Carretera salvaje Mañana llega el premiado policial de Jennifer Lynch, la hija del gran David. El film mantiene en vilo y cuenta con un final logrado. Es protagonizado por Julia Ormond y Bill Pullman, quien había protagonizado "Carretera perdida" en 1997. Desde el primer fotograma, se intuye la presencia de una, por lo menos, inteligente historia. Un policial de esos inquietantes, que gustan, que rápidamente invitan a la pregunta "¿cómo terminará?", que promueven -en forma prematura- a elucubrar la serie de interrogantes que propone "Surveillance" (traducción: "Vigilancia"), que se estrena mañana y es dirigida por Jennifer Lynch, la hija de David, afamado realizador conocido por "Terciopelo azul", "El hombre elefante", "Carretera perdida", "Mullholand Drive", por mencionar un puñado a la pasada. Jennifer Lynch, que tiene 39 años y es madre soltera, vuelve a la actividad detrás de cámara luego de la recordada -y vapuleada- "Boxing Helena", ese obsesivo y sensual dramón con Julian Sandsy Sheryl Fenn que data de 1993. Desde entonces, el vacío gobernó en la sufrida vida de Jennifer: alcohol, drogas, vida licenciosa, un accidente grave y una delicada operación que la fueron alejando de la actividad cinematográfica, que abandonó y recién retomó el año pasado. Con apenas dos películas, se nota que la señora Lynch tiene pasta, que heredó los genes correctos y que entiende cómo es "esto de concebir una historia". El gran logro de "Surveillance" recae en su estructura: Lynch construye y deconstruye, avanza y retrocede en el espacio, estirando y acortando la línea temporal a su antojo, consiguiendo mantener así el suspenso hasta llegar a su punto culminante en el desenlace. La película cuenta la investigación que dos agentes del FBI, interpretados por Bill Pulman y Julia Ormond (viejos conocidos de papá David), realizan sobre el asesinato de un hombre y la desaparición de su pareja, en un pueblo perdido, de esos que abundan en la geografía norteamericana. Como en las películas de su progenitor, Lynch hija aporta oscuridad, sordidez e imprevisibilidad, con una fuerte dosis de grotesco y alienación. Las actuaciones de Ormond y Pullman son logradas y sus presencias omnipresentes enaltecen la calidad de un film que, gracias a ellos, va ganando en tensión. Si bien tuvo actividad en los últimos tiempos ("Che, el argentino" y "El extraño caso de Benjamin Button"), hace mucho que no se la veía a la bella británica Julia (45) protagonizando. Y sí, se la extrañaba. Premiada en el Festival de Sitges, "Surveillance" fue asociada, por las diferentes versiones en torno a un mismo drama, con "Rashomon" (1950), de Akira Kurosawa. "Con ese galardón recuperé la confianza como persona y como cineasta. Me siento con fuerzas para superar las adicciones", sorprendió Lynch. Finalmente, otro aspecto que distingue a la película es que, en una historia donde los personajes se matan los unos a los otros, la directora puso el ojo en sacarle el jugo a las razones de sus actos, más que mostrar los actos en sí. Y subraya un aspecto que abruma: cómo una sola mala decisión puede poner en riesgo toda nuestra vida. Como padre preocupado, David previno a Jennifer sobre la manera en que encararía el final. "Me llamó una madrugada para decirme que no podía hacerlo de esa manera. Pero claro que podía. Era la mejor manera de terminarla. Al final, todo gira en torno a la pregunta: ¿Decir la verdad puede salvar la vida?", piensa la resucitada Jennifer.
De tal palo... Jennifer Lynch, surrealista. Jennifer Lynch lleva sobre sus espaldas un apellido ilustre y al que en buena medida sabe hacer honor en su película Surveillance (Vigilancia, literalmente). La hija de David Lynch, director de Twin Peaks y El camino de los sueños , entrega una historia retorcida, entre onírica y surreal por momentos, con una fuerte carga de violencia incontenida. La película comienza bien arriba, con una escena fuerte. Una pareja duerme en su habtación y dos extraños irrumpen con máscaras y masacran al hombre. La mujer logra escapar, y corre por la ruta, perseguida por la camioneta que conducen los asesinos. La escena siguiente tiene a dos agentes del FBI, que vienen siguiendo el caso de los asesinos seriales desde hace tiempo, que llegan a la zona donde se produjo esa matanza... y otra más, en una ruta. Como en el Rashomon de Akira Kurosawa, hay sólo tres testigos que dan su versión de los hechos. Son una joven drogadicta, una niña y un policía. Y los tres perdieron a seres queridos: la primera, a su novio; la segunda, a su familia entera; y el oficial, a un compañero. A la manera de su padre, Jennifer construye los personajes a partir de sus actos más que de sus palabras. Igual, como las versiones de los tres se conrtradicen, los agentes -interpretados por Bill Pullman, con tics misteriosos, y Julia Ormond- van y vienen en los interrogatorios. Surveillance , que tuvo a papá Lynch como productor ejecutivo, tiene por momentos aroma a Twin Peaks , y no sólo porque hay que descubrir a los asesinos y desmenuzar tantas incoherencias y paradojas en las descripciones de los testigos. Lynch hija se toma sus tiempos para narrar, por ejemplo, el encuentro de la patrulla policial con la familia de la niña y los drogadictos, que dan para largas secuencias. El sadismo, la perversión y la corrupción se dan de la mano allí, y en otras escenas, más alguna vuelta de tuerca que le dan al relato un semblante, un cariz atrapante. En verdad es más lo que promete el filme -proyectado en DVD-que lo que termina brindando, pero ver a Pullman y Ormond bien vale el precio de la entrada.
Naturaleza sangre La segunda película de Jennifer Lynch (Boxing Helena, 1993) es un rompecabezas de un caso policial pero a la vez de la mente humana, envolviéndonos en la perversa psicología de sus protagonistas relacionados con una serie de asesinatos. La hija del afamado David Lynch (El hombre elefante, Terciopelo azul, Carretera perdida), orquesta de este modo un juego de puntos de vista a la perfección con Surveillance (2008), una bocanada de aire fresco a la trillada cartelera local. Un brutal asesinato propiciado por unos encapuchados da comienzo a la más ardua investigación para resolver el caso. Dos agentes del FBI (Bill Pullman y Julia Ormond) llegan a la jefatura de policía ubicada en un pequeño pueblo de carretera comandada por el Capitán Billings (Michael Ironside). Tres testigos cuentan sus versiones de los hechos que continuaron con la ola de crímenes en medio de la ruta. El espectador deberá desentramar la oscura naturaleza de los relatores para comprender quien es el culpable de la masacre. Parece más de lo mismo pero nunca lo es. Los distintos clichés de este tipo de relatos se suceden uno tras otro: un violento asesinato de unos encapuchados dementes en medio de la carretera; policías de un pequeño pueblo rural esperando algo de acción; distintos testigos declarando los hechos con policía malo/policía bueno tratando de sacarles la verdad. Pero nada, absolutamente nada termina siendo así. Y esto sucede porque Jennifer Lynch invierte todos los componentes del género policial y del serial killer para explorar el origen de la violenta naturaleza humana. El asesinato parece quedar de lado, ser sólo la causa de tanta locura desatada en medio de la nada. La realizadora trabaja las consecuencias del hecho que altera el accionar de los distintos personajes. La película articula minuciosamente un entramado de puntos de vista que irá manipulando la información que le llega al espectador para sorprenderlo minuto a minuto y dar inesperadas vueltas de tuerca. No hay personajes buenos, ni víctimas ingenuas de lo acontecido, hay una manipulación tras otra, desde los personajes entre si hasta de la realizadora con el espectador quien también, y como un cuarto punto de vista, desconfiará de lo expuesto para tratar de desentramar el caso. Surveillance se impone como uno de los mejores filmes del año en cuanto a su construcción narrativa. Desde su título ya está manipulando un juego sonoro con las palabras vigilancia y violencia: facetas centrales de la naturaleza humana, esa misma que explora tan acertadamente Jennifer Lynch.
Carretera Perdida (o el juego de las diferencias) Ciertas cosas se llevan en la sangre. Así como a Nick Cassavetes o Angelica y Danny Huston se les dio por dirigir alguna vez en la vida, con resultados que se alejan bastante de la calidad cinematográfica de sus progenitores, otros como Sofía Coppola, han logrado incluso superarlos, al menos, si comparamos los últimos trabajos de ella con los de Francis Ford. El caso Lynch se acerca un poco a este último, pero un poco más equilibrado… parecido, pero a la vez con voz propia. Jennifer ya había dirigido un prometedor film en 1993, Boxing Helena, con Julian Sands. En los 15 años de diferencia con su segundo largometraje, vivió una serie de eventos desafortunados, por así decirlo, de los cuáles logró “recuperarse”. El resultado de la catarsis terapeútica parece haber sido esta más que interesante obra que mezcla el thriller psicológico con el terror psicópata o slasher con una cuota de humor negro que parece sacado de uno de los trabajos del padre. Un guión bastante sólido con diversas influencias. Tenemos un relato a lo Rashomon: en medio de la carretera, se perpetra un crimen y se entrevista a los testigos en forma separada. A partir del relato de cada uno vemos una serie de flahsback intercalados, que no concuerdan literalmente con lo que cada testigo le dice a los policías y agentes del FBI. Lentamente, pero siempre manteniendo la tensión, a medida que conocemos que ninguno de ellos es precisamente un santo (en realidad, la niña sí, pero su familia no), nos enteramos que fue precisamente lo que sucedió en “aquella” carretera… que está tan perdida como la que el padre filmara 15 años atrás con Bill Pullman (que en esta película interpreta a un peculiar agente del FBI). Drogas, alcohol y morbo se mezclan en un relato bastante atrapante e hipnotizante, que si bien no contiene los giros oníricos y surrealistas que caracterizan la filmografía de David Lynch, sí conservan el clima y algunas características de los personajes del mundo Lynchiano: policías torpes, ignorantes, borrachos y corruptos, agentes que parecen extraterrestres, traficantes de drogas perversos y rubias sensuales. Tampoco falta cierta fascinación por el voyerismo y el lesbianismo, otros elementos muy propios del padre. Aún así, la película se aleja mucho de ser una película David Lynch. No sería muy alejado decir que se parece más a una obra de Rob Zombie en realidad. Como sucede con las películas del padre, no todo es lo que parece, y sí los personajes nos resultan repulsivos, no es casual. Por la elección del paraje y de los policías que protagonizan la historia (así como de la comisaría) bien podríamos hablar de Survelliance como piloto de la tercera temporada de Twin Peaks, probablemente. Rodeada con un elenco que intercala nombres desconocidos con algunos que resultan de culto, se destacan el extraño pero magnífico Bill Pullman, en un personaje a la altura del protagonista de Carretera Perdida. En la misma frecuencia se festeja el postergado regreso de Julia Ormond a la pantalla grande, en un rol austero, pero a la vez sorprendente. Extrañas pero acertadas son las elecciones de dos comediantes televisivos de primer nivel como French Stewart (acaso su mejor interpretación desde 3rd From the Sun) o Cheri Oteri (veterana de Saturday Night Live). Y siempre es un placer volver a ver a Michael Ironside, especialmente si no interpreta al villano de turno. Si bien no estamos hablando de una película que los va a dejar desconcertados (al contrario abundan bastantes sobreexplicaciones) ni desubicados de cualquier lógica, esta segunda obra de la hija de David, es una pequeña gema del suspenso, con excelentes climas, que los amantes del cine de terror van a saber apreciar. Y los fanáticos de David Lynch, van a tener que conformarse con escucharlo cantar mientras pasan los créditos.
Extraña pareja No sólo por ser hija del problemático e inclasificable David Lynch, Jennifer Lynch puede considerarse una realizadora de talento y eso queda demostrado en este segundo opus, Surveillance, tras 15 años de ausencia cuando debutara con la dispar Amores que matan (Boxing Helena). En la frontera entre el terror y el thriller oscuro, como así también entre una revisión de Rashomon y de Corazón salvaje -en menor grado-, la película se organiza narrativamente a partir del cruce de tres puntos de vista sobre un hecho brutal, incluido el de los sobrevivientes de la masacre de la carretera. La fragmentación del relato se compone de difusos flashbacks que se yuxtaponen entre sí durante el tiempo en que transcurren los interrogatorios de rutina efectuados por una pareja de detectives del FBI, quienes llegan a la dependencia policial de un remoto pueblo tras la pista de un asesino serial. Julia Ormond es Elizabeth Anderson y Bill Pullman es Sam Hallaway, ambos meticulosos e implacables a la hora de escuchar los testimonios y revelar las inexactitudes de cada testigo, entre ellos: el oficial Jack Bennett (Kent Harper), quien perdió a su compañero Jim Conrad (French Stewart) en la escena del crimen; el de la joven drogadicta Bobbi (Pell James) y el más importante de todos, que es el testimonio de una niña de 8 años. La chica pasó por el trauma de ver cómo cada miembro de su familia fue aniquilado por la pareja de asesinos enmascarados. Jennifer Lynch se despoja de la solemnidad del relato policial duro para impregnarlo de un tono propio, grotesco y sórdido en un ambiente claustrofóbico por un lado, como la sala de interrogación con la presencia de las cámaras de vigilancia, donde uno de los detectives juega el rol de voyeur; y por otro cuando filma en exteriores apela a la preponderancia de lo árido y desértico que guarda una estrecha correspondencia con la soledad y perturbación mental que azota a cada personaje. El repaso de los acontecimientos siempre lleva implícita la marca de la falsedad y la intención de guardar secretos ante las inteligentes intervenciones de los detectives que van construyendo y reconstruyendo la historia de crimenes, jugando con el espectador al hacerlo partícipe de las contradicciones (lo que vemos no es lo que escuchamos) y al mismo tiempo de la verdad de los hechos. El único personaje que opera como nexo y pivot es el de la niña Stephanie (Ryan Simpkins, toda una revelación), porque bajo su mirada inocente e infantil siempre dice la verdad. La destreza de la realizadora en el manejo de los tiempos y la puesta en escena sin lugar a dudas son el fuerte del film, sin correr la misma suerte el guión coescrito por la propia Jennifer Lynch junto a Kent Harper, el cual presenta ciertos desniveles. El otro gran acierto lo constituye la elección del casting, entregando a un Bill Pullman afiatadísimo y a una sorprendente Julia Ordmond en un papel de extrema exposición dramática que sortea con gran solvencia los arquetipos de este tipo de propuestas.
El placer por los extremos Una road movie desquiciada de Jennifer Lynch, que se acerca al gore y al trash Luego del fracaso artístico y comercial de Boxing Helena , Jennifer Chambers Lynch se tomó 15 años para rodar su segundo largometraje, Surveillance . Con el mismo espíritu provocador y redoblando la apuesta por los extremos (hay aquí todo tipo de excesos y, además, en grandes cantidades), la hija del venerado David Lynch construye una película más tensa y poderosa que su ópera prima, pero en muchos pasajes cae en la explotación gratuita y caprichosa de las peores miserias de sus criaturas. En Surveillance no hay personajes capaces de generar en el espectador un mínimo de empatía o identificación. Todos (policías y asesinos seriales, turistas y drogadictos) son seres dominados por sus traumas y despiadados para con sus semejantes. El único, mínimo rasgo de humanidad está puesto en una hermosa niña rubia que parece comprender las cosas mucho mejor que los adultos, pero que también presenta unos cuantos rasgos "monstruosos". Con elementos, locaciones y personajes que remiten al cine de los hermanos Coen y, claro, al de su padre (aquí coproductor), Jennifer Lynch ofrece una road movie desquiciada, con un amor obsesivo (entre Bill Pullman y Julia Ormond) como eje, pero también con baños de sangre, torturas, perversiones sexuales y todo tipo de bajezas humanas. Lo hace, es cierto, con algún talento para la puesta en escena y no poca capacidad para la narración. El problema es que, más allá de la fuerza o creatividad que pueda haber en sus imágenes, el contenido -por momentos muy cerca de los extremos del trash y del gore- resulta una mera apuesta por el escándalo sin demasiado sustento ni justificación. Así, esta acumulación de crueldades y de cadáveres deriva -paradójicamente- en un film bastante hueco y artificial.
Lo primero que atrae al espectador a esta película es el apellido de la directora, Lynch. La hija del autor surrealista posmoderno David Lynch llega a esta parte del mundo con su segundo largometraje, realizado en el 2008, Surveillance, cuya traducción a nuestra lengua seria Vigilancia. La pregunta es: ¿Será digna heredera de la genialidad de papá? Jennifer Lynch, nos cuenta la historia de dos agentes del FBI que llegan a un desolado pueblo americano para resolver una serie de crímenes ocurridos esa misma tarde en la carretera, y con ello descubrir la identidad de un grupo de asesinos seriales que van recorriendo la ruta y asesinando gente por mero gusto. La investigación cuenta con tres testigos clave, una niña de 8 años, una joven drogadicta y un policía. Durante los interrogatorios cada cual contara su versión de los hechos, y la directora nos mostrará de una manera particular que no todos dicen la verdad. Lo esencial de la película es la manera en que están narradas las historias de los testigos, planos largos sobre una carretera desértica, donde nada es lo que parece. Lynch comienza con escenas sumamente violentas e impactantes para el espectador no acostumbrado a la masacre, sin embargo, al desarrollarse, el film pierde ese impacto que podría llevar al espectador al asombro y cae en un final predecible.
Un policial retorcido Si en los films de David Lynch el mal muestra su cara más perversa, qué decir de la película más reciente de su hija Jennifer. Recuérdese: Jennifer Chambers Lynch debutó en los ’90, a los 25 años, con Boxing Helena, donde un cirujano guardaba en una caja a su amada. O más precisamente su torso. La película no fue muy bien recibida, Jennifer desapareció de la faz del cine, se refugió durante más de una década en toda clase de excesos y tres lustros más tarde volvió a filmar. Ganadora del premio mayor en la edición 2008 del Festival de Cine Fantástico de Sitges, Surveillance muestra a Mrs. Lynch con la imaginación tanto o más retorcida que la vez anterior. Con la diferencia de que ahora lo cuenta mejor. Coescrita junto a Kent Harper (que además hace un papel de lo más desagradable), Surveillance utiliza todos los tópicos del policial de parejas asesinas. Pero torciéndolos, deformándolos, poniéndolos en los lugares cambiados. Como en una versión desértica de Twin Peaks, tras una serie de crímenes horrendos el FBI manda a dos de sus agentes (la reaparecida Julia Ormond y el gran Bill Pullman) a un pueblito perdido. De allí en más todas son paráfrasis desviadas de cosas vistas antes. La rivalidad entre la policía del lugar (que tiene de jefe a Michael Ironside) y el hombre y la mujer de negro, la eficacia profesional de éstos, el carácter jurásico de los locales (los miembros de la repartición son abusadores, misóginos y reaccionarios), la empleada administrativa que se comporta como una madre (hasta el punto de horrorizarse con los crímenes, como una señora de su casa), el interrogatorio a testigos y sobrevivientes para develar quién mató a quién y por qué. Los interrogatorios son tres. Uno se lo hace el jefe de policía a uno de sus hombres, cuyo compañero fue masacrado en la ruta. El otro es a una nena cuyos padres corrieron igual destino y, finalmente, una junkie, a cuya pareja no le fue mucho mejor. Como en una Rashomon de versiones no necesariamente contrapuestas, esos tres testimonios arman lo que sucedió ese día en la ruta, en medio de la nada texana y al rayo del sol. Todo es deformación, perversión, exceso e inversión. Ante la muerte de su dealer, la pareja de junkies se lleva la farmacia entera que el tipo tenía en la casa. Y se la toman toda. La nena odia a su padre postizo, que lleva a la familia de weekend. Pero sobre todo, la pareja de policías interpretada por Harper y French Stewart (de 3rd. Rock from the Sun) es la más sádica, enferma y criminal que se haya visto en cine de Sed de mal para acá. Al menos hasta que aparece otra pareja, la clase de asesinos que cuanto más matan más gozan. Llevado esto al terreno sexual, incluso. Rozando la banalidad cuando se inclina a la sátira (algo que ya le había sucedido a papá David en Corazón salvaje), Mrs. Lynch anota varios puntos cuando se entrega a otro fuerte de su progenitor: una idea del mundo como infierno pesadillesco y maligno. La diferencia es, en tal caso, que lo que en David es mal viaje cerebral, en Jennifer es más físico y brutal. Como si el mal fuera un acantilado a pico y ella, la clavadista de fondo.
Servir y proteger. Por lo que parece, esta es la clase de cosas que premian en Sitges. Como si presumiera de una carta de presentación, la película que dirige Jennifer Chambers Lynch y produce su padre David no duda a la hora de exhibir un oportuno aire de familia. En los primeros segundos de Surveillance, una serie de imágenes en ralenti que tienden a la abstracción asalta al espectador con la contundencia de un mal sueño. Figuras deformes, caras monstruosas apenas discernibles que parecen querer traspasar la pantalla, un sonido persistente y ominoso que trabaja sobre los movimientos como si en el centro de una pesadilla habitara un genio maligno dirigiendo la orquesta. Por contraposición, el siguiente plano, que muestra un automóvil corriendo por una ruta rodeada de verde y que lleva abordo a dos agentes del FBI, despliega otra cara del mismo universo tenebroso: después del horror viene el orden, se dirá. Enseguida la acción se establece en una comisaría de provincia a la que arriba la pareja de agentes, un hombre y una mujer. Pero como estamos delante de una película que lleva la firma del apellido Lynch, las cosas no son tan sencillas. Si bien después de mostrar sin pudor las huellas de su filiación más evidente la película se decanta en su factura hacia las fatigadas delicias de una Clase B, rotunda y orgullosa, Surveillance desperdiga por sus recovecos auténticas señales lyncheanas (resulta obvio que el adjetivo le pertenece de pleno derecho sólo al padre) que le dan la cuota necesaria de un refinamiento del que no parece dispuesta a desprenderse del todo. Los planos que se demoran un segundo más de lo previsto dejan ver un gesto o una mirada que se encargan de desestabilizar el conjunto y de volver a sembrar la angustia o el miedo, según el caso. Surveillance es un universo en el que todo se trastoca, no hay autoridad a la que aferrarse ni, prácticamente, redención alguna posible. Esa es la parte que en el reparto le toca a David. Lástima que la hija, en cambio, está más interesada en el gore trivial y sus zonas aledañas, que terminan imponiendo en la película su general chatura. En Surveillance hay desmembramientos y chorros de sangre que se ofrecen como complemento necesario de un mundo en el que lo único que aparenta quedar en pie es el valor prosaico del cuerpo como espectáculo. En uno de los últimos planos, los dementes asesinos, protagonistas inesperados de la película, advierten con cierta simpatía la figura de una niña que asistió impertérrita a la masacre y que los mira irse a toda velocidad por la ruta. Como si una desafiante prescindencia la preservara incluso ante los ojos de los criminales, la directora parece depositar en la niña la mirada de un espectador que nunca termina de comprometerse con lo que ve. Es que Surveillance hace desfilar sus imágenes con una distancia programada, obtenida a golpes de una escritura que parece salida de un taller de guión. Los rutinarios flashbacks, en los que se representan falsos puntos de vista de los personajes, brindan por su lado la idea de una película laboriosa, trabajada casi hasta la extenuación, y que carece absolutamente de misterio. En Surveillance no queda mucho lugar para el desconcierto o los malos entendidos como no sean aquellos módicos, y que se disipan bien pronto, producidos a fuerza de un cálculo y una astucia que se hacen pasar por sofisticación.
Los ojos del padre Un buen consejo es que nunca, pero nunca, quieras parecerte a tu propio padre. Aunque las similitudes sean imposibles de evitar, siempre tiene que subsistir un espíritu rebelde que se pare de manos frente al progenitor. Hacer lo contrario es pelear una batalla perdida de antemano, y más cuando sos hijo de David Lynch. Es cierto que Surveillance, de Jennifer Chambers Lynch, elimina los componentes digamos oníricos que tiene el cine del primero, y los reemplaza por un presente puramente material donde la violencia es infligida más sobre la carne que sobre la conciencia. Pero acá, la aparición constante de recursos (como el uso perturbador del sonido, los tics psicopáticos de Bill Pullman o los ambientes enrarecidos) que el padre de Jennifer maneja con destreza, tienden más a expulsarnos de la película para recordarnos la filmografía de Lynch que a sumergirnos en la trama. Lo que se narra es la llegada de una pareja de agentes del FBI a un pueblo desolado del interior de los Estados Unidos para investigar una serie de asesinatos (¿un Twin Peaks con menos humor?). La mayoría del tiempo la película transcurre en la comisaría donde van a interrogar a los testigos del último crimen cometido por los homicidas. En los interrogatorios simultáneos que uno de los agentes (Bill Pullman) monitorea a través de un circuito cerrado de televisión (de ahí el título, y ¿algo de Carretera perdida?), como si se tratara de un Rashomon antimoderno, cada uno de los tres testigos cuenta su versión de los hechos mientras se pone en pantalla lo que realmente sucedió antes y durante los asesinatos. Todos tienen algo para ocultar en su declaración, pero a diferencia de la obra de Kurosawa, acá no hay misterios acerca de la verdad que, en este caso, sí será revelada con vuelta de tuerca cerca del final. Da la sensación de que con ese final esclarecedor, y un tipo de relato más clásico, Jennifer Chambers Lynch se quisiera alejar del arduo camino que impone un padre famoso. Pero a pesar de las buenas intenciones, eso es lo que peor le sale. Porque no elige hacer un cine radicalmente opuesto al del padre durante toda la película, que no permita la comparación, sino que rechaza algunas cosas y retoma otras casi por obligación en los dos casos. Y no se trata solamente de que Bill Pullman se parezca demasiado al Denis Hopper de Blue Velvet, o de que la pareja de psicópatas actúe como los sacaditos de Natural Born Killers, sino de que la buena fotografía de la película o el buen timing que tiene Jennifer para las escenas de suspenso quedan olvidados por el aire solemne que la invade de a ratos. Surveillance quiere decir algo sobre las sociedades de control, sobre el Estados Unidos profundo, sobre la vigilancia extrema, pero cuando termina sólo nos acordamos de que la nena tiene los mismos ojos del padre.