La dignidad de los nadies La ópera prima de Hermes Paralluelo muestra la vida cotidiana de tres niños cartoneros en Villa Urquiza, un suburbio cordobés. A través de una serie de planos largos que capturan diálogos repletos de verdad, el documental Yatasto (2011) resulta un testimonio de vida que no cede en ningún momento ante el sensacionalismo al que estamos habituados. Alguna vez Godard dijo que un travelling es un decisión de orden moral, señalando la responsabilidad que todo realizador tiene cuando elije no sólo lo que va a mostrar, sino de qué forma. En Yatasto vemos muchos tópicos a los que la televisión nos ha acostumbrado: trabajo precario, exclusión social, niñez jaqueada por los imperativos del mercado. Pero mientras que en aquel formato prima lo maniqueo, el melodrama inescrupuloso y falseado, la trivialidad ante las formas de presentación del dolor ajeno, en este documental impera la nobleza y el respeto. Con especial detenimiento en tres niños y pre-adolescentes (Bebo, Pata y Ricardo; de 15, 14 y 10 años respectivamente), Paralluelo captura con extensos planos el entorno en el cual viven. En donde hay mucho trabajo (la rutina implica cartonear y a veces pedir comida) pero también hay esperanza, respeto y aprendizaje. Tal vez no el tipo de aprendizaje con el que estamos familiarizados, pero el mejor al que el mundo les ha permitido aspirar. Más cerca de la pátina impresionista que del docu-drama minuciosamente estructurado, sorprende la espontaneidad con la que el realizador echa luz sobre los tres chicos, quienes en ningún momento parecen estar condicionados por el dispositivo cinematográfico. Las mejores secuencias son aquellas que los exponen en el carro, en donde la fluidez de los diálogos señala significativos datos acerca de sus percepciones sobre la familia, el trabajo (metonímicamente, el caballo remite a él) y –claro- el porvenir. Yatasto muestra con mayor detenimiento a Ricardo, el menor. En uno de los momentos de mayor luminosidad, sostiene una charla con su abuela en donde se cuelan factores de orden universal, como el traspaso de la experiencia y la mirada de una generación sobre la otra. Al mismo tiempo, el documental da la sensación de capturar una red simbólica que refiere a la devastación que produjo las políticas neoliberales en el país. En el trayecto del viaje se pasa de un barrio paupérrimo a otro de clase media. Sin resentimiento, los niños ven las oportunidades que el paisaje les ofrece. Y, claro, también aparecen las preocupaciones, no sólo por conseguir dinero, sino por la madre ausente y la vida errática del padre. Junto a De Caravana (2010) de Rosendo Ruíz y un puñado de cortometrajes cordobeses, el documental de Paralluelo confirma la diversidad temática y estilística de la provincia mediterránea. Como en los clásicos de siempre (Los cuatrocientos golpes, de Truffaut, por citar un caso) y en recientes films locales (Una Semana Solos de Celina Murga), Yatasto es la mirada a un sector de la infancia, registrada con la cámara de frente y no por encima del hombro. En definitiva, un panorama sobre la niñez postergada, pero con la vitalidad que, tal vez, la lleve hacia un futuro mejor.
Cámara testigo No estamos ante un documental más sobre cartoneros, como podría pensarse. Esta opera prima constituye un muy cuidado trabajo de ensayo sobre ese grupo social -en este caso en el barrio de Villa Urquiza, una zona poblada de desechos en la ciudad de Córdoba-, con una elaborada puesta en escena en cada momento, cada cuadro de la vida de dos chicos que se inician en el oficio. Bebo y Ricardo conducen un carro de caballo por las calles de la Docta y la cámara es testigo de sus charlas y situaciones de vida cotidiana. Pero no un testigo cualquiera: su ubicación radica siempre en un sitio privilegiado, casi mágico, que le permite lograr en planos fijos imágenes notables, quizás demasiado bellas aunque no puedo acusarla de estetizar la miseria porque aquí no la hay: los personajes viven con dignidad su carácter de trabajadores, los chicos aprenden un oficio, enseñanza que reciben de la abuela, pionera en la tarea de “juntar para ganar plata”. Ella es la jefa de ese hogar donde Bebo y su hermana lamentan la ausencia de la madre, el alcoholismo del padre, en conversaciones tan naturales y espontáneas que el espectador se pregunta en qué medida siguen alguna consigna. Hay aquí un extraordinario trabajo con el espacio, la forma y el color, en esos lugares de detritus y un sabio uso de la luz natural. Magníficas todas las tomas de los caballos que ama Ricardito, las de amasijos de hierros, y sobre todo, las de esos pequeños carreros que la cámara toma casi en primer plano, mientras hablan un dialecto que, por suerte, viene con subtítulos. Con De caravana y ahora con Yatasto, comprobamos que el cine argentino no se limita a Buenos Aires.
Valioso documental cordobés casi en su totalidad filmado sobre un carro de cartoneros . Mostrar la pobreza extrema es una experiencia que hemos revivido en cuantiosos films documentales, diagnosticar a una sociedad desde sus falencias como radiografía de lo que puede no verse en la superficie sirve y nos enriquece, nos ayuda a comprender, tomar conciencia, debatir…
Retrato de la dura realidad de un barrio cordobés El treintañero Hermes Paralluelo nació y se formó en Cataluña, pero recaló en Córdoba para rodar en las calles de esa ciudad un film que retrata con nobleza, profundidad, rigor y sensibilidad la cotidianeidad de los habitantes de Villa Urquiza, un barrio periférico y muy pobre de la Docta. En su ópera prima, que excede por la categoría de su puesta en escena y la inteligencia de su construcción el simple marco del documental observacional, Paralluelo pone el énfasis en las experiencias de vida de tres chicos -Bebo (15 años), Pata (14) y Ricardito (10)-, quienes a bordo de un carro tirado por un caballo recorren la ciudad en busca de comida, cartón, papel o cualquier elemento que les permita paliar un poco su precaria situación económica, exacerbada por la ausencia de la madre y el alcoholismo del padre (la abuela toma el lugar de jefa de familia). Película sobre la paternidad (o, mejor, sobre cómo incide su ausencia), sobre la transmisión de un oficio (el de los carreros o cartoneros) de generación en generación, sobre una familia, sobre un barrio, Yatasto logra una intimidad infrecuente con sus protagonistas (que mantienen ante la presencia de la cámara sus propios códigos y su particular forma de hablar), pero también una dimensión mucho más amplia a la hora de exponer la profunda fractura social que aún subsiste en el país. Sin subrayados ni demagogias, con una honestidad brutal y sin descuidar las mejores herramientas del lenguaje audiovisual, Paralluelo da otro ejemplo contundente del gran momento que atraviesa el nuevo cine cordobés.
Crónica de niños solos Documental sobre chicos cartoneros que conducen carros con caballos. En la calle, la pobreza es unánime y transparente: lo que no tiene matices, no se piensa o directamente no se ve. En los medios, lo que queda al margen de la caracterización “ la gente” y ocupa, con suerte, secciones policiales. En casi todos lados, una amenaza: no de caer en ella, sino de ser “atacado” por ella. En política y en cine, demasiadas veces, una herramienta, una excusa, un estilo retórico o incluso estético. Siempre, en el fondo, injustamente, la otredad. Yatasto , opera prima de Hermes Paralluelo, se anima, en cambio, a mirar a la pobreza de frente, desde adentro, sin demagogia ni preconceptos ni estereotipos ni golpes bajos: sin hablar en nombre de; con una naturalidad difícil de encontrar en otros documentales intimistas. Entonces es cuando dejamos de hablar de pobreza -generalización, prejuicio, vaguedad- y hablamos de personas, con nombres y vidas y sueños postergados; de gente, sí, que no se automargina del sistema sino que busca entrar en él (los porqué quedan para otro filme). En Villa Urquiza, barrio suburbano de Córdoba, Paralluelo se centra en un grupo de chicos, en el vínculo que tienen con sus caballos y los carruajes con los que juntan cartones y desechos. Sin estridencias -sin voces explicativas en off, sin músicas piadosas, sin búsqueda de alegorías conmovedoras-, a través de un magnífico trabajo de campo, logra mostrarlos en su trabajo diario y también en sus vínculos familiares, casi siempre complejos y fragmentados. La película está estructurada en largos planos fijos, trabajados minuciosamente desde la fotografía -basada, aun en interiores, en la luz natural- y el sonido. La desenvoltura de los chicos frente a cámara, el olvido de que se encuentran ante un dispositivo cinematográfico (de puestas elaboradas) hace que nos sintamos frente a una buena ficción. Lo que ocurría, por mencionar a otro documental premiado en el BAFICI, en Unidad 25 , que también impactaba con diálogos que parecían guionados, salvo por el hecho de que los diálogos guionados suelen sonar artificiales. Acá, en cambio, todo fluye como en cualquier vida, incluso con destellos de humor y esperanza. Aunque el trasfondo sea triste. Como el de esa nena que le dice su hermano -mitad en serio, mitad en broma- que de grande será policía, para encarcelar a su padre y tenerlo más tiempo junto a ella.
LOS VIAJES DE RICARDITO La extraordinaria ópera primea de Hermes Paralluelo consigue evitar la explotación miserabilista (y piadosa) de la pobreza gracias a un registro justo y laborioso sobre la vida de algunos habitantes del barrio Villa Urquiza. El plano inicial de Yatasto es la aparición de un mundo. La oscuridad prevalece por unos segundos hasta que paulatinamente el fuego que calienta el mate matutino va imponiéndose. Ricardito y sus compadres han madrugado. Empieza un día entre otros, y los protagonistas, más que ponerse los guardapolvos para ir a estudiar, vestirán sus buzos, alimentarán su caballo y se prepararán para una larga jornada de recolección. La ciudad de Córdoba se transformará en un inmenso paisaje móvil y un escenario laboral. Desde el carro, los jinetes van en búsqueda de su alimento y manutención. Lo que es basura para algunos constituye mercancías para otros. Se trata de una empresa familiar, que implica un saber que se transmite por generaciones. Yatasto es, entre otras cosas, una película sobre educación: la abuela es una pedagoga por excelencia y sus nietos son grandes aprendices. Pero no todo es trabajo. Los desposeídos tienen descanso, juegan, sueñan. En las casas, la televisión suele estar prendida, pero no necesariamente para ser vista. Es una intromisión omnipresente de un mundo inconmensurable, casi paralelo, pero que no impide la conversación. A Ricardito, el más chico de todos, le gustaría ser jockey y tiene talento como percusionista. Yatasto revela la inaccesible experiencia de los pobres. Su retrato los dignifica, pero el filme encuentra la distancia y la forma justas para evitar naturalizar la pobreza, que siempre debería ser considerada una anomalía. Así, el microcosmos develado, el de una familia organizada en un difuso orden matriarcal ligado a la recolección de elementos de descarte como eje de la economía doméstica, síntoma estructural de una macroeconomía disfuncional, es comprensible a través de un sistema de registro en el que la inmovilidad social de sus criaturas es percibida por un doble juego formal destinado a detectarla: un paradójico travelling fijo (la cámara fija sobre el carro) y una obstinación por planos medios, casi siempre fijos y en un enrarecido contrapicado. No se avanza, no hay horizontes. Es por eso que el supuesto viaje del pequeño protagonista, Ricardito, que dice al final del filme haber ido a Santiago del Estero con su padre, resulta esencial. La movilidad, el turismo, el viaje iniciático es un privilegio de los otros, que viven en una economía específica. Los “miserables” no viajan, y si lo hacen es sólo por trabajo; son hombres golondrinas, hombres mulas, pero jamás hombres enteramente libres. La movilidad es un privilegio de clase en nuestra economía oficial. En ese sentido, el (no) viaje de Ricardito, incluso su ironía al decir que en donde estuvo ni siquiera tienen señal los celulares, es un cierre extraordinario, enigmático y mucho más que una ocurrencia de su protagonista. Es el negativo de nuestras vidas.
La política en el cine El cine no es tanto una cuestión estética como política, o mejor: la forma (la estética), es una cuestión esencialmente política, pues determina precisamente el modo en que el cine muestra (e interactúa con) el mundo. Yatasto es la demostración acabada de la naturaleza y del destino político del cine, en su más íntimo sentido, pues es un filme que (se) abre (a) nuevos horizontes, y que además es capaz de interactuar con un Otro absoluto, construido por la sociedad. Yatasto confirma así la misión libertaria del cine, pero no porque haga algún tipo de proselitismo (o porque tenga buenas intenciones), sino todo lo contrario: porque se anima a abordar su objeto de una manera política, es decir dialógica. Lo consigue sobre todo gracias a que Hermes Paralluelo piensa la forma en función de su objeto, y allí está su posicionamiento político: el gran logro de su película es abordar un universo absolutamente estigmatizado por la sociedad desde el respeto y la sinceridad, y entonces se vuelve libertaria, simplemente porque logra habitarlo. Hay entonces una voluntad verdaderamente antropológica en Yatasto, que surge del modo en que están dispuestos (pensados) los planos, ya desde la formidable escena de apertura, donde un aparente fundido a negro se revelará como la síntesis perfecta de las condiciones existenciales de sus protagonistas: niños que viven a la intemperie, que deben prender un fuego en la fría madrugada para vencer la oscuridad, y prepararse para lo que será una larga jornada de trabajo. La tercera escena los mostrará ya en acción: Bebo (15 años), Pata (14) y Ricardo (10), subidos a un carro que es su única esperanza de supervivencia, hablando y riendo como cualquier chico, pero con la necesidad de procurarse el pan de cada día. Se trata de un plano medio pero cerrado sobre sus tres protagonistas, que ocupan casi todo el frente de la pantalla, mientras que por atrás y a los costados (en un uso virtuoso, y políticamente revolucionario de la profundidad de campo y del sonido) se asoma el mundo, la sociedad cordobesa. Tales planos secuencia, que acompañan el trayecto del carro pero siempre con nuestros protagonistas al frente, permitirán sumergirnos de lleno en su universo, asomarnos como observadores privilegiados a sus existencias, lograr una intimidad inusitada con ellos, hacernos parte de sus vidas. La nobleza formal de Yatasto asegura así una experiencia única que sólo puede dar el cine, que tal vez no sea mucho más que una ventana privilegiada hacia otros mundos. El cine como un arte del encuentro, como un espacio donde la otredad se nos revela en una nueva dimensión, un pasaje hacia un diálogo que de otra manera sería imposible, acaso utópico. Entonces asistiremos a las experiencias cotidianas de los protagonistas, diálogos llenos de significados donde los jóvenes expondrán su visión del mundo, sus conflictos con padres y madres ausentes o sobrecargados de trabajo, sus preocupaciones centradas casi exclusivamente en la obtención de dinero, sus conversaciones sobre el oficio del carrero y la educación, la clara conciencia de sus límites existenciales, y la modesta esperanza en conseguir alguna mínima mejoría en un futuro soñado. También aquí, gracias a esa formidable estructuración de los planos, podremos ver su relación con la sociedad, que si no los recibe con tristes dádivas, lo hace a los bocinazos: Yatasto se convierte indirectamente en un estudio sobre nosotros, aquellos que quedamos adentro del sistema, y nos obliga a enfrentarnos a nuestra peor cara, sin protecciones ni salvavidas a mano. Por Martín Iparraguirre
Postales de un duro oficio familiar Cada tanto, alguien se fija en los niños carreros. Cirujitas al mando de un resignado caballo, a veces un jamelgo, en un viejo transporte medio enclenque. También a veces, con suerte, alguien ajustó los tablones y cambió las ruedas originales por otras de auto, que tienen sus ventajas y dan cierto aire de modernidad. El vehículo es más moderno, digamos. No así el cirujeo, ni el trabajo infantil. Como sea, ellos están contentos de su oficio, y orgullosos de tener un caballo bajo su mando y responsabilidad. Entre los documentalistas que se han fijado bien, estuvo hace tiempo Ana Gershenson, autora de un lindo film lleno de ternura y color, y también algún dolor, «Caballos en la ciudad». Era interesante ver cómo registraba, por ejemplo, la dedicación que ponía un carrerito en su animal, cómo lo hacía tusar, lo cepillaba y vigilaba, y apreciar en detalle los sombreros y adornos que los demás carreros ponían a sus «fletes», linda costumbre de otros tiempos que ellos supieron mantener. A Gershenson se suma ahora Hermes Paralluelo, catalán afincado en la ciudad de Córdoba, quien acá nos presenta una familia dedicada al oficio desde, por lo menos, la época del bisabuelo. Fue éste quien bautizó Yatasto a su caballo de carga, risueña asociación con el pura sangre que entonces brillaba en las pistas (el mítico Yatasto que de 24 carreras perdió solo dos, y terminó como padrillo de un stud californiano). El mismo nombre tiene el animal con que ahora la familia sigue el mismo trabajo. La abuela se lo enseña al más chico, que aspira tener un caserón con «una piecita para el caballo». Otro, en cambio, quiere vender el suyo y comprarse una moto. Son tres cabritos, como llaman los cordobeses a sus chicos. La cámara registra su rutina diaria, sus charlas, llenas de humor simple y preocupaciones de pequeños trabajadores. Tienen 15, 14 y 10 años, padres ausentes, tal vez también tengan un futuro asegurado. Un detalle a destacar: Federico Disandro, el sonidista, se preocupó de ponerle un inalámbrico a cada uno, limpiar ruidos molestos, dar un buen fondo, etc., un trabajo realmente a conciencia, que nos permite entender bien, en todo sentido, lo que están diciendo. Y otro detalle, que se destaca como advertencia: Paralluelo se ocupó de poner la cámara fija frente a los tres que van sobre el pescante. Así, en cada salida, más que ver por dónde van apreciamos casi exclusivamente sus gestos y reacciones mientras charlan durante el viaje. Punto. Esto tiene su razón de ser, bastante plausible desde puntos de vista teóricos y formales, pero a la tercera vez que se repite la mecánica más de un espectador empezará a mirar la hora.
Neorrealismo en la Docta Ganador de varios premios en el último Bafici, el film del director catalán radicado en Córdoba abunda en juegos dialécticos, al tiempo que acompaña a tres chicos cartoneros en su deambular por el centro y los suburbios. Las miradas desdeñosas suelen catalogar al cine como una criatura carente de autosuficiencia, una mera forma secundaria producto de la confluencia de otras disciplinas artísticas. El error de esa visión está en su imprecisión. El cine no es una expresión subsidiaria, sino que se asienta en el delineamiento constante de vínculos dialógicos tanto con él como con el mundo circundante. En ese sentido, Yatasto invita a imaginar un amplio abanico de interlocutores. El seguimiento de tres chicos cartoneros en el deambular por el centro y los suburbios de la capital cordobesa podría remitir al documental observacional de Raúl Perrone y a la faceta social-cultural de De Caravana, otra de las películas del llamado Nuevo Cine Cordobés, pero también al neorrealismo y su utilización de la calle como escenario. Incluso hasta la reciente e hiperoscarizable La invención de Hugo Cabret se presta a la charla. Eso sí, como contraejemplo: donde Martin Scorsese se valía del dispositivo cinematográfico para ovacionarlo de pie a través de una hagiografía, el catalán Hermes Paralluelo, radicado en la Docta desde hace seis años, lo toma para ponerlo en perspectiva, tensionarlo y cuestionarlo. La escena inicial de Yatasto prefigura un retrato sobrio de las vidas de Bebo, Pata y Ricardo, tres púberes que comparten el tiempo libre y el trabajo de carreros, denominación cordobesa para los cartoneros porteños. Oficio que portan dentro y fuera de la película, según comentó Paralluelo en diversas entrevistas. El equilibrio tripartito se rompe cuando uno de ellos magnetiza la atención a fuerza de carisma y verborragia. Ricardo –Ricardito– mantiene impoluta su mirada aniñada aun en un contexto que, por si no fuera suficientemente poco venturoso, se complementa con un padre alcohólico. “Yo quiero ser jockey”, le dirá a su abuela mientras ésta le explica cómo dominar al purasangre encargado de traccionar el carro. Esa estilización natural, junto con el apresuramiento al contar monedas o el gesto de berrinche mientras entrecruza los brazos ante un diálogo perdido, forman un retrato fiel de sus diez años. “Jockey es una cosa y ganarse la vida en el carro es otra”, le espeta la abuela, cortándole de raíz la capacidad proyectiva al nieto. En esa oposición entre los sueños y las posibilidades fácticas del futuro, en ese mundo “real” cascoteando al lúdico, subyace el método antitético como mecanismo narrativo adoptado por Paralluelo. Ganadora de varios premios en el último Bafici –entre ellos a la mejor película argentina de la Competencia Internacional–, Yatasto es, entonces, un film construido dialécticamente. Esto es, a través de la aprehensión de un objeto y su opuesto: infancia contra adultez, la explosión e hiperactividad física de Ricardo opuesta a la parsimonia y pausa de su hermana Damaris –casualidad o no, la ontología de ese nombre le atribuye a sus portadores prudencia y mesura como principales características–, quizás la única capaz no sólo de escucharlo y entenderlo, sino de hacerlo escuchar y entender. La luminosidad de las escenas diurnas contra los contornos corpóreos dibujados en los planos claroscuros. La última, y más importante, es la vieja disyuntiva entre ficción y documental. Paralluelo acompaña a los chicos en su rutina diaria, mostrando sus espacios habituales durante algunos momentos de ocio y familiares con una cámara no invasiva ubicada a prudente distancia de la acción. El resultado son varios momentos de enorme belleza, como aquel diálogo entre Ricardo y su hermana en la habitación. Sin embargo, el encuadre y el sonido directo perfectos, junto con una gradación cromática acorde, ponen en tela de juicio la autenticidad de lo que se ve. ¿Hasta qué punto puede hablarse de un documental de observación y no de una ficción refugiada en un registro habitualmente ajeno y protagonizada por no-actores? La duda es aún mayor si se tiene en cuenta que el epicentro del film está en una serie de largos planos sobre el carro, filmados desde adelante y hacia el pescante, en donde se ve y se escucha a los protagonistas durante los recorridos. Paralluelo, como Perrone, pone en abismo el dispositivo cinematográfico y coloca al espectador en una encrucijada.
DERECHO A LOS ANIMALES Yatasto es un contrasentido. Documental y ficción no se complementan, riñen. Esto crea una paradoja artística a veces bella y otras tediosa.
Muchos de ustedes saben que soy docente y durante mucho tiempo trabajé en zonas marginales de nuestra ciudad. Estuve en contacto con la pobreza y enseñé a grupos de chicos que después de la jornada escolar, salían a cartonear al caer la tarde. Será por eso que a la salida de la proyección valoré mucho a "Yatasto". Es difícil tomar registro tan preciso de los hábitos de una familia en una situación como la que se trae en la historia (real, obviamente) y no caer en la mirada culpógena puramente descriptiva del cuadro. En ese sentido, este documental de Hermes Paraluello, es un retrato intenso, tierno y esperanzador de una realidad que viven no sólo los chicos de Córdoba sino de todo el país, que están sumidos en la pobreza y luchan contra ella con armas nobles cada día. "Yatasto" cuenta la historia de tres chicos que viven en un barrio marginal y periférico de La Docta. La cámara los sigue y los acompaña en su trayecto diario que incluye desde los preparativos para la tarea (alimentar el caballo que tira del carro) hasta la tarea misma de cartonear. El micro universo en el que se mueven incluye a pocas personas, pero sumamente ricas para conocer. Lo que hace al film tan interesante es el hecho de que sentimos, durante todo el registro, cuanta vida y esperanza hay en ellos, a pesar de la gran adversidad que enfrentan. Adentrarse en las vidas de Bebo (15 años), Pata (14) y Ricardito (10 añitos!) es un viaje movilizador pero necesario. Desde el inicio, la cámara los acompaña en sus actividades y sorprende lo natural que todo se vive desde el registro (aunque hay que reconocer que el recurso con el correr de los minutos se vuelve un poco rígido para el espectador). Las postales de la tarea son fuertes. En ellas, descubriremos a Ricardito, quien se robará la película por su gran carisma (lo van a disfrutar en su candidez) y la inocencia de sus palabras a la hora de decodificar el mundo en el que vive. Sin embargo, cada línea que los otros (Bebo y Pata) comparten, tienen su fuerza: hay sueños, aspiraciones, diversión, ocio e historia en ellos y sus familias: esta no es una película sobre el dolor de los no incluidos. Muestra los muros que los separan del mundo del consumo y del empleo (es tangible en los diálogos donde vemos que lejanos que están de algunas cosas que damos por naturales) y cómo ellos abordan esa barrera, pero no hay tiempo para llorar por aquello que no se produce. La película no apela a golpes bajos y en todo momento rescata la transmisión cultural como valor de ese grupo (la abuela oficia como transmisora aunque no es la única), hay un legado que se transmite en las familias observadas: legar las instrucciones para que ellos puedan defenderse en la vida, autovalerse a través de dominar el oficio de cartonear (son como tercera generación en la actividad). La cámara de Paraluello lo transmite con oficio y nos da tiempo para internalizar los momentos más áridos de la cinta, aunque insistimos, el trabajo con algunos planos puede resultar un poco incómodo para el espectador corriente. El nuevo cine cordobés está llegando a salas porteñas (recordar "De caravana", "El invierno de los raros", "Hipólito", etc...) y si bien su distribución es limitada y al público porteño le cuesta el cine local, apostamos porque tengan el público que se merecen. "Yatasto" es de los documentales que perduran en el tiempo, una postal emotiva y dialéctica sobre la pobreza que no deberíamos dejar pasar.
La mirada justa Acercarse a una definición o quizás emitir algún primer juicio sobre Yatasto apelando a su prolijidad sería, además de ambiguo, injusto. La película de Paralluelo es de la clase que puede contar con una fotografía o un montaje impecables y, aun así, no sobrepasar jamás la importancia de la historia o de los personajes (pienso, tal vez como contrapunto, en la última escena de su contemporánea Caballo de guerra, tan increíblemente anaranjada como entorpecedora). El trabajo sobre la estética es, entonces, doblemente eficaz: cada plano o composición es casi tan irresistible como los gestos y las palabras de los personajes en éstos. El peso de la pobreza como tema, pero también y esencialmente como escenario principal, es un gran obstáculo. Es el tipo de entorno que sus protagonistas Bebo, Pata y Ricardo habitan día a día al llegar a casa, luego de recorrer las calles de Córdoba juntando cartones para poder ganarse la vida. El ser consciente de la indigencia que impregna sus espacios le otorga a Paralluelo la posibilidad de evitar que esa sombra oprima sin piedad a sus criaturas. Por eso, la verdadera trama es la que describe el proceso de trasmisión de valores entre las diferentes generaciones, los sueños y aspiraciones de los niños, sus maneras de ver el mundo, etc. Así, cada escena se vuelve el reflejo de un triunfo: el de los personajes por sobre los paisajes o, lo que es mejor, el de una historia descubierta entre los matices del sentir y pensar particular y cotidiano, lejos de la uniformización, de la pura descripción y de la atemporalidad que muchas veces inspiran los mismos contextos. Paralluelo consigue un retrato profundo de sus protagonistas aun frecuentemente excluyendo sus voces y cuerpos del cuadro, sin acercarse a los rostros o incluso ocultándolos bajo las sombras. Es una mirada que si bien distorsiona y oculta, no genera ansiedad por descubrir o acercar, ya que lo puesto en relieve casi siempre es más valioso. En este sentido, uno de los momentos más inquietantes se genera en una charla que comparten Ricardito y su hermana. Él, casi totalmente oscuro; ella, bajo la luz de un rinconcito. En el rostro entre curioso y admirado de Dámaris al escucharlo se sintetiza no sólo la relación entre ambos sino lo diferente de sus vidas, incluso a pesar de ser hermanos. Yatasto supera –y muy bien– cada una de sus propias barreras. La visión global del director finalmente se impone y termina de dar forma a este relato incesantemente bello, con la dosis de humanidad suficiente para dar lugar a la esperanza.
Tres chicos -uno, especialmente- aprenden a volverse cartoneros en Córdoba. Pero lejos de ser este un documental “de denuncia”, y aunque no elude la realidad, se trata de mostrar el paisaje para entenderlo antes que para señalar con el dedo. Sin desdeñar el humor ni las emociones, dejando que cada situación se desarrolle en el tiempo que le corresponde, el realizador Hermes Paralluelo logra una película notable que rompe con la inercia declamatoria de tanto documental “social” reciente. Aquí hablan los pobres, no los universitarios con dedito levantado.