Casa tomada Desde el comienzo se respira en esta ópera prima del tándem de la argentina Silvina Schnicer y el español Ulises Porra Guardiola la sensación de extrañamiento y amenaza latente. El Delta surcado por un bote a motor transporta a unas mujeres, decididas a tomar posesión de una casa a orillas del río. En apariencia, el pasado de esa casa las encontraba en una situación distinta a la actual, no presas del avance del tiempo y los negocios oscuros que hacen del paisaje, su gente y vegetación, obstáculos de fácil sorteo. Basta con mover los hilos del poder y comprar voluntades, mientras del lado de los débiles las formas de resistencia se desdibujan entre la idea de supervivencia, aunque en Tigre no se trata de sobrevivir en medio de la selva, sino en un espacio alejado del mundanal ruido. Placeres de la burguesía, tal vez, sencillamente eso es lo que da derecho de propiedad. Por lo menos desde esa idiosincracia se nutre el espíritu de la matriarca Rina (la genial Marilú Marini), su séquito de féminas se integra entre adolescentes en pleno despertar sexual, un amigo de las chicas (Magalí Fernández y Ornella D’ Elía) que provoca en las mismas y en la madre de una de ellas (María Ucedo) cierto atractivo, mientras Rina espera la llegada de Facundo (Agustín Rittano) para que la ayude en esa resistencia contra el enemigo que ya arrasó con otras tierras. Sin embargo, a la intimidad de estas mujeres no sólo la atraviesa el pasado y la historia personal con el lugar, sino que en los alrededores coexisten otras realidades menos visibles, mucho más ligadas con lo salvaje y conectadas con la desaparición de Melina, una chica pre adolescente quien misteriosamente convive con un grupo de niños en medio de lo selvático. Es preciso destacar que Tigre maneja la sutileza constantemente y hace de la ambiguedad una propuesta dotada de detalles y descubrimientos más allá de la enfática conflictiva entre los personajes en la casa. La relación madre e hijo encuentra un costado de reproches del lado de Rina y Facundo, pero también exhibe otra arista cuando se trata de la hija de una de las amigas de Rina, quien no puede evitar una conducta adictiva y la sensación de vulnerabilidad y rivalidad con su hija adolescente. En ningún momento la cámara se instala en ese vicio del paisajismo por el paisajismo mismo, sino que cada recoveco de esa sugerente geografía tiene un sentido dramático y subraya la sensualidad de lo exótico como válvula de escape (todo está en estado de ebullición latente y a punto de estallar). El otro escape es el del cuerpo, el deseo y la violencia que genera el deseo. Prometedor debut de esta dupla de realizadores, con personalidad y una sensibilidad para retratar climas opresivos en lugares abiertos poco habituales para el cine argentino.
El debut de la argentina Silvina Schnicer y el español radicado aquí Ulises Porra Guardiola se inscribe en la tradición del cine local de retratar al Delta del Tigre desde su costado menos amable. Al igual que películas como Todos tenemos un plan (Ana Piterbarg) o Marea baja (Paulo Pécora), la genérica Tigre se interna en las islas del río Paraná y exhibe un microuniverso intrigante, oscuro, sórdido, impregnado de peligros y códigos propios.
El tiempo pasa…cada movimiento del reloj determina decisiones, genera reacciones, marca consecuencias… Transcurre de forma desigual, con saltos extraños y treguas insoportables pero pasar, pasa… La conciliación de la vida personal se convierte en uno de los mayores desafíos que se nos pueden presentar. “Tigre” cuenta la historia de Rina (Marilú Marini), de 65 años, quien regresa a su antigua casa en el Delta después de años de haberla abandonado, para decidir sobre si se vende o no el lugar. Llega con un grupo de personas dispares con quienes convive durante cinco días, mientras va tratando de recuperar su pasado, su lugar y volver a reconectar con su hijo Facundo (Agustín Rittano). Ambos, madre e hijo, descubrirán que todo cambió. El Delta, envolvente, se infiltra lentamente en todos los personajes, y los perturba. En la película se ven distintos paisajes de Tigre y cinco niños que son de la zona y participan activamente de la misma. En paralelo, se presentan situaciones de misterio y peligro que son inconexos entres las historias, pero que le da un margen llamativo al film. Ambientado en el paisaje del Delta del Tigre en Argentina, dirigida por Silvina Schnicer (argentina) y Ulises Porra Guardiola (español), la cinta presenta conflictos familiares, historias desvinculadas, ambos elementos que resaltan y alimentan el film, la forma en la cual es llevada la trama de modo uniforme lo hace interesante. El escenario natural es aprovechado a la perfección, escoltando muy bien la narrativa que le da un gran marco a la cinta, resaltando emociones y sentimientos de los personajes. Sobre todo una brillante interpretación de Marilú Marini, encarnando a una mujer que se mueve entre la tristeza, melancolía del ayer y en la esperanza del hoy. Es una película que deriva la mayor parte de su poder en el claro planteo de relaciones familiares complejas. A medida que se va desarrollando, va agregando personajes que tienen sus propios conflictos, la descomposición existente de los vínculos, como Ana (la cuidadora de la casa) y su hijo o Elena (María Ucedo) junto a su hija y dos amigos, quienes ayudan a Rita para que la casa sea habitable. Un drama interpersonal, con un guion conciso llevado de forma elegante, en que el aire tenso debido a la falta de comunicación define cada movimiento de los protagonistas y cómo el pasado invade el presente. El regreso y la reconciliación nunca son fáciles. “Tigre” está teniendo su estreno mundial como película de apertura de la Sección Oficial Discovery en el Festival Internacional de Toronto, donde realizó funciones a sala llena y cosechó buena repercusión entre la crítica. Y a fines de septiembre participó en la Competencia Nuevos Directores del Festival de San Sebastián.
Tras su reciente paso por los festivales de Toronto y San Sebastián se estrena esta más que valiosa ópera prima rodada en el Delta del Tigre. Tigre, primera obra de Silvina Schnicer (argentina) y Ulises Porra Guardiola (español), es una película ambientada en el paisaje del Delta del Tigre y en el que se dan cita conflictos familiares, historias iniciáticas, cierta tendencia a la fantasía y una reflexión final a propósito de las raíces y el (des)apego hacia éstas. El film arranca con vocación de melodrama coral y se instala en ese género no oficial, pero muy explorado, que se podría denominar de reencuentros familiares. En este caso, dos amigas (una de ellas la dueña de la casa que es el escenario principal) deciden reunir a algunos miembros de sus familias, amigos y vecinos para pasar una temporada juntos, como medida de presión ante el acoso de los bulldozer de una inmobiliaria que quiere modernizar el urbanismo de la zona y acabar con las viejas viviendas. Un argumento de resistencia que pronto se bambolea, como la metáfora del bambú que usa en un momento de la película uno de los personajes, pero que consigue hallar su rumbo. Porque la pareja de cineastas van acumulando personajes y situaciones –durante buena parte del metraje inconexas, lo que también las convierte en apasionantes– hasta convertir la narración en un collage de vidas y motivos, arropado por la humedad del río y el ruido de fondo de los animales e insectos que pueblan la zona. Este uso de la naturaleza funciona como algo más que un simple contorno. Tiene Tigre algo de La ciénaga (2001), de Lucrecia Martel, sobre todo a la hora de captar esos ambientes asfixiantes y también de retratar la tensión (física sobre todo) que se genera entre los personajes. Y también algo del cine-naturalista de Matías Piñeiro en films como Rosalinda (2010). Es lógico encontrar entre los debutantes trazos de dos las miradas más sustanciales que tiene el cine argentino actual. Pero lo mejor de Tigre es que acaba encontrando su propia voz y, sin excesos, mantiene siempre la tensión contenida de una manera sutil, convirtiendo el collage narrativo en una obra uniforme, que no unidireccional, con las formas y colores perfectamente definidos. El ‘cine de reencuentro’ al final no es más que la coartada para afrontar temas de más entidad entre los que acaba por surgir como nexo el paso del tiempo. El tiempo es imparable y, al contrario que las aguas del delta de un río, nunca se estanca.
La opera prima de Silvina Schnicer y Ulises Porra Guardiola que tiene como protagonista a Marilú Marini. Una isla del Tigre y una casa que tiene el esplendor del pasado todavía adherido a una bella construcción en franca decadencia. Resultado del sueño de un grupo de la sociedad que quería transformar la zona en una “Venecia argentina. Ahora, por tener una posesión que no esta en regla, la matriarca de la familia llega por consejos familiares, para ocupar la propiedad e impedir la llegada de intrusos o el temido desalojo. Mujeres de distintas edades, adolescentes curiosas, de mediana edad, historias de chicos rebeldes, venganzas infantiles, una enfermedad, un final anunciado con fiesta y descargo. Un clima de constante tensión donde el paisaje cobra un protagonismo amenazador, con historias secretas, miedos y violencias reprimidas. Y por sobre todo un deseo que ronda a los protagonistas con su carga de frustración. Bien filmada con un guión de los mismos realizadores que se rebelan como talentosos.
Entre tensiones y el naturalismo extrañado. La ópera prima de la argentina Silvina Schnicer y el español Ulises Porra Guardiola comienza con una serie de imágenes cuyo sentido último la película tardará un buen rato en develar: una adolescente cierra los ojos y dormita en medio de un paraje agreste mientras un chico un poco más joven la observa desde cierta distancia, agazapado detrás de unos yuyos. Un corte ubica al espectador geográficamente, al tiempo que presenta a otro grupo de personajes, dos mujeres de diferentes edades que llegan a una isla del Delta. El breve y conciso diálogo entre ellas transmite la información necesaria para disparar el comienzo de la narración: se trata de dos amigas y la mayor, Rina, de unos 60 años, regresa luego de muchos años de ausencia al lugar, una típica casa isleña que debe ser ocupada ante el riesgo posible de una usurpación. La apuesta de Tigre girará alrededor de esas tensiones: lo dicho y lo apenas sugerido, la necesidad de evidenciar los conflictos –entre esos y otros personajes que no tardarán en llegar al lugar– y la apuesta a cubrir de misterio algunos comportamientos; un relato relativamente transparente y la construcción de climas, usualmente nerviosos y, en algún que otro caso, ominoso. La impronta del cine de Lucrecia Martel, en particular el de La ciénaga, ha sido descripta en varios textos publicados luego de la exhibición de Tigre en los festivales de Toronto y San Sebastián. Filiación evidente, por otro lado, en particular en lo que hace a las relaciones intergeneracionales: a la dueña de casa interpretada por Marilú Marini y su amiga Elena (María Ucedo) se sumarán tres jóvenes –dos chicas y un chico– y el hijo de Rina, además de aquellos personajes del comienzo del film, que pueden definirse como secundarios a la trama, pero no así a los intereses narrativos del film. Al deseo sexual como motor expuesto o encubierto de varios personajes –potenciado quizás por el cambio de ámbito, salvaje a pesar de todos los signos de civilidad– se suman las diversas disputas entre madres e hijos o hijas, con el trasfondo de una posible venta del lugar. Schnicer y Porra Guardiola van entrelazando todas esas líneas con poco apuro, pero sin estancarse en la descripción repetitiva de tipologías, apoyados por un trabajo de fotografía de Iván Gierasinchuk que destaca la belleza del lugar al tiempo que evita el empalagamiento preciosista. Pero Tigre es, también, una película de actrices: en las miradas, gestos, roces, palabras y silencios de los personajes femeninos –representantes a su vez de tres generaciones distintas– se juegan gran parte de las virtudes de la película. E, incluso, permiten descubrir un ligero semblante feminista que no es puesto de relieve de manera demasiado explícita, pero se evidencia en las rigurosas o débiles resistencias a la imposición del rigor de los hombres. El hecho de que en las escenas finales se haya decidido tirar un poco por la borda esas sutilezas, al poner en pantalla una catarsis física y algo teatral, parecía anticiparlo en parte el abuso de las metáforas climatológicas: el arribo de una sudestada, con sus aguas en subida (“No sabés los bichos que aparecen. Culebras, bichos extraños”, afirma uno de los personajes, conocedor de las consecuencias del evento), coincide con la cercanía del clímax de los conflictos, dejando al descubierto cierta podredumbre en el momento de la marea baja. De todas formas, esa escritura enfática –que aparece de forma intermitente– no logra opacar completamente el naturalismo extrañado construido pacientemente por los realizadores.
Grata sorpresa es “Tigre” (Argentina, 2017), una película que transforma los recursos que contiene en la posibilidad de trascender su propuesta para terminar de configurar un relato intimista sobre el paso del tiempo. “Tigre” se enmarca dentro de un cine que recupera problemáticas actuales, que afectan, y que además bucean en la historia del cine para reconstruir historias intimistas y que revelen nuevas facetas de géneros ya conocidos por el público. El debut de los realizadores Ulises Porra Guardiola y Silvina Schnicer, dupla ingeniosa y hábil, es un aire fresco en la pantalla, no sólo por la habilidad con la que se narra el cortocircuito entre el hombre y la naturaleza, sino, principalmente, por la rabia con la que refleja a Rina (Marilú Marini) y su regreso al Delta para defender lo suyo de un posible embate de una empresa constructora. Rina vuelve a su casa, con los miedos de encontrarse con la familia, pero también con la potencia de querer enfrentarse a todos aquellos que intentan quedarse con un espacio que le pertenece y que, inevitablemente, por prácticas inescrupulosas, puede terminar en las manos de aquellos que no corresponde. En “Tigre” la naturaleza es presentada como continuidad de la biología de los protagonistas, y en el entender el ambiente no sólo como posibilidad de futuro, sino como presente, presente que sangra en cada río y árbol que configura el Tigre y que está amenazado por la economía más diabólica. En ese regreso de Rina hay algo de querer un estadio anterior, lejano, ideal, pero al cual será imposible de regresar, porque en esa ausencia los más jóvenes han capturado el espacio y se lo apropiaron. “Tigre” confirma eso de que una casa no es sólo de aquel que tiene un título de propiedad sobre la misma, es también de aquellos que la habitan, que la sienten, que la respiran, que la cuidan. Sus hijos, nieta y amigos de ésta, componen el grupo con el que interactuará y por el que, en el fondo, deberá luchar para evitar que la construcción avance hasta donde se impone la vieja casa. La comparación inevitable con “La Ciénaga” de Lucrecia Martel, no por su temática ni por su idea disparadora, se hace necesaria, porque al igual que Martel, Porra Guardiola y Schnicer, desandan los pasos de los personajes haciendo hincapié en los más jóvenes. Y si en la obra de Martel los momentos de juego y de descanso eran aquellos que acercaban una idea global, además, de los personajes más grandes, acá, con el sexo en estado de ebullición, la tensión sexual como paradigma y el desconocimiento por parte de los mayores del universo que habitan los más chicos, se termina por armar un relato potente visual y sonoramente. “Tigre” pide la comprensión de cada uno de los actantes como parte de algo mucho mayor, algo que habla de la vitalidad, de los impulsos, de las pasiones contenidas, y, principalmente, de la imposibilidad de detener el avance capitalista sobre todo. Atentos a la gran Marilú Marini regalando un personaje y una interpretación de antología.
El Delta, con aire de vanguardia Con la sudestada hasta la gente se pone rara, dice Rina, esa mujer obstinada y con la sensibilidad a flor de piel (Marilú Marini, notable) que vuelve a su casa del Tigre después de mucho tiempo para poner el cuerpo y defenderla de la amenaza que instala un ambicioso proyecto inmobiliario. Y si se trata de rareza, vale apuntar que toda esta sugestiva película está atravesada por un extrañamiento que propicia múltiples lecturas y exige un espectador atento y alejado de la comodidad que aseguran los relatos más convencionales. Tigre es una película climática, incluso en el sentido más literal: el clima y el paisaje se transforman en un personaje más de una historia coral minada de conflictos filiales, amorosos, eróticos y existenciales, entrecruzados con mucha sagacidad. Cada escena tiene una duración apropiada, exacta. Esa fortaleza revela un trabajo virtuoso de ensamble de dirección y montaje. Así lo prueba el inquietante pasaje de la cena: un tratado sintético, punzante y magníficamente clausurado sobre la disolución familiar. En ese tramo, Agustín Rittano brilla gracias a su propio talento y al entorno inmejorable que saben armar sus compañeros, a partir de entender a la actuación como un juego colectivo. El excepcional trabajo del elenco, con los niños y los adolescentes a la par de los más experimentados, es un soporte clave para un largometraje que también combina rigor formal y lirismo con una convicción que asombra.
Algo oscuro se está gestando Marilú Marini, destacable en este estreno nacional. Esa jungla suburbana llamada Delta de Tigre es una invitación al cine y, en su opera prima, Silvina Schnicer y Ulises Porra Guardiola saben aprovechar las posibilidades dramáticas que da ese paisaje exuberante y misterioso, agresivo y cautivante. Allí transcurre la historia de Rina (Marilú Marini, en otro gran trabajo), que regresa a una casa del Delta en la que alguna vez vivió y que ahora está semiabandonada: ella quiere volver a ponerla en condiciones y evitar que alguien se aproveche de un vacío legal para quitársela. En este intento de reconquista la acompañan una vecina (Lorena Vega) y una amiga (María Ucedo) que va con su hija adolescente y unos amigos de la chica. Rina espera, también, la ayuda de su hijo (Agustín Rittano). A partir de este planteo, la película se bifurca en dos planos. La trama principal, emparentada con La ciénaga, se enfoca en la convivencia de este heterogéneo grupo de siete personas en la casa y sus alrededores. Pero en otro sector de la isla se está desarrollando una situación del estilo El señor de las moscas, con un grupo de chicos/púberes que aparentemente viven solos, y tienen con ellos a una nena fugada de su hogar. La tensión sexual y el deseo son tan palpables como el calor y la humedad. Con algunos diálogos precisos y el retrato agudo de ciertas situaciones domésticas, Schnicer y Porra Guardiola consiguen adentrarse en el alma femenina y tocar problemáticas profundas como la soledad y la falta de comunicación. Hay, además, suspenso creado a partir de amenazas tanto explícitas -el avance de la civilización, la crecida del río y los “bichos”- como abstractas: algo oscuro se está gestando en la espesura.
Encuentro de generaciones y cruce de historias en el Delta del Tigre. Con foco en dos amigas, interpretadas por Marilú Marini y María Ucedo, que llegan a la casa de una de ellas con la excusa de mantenerla ocupada y así preservarla de la codicia inmobiliaria que la amenaza. Esta ópera prima, dirigida por una argentina y un español, va encontrando otros personajes que, como capas, suman interés y una peculiar intriga. Entretenida, atractiva y con dos estupendas intérpretes principales.
Rina (Marilú Marini) vuelve a su casa de Tigre después de mucho tiempo. Saca las sábanas de los viejos muebles, acomoda sus pertenencias alrededor de objetos oxidados, limpia el polvo y se sienta a tomar una copa, dispuesta a quedarse allí el tiempo que haga falta para que nada ni nadie avancen sobre ese lugar que alguna vez fue el escenario de momentos familiares.
Esta historia que transcurre en un caserón del Delta y sus alrededores se centra en un grupo de personas –adultos, adolescentes y niños– que se reúnen allí para decidir sobre si se vende o no el lugar. En paralelo situaciones de misterio y peligro parecen rodearlos. Las imágenes que dan inicio a la opera prima de Silvina Schnicer y Ulises Porra Guardiola (ella es argentina y él español) están cargadas de potencia y misterio. Una chica en medio de una zona casi selvática está en traje de baño tirada en el piso mientras otro chico parece observarla. Mientras, dos adolescentes parecen “patotear” a otro, muy agresivamente. No volveremos a ellos en un buen rato, pero ya quedará sembrada la idea de que algo extraño y misterioso está sucediendo por ahí. Luego de eso el panorama parece aclararse un poco: dos mujeres (Marilú Marini y María Ucedo) cuya relación no es muy clara (¿son amigas? ¿parientes?) llegan a un caserón que hace mucho está deshabitado en la zona del Tigre y se disponen a acomodarlo para pasar allí unos días. ¿Quién es la chica que vimos? ¿Y qué está sucediendo allí, en medio de la jungla, entre los chicos? ¿Qué saben y esconden? Las dos partes de la trama se irán uniendo, sutilmente, en un filme que tiene claros puntos de contacto con LA CIENAGA: desde la relación entre las mujeres a los chicos que circundan la zona, la misteriosa atmósfera de peligro, la plural tensión sexual, la idea de una burgesía en decadencia, el copioso consumo de alcohol y relaciones familiares un tanto complejas de entender. Lo que sí queda más claro, con la llegada de Facundo (Agustín Ritano), el hijo de Rita (Marini), es que hay una discusión familiar entre mantener o vender esa casa, lo que se suma a las complicaciones de un filme que va agregando personajes, como Ana (la cuidadora de la casa) y su hijo, además de Carla, otra hija de Elena que llega con un amigo y una amiga, que son pareja o algo así. TIGRE va desenredando los asuntos familiares de Rita y de su casa mientras que, en paralelo, los adolescentes (tanto los que están en la casa como los que rondan afuera) parecen vivir sus más arriesgadas y misteriosas aventuras por su cuenta. De a poco la película empezará a aclarar cómo se conectan ambas partes entre sí. Lo que puede parecer un tanto confuso en un principio –hay un exceso de personajes que no facilita demasiado las cosas– se va clarificando mientras las fichas caen, de a poco, narrativamente. Mezclando cierto realismo (especialmente en la actuación y los diálogos) con un suspenso creado a partir de situaciones curiosas y ruidos extraños, TIGRE apuesta, como el cine de Martel de entonces a ahora, a una suerte de naturalismo extrañado, en el que los conflictos familiares y los deseos personales se van manifestando de las formas menos esperadas. Y el resultado, más allá de la inevitable referencia, es muy logrado.
A una larga la lista de películas filmadas en el Tigre se viene a sumar esta ópera prima de Silvina Schnicer y Ulises Porra Guardiola que se estrenó el jueves pasado en Buenos Aires. Una locación apasionante de río marrón y el verde de la vegetación, bien aprovechada no solo por el cine local sino por el internacional. - Publicidad - El Delta arrecia con su exhuberancia por sobre las vidas irresueltas de dos amigas y sus hijos, una bordeando los 50, la otra los 70. Hay que quedarse un tiempo en esa casa en medio del río, para que no la ocupen o no la tiren abajo los constructores inmobiliarios. Un recuerdo para Aquarius y esa resistencia individual y femenina contra la modernización gentrificadora e irracional de la avanzada inmobiliaria. Mientras tanto, una niña se pierde en la selva. Se extreman algunas relaciones familiares, madre-hijo, madre-hija, se afirman relaciones de amistad, amistades infantiles o se inician amores adolescentes, con cierto clima marteliano. Tigre acierta a partir de un tratamiento de la imagen que dice aquello que las palabras no dicen, apoyándolo en un complejo sonido de la naturaleza (Nahuel Palenque) que capta ese ambiente isleño, por momentos denso, cargado de tensiones inesperadas. El tandem Marini-Ucedo tiene una bella espesura, palabra que se presenta en uno de los primeros diálogos que mantienen, y se transmite en la fotografia exquisita de Iván Gierasinchuk. Tigre tuvo su estreno mundial como película de apertura de la Sección Oficial Discovery en el Festival Internacional de Toronto y en la Competencia Nuev@s Director@s del Festival de San Sebastián donde realizó funciones a sala llena y cosechó buena repercusión entre la crítica. Bella película para no dejar pasar.
Decadencia Película intimista, de personajes que sugieren más de lo que dicen y con un tono claustrofóbico, de encierro pese al paisaje circundante, es lo que los directores Silvina Schnicer y Ulises Porra Guardiola proponen en Tigre (2017). La conflictiva relación de una familia venida a menos durante una especie de fin de semana en la casa que poseen en el Delta y que pronto desaparecerá. Rina (Marilú Marini) es la matriarca de una familia en decadencia que regresa después de mucho tiempo a la casa del Tigre que está a punto de perder. Pero no lo hace sola. También estarán sus hijos (María Ucedo y Agustín Rittano), una nieta, el amigovio de esta y una amiga. La tensión atravesará un relato signado por el deseo, la sexualidad, la perdida y el rol de lo mujer en una sociedad machista. Si hay una referencia directa a Tigre, sin duda es La ciénaga (2001) de Lucrecia Martel. O al menos puede encuadrarse dentro de ese estilo de películas en donde lo que no se dice mueve a los personajes. El dúo de directores eligen un espacio abierto y verde como lo es el Delta del Tigre para contar una historia claustrofóbica, de personajes encerrados en un mundo de represiones, desapariciones y falsas verdades. Para lograrlo cierran el foco de la cámara siguiendo a los personajes en primeros planos y tiñen el lugar con una estética lúgubre y miserable (obra de Iván Gierasinchuk), como la casa familiar que funciona como metáfora del derrumbe de sus vidas. En Tigre todo lo esencial está en la percepción, en las miradas enigmáticas de cada uno de los personajes, en los roces, en la piel y la tensión impregnada en el aire. La sexualidad está presente todo el tiempo pero no se manifiesta y los directores acertaron en explotar esa histeria de cuerpos semidesnudos que deambulan por cada uno de los espacios. De la misma manera que juegan con las metáforas y paralelismos entre la isla y la familia. Ulises Porra Guardiola y Silvina Schnicer debutan con una ópera prima potente, de grandes duelos actorales (María Ucedo y Marilú Marini soberbias como siempre), con la misturas de climas que la historia requiere y una puesta visual enigmática que trasciende la pantalla.
EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS Tigre es un filme profundamente sensorial, como no hay muchos en nuestra cinematografía. En nuestro país existen entornos salvajes o semi salvajes que dieron lugar, en los mejores casos, a relatos cargados de pasiones, violencia y dramatismo. Entre ellos podemos recordar las célebres Los isleros de Lucas Demare, Las aguas bajan turbias de Hugo del Carril y hasta La Burrerita de Ypacaraí de Armando Bó con Isabel Sarli, por citar algunas de ellas. Tigre es quizá dos películas en una ,y contiene referencias a varias otras, pero hay una fundamental que es La Ciénaga de Lucrecia Martel. El agobio, la sensación de pesadez, el lento letargo que significa “estar” en esa casa, no vivirla, fue uno de los grandes logros de la directora de Zama. Eso mismo nos genera esta película: sentimos el calor, los mosquitos, la humedad, aspectos que la vuelven una narración muy sensual, en donde se transpira sexo y muerte. El relato inicia en el momento que una mujer vuelve a su vieja casa en el Tigre con quien fuera, suponemos, su empleada doméstica. Rápidamente se nos informa que esa vuelta no es (sólo) una cuestión de nostalgia; una empresa está apoderándose de las tierras para realizar un proyecto inmobiliario. No hay mucha información al respecto y todo debemos inferirlo de los diálogos, lo que conforma un acierto pues, al fin y al cabo, no es tan importante para la trama despilfarrar explicaciones. La idea es poblar la casa, ocuparla. Con tal propósito una serie de personajes irán transitándola, cuyas figuras más pregnantes son las de tres adolescentes (un varón y dos mujeres). Sin embargo, no serán sólo ellos quienes aporten el nervio sexual/sensual que recorre todo el filme. Hay una subtrama: una preadolescente se ha fugado con unos chicos de su edad y no quiere regresar aunque su hermano se lo pida. Todas las escenas que la incluyan respirarán un extrañamiento onírico muy sugerente, de hecho se cuentan varios sueños durante el relato. La búsqueda que emprende su hermano con un amigo para encontrarla y “rescatarla” tendrá un aire inexorable a Apocalipse Now; los chicos quieren recuperarla de las entrañas del mundo salvaje, pero al encontrarla se dan cuenta que está muy lejos de ser una víctima de todo ello, sino más bien es una domadora de lo indómito. El desborde de todas las situaciones que van sucediéndose en el filme se convierten en éxtasis de ambas historias, una bacanal desenfrenada que transmuta lo sensual en decididamente dionisíaco. Por Martín Miguel Pereira redaccion@cineramaplus.com.ar
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Tigre, de Silvina Schnicer y Ulises Porra Guardiola Por Marcela Gamberini El espacio en las películas es fundante, es uno de los ejes sobre los que se construyen los relatos audiovisuales. En este caso, Tigre retoma la idea de pensar el espacio como una unidad dramática, estética y narrativa. Justamente filmada en el delta del Tigre (como tantas otras en la filmografía argentina) la película transpira, como esos cuerpos sudantes, exotismo y algo de salvajismo. El otro elemento importante en Tigre es el sonido. La insistencia sonora del medio ambiente, la de la respiración de esas mujeres, la de los gritos de los chicos se vuelve una masa ondulante que acecha e intimida. En el comienzo, rostros de niños que reflejan claramente una clase social, algo –auditivo y de la espesura del paisaje- siempre acecha afuera, una casa semiabandonada en el medio de una isla, dos mujeres navegan rio adentro, adolescentes que flotan en un rio con demasiadas orillas. Tigre cuenta una historia compleja, con demasiados ejes y quizá con demasiados personajes: una mujer que sufre porque están a punto de arrebatarle su casa, otra mujer que se deshace en la relación tensa con su hija adolescente; el despertar sexual de estos adolescentes, los misterios que se esconden en el centro de la isla, unos niños que crecen y en ese crecimiento sienten dolor y placer, la misteriosa relación entre el adentro de esa casa y el afuera selvático, entre otros temas. Tal vez el problema de la película radica en la multiplicidad de temas que desarrolla que a veces sigue y a veces olvida en el camino, que se pierden en ese espacio que de tan selvático se vuelve enmarañado. Con aires de La ciénaga de Martel, Tigre reúne mujeres. Mujeres que transpiran, que mantienen confesiones nocturnas a la luz del alcohol, mujeres madres que tensionan las relaciones con sus hijos, que hablan de sexo. Cuando la película se ve invadida por la presencia masculina, se debilita. Ese hijo que vuelve para ayudar a solucionar el problema de la casa, enrarece el clima. Él es la razón, la fuerza, la civilización mientras que las mujeres son lo cotidiano, lo sentimental, casi lo bárbaro. El deseo sexual es el deseo de posesión y está presente en toda película, visto desde una mirada femenina. La posesión es lo que importa en Tigre: la posesión de la casa, de la isla, del saber, de los hijos, de las madres. Sobre el final, Tigre se vuelve un poco explicita a contrapelo del tono “metafórico” de toda la película, sobre todo en ese baile liberador de las mujeres, donde se disfrazan de otras mujeres, como si fuera un juego infantil y a la vez redentor. A pesar de su filiación demasiado explicita, de los muchos ejes que intenta desarrollar Tigre es una película más que interesante cuando desarrolla climas, cuando se instala y se apropia del espacio, cuando juega en los gestos de esas mujeres, cuando trabaja el sonido como un material más de la película. TIGRE Tigre. Argentina, 2017. Dirección: Silvina Schnicer y Ulises Porra Guardiola. Intérpretes: Marilú Marini, María Ucedo, Agustín Rittano, Lorena Vega, Melina Toscano, Magalí Fernández, Tomás Raimondi y Ornella D’ Elía. Guión: Silvina Schnicer. Fotografía: Iván Gierasinchuk. Música: Cruclax y Santiago Palenque. Edición: Delfina Castagnino, Damián Tetelbaum y Ulises Porra Guardiola. Dirección de arte: Pablo Gabian y Ana Wahren. Sonido: Nahuel Palenque. Distribuidora: Cinetren. Duración: 92 minutos.
EN LAS AGUAS DEL DESEO Y LO REPRIMIDO Con los cambios de clima, las sudestadas y las crecidas del río, lo censurado sale a flote. De eso se trata Tigre, la ópera prima del dúo de directores Ulises Porra y Silvina Schnicer. El film se encuentra filmado íntegramente en el Delta del Tigre, repleto de paisajes, sonidos, colores y una atmósfera particular que transporta a las aguas de uno de los deltas más anchos del mundo. La película trae la historia de una familia, deshecha y rearmada con un grupo heterogéneo de integrantes, que se instala en su casa del Tigre ante el peligro de un nuevo emprendimiento inmobiliario que amenaza con comprar dicha propiedad y disponer de ella a su antojo. Para tal propósito, la madre del clan, Rina (gran interpretación de Marilú Marini), se dispone a pasar cinco días en la cabaña isleña, sobrepasada de autorreflexión, introspección y nostalgia por un pasado que parece que se ha marchado para no volver. Dentro de su pasado traído al presente, se encuentra su hijo Facundo, que también se ha instalado en la isla, y quien parece no haber sanado las heridas de un pasado familiar que retorna inestable y con fuerza, al igual que las subidas y bajadas del río que los circunda. Otros seres extraños habitan la isla: la cuidadora de la casa, su hijo y otros jóvenes que parecen vacacionar en el Tigre y que ayudan a los protagonistas a acomodarse en la casa y a meditar la decisión de vender o no vender la propiedad. Simultánea y silenciosamente el delta, su inestabilidad, su constante fluir de las aguas, va calando a cada uno de los personajes, quienes van mutando hacia una incongruencia en su actuar, donde predominan los instintos más básicos y donde la razón parece haber perdido terreno. La locura, los celos, los deseos perturbadores se van apoderando de los personajes, habilitando un juego tanto en la composición de las imágenes, como en los diálogos, los planos secuencia, las escenas cortadas ante de tiempo y demás recursos técnicos, entre realidad verosímil y un realismo mágico que posibilita la realización de la incongruencia que envuelve y trasciende a los personajes y a la historia en sí. Las escenas acompañan el clima asfixiante que se va apoderando de la isla, los planos secuencia son silenciosos con un predominio de la naturaleza en su estado más salvaje, los diálogos por momentos son banales y por momentos muy profundos y existencialistas, los movimientos corporales de los actores son rápidos o intensivamente lentos, contradicciones que evidencian el cambio que la isla provoca en los personajes. Lo mismo sucede con el desenlace: ambiguo y abierto, potencia la incomodidad (en el buen sentido del sentimiento) que la historia y la forma en que está contada provoca en los espectadores.
Su narración va generando diferentes climas, resulta intimista, claustrofóbica, por momentos asfixiante, inquietante y misteriosa. El paisaje también es un personaje más y también genera sensaciones. Esta historia coral cuenta con la sólida interpretación de Marilú Marini y el resto del elenco sale airoso, además cuenta con un buen montaje y dirección.
Tigre (2017), la ópera prima de la argentina Silvina Schnicer y del catalán Ulises Porra Guardiola, merece su título geográfico. El Delta está siempre presente. La humedad, la vegetación, los ríos, los bichos, la sudestada, no son detalles pintorescos sino la expresión de un estado de ánimo y un reflejo de los personajes. Es un paisaje tan idílico como peligroso, donde hay paz y tranquilidad pero además desarraigo y violencia. Es violento, por ejemplo, el proceso de modernización que arrasa con las viejas viviendas de la zona. También lo es el pasado de la familia protagónica, que pretende hacerle frente a las grúas y topadoras, pero que tropieza con antiguos traumas irresueltos. Y lo son, además, los niños y adolescentes que se divierten, se pelean y se torturan debajo de los árboles, en las inmediaciones de la casa familiar. Sin embargo, Schnicer, Guardiola y el director de fotografía Iván Gierasinchuk no siempre encuentran soluciones visuales para evocar el misterio y la ambigüedad que parecerían exigir el guión y el entorno. Hay momentos inquietantes, como un extraño juego en el que dos chicos, sus caras deformadas por cintas adhesivas, le gruñen a una ¿amiga? que les responde con alaridos. Pero luego hay demasiadas tomas insulsas, aunque técnicamente irreprochables, de rostros enmarcados por fondos desenfocados, de texturas de muebles y adornos, del sol que se filtra por las ventanas, de la luz de un velador que ilumina cuerpos a la noche. Son imágenes que no sugieren nada enigmático sino que operan como fotos y videos en las redes sociales, trozos aislados que no terminan de armar una atmósfera o un sentido. Por suerte, el trabajo actoral compensa algunas de las flaquezas de la película. Marilú Marini y Agustín Rittano, como madre e hijo, componen una relación tensa y cambiante, construida a partir de sentimientos encontrados. María Ucedo, como una amiga de los protagonistas, es una figura escurridiza, moralista ante su hija pero más laxa con su propio comportamiento, siempre disconforme con algo, con su vida sexual o su desempeño maternal. El resto del elenco es más desparejo. Hay varios puntos flojos entre los más jóvenes, resignados a la inexpresividad o la recitación del diálogo. Pero todos los involucrados, con mayor o menor éxito, buscan expresar cierta dualidad, cierta alternancia entre la ternura y la miseria, que nos devuelve al espacio incierto del Delta, paraíso e infierno.
Tras pasar por varios festivales internacionales llega el estreno de la ópera prima de Silvina Schnicer y Ulises Porra Guardiola: Tigre. Esta ópera prima fue filmada íntegramente en el delta del Tigre, haciendo con esto que ese lugar le dé nombre al film y que, también, termine convirtiéndose en un “personaje” más de la historia. Así como el lugar es clave, los personajes interpretados por Marilú Marini y María Ucedo son quienes nos hacen entrar en la historia, en su viaje al delta para ocupar la casa de una de ellas y así tratar de que no sea usurpada por extraños con otras intenciones. Las dos actrices son las primeras de muchos personajes que se irán sumando para lograr, con la ayuda del espacio geográfico, dar más interés e intriga a lo que va sucediendo, con dos actuaciones impecables que destacan en la película. Otro punto fuerte de Tigre es la banda sonora, muy importante para ir adentrándonos en la isla y en las historias de cada uno de los personajes. Mujeres con deseos, con problemas de todo tipo, el despertar sexual, las relaciones familiares. Todo eso se va sucediendo en Tigre de una manera interesante y lograda, pero es cierto que acercándose al final todo lo que se contaba con sutileza comienza a ser más explícito.
Rina (Marilú Marini) tiene una casa en el delta del Tigre y necesita demostrar a una constructora, que se está apoderando de toda la isla, que su abandonada propiedad, en realidad no la está, para que no la desalojen gracias a una nueva ley y la obliguen a vender muy a su pesar. Con este panorama la protagonista llega a la casa acompañada por su mejor amiga, Elena (María Ucedo), a la espera de que lleguen sus hijos, amigos de ellos, y también una vecina. Todos juntos convivirán allí unos días la espera de la decisión final. Las amigas pasan las primeras jornadas bebiendo por demás, contándose sus problemas existenciales y fundamentalmente con los hombres, ya que ambas están solas. Mientras ninguno de los huéspedes hace nada y los domina el tedio, la quietud, el calor, los mosquitos, la crecida del río, etc., entre alguno de ellos la tensión sexual aumenta. En otro sector de la isla algo extraño ocurre, se cocina a fuego muy lento, que genera incertidumbre e intriga, porque hay una preadolescente fugada de su casa que vive con dos chicos y no quiere volver con su familia. El relato de esta ópera prima, pergeñado por la dupla Silvina Schnicer y Ulises Porra Guardiola, avanza jugando a dos puntas, que en ciertos momentos se entrecruzan, pero todo narrado muy lentamente, lo que padecen los personajes se transmite fielmente a la pantalla, en razón de que, por más que estén pasando el tiempo en la selva, son prisioneros de sus decisiones y del ámbito que los agobia. Lo que al comienzo parecía atractivo, luego se vuelve confuso, pues si bien están logrados los momentos intimistas entre los personajes, se aprecia un desbalanceo entre ellos, hay un sube y baja en la trascendencia e importancia de los mismos, como Elena que, en el primer tramo, está a la altura e importancia de Rina y luego se va desdibujando, transformándose en irrelevante. También los adolescentes, que en principio estaban para acompañar a los mayores adquieren una cierta preponderancia, que son funcionales para que fluya la historia, pero que no inciden en el resultado final. El problema principal que tiene esta película es que pivotea constantemente entre el drama y el thriller, pero no se decide por ninguno de los dos. Si el relato se volcaba a un drama, focalizándose entre el sentimentalismo de la madre y la practicidad del hijo que quiere vender la propiedad, estaba bien, pero no fue así. Si lo que importaba realmente era la vida de la chica fugada, también hubiese estado interesante. Pero la marcada indefinición le ganó al relato.