Un mamarracho de gags forzados Es la quinta entrega de la saga de parodias de películas de terror, iniciada en 2000 por los hermanos Wayans. El productor y coguionista de esta comedia desmadrada es David Zucker, creador en otros tiempos de La pistola desnuda . El relato comienza con una breve secuencia con acciones aceleradas, protagonizada por Charlie Sheen y Lindsay Lohan, que luego desaparecen para dar paso a una joven pareja integrada por el primatólogo Dan y la bailarina de danza clásica Jody. Un cartel informa que Sheen fue asesinado y que su cuerpo desapareció, aunque continúa de parranda. También habría desaparecido Lohan, mientras que sus tres hijas son reportadas como perdidas en un bosque, de donde serán rescatadas tiempo después en estado semisalvaje. Las tres niñas son adoptadas por Dan y Jody y allí comienzan los problemas. Eso ocurre cuando los dueños de casa detectan extrañas actividades paranormales o presencias demoníacas, supuestamente provocadas por la "mamá" de las niñas. Dan y Jody recurren a expertos en exorcismos, mientras que la empleada doméstica, una latina regordeta, saca a relucir una amplia gama de conjuros, desde rosarios hasta una enorme cruz de madera. Estas variables argumentales conforman un deshilachado hilo narrativo, que sirve de simple excusa para parodiar películas como Mamá, Actividad paranormal, El origen, La cabaña en el bosque, Posesión infernal, Sinister, El cisne negro y El planeta de los simios. No todos los fragmentos parodiados o refritos pertenecen al género del terror, pero son útiles para crear un mamarracho de gags forzados, escenas escatológicas, mutilaciones e irreverencias que los autores presumen graciosos, aunque de gracia e ingenio no tienen nada. Se sabe que las parodias suelen fagocitarse a sí mismas y es lo que tarde o temprano ocurrirá con estos bodrios. También se sabe que esta clase de filmes suelen tener éxito en Estados Unidos. Y cabría recordar, a propósito, que todos los espectáculos producen una selección natural de espectadores. Hacia el final de la película, un personaje afirma a gritos que el ensayo de la puesta en escena de El lago de los cisnes es una "basura". Pero utiliza otro término, más vulgar, que no se puede consignar aquí, aunque bien podría servir para calificar a este filme.
Una película irregular y sin intención crítica Este filme del australiano Baz Luhrmann es la quinta versión de la novela de Francis Scott Fitzgerald, uno de los grandes clásicos de la literatura norteamericana del siglo XX, que el autor escribió en 1924 en la Riviera francesa, después de abandonar la festiva y alocada escenografía de Nueva York, en la era del jazz, el charleston y los famosos "años locos" de la década de 1920. La primera versión se remonta a la época del cine mudo y fue dirigida por Herbert Brenon un año después de la publicación de la novela. La segunda la firmó en 1949 Elliott Nugent, con la actuación de Alan Ladd y Betty Field. La tercera la dirigió en 1974 el británico Jack Clayton, con Robert Redford y una joven Mia Farrow, sobre un guión de Francis Ford Coppola; y la cuarta es un filme para la televisión realizado en 2001 por Robert Markowitz, con Toby Stephens y Mira Sorvino. El relato comienza con Nick Carraway y su médico psiquiatra, que le sugiere escribir sobre su pasado, desde su radicación en Nueva York en la primavera de 1922, después de egresar de la universidad. Fitzgerald lo convierte en su alter ego y en el narrador de la historia. Nick trabaja en la Bolsa y se instala en una modesta casa en Long Island, contigua a la fastuosa residencia de Jay Gatsby, un enigmático millonario que celebra colosales fiestas, a las que se puede concurrir sin invitación. El único que recibe una invitación formal es Carraway. Nadie conoce bien a Gatsby, quien nació James Gatz. Algunos dicen que es primo del emperador alemán; otros le adjudican la condición de espía durante la Primera Guerra Mundial e inclusive ser autor de un asesinato. Gatsby le confiesa a su vecino que en su juventud estuvo enamorado de Daisy, la prima de Nick, que luego se casó con Tom Buchanan, un zángano aristócrata, afecto a todos los deportes. También le comenta que entonces no pudo concretar su relación con Daisy porque era pobre, pero ahora, ya millonario, su objetivo es reconquistarla. Y para concretar su objetivo, Gatsby pretende utilizar la mediación de Nick. La evaluación de la historia revelará el precio que Gatsby deberá pagar por ese sueño, en el marco social donde lo único auténtico son los libros de su biblioteca. Cabe acotar que Fitzgerald anticipó el final de ese jolgorio, que ocurrió con el crack de 1929 y la Gran Depresión económica. Pero al igual que Clayton, también Luhrmann prefirió sacrificar la intención crítica de la novela de Fitzgerald, en beneficio de una pintura de los usos y costumbres de la alta sociedad de la época evocada y, fundamentalmente, de la conflictiva relación de Gatsby, Daisy y Tom. En la película es posible diferenciar dos segmentos: el primero recrea el frenesí de los "años locos", que en este filme tiene como principal escenario la mansión de Gatsby, mientras que en el segundo el director centra la atención sobre el filón romántico de la historia. Luhrmann retoma el ampuloso estilo visual y sonoro que había esgrimido en Moulin Rouge . Mezcla géneros narrativos y temas musicales, y obtiene un fresco irregular, donde demuestra una mayor habilidad para la puesta de las secuencias masivas que en las escenas íntimas. Di Caprio concreta una buena actuación, aunque sin alcanzar la convicción total, y lo mismo puede decirse de Tobey Maguire, quien no era el actor para encarnar al asombrado y problematizado Nick. Otro tanto ocurre con Carey Maguire, bella pero sin la pasión que reclamaba su personaje.
Boyle le da un toque intrigante y moderno Del británico Danny Boyle siempre se puede esperar alguna originalidad. Nos sorprendió con su inicial Tumba al ras de la tierra y con posterioridad hizo lo propio en Trainspotting y ¿Quieres ser millonario?, por mencionar sólo tres de sus películas. En este nuevo filme transita lo que se conoce como neo-noir. Es decir, una propuesta que incluye muchas de las características identificatorias del cine policial negro clásico (robo, extorsión, delación, humor sarcástico), pero con una envoltura visual mucho más sofisticada. Es la presencia del crimen lo que confiere al filme negro su impronta más habitual. En este caso, el relato comienza con el robo de una pintura de Goya (Brujas en el aire ) valuada en 27 millones de libras esterlinas, ejecutado por una banda conducida por Frank (Cassel) e integrada por otros tres hampones. En realidad, quien hace desaparecer el cuadro, en momentos en que ocurre el atraco, es Simon (McAvoy), un empleado de una distinguida casa de remates de Londres. Simon se alió con la banda de Frank apurado por deudas de juego. Al verse traicionado, Frank golpea a Simon con la culata de su rifle y lo deja amnésico. Y a Frank no se le ocurre mejor idea que someterlo al tratamiento de una hipnoterapeuta llamada Elizabeth (la norteamericana Rosario Dawson), con la esperanza que recupere la memoria y pueda recordar qué hizo con el Goya. Estos datos corresponden al prólogo de En trance . Luego el director lleva al espectador a través de una historia que combina elementos del thriller psicológico y el drama erótico. Y todo salpicado por ramalazos de violencia, donde la dama se asume como la típica "femme fatale" del cine negro. Además, ejecuta una cínica y fría manipulación. El director reconoció que la estructura de la película es "diabólicamente complicada", y tiene razón. Boyle apela a reiterados flashbacks que quiebran la linealidad del relato y en algún momento introduce una subtrama, ocurrida con anterioridad al atraco, que esclarece la historia central y, a su vez, la complejiza. En trance está parcialmente inspirada en un telefilme británico de 2001, escrito y dirigido por Joe Ahearne y a su vez es posible identificar influencias, aceptadas por el propio director, de Cuéntame tu vida (Spellbound , 1945), de Alfred Hitchcock, que tuvo una ambientación surrealista de Salvador Dalí y fue protagonizada por Ingrid Bergman y Gregory Peck. Pero Boyle se diferencia de Hitchcock por la modernidad de su puesta en escena, los sorpresivos giros de la historia, la movilidad de la cámara y un montaje que atrapa al espectador, casi sin dejarle margen para la distracción.
Denuncia a los mecanismos y "parches" del poder Es la segunda película de un tríptico sobre cuestiones políticas y del Estado en Francia realizado por Pierre Schoeller. La primera fue Versailles, que no tuvo estreno comercial en nuestro país y la tercera es aún una promesa. Este filme trata sobre el ministro de Transporte y su séquito de secretarios y asesores. Se llama Bertrand Saint-Jean. Es interpretado por el belga Olivier Gourmet, uno de los actores más convocados por los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne, quienes en este caso ofician de productores, lo que no es un dato menor. Saint-Jean es un representante de la denominada "nueva política", que está haciendo sus primeras armas como funcionario público. Un hombre ambicioso, que transpira poder y pretende ser intransigente, aun a sabiendas que la ética no suele brillar en los ámbitos que decidió transitar. Además, por su propia condición de primerizo, exhibe una considerable vulnerabilidad y a cada paso corre el riesgo de ser vapuleado por sus pares. En un momento de sinceridad le dice a su esposa: "Si me conocieras bien, no me querrías tanto". Un medio periodístico lo calificó de "macho del transporte", mientras él mismo se define de "tigre hambriento en la noche oscura". Es asistido por Gilles, su secretario, y por Pauline (Zabou Breitman) como su asesora de prensa, que también se preocupa que el color de su corbata sea el adecuado para cada circunstancia. En el inicio del relato, Saint-Jean despierta excitado por una pesadilla, en la que vio cómo una bella mujer se introduce, desnuda, en las fauces de un cocodrilo. Unos minutos más tarde, su secretario le informa de un accidente carretero: un ómnibus que transportaba escolares cae en un precipicio en la región de Ardennes y hay varias víctimas mortales. Saint-Jean se traslada al sitio del accidente y allí comienza su trajín como protagonista de esta historia, que lo mantiene alejado de su casa e inmerso en reuniones, intrigas y luchas por el poder, en el marco de la crisis económica de Europa y de manifestaciones sindicales. El ministro no es un filme de denuncia política. Se circunscribe en mostrar las actividades que desarrolla el protagonista y deja que el espectador extraiga sus propias conclusiones. El eje de su controversia con otros funcionarios es un proyecto para privatizar las estaciones de tren. La película desnuda los mecanismos cotidianos del poder y demuestra la propensión de los políticos de aplicar parches a situaciones coyunturales. En otras palabras, cambiar algo para que todo siga igual, al mejor estilo Lampedusa. El relato registra un sostenido ritmo narrativo, una significativa puesta en escena y las excelentes actuaciones de Olivier Gourmet y Michel Blanc (Gilles), de escasa altura física, pero enorme estatura actoral.
La crisis le llegó a los hombres El catalán Cesc Gay nació en 1967 en Barcelona y lleva realizados seis largometrajes. Ficción , el cuarto, ganó el premio a la mejor película en el Festival de Mar del Plata de 2007. Un filme inteligente que quizás por esa misma razón no se estrenó en nuestra ciudad. Una pistola en cada mano ha tenido más suerte. Su título parece aludir a un western o un policial. Pero no, es un filme urbano que trata sobre las crisis de gente cercana a los cuarenta años. Algo similar a lo que ocurría en su tercer largometraje, titulado En la ciudad. La película está conformada por varios episodios narrados en tiempo real, cuyos temas son la crisis de identidad de ocho hombres, entre los que hay estresados, desocupados, divorciados en tren de recuperar terreno perdido y engañados que ofician de detectives. Todos se creen más de lo que realmente son. En algunos casos, son las mujeres que los colocan en su sitio, motivándolos a hurgar en las causas de su decadencia de hombres dominantes, originada fundamentalmente en la emancipación del denominado "sexo débil". Sbaraglia necesita de un psicólogo; Darín recurre a ansiolíticos; Tosar llama a su amante por el nombre de su perro; Cámara vive una situación patética; Noriega se asume un tardío seductor; Leonor Watling y Alberto San Juan, en un viaje en automóvil por calles de Barcelona, discurren sobre temas de actualidad. Hay perlas que merecen rescatarse. Por caso cuando uno de los hombres le dice a su ocasional acompañante femenina: "Nosotros hablamos de cosas importantes, no como vosotras". A lo que ella responde: "Tienes razón. Nosotras sólo hablamos de nuestras parejas". Y mientras eso ocurre, otros dos personajes procuran recordar en vano el nombre de un recio actor norteamericano que intervino en numerosas películas del Oeste, un olvido que adquiere significación en el contexto del episodio que ambos protagonizan. Para Cesc Gay, que estuvo presente en el festival Pantalla Pinamar de este año, "ser adulto es aprender a mirarse y reconocerse en el espejo", algo que sus personajes masculinos, los de esta película, tienen dificultades para hacer. Como en todos sus filmes anteriores, también en éste valoriza los diálogos, que incluyen sutiles ironías. Y en la puesta en escena se apoya en la impecable fotografía de Andreu Rebés. También en la ambientación y en la ductilidad de sus intérpretes, entre los que se destacan Javier Cámara, Clara Segura, Luis Tosar y Ricardo Darín, a quien le alcanzan unos pocos minutos para demostrar que es un gran actor.
Tragedia y humor de una misma realidad La actriz, guionista y directora libanesa Nadine Lakabi se dio a conocer, en su país y en el mundo, con la película Caramel , donde retrató el microcosmos femenino a través de pequeños episodios que ocurrían en una peluquería de mujeres de Beirut. Luego se llamó a silencio para ser madre y cuatro años después retomó la profesión con esta nueva muestra de su creatividad, en la que combina géneros fílmicos y conjuga el drama con la tragedia y el humor, haciendo que estas variables formen parte de una misma realidad. La historia se desarrolla en un pueblo aislado, rodeado de montañas y sitiado por francotiradores que mantienen viva la confrontación entre cristianos y musulmanes. Sin embargo, en ese pueblo reina la convivencia, fundamentalmente por la intervención de los máximos responsables de ambas religiones y la acción pacificadora de las mujeres. Porque para la directora, "las mujeres son las madres de la paz y los hombres, los hijos de la guerra". Las mujeres sabotean la radio del pueblo y destruyen la emisora de televisión para evitar que las noticias sobre enfrentamientos entre musulmanes y cristianos puedan ofuscar a los toscos, algo primitivos y machistas hombres del pueblo. Inclusive recurren a otros ardides, a veces un poco infantiles, para mantener a los hombres ocupados y así alejarlos de un eventual campo de batalla. Ese panorama de relativa paz se altera cuando el viento quiebra la cruz de la iglesia y algunas cabras aparecen misteriosamente dentro de la mezquita. Y en este caso, las mujeres deben extremar sus acciones para evitar, como dice el refrán, que la sangre llegue al río. La directora comentó que la historia está inspirada en personas de su propia familia. El relato comienza con un grupo de mujeres, cristianas y musulmanas, todas vestidas de negro, avanzan a través de un campo desértico para dirigirse a sus respectivos cementerios. Una foránea del pueblo comenta que están divididos hasta en la muerte. Los personajes de esta fábula fueron asumidos por habitantes de tres pueblos y los únicos actores profesionales son los que componen al imán y al sacerdote maronita, mientras que la directora compone a la activa Amal, la dueña del bar y la más bella del pueblo. La película incluye temas y coreografías musicales creadas por Khaled Mouzanar, marido de la directora. La canción Hashishit albe es toda una celebración de la vida, a pesar de las dificultades que deben afrontar los habitantes del pueblo. La directora plantea desde el título un interrogante que sería habitual en su país y aún espera una respuesta. Y pretende que su filme adquiera la dimensión de alegato contra las violencias cotidianas y las guerras. Un propósito de absoluta actualidad.
Una comedia hecha para lucimiento de Butler El italiano Gabriele Muccino, muy recordado por El último beso, filmada en Roma y con un cierto perfil testimonial, reside desde 2005 en Estados Unidos. Allí filmó En busca de la felicidad (2006), Siete almas (2008) y ahora Jugando por amor. Su incorporación a Hollywood fue, para él, un acierto en términos económicos, pero el precio a pagar, como le ocurrió a otros directores europeos, era la pérdida de su identidad creativa, de un estilo narrativo y una temática que sólo pueden consolidarse con los valores y la cultura de su país. Y lo que era previsible, ocurrió. Jugando por amor es una genuflexión total al cine de Hollywood y también, en este caso, al coproductor y protagonista de este filme, Gerard Butler. Butler interpreta a George Dryer, un ex jugador de fútbol que hizo su campaña en equipos europeos y se retiró a los 36 años; casado con Stacie (Jessica Biel) y un hijo llamado Lewis (Noah Lomax). Pero como fue un tarambana, se divorció cuando Lewis tenía cuatro años. Madre e hijo, después de nueve años, residen en un pueblo de Virginia. En el inicio del relato George manifiesta dos propósitos: convertirse en comentarista de fútbol, para lo cual parece tener algún talento, y recuperar el afecto de su hijo. Lo que no tiene es vergüenza y dinero. Nadie puede explicar y el director tampoco lo hace, en qué invirtió o perdió las ganancias obtenidas durante sus exitosas temporadas en Europa. Convencido de que alguna vez debe procurar ser responsable, George se instala en el pueblo donde vive su hijo y su ex esposa, que está en trance de contraer nuevo matrimonio. Y resulta lícito pensar que donde hubo fuego, brasas quedan. Por cuestiones ajenas, debe asumir la condición de entrenador del equipo de fútbol en el que juega su hijo, y esta circunstancia lo convierte en centro de atención de varias madres de otros chicos, que desde el primer día manifiestan dos vocaciones muy fuertes: la de ser extremadamente estúpidas y potenciales prostitutas. También debe soportar el acoso, pero por otras razones, del patrocinador del equipo, el arrogante Carl King (Dennis Quaid), un empresario con mucho dinero, pero aun así es dueño de una sola Ferrari. La película está pensada para lucimiento de Butler, que demuestra algunas aptitudes actorales y también para el fútbol, pero se desenvuelve, por propia elección, en un mar de tópicos y clisés, y todo enmarcado en una estructura fílmica que hace agua por varios flancos. Resultan lamentables las patéticas actuaciones de Uma Thurman (Patti), Catherine Zeta-Jones (Denise) y Judy Greer (Barb). La necesidad tiene cara de hereje, dice el refrán, y algo de eso parece que les ocurre a esas damas y al señor Quaid. Lo rescatable de este filme es el afán de George de corregir su deplorable comportamiento de otros tiempos y su búsqueda de redención personal a través de la reconquista del cariño de su hijo. Es el filón más positivo y el único realmente rescatable de esta propuesta fílmica.
Duros, corruptos y extrema violencia Película de australianos que trabajan en Estados Unidos. Lo es el director John Hallcoat ( Propuesta de muerte, La carretera ) y también lo son el guionista y músico Nick Cave y el actor Guy Pearce, quien compone al repulsivo, afeminado y cruel Comisionado Especial Charles Rakes. El filme recrea la novela histórica de Matt Bondurant titulada The wettest country in the world , que narr sucesos protagonizados por sus abuelos en la época de la Ley Seca, quienes habrían sido destiladores de licores del condado de Franklin, Virginia. El relato comienza en 1931. Los depositarios de esa leyenda son los hermanos Forrest, Howard y Jack Bondurant. El jefe del clan es Forrest, interpretado por Tom Hardy, un ícono de la virilidad imperturbable. Aquí aparece como un hombre lacónico, algo taciturno, pero corajudo y siempre dispuesto a resguardar el honor de la familia. Howard es un bebedor, pero implacable cuando cae atrapado por la ira. Y Jack, el menor, es un tarambana impulsivo y enamoradizo, que pretende ganarse un lugar en la familia por méritos propios. También oficia de narrador. Los Bondurant son activos destiladores (conocidos como moonshiners), que mantienen un modus operandi con el sobornable sheriff local. Pero la realidad cambia con la aparición del corrupto fiscal Mason Wardell, el implacable comisionado Rakes y el gangster venido de Chicago Floyt Banner, interpretado por Gary Oldman. Todos los destiladores aceptan las reglas impuestas por Rakes y Wardell, excepto los hermanos Bondurant, quienes se autodefinen "invencibles e inmortales" y deciden enfrentar a los "intrusos", desatando una guerra a muerte, que deriva en secuencias de extrema violencia. Entre los personajes femeninos se destacan los de Jessica Chastain como Maggie, la protegida de Forrest, y Mia Wasikowska, la hija de uno de los hombres fuertes de Franklin y objeto de los deseos de Jack. Según el escritor Sherwood Anderson, Franklin era en la época evocada por este filme "el condado más húmedo del mundo", pero no por las lluvias, sino porque todos los granjeros de la región tenían sus propias pequeñas destilerías de licores. La historia de Los ilegales es una suerte de "cóctel" siempre a punto de explotar. Abundan las ametralladoras Thompson, los tipos "duros" y los funcionarios corruptos. También se pueden observar ejemplares de los primeros Ford V8 y expresiones de segregación racial. Cabe acotar que la Ley Seca fue derogada en 1933, pero la denominada "conspiración Wardell" se extendió hasta 1940. La narración es fluida y su director John Hillcoat demuestra talento y una clara noción de la estructura y la puesta en escena. Para ello contó con la inestimable colaboración del fotógrafo Benoît Delhomme y de intérpretes de primer nivel.
Acumulación de episodios cada vez más violentos Corre Will, corre. Así podría titularse este filme, el número 71 en la carrera de Nicholas Kim Coppola, sobrino del director Francis Ford Coppola, más conocido por su seudónimo de Nicolas Cage. Y como en todas sus películas de acción, también aquí vuelve a colocarse la máscara del héroe/mártir lanzado a misiones imposibles. Contrarreloj es también el reencuentro de Cage con Simon West, quien lo dirigió en Con Air (1997), que fue el debut de este director en el largometraje. En aquel filme, Cage portaba cabello largo, una característica que en este caso cedió a su "amigo" Vincent. Will Montgomery es un "famoso" ladrón especializado en bóvedas de bancos. El relato comienza, precisamente, con un atraco donde se lleva diez millones de dólares. Pero algo sale mal y Will es condenado a ocho años de cárcel. Cuando es beneficiado con la libertad condicional, le confiesa al agente Harland, su implacable perseguidor del FBI, que quiere redimirse y reconciliarse con su hija adolescente Allison. En el cine clásico de Hollywood, para que una historia pueda avanzar, a la acción del protagonista hay que oponerle la de un adversario o enemigo. En este filme, esa función la cumple su ex compinche Vincent. Ocho años después de aquel asalto, Vincent luce una pierna ortopédica, trabaja de taxista y pretende cobrarse una "indemnización", porque afirma que no recibió un peso de aquel botín. Will le dice que no tiene los diez millones de dólares porque los quemó. Pero tanto Vincent como la policía creen que los escondió para disfrutarlos a su salida de la cárcel. ¿Cuál es el recurso al que Vincent apela para lograr su objetivo? Secuestrar a Allison. Y aquí comienza la desesperada carrera "contrarreloj" de Will para salvar a su hija. Algo similar a lo que le ocurría al personaje interpretado por Liam Neesom en Búsqueda implacable (2008). Pero en este caso Will dispone de un perentorio plazo de doce horas. Si la desmesura es ya una marca de fábrica en el cine de acción de Hollywood, la maldad deviene en este caso en pura caricatura, gracias a las sobreactuaciones tanto de Cage como de Josh Lucas en el cínico personaje de Vincent. Como el villano de turno, Lucas se reserva un generoso muestrario de excentricidades gestuales. Ambos se mueven en medio del Mardi Gras, el vistoso carnaval de Nueva Orleans, la ciudad elegida por el director para ambientar la historia. Digamos finalmente que el vacuo ideario del joven y a su vez desgastado género del cine de acción de Hollywood no ha encontrado otro recurso para mantener el interés, que prostituirse mediante la acumulación de episodios cada vez más violentos y absurdos, como ocurre en esta película.
Compleja historia sobre la condición humana Según algunas versiones, ésta sería la última película de Soderbergh para el cine. Se habría hartado de las presiones de los estúpidos yuppies de Hollywood, que no saben nada de cine y para quienes las películas son lo mismo que salchichas. Su eventual alejamiento sería una verdadera pena, porque es un director de enorme talento. Dice que se dedicará al teatro y a la pintura, que son menos conflictivos, y a realizar alguna miniserie para la televisión. Efectos colaterales es una propuesta compleja y un desafío a la inteligencia del espectador. Comienza como un drama, se encamina luego hacia el cine de denuncia contra la industria farmacológica y las malas praxis de los médicos psiquiatras, para adoptar finalmente, aunque sin abandonar esa pretensión, el soporte de un thriller. Dos personajes se disputan el protagonismo. Uno es Emily Taylor (Mara), diseñadora gráfica en una agencia de publicidad de Nueva York, que padece estados de depresión. Está casada con Martin, un financista que fue condenado a cuatro años de prisión por fraude. El relato comienza cuando Martin sale en libertad. El otro personaje es Jonathan (Jon) Banks (Law), médico psiquiatra de origen inglés, que trabaja en su consultorio y en un hospital, y realiza "investigaciones" para un laboratorio sobre los resultados de medicamentos en instancia de prueba. Un tercer personaje clave es la psiquiatra Victoria Siebert (Zeta-Jones), la primera que trató y medicó a Emily. Siebert le sugiere a Banks la aplicación, en el caso de Emily, de un antidepresivo llamado Ablixa, también en etapa de experimentación. Los "efectos colaterales" de este medicamento son somnolencia, sonambulismo y un fuerte apetito sexual. Para Siebert, la depresión es la incapacidad de imaginar y construir el futuro. Esta realidad cambia cuando Emily es acusada de un crimen, supuestamente ejecutado bajo los efectos del Ablixa. A partir de ese momento, el filme asume las características de un thriller, que involucra por igual a Emily, a Banks por haber recetado el medicamento y, subsidiariamente, a Siebert y al laboratorio que lo elabora. Estas cuestiones llegan ante los estrados tribunalicios. La película es, también, una radiografía de la condición humana, deteniéndose sobre cuestiones como la malicia, la amoralidad y la codicia o ambición desmedida de fama y dinero. Es una suerte de cebolla, que guarda nuevas sorpresas en cada capa que se extrae. La complejidad de la historia radica en su estructura algo diabólica, con infinidad de "vueltas de tuerca", que convierten a los personajes, alternativamente, en víctimas o victimarios. Estas variantes se sostienen sobre un guión muy inteligente, una dirección eficaz, con un exacto sentido de los tiempos y los cambios cualitativos de la historia y sus personajes. Recién después de transitar los vericuetos más oscuros de la psicología de los protagonistas y verificar los vínculos entre sus rémoras, sus perversidades y sus sueños, el espectador descubrirá sus verdaderas intenciones.