La figura del militante vuelve; al menos hay indicios dispersos en varios frentes, por así decirlo, para suponer que una forma de existencia que se creía perimida y superada resurge de los escombros de una historia acaecida. Será la indignación que sienten muchos en tierras lejanas y ricas, donde hasta hace poco gozaban de un consumo ilimitado; será también el agotamiento de un ideal circunscripto a la felicidad del Yo como límite de todo, que resulta insuficiente para significar los actos cotidianos; o simplemente se trata de una reconfiguración del orden simbólico en los últimos estertores de un sistema económico global ya no del todo confiable y por cierto inestable, con efectos sobre los deseos y compromisos de quienes vivimos en él. Del mismo modo que se cree fervientemente en un dudoso principio de regularidad de la naturaleza, también se ha naturalizado una creencia insólita: la regularidad de los mercados. Las transacciones financieras globales y los ciclos productivos serán así por siempre; nuestro sistema económico general, se estima, no puede tener a largo plazo grandes transformaciones. Es que el capitalismo no es sólo un sistema económico y un estilo de vida sino un destino evolutivo. Como sea, hoy se vuelve a hablar de militancia y en el cine, como suele ocurrir, puede advertirse, como sucedía hace cien años y más aún hace cuarenta, una inquietud sobre el tema. Algunas películas recientes indagan sobre un modelo reconocible de militancia, aquel que despuntó en la década del ’70. La brecha Existe una dificultad para filmar la subjetividad militante pretérita. Las coordenadas simbólicas y los marcos de referencia de hoy por momentos parecen ser inconmensurables con los de las décadas del ’60 y ’70. A menudo, el protagonista de la lucha armada, aquel que dispuso su vida en pos de una transformación histórica, evoca una distinción entre su tiempo y el nuestro, una distancia casi ontológica, no sólo histórica, por la cual sólo él puede saber en última instancia cómo fue aquella experiencia. Es una experiencia del orden de lo intransferible. Se trata de una subjetividad extremada, como la denominó Nicolás Casullo en su libro casi póstumo Las cuestiones. El yo del militante era un yo sin mayúsculas, una pieza atómica de una subjetividad colectiva y una fraternidad del porvenir, una voluntad que se plegaba al requerimiento de una fuerza revolucionaria que habría de torcer la historia y hacerla justa. Frente a los placeres de la vida, los deberes ante la injusticia revestían un carácter de urgencia. Dice Casullo: “Sujeto revolucionario: conciencia que se constituye militantemente como torsión sobre sí misma”. En esa operación identitaria particular, tan característica de la militancia, hay una brecha entre el protagonista y el intérprete, un supuesto orden de la experiencia que no puede ser zanjado, aparentemente, por un “extranjero”, menos aún si éste proviene de una época, la nuestra, en la que el único proyecto histórico posible y utópico se circunscribe a un hedonismo festivo en el que el Yo y su felicidad es el único télos de la Historia. Es precisamente esa estructura de conciencia lo que devela Sibila, el sólido y magnífico documental de Teresa Arredondo. La joven directora chilena vuelve sobre un personaje central de su historia familiar, su tía Sibila Arredondo (viuda del famoso escritor peruano José María Arguedas), con quien compartió momentos importantes de su infancia cuando, después del golpe de Pinochet en 1973, ella y sus padres tuvieron que exiliarse en Lima, donde vivía Sibila. A través de material de archivo, entrevistas, películas familiares, Arredondo intenta descifrar el silencio de su familia, que un día determinado dejó de hablar(le) acerca de su tía. Sucede que Sibila fue arrestada y juzgada por un tribunal sin rostro del gobierno de Fujimori por terrorismo y por sus vínculos con Sendero Luminoso. Tras catorce años y medio de cárcel, Sibila quedó en libertad y después de un tiempo se fue a vivir a Francia. Arredondo recoge los testimonios de su madre, su padre, su abuela, una hija de Sibila y otros familiares. La directora permanece siempre en un fuera de campo visual, aunque está presente a través de sus preguntas, que sí se escuchan; en ese sentido, nosotros vemos y nos movemos junto con Arredondo, en una suerte de plano subjetivo diferido y amable con el que participamos de su conciencia e inquietudes. Su procedimiento es genealógico y preparatorio: las versiones de sus familiares van delineando un perfil de Sibila, que tendrá su aparición en el documental en los últimos minutos. Es evidente que la directora profesa admiración por su tía, pero esto no implica necesariamente comprender del todo su experiencia. Hay un pasaje clave en el que Arrendondo habla con su padre acerca de si él conocía en aquel entonces las actividades políticas de su tía. La directora dice: “Entonces en el momento que la detuvieron tú pensabas que ella era inocente”. El padre dice que sí, pero inmediatamente la corrige: “Hay que tener cuidado con los términos inocente y culpable en ese contexto. No es el mismo contexto de un robo. Es un contexto ideológico en donde la persona está convencida de que la guerra es necesaria para llegar a una sociedad más justa”. Esta demarcación semántica es fundamental. El padre de la directora identifica las coordenadas excepcionales (o inactuales) desde las que se leía una situación histórica. Era el momento en el que la ira de varios se lanza y se organiza contra una injusticia ejercida por otros; entre el sonido de las bayonetas y el estruendo de los disparos, una breve suspensión política de la ética daba (o da) lugar a que la interdicción social por excelencia se pusiera en duda: terminar con una vida es posible, el fin justifica los medios. El plano posterior es preciso y delicado: la mano de la directora abre una miniatura en la que se representa una revuelta popular. Un travelling sobrevuela ese escenario sangriento donde unos muñequitos diminutos reemplazan a los hombres; a través de un movimiento paulatino la cámara descubre en esa representación de la guerra, casi bajo tierra, mujeres y niños muertos. Es una situación intolerable, imposible. El plano contextualiza las palabras del padre y es una decisión responsable y sensible por parte de la directora para conjurar el anatema de la lucha revolucionaria, esa zona casi impensable y paradójica en la que se mata en nombre de la justicia. Pero el gran momento de Sibila, el gran atractor hacia donde todo se dirige desde un inicio, es su desenlace. Allí se da un choque de conciencias: la subjetividad extremada se expone completamente. Sibila responde a los cuestionamientos de su sobrina sobre el accionar de Sendero Luminoso; es un instante relámpago en el que la brecha entre dos tiempos deviene visible. Sibila defenderá el accionar de Sendero Luminoso porque entiende que hay siempre una razón política y que por ende no debe aplicársele una interpretación que lo asocie al terrorismo. La realizadora cuestionará los métodos del partido, no sus motivaciones, y dirá que hubo acciones que se pueden “entender como terroristas”. Sibila terminará la conversación diciendo: “Hablas con la boca de Bush”. Sibila, que se estrena en la primavera de este año, es la película perfecta para contrastar con Cuentas del alma, la nueva película de Mario Bomheker, donde una exmilitante del ERP, llevada por el contexto a un temprano arrepentimiento forzoso, y ahora exiliada en Israel, reconstruye su pasado revolucionario. Miriam, el único personaje de este filme (cuya aproximación formal está en las antípodas del filme de Arredondo), siempre tuvo dudas sobre la lucha armada. La aproximación ideológica de Bomheker, a pesar de pertenecer a otra generación, no es muy diferente a la perspectiva de Arredondo. Hay una correlación dialéctica; si se trata de pensar a fondo aquella subjetividad extremada que se configuró décadas atrás, Miriam y Sibila funcionan como personajes conceptuales. Ambas parecen estar atrapadas en un jet-lag histórico, lejos de donde nacieron y en tierras donde no se hablan sus lenguas ni interesan sus luchas.
El tiempo recobrado Algunos días atrás, en su nota de presentación del reciente DocBuenosAires, Horacio Bernades destacaba que el buen nivel del género documental no es sólo un fenómeno exterior, sino también vernáculo. “Si hubiera que nombrar, aquí y ahora, las diez películas argentinas del año, está claro que Tierra de los padres, Papirosen y El etnógrafo no podrían faltar en la lista”, escribió el crítico de Página/12. Si bien Sibila es una coproducción chileno-española, la presencia del cordobés Martín Sappia como coguionista y productor, junto con la actual residencia de la directora en aquella provincia mediterránea, hacen viable el otorgamiento de una doble -o triple- nacionalidad. La excepción estará más que justificada: Sibila es quizá el gran documental de este año. Ganadora de la Competencia de Derechos Humanos del último BAFICI, la ópera prima de Arredondo sigue a su tía Sybila, viuda del escritor peruano José María Arguedas, con quien la cineasta vivió luego del exilio sufrido por su familia tras el golpe de Pinochet. El problema surgirá después de la muerte de su marido, cuando Sybila empiece a involucrarse en el accionar de Sendero Luminoso, vínculo que culminará con una pena en prisión de casi 15 años decretada en un juicio sumario durante la gestión de Alberto Fujimori. Teresa era una niña y desde entonces convivió con la presencia fantasmagórica de su tía, patentizada por el manto de silencio familiar. Ya adulta, la cineasta se propone indagar en las motivaciones de quienes la rodeaban a través de imágenes de archivo de diversas cadenas televisivas y fotografías y entrevistas personales a sus padres, tíos y primos, contorneando así las complejidades en apariencia inaprensibles del personaje ausente. Podría pensarse, entonces, a Sibila como una película concebida como la reconstrucción de un vínculo que se quebró en algún momento cuya exactitud cuesta definir. "¿Por qué nunca me hablaste de ella, siendo tu única hermana?", lo interpela al padre al inicio del film. Pero también se trata de la familia como entidad rectora del quehacer cotidiano y la dialéctica entre la ideología como conjunto de normas rectoras teóricas y su transposición a la práctica. "Nadie podía entender cómo podía haberse metido a Sendero", responde él. Conciente del objeto de estudio de su film, Arredondo se mantiene en un respetuoso plano secundario apenas irrumpido por sus preguntas. La sonoridad urgente y veloz de esa verba, la voz quebradiza de sus interlocutores, los diálogos perceptiblemente dubitativos e incómodos connotan la faceta catártica del dispositivo. Pero esa suerte de personalismo familiar no implica endogamia. Por el contrario, sobre él se asienta la extraordinaria tensión -narrativa, ideológica, generacional- de Sibila (película). Tensión que encuentra su punto culminante, claro, en la parte final del film, cuando Sybila se corporice. La oscilación entre la imposibilidad de comprender -de intentar comprender-, la admiración y el amor nostálgico por ese pasado irrecuperable se concentran en este documental que se gana un lugar en la selecta lista del principio. Y lo hace con la potencia arrolladora de las armas del buen cine.
La dimensión íntima Como tantas veces en su existencia, el cine ha comenzado a alumbrar los costados oscuros de nuestra historia: la militancia política en organizaciones de izquierda durante los años ´70 y ´80 se ha convertido este año en tema de exploración predilecto del cine nacional, particularmente el cordobés. Ya a principios de 2012 se estrenó Cuentas del Alma, de Mario Bomheker, que hace foco en el testimonio de una emblemática guerrillera argentina que, a tantos años vista, revisa críticamente su militancia en el ERP. Y esta semana confluyen dos películas que también aspiran a explorar un tema considerado tabú en la política nacional, acaso por estar demasiada maniatada aún por la antinomia kirchnerismo-antikirchnerismo, sin dudas la disputa que definirá el modo en que se leerán los acontecimientos en los años venideros. En las sociedades modernas, el poder no se encuentra meramente cristalizado en las instituciones públicas o los núcleos ocultos de lobby político-económico, sino que se define en la interpretación de los acontecimientos: si el manierismo se impone en la disputa mediática por el sentido, clausurando ángulos de discusión, el cine puede liberar la mirada y oxigenar los debates, aún cuando lo acechen los mismos fantasmas (pero por su propia naturaleza dual -ser una mirada pero también una ventana al mundo- el cine posibilita mayor libertad interpretativa, ya que la primacía de la imagen permite introducir el azar e incluso trascender las cargas ideológicas que arrastran las palabras). Ocurre también que esa inquisición del pasado suele surgir de una auténtica voluntad por comprenderlo, acaso porque la misma identidad de los directores está en juego. Al menos así ocurre con Teresa Arredondo, realizadora que en Sibila interpela su propio pasado familiar para entender un agujero negro en su historia: la militancia de su tía Sybila en Sendero Luminoso, y su ausencia desde que fuera atrapada y condenada a 15 años de prisión. Esposa (y viuda) del famoso escritor peruano José María Arguedas, Sybila se convirtió en un caso emblemático de la supuesta “restauración” democrática de Alberto Fujimori en Perú: las primeras imágenes del documental así lo atestiguan, con insertos de noticieros que registraron su liberación en 2002, y luego con los registros de los diarios que siguieron su derrotero. Coherentemente, el acercamiento que propone Arredondo será subjetivo, y comenzará por cuestionar a su entorno más próximo siempre desde fuera de campo, interrogando a su padre, madre, abuela e hijos de Sybila sobre esa figura que supo alumbrar su niñez y que se convirtió en una incógnita mayúscula a partir de su encierro tras un juicio sumario que no respetó las más mínimas garantías procesales. El dispositivo formal elegido también es pertinente, ya que los entrevistados son filmados con cámara en mano guiada por la propia directora, replicando de esta manera su mirada. Pero lo cierto es que ya se podrán vislumbrar aquí las complejidades que esconde la propuesta: se trata de una familia cruzada por la historia, atravesada por sus contradicciones ideológicas, que invariablemente se cuelan en la construcción que cada uno hace de la protagonista oculta del filme. Una figura se repetirá en los relatos y las preguntas, cierto reproche por las consecuencias de la militancia de Sybila en el núcleo familiar, que tendrán su desenlace cuando Teresa viaje a Francia para entrevistar a la propia protagonista, y la cuestione por su responsabilidad: será un choque de visiones, dos subjetividades históricas diferentes que revelarán sus incompatibilidades conceptuales. Sybila defenderá no sólo su militancia en Sendero Luminoso sino también al propio movimiento guerrillero, así como las consecuencias que tuvo para su familia: “Vivió intensamente la vida de su país y la vida de su familia, lo que es más honorífico”, dirá en referencia a su hija, y disputará el sentido de las palabras con que Teresa quieren describir su militancia. La conclusión no será reconfortante: “Hemos charlado de todo pero aún no puedo entenderte”, responderá la directora, aunque la película sí habrá permitido alumbrar un pasado que aún atraviesa nuestro presente. Así como también lo hace, en menor medida, Infancia clandestina, de Benjamín Avila, que reconstruye la propia historia del director en un relato ficcional sobre su infancia con padres militantes de Montoneros y su regreso a la Argentina en 1979 para participar de la Contraofensiva. El fantasma que acecha al filme de Avila (y que por momentos no sortea del todo) es otro: cierta fetichización de la militancia política, cierta idealización que el director intenta salvar a partir de la construcción de la mirada infantil de su alter ego, Juan/Ernesto (Teo Gutiérrez Moreno), testigo obligado de las actividades políticas de su padre Horacio (César Troncoso) y su madre Cristina (Natalia Oreiro) en el marco de los actos de la organización guerrillera. Sus convicciones comenzarán a cambiar cuando descubra el amor con una compañera del colegio, y entonces su vida íntima entrará en contradicción con la lucha de sus progenitores, que encima cada vez se torna más peligrosa. El filme de Avila tiene un mérito indiscutible: introducirnos en la interioridad de una figura aún tabú en el cine argentino, y hacerlo con una posición equidistante que evita la condena o la glorificación. Pero los problemas comienzan con la propuesta formal de la película, que a partir de cierta predilección por el plano detalle y la imposición del guión propone guiar la mirada y los sentidos de la narración, acotando la libertad interpretativa del espectador. Por Martín Iparraguirre
La imposibilidad del enajenamiento El tipo de registro fluye. La fusión de la pasión periodística que tiene innata el realizador de un documental con cualquier estilo de los que existen en un género tan amplio como éste, otorga al espectador una amplia gama de opciones para definir su gusto. Desde el mero hecho de querer informar, al de también combinar un estilo de mostrar la realidad a transmitir. Cuando comienza Sibila, la identificación es inmediata. La historia se narra como si fuera un diario, con una voz en off protagonista. La persona que habla es la directora, la persona que necesita respuestas que, en su momento, nadie le dio. No es una búsqueda de identidad, no es un drama que le quite el sueño. Es una cuenta pendiente, es una ausencia repentina que se volvió permanente, es un hueco que nadie supo rellenar. Teresa Arredondo pregunta pero no exige, comprende. Es su familia, que por una causa más o menos valida que otra, decide abstraerse de la realidad vivida, al menos discursivamente. Su tía Sibila, perteneciente al grupo terrorista Sendero Luminoso en Perú, donde por esta causa termina encarcelada 15 años, parece ser tema prohibido en su seno familiar. Esa incomodidad de no saber, esa fuerza por querer encontrar las respuestas es transmitida por la cámara, que no parece ser más que una subjetiva que refuerza esta idea de identificación para con el espectador. Esta tensión generada por el vínculo, ese amor de la niñez puro e inefable para con su tía, vuelve su camino intenso pero recto hacia el encuentro que se hace desear. La aparición de Sibila en el plano conmueve tanto, que se necesita una reformulación desde el recurso cinematográfico para poder lograr expresar lo que siente esta Teresa niña. Y escribo esta niña, porque parecería ser un viaje en el tiempo. Una atemporalidad, un universo paralelo donde se busca esa inocencia en el lazo, esa unión básica e inquebrantable. Esa inspección minuciosa de una persona, esa conexión automática con el recuerdo, hace de esta película una especie de introspección. Hay dos cuestiones que parecen buscar respuestas; por un lado, la de poder saber lo que por parte de su familia no va a poder, ir a la fuente, volver atrás, entender, y por el otro, y mucho menos evidente, el de encontrarse a sí misma, y buscar una referencia, drenar esa admiración. Esta ambigüedad expuesta vuelve al film mucho más profundo. Abre su mente y su corazón a la pantalla. Sibila va más allá de los hechos vividos, más allá de un discurso político, de una postura frente al mundo en sociedad. Sibila muestra la nostalgia, la ansiedad, la verdad, con tanta transparencia, con tanta textura que se asemeja a lo que logró transmitir Naomi Kawase en Embracing (1992). Transforma a la cámara, dejando de lado el concepto de dispositivo para volverla casi como sus ojos. Las respuestas ya no necesitan palabras, las imágenes ya las suplantaron.
Búsquedas y encuentros Éste es un documental sobre la tía de la directora. La oración anterior es verdadera, y también sosa, incompleta: no da cuenta de la riqueza de Sibila, una película que se destaca con nitidez en la profusa oferta de documentales, sobre todo argentinos, de la cartelera de estos meses. Sibila es una producción chileno-española rodada entre Chile, Perú y Francia. La directora y guionista (y sobrina de la señora del título) es Teresa Arredondo, que nació en Perú, de padre chileno exiliado y madre peruana. Sibila, hermana de su padre, es la tía que estuvo presa 15 años por su vinculación con Sendero Luminoso (cómo era ese vínculo y qué implicó no se resuelve en la película). Hay más datos relevantes sobre Sibila (como que es la viuda del escritor peruano José María Arguedas) y sobre el resto de la familia de la directora, pero parte del atractivo de la película es descubrir las diversas relaciones familiares, las implicancias de "lo de Sibila" en una y otra rama de la familia, las posiciones políticas, las emociones que se ponen en juego en los diversos vínculos, incluso los reclamos o las perplejidades de una generación frente a otra; en ese sentido, en algunos pasajes Sibila es comparable a Los rubios , aunque sin su collage estilístico pop. La película de Arredondo tiene dos partes, claras, bien diferenciadas. En la primera la figura de Sibila es rodeada, narrada, mentada, analizada desde diferentes ángulos. Así, desde múltiples entrevistas en diversos lugares en Chile y Perú, Arredondo busca entender -o conocer, ahora como adulta- a su tía. Primos, padres, abuelos y otros tejen una historia conflictiva y, gracias a la claridad expositiva del relato y a su calidez, nunca tediosa, Arredondo no tiene miedo de informar ni de mostrar: su documental no es un ejercicio férreo de alguna clase de dispositivo formal. Así, entre las entrevistas o durante ellas la cámara se puede detener a observar alguna comida en preparación, o describir de forma cercana una artesanía, un retablo de enorme dramatismo. La segunda parte, que ocupa el último tercio, tiene como centro el encuentro entre la cineasta y su tía. Sibila no se arrepiente de nada: ni siquiera quiere hablar sobre muchos detalles de su pasado. Es una comunista convencida, fascinante y también recalcitrante. Sibila es una presencia fuerte, que se intensifica aún más por la decisión del punto de vista de Arredondo. La cámara está "en sus ojos", la directora es la que pregunta, la que ve, la que recibe el mundo que aparece y es descripto ante ella. Incluso esa decisión formal es saludablemente quebrada justo antes de pasar a la segunda parte, cuando la directora se refleja en un espejo, a través de unos barrotes. El resto del tiempo vemos lo que ve Arredondo. De esa manera, al situarnos en sus preguntas y sus búsquedas, nos enfrentamos a su singularidad, que no se puede transferir, pero sí compartir en forma de documental fecundo, de esos que buscan y también encuentran.
Sentencia Sibila No puedo pasar por alto los intrínsecos recuerdos que este documental despertó en mi y que hace rato están queriendo ser evocados. No pude identificarme con nadie más que con la propia directora, porque más allá de que esto sea producto de la subjetividad de la cámara y su voz siempre detrás de ella, la búsqueda que originó este documental (aunque me gustaría llamarlo de algún modo más íntimo, tal vez diario como se lee sobre el final en una nota) me toca muy de cerca. Sibila no es un documental biográfico sobre Sybila Arredondo, exiliada chilena que en Perú formó parte de la agrupación Sendero Luminoso, por lo que fue acusada de terrorismo y puesta en prisión durante 15 años. No. Es la historia de Teresa Arredondo anhelando conformar un cuadro familiar quebrado a fuerza de silencios y reproches por la militancia política de su tía. Si alguien vivió una experiencia similar durante su infancia o adolescencia sabe perfectamente que el carecer de ciertas informaciones –peor aún si se es consciente de ello- nos deja en un estado total de incertidumbre. A veces los adultos en el intento de salvaguardar a los más chicos de asuntos delicados, creyendo erróneamente que estos no tendrán la capacidad de procesarlos, terminan logrando un efecto contrario que como un boomerang se les vuelve en contra con el tiempo...
“Sibila”: incómodo documental chileno Sin la menor difusión, el Cosmos-Uba estrena esta semana (y pasará una sola vez por día) un documental fuera de serie, no tanto por lo bien hecho, sino por lo espantoso que cuenta, la sinceridad de sus participantes a uno y otro lado de la cámara, y lo contradictoria que suele ser su recepción en diversos sectores. Se trata del film chileno «Sibila», de Teresa Arredondo, peruana, sobrina nieta de una mujer que estuvo 15 años presa por apoyo directo a Sendero Luminoso. Esa mujer es, además, la viuda del escritor José María Arguedas, la ex del poeta Jorge Teiller, hija de la escritora Matilde Ladrón de Guevara, y ahijada de Gabriela Mistral. Pero, sobre todo, es la persona de quien la familia menos quiere hablar. Si fuera sobre su participación en los viejos ambientes literarios de Sudamérica, vaya y pase. Pero no sobre la incomodidad y desazón que causó su «compromiso político y social». Y esa condena, ¿era inocente o culpable? Antes de seguir: su nombre es Sybila Arredondo, con «y». La directora prefirió titular «Sibila», para asociarla con las profetisas de la mitología griega. La directora, hija de un exiliado político chileno, confiesa su admiración e intriga por la firmeza con que Sybila Arredondo proclamaba sus consignas. Ella se llama Teresa Arredondo. Es su sobrina nieta. Pero, durante toda su infancia y juventud, nadie a su alrededor mencionaba a la tía abuela. Recién ahora, con la cámara prendida, logró que la familia le hablara de esa oveja negra. ¿Fue una heroína, o una criminal? Para responderse, la directora entrevista a parientes y conocidos, rastrea en archivos, investiga la historia reciente, mira la cárcel, muestra en detalle un doloroso retablo de terracota hecho por Edilberto Jiménez, representando los tantos muertos por degüello que dejaba Sendero Luminoso en las aldeas, en suma, registra una amplia variedad de recuerdos y testimonios de propios y ajenos, de derecha y de izquierda. Y al final, con toda esa carga, la sobrina llega hasta un pueblito francés donde doña Sibila, ya anciana, pasa sus días rodeada de cosas bonitas de su tierra. La juzgó un tribunal sin rostro, así se hacía en Perú durante la guerra civil, pero, en todo caso, ¿ella se hace cargo de sus posibles culpas? «No fueron actos criminales, fueron actos políticos», es una de sus respuestas, la mirada firme, la voz tajante. Muchos espectadores quedan shockeados. Pero otros, cosa singular, aplauden y elogian «el indoblegable espíritu combativo» de la anciana «víctima de un regimen corrupto». Así es la vida, profetisas del odio y tipos obcecados suelen coincidir.
De eso no se habla Como si fuera un Apocalypse Now! en versión documental, Sibila narra el largo y accidentado viaje de la narradora hacia el personaje que la desvela, presente recién en el último tramo. “Tú lo que quieres es que yo pida perdón, que me arrepienta, ¿no?”, reacciona Sybila Arredondo, con una suerte de furia helada, ante su sobrina Teresa, cuando ésta le pregunta si sabe qué la llevó a filmar esta película. Teresa Arredondo tenía siete años y vivía en Chile, cuando sus padres se enteraron de que la tía Sybila había sido capturada en Perú, como miembro de Sendero Luminoso. Quince años más tarde, la tía salió de prisión y una Teresa ya veinteañera empezó a sentir necesidad de llenar ese agujero familiar, producido por el silenciamiento del tema por parte de sus padres. El resultado de esa búsqueda es Sibila, ganadora de la competencia de Derechos Humanos en la última edición del Bafici y presentada, a partir de ese momento, en una enorme cantidad de festivales internacionales. Buscar el esqueleto en el armario familiar parecería ser ya una corriente en curso del documentalismo latinoamericano, según hacen pensar películas como Familia tipo (2009), donde la argentina Cecilia Priego descubría la vida paralela que su padre llevó desde antes de su nacimiento, y Cuchillo de palo (2010), donde la realizadora paraguaya Renate Costa rastreaba la historia de un tío homosexual, condenado al olvido por el resto de la familia. Que en todos los casos hayan sido cineastas mujeres las que emprendieron la investigación es un detalle del que convendría tomar nota. Como si se tratara de un Apocalypse Now! en versión documental, Sibila narra el largo y accidentado viaje de la narradora hacia el personaje que la desvela. Personaje casi más grande que la vida misma que, como allí, se hace presente recién en el último tramo de película. “¿Por qué en casa no se hablaba de Sybila?”, pregunta Teresa Arredondo a su madre. Visiblemente incómoda, la señora esboza alguna razón, excusa o justificación, hasta terminar reconociendo que fue el hecho de que la tía fuera militante de Sendero lo que llevó a clausurar su nombre en casa. “Dicen que esta canción hizo que Sybila se enamorara instantáneamente de Arguedas”, recuerda Teresa, mientras en off se oye una canción en quechua. A mediados de los ’60, Sybila (un misterio, la doble grafía del nombre) viajó a Perú, donde conoció al escritor José María Arguedas, toda una eminencia de la literatura latinoamericana. Arguedas terminaría suicidándose en Huancayo, dos años después de casarse con ella. Durante casi una hora de metraje, Sybila es un fantasma. Una figura condenada por algunos e inextricable para otros, que –como Kurtz– deja ver su sombra en fotos, recortes de diarios, cartas enviadas desde prisión (la hija conserva una, escrita en... papel higiénico), cartas que le envío su madre poeta –la figura que menos parece haberla cuestionado– y, sobre todo, la evocación de sus hijos y de los representantes de ambas ramas familiares de la realizadora, la paterna y la materna. Tía por parte de padre, es lógico que esa rama de la familia comprenda o intente comprender más que la otra a la ex militante senderista, incluso en términos políticos. “¿Qué es un crimen, así, despojado de contexto?”, pregunta, desafiante, el padre de la realizadora, inaugurando una línea de argumentación que la propia Sybila desarrolla en la parte final. Al interior de la rama materna, las cosas se vivieron de manera bien distinta. El abuelo de Teresa, dueño de una importante papelera, dice haber vivido aterrado en los años ’70 y ’80, ante los “tributos revolucionarios” que los militantes de Sendero venían a percibir pistola en mano. “¡Já, terroristas!”, se ríe frente al televisor una Sybila de largo cabello blanco en su casa de Francia, en el último tramo del film. Allí, en Francia, buscó refugio tras ser liberada en 2002. El que menciona la palabra “terrorismo”, en un DVD aportado por la realizadora, es Alan García, en un noticiero de los ’90. “¿Cómo le llamarías entonces a lo que sucedió?”, pregunta no sin cierta timidez Teresa Arredondo, intimidada tal vez por la rotunda figura que tiene frente a sí. “¿De qué víctimas me hablas?”, reacciona Sybila, ya algo tensa. “Víctimas son los que sobrevivieron”, afirma. “Víctimas son los pobres, los que no tienen para comer, los que viven, aún hoy, en condiciones miserables.” Los juicios sumarios a los que Sendero sometió a presuntos soplones en la zona de Ayacucho, las condenas express, las sangrientas ejecuciones ejemplarizadoras –de las que existen abundantes pruebas testimoniales– no son parte del discurso de Sybila. Teresa Arredondo opta por no perforar ese agujero negro del relato de la tía.
¿Mejor olvidarte? En Sibila (2012) Teresa Arredondo (realizadora chilena afincada en Argentina) construye, a través de una historia familiar, un documental con una fuerte envergadura política y social. Sybila (el personaje) es la tía de la realizadora, pero ese no es sólo el mérito por el que Arredondo decide llevar su historia al cine. Sybila estuvo presa durante quince tras haber sido acusada por un tribunal peruano de haber sido partícipe del grupo terrorista Sendero Luminoso. La directora, que vivió durante toda su vida rodeada de un silencio negador sobre su tía, decide interpelar a su familia (y frente a una cámara) para averiguar las razones que llevaron al entorno a ocultar/negar su presencia, para así reconstruir desde la alegoría toda una época política y social marcada por el terrorismo de estado. La autora erige un documental en primera persona a partir de su propia ausencia (aunque parezca contradictorio) frente a la cámara. Será ella quien se encargará de llevar adelante el relato pero desde la mirada de una cámara subjetiva, que tendrá un protagonismo único y revelador. La directora indaga el por qué la familia decidió mediante un pacto de silencio explicito (o no) hacer desaparecer de la memoria a Sybila. Metáfora perfecta que podría trasladarse a toda una sociedad que ocultó desaparecidos, violaciones a los derechos humanos y crímenes de lesa humanidad. El documental, que comienza con una interpelación familiar sobre un ser olvidado, está trabajado a partir del suspenso que genera la no aparición frente a cámara de ese ser que todos quieren olvidar. Revelar la aparición o no de Sybila en el film sería privar al espectador del suspenso que la directora creó y que es uno de los grandes aciertos que tiene la estructura narrativa a la hora de concebir un documental diferente con toques "hitchcockianos". Sibila, que ganó la competencia de Derechos Humanos del último BAFICI, es lejos una alegoría sobre la memoria, los desaparecidos, la mentira y la verdad que Teresa Arredondo, aún sin proponérselo, concibió cuando empezó a preguntar por Sybila, una mujer a la que su propia familia eligió hacer desaparecer de la memoria.
Sibila, el documental de la chilena Teresa Arreondo consagrado a la figura de su tía paterna, ex guerrillera de Sendero Luminoso, es un relato que avanza por medio de huellas. En los primeros dos tercios de película, la directora se dedica a cimentar, por medio de testimonios familiares, la figura tabú de quien, con los años, se convirtió en algo así como un fantasma en su vida. Ciertos rasgos temáticos de esta búsqueda podrían remitir a Los Rubios, de Albertina Carri, aunque formalmente no existen equivalencias. La imaginería fashion de Carri, además, suponía el revestimiento de lo que, a fin de cuentas, era la presencia de una ausencia, lo cual no ocurre aquí. El interés por Sibila aumenta a medida que se suceden las entrevistas en espacios cotidianos y las fotografías; tal expectativa acompaña la posibilidad cierta de encontrarnos, al final del trayecto, con ella en persona. Por otra parte, la mirada de la cámara es siempre subjetiva. Salvo en un reflejo espejado, nunca llegamos a ver a Arreondo, tan sólo escuchamos su voz en off. Este recurso del dispositivo técnico, que en otros casos podría propiciar una identificación con el narrador, termina por hacerlo desaparecer. La indagación emprendida trasciende las fronteras familiares para ilustrar, desde su naturaleza de microcosmos, la historia reciente de un país y de una región. El momento de la verdad llega con todo el peso de las imágenes y las palabras que lo antecedieron, aunque dichas aserciones empalidecen ante la aparición de la legendaria tía. Su rostro permanece tan imperturbable y tan severo como su discurso. Arreondo acierta al no registrar más que eso. Cualquier exaltación, positiva o negativa, habría echado a perder todo el trabajo. La anciana ejerce fascinación con su sola presencia, y lo que se busca no es condecorarla ni condenarla, sino observar su mundo, ese que sólo se revela en la aprehensión serena de quien sabe lo que busca y cómo conseguirlo.
Publicada en la edición digital #245 de la revista.