Una olla a presión Apostando siempre a el cine de género, el realizador Ezio Massa se sumerge con este trabajo en una realidad palpable que se codea con la violencia y las consecuencias inesperadas que afrontan los personajes. En Villa, el director de Más allá del límite, Cacería y la inminente Día de los muertos, cuenta la historia de Freddy (Julio Zarza), Cuzquito (Jonathan Rodríguez) y Lupín (Fernando Roa), tres amigos que viven en la Villa 21 y sueñan con ver el partido de la selección argentina en un televisor a color. Cada uno recorrerá caminos diferentes ante una realidad que no les ofrece demasiadas oportunidades. Mientras Freddy consigue un arma y soporta humillaciones, Cuzquito ayuda a una señora mayor (Floria Bloise) a cargar con las bolsas del supermercado y Lupín ingresa a un local de electrodomésticos para tener un sitio preferencial ante el inminente partido. Ambientada en Argentina de 2002, la acción es registrada por una cámara en continuo movimiento que captura el convulsionado ambiente social de la villa, donde un sacerdote (Adrían Spinelli) intenta conducir a los chicos por el buen camino. Entre la denuncia y el relato enfocado en los caminos de los tres protagonistas, la película va preparando la "olla a presión" que estalla en los minutos finales.
Villa es el claro ejemplo de cómo con pocos recursos se pueden logran películas a la altura de grandes producciones o incluso mejores. Primero hay que dejar claro que no es un film masivo y que tampoco apunta a serlo, por lo que podemos trazar un paralelismo con su temática marginal. El director Ezio Massa se mete de lleno en la Villa 21 en una época complicada para nuestro país (mediados de 2002) y elige el comienzo del Mundial de Fútbol en Corea-Japón para contar la historia de cómo tres amigos hacen -por separado- para ver el primer partido de la Selección Argentina. Y aquí es donde la película transita por una delgada línea entre lo extremadamente real y lo inverosímil y hace que el espectador se sienta tanto de un lado como del otro dependiendo de la escena. El realismo aportado por los protagonistas, que vale aclarar que no todos son actores sino verdaderos habitantes de la Villa 21 que accedieron a formar parte de la producción, es extraordinario así como también la manera en la cual la cámara se va metiendo por los diferentes pasillos y ranchos. El uso de la jerga del lugar y las miradas aportadas por Julio Zarza (Freddy), Jonathan Rodríguez (Cuzquito), y Fernando Roa (Lupín) logra poner nervioso e incluso indignar, pero en el buen sentido porque pone a flor de piel la inseguridad y violencia por la cual muchos porteños han pasado. Pero por otro lado, ciertos recursos utilizados y un guión que no termina de cerrar hacen que todo ese universo recreado caiga en obviedades, clichés y estereotipos. En el aspecto técnico hay falencias que los espectadores más ávidos notarán pero que son muy comprensibles debido al bajo presupuesto. Ir al cine a ver Villa es aventurarse en ver algo diferente, disfrutarla o no dependerá de las exigencias de cada uno y el gusto por un cine menos convencional.
Con mucho nervio expresivo, una estructura cinematográfica atrayente y una interesante ubicación temporal, Villa propone un lúcido acercamiento a algunas criaturas de una villa de emergencia de la capital argentina. Ezio Massa, luego de Más allá del limite y Caceria, dos films diferentes entre sí y distantes en el tiempo, arriba a una película mucho más under que las anteriores, casi con espíritu de ópera prima. Tras la reconocida Elefante blanco, su visión acerca de los movimientos y el comportamiento de los habitantes de la villa es muy distinta, y las zonas son diferentes. Además, Villa transcurre en el año 2002, en pleno desarrollo del Mundial de Korea-Japón, recurso interesante de ambientación y narración. Tres jóvenes de ese cinturón urbano, al ser echados de una pizzería por tratar de ver la apertura del campeonato, se proponen ver, a como dé lugar, el primer partido de Argentina. La tensión irá en aumento hasta llegar a picos de violencia en distintos puntos del conurbano. Pese a ser un film ascético y poco discursivo, apela a apuntes didácticos sobre la Villa 21, oportunos y de buena factura visual. Las interpretaciones, que alternan actores profesionales y habitantes de la villa, son desparejas aunque con gran verosimilitud física, especialmente del trío protagónico. Fuera de ellos se destacan Diego Sampayo, Adrián Spinelli y la ya fallecida Floria Bloise.
Los excluidos En Villa, (2008) el realizador argentino Ezio Massa (Cacería, 2002) logra retratar el mundo de tres jóvenes marginales sin caer en la banalización de la violencia ni priorizar la estilización de la imagen por sobre la “crueldad” de su relato, recurso utilizado casi de manera sistemática por realizadores como Alejandro González Iñárritu o Fernando Meirelles . Cuzquito, Freddy y Lupín son tres muchachos que habitan la porteña Villa 21. Es el mundial de 2002 y el país se encuentra inmerso en una de las peores crisis económicas de las últimas décadas. Tras la falta de trabajo (y de oportunidades), muchos jóvenes se ven involucrados en actos delictivos y Cuzquito, Freddy y Lupín no serán la excepción. Villa es la metáfora perfecta de como las políticas neoliberales de los 90 devastaron al país y a su gente. Massa construye un cuadro realista de un momento crucial para la argentina en la piel de tres muchachos, que claramente actúan de esa forma porque la vida no les dio oportunidad alguna. No juzga a los personajes por lo que hacen ni tampoco los justifica por sus actos, pero si los encuadra dentro de un contexto social que permite entender el modo de actuar, sin por eso caer en la demagogia ni el amarillismo. Villa tiene muchos logros que la convierten en una película atrapante. Desde la forma elegida para encarar el relato como un thriller (neo)realista, pasando por la verosimilitud de sus diálogos, hasta el casting de actores oriundos del mismo lugar en donde se desarrollan los hechos. Massa logra transformar en cinematográfico un relato que bien podría verse a diario en cualquier noticiero de televisión pero mostrando el lado b de la marginalidad, para así poder entender por qué esos chicos llegan a hacer lo que hacen. No en vano se elige dejar fuera del campo visual del espectador las situaciones en que violencia se apodera del relato o mostrarlas ya no desde el más puro realismo sino transformarlas en videoclips. A diferencia de films en donde la estilización visual pesa más que el relato es sí mismo, Ezio Massa elige priorizar la historia (sin por eso descuidar la imagen) y las razones del por qué la violencia domina la racionalidad de aquellos seres marginados por una sociedad que en el fondo es culpable de esos actos. Una película que muestra las dos caras de la misma moneda. Sin moralismos, ni mensajes redentorios.
La marginalidad al ángulo Vino en cajita, el Gauchito Gil entre velas, armas, fútbol y la villa miseria: “el barrio”. El director formoseño Ezio Massa, que hizo su debut en el cortometraje Malevo, pinta de una forma cruda y directa la vida en la 21-24 de Barracas, uno de los focos más calientes de la ciudad de Buenos Aires. Con pocos recursos y mucha tensión, Villa exhala la bronca de una época donde la post crisis del 2001 se funde con el factor-distracción futbolero, el Mundial de Corea-Japón 2002 que obligó a millones de argentinos a vivir de madrugada en madrugada. El filme sigue los pasos de tres chicos del barrio, Cuzco (Jonathan Rodríguez), Freddy (Julio Zarza) y Lupin (Fernando Roa, que actuó en El Polaquito) quienes a cualquier precio buscarán ver el debut de Argentina, contra Nigeria, en un televisor a color. La voces en off de los protagonistas explican los límites y características de “el barrio”, al que Massa filma varias veces desde lejos, como espiando su interior, en una película de gueto, 100% de género. Cuzquito, el más chico del trío, se caracteriza por su gesto fiero y dureza, y gana la confianza de una anciana vecina (encarnada por la fallecida Floria Bloise) para entrometerse en su vivienda. La tensión vivida en el hogar de la mujer es de lo más logrado del filme. Freddy es el paria de la villa, hundido en los excesos, rencoroso y con aires de soberbia, cuyo lenguaje son las balas. Un gran acierto del filme es la musicalización con Carajo (con el tema Chico granada), la percusión de La Chilinga y la verba dura del Sindicato Argentino de Hip Hop que le da a la película un carácter entre sórdido y con mucho nervio. Los personajes secundarios como el Padre Tito (Adrián Spinelli), Bocha (Diego Sampayo) y el Gordo Miguel reflejan el argot villero a la perfección, realismo puro. Esta realización escapa del esteticismo fílmico que tuvo Ciudad de Dios, una de las películas emblemas, y se podría emparentar con la exitosa Elefante blanco de Trapero, rodada tres años después. En Villa, el fútbol y la marginalidad se entremezclan tal como ocurrió en La ciudad oculta (1989) de Osvaldo Andéchaga, ambientada durante la realización del Mundial de 1978 de Argentina, donde se buscó erradicar a la villa miseria Manuel Dorrego.
Una odisea en el margen Cinco años tardó el formoseño Ezio Massa para estrenar esta película, a pesar de que tuvo un buen recorrido internacional y de que aborda un tema que no es moneda corriente en el cine argentino. El antecedente más notorio es Elefante blanco , de Pablo Trapero, ambientada también en una villa de emergencia, filmada a posteriori, pero estrenada antes que el film de Massa, quien aprovechó para lanzar un dardo sobre el tema: "Me llamó la atención que me dijeran que no podía estrenar porque la miseria era una tema que no interesaba y que él haya conseguido salas tan pronto. Encima me enteré de que su película también se iba a llamar Villa ", declaró hace unas semanas el realizador, visiblemente molesto. Disputas al margen, lo cierto es que las de Trapero y Massa son películas muy distintas. Villa no tiene ninguna estrella en su elenco -casi todos los actores viven en el escenario del film, la villa 21 de Parque Patricios-, apuesta por un argumento sencillo e intenta evitar la moraleja: tres pibes deben arreglárselas para ver el debut de la selección nacional en el Mundial de Corea-Japón 2002, un objetivo pedestre para muchos que se convierte en una pequeña odisea para ellos. En eso la película acierta: logra dejar bien claro que en la vida cotidiana de la gente de las clases más marginadas cada pequeño detalle puede convertirse en un problema explosivo. Massa narra las peripecias de los protagonistas apelando a encuadres poco convencionales y un montaje nervioso. El efecto que provoca esa decisión es ambiguo: subraya la distancia entre el director y ese mundo que eligió describir, arrimándose incluso al lenguaje televisivo, lo que le resta profundidad y potencia, algo parecido a lo que ocurría con la exitosa Ciudad de Dios , uno de los grandes éxitos del cine brasileño de los últimos años. La película funciona mucho mejor, en cambio, en una lograda escena de interiores, cuando un mafioso negocia la entrega de un arma a uno de los protagonistas. Esa secuencia tiene tensión, buenos desempeños actorales y una resolución novedosa. Es evidente que el cine argentino no llega hasta el territorio que Massa ha recorrido en esta película porque no sabe muy bien qué hacer con él. Que Massa se haya animado a darle visibilidad a ese mundo con reglas propias que está a la vuelta de la esquina, pero por lo general decidimos ignorar es valioso. Es su perspectiva personal la que naturalmente denota Villa , que abre la puerta para que aparezcan otras..
Fútbol para todos es la historia de tres amigos que viven en la villa 21: Freddy (Julio Zarza), Cuzquito (Jonathan Rodríguez) y Lupín (Fernando Roa). Durante el mundial 2002, organizado en Korea y Japon, son echados de un bar mientras miran un partido de la selección argentina. A partir de ahí los amigos prometen que el próximo partido van a verlo en una buena tele. Con ese objetivo en mente, cada uno va echando mano a los recursos que se le presentan para poder ver el partido, ya sea colándose en algún lado, robando, o usando el ingenio. Se va haciendo de noche, la hora del partido se acerca, y veremos si los protagonistas han alcanzado su objetivo, y qué tuvieron que hacer para lograrlo, qué opciones eligieron, si la suerte los ayudó un poco, y cuales serán las consecuencias. Con esta historia como excusa, la película nos muestra de forma muy realista la vida en la villa, con imágenes de estilo documental, incluso con una voz en off que nos aporta datos del lugar. Así vemos el contexto y la realidad de estos tres chicos. La marginalidad interna, y los prejuicios externos. Con una buena fotografía, un muy buen uso de los recursos técnicos y actores creíbles, muchos de ellos residentes de la villa, la película recrea el ambiente sin maquillar la realidad, simplemente mostrando lo que está ahí. Por momentos la historia principal se desdibuja un poco, entre tanta estética de documental, pero el relato no cae en lugares comunes, y expone una ficción con mucho de realidad.
Cuando a finales de los ’90 se dio a conocer el llamado NCA (Nuevo Cine Argentino), una camada de jóvenes directores apareció para otorgarnos un aire fresco a base de nuevas temáticas y problemáticas actuales. Así, uno de los tópicos mas frecuentes fueron las historias de “barrios bajos”, la abulia de la juventud de esa época, y las consecuencias que la década que estaba terminando había dejado en nuestra sociedad. Ezio Massa es un director al que por contemporaneidad no podríamos ubicar dentro del NCA, su primer largometraje data de 1994, y aunque tiene largos años de trayectoria su filmografía no es muy extensa, aunque sí muy variada. A las tardíamente valoradas Más allá del límite, El último duelo (realizada en EE.UU.), y Cacería, suma ahora Villa, un ejercicio en el estilo de aquellas Pizza, Birra, Faso y Mundo Grúa, pero imprimiéndole un sello personal y distintivo. Nos ubicamos en la caótica Argentina de 2002, Freddy, Lupín y Cuzquito son tres jóvenes de diferente edad que viven el día a día en la Villa 21. Es el año del mundial Corea-Japón y las expectativas generadas por la selección de fútbol argentino son grandes. Al comienzo del film, los tres serán echados de una pizzería cuando quieran observar a través de la vidriera la ceremonia y partido inaugural, luego de tratar infructuosamente de conseguir otro televisor que funcione correctamente, ese simple hecho les hará un clic, se prometerán entre sí ver el primer partido de la selección como Dios manda, en el mejor televisor que puedan. De ahí en más veremos las peripecias de cada uno para tratar de conseguir su promesa, algo que para cualquiera podría resultar fácil de cumplir, pero que para ellos tres traerá importantes consecuencias, personales y en el grupo de amigos. Massa se dispone a contar un relato de seres marginados, excluidos; pero lo que diferencia a Villa de otras similares es el tono en el que cada una de las tres historias es narrada. Cada uno de los protagonistas tendrá una historia y una suerte diferente, pero el resultado final no priva de cierta dosis de esperanza, de que no todo estará perdido para todos; y en esto ayuda también cierta cuota de gracia agradecida. Ni los unos ni los otros son mostrados como villanos o personajes con maldad, cada uno hace lo que puede y reacciona según su origen de una manera comprensible. Esto hace que más allá de la simpleza del argumento, la película se siga con el suficiente interés. Julio Zarza, Fernando Roa, y Jonathan Rodríguez componen al trío protagónico, y de los tres el único con cierta experiencia previa es Roa. Los tres provienen de ese ámbito y otorgan mucha naturalidad, sobre todo Jonathan, el más chico de los tres, que otorga crudeza y ternura en cuotas iguales. Es imposible desde la butaca no sentir empatía por cada uno, la compenetración con los personajes es tal que hasta logra crear cierto suspenso en el devenir de lo que será su suerte en lograr ver el partido. Massa hace un uso de la cámara prolijo, algo apurado como es común en estos relatos, y en este sentido, la banda sonora propicia en canciones con temática sobre la villa es otro buen acierto. Los nombres más conocidos de Adrian Spinelli (como un cura de la villa) y Floria Bloise (como un anciana que se relaciona con Cuzquito) otorgan la suficiente cuota de profesionalismo. Villa puede ser vista como una película que otorga algo de originalidad a un estilo de cine que, parece mentira, brilló hace ya más de 10 años. Bienvenido sea algo de esperanza dentro de un entorno tan violento como el que viven día a día estas personas; una esperanza sin ser edulcorada, falsa; si algo tiene Villa es conciencia de la realidad. No todos serán finales felices, la vida para ellos no es un lecho de rosas, y por eso, una anécdota tan simple como lo es ver un partido de fútbol, puede transformarse en un round para ganarle a la dura rutina diaria.
Situaciones creíbles en un todo imperfecto Se estrena con años de demora esta película filmada en la 21 y alrededores, al calor del Mundial 2002 Japón/ Corea. El asunto es sencillo: se viene el Mundial y todos quieren verlo en colores. El cura trata de conseguir un aparato para que (atendiendo la diferencia horaria) la gente de trabajo pueda reunirse en la parroquia y ver los partidos bien temprano antes de irse a sus obligaciones. Y los que no son gente de trabajo, tratarán de darse maña para conseguir uno por las malas. En eso andan Lupin, de pelo teñido, y Cuzquito, que le roba el televisor al viejo y después tendría que robarse la antena. Un pícaro y un tiernito. El pícaro llegará a gozar su primer tiempo de piola, y casi en tiempo de descuento sacará a relucir habilidades ocultas. El otro tendrá la suerte de dar lástima. Tal vez eso lo salve, si puede darse cuenta. Pero hay uno más, torvo, mal orientado, el Fredy, que todavía charla con el cura pero ya en tono amargo. No le dice padre, sino "curita", en doble sentido, porque su ayuda es apenas como un parche. Le encarga que cuide a una chica que no supo querer. Y va a hacerse el macho afuera, sin suficiente perspicacia pero con todas las ínfulas. Y con un fierro. Hay otros personajes, peores o menos malos, en mayor o menor situación de riesgo, incluyendo un gordo al que arrestan porque, según declara el policía, "no se puede estar tan en pedo en la via pública". Y hay un partido que cada uno mira desde distinto lugar y con diferente fortuna: el Argentina-Nigeria del Burrito Ortega, Verón, Sorin, el Cholo y Batistuta dirigidos por Bielsa. No hay, qué lástima, un guión suficientemente elogiable. Lo afectan ciertos enlaces, varias simplificaciones. En cambio, hay mucha veracidad. Fredy podrá ser como un sucesor de Alias Gardelito, pero es más verdadero, menos literario. Y algo similar pasa con el resto. Es lógico. A ese personaje lo encarna Julio Zarza, que sabe de qué se trata (después hace de cura en "Elefante blanco", pero ahí no supieron aprovecharlo). A Lupin, Fernando Roa, el "Vieja" de "El polaquito", que también sabe desde chico cómo son las cosas y ya tiene creciente curriculum actoral, en vez de prontuario policial como alguna vez le habrán augurado. Y al Cuzquito, Jonathan Rodríguez, cabeza de familia desde chico porque al padre lo mató una bala perdida. Autor, Ezio Massa, un formoseño enorme, imponente y sensible, que ya tiene en su haber dos policiales de situaciones creíbles, "Más allá del límite" y "Cacería", y ahora está filmando una de fantasía sobre el Dia de los Muertos. A propósito, en la escena de un negocio de artículos del hogar aparecen tres autores locales de cine de terror: los hermanos Adrián y Ramiro García Bogliano (clientes) y Fabián Forte (vendedor). Y luego, Tetsuo Lumiere y Sebastián Tabany (proveedores).
Ezio Massa cuenta una historia en una villa, el trabajo de un cura, quiénes quieren salir, quiénes piensan que sólo tienen un destino de delito y venganza. No es un tema nuevo, pero tiene verdad en sus actores, no se banaliza ni estiliza la violencia.
Por cuestiones de presupuesto, post producción y demás avatares de la industria, “Villa” se estrena unos cinco años después de haber sido realizada. ¿Por qué es importante saberlo? Porque si se hubiera estrenado en 2007 ó 2008, aproximadamente, hubiésemos visto mucho del estilo que se usa hoy en cuanto a manejo de cámara en mano, encuadres en movimiento, compaginación vertiginosa y, sobre todo, la intención de no caer en estereotipos a la hora de retratar personajes de las zonas marginales de Buenos Aires. Si es por esto, “Villa” sería, por ejemplo, un gran antecedente de algunas cosas que luego vimos en “El puntero”, la telenovela de canal 13. Situada en 2002, la trama central gira en torno Fredy (Julio Zarza) Lupín (Fernando Roa) y Cuzco (Jonathan Rodríguez), tres chicos de la villa 21 que desean fervientemente ver el primer partido que la selección Argentina de fútbol jugaría en el mundial de Corea-Japón. Los tres se conocen de allí; tienen y entienden los mismos códigos de la villa y buscan el mismo objetivo, aún en el marco de la estación Buenos Aires, Pompeya y Constitución. La primera toma es casi una declaración de principios al poner símbolos contextuales en la mente del espectador. El Gauchito Gil, una vela que se enciende con impronta de rezo y esperanza, una pistola y las espaldas de alguien que lleva una campera que dice “inseguridad”. Pero Ezio Massa no se queda con lo meramente anecdótico. Va por más al dotar a los protagonistas con una naturalidad funcional, no sólo a ser creíbles, sino también a transmitir aquello que subyace en el texto. Hay un dejo de resentimiento hacia la circunstancia que los atraviesa. Los tres saben que hay un mundo con más oportunidades pero que no les toca en suerte vivirlo. Se genera entonces un clima de tensión y de rebeldía latente hacia la coyuntura social en donde se mueven. Sobre todo cuando los planes para ver el partido se van cayendo. Cada paso hacia esa obsesión de ver el cotejo Argentina-Nigeria se va tornando más pesado, más comprometido, y en especial mejor tamizado para que el mensaje salga a la luz. Porque los podemos ver robando plata, sí; pero también la ropa (pantalón y saco) que permita entrar a un bar de mala muerte y ser tratado con dignidad, sin que esto signifique una justificación o una redención hacia la delincuencia. Mucho menos una bajada de línea. Por eso, en “Villa” el fútbol de la selección (sin otra bandera que la argentina) en 2002 no es casual. La vuelta a casa en primera ronda de aquel mundial también fue un símbolo de la debacle a nivel país si pudiéramos trazar un paralelo entre aquella selección y una nación también lujosa, vistosa y rica, pero condenada al fracaso por la impericia de los que la manejaban.