Esos raros peinados nuevos El derrotero de un adolescente regiomontano que emigra obligadamente hacia Estados Unidos y lucha por mantener su identidad es el eje central de Ya no estoy aquí (2019) segundo largometraje de ficción de Fernando Frías de la Parra (Rezeta, 2012; y también director de la serie Los Espookys de HBO). La historia de Ya no estoy aquí se ubica en el sexenio del gobierno del presidente mexicano Felipe Calderón y gira sobre Ulises Samperio (Juan Daniel García), un adolescente de 17 años, oriundo de Monterrey, que lidera a “Los Terkos”, un grupo de amigues que pasa los días escuchando cumbia rebajada (una manipulación técnica que ralentiza el tempo de las cumbias convencionales) y yendo a bailantas donde actúan bandas pertenecientes al movimiento “Kolombia”, representantes de una contracultura única de Monterrey que combina los sonidos de Colombia con el chicano del norte. Es en ese momento cuando el narcotráfico toma las calles de Monterrey y absorbe a las pandillas pertenecientes a la contracultura. Luego de un inesperado choque de bandas, Ulises debe huir a Nueva York para salvar su vida pero pronto se da cuenta de que preferiría regresar a Monterrey antes que enfrentar el desarraigo. Ya no estoy aquí, ganadora del Ojo a Largometraje Mexicano en el Festival Internacional de Cine de Morelia, expone de manera brutal la discriminación de los jóvenes pertenecientes a la corriente Kolombia. Fernando Frías de la Parra busca establecer un vínculo entre la música y la juventud condenada por su contexto social de discriminación, desigualdad y falta de oportunidades. Flecos, melenas decoloradas, vestimenta “extra large”. Estos jóvenes encuentran en el baile y sus amigues lo que la sociedad les niega. La música no los expulsa de ese sistema del que ya se cayeron. Que el protagonista se llame Ulises no es una casualidad. El guiño a Homero y a Joyce es evidente y queda claro sin ningún tipo de eufenismos. Ya no estoy aquí es un coming-of-age, una película de pandillas, un musical espontáneo, una historia de amor, encuadrada en los cimientos del cine de mafias y por qué no del western urbano. Pero por sobre todas las cosas Ya no estoy aquí resulta una película profundamente política, tanto por lo que se muestra como por la forma en que se decide mostrarlo.
El director de Rezeta y de la elogiada serie de HBO Los Espookys se centra en su segundo largometraje en la historia de Ulises Samperio, un adolescente de 17 años que vive en las colinas de Monterrey e integra Los Terkos, un grupo que combina la cultura Cholo con su amor por la vieja música colombiana y su pasión por el baile. Tras la muerte de su hermano y en medio de unos violentos enfrentamientos entre pandillas dedicadas al tráfico de drogas, se ve obligado a huir de urgencia y radicarse en la no menos decadente zona de Jackson Heights, en el Queens neoyorquino. Mientras añora su tierra, a sus amigos, a su música y a su danza, nuestro querible antihéroe (siempre con vestimentas y peinados extravagantes) comienza a comunicarse de a poco (él no habla una palabra de inglés) con Lin, una inmigrante de 16 años de origen chino que se siente atraída por el particular universo personal de Ulises. Entre pegadizas cumbias y vallenatos, bellas coreografías de baile y una sensibilidad que le permite eludir el pintoresquismo, el guionista y realizador Fernando Frías de la Parra concibe una película de iniciación, de desarraigo y desamparo en un mundo globalizado, multicultural y cosmopolita que en ciertos momentos puede ser fascinante, pero en muchos otros resulta hostil, sórdido y desgarrador.
Historia de identidad, violencia y desarraigo, registrada casi de manera documental, la propuesta de Fernando Frías de la Parra nos demuestra que en tiempos de globalización, pérdida de valores y homogeneización, la resistencia, desde un peinado o música, puede dar sentido a la vida de todos.
Se estrena solo por seis funciones en la Lugones y no hay que perderse esta segunda película del mexicano Fernando Frías de la Parra, que paso por el Festival de Mar del Plata y resulta sorprendente por muchos motivos. Es una historia de desarraigo, de alguien que debe huir hacia los Estados Unidos, un chico que ignora el inglés, que por un error de de distintos grupos de pertenencia provoca una venganza que deviene en matanza. Un adolescente que solo quiere bailar cumbia en su Monterrey natal, una “kolombiana” adaptada a su entorno, que propone una coreografía única, unos ropajes y peinados muy definidos , un fanatismo que solo expresa una voluntad de identidad cultural tan fuerte que lo hace sobrevivir. Violencia en las calles, drogas, represión, un atisbo de amor y un ritmo que se mete debajo de la piel, a pesar de lo terrible que muestra. Sin discursos, con inteligencia, esta todo lo hay que saber para conmocionarse y entender. Actores muy jóvenes y frescos, un estilo ágil y musical. Un director para tener en cuenta.
"Ya no estoy aquí", personajes en los márgenes El director mexicano examina y expone los fragmentos de una vida sin artilugios, ni grandilocuencias, ni apremios narrativos. Las luces de alerta se encienden ante una película sobre el desarraigo de un adolescente mexicano obligado a cruzar ilegalmente la frontera con Estados Unidos luego de tener problemas con un cartel narco: no es descabellado imaginar una historia que mezcle miserabilismo for export, denuncia social, una corrección a prueba de toda lógica dramática y el mesianismo de un director convencido de que la silla plegable es un púlpito desde el cual decir sus grandes verdades. Pero Fernando Frías de la Parra –un nombre a tener muy en cuenta de aquí en adelante– sabe que el mejor cine político es aquel que no necesita gritar y entiende que sus ideas se desprenden del accionar de sus personajes, de la puesta en escena, de una decisión estética que evada el registro urgente, sucio y “realista” asociado a este tipo de películas. Quizá por eso el recorrido de Ya no estoy aquíen festivales europeos fue prácticamente nulo. Sí pasó por el Festival de Mar del Plata, aunque en la sección secundaria Nuevos Autores. Merecidísimo el rótulo de autor para Frías de la Parra, alguien que firma mientras filma, aun cuando su película tenía condiciones de sobra para competir en los apartados principales. Ya no estoy aquí tiene la misma convicción de ese cine independiente estadounidense que se hace lejos de la lógica de Hollywood. Un cine que examina y expone los fragmentos de una vida sin artilugios, ni grandilocuencias, ni apremios narrativos. A la manera de Sean Baker en toda su filmografía pero en especial en Prince of Broadway(2008), los personajes se mueven en los márgenes, en un ámbito de violencia constante y con pocas oportunidades para salir adelante, que sirve como contexto para observar los ritos y costumbres que fungen como pilares constitutivos de una identidad grupal a la vez que personal. Todo transcurre en las montañas de Monterrey, al norte de México, donde los narcos se expanden como el coronavirus por Europa, timoneando la economía local y satisfaciendo necesidades que el Estado no puede -¿no quiere?- satisfacer. Los jóvenes, en su mayoría provenientes de entramados familiares complicados, vagabundean de sol a sol, contenidos por sus grupos de pertenencia. Pero la tentación de dejarse abrazar por los tentáculos de los carteles locales, con sus promesas de lujo, bienestar y mujeres, está presente. La banda de Ulises se llama Los Terkos y sus integrantes se distinguen por sus ropas holgadas y peinados con forma de casco de soldado romano, esto es, una cresta vertical en el centro de la cabeza, nucas rapadas y los cabellos laterales alisados cubriendo las orejas. Se autodenominan “kolombianos”, por pasarse días escuchando cumbia ralentizada. Tanta cumbia escuchan, que hasta parecen habitarla, volverla física, ya sea en fiestas bailables o en los restos de ese edificio a mitad construir al que llegan para experimentar una libertad que difícilmente consigan al ras de la piso. Una libertad de letras tristes y melancólicas dedicadas a un pasado que los chicos no conocieron pero que igual añoran y que le permite a Frías de la Parra lograr momentos de indudable belleza e intimidad. Hasta que un malentendido con ese cartel obliga a Ulises a escapar a Nueva York, en un viaje que será cualquier cosa menos fácil. Parra elude las postales turísticas de la Gran Manzana para internarse en una zona de clase media-baja laburante de Queens donde conviven diversas corrientes inmigratorias y un crisol de acentos. Un país nuevo, sin amigos, familia ni papeles, con pocas posibilidades de volver (“Si venís, olvídate de mí”, le dice muy dulcemente la madre durante una llamada desde el exilio) y ni media palabra de inglés en su vocabulario: difícilmente alguien podría esperar una llegada menos auspiciosa. Más de un ojo entrenado esperará una sobredosis de sordidez y violencia. Pero no, por el contrario, con la llegada de Lin –la nieta de 16 años del chino que comanda un minimercado– el mexicano rumbea hacia una luminosa fábula de aprendizaje y maduración, abrazando así el género “coming of age” y llevando a Ulises a la última parte de un viaje luego de un viaje que lo convertirá en alguien totalmente distinto al que era. Notable reflexión sobre las repercusiones de la violencia en la juventud y la cultura, Ya no estoy aquí termina, como no podía ser de otra manera, con una buena cumbia al palo.
La contracultura es una contestación al sistema, o algo así dice el director de esta cinta que fue proyectada en la edición número 34 del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata y que ahora llega a nuestras salas comerciales. Lo cierto es que, con dureza y referencialidad al mismo tiempo, retrata los modos de vida propios de los sectores sociales marginalizados, con todas las cuestiones que esto conlleva. «Ya no estoy aquí» sigue a Ulises, un adolescente que vive en un barrio humilde de Monterrey, ciudad fronteriza con Estados Unidos, quien debe emigrar a Nueva York luego de enfrentarse a una pandilla que lo amenazó de muerte. Además, el protagonista forma parte de Kolombia, una contracultura surgida en el año 2011 en México que tiene como eje principal la pasión por la cumbia colombiana. Hay varios tópicos que se entrecruzan a lo largo de la película: la identidad, la comunidad, la pertenencia y la segregación social. Todas estas cuestiones son abordadas con profundidad, dando como resultado un retrato respetuoso y honesto de la realidad latinoamericana, en la que abundan casos como los que la película trata. Con un fuerte guión compuesto antes del rodaje y modificado durante la filmación para adaptarse mejor a los modismos de Monterrey, la cinta sostiene un ritmo ameno en sus 105 minutos de duración. Además, la cumbia tiene un papel preponderante no solo en la vida de Ulises, sino también en la esencia de la película: suena en todo momento, ya sea para regalarnos una secuencia de los personajes bailando o para mostrarnos cómo el protagonista se abstrae de las crueldades de su mundo cuando tiene los auriculares puestos. Esto crea un universo en el cual es imposible no sentirse, de alguna manera, partícipe. Por otro lado, las interpretaciones también son un punto a destacar. Todos los actores que forman parte de la pandilla de los Terkos encarnan su personajes con naturalidad, aunque esto se entiende al saber que ninguno de ellos eran profesionales y que hay mucha carga de sus propias historias en sus papeles. Si bien todos están muy bien y le ponen el cuerpo a los momentos de baile, quien se destaca y brilla en pantalla es Juan Daniel «Derek» García Treviño en la piel de Ulises. De esta manera, «Ya no estoy aquí» funciona como una perfecta muestra de los sectores sociales que son excluidos y estigmatizados, pero que encuentran su identidad y pertenencia en movimientos que hacen suyos. Frente a la violencia, las drogas y el barrio humilde que a veces parece un callejón sin salida, los Terkos — la pandilla a la que pertenecen Ulises y sus amigos— responden con cumbia como elemento de unión y resistencia. Es una cinta que por momentos incomoda y entristece, pero esto es porque sabemos que hay poco de ficción en esta historia. Podemos cambiar los nombres, los países y la forma de hablar, pero esta realidad es compartida por todo el continente latinoamericano. En síntesis, «Ya no estoy aquí» es una película que resignifica el lugar de la cultura propia de los barrios bajos, que muchas veces es juzgada y señalada por la clase alta pero que es totalmente constitutiva de la identidad de sus habitante, a la vez que expone la problemática de la marginación. Así, Frías de la Parra trae una historia cruda, que no anda con medias tintas ni romantiza la pobreza, sino que la retrata con una desgarradora honestidad.
Se estrena en la Sala Lugones del TGSM, Ya no estoy aquí, escrita y dirigida por Fernando Frías de la Parra. Un relato original y crudo de inmigración en los Estados Unidos. Ulises debe viajar hacia otras tierras, encontrar nuevos rumbos, porque en su hogar ya no está seguro. El mexicano Fernando Frías de la Parra propone con Ya no estoy aquí una odisea distinta. El viaje de un antihéroe que debe escaparse de los monstruos de su tierra natal, que le impiden cumplir con sus sueños, para enfrentar otros monstruos, los de la gran ciudad, con sus reglas antinmigratorias y sus prejuicios raciales. El protagonista de este relato (interpretado por el novel y soberbio Juan Daniel García Treviño) es un notable bailarín de cumbia colombiana de un pueblo mexicano que está al borde de la frontera con Estados Unidos. El personaje forma parte de una tribu urbana que se dedica a bailar en forma solitaria este género musical y participa de distintas competencias locales, donde los artistas logran expresar corporalmente todo aquello que el contexto les prohíbe. La educación de Ulises, y sus compañeros, proviene exclusivamente de youtube y las redes sociales, y así también ganan adeptos. Sin embargo, el entorno violento del protagonista acaba malogrando sus sueños. Ulises termina siendo testigo del asesinato de su hermano, por parte de una de las tantas bandas que se disputan el tráfico de droga en el pueblo. Para no poner en peligro su vida, y la del resto de su familia, Ulises cruza la frontera y termina en Brooklyn, donde encuentra pequeños trabajos que lo ayudan a subsistir, pero su negación a aprender inglés y a relacionarse con otras personas, le impiden sobrevivir fácilmente. Una narración sólida y atrapante, una cámara inquieta y en mano (que recuerda el estilo de Ciudad de Dios, pero con menos manierismos publicitarios) y verosímiles interpretaciones de un elenco no profesional, son las herramientas con las que el director de la serie Los Espooky, consigue un retrato crudo y seco de la vida de un inmigrante ilegal en Estados Unidos. A través de los ojos de Ulises, Frías, exhibe la paradoja de un joven al que la sociedad estadounidense obliga moralmente a adaptarse o lo termina expulsando para que enfrente sus temores en su pueblo natal, donde está condenado a muerte. Frías desnuda, sin juzgar, a un personaje nómade y noble, que no encuentra su lugar en un mundo violento, en el que debe dejar sus sueños y aspiraciones atrás, y elegir vivir de acuerdo a dos sistemas: uno criminal y otro de rigurosas leyes sociales y judiciales, pero que ninguno forma parte de su visión como persona o artista. Ya no estoy aquí también es una suerte de coming of age, donde el personaje va descubriendo diversas facetas de su personalidad. Aprende a trabajar por un sueldo, tiene una especie de romance con la nieta del dueño de un almacén chino en el que vive, despierta sexualmente, sale a un universo que le es ajeno. Pero su propio resentimiento y rebeldía adolescente le impiden adaptarse completamente. El miedo y la paranoia por ser encontrado, son la principal adversidad que tiene Ulises. La película de Fernando Frías de la Parra empieza con un ritmo frenético, capturando la esencia y reglas de unas tribus muy específicas de este sector de México, olvidado por el gobierno y las autoridades; denotando la forma de captación y lavado de cerebro que tienen las bandas narcos, para centrarse en las experiencias del protagonista y crear un camino del héroe, distinto y asfixiante. A la hora de metraje, el ritmo se resiente un poco y algunas situaciones son un poco reiterativas, pero promediando la última media hora, el director retoma la adrenalina y la tensión inicial para generar un cuento angustiante. Para este punto de la narración, el guionista-realizador ha concretado una empatía absoluta entre el personaje y el espectador, porque gracias a un excelente diseño del personaje, sin discursos ni subrayados, consigue sacar todas las capas y matices de Ulises. Uno logra identificarse con él, sentir sus mismas contradicciones, identificarse con sus desventuras. Y acaso esto es lo más sensato y coherente a la hora de comprender las diferencias culturales y vicisitudes que se atraviesan en estos puntos geográficos. Entender la periferia y mimetizarse con sus conflictos es fundamental para sacar los prejuicios, romper con los estereotipos y evitar la discriminación social. Frías lo logra porque no subestima la inteligencia del espectador ni de los personajes. No apela a trucos digitales (salvo en una escena de tiroteo) ni clisés. Y a pesar de un par de golpes bajos, y algunas escenas un poco demagógicas donde está al borde de volverse morboso con las carencias de su criatura, nunca pierde completamente la brújula ni la coherencia narrativa. Y esa es la fortaleza de Ya no estoy aquí.
Un adolescente mexicano, devoto de la cumbia (cierto modo de la cumbia), de sus amigos, de su cultura, emigra amenazado por la violencia del narco. Por miedo se desarraiga en Nueva York, por miedo –y por amor– desea volver. Con una enorme precisión narrativa y alrededor de personajes complejos y humanos, Frías de la Parra logra un fresco muy vivo, lleno de ritmo, color y emociones, directo y moderno, sobre algo más grande que su contexto: la idea de pertenencia.