El film de Lautaro García tiene una propuesta sencilla, pero que logra mucha frescura. Su protagonista busca en una larga noche de verano a una chica elusiva, alguien que sus amigos le aseguran “le conviene”. Se presenta como un chico tímido, dubitativo, que no puede tomar decisiones sin consultar por whatsapp, sin seguir rastros por redes sociales, que sin querer se cruza con situaciones y personajes distintos y hasta con un trovador que interpreta canciones inolvidables que sabemos todos. Desde una pelea de enamorados, un picadito, un guía que da su visión sobre el colegio Carlos Pellegrini y los primeros hippies de la historia, a la ilusión de un amor que se escurre entre las manos, todo el recorrido es tierno y reconocible. No es original pero el filme tiene un encanto dado por los actores y las situaciones, esa búsqueda que no termina, pero que permite la aventura, el apuro que nos obliga a no disfrutar el presente, la insatisfacción constante como marca generacional, esa visión de lo efímero y lo inalcanzable. Una idea romántica que se sale del molde, que no se conforma, que deja a sus criaturas siempre sedientas e inevitablemente solitarias. Una mirada querible y realista.
El debut de Lautaro García Candela propone una mirada diferente a la relación entre la ciudad y el cine y también sobre los musicales, el resultado una comedia en donde la ciudad termina ganándole el protagonismo a los personajes, destacándose Francisco (Matías Marra) en el derrotero que hace para intentar llegar a su ex novia, pero que por obra y gracia del destino se transforma en un flaneur que se pierde entre canciones, alcohol, amigos y fútbol para encontrarse consigo mismo. Una propuesta distinta.
Jóvenes que hablan sin pasión y sin fuerza. Que no pueden tomar una decisión por si solos sin recurrir a una consulta por WhatsApp a otro que está tan perdido como ellos. Y, para colmo, se ponen a cantar a capela –a veces mejoran con la aparición de la guitarra– temas que podrían llegar a explicar algo de lo que pasa en este film que transcurre durante una sola noche de ronda en una Buenos Aires al parecer veraniega. Francisco acaba de terminar con una novia (o ella de terminar con él) y tiene la noche por delante en soledad, ya que su hermano y amigos tiene sus propios planes. Se le ocurre entonces la idea de buscar a Paula, una chica de la que siempre gustó, según sus amigos. Pero, mientras intenta aparecer de lo mas relajado al proponerle verse por un mensaje de voz que termina anulando sistemáticamente, la “acecha” por Facebook tratando de ir hacia el boliche donde ella está etiquetada, entre otros lugares. Pero el camino hacia Paula no será tan fácil, habrá distracciones, llamados de emergencia, un partido de fútbol y otras sorpresas. Igual Francisco dirá constantemente que “está apurado”. El director Lautaro García Candela, que realiza una pequeña aparición en su film, obtiene algunos momentos interesantes en la historia al insertar ciertas subtramas, como un guía que explica el origen del Colegio Nacional Buenos Aires u homenajes cinéfilos como el de Los guantes mágicos, entre otras, pero que no terminan de cuajar en una película que parece no definir cuál es la historia a contar. El apuntado tono de los diálogos entre los personajes parecía ser en principio un recurso buscado, pero se desmorona cuando dos mujeres aparecen hablando “normal”, como cualquier persona que va a comprar algo al kiosco. Existe como yapa una critica solapada a estos tiempos políticos, ya que los amigos aparecen en un local partidario del Frente para la Victoria. ¿Será por ello que en cada comentario de la radio que se escucha en el auto –otro personaje de la película– aparecen cifras sobre la crisis, la nula reactivación económica y la inflación?
“Te quiero tanto que no sé”, de Lautaro García Candela Por Ricardo Ottone La primera escena ya da una pista de la personalidad de Fran, el protagonista del film. Escondido y asomado al borde de una escalera, espía el momento en que su ex le entrega algunas pertenencias de Fran a un amigo. Este último niega su presencia, obviamente a pedido, ya que es evidente que Fran no quiere o no se atreve a enfrentar la situación. Fran es uno de esos jóvenes marca registrada del cine argentino post noventas: un poco abúlico, un poco inexpresivo, algo desorientado, con cierta tendencia a dejarse llevar por las circunstancias sin saber muy bien lo que quiere. Sin embargo el realizador, Lautaro García Candela, que aquí hace su debut en el largometraje, no se entrega al retrato ya transitado, y a esta altura un poco cansador, de la introspección y el desencanto de los jóvenes con problemas de comunicación. Por el contrario, si hay una influencia del NCA viene por el lado de la escuela de Martín Rejtman, si es que tal cosa existe, con esos personajes que dicen sus diálogos casi sin revelar emotividad, casi como recitando, y actúan como en automático, como sin reflexionar, entregados al puro flujo de los acontecimientos. Es fin de semana, la noche es joven y a Fran no es que se le note mucho el entusiasmo pero se le plantea la posibilidad de encontrarse con Paula, una amiga con la que no sabe que onda pero quizás haya algo. Fran quiere encontrarse con Paula, o no quiere, o no sabe que quiere, pero en todo caso se pasa la noche demorando la decisión. Paula le dijo que va a estar en un boliche pero, en vez de ir directamente para allá, nuestro protagonista va dando vueltas en su auto por la ciudad, pasando de una encuentro casual a otro, de una actividad a otra: sumarse a un city tour nocturno, prenderse en un picado de futbol, visitar a su hermano o acompañar a recién conocidos a extrañas transas de celuloide. Mientras el tiempo pasa y Fran va procrastinando aún cuando sabe perfectamente donde Paula está. Hay una forma oblicua de comedia musical donde a veces un personaje se puede poner a cantar porque sí o, a modo de coro griego, un cantante callejero va apareciendo en los diferentes ámbitos comentando de algún modo con canciones populares algo emotivas y algo mersas. Te quiero tanto que no se plantea desde su título una cierta inadecuación entre las pasiones y lo que uno puede hacer con ellas. Su comicidad está dada por la acumulación de situaciones en las que su protagonista se ve envuelto tan naturalmente y con una cara de piedra ante la que el espectador, por su parte, puede responder con una sonrisa. Esta reseña corresponde a la presentación de Te quiero tanto que no sé en la sección Vanguardia y Género del 20º Bafici. TE QUIERO TANTO QUE NO SÉ Te quiero tanto que no sé. Argentina, 2018. Guión y dirección: Lautaro García Candela. Intérpretes: Matías Marra, Shira Nevo, Guillermo Masse, Jazmín Carballo y Rocío Muñoz. Fotografía: Héctor Ruiz. Edición: Andrés Medina y Miguel de Zuviría. Sonido: Elías Giumelli y Gabriel Real. Dirección de arte: Sofía Marramá. Duración: 70 minutos. En el MALBA (Figueroa Alcorta 3415), los viernes de febrero, a las 22.30.
En su ópera prima Lautaro García Candela toma algunos elementos de la nouvelle vague para construir una road movie urbana con giros hacia la comedia romántica que por momentos deviene en un musical. Un ensayo estilístico rohmeriano tan personal como imposible de encasillar. La historia transcurre durante una noche en la ciudad de Buenos Aires. Francisco (Matías Marra) se reencuentra con Paula, de la que estaba alejado, en un Pago Fácil pero no le dice nada. Es de noche y está solo después de romper con su novia. Quiere invitarla a salir pero graba mensajes que termina borrando. La busca en las redes sociales y a través de pistas que ella va dejando él trata de provocar un nuevo encuentro. La travesía de Francisco en busca de Paula carece de toda linealidad como la propia película. En su recorrido se topa con situaciones ¿absurdas? que lo desvían del camino. Un tour por San Telmo, un partido de fútbol, un coleccionista que compra películas en la mitad de la noche o quedar atrapado entre su hermano y la novia son algunas de las situaciones que atraviesa el protagonista antes de llegar al incierto destino buscado. García Candela trabaja una historia desacartonada, sin ataduras, con un humor elegante pero también con cierta nostalgia y melancolía por el pasado. De la nada un personaje aparece con su guitarra y entona canciones populares de los años 70, mientras imágenes de La civilización está haciendo masa y se deja oír (1974), de Julio Ludueña, toman por asalto la película en una suerte de homenaje a los jóvenes de antaño. Lo interesante de todo esto, además de las rupturas postmodernistas, es que entre diálogos aparentemente banales se cuela la crítica social y como al pasar en la radio se escuchan cifras de la caótica situación socioeconómica actual. Te quiero tanto que no sé (2018) es una película honesta, libre, que le escapa a todas las convenciones. Como el postmodernismo en un principio puede resultar desconcertante, pero cuando se logra decodificar se torna tan disfrutable como una bocanada de aire fresco en medio del agobiante calor del verano porteño.
El largo viaje en la ciudad nocturna Como quien remonta la corriente sin importarle demasiado, el protagonista lleva a cabo un tour urbano que comprende encuentros con personajes de toda clase, incluyendo un extraño juglar. El deambular urbano es una de las variantes más persistentes del cine de jóvenes, entendiendo por tal uno realizado y protagonizado por sub-treintas. Sin aliento, París nos pertenece, Los jóvenes viejos si se quiere, la gran Dazed and Confused, Los inútiles si se corre un poco la vara etaria, Paranoid Park en cierta medida, El hombre robado también. En una y media de cada dos de estas películas, las vueltas terminan de noche, o transcurren enteramente durante una noche. Este es el caso de Te quiero tanto que no sé, ópera prima del graduado de la FUC Lautaro García Candela, donde el protagonista va remontando las calles porteñas como quien remonta la corriente, reuniéndose y separándose de algunos amigos que navegan en sus propias embarcaciones. El primer plano de la película encuentra a Fran (Matías Marra) en posición incómoda. Agachado debajo del barandal de un altillo, semiescondido y espiando hacia abajo, mientras se escucha la voz de su amigo Manu (el propio García Candela), tratando de deshacerse de una chica que busca a Fran. Para un muchacho de veintilargos, una treta tan trabajosa suena a que atrasa un poco. Las transiciones etarias, la maduración o no de los protagonistas y el modo en que se enfrenta la noche (la vida) son todas cuestiones que muchas de estas películas tratan, de modo más o menos visible. Fran lo hace en modo deadpan. Esto es, con cara más o menos de nada y dejándose llevar por una corriente que incluye por ejemplo el traslado en auto de la novia de un amigo, quien acaba de pegarle una trompada en la puerta del Village Recoleta al acompañante de la chica. Medio como quien no quiere la cosa (ése podría haber sido un título alternativo de la película, aunque el que tiene es buenísimo), la chica le dará clase de soltura al bastante trabado Fran, con un bailecito de sentados, en un banco de plaza, que ya es una de las escenas más encantadoras del cine argentino 2019. Del mismo modo casual Fran se cruzará con un curioso tour urbano nocturno para argentinos, en momentos en que el guía rinde homenaje al Colegio Nacional de Buenos Aires (este sketch suena muy lamebotas en relación con el “colegio de la patria”). Parte del tour es una chica encantadora (Jazmín Carballo), con la que Fran sostiene un jueguito rítmico y efímero. Lo lúdico: una constante en las producciones de los exFUC (Llinás, Moguillansky, Piñeiro). Mientras tanto, Fran quiere llamar a una ex novia pero no se decide, y en su recorrido tienen lugar canciones que parecerían funcionar como coro griego. Sobre todo porque la palabra “hermético” es de ese origen. La primera es un tema de María Elena Walsh, lo cual podría interpretarse en relación con el infantilismo del protagonista. Pero de allí en más sobrevienen, cada tanto, interpretaciones de iconos setentistas, como “La era está pariendo un corazón”, de Silvio Rodríguez, o “Te quiero”, de Nacha Guevara/Mario Benedetti, que a partir de determinado momento son entonados por un juglar omnipresente, que termina cantando desde una terraza. Cuál es el sentido de estas intrusiones, habría que preguntarle a García Candela. Pero si hay que preguntarle a él, quiere decir que hay algo que no funciona del todo.
Buenos Aires nos pertenece El título podría referirse a una persona, pero no hay ninguna en la película (por lo menos en su versión terminada) que pueda merecer esa frase. En cambio, el sujeto de tal amor bien puede ser Buenos Aires. Y hasta se podría ligar el título con un famoso verso de Borges, aunque no hay espanto en el film de García Candela. Sí, en cambio, una declaración de amor a la ciudad bajo la forma de una recorrida nocturna detrás de Francisco (Matías Marra), un veinteañero que busca una chica para salir y se encuentra con diversos obstáculos y distracciones. La trama de Te quiero tanto que no sé no es muy intrincada. Es más bien rala, como si hubiera partido de un guión con más peripecias pero se hubiera terminado reduciendo a unos cuantos episodios no del todo conectados entre sí. Francisco empieza la película en el raro negocio de artículos para chicos que tiene con un amigo, después va a buscar a su hermano a una Unidad Básica y luego lo acompaña a pelearse con la novia que está con otro. Después se queda solo con la novia del hermano (gran escena de baile sentados), después habla con una tal Paula y queda en encontrarse con ella, pero en el camino aparecen jugadores de fútbol, vendedores de viejos rollos de películas argentinas, una visita guiada que pasa por la puerta del Nacional de Buenos Aires, una amiga que vive en la Boca, otra chica, una estación de servicio, un boliche, un auto que no anda, el amigo que le pide que vaya a una fiesta… En fin, no pasa demasiado, pero lo suficiente como para que transcurra la noche y Francisco termine solo, comiendo un pancho al aire libre cuando ya amaneció, con la misma expresión de desgano que exhibió desde el principio, aunque se trata más bien de un desgano desganado: sería contradictorio que en una película de emociones tibias, de sonrisas a medias, de clima templado y de atmósfera amable, el desgano fuese profundo, dramático, existencial. La pieza clave en el dispositivo cinematográfico de Te quiero tanto son las canciones. Cantadas a capela por los actores o por el trovador callejero que interpreta con gran estilo Franco Guareschi, las canciones (baladas románticas algún tema militante), le dan vida a la película, le agregan una verdad emocional a su fría elegancia. Son el complemento perfecto para las mejores escenas, las de Francisco con las chicas. Tanto en las canciones como en esos diálogos que parecen improvisados, hay un común denominador de libertad y encanto. Las canciones hacen pensar en Conozco la canción, menos por la función que tienen en el film de Resnais (aquí no son comentarios sobre la trama) que por el propio título: cuando alguien comienza a cantar una canción, los que están cerca la conocen y se suman. (Cuando Guareschi canta “Memorias de invierno” de Charly García, convoca a una pequeña multitud.) En esos momentos que rompen la historia, que la hacen diluirse, creo que el director encuentra lo más personal de su estilo. Todo funciona como si la película original hubiese devenido en otra cosa, menos parecida a un guión filmado y más abierta a una irrupción del placer sensorial. Te quiero tanto sería una película mucho menos interesante sin su aspecto musical. Como otras películas recientes, Te quiero tanto que no sé es una película de jóvenes porteños displicentes. Pero hay una novedad. Aunque podamos reconocer chistes secos a lo Rejtman, enredos a la Matías Piñeiro y hasta monólogos históricos a la Llinás, la ligereza de la película deja adivinar un discurso sobre ese cine y su mundo. Las canciones son el canal que comunica de algún modo el mundo del realizador con el de los personajes y, en ese sentido, la película plantea una notable y curiosa ambigüedad. En esas canciones que todos conocen y sorprenden por la exactitud de su aparición, García Candela ejemplifica una cultura que incluye desde la ideología política hasta el modo de relacionarse entre los sexos, desde un catálogo de vestimentas, alimentos y transportes a una inscripción en la historia del cine. Todos los personajes de Te quiero tanto hablan un lenguaje en común, conviven entre sí y con la ciudad de un modo análogo, celebraran su historia (que incluye sus espacios pero también sus sonidos) y ponen su homogeneidad de estilo por delante de sus diferencias sociales. Película sin adultos, Te quiero tanto que no sé plantea la toma de una ciudad por parte de una generación, aunque de una generación sin entusiasmo. La película es comparable, por ejemplo, con París nos pertenece, pero aquí está ausente la carga sombría y ominosa del film de Rivette con sus conspiraciones y secretos. Al contrario, la particularidad del modo de ocupación generacional de la ciudad (desde luego, esto no es The Warriors ni Pola X) es, por así decirlo, suave y sin conflictos: aunque los protagonistas tienen las costumbres del nuevo siglo, no se apartan demasiado de las ideas políticas o los consumos culturales de sus mayores. Solo que tienen con ellos otra distancia. Cuando Francisco va a la casa de la tía de Macarena, lleva un rollo de película que contiene La civilización está haciendo masa y no deja oír de Julio César Ludueña, raro musical y película emblemática del underground radicalizado de los setenta. Ambos discuten en cuánto se puede vender la película del mismo modo que otras pertenencias de la tía que no les sirven de mucho. El pasado está ahí, es parte de la herencia, puede incluso coleccionarse, pero tiene para los personajes un valor de uso como el colectivo que los lleva a los distintos barrios. Marcos les enseña la ciudad a los turistas y les habla del Motín de las Trenzas o de las clases dominantes en los mismos términos que los militantes de otra época, pero con mucho menos énfasis, como si la sociedad ya hubiera dispuesto una verdad histórica y política universal para consumo de los que tienen esa edad y pertenecen a esa clase. Así es como esos jóvenes votan por el peronismo de un modo automático, pero nunca he visto una militancia menos fervorosa que la de esa Unidad Básica. Incluso, cuando en la puerta del Nacional de Buenos Aires, Marcos menciona las celebridades que asistieron al colegio, omite los nombres de Abal Medina o de Firmenich para evitar las asperezas o, más bien, exhibir esa unanimidad de consenso y sin discrepancias por las que valga la pena confrontar. La ambigüedad aparece cuando uno se pregunta si García Candela hace suyo ese discurso de posesión de una ciudad que se les entrega con tanta facilidad a sus desganados protagonistas. ¿Qué ama de Buenos Aires el realizador? ¿La calles, las noches de verano, la lengua, la facilidad para habitarla? ¿El estilo de vida de sus personajes, la comodidad de una vida modesta y sin angustias, la fluidez de las relaciones? ¿En qué medida suscribe el discurso de sus personajes, aprueba su homogeneidad y su falta de energía, su incapacidad de diferenciarse entre sí, su aceptación de un discurso consensuado? En definitiva, ¿qué quiere decir ese “no sé” del título? García Candela acaba de dar un paso al frente como cineasta. Un paso elegante, inteligente, gracioso, que evitó además el amaneramiento que acechaba su proyecto (un amaneramiento cada vez más notorio entre sus colegas). Pero también fue un paso tímido, un paso coherente con la sonrisa de Francisco, tan parecida a la del gato de Cheshire.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Escrita y dirigida por Lautaro García Candela, Te quiero tanto que no sé es una ópera prima que funciona como una especie de road movie nocturna porteña. Francisco de viaje por la noche de Buenos Aires. Un joven que se deja llevar, quizás más de lo que quisiera, por lo que la noche tiene para ofrecerle. Su objetivo es llegar a Paula, la chica que le gusta y con la que tuvo un encuentro casual reciente que cree que puede servir como excusa para volver a verla. Más allá de parecer dudar todo el tiempo, termina actuando. Un mensaje, un agarrar el auto e ir. No obstante nada es tan simple y en el medio lo demoran diferentes personas. Te quiero tanto que no sé es un largo deambular entre situaciones y personas que, muchas veces, no tienen que ver una con la otra. A ellas se les suman canciones que se pueden poner a cantar porque sí, o porque cantar es mejor que hablar para decir muchas cosas. El problema principal de Te quiero tanto que no sé es su superficialidad. Se exponen un montón de aristas a lo largo de esa noche larga y todo termina quedando ahí, en la superficie. A la larga estamos ante una galería de personajes poco interesantes y que, por lo visto, poco tienen para hacer en la vida más que encontrarse y desencontrarse. Por momentos Fran parecería ser una especie de versión masculina de Elisa Carricajo en Cetáceos, alguien que por más que a veces diga que no como primera respuesta a una invitación (en esta película suele ser un “estoy apurado”) termina cediendo ante todo lo que se le va presentando. Sin embargo, allí donde había un estudio mayor del personaje y de su situación particular, acá nada tiene mucho sentido o no importa. A nivel técnico se cuenta con lindos planos y algunas de las escenas musicales son bonitas (interesante la banda sonora con canciones nacionales más bien “viejitas”). Poco más que ese envoltorio tiene para ofrecer esta película.
Oda a la canción desafinada A veces el amor puede ser tan errático como una canción desafinada. Sin embargo no deja de ser amor desde las emociones que genera un encuentro azaroso o un desencuentro, como ese estribillo pegadizo de una balada “que conocemos todos”. Tampoco hay un territorio definido para una historia de amor y tal vez en cualquier calle o espacio urbano se oculta otra historia de amor con una ciudad que no duerme, pero que tampoco sueña. Sobre esos pilares endebles intenta transitar la ópera prima de Lautaro García Candela bajo el ambiguo título Te quiero tanto que no sé y protagonizada por Matías Marra, Lautaro García Candela, Miguel García Candela, Shira Nevo, Guillermo Massé, Jazmín Carballo, Bruno Rivas, Rocío Muñoz. Algo de película generacional conecta a los jóvenes de hoy -los de la generación Whatsapp- con los jóvenes de ayer como rezaba ese hito del rock nacional, de la banda Serú Girán. Algo de musical también atraviesa una trama sencilla donde todo sucede en una noche de calor, en una road movie nostálgica y con el Buenos Aires céntrico y su noche en un primer y segundo plano. Las canciones, todas ellas conocidas, juegan el doble rol de la melancolía y el complemento para que la película respire en ese viaje donde suceden cosas inesperadas y así el encuentro entre el protagonista y una vieja amiga se dilate. Lo importante no es la llegada sino el trayecto para que se convierta en verbo la carne. Los cuerpos deambulan, caminan con desgano y hasta bailan con el mismo desgano porque si hay algo que define a los nuevos jóvenes es ese tibio entusiasmo por todo, como muestra el dubitativo mensaje que nunca llega a destino. En algunos momentos el humor arremete desde el absurdo como en el cine de Martín Rejtman, en otros los diálogos entregan naturalidad a la vez que enriquecen no tanto por lo que dicen sino por cómo fluyen en los vínculos y en las anécdotas que se suman al viaje. A la película de Lautaro García Candela se la disfruta a la par de ese paseo inmoral, para citar en este juego antojadizo otro tema del rock argentino mucho más reciente. No importa si desafinan, no importa si concretan un encuentro amoroso. La ciudad los observa en su paseos nocturnos y con eso alcanza y sobra.
Una película primera en la carrera de un cineasta es siempre un momento de definiciones claves. Y esta ópera prima de Lautaro García Candela es un amable acercamiento al universo cinematográfico, a su lenguaje, a sus géneros y a su particular magia hipnótica. La trama, o al menos el acto que la dispara es tan simple como la oración que puedo redactar: Francisco busca a Paula. Así de simple. Francisco viaja a través de la noche porteña manejando su auto y recorriendo las calles de nuestra ciudad, los personajes y las situaciones que “lo encuentran”, o que él encuentra van llenando su tiempo y su deseo en búsqueda. Así es su derrotero, como un romántico vagabundeo en el que su anhelo de hallar a la joven rubia de quien sabemos nada, no es ni más ni menos que una gran excusa para que el resto de la coreografía narrativa se despliegue. En esta noche errática, nuestro personaje no va por la vida como el oficinista de Después de hora (Martin Scorsese, 1985) de peligro en peligro hasta que la luz del día lo encuentre hecho trizas, todo lo contrario, en su viaje no lineal quienes conoce y con quienes se engancha a compartir un momento de su viaje parecen llenarle la vida más que el mismo objetivo que enuncia estar buscando. El variopinto mundo de la noche se hace ver en distintos submundos: los chicos que juegan al fútbol, la joven del paseo urbano en el Nacional Buenos Aires, la lata de película obtenida por azar y su extraña amiga en La Boca, el triste pibe de la estación de servicio, y ante todo y por sobre todo la música que tiñe el relato de punta a punta. Sin duda ese es el hallazgo más noble, la musicalidad incrustada en las escenas de las historias, usando las canciones como una evocación a su mismo género y al de la comedia románica. De una manera muy fresca es que aparecen los personajes en escena con la lógica del azar y lo imprevisto, e invaden el espacio del relato con su canción. Lo más peculiar es que se imbrican en lo que sucede como si fuera totalmente natural y todos siguen el juego, el juego del juego y así sucesivamente. Lo más acertado de los pasajes musicales es la elección del repertorio, a pura guitarra y voz en cuello, con letras de Sui Géneris, Leonardo Favio y las primeras épocas de Fito Páez, entre otros. La sensación que produce la propuesta fuera de moda es que ese tiempo de antaño es eternamente joven, lo que da una sensación liberadora la posibilidad de pensar que “nada muere” . Y es vívido tanto para el espectador de aquellos tiempos como para el veinteañero que evoca ese tiempo con un romanticismo seudo melancólico pero despojado de melodrama. El juego de ir hacia Paula está sustentado por otra meta, la de dispersarse de ese deseo, la de tomar otro camino con estos personajes que aparecen por fragmentos en esa ruta muy contemporánea con su estilo disgresivo, donde no mandan los actos heroicos, y no hay que correr locamente por “amor”. La película respira un aire que habla de pertenecer a un estudiante, tanto por sus homenajes al cine de ese amor juvenil que tenemos cuando estudiamos- que hasta parecen dar señales de algunos de los livianos personajes de Rohmer- como por ciertos desajustes de realización y/o actuación que son parte del mismo proceso de estar haciéndose “cineastas”. Pero el filme es transparente y muestra lo que puede ofrecer, frescura, esa brisa de juventud post moderna y fugaz, un nuevo orden del romanticismo y mucho amor al cine. Por Victoria Leven @LevenVictoria
La opera prima del cineasta y también crítico que va al MALBA todos los viernes a las 22.30 combina comedia romántica, musical y road movie en un film curioso, inteligente y por momentos encantador. La opera prima del cineasta y también crítico García Candela, TE QUIERO TANTO QUE NO SE, podría aplicar a distintos tipos de género: es una comedia romántica, una road movie, un musical y, si se quiere, una película “rohmeriana” de la nouvelle vague, pero jamás entendiendo eso como una serie de códigos a ser respetados casi a rajatabla. Al contrario. Es una película que cuenta una historia hecha de constantes desvíos en los cuales Francisco trata de encontrarse con una tal Paula a la que hace mucho no veía y reencontró “en la cola de un Pago Fácil”. Pero por más posteos de Instagram y Facebook que ella deja, a él le cuesta llegar a ese destino. En el camino pasan cosas: acompaña a su hermano a “rescatar” a su novia de las manos de otro, conoce a otra chica en un tour guiado por el centro, se pierde con el auto, se desvía a jugar al fútbol con desconocidos, a traficar con películas viejas (un lindo homenaje a LA CIVILIZACION ESTA HACIENDO MASA Y SE DEJA OIR, de Julio Ludueña) y se debate entre seguir buscando a Paula o volver a la chica que conoció en el tour, en una clásica situación rohmeriana que aquí tiene una curiosa vuelta de tuerca. Pero a la peripecia de baja intensidad de Francisco hay que agregarle una línea paralela que cambia la película de manera clave. A los diez minutos de comenzada, e inesperadamente, se vuelve una suerte de musical. No en el sentido clásico, pero algunos personajes cantan canciones de la nada y un músico de dudosa pericia se atreve a clásicos del cancionero de los ’70 y ’80. Resulta un tanto curiosa la selección musical (que seguramente no resistirá la voracidad de SADAIC si la película intenta tener un recorrido comercial en salas) pero no por eso deja de ser raramente bienvenida. García Candela elige piezas de Silvio Rodríguez, José Feliciano, Leonardo Favio, Fito Páez, Sui Generis, Sandra Mihanovich y otros similares que uno creía que ya pocos escuchaban salvo los nostálgicos. No parece haber ironía en la selección sino un gusto particular por la canción acústica “sensible” de entonces. Es cierto que la tibia melancolía o abulia de los protagonistas (la ciudad de Buenos Aires parece habitada solo por alumnos de la FUC, incluyendo los que atienden las estaciones de servicio) y su, en cierto modo opaco carisma, no permiten que el filme alcance demasiada potencia dramática, pero no parece ser eso lo que busca el director sino retratar el deambular de un personaje por una ciudad que no duerme, que parece vivir con un par de rivotriles encima, pero que por lo menos canta y escucha canciones en la radio, en las calles y en las plazas. Como un filme de Ezequiel Acuña pero en clave “cantautor”, TE QUIERO TANTO… es una película bella y luminosa casi a pesar de sus timoratos protagonistas.