Los que viven al margen en el primer mundo "Cuando yo me muera, los científicos del futuro van a encontrar todo. Van a saber que existió una Hushpuppy que vivió con su papá en La Tina". Esto lo dice en off la protagonista de esta historia, de nueve años, interpretada por Quvenzhané Wallis. En la vida real, Wallis es hija de una maestra y de un conductor de camiones y por cierto una niña prodigio, que fue nominada por la Academia de Hollywood en el rubro de mejor actriz. Con posterioridad ya intervino en otras dos películas que aún no fueron estrenadas. La niña del sur salvaje es una producción independiente, con un presupuesto que apenas superó los dos millones de dólares. Se filmó en Terrebone, una comunidad de pescadores de Louisiana, que sufre periódicas inundaciones. En la película ese sitio casi primitivo, alejado de la civilización y expuesto a bruscos cambios climáticos, se denomina Isla de Charles Doucet, pero es más conocido como La Tina. Allí viven de manera precaria la niña Hushpuppy con su padre Wink, un hombre tosco, de mal carácter, bebedor y afectado por una enfermedad. Pero a pesar de eso y de las periódicas ausencias de Wink, padre hija se quieren. La madre falleció tiempo atrás. En la película no hay actores profesionales. Los personajes son interpretados por los habitantes de esa región. Cuando ocurre una inundación, se niegan a ser evacuados, porque prefieren su libertad a los beneficios que le ofrecen las autoridades de la "tierra seca". Se trata de la ópera prima de Benh Zeitlin, quien demuestra un excepcional talento creativo, una producción atípica en el marco de la industria norteamericana, más cercana al denominado "cine de la marginalidad". Un cine que introduce en la escena pública los "sujetos incompletos" que viven al margen de las instituciones sociales y negados por el discurso de la modernidad. Por los mismos motivos, es un filme más afín a muchas de las expresiones testimoniales del cine latinoamericano. Otra variable utilizada por el director, entroncada a su vez con la literatura latinoamericana, es el realismo mágico. La niña "habla" con su madre, en particular en los momentos de peligro. Y también incluye animales mitológicos llamados "uros", que en la película proceden de la desglaciación de los hielos polares, asociada al crecimiento de las aguas de los océanos. Por esta vía, el director plantea un alerta ecológico. Zeitlin elude el discurso "miserabilista" o político-panfletario, pero tampoco ensaya una crítica social, más allá de lo que ofrecen imágenes, que son testimoniales y elocuentes en sí mismas. La zona donde se desarrolla la historia y el modo de vida de los habitantes pueden despertar la curiosidad, pero el principal atractivo de este filme es la presencia de Quvenshané Wallis, quien se desenvuelve con una naturalidad que merece el mejor de nuestros aplausos.
Un romance fugaz y lejos de lo esperado Lejos y olvidado hace tiempo, parece el sello que el director sueco Lasse Hallström puso en títulos como Mi vida como perro; A quién ama Gilbert Grape --que produjo la revelación para el cine de un adolescente Leo Di Caprio--, e incluso la romántica Chocolate , que unió los carismas de Johnny Depp y Juliette Binoche. Distante, también, resulta la regia adaptación de El diario de Noah , de Nicholas Sparks, que firmó Nick Cassavetes y que a nuestros lares llegó como Diario de una pasión. Como si se tratara de recomponer infructuosamente la ilusión del amor perdido, Un lugar para refugiarse se construye como un relato romanticón, de traza conocida y con nada nuevo que agregar para distinguirse de otros olvidables. Katie, una bella muchacha, huye de la persecución policíaca subiendo al primer colectivo que encuentra y lanzándose a un viaje que la lleva hasta Southport, un pueblito de playa en Carolina del Norte. Con poco que decir para ocultar mucho, la chica consigue un empleo en un café para sobrevivir; entabla amistad con una vecina con cero pelos en la lengua y cruza miradas con Alex, un "príncipe" ojos azules, joven, padre de dos hijos, y sin romances a la vista desde que enviudó, dos años atrás. Almas necesitadas de orientación y amor son las suyas y, como tales, están destinadas a encontrarse, no sin luchar contra las adversidades que llegan como fantasmas del pasado, aunque con ayuda de la oportuna "Celestina". Vaivenes no le faltan a este guión que, por enredado, comienza a producir fastidio cuando debería provocar pasión. Eso sí, todos enmarcados en un paisaje, literalmente, de película, con música motivante y prometedora. Pero ni las convenciones del género, ni la belleza de los protagonistas y escenarios, logran enamorar para siempre y --en todo caso y a diferencia de filmes antes mencionados-- Un lugar donde refugiarse no alcanza con el espectador, incluso con el más amante del género, entablar más que un romance fugaz.
Interesante propuesta que apunta a la taquilla Guerra mundial Z recrea la novela homónima de Max Brooks, editada en 2006. Max es hijo del director Mel Brooks y de la actriz Anne Bancroft. Pero el resultado es un refrito de varios filmes que abordaron, desde ángulos propios, temas similares. Se pueden citar Epidemia (1995), de Wolfgang Petersen; Contagio (2011), de Steven Soderberg; y La noche de los muertos vivientes (1968), de George A. Romero. También es posible encuadrarla en los subgéneros zombie (la "Z" del título alude a ese término) y cine catástrofe. El protagonista es Gerry Lane, interpretado de manera eficiente por un Brad Pitt muy motivado y de casi permanente presencia en la pantalla, no sólo por el perfil de su personaje, sino también porque es uno de los coproductores del filme, a través de su empresa Plan B. Gerry es un experto en catástrofes que trabajó para las Naciones Unidas, pero renunció al cargo para estar más tiempo con su esposa Karin, de origen británico, y sus hijas Rachel y Connie. Cuando emprende un viaje de descanso con su familia, se desata la catástrofe: el masivo ataque a transeúntes por zombies agresivos, que buscan desesperadamente morder a las personas. Los atacados tardan aproximadamente doce minutos en convertirse en otros zombies. Cabe señalar que estos zombies difieren de los "muertos vivientes" de la película de Romero y que esta catástrofe no es patrimonio de Estados Unidos, sino que se está extendiendo a todo el mundo, arrasando pueblos y amenazando adquirir dimensiones apocalípticas. Como ocurría en Contagio , también en este filme la Organización Mundial de la Salud se propone encontrar a la "víctima cero" para poder crear una vacuna o algo similar, que sirva para frenar la pandemia. Gerry es convocado por Speke, funcionario de la OMS, para colaborar en esa tarea, lo que lo lleva, en una carrera contrarreloj, a Corea del Sur, Jerusalén y Rusia. En ese itinerario, cargado de peligros, es testigo de histerias colectivas y la transformación de las personas en zombies. Los autores sugieren que la monstruosidad ya no es una cuestión de alteridad mitológica, sino que puede formar parte de nuestra realidad cotidiana. Y pretenden advertir, como ocurría en Contagio , sobre los riesgos a los que está expuesta la humanidad por causa de los desequilibrios ecológicos, el deterioro de las condiciones de vida y la eventual aparición de nuevas epidemias. Gerry no es un héroe en el sentido de la imaginería hollywoodense. Su heroicidad pasa por otros andariveles, aunque en su labor también se juega la vida. La película se propone, además, rescatar el "valor familia", y esto es positivo. Un aire de realismo documental y un ritmo vertiginoso campean en muchas de las secuencias, en particular en la primera parte de la película. Pero todo eso no evita que sucumba a las leyes del gran espectáculo. Guerra mundial Z es en este sentido un típico blockbuster que apunta directamente a la taquilla. Y como viene ocurriendo en las últimas superproducciones del cine de Hollywood, también en este caso los autores ponen las imágenes digitalizadas al servicio del espectáculo fílmico. A pesar de algunos errores de continuidad narrativa, producto de marchas y contramarchas durante el rodaje, Guerra mundial Z es, por las razones apuntadas y sus posibles lecturas adicionales, un filme que se puede recomendar.
Filme para que se luzcan los Smith Al director Night Shyamalan se lo recuerda especialmente por sus películas Sexto sentido (1999) y Señales (2002), que fue un cóctel tramposo con variados ingredientes pseudo religiosos. Luego entró en un declive, que no se detuvo hasta su reciente El último maestro del aire (2010). En Después de la tierra es coautor del guión, pero la idea original le pertenece al actor Will Smith, quien creó una historia elemental, casi infantil, para su lucimiento personal y de su hijo adolescente Jaden, mientras su esposa Jada oficia de productora. Se trata de un filme de ciencia ficción ambientado en el futuro, mil años después que la Tierra sufrió diversas catástrofes por maltratos ecológicos y los humanos que pudieron sobrevivir se refugiaron en el planeta Nova Prime, donde sostienen una guerra sin cuartel con monstruos conocidos con el nombre de ursas. Pero conservan novelas, como la famosa Moby Dick. Will Smith interpreta al autoritario y emblemático general Cypher Raige, quien mantiene una conflictiva relación con su hijo Kitai, de catorce años, a quien obliga a tratarlo de "señor". Katai es cadete y a pesar de reprobar el examen para ascender a "comando", es invitado por su padre a participar en una misión intergaláctica. Pero la nave sufre desperfectos por causa de una tormenta de asteroides y debe realizar un aterrizaje de emergencia en la Tierra, que recuperó su naturaleza, pero está invadida por animales salvajes y amenazas tóxicas. La nave se parte en dos y como las heridas de Cypher le impiden moverse, envía a su hijo a recuperar el radiofaro que le permita enviar una señal intergaláctica de socorro. El aparato quedó en la parte trasera de la nave, que cayó a cien kilómetros de distancia. Y aquí comienzan las aventuras que vivirá el adolescente Kitai, que se convierten en una carrera de obstáculos y adquieren el carácter de viaje iniciático y la dimensión de alegoría sobre las dificultades que los humanos deben afrontar para alcanzar sus objetivos. El director retoma algunas cuestiones ya abordadas en filmes anteriores (por caso, en Señales ) como las amenazas exteriores, el discurso ecologista, el valor familiar y el dolor por la pérdida de un ser querido y las culpabilidades emergentes, que aquí se muestran a través de recurrentes flashbacks. Sin embargo, la película fue un fracaso en su país de origen, cuestionada por la pretensión de los autores de convertirla en vehículo de propaganda de la cienciología. Cabe recordar que la cienciología es una doctrina creada por el norteamericano L. Ronald Hubbard, sustentada sobre intereses económicos, que derivó en una secta que en algunos países es considerada una "banda organizada" a la que sólo pueden ingresar personas exitosas. Lo peor de este filme es, precisamente, el adoctrinamiento de Cypher a su hijo, con el enunciado de postulados aleccionadores, como "el peligro es real, pero el miedo es una invención de nuestra mente". En cambio lo mejor es la puesta en escena, algunos efectos visuales y la ambientación en los espesos bosques de Costa Rica, magníficamente captados por Peter Suschitzky.
Cuando la mentira tiene patas cortas "Angustias por un Siam Di Tella", así podría titularse este filme, el primero en clave de ficción de los hermanos Diego y Pablo Levy, autores de un documental titulado Novias-madrinas-15 años. Masterplan ganó el premio del público en el BAFICI 2012. La historia, en lo esencial, se basa en un hecho verídico, que no es el primero y tampoco será el último, porque --dicen-- ocurre con cierta frecuencia. Aunque en esta historia es sólo el detonante. Es decir el hecho de pagar con una tarjeta de crédito y después reportarla robada. Quienes ejecutan la estafa son Mariano Cohen (Sabbagh) y su futuro cuñado, interpretado por Pablo Levy, el codirector de la película. Ambos se movilizan en un Siam Di Tella de colección, propiedad de Mariano. Y como éste teme que alguien pudo registrar el número de patente, lo deja estacionado en cierto lugar y denuncia en la Policía que se lo robaron. Y allí comienzan los problemas, porque las mentiras, como dice el refrán, suelen tener "patas cortas". Mariano trabaja como "creativo" en una agencia de publicidad y está en trance de casarse con su novia de ascendencia judía. También es asediado por un investigador de la empresa aseguradora, que pretende conocer la verdad sobre el robo de la tarjeta de crédito. Para colmo, un homeless-okupa toma el Siam Di Tella robado/abandonado como su ocasional hogar. Y todo eso hace que Mariano se sienta angustiado e incómodo cuando habla con su novia o sus futuros suegros. O manifieste una expresión ausente, de extravío, algo así como un "ser en fuga", mientras su cuñado le sigue proponiendo nuevos negocios a cual más estrafalario. Masterplan es simplemente una comedia, sin pretensiones testimoniales o de crítica social. Se dedica a observar la realidad del protagonista y su interrelación con su entorno más próximo, y las consecuencias no deseadas de una mala decisión, agravada por las sucesivas mentiras. La película posee una considerable dinámica narrativa, pero si no se hunde en su pequeñez argumental es fundamentalmente por las actuaciones, en especial de Alan Sabbagh como Mariano. También de Andrés Calabria en el personaje del okupa, que en algún momento demuestra ser, además, un eximio bailarín; y de Paula Grinszpan en el personaje de la desconcertada novia del protagonista, que pretende saber lo que éste no quiere o no le puede confesar.
Superman, mucho ruido y la esperanza de una saga El 18 de abril de 1938 apareció en la revista Action Comics la tira inicial de Superman, el hombre de acero, el primer personaje con poderes sobrenaturales. La historieta fue creada por el guionista Jerry Siegel y el dibujante canadiense Joe Shuster. En 1978, la historieta fue llevada al cine por Richard Donner, con la actuación de Christopher Reeve como Superman, Gene Hackman en la piel del malvado Lex Luthor y un enorme Marlon Brando en el personaje de Jor-El. Desde entonces aparecieron varias versiones, hasta arribar a esta última, que vuelve a los orígenes del "hombre de acero". La primera secuencia se desarrolla en el planeta Kriptón. Allí el general golpista Zod se rebela y asesina a las autoridades. Pero antes de ese episodio, Jor-El y su esposa Lara deciden enviar a su hijo Kal-El a la Tierra, para salvarlo ante la inminente destrucción del planeta Kriptón. La nave-moisés cae (¡oh casualidad!) en Kansas, Estados Unidos. Más concretamente en la granja de Jonathan y Martha Kent, que adoptan al niño, le imponen el nombre de Clark y lo crían como un ser humano. Esta vendría ser la prehistoria del protagonista, quien en algún momento aclara que la "S" que lleva en su vestimenta significa "esperanza". Pero Clark posee poderes sobrenaturales y deberá vivir con esa prerrogativa, que le genera una crisis de identidad. No obstante, Clark decide asumir su condición y utilizar su poder para hacer el bien. Eso ocurre cuando cumple 33 años, una edad emblemática, aunque antes de eso tiene la oportunidad de exteriorizar su extraña capacidad, para asombro de sus coterráneos. Pero el segmento central y más extenso de esta historia sucede cuando aparece el villano Zod, dispuesto a recuperar el Códice que supuestamente Jor-El introdujo en la nave-moisés, que permitiría reanudar la vida en Kryptón. Para lograr su objetivo, Zod amenaza con "kriptonizar" la Tierra, modificando su atmósfera, lo que significaría la muerte de los seres humanos. Quien decide enfrentarlo es Clark, lo que deriva en dos horas de luchas, donde ambos ponen a prueba su condición de "hombres de acero". La película se filmó en Chicago como la ciudad de Metrópolis, donde no quedará piedra sobre piedra. Y frente a esa hecatombe, se impone una pregunta: si la solución era tan sencilla, ¿por qué destruir tantos edificios, calles y automóviles, y matar a tanta gente?. Son cosas del cine. Además de Zod, de Clark y su abnegada compañera de aventuras Luisa Lane, reportera del Daily Planet, el otro gran protagonista son los efectos visuales, algunos muy bien logrados y otros infantilmente caricaturescos. ¿Qué harás --le pregunta su madre adoptiva-- cuando ya no tengas que salvar al mundo? Clark no responde, porque eso se verá en la secuela de esta nueva saga. Tratándose de un filme sustentado básicamente sobre efectos visuales, resulta difícil evaluar la actuaciones. Se puede destacar las de Crowe como Jor-EL, de Amy Adams (Luisa Lane) y, en menor medida, de Henry Cavill, que tiene el futuro inmediato asegurado.
El afroamericano Antoine Fuqua es un eficiente artesano del cine. Lo demostró en Día de entrenamiento y Tirador. En este caso juega con un elemento urticante: un ataque terrorista a la Casa Blanca, que actualiza el miedo que persiste como secuela del 11-S. El punto de partida y el desarrollo de la historia remiten a dos películas que hicieron historia en el cine norteamericano: En la línea de fuego (1993), de Wolfgang Petersen, con Clint Eastwood; y Duro de matar (1988), de John McTiernan, con Bruce Willis. El escocés Gerard Butler interpreta a Mike Banning, agente de seguridad asignado a la Casa Blanca, que logró salvar al presidente Benjamin Asher (Eckhart) en un accidente automovilístico, pero no consiguió hacer lo mismo con la Primera Dama. Eso ocurrió hace un año y medio. Acomplejado, Banning abandonó sus funciones y se recluyó en una oficina administrativa, pero espera la oportunidad para redimirse. La ocasión se le presenta cuando terroristas norcoreanos copan a sangre y fuego la Casa Blanca, "el edificio más seguro del mundo", según un personaje, y un grupo comando toma como rehenes a las máximas autoridades del país, incluido el presidente. Al igual que Bruce Willis, el oportunista Banning asume la improbable tarea de rescatar a los rehenes y liberar el edificio. Lo hace en contacto con el portavoz de la Casa Blanca (Freeman), que tuvo que hacerse cargo interinamente de la presidencia. El ya clásico "yo contra el mundo", mientras los funcionarios invocan la protección de Dios. El actual conflicto entre Corea del Norte y Corea del Sur añade un toque de actualidad a esta historia. Las operaciones de los norcoreanos son conducidas por un tal Kang, un conocido terrorista de amplia actuación en distintos países. Kang cuenta con la ayuda de un agente traidor y es el reverso perfecto del protagonista, aunque sin adquirir, empero, la categoría de espejo deformado. Porque Banning fue entrenado para defender y Kang para atacar. Lo mejor es la primera parte, donde Fuqua hace alarde de su pulso narrativo, con varios puntos de atención que van revelando los objetivos y la dimensión del ataque terrorista. También las actuaciones de Butler, Freeman y Yune, a pesar que en algunos tramos se asumen autoparódicos. Lo peor son los tópicos utilizados por el director para rellenar la historia o extender el suspenso, además de algunas de las variantes típicas de la iconografía made in USA. Por estos andariveles el relato destila patrioterismo y deviene en "americanada". El título original (Olympus has fallen ) es una ironía, en cuanto alude a la caída de la Casa Blanca (el supuesto Olimpo), donde habitan los "dioses" norteamericanos. Pero según muestra la película, son dioses muy vulnerables. Cabe acotar que este tema será abordado en un filme de próximo estreno, dirigido por el alemán Roland Emmerich, titulado Asalto al poder.
De la ironía a la farsa redentorista Anne Fontaine es una de las directoras más prolíficas y consecuentes del actual cine francés. Se la recuerda especialmente por Limpieza en seco (1997), Cómo maté a mi padre (2001) y Natalie X (2003). Mi peor pesadilla posee muchas similitudes con la primera de las mencionadas, donde a través de una mirada casi sadiana, mostraba la descomposición moral y física de un matrimonio burgués consumido por la mediocridad. En ésta también hay un matrimonio de clase media alta parisina, intelectuales para más datos, conformado por la galerista Agathe Novic (Huppert) y el editor François Dambreville (Dussollier). Agathe es una mujer histérica, gélida e insoportable. El marido la define acertadamente de "Cruela disfrazada de Mary Poppins". François, en cambio, es un vampiro de talentos ajenos que rebosa snobismo y se muestra gentil hasta la exasperación. Tienen un hijo adolescente llamado Adrien, quien es el mejor amigo de Tony, de la misma edad, cuyo padre es un buscavidas extrovertido, vital, pero a su vez ordinario y mujeriego. Este hombre, estereotipo del bruto gracioso, se llama Patrick (Poelvoorde), trabaja de albañil, plomero y es un oportunista que se aprovecha de las debilidades ajenas. Por la amistad de los hijos, Patrick se introduce en el espacioso departamento de Agathe y François. La excusa es derribar una pared y hacer algunos arreglos de albañilería. Pero apenas ingresado, sus bufonadas se vuelven una pesadilla, porque sin pretenderlo, va diseccionando con impúdica precisión las hipocresías del matrimonio, su universo regido por las apariencias, su pose de intelectuales y su glaciar emocional que los envuelve. Un cuadro en blanco de un "pintor" japonés, que Agathe tiene colgado en el departamento, se convierte en metáfora de su nulidad, al que ella añade en algún momento un dibujo que resume o es expresión de los alcances de su intelecto. El relato comienza con una ironía y ferocidad extremas, pero poco a poco cede a las convenciones narrativas al uso, hasta caer en una farsa redentorista, para demostrar quizás que los personajes no son tan malos como inicialmente se mostraban. Sin embargo, estas últimas variantes argumentales no alcanzan a destruir la idea primigenia de retratar una realidad que la directora demuestra conocer bien. Para concretar su cometido, Fontaine cuenta con la inestimable labor de los tres actores mencionados, en especial de Isabelle Huppert y del belga Poelvoorde, cuyo desparpajo puede desconcertar hasta al más estructurado.
Sólo ritmo vertiginoso Correr o morir. Esta es la consigna de estos robotizados guerreros de las rutas y la superacción, que en nuestra ciudad resulta difícil eludir, porque están de fiesta en varias salas, como si la película fuera la mejor del mundo. Todo comenzó con simples competencias automovilísticas callejeras, para derivar, gracias a la globalización, en eficaces colaboradores de los ¿servicios de inteligencia británicos? En esta sexta entrega de la saga hay una sobredosis de peleas, tiros y automóviles destrozados, pero estos inefables delincuentes siempre logran salir con apenas algunos rasguños. Tras llevarse cien millones de dólares de Brasil, se dispersaron por el mundo. Quien sentó cabeza es Brian O'Conner, el rubio ex policía devenido en ladrón y convertido en padre primerizo, que es conminado por su cuñado Dominic (Dom) Toretto a ser un buen padre. "Porque te voy a romper la cara si no lo sos". Toretto y 0'Conner residen en las islas Canarias, condenados a un feliz ostracismo, aunque añoran su país. Hasta allí llega el gigantón Luke Hobbs para convocar a la "familia" (así se identifica la banda) a combatir contra el feroz y escurridizo Owen Shaw. "Porque para luchar contra lobos --dice-- hay que buscar a lobos". Shaw es un ex agente de las fuerzas especiales británicas, que organizó una banda y está empeñado en adueñarse de tecnologías que le permitirían desactivar las defensas militares del país. ¿De qué país? Supuestamente Gran Bretaña, pero no tiene importancia. Toretto, cada vez más pétreo, acepta la propuesta de Hobbs porque quiere rescatar a Letty, otrora objeto de sus deseos, que luego de quedar amnésica fue incorporada por Shaw a su banda. Y el precio que pone Toretto es el indulto, para él y sus hombres, por su pasado delictivo. El resto, a cargo de dos bandas simétricas, es más de lo mismo: acción, rugir de motores, persecuciones y combates coreografiados. Inclusive aparece, como por arte de magia, un tanque que aplasta todo lo que encuentra a su paso y un avión Hércules que pretende despegar en la ruta. Si no fuera una comedia, se podría decir que es una apología a la violencia. Pero aquí casi todo está digitalizado y, por lo tanto, trampeado. La lógica y la verosimilitud brillan por su ausencia y los recursos están al servicio de un espectáculo narrado con un ritmo vertiginoso. Además, muchas escenas se filmaron de noche, lo que le permitió al director disimular defectos y horrores. En la última secuencia, ambientada en Tokio, los productores anuncian lo que será la séptima versión, con otro villano a enfrentar, que tendrá la encarnadura, nada menos, del británico Jason Statham.
Divertido sólo por momentos Tercera y supuestamente última entrega de la saga que nació en 2009 como un producto de la Nueva Comedia Americana, expresión de humor absurdo e historia de lealtad masculina. Pero de aquellas iniciales peripecias ambientadas en Las Vegas y del festival machista y de hilaridad brutal que fue la segunda parte, en esta tercera quedan sólo los personajes y la voluntad de los autores de aprovechar comercialmente sus desatinos. Porque aquí ya no hay bodas ni despedidas de solteros que operen como disparadores de la historia, sino una propuesta que oscila entre la comedia de aventuras, el filme de gangsters también en tono de comedia y el drama de un personaje que se niega a crecer. En este caso se trata del barbado Alan Garner (Galifianakis), un sujeto insondable, de reacciones anómalas y excéntrico sin conciencia de serlo. Un niño caprichoso en un cuerpo adulto, que a pesar de sus 42 años sigue viviendo con sus padres y dispuesto a hacerles la vida imposible. La última locura de Alan es comprar una jirafa, lo que deriva en el mejor gag de la película, la muerte por infarto de su padre y el intento de sus amigos, el galán Phill (Cooper), Doug (Bartha) y el odontólogo Stuart (Helms) de internarlo en un centro de rehabilitación. Es en ese tren que hace su aparición el gangster Marshall (Goodman), quien secuestra a Doug (¿por ser el menos dotado de los actores?) y le exige a los otros que en un perentorio plazo de tres días encuentren al asiático Leslie Chow (Jeong), para que le devuelva los lingotes de oro que le habría robado. Y en esta tarea se va la historia. Cabe acotar que en el inicio de la historia, el perverso, amoral, arrojado, sobreactuado e ingenioso Chow estaba preso en una cárcel situada cerca de Bangkok, capital de Tailandia, quien aprovecha un motín para escapar y reaparecer en Tijuana, México. Puede ser que lo que pase en Las Vegas se queda en Las Vegas, reza un eslogan de esa ciudad, conocida como la "capital del pecado". Pues bien, la resolución de esta historia, como no podía ser de otra manera, también ocurre en Las Vegas, con una especial referencia al legendario hotel Caesars Palace. Allí los patéticos y graciosamente humanos animadores de esta saga vivirán sus últimas aventuras, aunque sin alcanzar la identidad, el humor negro, la irreverencia y la incorrección política de las dos versiones anteriores. Así, esta tercera parte queda reducida a un entretenimiento más, de los muchos que anualmente lanza la industria de Hollywood al mercado, divertido sólo por momentos, pero cuya estructura narrativa y calidad artística no resisten los rigores de una crítica más ajustada.