Lo mejor de The Empty Man está al comienzo. En el Valle de Ura, en Bután, en el año 1995, cuatro amigos están explorando la montaña cuando se encuentran algo inesperado y terrible. No hay explicación alguna, son los mejores minutos de la película, sin duda. Más adelante, en el medio oeste norteamericano, un grupo de adolescentes de una pequeña ciudad desaparece misteriosamente. En el lugar muchos hablan de una leyenda urbana conocida como The Empty Man. Un policía retirado (James Badge Dale) investiga el extraño caso que se vuelve cada vez más confuso. Llega entonces a un grupo secreto, una secta cuya finalidad parece ser invocar a un ente que puede ser el final de James y de sus conocidos. Qué una película de terror sea mediocre no es sorpresa, que dure más de dos horas no teniendo nada para contar sí es una rareza. El aburrimiento de escenas largas, postergaciones inútiles y un desenlace anunciado y sin gracia es el combo fatal de una película que llega a algunas salas de cine, pero tiene la misma baja calidad que los bodrios en streaming que sufrimos durante todo el 2020. Una pena que se estrene esta película y no las docenas de títulos que está esperando fecha de estreno.
EL VASO MEDIO VACÍO En buena medida por la pandemia del coronavirus, pero también por su propio planteo y su elenco con pocas estrellas, Empty Man: el mensajero del último día estuvo casi desde el vamos a pasar desapercibida. Pero por esas cosas del circuito de distribución y exhibición en la Argentina, que se han visto potenciadas a partir de la pandemia del coronavirus y la cuarentena, termina llegando a unos pocos cines. Eso no deja de ser una rareza interesante, por más que estemos ante un film que se estira demasiado y termina desperdiciando buena parte de sus méritos iniciales. Basada en una novela gráfica de Cullen Bunn publicada por Boom! Studios, la película de David Prior tiene unos primeros veinte minutos tan inquietantes como atractivos. Sin explayarse demasiado, hay cuatro excursionistas paseando por las montañas de Bután en 1995, un extraño accidente, sucesos cada vez más extraños y un desenlace entre tétrico e inexplicable. Luego se da un brusco salto temporal y espacial hasta el 2018, en Missouri, y el film pasa a centrarse en James Lasombra (James Badge Dale), un ex policía en estado entre aislado y depresivo tras la muerte de su esposa y su hijo, que comienza a investigar la desaparición de la hija de una amiga. Si ya el caso luce desde el principio extremadamente raro, todo eso se potencia cuando empiezan a aparecer cadáveres de compañeros de la chica desaparecida y detrás de los hechos surgen las huellas de un culto que busca convocar a una entidad sobrenatural llamada “The Empty Man” (“El Hombre Vacío”), que proviene de una dimensión paralela capaz de romper con las barreras de la realidad tal como la conocemos. Hasta entrada la primera hora, Prior parece tener en perfecto control lo que está narrando, a tal punto que se permite manejar los tiempos de forma pausada sin resignar tensión. Hay de hecho un par de secuencias donde el suspenso se expresa de forma sólida a través de la mirada, el sonido y algunas sombras, y un largo pasaje en una especie de campamento abandonado en la que conviven climas alucinatorios y desestabilizadores. A eso hay que sumarle una breve aparición del siempre efectivo Stephen Root como una especie de gurú que brinda una críptica explicación seudo filosófica que podría ser sumamente irritante si no fuera que logra potenciar la sensación de falta de certezas. Es que precisamente ahí está el fuerte de Empty Man: el mensajero del último día en su primera mitad: las explicaciones que suman interrogantes en vez de suprimirlos, a lo que se suma esa fascinación que suelen generar los cultos con metas poco claras. Sin embargo, ya en su segunda parte, el film debe resolver los enigmas planteados y lo hace de la peor manera: aplicando vueltas de tuerca que se ven venir a la distancia, redundando en explicaciones y acumulando algunas escenas filmadas y montadas bastante perezosamente. Así desperdicia gran parte de los méritos acumulados previamente, ya que despoja a su estructura narrativa y su puesta en escena de toda sofisticación, llevando incluso. Incluso da la sensación de que Prior se hubiera ido a su casa en la mitad del rodaje o cuando todavía estaban en pleno proceso del montaje. De ahí que los minutos finales de Empty Man: el mensajero del último día, previsibles y un poco torpes en su pretendida astucia, pesen más que los atractivos minutos previos. En el balance general, se impone la sensación del vaso medio vacío por sobre la del vaso medio lleno, en un conjunto indudablemente desparejo.
En Córdoba volvieron los cines y uno de los estrenos con el que decidieron empezar esta nueva y difícil etapa es The Empty Man: El mensajero del último día, una película de terror estimulante, que engancha en todo momento gracias a su ambiciosa (y lograda) mezcla de distintos subgéneros del terror y su capacidad para manejar el suspenso hasta el final. Escrita, editada y dirigida por el debutante David Prior, la película es una grata sorpresa por varias razones. En principio, tiene dos horas y cuarto de duración, algo que puede resultar un toque excesivo si se tiene en cuenta que se trata de una ópera prima de terror sobrenatural, con leyenda urbana y sectas suicidas incluidas, y con actores y actrices no tan conocidos. Sin embrago, la duración no se siente debido a su capacidad para ir mutando sutilmente, saltando de subgénero en subgénero sin que eso resulte un mamarracho narrativo. El protagonista es James Lasombra (James Badge Dale), un expolicía que busca a una joven desaparecida misteriosamente, y que a medida que avanza en la investigación empieza descubrir cosas cada vez más espeluznantes, que lo conducen a una secta que venera a un tal The Empty Man, una especie de entidad mística monstruosa a quien nadie conoce porque, en realidad, no es nadie ni nada, lo cual deja asentada la base filosófica de la secta (y de la película). Se podría escribir mucho sobre Empty Man, pero no es posible explayarse acá. Lo que sí se puede decir es que, como toda buena película de terror, se presta para hacer una lectura político-filosófica y otra estrictamente cinematográfica. De la político-filosófica se puede decir que es una película que, de manera escondida o involuntaria, habla del vacío existencial que empezaron a vivir los jóvenes los últimos 25 años, como consecuencia de la avanzada etapa del capitalismo actual, cuyos rasgos más significativos son la falta de aspiraciones, la imposibilidad de los proyectos a largo plazo y el sinsentido que empezó a tener la vida misma. Los valores que se inculcaron desde hace al menos dos siglos, junto con la racionalidad, la ciencia y la tecnología, sucumbieron debido a que no lograron que el mundo sea mejor. De ahí que la secta de The Empty Man esté integrada por jóvenes. Tampoco es casual que la película empiece en 1995, año del origen del mal. Es decir, mediados de la década de 1990, cuando internet se empieza a instalar en los hogares y a producir una dependencia adictivo-depresiva en las nuevas generaciones. En cuanto a lo cinematográfico se puede decir que Empty Man es un policial hecho y derecho, policial de terror que gira alrededor de una leyenda urbana que tiene a una secta como motor de la trama. Lasombra es el característico policía/detective que busca a alguien y que termina encontrándose a sí mismo. Desde Edipo Rey que la estructura del policial siempre fue la misma, algo que Empty Man respeta y honra con su enorme capacidad de pasar de un prologo diabólico y magnético a un policial terrorífico. Sin olvidar jamás el carácter del cine como entretenimiento, como espectáculo para todo público.
Basada en la novela gráfica de Culen Bunn, con el guión y la dirección de David Prior. El film tiene una larga introducción sobrecogedora que ubica a un grupo de amigos en las cercanías del Himalaya que promete realmente mucho. Pero después pasa a lo urbano, y a un grupo de jóvenes que juegan con un mito, soplar una botella en un puente, y al tercer día inexorablemente morir. Un investigar sigue las huellas del siniestro personaje, descubre sus huellas y algo todavía más inquietante. La existencia de una sexta al estilo de la cienciología que tiene mucho que ver con los hechos terroríficos. Ambiciosa producción que dada la enorme cantidad de productos clase B de terror que solemos ver, destaca por ciertas inquietudes y momentos bien logrados. De ahí a ser una originalidad hay un trecho. Sin embargo para quienes aman el género se extasiaran con el comienzo y luego verán con cierto interés lo que se viene.
Susurros de resistencia Tras una distribución convulsionada por la compra de 20th Century Fox y la pandemia, la ópera prima de David Prior, además de ser una valiosa propuesta, representa una conveniente casualidad en el ansiado retorno de los cines. Hay varias cuestiones en The Empty Man: el mensajero del último día que implican una interesante anomalía en tiempos caracterizados por constantes cambios y, por ende, la incertidumbre que los mismos generan. Hay un hecho, al menos por ahora, ineludible: los cines reabrieron sus puertas. Como primera pregunta, cabría pensar si el tan ansiado retorno se consumó con el esplendor que merece, y aunque muchos podrían estar cegados por la emoción, existen pocas dudas de que la reapertura carece de cualquier tipo de majestuosidad; el debut de atípicos protocolos dentro de una sala, la desfasada cartelera y la consolidación de nuevas tendencias de consumo, entre otras yerbas. Sin embargo, las casualidades han ubicado a The Empty Man como una de las pocas opciones disponibles en la pantalla grande, y todas sus extrañezas (más allá del instalado “resultado final” que pueda debatirse) son un significativo estímulo para quienes lamenten esta “nueva” crisis del cine. La historia (basada en la novela gráfica del mismo nombre de Cullen Bunn y Vanesa R. Del Rey) sigue a James Lasombra (James BadGe Dale), un policía retirado que comienza a investigar la desaparición de unos adolescentes, la cual estaría relacionada a una antigua y maligna entidad. El primer acierto a destacar es que mientras la película se “vende” con los típicos elementos del género de horror, la lograda introducción de la historia deja en claro que la ejecución dista por completo de las reiteradas propuestas provenientes de referentes como James Wan, donde el jump scare se fuerza hasta el hartazgo y también de la solemnidad y el virtuosismo latente en varias de las producciones de género distribuidas por A24. Aquí, el desarrollo se desenvuelve a través del género policial (pueden encontrarse reminiscencias a Seven, de David Fincher, con quien Prior trabajó detrás de cámara en Zodíaco o La chica del dragón tatuado) y enfatiza en la progresiva construcción de una creepypasta nutrida por elementos de la cultura tibetana. Sin embargo, hay factores identificables que irrumpen, siempre con diversos resultados, contra las habituales variantes del género. Desde sentidos explícitos o referenciales, la extensa duración de casi dos horas y media concede el primer indicio de extrañeza frente al tipo de propuesta. Y aclaramos que el primero, porque definitivamente hay varios. El protagonista James Lasombra, al que rápidamente podría encasillarse en el rol de antihéroe con reconocidas características como el alcoholismo o el trauma, se desenvuelve constantemente en un marco de heterogeneidad, donde lo plano de su personaje alterna con la imprevisibilidad de sus desopilantes reacciones que, amén de no ser funcionales al argumento, consolidan la intención de brindar cierto marco de ridiculez en la oscuridad del conflicto. Porque, sin dudas, nadie puede enmarcar en un esquema determinado a priori a un protagonista apellidado “Lasombra”. No estamos ante la imponente presencia física de Candyman o ante la fantasmagórica perversión de Samara Morgan (The Ring) de modo que, obviamente, tampoco estamos frente a los desarrollos convencionales de ese tipo de propuestas. Y es en ese punto donde The Empty Man encuentra otro punto a favor, ya que en ningún momento deja de ser consciente de ello. Tanto la amenaza latente como el protagonista a cargo de combatirla conviven en un universo concreto que, amén de las obvias referencias, es autónomo. En definitiva, es probable que ese “resultado final” del que tanto se habla, como si una película fuera únicamente el resultado positivo o negativo de un conjunto de decisiones que alternan entre el acierto y la equivocación, no sea del agrado de la mayoría del público, especialmente teniéndose en cuenta el tercer acto de la historia, donde la fusión de lo onírico y la sobre explicación del misterio incompatibilizan decididamente. No obstante, cada extrañeza de The Empty Man revaloriza su circunstancia, que la ubica en una débil cartelera tras casi un año de cierre absoluto de los cines. Porque tanto sus antecedentes forzosos, como ser víctima del abrumador atropello de la hegemonía Disney o de una pandemia mundial, y sus sentidos intencionales, repletos de riesgo crítico y comercial, la convierten en una pieza que susurra, al igual que la temible identidad que titula la película, un propósito sumamente claro: resistencia. *Review de Ignacio Rapari.
Vitalidad que se pierde 1995: hay varios por ahí que hablan de un buen corto con un apéndice denso colgando; de un buen inicio con una película yunque que lo aplasta. Ese arranque de más de veinte minutos tampoco es la gloria, pero es cierto que tiene una simpleza y una convicción narrativa que atrapa; independientemente de lo trillado que es, se percibe vida propia. Las referencias incluso son diferentes a las del largo que viene atado: en ese principio está la cabaña aislada, hay un demonio bello y fosilizado, hay dinámica de grupo en una aventura en la nieve, todos elementos que dialogan con películas que queremos y aunque todo sea medio choto se presta para el goce; incluso esa chotez que parece teñir a los personajes y sus acciones la hace una (mini) película menos conservadora que el largo yunque que se viene. ¿Por qué? Porque lo que se viene tiene el peso de la ambición de alguien que pareciera necesitar algo más que prestar la película para ese goce primitivo del inicio. Lo que se viene necesita citar a Friedrich Nietzsche, generar una trama enrevesada, hacer una crítica a los cultos y a la religión y poner la vitalidad narrativa en pausa o al menos en un par de marchas menos para darle paso a la -spoiler alert- aburrida solemnidad. En el inicio se anticipa esta jugada maldita, uno de los cuatro que está en la mencionada aventura en medio de la tormenta de nieve es un flaco que se quiso matar (hay un plano cortito de sus muñecas mancilladas). Alerta del psicologismo venidero. 2018: el protagonista es James Lasombra (James Badge Dale), un ex cana que busca a una chica perdida -Amanda (Sasha Frolova)- y que por los flashbacks sabemos que perdió a su familia y por sus visitas al baño sabemos que toma antidepresivos. Amanda se metió en una secta que en la superficie es el creepypasta del Slenderman de los millennials, o el Hombre de la Bolsa de los más jovatos. La película será por un lado la búsqueda frenética de Amanda (ni a lo Polanski y ni siquiera a lo Luc Besson), y por otro la representación en términos fantásticos de la culpa que le hace picar el cerebro al ex policía y por la que se volvió un borracho de los tristes (para que el boogie man aparezca hay que nombrarlo varias veces como a Candyman y soplar una botella… claro, vacía). Toda la historia que se desarrolla en este presente que es el 2018, es una contracara de aquel prólogo fechado en el 95. Lo estridente de la nieve y los aspectos lúdicos mutan en un thriller de contrastes neo noir (Lasombra, sí), en la seriedad de unos diálogos imposibles, en una puesta en escena más conservadora aún, de raccords prolijos y casi robóticos, y en unas actuaciones que son malas pero no tanto como para dar la vuelta y volver a ser buenas. The Empty Man (2020) está hecha con pulso débil, está cuidada, caminando sobre vidrio molido pero tratando de no hacer ruido, le falta más de la vitalidad del principio y de la locura del final, si es que quiere que pisemos el palito, incluso a propósito.