“Tres hermanos”, una nueva película del director Francisco Paparella. La misma presenta una triada de hermanos rebeldes, solitarios y amedrentados por los avatares de una vida difícil en interior de la Patagonia argentina. Los mismos trabajan en un aserradero ubicado en el medio del bosque que ha sido azotado por el fuego y al límite de ser invadido por el agua. Además, el thriller de corta dinámica da cuenta de cómo sus tres protagonistas no poseen un plan concreto en sus vidas, con pequeños giros en el guion que sorprenden y un final inesperado. La película es coproducida por Río Azul Films, Pelícano Cine, Ecstasy Cine y Pequén Producciones.
Francisco Paparella presenta un desgarrador relato sobre identidades masculinas en descomposición y la imposibilidad de comunicarse de sus protagonistas. El sur como marco perfecto para desarrollar un intenso relato, doloroso, reflexivo, sobre cómo, pese a saber que lo incorrecto no es el camino, muchas veces los hombres deciden continuar por ahí.
Tres Hermanos es una potente película, donde el heavy metal de bandas locales como Malón y Horcas suena a menudo, rompiendo la calma del desolado paisaje patagónico.
Un jabalí cazado y luego desollado en primer plano, peleas brutales, golpizas, sexo básico sin amor ni cariño, tensión entre argentinos y chilenos, una naturaleza salvaje que “se toma revancha” de la tala indiscriminada de árboles y otros abusos con incendios e inundaciones, masculinidad tóxica, trash metal al palo (por ahí suenan Malón, Horcas y otras composiciones especialmente concebidas para la ocasión)... Y, en medio de ese contexto sórdido y ominoso, los tres hermanos del título, seres primitivos y disfuncionales por donde se los mire, afectos a todo tipo de excesos con las drogas y los puños, que nunca se han recuperado de los traumas familiares y (sobre)viven en un universo que -desde lo climático y la falta de oportunidades- resulta siempre hostil. Hipnótico en su entramado visual y sonoro, un poco subrayado en su exposición de un estado de violencia siempre latente que inevitablemente desemboca en explosiones de sangre y vísceras, el segundo largometraje del director de Zanjas (y segunda entrega de lo que Francisco Joaquín Paparella ha definido como “Trilogía del Río”) tiene una intensidad, una tensión y varios momentos de indudable potencia dramática y formal. Hay allí talento y hay también un universo con sus códigos propios, con el que a la distancia y desde cierta “corrección política” cuesta indentificarse y más aún empatizar. Cine visceral, crudo y desgarrador, con una relación con la naturaleza que remite por momentos al clásico Deliverance: La violencia está en nosotros, de John Boorman; y -más acá- a El aura, de Fabián Bielinsky; o El invierno, de Emiliano Torres, Tres hermanos resulta, más allá de cierta falta de sutilezas, pero sobre todo a partir de sus evidentes hallazgos, un muy buen segundo paso para un realizador que se expone, que arriesga, que va al frente sin medir consecuencias como Paparella.
El segundo largometraje de Francisco J. Paparella tras Zanjas (2015) está atravesado un grito que va haciendo eco en cada historia, en cada vivencia. El grito puede adquirir diversas formas, puede estar representado por la figura de un jabalí siendo apresado, por una noche de sexo áspero donde impera la sensación de brutalidad y un violento desapego del otro, o bien por una sesión de batería y ese sonido metalero que aturde, atosiga, incomoda. Además de su aspecto simbólico -Tres hermanos entrega fotogramas que arden y dejan huella por su contundencia-, la ambiciosa obra de Paparella también trabaja sobre una violencia más concreta, esa que se percibe en el accionar de los hermanos del título, unidos y escindidos por las mismas razones: esa falta de afecto familiar que resuena cada vez que intentan expresarse y el salvajismo toma control como una bestia dominante. El proceder de estos cazadores también carece de la naturaleza como manto protector. Por el contrario, la Patagonia está vista bajo el prisma de una ira latente que va saliendo a flote de las formas más primitivas. Los hermanos son fruto de un contexto donde la manifestación del miedo y la angustia (y ese lazo que ata ambos estados) solo se produce a través de la confrontación, la lucha, la concreción del deseo de manera descarnada, esos mismos gritos que se emiten una y otra vez como si la pelea de los protagonistas fuera, en realidad, con un mundo cruel donde reina lo sombrío. La película de Paparella arremete con una primera secuencia tan honesta como oscura y permanece fiel a ese universo hasta el desahogo final, uno en el que naturaleza, nuevamente, se fusiona con los individuos que la toman por asalto y de la que les es imposible encontrar una salida, un futuro promisorio.
"Tres hermanos", la tragedia amasada a fuego lento En medio de una naturaleza indómita, los personajes trazan un mundo en donde la masculinidad está asociada con la violencia, descargada y contenida. Si el cine fuera olfativo, Tres hermanos olería a madera, sudor y barro. A testosterona. El film de Francisco J. Paparella, ganador del Premio Especial del Jurado en la última edición del Festival de Mar del Plata, pinta un mundo herméticamente masculino, en el que la masculinidad está asociada con la fuerza, el esfuerzo, la violencia descargada y contenida. Las mujeres son descalificadas, forzadas o abandonadas. Salvo una, que como en el tango es la madre, cuya muerte no termina de ser elaborada por los hijos. Todo transcurre en un mundo primario, en medio de una naturaleza indómita y entre negocios no del todo legales, donde cazar un jabalí a cuchillo es un hábito. Todo tiene un aire trágico, pero implosionado, porque los hombres no deben demostrar sus emociones. Tres hermanos tiene lugar alrededor de un aserradero familiar ubicado en Río Negro, al borde de un bosque y de un río, cuyas aguas amenazan con desbordar una represa. Cuando Walter vuelve a la zona, tras haberse quedado sin empleo en la línea de buques de carga donde trabajaba, acaba de tener lugar un incendio. Uno más, cosa común en las inmediaciones. A cargo del aserradero familiar están el hermano del medio, Matías, y el menor, Marcos, que se disponen a hacer un traslado de troncos en forma ilegal, sin informarle a sus tíos, que son parte de la empresa. Si Walter se la pasa tomando cocaína, dando la sensación de que en cualquier momento va a estallar, Marcos estalla regularmente, tirando palazos a la batería de un grupo de heavy metal o haciendo tomas de jiu jitsu en un gimnasio. Si algún compañero lo doblega en un combate, si se lo cruza por la calle va y le parte la cara: su resistencia a la frustración es bajo cero. Matías, a su vez, tiene un problema serio, en la zona más simbólica posible en este mundo cerradamente masculino: un testículo. Y por supuesto que no se lo cuenta a nadie. La cámara es como si fuera el cuarto hermano. El más callado, el más introvertido, el más observador. Como la caza del jabalí, como lo dice la letra del grupo Malón que sirve de acápite (“acaricio la crueldad del mundo y su dolor”), el mundo de Tres hermanos es duro, despiadado, cerrado, y el relato se ajusta a él con sequedad, sin pedir permiso. “No servís”, le dice Walter a una prostituta, y se la saca de encima. Más tarde, cuando furtivamente se acerca a la casa de su ex esposa, para ver a la hija a la que no llegó a conocer, aquélla lo echa a gritos, sin dar alternativa a nada. En medio de un baile, Matías invita a una chica a salir un rato, luego a subirse al camión, y aunque ella le pide que se ponga un preservativo, él no le hace caso. Esto hace eco con el pasado de Walter, quien evidentemente embarazó a la madre de su hija y después se fue. Si la chica con la que Matías acaba de tener una relación llega a quedar embarazada, ¿él va a quedarse a su lado? ¿Cuando se trata de una relación circunstancial? Tanta implosión silenciosa (los hermanos solo dejan asomar un poco lo que sienten cuando recuerdan a su madre) tiene su correlato en la violencia del río, que amenaza con salirse de cauce y romper la represa. A menos que se lo desvíe, algo que un conocido advierte a Matías. No le hace caso, lo cual da lugar a una secuencia en la que la naturaleza se desborda, se vuelve salvaje, algo que no es habitual ver en el cine argentino, habitualmente tan calmo. Allí sobreviene la tragedia que se ha venido amasando a fuego lento, que hace eco, a su vez, con la muerte de la madre, y que los hermanos no han hecho nada por evitar. Como si siempre hubieran querido condenarse a ella, sin decir una palabra. De allí la violencia a fuego lento, que implosiona, implosiona, implosiona, hasta que rompe el dique.
El talentoso Francisco Paparella realiza este film, que junto con su anterior trabajo “Zanjas” completará, en un futuro, un tríptico dedicado al río. La Patagonia en las antípodas de toda visión turística se revela aquí en su grandiosidad violenta. Hombres brutales fruto de una tradición machista que no permite ninguna libertad. Todo lo contrario, para la relación de estos tres hermanos rige una cultura que atrofia sentimientos y deseos y solo deja aflorar tragedia y violencia. Para con ellos mismos, para el trato hacia la naturaleza. Ese entorno pisoteado y explotado hasta la tierra arrasada desata su propia explosión imparable. Todo lo mejor se conjuga en esta película. Un lenguaje cinematográfico pulido, una fotografía exacta, una manera de filmar el desastre ecológico que resulta increíble, a la par que se desmorona toda esperanza familiar en expresión de afectos. Contundente y brutal, la película nos deja sin aliento.
No hay un conflicto a desarrollar, cada uno de los hermanos tiene particularidades que atender en solitario, uno con cáncer a confirmar, otro que no pudo terminar de elaborar la muerte de su madre, por ahí se desliza el tema del suicidio, y el menor que quiere ser baterista de un grupo de heavy metal, aclarando, no quiere ser músico, solo baterista, algo muy de moda actualmente. Al no haber un conflicto que involucre a los tres, el filme se sostiene a partir de las bellas imágenes del medio ambiente, no dotando a los espacios naturales como solo un personaje más, sino que al final como único antagonista. Tres personajes que dejan mucho que desear, son misóginos por antonomasia, violentos, la relación entre ellos es igual, pero se demuestra sanguínea, lo que revela cierto apego entre ellos.
EL LADO OSCURO DE LA PATAGONIA Tres hermanos, segunda película de Francisco Paparella (Zanjas), trae un par de novedades dentro de ciertas estructuras repetitivas del cine argentino. Por un lado, el hecho de anclarse en la Patagonia, pero no desde la postal turística ni tampoco de la empatía y el rictus agradable que transmiten situaciones y personajes del cine de Carlos Sorín (La película del rey, El perro, Historias mínimas), cineasta que conoce minuciosamente ese paisaje. Pero, además, las imágenes que manifiesta Tres hermanos, por suerte, se toman vacaciones de la gran ciudad y de la zona palermitana, también de cierto minimalismo de la puesta en escena, para adentrarse en un espacio agreste, primitivo, abierto, con fuerte incidencia dramática. En los últimos años, esa incidencia de la naturaleza que cobra protagonismo se vislumbra en películas recordables o meramente aceptables como La araña vampiro, La novia del desierto, El invierno; Los salvajes, Al desierto, El monte y varias más. Es decir, un cine local tomándose licencia del Planetario y de diálogos cortantes (o nulos) para meterse de cabeza en una geografía deteriorada con personajes y conflictos particulares. Por esos caminos de alto riesgo transita la película de Paparella describiendo las rutinas de tres hermanos, con sus características específicas, exhibidas desde la crudeza más extrema, sin subterfugios ni sutilezas, despellejando cada escena, como ocurre al inicio con la caza del jabalí y el posterior desollado del animal. En ese espacio de supervivencia (con)viven Walter, Matías y Marcos, con música trash metal bien fuerte, sexo ocasional, machista y misógino, engaños laborales, cierto rechazo al vecino país Chile, escasos diálogos y una naturaleza que protege pero también intimida y asusta. Uno de ellos se queda sin trabajo, otro toca la batería y practica artes marciales, el tercero visita prostitutas. Son breves escenas filmadas al detalle por la cámara de Paparella que sirven para conformar un conjunto opresivo donde la calma y el nervio cotidiano pueden romperse en cualquier momento, como sucederá con ese dique protagonista cercano al final. Claro, Tres hermanos no es una película sutil que pide a gritos la complicidad del espectador. Va directo al asunto, sin rodeos, de la forma más cruda posible, despellejando entre toma y toma las miserias de tres hermanos, tres antihéroes que viven el día a día sin mirar para atrás pero tampoco desde la necesidad de plantearse un futuro venturoso. En medio de tanta escena salvaje, sin embargo, habrá lugar para más de un momento de corte poético, como ese dique que se hace añicos, la correspondiente inundación, la casa devastada, el jabalí podrido y ese solo breve de batería que transmite malestar, bronca, y hasta diría, una más que densa y peligrosa resignación.
Tres hermanos es el segundo largometraje como director de Francisco Joaquín Paparella, escrito junto a Lautaro Gimenez Lini. Y está protagonizado por Andy Gorostiaga, Emanu Elish y Ulices Yanzón, tres actores cuyo parecido físico vuelve verosímil su lazo fraterno. La historia, como indica su título, se centra en tres hermanos, huérfanos de padre y madre, que viven en un bosque de la Patagonia Argentina, y trabajan en un aserradero. Y cada uno le oculta sus problemas a los otros dos, afrontando solos sus luchas internas a la vez que afrontan las consecuencias de un incendio atroz ya que las futuras lluvias pueden provocar un alud. En primer lugar es necesario destacar el uso de una crudeza sumamente explícita que no da lugar a la sutileza del fuera de campo. Recurso que su director utiliza en la primera escena en la que muestra con lujo de detalles cómo cazan y descuartizan un jabalí, así como también en otras ocasiones en las que sus protagonistas utilizan la violencia como una forma liberan su bronca interna que no se animan a expresar de otra manera. Un párrafo aparte merece la fotografía, a cargo de Roman Kasseroller, quien capturó con su cámara tanto la belleza del paisaje como la hostilidad de su clima. Y que marca un fuerte contraste con el uso de una banda sonora compuesta por temas de metal argentino, que escuchan sus protagonistas a todo volumen. En conclusión, Tres hermanos es una película que, al igual que Nacido y criado, de Pablo Trapero, describe las dificultades de vivir en este clima hostil, que cumple además la función de purgatorio. Dando a conocer a un director que toma riesgos que marcan una diferencia con el común del cine independiente argentino, lo que le augura además un futuro interesante dentro de la industria local.
Siempre se agradece un largometraje que ponga algo de estilo a la puesta en escena. Hay un trabajo estético por encima del promedio, aunque eso no alcance para un resultado perfecto. Tres hermanos, cazadores y aficionados al heavy metal, luchan con sus problemas personales en la Patagonia argentina. Mientras tanto, el río vecino amenaza con inundaciones la finca familiar, lo que arruinaría la cosecha. La tensión va creciendo y la violencia es permanente. La película es bastante gráfica e incluso sórdida en la manera de mostrar el comportamiento primitivo de los tres protagonistas. Tres hermanos se inscribe dentro de una temática que el cine ha tratado muchas veces y que hoy parece olvidada. Sus búsquedas son auténticas pero los resultados son bastante dispares. Por momentos se ve algo forzada y pierde el rumbo narrativo. Hay un espíritu de cine, sin embargo, que la mantiene dentro de las películas interesantes.