La dupla Mariano Galperín y Román Podolsky se sirven de un exquisito monocromatismo para componer ésta suerte de biopic surrealista y comprimida del artista Marcel Duchamp, centrándose nada más que en su fugaz estadía entre 1918 y 1919 en Buenos Aires. No hay una reconstrucción cronológica, tampoco un conflicto para ir siguiendo, de hecho, viendo la película uno podría decir que los meses que pasó en el país junto a su pareja Yvonne Chastel fueron de un ocio insoportable. Pero es durante el ocio cuando más fácil aflora la imaginación y eso es lo que aparentemente buscan los realizadores: introducirse casi de forma literal en los recovecos mentales del genio francés. Pensar con la cámara cómo se inspiraba, cómo todo lo que veía se volvía suyo, cómo se apropiaba del mundo hasta terminar deconstruyéndolo a través de su obra. Más que un filme de época, que como tal está encarado con un minimalismo excepcional: unos pocos personajes y un puñado de locaciones fotografiadas en un blanco y negro impoluto, Todo lo que veo es mío se propone como una experiencia donde prima lo visual. La percepción a partir de los ojos de Duchamp es hipnótica y difusa, incluso la audición a veces asordinada del mundo es como oír todo desde el interior de una piscina llena de ácido lisérgico. En este punto, Galperín y Podolsky sobrevuelan lo histórico con surrealismo, ficcionalizan con estilo y se permiten ciertos guiños anacrónicos a otros innovadores como Magritte, Pink Floyd o el mismo Luis Alberto Spinetta, todos bebedores directa o indirectamente de la influencia del creador del ready-made y figura central del arte moderno. Michel Noher es quien encarna al artista francés en una interpretación concisa, pero sin muchas aristas. Salvo ciertos momentos que revelan su lado más snob y excéntrico (usa máscaras y se trasviste, disfruta de un menage a trois y baila tango en una dionisíaca escena junto a Luis Ziembrowski) Duchamp vive sus días en Buenos Aires como un hombre serio y de pocas palabras que parece mantener la misma meticulosidad interna tanto al lijar una tostada quemada como al jugar una partida de ajedrez –una de sus máximas pasiones- cuando en el fondo, está siempre craneando ideas, inspirándose de todo aquello que se le cruza por las pupilas como un buen voyeur de lo cotidiano. El vapor que libera una cuchara con sopa, el modo en que rebota la piel al desprenderse los vellos del brazo, las sábanas agitándose por el viento, son además de fuente de inspiración para creaciones futuras, pequeñas secuencias sobre las que pivotea –y se sostiene- la película. En una de las tantas cartas que envía a Francia, donde la crítica a los argentinos “por ser brutos, de mal gusto y copias baratas de modelos europeos” es una constante, confiesa a un amigo que cuando esté de regreso habrá “cambiado muchísimo”, haciendo de su estadía en el país un caldo de cultivo artístico y no solo diez meses de ocio, disgusto y aburrimiento. Por Felix De Cunto @felix_decunto
Arte en fuga ¿Se puede vivir del arte?, o mejor dicho, ¿hacer de la mera existencia y la rutina una obra de arte inconclusa, un constante y angustiante proceso creativo que va mutando y acomoda por momentos o desacomoda piezas de un gran tablero? Quizás así se sintió el artista francés Marcel Duchamp durante su fugaz pero intensa estadía de diez meses en Buenos Aires. El pretexto de su llegada es uno de los estadios de una larga travesía generada por la huida de la primera guerra. Un viaje en barco y la incertidumbre en alta mar torció el timón hacia estas tierras, malas copias de la Europa que en ese entonces uno de los padres del arte moderno abandonaba para encontrarse con un país alejado de esa realidad y con personajes que según su mirada eran brutos con dinero. Volcarse al punto de vista de un artista y hacer de su mirada de extranjero la principal virtud es uno de los postulados que los directores Mariano Galperín y Román Podolsky -el primero con su experiencia en el ámbito del cine y el segundo desde su habilidad en la dramaturgia- que además consolidan esta película, supieron condensar una modesta producción para la reconstrucción de época sin caer en la tentación de la fidelidad con la etapa histórica a rajatabla. Es desde el minimalismo como concepto el espacio donde se construye esta insólita visita del artista francés. Y con la oscilación permanente del ocio aplastante al creativo, fuerzas invisibles que encuentran su mejor expresión en viñetas que coquetean con lo onírico o simplemente en escenas fragmentadas, las cuales no persiguen una lógica cronológica sino que se adaptan al transformador punto de vista del protagonista, a cargo de Michel Noher. La apuesta visual al blanco y negro genera un ambiente anacrónico muy sugestivo, al que se le suma un apunte lúdico en un juego de citas que refieren a figuras de tiempos futuros. Cabe recordar que los diez meses en que Duchamp estuvo en Buenos Aires comprendieron los años 1918 a 1919, por ello rescatar a Luis Alberto Spinetta, Pink Floyd o a Juan Domingo Perón, entre otros, deja los indicios del cambio de registro explícito y de la búsqueda artística por parte de de los propios realizadores. El ajedrez, una de las pasiones de Duchamp, quien pasaba horas jugando en solitario, los excesos en los placeres mundanos (la escena de menaige a trois por ejemplo) y la permanente necesidad de crear y destruir lo creado son elementos constitutivos de los rasgos artísticos de uno de los exponentes europeos más influyentes del siglo pasado, también la recuperación de algunas de sus cartas para dejar establecida la relación de amor odio con esta Europa decadente llamada Argentina.
Duchamp en Buenos Aires Mariano Galperín (1000 Boomerangs) codirige junto al dramaturgo Román Podolsky en su primera incursión en el cine, Todo lo que veo es mío (2017), película que relata de manera ficcional la estadía de Marcel Duchamp en Argentina en el año 1918. La película imagina los hechos y experiencias que un joven Duchamp (Michel Noher) podría haber realizado en Buenos Aires junto a su pareja (Malena Sanchez). Los directores parten de algunas cartas, única evidencia de su estadía, para recrear con un trabajo estético extraordinario distintos momentos de su vida cotidiana asociados a la creación artística. Marcel Duchamp, creador del arte abstracto, realizó una serie de cortometrajes de vanguardia en los años veinte (Anemic Cinema, 1926), posteriores a su viaje a Buenos Aires. Mariano Galperín y Román Podolsky imaginan el germen de dichas imágenes, sueños y vivencias que pudieron influenciar esos trabajos (el disco que genera formas circulares, los palillos que crean texturas y dimensiones, etc.). También son citadas sus obras plásticas y esculturas. Con un blanco y negro estético, y un gusto por los detalles, la película no olvida pasar por el tango, los anarquistas, las drogas, la icónica Buenos Aires de entonces, entre faroles y empedrados, para retratar cada episodio con el que Duchamp pudo toparse por aquellos años. El resultado es un film de ensueño, que de forma estética vislumbra de principio a fin pero que desatiende la narración convencional y, en su afán de homenajear al artista experimental, mezcla los fragmentos de una estadía de manera aleatoria sin priorizar unos sobre otros. Por momentos la película pretende ser más vanguardista que el artista, hecho que le juega en contra. No por nada Román Podolsky afirmó al respecto: “No quisimos retratar lo que le pasó a Duchamp sino lo que nos pasó a nosotros a partir de imaginar la estadía de Duchamp”. Las palabras sobran y las imágenes atrapan.
La influencia de Marcel Duchamp Dirigida a dúo por Roman Podolsky y Mariano Galperin, Todo lo que veo es mío cuenta la historia de Marcel Duchamp, famoso artista francés, durante su paso por Buenos Aires entre 1919 y 1920. Rodada en blanco negro, lo cual acompaña a la actitud de Michel Noher, protagonista del film, la película muestra lo cotidiano de la estancia del artista en Buenos Aires: se lo puede ver jugando al ajedrez (obsesión real de Duchamp) o intentando sacarle lo quemado a una tostada. Eso sí, por momentos este tipo de escenas tornan algo lento el film. A través de una voz en off que lee cartas o conversaciones con la co-protagonista, Malena Sánchez, quien interpreta a la musa de Duchamp, Yvonne Chastel, se intenta agregar al ritmo al largometraje, pero no termina de funcionar, todo queda como si estuviese de más. Algo que sí se puede decir que estuvo muy bien, es la reconstrucción de la época a partir de las locaciones, como el pequeño departamento de Duchamp o el pequeño palacio que visita, todo esto a pesar del notorio bajo presupuesto que se debe haber manejado.
En una habitación muy pequeña de un barco, un hombre joven de aspecto vívido quita de la pared un mapa enmarcado. Lo siguiente que hace es extraer dicho mapa de su marco y apoyarlo sobre un escritorio, contempla pensativo el papel hasta que lo firma con tinta en una esquina inferior, lo vuelve a enmarcar y lo lleva de nuevo a la pared. La firma reza “Marcel Duchamp”, y ese atrevido gesto fue el que catapultó el inicio del arte conceptual porque ¿cómo no haber escuchado acerca del urinario que el francés firmó como R. Mutt? ¿Los famosos ready – made? Esta es la historia sobre Marcel Duchamp y su estadía en Buenos Aires, dirigida por Mariano Galperín y Román Podolsky, en un film tan peculiar como el propio artista.
Se propone nada menos que reconstruir los diez meses que Marcel Duchamp pasó en nuestro país, los más misteriosos de su vida. Que cosas pensaba y como vivía, que cosas cambiaron su vida, como el mismo expresó, en que ocupaba sus días de aparente ocio y obsesión por el ajedrez (la única verdad histórica comprobada), como era el regalo en “Ready made” que le envió a su hermana desde Buenos Aires. Lo que intentan los directores Mariano Galperin y Román Podolsky es reconstruir sus laberintos mentales, su tiempo de repensar e inspirarse. Para ello eligieron el blanco y negro elegante y neto y transformaron cada fotograma es una pieza de arte de buen gusto y elegancia, imaginaron un itinerario lejos de la biopic tradicional. Mostraron atisbos de su extravagancia, utilizaron sus cartas para mostrar su pensamiento siempre inquieto, su mirada atenta, su genio presto. Claro que el resultado también es frío y un tanto alejado de la comprensión. Gran elenco encabezado por Michel Noher y un intento distinto, preciosista del cine nacional.
Relato ficcionado sobre la estancia porteña de Marcel Duchamp, filmado en bello blanco y negro que apuesta a correrse del relato biográfico convencional, a tono con la locura creativa de su personaje. Pero el resultado es algo estático, teatral y finalmente, poco atractivo.
Todo lo que veo es mío: Duchamp, esa extraña visita Habrá quien quiera interpretar Todo lo que veo es mío" como una suerte de biopic, interpretación más que arriesgada si se tiene en cuenta que el objeto de la temeraria aventura es nada menos que Marcel Duchamp, figura revolucionaria y trascendente del arte de este siglo que echó por tierra todas las barreras entre las obras de arte y los objetos de la vida cotidiana. El film explora uno de los costados menos conocidos de la vida del artista: su intempestiva visita a Buenos Aires, destino remoto y del que poco sabía y al que llegó desde Nueva York junto a su amiga Yvonne Chastel. Si el fantasma de la contienda lo había empujado tres años antes lejos de París, ahora elegía una ciudad todavís más remota. "Los Estados Unidos habían entrado en guerra en 1917", le contaba a Pierre Cabanne cincuenta años más tarde, "y yo, que me había ido de Francia por falta de militarismo o, si se quiere, de patriotismo, me enfrentaba a un patriotismo peor, el patriotismo norteamericano". Lo que buscaba Duchamp, como le explicaba a su amigo Crotti, era "cortar enteramente con esa parte del mundo". Y era esta vez una aventura pensada hasta en sus menores detalles: tendría una duración establecida de exactamente "27 días + 2 años". Días de paseos por una Buenos Aires bien lejos del centro de las vanguardias artísticas en la que Duchamp jugó mucho al ajedrez. Que según él "tiene toda la belleza del arte y mucho más, ya que "no puede ser comercializado: es más puro que el arte".
Los meses porteños de Duchamp Michel Noher interpreta al célebre artista durante su estadía en Buenos Aires. El año que viene se cumplirá el centenario de la estadía en Buenos Aires de Marcel Duchamp, que vivió aquí nueve meses entre 1918 y 1919. El misterio rodea a esa visita: no se sabe bien por qué vino, a qué se dedicó ni por qué se fue antes de lo previsto. Esta suerte de leyenda urbana real es el germen ideal para una ficción que imagine cómo fueron los días de uno de los artistas más influyentes del siglo XX en este rincón del mundo. Pero Galperín y Podolsky no intentan reconstruir los pasos porteños de Duchamp en términos realistas, sino que trazan un paisaje a la medida del personaje. Es decir: surreal, onírico, lúdico, en blanco y negro y en estricto francés, como para potenciar el efecto de extrañamiento. El único anclaje documental está dado por las cartas del creador del ready made, leídas por una voz en off. Allí, Duchamp (un correcto Michel Noher) expresa sus contradictorios sentimientos hacia Buenos Aires: de la admiración inicial pasa al desprecio. Paseos por unos bosques de Palermo utópicos, partidas de ajedrez unipersonales, un mate cebado con tetera, las andanzas del francés con sus amigas Yvonne Chastel y Katherine Dreier: los retazos que arman esta experiencia sensorial, dotada en algunos pasajes de una gran belleza visual.
La estancia de Duchamp en Buenos Aires es la excusa para este film que se estrena pocos días de su presentación en la Competencia Argentina del Festival de Mar del Plata. Entre 1918 y 1919 el genial y vanguardista artista francés Marcel Duchamp pasó diez meses en Buenos Aires y este film a cuatro manos entre Mariano Galperín y Román Podolsky reconstruye (o mejor, imagina) aquella estancia porteña de este referente de movimientos como el cubismo y el dadaísmo. Rodada en blanco y negro, con una elegancia y audacia formal que por momentos intenta sintonizar con el espíritu de su protagonista (Michel Noher), Todo lo que veo es mío se aleja de cualquier atisbo de biopic clásica. Más allá de algunas verdades históricas (como la obsesión de Duchamp por el ajedrez), la película -que va y viene en el tiempo- lo muestra “luchando” contra una tostada quemada en el desayuno, bebiendo, escuchando tangos, durmiendo o compartiendo charlas con su compañera y musa Yvonne Chastel (Malena Sánchez). Este acercamiento a la intimidad cotidiana de un genio (característica que nunca se percibe en el relato porque casi nunca se lo ve trabajando) resulta por momentos bastante superfluo y banal. La inclusión de una voz en off y textos de cartas o de una música permanente y poco convencional tampoco agrega demasiado y los mejores momentos tienen que ver con ciertos delirios artísticos o inspiraciones donde el artificio se hace más evidente y se percibe la excentricidad de Duchamp (la visión de una jirafa, el uso de disfraces, ciertos juegos eróticos). La reconstrucción de época es inteligente porque maximiza los elementos disponibles (se trata de una austera producción) y disimula las carencias. Ciertas escenas en un barco o un parque también le permiten a los guionistas y directores salir un poco del encierro del estudio/habitación del artista en una película vistosa, pero algo fría en la que -como curiosidad adicional- aparecen en pequeños papeles, entre otros, Luis Ziembrowski, Guillermo Pfening, Julia Martínez Rubio y Sergio Bizzio.
El enigma que rodea a la visita de Marcel Duchamp en Buenos Aires a principios del siglo XX, dio lugar a una serie de especulaciones que se instalaron en el imaginario popular y en el particular de los directores de esta película. A casi 100 años de tan distinguido y misterioso acontecimiento, Todo lo que Veo es Mío (2017) intenta dar cuenta de los días que pasó Duchamp en nuestro país, logrando como resultado un poema de imágenes en blanco y negro. A través de una serie de cartas que el artista escribió a sus amigos y colegas de Francia -único documento fehaciente y testimonio de su estadía-, el guión reconstruye los días de Duchamp entre las paredes de un departamento porteño, los paisajes de Palermo, el ajedrez y el mate, su nostalgia por New York y sus ansias de volver a París, mientras intenta adaptarse a una ciudad que le dio mucho en qué pensar y poco que hacer. Pero las manos de un artista no están nunca ociosas, es así que la película nos regala un bello retrato de estilo teatral conjugado con artes plásticas. Michel Noher interpreta a un Marcel Duchamp exquisito, enamorado de los placeres de la vida, pero frustrado por su exilio artístico en los confines del mundo. Aburrido de la ciudad y sus pretensiones, una ciudad que no tiene nada para ofrecerle, más que tiempo. Malena Sánchez es Yvonne Chastel, su compañera de aventuras y amante inquieta, quien opone mucha menor resistencia al atractivo de Buenos Aires y sus pormenores. Ambos se lucen en papeles que parecen hechos a su medida, mientras desfilan por las bellísimas postales que componen este largometraje. Con detalles que sólo la mirada de un artista puede captar, la influencia de la directora artística Lorena Ventimiglia se pone de manifiesto, en un trabajo delicado y perfectamente calibrado entre los directores y el resto del equipo.
UNA VISITA INESPERADA En Todo lo que veo es mío, los directores Mariano Galperín y Román Podolsky recrean la estadía que el artista Marcel Duchamp tuvo en Buenos Aires durante 1918, mientras escapaba de la crisis global por la Primera Guerra Mundial. De todos modos, lo que muestra la película no es más que una suposición, ya que se sabe poco sobre lo que hizo el artista en el país, más allá de algunas cartas a sus amigos en las que contaba cosas que sirvieron de inspiración para ficcionalizar este film. De esta manera, lo meses que pasó Duchamp en Buenos Aires son recreados a partir de algunas de sus obsesiones, como la que tenía con el ajedrez, además de la particular relación que mantenía con su compañera de viaje Yvonne Chastel y su amiga Katherine Dreier. Todo lo que veo es mío relata el enamoramiento que tuvo el artista con la ciudad y su paulatino desencanto: por ejemplo se sabe que en una de sus cartas llegó a poner “Buenos Aires no existe”. La película cuenta con un buen trabajo fotográfico en blanco y negro, y algunos pasajes remiten al imaginario publicitario, lo que empobrece varias escenas. En verdad la película muestra poco de la actividad de Duchamp, aunque se diga que está trabajando mucho, y cae en algunos clichés para mostrar obras que lo consagraron en su carrera (el famoso mingitorio aparece en un plano). Otro de los problemas de la película es que no se logra empatizar con los personajes secundarios porque tienen apariciones muy cortas o que sólo sirven para conformar un pequeño manual de estereotipos (los casos de Guillermo Pfening o Luis Ziembrowsky son evidentes en este sentido). Lo mejor está en las actuaciones de los tres protagonistas: Michel Noher, Malena Sánchez y la siempre solvente Julieta Vallina logran hacer creíbles sus personajes. Todo lo demás es muy superficial.
Aquí los directores intentan reconstruir la estadía que tuvo Marcel Duchamp en Argentina. El protagonista de esta historia se encuentra interpretada por Michel Noher junto a su musa Yvonne Chastel (Malena Sánchez), ellos van desarrollando sus gustos, pasatiempos y actividades artísticas. Cuenta con una buena reconstrucción de época, una buena estética (la película está íntegramente rodada en blanco y negro), entre otros elementos, además dentro del desarrollo hay una variedad de personajes que se encuentran interpretados por: Luis Ziembrowski, Guillermo Pfening, Julia Martínez Rubio, Sergio Bizzio, entre otros.
El multifacético Marcel Duchamp (Michel Noher) fue un gran creador y vanguardista, con notoria influencia en el movimiento dadá en las primeras décadas del siglo XX, e influyó con su obra plástica y escultórica a otros colegas, tanto europeos como estadounidenses, que tuvo un paso circunstancial por Buenos Aires, viviendo unos diez meses, entre 1918 y 1919. Por ese motivo los directores de esta producción, Mariano Galperín y Román Podolsky, con esta producción intentan recrear, con los pocos datos que se tienen, esa visita, qué es lo que hizo y para qué vino a nuestro país. Se sabe que arribó acompañado por una mujer, Yvonne Chastel (Malena Sánchez), aunque se ignora cuál era la relación que los unía. Más tarde llegó también del exterior otra amiga, Katherine Dreier (Julieta Vallina), pasando largas jornadas juntos, pero no vivía con ellos. Con esta escasa información los realizadores imaginaron la estadía de los tres en la Argentina. Filmada en blanco y negro, con locaciones y vestimenta de aquellos años, con pocos recursos pero mucha creatividad, lograron ambientar la historia y hacernos sentir inmersos en esa época. Lo que resulta un poco molesto es la no sincronización adecuada entre el movimiento de la boca de los actores respecto de la emisión sonora de los diálogos, ello debido a que el film está hablado en francés pero los texto son dichos por voces en off español. Los actores cubren adecuadamente a los personajes, se los aprecia cómodos y sueltos, tanto durante las escenas aletargadas, como en las que tienen que desarrollar un mayos desplazamiento escénico conforme a las exigencias de las acciones marcadas. La narración va y viene en el tiempo, y los podemos apreciar inactivos durante casi todo el día, hasta que Marcel descubre el ajedrez, dedicando sus jornadas para aprenderlo, dominarlo y jugarlo en soledad denotando una gran pasión, hasta que, finalmente, enfrenta a a adversario a los que vence ampliamente. Yvonne lo acompaña en esta aventura en la ciudad, hasta que se cansa y lo abandona. El film es una mera suposición de lo que vino a hacer Duchamp. Vivir la vida a su modo, sin un plan definido, y pasar el tiempo sin presiones o exigencias. También es un reconocimiento de que semejante artista haya decidido pasar unos meses aquí, alojándose en un humilde departamento intentando, “aporteñarse” un poco y ser un ciudadano más. El multifacético Marcel Duchamp (Michel Noher) fue un gran creador y vanguardista, con notoria influencia en el movimiento dadá en las primeras décadas del siglo XX, e influyó con su obra plástica y escultórica a otros colegas, tanto europeos como estadounidenses, que tuvo un paso circunstancial por Buenos Aires, viviendo unos diez meses, entre 1918 y 1919. Por ese motivo los directores de esta producción, Mariano Galperín y Román Podolsky, con esta producción intentan recrear, con los pocos datos que se tienen, esa visita, qué es lo que hizo y para qué vino a nuestro país. Se sabe que arribó acompañado por una mujer, Yvonne Chastel (Malena Sánchez), aunque se ignora cuál era la relación que los unía. Más tarde llegó también del exterior otra amiga, Katherine Dreier (Julieta Vallina), pasando largas jornadas juntos, pero no vivía con ellos. Con esta escasa información los realizadores imaginaron la estadía de los tres en la Argentina. Filmada en blanco y negro, con locaciones y vestimenta de aquellos años, con pocos recursos pero mucha creatividad, lograron ambientar la historia y hacernos sentir inmersos en esa época. Lo que resulta un poco molesto es la no sincronización adecuada entre el movimiento de la boca de los actores respecto de la emisión sonora de los diálogos, ello debido a que el film está hablado en francés pero los texto son dichos por voces en off español. Los actores cubren adecuadamente a los personajes, se los aprecia cómodos y sueltos, tanto durante las escenas aletargadas, como en las que tienen que desarrollar un mayos desplazamiento escénico conforme a las exigencias de las acciones marcadas. La narración va y viene en el tiempo, y los podemos apreciar inactivos durante casi todo el día, hasta que Marcel descubre el ajedrez, dedicando sus jornadas para aprenderlo, dominarlo y jugarlo en soledad denotando una gran pasión, hasta que, finalmente, enfrenta a a adversario a los que vence ampliamente. Yvonne lo acompaña en esta aventura en la ciudad, hasta que se cansa y lo abandona. El film es una mera suposición de lo que vino a hacer Duchamp. Vivir la vida a su modo, sin un plan definido, y pasar el tiempo sin presiones o exigencias. También es un reconocimiento de que semejante artista haya decidido pasar unos meses aquí, alojándose en un humilde departamento intentando, “aporteñarse” un poco y ser un ciudadano más. El multifacético Marcel Duchamp (Michel Noher) fue un gran creador y vanguardista, con notoria influencia en el movimiento dadá en las primeras décadas del siglo XX, e influyó con su obra plástica y escultórica a otros colegas, tanto europeos como estadounidenses, que tuvo un paso circunstancial por Buenos Aires, viviendo unos diez meses, entre 1918 y 1919. Por ese motivo los directores de esta producción, Mariano Galperín y Román Podolsky, con esta producción intentan recrear, con los pocos datos que se tienen, esa visita, qué es lo que hizo y para qué vino a nuestro país. Se sabe que arribó acompañado por una mujer, Yvonne Chastel (Malena Sánchez), aunque se ignora cuál era la relación que los unía. Más tarde llegó también del exterior otra amiga, Katherine Dreier (Julieta Vallina), pasando largas jornadas juntos, pero no vivía con ellos. Con esta escasa información los realizadores imaginaron la estadía de los tres en la Argentina. Filmada en blanco y negro, con locaciones y vestimenta de aquellos años, con pocos recursos pero mucha creatividad, lograron ambientar la historia y hacernos sentir inmersos en esa época. Lo que resulta un poco molesto es la no sincronización adecuada entre el movimiento de la boca de los actores respecto de la emisión sonora de los diálogos, ello debido a que el film está hablado en francés pero los texto son dichos por voces en off español. Los actores cubren adecuadamente a los personajes, se los aprecia cómodos y sueltos, tanto durante las escenas aletargadas, como en las que tienen que desarrollar un mayos desplazamiento escénico conforme a las exigencias de las acciones marcadas. La narración va y viene en el tiempo, y los podemos apreciar inactivos durante casi todo el día, hasta que Marcel descubre el ajedrez, dedicando sus jornadas para aprenderlo, dominarlo y jugarlo en soledad denotando una gran pasión, hasta que, finalmente, enfrenta a a adversario a los que vence ampliamente. Yvonne lo acompaña en esta aventura en la ciudad, hasta que se cansa y lo abandona. El film es una mera suposición de lo que vino a hacer Duchamp. Vivir la vida a su modo, sin un plan definido, y pasar el tiempo sin presiones o exigencias. También es un reconocimiento de que semejante artista haya decidido pasar unos meses aquí, alojándose en un humilde departamento intentando, “aporteñarse” un poco y ser un ciudadano más. El multifacético Marcel Duchamp (Michel Noher) fue un gran creador y vanguardista, con notoria influencia en el movimiento dadá en las primeras décadas del siglo XX, e influyó con su obra plástica y escultórica a otros colegas, tanto europeos como estadounidenses, que tuvo un paso circunstancial por Buenos Aires, viviendo unos diez meses, entre 1918 y 1919. Por ese motivo los directores de esta producción, Mariano Galperín y Román Podolsky, con esta producción intentan recrear, con los pocos datos que se tienen, esa visita, qué es lo que hizo y para qué vino a nuestro país. Se sabe que arribó acompañado por una mujer, Yvonne Chastel (Malena Sánchez), aunque se ignora cuál era la relación que los unía. Más tarde llegó también del exterior otra amiga, Katherine Dreier (Julieta Vallina), pasando largas jornadas juntos, pero no vivía con ellos. Con esta escasa información los realizadores imaginaron la estadía de los tres en la Argentina. Filmada en blanco y negro, con locaciones y vestimenta de aquellos años, con pocos recursos pero mucha creatividad, lograron ambientar la historia y hacernos sentir inmersos en esa época. Lo que resulta un poco molesto es la no sincronización adecuada entre el movimiento de la boca de los actores respecto de la emisión sonora de los diálogos, ello debido a que el film está hablado en francés pero los texto son dichos por voces en off español. Los actores cubren adecuadamente a los personajes, se los aprecia cómodos y sueltos, tanto durante las escenas aletargadas, como en las que tienen que desarrollar un mayos desplazamiento escénico conforme a las exigencias de las acciones marcadas. La narración va y viene en el tiempo, y los podemos apreciar inactivos durante casi todo el día, hasta que Marcel descubre el ajedrez, dedicando sus jornadas para aprenderlo, dominarlo y jugarlo en soledad denotando una gran pasión, hasta que, finalmente, enfrenta a a adversario a los que vence ampliamente. Yvonne lo acompaña en esta aventura en la ciudad, hasta que se cansa y lo abandona. El film es una mera suposición de lo que vino a hacer Duchamp. Vivir la vida a su modo, sin un plan definido, y pasar el tiempo sin presiones o exigencias. También es un reconocimiento de que semejante artista haya decidido pasar unos meses aquí, alojándose en un humilde departamento intentando, “aporteñarse” un poco y ser un ciudadano más.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
El cineasta Mariano Galperín y el dramaturgo Román Podolsky unen fuerzas en Todo lo que veo es mío, esta seudo biografía sobre el artista Marcel Duchamp durante su residencia en Buenos Aires a principios del siglo XX. No es muy difícil aventurarse a pensar que si bien Todo lo que veo es mío se trata de una codirección entre dos veteranos artistas argentinos de diversas ramas culturales, también podría verse casi como una secuela de Su Realidad -anterior obra del director de Dulce de Leche-, que ganó la Competencia Argentina del Festival de Mar del Plata en 2015. El concepto narrativo es similar. No atarse a una estructura fija, no seguir una linealidad temporal, con escenas, e incluso planos, aislados de un relato típico o clásico y una propuesta visual, por momentos, casi onírica e incluso abstracta filmada en blanco y negro. Al igual que en la obra sobre la gira de Daniel Melingo, Galperín toma el punto de vista de un artista que critica la realidad desde una visión simbólica y lúdica. Incluso desde los títulos elegidos le anticipa al espectador que lo que va a ver está casi dentro de la mente -o recuerdos- del personaje seleccionado para la ocasión. Y si bien, Galperín y Podolsky parten de cartas que Duchamp, desde su estancia en un departamento de Buenos Aires, donde convive con su novia Yvonne -elegante, expresiva y delicada Malena Sánchez-, le escribe a sus amigos y colegas de París, esto termina siendo más que nada una excusa para poder volar con la imaginación y retratar los movimientos artísticos rupturistas, y críticos, con la pintura de aquel entonces, movimiento que se estaba generando en todo el mundo a principios del siglo XX. Duchamp -notable, austero y minimalista Michel Noher- intenta vivir a lo bohemio en una Buenos Aires convulsionada, pero a la que le presta poca atención. Si bien dice que trabaja, los realizadores deciden exhibir mayormente su haraganería que sería funcional para la creación de obras claves, posteriores, como El gran vidrio (1923). Duchamp nunca se ató a ningún movimiento en particular y creaba a partir de lo que veía, mientras se obsesionaba con encontrar jugadas perfectas de ajedrez -parece que a Galperín le gusta mostrar a personajes solitarios jugando solos o contra sí mismos; ya lo hizo también en Su Realidad-. El atractivo de Todo lo que veo es mío pasa por esta posición lúdica, libre de grandes conflictos marcados, cargada de un espíritu bohemio a tono con el estado de los personajes. Esto no significa que no podamos ver en las miradas de ellos -especialmente en el de la periodista Katherine Dreier que interpreta Julieta Vallina- algo similar a la desolación y referido a la discriminación por parte de una sociedad altamente machista. Sin embargo es lejana la intención de los realizadores a hacer una bajada de línea directa. Entre contemplativa e íntima, Todo lo que veo es mío muestra celos y critíca a la aristocracia nacional, sin nunca pretender ser ambiciosa con la puesta en escena. Usando lo mínimo y necesario, la reconstrucción de época no es pretenciosa y, por lo tanto, no toma más protagonismo que la mirada del personaje, que es lo que más impera. Incluso, su manera de ver la economía es clave para comprender la desazón de Duchamp que no deja de comparar peyorativamente a Buenos Aires con Nueva York. El cuidado estético, los cruces de miradas, el buen humor -no es una comedia, pero lejos está de ser un drama de época pretencioso y solemne- son aditivos que, apoyados por una excelente banda sonora, convierten a Todo lo que veo es mío es una experiencia curiosa, disfrutable y magistralmente llevada a cabo.