al llegar al desierto de Atacama, comenzarán sus dificultades. Los pocos pobladores lo observan con mucho temor desde las puertas de sus desvencijadas viviendas y él no comprende el rechazo. Sin embargo, su estupor será mayor cuando alguien lo llama Diego. ¿Quién es Diego? Un criminal que dejó un tendal de muertos y, como si esto fuese poco, tuvo relaciones sentimentales con la esposa del hombre más poderoso de la zona. El director Diego Rougier elaboró con calidad y originalidad un entramado que va creciendo en intensidad a medida que Sergio es hostigado hasta verse convertido en un antihéroe. Indudable admirador de los films de Sergio Leone, el realizador consiguió dotar a su anécdota de ese clima de violencia y de cierto misterio que poseen algunas de las más emblemáticas producciones norteamericanas inscriptas en el western . Sal es un desafío del que Diego Rougier sale airoso y para ello contó con los muy buenos trabajos de Fele Martínez, Patricio Contreras y Javiera Contador. Conviene mantener en secreto el final, que incluye un duelo en el que intervienen sus protagonistas centrales y remite a la escena culminante de A la hora señalada , ese inolvidable film que quedó como emblema del género.
El grado cero de la cinefilia Sea profundísima o trivial, tenga las más altas ambiciones o aspire al más puro y simple pasatismo, se caracterice por su intensidad o absoluta levedad, toda película –toda narración, toda manifestación artística– debe experimentarse como necesaria. No es lo que sucede con Sal, coproducción argentino-chilena y ópera prima del realizador y guionista argentino –radicado en Chile– Diego Rougier. Esta historia de un director de cine principiante, que quiere filmar un western en el desierto y termina viviendo allí una historia de western, no se experimenta como necesaria sino como gratuita, forzada. Innecesaria. Después de que un par de productores de su país se interesan en saber si el western que escribió incluye camellos o le sugieren que ponga “algunas mulatas bailando salsa”, Sergio (el español Fele Martínez, recordado sobre todo por el protagónico de Tesis) decide trasladarse a Atacama, atendiendo otro consejo: que su película difícilmente resultará creíble si él no experimenta primero aquello que quiere narrar. Tal vez Sergio no sepa que en el siglo XIX Emilio Salgari escribió sobre piratas malayos sin mover un pie de Italia, y que otro tanto sucedió con las aventuras exóticas de Josef Von Sternberg o las de Tintín. Como no lo sabe, presta atención al consejo, y no bien ponga el pie en Chile “los fantasmas saldrán a su encuentro”, como decía un intertítulo de Nosferatu, de Murnau. Fantasmas bien corpóreos, como que se trata del “hombre fuerte” de la zona (Víctor), sus laderos (entre ellos, Gonzalo Valenzuela), su –se supone– seductora esposa (Javiera Contador, más expresiva que el pedregullo que la rodea) y un ermitaño muy poco amigable, llamado Viejo Vizcacha. Sal es algo así como el grado cero de la cinefilia: la ópera prima de quien vio las películas de Sergio Leone, Sam Peckinpah y otros y, convencido de su carácter atemporal, decidió trasponer literalmente sus tropos más básicos, sus clichés más consabidos (incluyendo el de “hacerse hombre” en la acción), sin otra vuelta de tuerca que el truco metalingüístico que la época parecería imponer, aprovechando así un marco imponente, el del interminable desierto salino del extremo norte de Chile. Allí mismo, el notable documentalista chileno Patricio Guzmán filmó, un par de años atrás, una obra maestra absoluta llamada Nostalgia de la luz, donde relaciona, con asombrosa continuidad, el desierto, el universo, la observación de las estrellas más distantes, la reciente historia chilena, los desaparecidos de ese país y la mágica cualidad lumínica de la zona, única en la Tierra. Para no desperdiciar enteramente este espacio se recomienda verla, por los medios que sean.
Sal , coproducción argentino/chilena dirigida por el argentino Diego Rougier, se estrena mañana. Trata de un director de cine español (Fele Martínez, protagonista de Tesis y Los amantes del círculo polar ) obsesionado con hacer un western que, con un guión incompleto, viaja al desierto en busca de una historia y termina viviendo una aventura en la que él mismo se transforma en el protagonista de la película que nunca acabó de escribir. “El trabajo de Fele es increíble, de una entrega tremenda –recuerda Valenzuela-; su personaje pasa mucho tiempo tirado en la mitad del desierto solo, y él lo vivió, se la fumó de verdad estar ahí y pasar esos calores”. La película, un homenaje al western, aborda las situaciones con mucho humor. “Si bien yo tenía un personaje chiquito, estuve como tres semanas viviendo allá, y eso me encantó. Poder viajar y conocer filmando es un lujo, una maravilla –recuerda-. Conocía parte del desierto de Atacama, pero no había estado en Pica, que queda como 300 km hacia adentro. Además trabajé con un elenco de lujo: Fele, Sergio Hernández, un actor muy conocido en Chile, un viejo adorable. Y el Pato (Patricio) Contreras, que lo quiero mucho y nos llevamos muy bien”. Con el impresionante desierto de Atacama como fondo, las imágenes que captura la película son estéticamente impecables. “Es que el director de fotografía, David Bravo, es uno de los mejores de Chile; trabajó mucho con Silvio Caiozzi (importantísimo realizador chileno), se formó con él, ahora es como una escuela, la Escuela de David”.
Un destino por demás inesperado La película está bien contada, por momentos se excede en su tiempo narrativo y cuenta con convincentes actuaciones de Patricio Contreras (Víctor) y Fele Martínez (Sergio). El cineasta argentino Diego Rougier (1970), radicado hace varios años en Chile, dirigió, antes de partir, en nuestro país, entre otros programas "Costumbres argentinas" para la televisión local,. Para su debut en cine eligió un género como el western, al que ambientó en el desierto de Atacama, al norte de Chile. Hasta esos paisajes agrestes y solitarios, llega Sergio (Fele Martínez) un director de cine, empecinado en filmar un western en Chile. La búsqueda de productores locales para su película, lo lleva a recorrer varias oficinas, hasta que finalmente decide viajar a esa zona desértica, cuyo pueblo tiene una iglesia y unas pocas casas. En ese lugar comienza a vivir una odisea en la que él mismo parece convertirse en el protagonista de su película. EL AMANTE En Atacama, Sergio, es confundido con el amante desaparecido de la mujer de un poderoso narcotraficante del lugar, conocido como Víctor (Patricio Contreras). De nada sirven las palabras del director de cine por explicarle a Víctor que él no es Diego, como dicen, sino Sergio y que nada tuvo que ver con su mujer. Más tarde todo se irá complicando y hasta la mujer de Víctor, María (Javiera Contador) termina compartiendo una noche de sexo con Sergio, al que confunde con su ex amante. Lo que viene después es el típico sometiendo de un criminal a una víctima indefensa, de cuyas torturas y humillaciones participan los compinches de Víctor, entre ellos el sanguinario Héctor (Gonzalo Valenzuela). Diego Rougier logra con buenos elementos convertir en realidad un filme de género, en el que la venganza de un hombre hacia otro, encierra un tono de drama romántico, que le permite un sólido entramado de imágenes, que se asemejan a un filme publicitario. "Sal", está bien contada, por momentos se excede en su tiempo narrativo y cuenta con convincentes actuaciones de Patricio Contreras (Víctor) y Fele Martínez (Sergio).
Diego Rougier acierta con su dirección y guión, con la historia de un director de cine español que viaja a Chile con el sueño de realizar un western y termina siendo el protagonista de una historia que nunca escribió. Bien realizada, con intensas actuaciones, esta coproducción argentino chilena tiene mucha creatividad.
El cine en el estado más puro Cuando hablamos de Western lo primero que se nos cruza por la cabeza es John Ford y Sergio Leone. Pero ahora me refiero a Sal, un Western contemporáneo y chileno. Sal, presenta a su protagonista, un director de cine español llamado Sergio que desea filmar su película en el desierto más árido del mundo, el desierto de Atacama. Es así que con su guión en mano decide visitar a todos aquellos posibles inversores para que financien su película. Con más frustraciones que aciertos, Sergio emprende su marcha hacia Chile con su manuscrito bajo el brazo. Instalado en el país cordillerano, Sergio es confundido por Diego (personaje que poco sabremos de él y nunca conoceremos), y automáticamente los problemas recaen en él. Negando al principio la nueva identidad, Sergio tiene que hacer frente a todos los golpes que recibe para poder mantenerse con vida. Aceptando ser otra persona, la película cobra vida y somos partícipes de la transformación del personaje. Sal, habla de cine, del metacine, la película es la metamorfosis absoluta sobre la elaboración de un guión en "vivo". Como espectadores vemos los momentos débiles de la historia que cambian constantemente respecto a las vivencias del director en la ficción. Cuando Sergio se reformula los planos y los diálogos, hay repetición, imágenes en grises y objetos destacados en color que le dan un plus a la cinta. Cada personaje en la historia real tiene su melodía que lo identifica y ese desierto, virgen y solitario se convierte en un protagonista más. Fele Martínez, es el nuevo cowboy que conocerá hacia el final de la película lo que es la venganza. Diego Rougier, el director real, manifestó antes de la proyección su pasión por el género y se la dedicó a su padre ya que de chico lo puso delante del Western. Por este motivo, está Sergio, el homenaje a Leone pero también es Diego, aunque lo niegue al principio, en ambos lados de la pantalla.
Entretenida rareza chileno-argentina La gente de cine tiene esas locuras. Un director argentino radicado en Chile se obsesiona por hacer un western en medio del desierto de Atacama. Tarda años, pero logra entusiasmar a dos productores. Y hace su western, donde un director español se obsesiona por hacer un western en medio del desierto de Atacama. El argentino es Diego Rougier, cofundador de MuchMusic, acá director de viodeclips y allá director de las versiones trasandinas de «Tiempo final» y «Casados con hijos». El español es un personaje de ficción. Y le pasa de todo. Apenas llega a un pueblo en busca de locaciones lo confunden con otro. Justo «el otro» que el dueño del pueblo quería amasijar, porque había seducido a su esposa. Pero el dueño, narcotraficante de frontera, es un sádico despacioso. Comienza entonces el juego del gato y el ratón, con dos aditamentos y una moraleja. En esto participan un viejo pícaro que planea su propia venganza, un matón petiso que ha puesto sus ojos en una chica de aproximadamente. 12 años, y la propia evolución del director español, que empieza a tener experiencia concreta sobre caballos, armas, pateaduras, sol rajante y mujeres ajenas. Y esa experiencia la volcará en el guión de su western. Pero antes debe acabar con el malo y sus secuaces. Si no lo madrugan éstos. O la mujer, que no parece demasiado confiable. Entretenida, con cuerdas a lo Morricone y tiros a lo loco, matones en 4x4, cinemascope, una escena de suspenso humorístico muy lograda, un remate con figura femenina de perfil que obliga a reconsiderar el género, y, sobre todo, un malo excelente a cargo de Patricio Contreras («desde los seis años me vengo preparando para este papel», ha dicho, medio en broma), «Sal» tiene un solo defecto grave, propio de muchos westerns a partir del spaghetti: dura varios minutos más de lo conveniente. Ya aparecerán unas tijeras, más peligrosas que las pistolas. Igual queda imbatible el mérito de la rareza: éste es el primer western chileno-argentino de la historia. Bien por Rougier.
Sin querer, todos dejamos marcadas nuestras preferencias en el sitio. El que me lee seguido sabe que tengo un amor particular por el cine clásico de Hollywood y por su estructura. Esta película logra ser un western como los de antes, como esos que no podía dejar de ver y que ahora se fueron perdiendo en caricaturas de lo mismo. “Sal” nos cuenta la historia de un hombre en busca de inspiración para filmar el western que siempre soñó y que en pleno desierto lo confunden con otro que tiene un pasado oscuro. Este recurso, también muy usado en el cine clásico, de la confusión termina creando tres personajes: el que es, el que creen que es y el que termina siendo combinando a los dos anteriores. La ilusión del “viaje” que tiene el personaje de Sergio en el que el punto de llegada nunca puede ser igual que el de partida porque él ya no es el mismo Con el escenario del desierto de Atacama (de ahí el nombre de la peli) y la búsqueda de este hombre que termina entrenando incansablemente para poder hacer frente a algo que no le correspondía responder (y, como en todo western, no puede faltar el malo muy malo), pero que responde porque él ya se ha convertido en quien creen que es. Algunas constantes como esas miradas melancólicas y los atardeceres soñados terminan de dar la pincelada. Ni les digo del duelo que me recordó a Gary Cooper en pleno mediodía, caminando por un pueblo desierto. Esta película es la ópera prima de su director, Diego Rougier, quien también se hizo cargo del guión. En él podemos ver ese cine que yo amo, con pinceladas de humor que me recuerdan a Leone. Algunas cosas de guión como las de apegarse mucho a las constantes por momentos, tornan un poco predecible la película y le quitan ritmo. No es que las actuaciones no estén a la altura (remarco el trabajo de Contreras y Martínez) pero la verdad es que el producto era de una ambición que requería un nivel actoral enorme. Me gusta que fundamenten caracteres con clima: acá la gente es seca y árida porque vive en el desierto, pero querer cumplir con todos y cada uno de los estereotipos, termina saturando al espectador. Llena de homenajes, es una película hecha por un amante del cine para otros amantes del cine. Ya eso sólo vale la entrada.
Así como Aballay fue un auténtico western argentino, atravesado por la cultura gauchesca; Sal, con otra propuesta formal y narrativa, se podría decir que es un singular western chileno, dotado de sus modismos típicos, con aportes de nuestro país. Para empezar esta ópera prima es de Diego Rougier, un argentino radicado en Chile, y uno de sus personajes clave, Patricio Contreras, es un chileno que ha echado raíces en nuestras tierras sin olvidar sus orígenes. Esta amalgama, a la que hay que añadir a un actor principal español como Felé Martínez, da por resultado un fenomenal film de género, en el que también tiene lugar la parodia y algún gag bizarro. Los artilugios clásicos de la trama –la venganza, la lealtad, el honor, la traición-, dan pie a inserts evocativos propios del cine del lejano oeste o del mismo spaghetti. Por otro lado Sal arranca con el atractivo tópico del cine detrás del cine, ya que el protagonista es un mediocre director de cine español que, aún con un guión defenestrado, está empecinado en hacer un western en los paisajes desérticos trasandinos. Al arribar allí será confundido con un pistolero fugitivo al que le adjudican atributos que no tiene (¿pero que acaso tendrá?). El tratamiento de la imagen y la estética del western son impecables, y se ven realzados por la transformación dramática que sufre el personaje de Martínez y el estupendo trabajo de Contreras como un villano de fuste.
Las curiosidades de la distribución local son tan sorprendentes que puede ocurrir lo de esta semana: dos estrenos de origen chileno un mismo día En el caso de “Sal” podemos sentirnos gratificados. En los ámbitos académicos de las carreras de cine es probable que encontremos más fanáticos de Sergio Leone que de otros directores de western. Sucede que es un tipo de cine muy identificado, muy particular y generador de varios exponentes de culto como “Keoma” (1967), “Un dólar marcado” (1965), y ni qué hablar de la trilogía del sin nombre (Clint Eastwood). Todo esto hace que una película de vaqueros hablada originalmente en español resulte rara, sonoramente extraña. Pone una barrera difícil de pasar y que atenta contra la verosimilitud. Suena "raro", y ese "raro" interrumpe el proceso de entrar en la propuesta como espectador. Sería parecido a escuchar a Clint Eastwood en nuestro idioma tratando de tirar los diálogos del “Martin Fierro” Luego, ¿cómo hace un cineasta para poder filmar una de vaqueros despojado del temor al ridículo? Pues para no quedarse con las ganas el realizador Diego Rougier aggiornó la estructura de un spaghetti western reemplazando caballos por camionetas; revólveres por pistolas automáticas y, por las dudas, desvió la trama principal del guión hacia la tangente "cine dentro del cine". Así conocemos la historia de Sergio (Fele Martínez), un guionista mediocre que trata de convencer a productores en España de filmar un western en el desierto de San Pedro de Atacama en Chile. Ante todas las negativas, decide viajar al lugar donde vive un poco de la película que imaginó (que no conviene revelar), mientras reescribe el guión a medida que se suceden los acontecimientos, o mejor dicho le suceden, porque a nuestro héroe le pasa de todo. Para aumentar y decorar las virtudes de su película, el director contó con una extraordinaria dirección de fotografía y algunas composiciones de imagen muy cercanas a lo pictórico. A esto hay que agregarle la muy buena utilización de los espacios naturales. Realmente se logra plasmar la aridez extensiva y cruel de uno de los desiertos más duros del mundo. En este sentido, podríamos decir que así como ocurre con casi todas las producciones del oeste, el marco geográfico es un "personaje" fundamental cuando está bien utilizado. Todo el elenco sabe de qué la va cada uno y está bien. A Fele Martínez ya le habíamos visto un buen trabajo en “La mala educación” (2004), y Patricio Contreras le tira todo su oficio a la cámara para hacer un villano muy interesante. “Sal” es una realización entretenida, respetuosa del estilo que trata de homenajear. Acaso podría achacársele algunos minutos sobrantes cuando el espectador ya intuye como termina, pero no disminuye el hecho de estar ante un entretenimiento bien pensado y realizado.
Publicada en la edición digital #244 de la revista.