Con un tratamiento minimalista, pero no por ello menos sensible, el director Rachib Bouchareb golpea con esta historia ficticia enmarcada en un hecho real ocurrido en 2005 en Londres. Cuatro explosiones paralizaron el sistema de transporte público, en plena hora pico de la mañana. Fallecieron 56 personas en los ataques, incluidos los cuatro terroristas sospechosos, y 700 heridos. Los protagonistas, Ousmane y Elisabeth, son dos perfectos desconocidos: él es un africano musulmán residente en Francia; ella, una viuda cristiana que vive en una isla del Canal de la Mancha. Cada uno ha perdido el contacto con su hijo desde el día de los ataques, y la desgracia los unirá en las calles londinenses. Dejando de lado sus diferencias culturales y religiosas, ambos deambularán juntos por comisarías y hospitales, en busca de sus seres queridos, unidos por la esperanza de que sigan vivos. El director francés no cae en la tentación de los grandes discursos moralistas y reivindicadores; se apoya en el intercambio interpretativo de los dos grandes actores que dan vida a la mujer humilde y trabajadora que busca a su hija y al veterano padre abandónico que busca a su hijo. Ambos tienen mucho más en común de lo que creen, y no solamente por la pérdida que comparten. La humilde actuación de Sotigui Kouyate (Oso de Plata al mejor actor en el Festival de Berlín 2009) y la conmovedora y vigorosa entrega de la británica Brenda Blethyn son el punto más alto de esta sencilla y sensible cinta, acompañados por la delicada música extradiegética de Armand Amar (mezcla de Gustavo Santaolalla y Phillip Glass). El último plano del filme resulta potente, devastador, desesperanzado... y está a cargo de la inigualable actriz inglesa.
LOS CHICOS (NO) ESTÁN BIEN Mia respira jadeando, agitada. Acaba de terminar de repasar una coreografía de hip-hop que parece disfrutar. Tiene 15 años, es rebelde, machona y peleadora, tanto como para darle un cabezazo a cualquier chica del barrio que le haga frente. En los desolados suburbios, cerca de su departamento, hay una yegua vieja encadenada, que Mia intenta liberar, pero nunca puede romper el candado que la tiene presa. Su madre, que luce como una hermana mayor (por lo joven, por cómo se viste, por cómo fuma y bebe constantemente) la trata de mentirosa y de puta y no le presta atención. Mia no tiene nada que hacer, más que ver videos, tomar cerveza, escuchar música y practicar “coreos”, siempre con su viejo jogging gris. Su hermanita menor no hace más que mirar tele, fumar y jugar con su perro. Son una familia de 3 mujeres solas de clase obrera, abandonadas, con una existencia aparentemente sin objetivos ni metas a la vista, más que la subsistencia diaria. Un día hace su aparición Connor, el nuevo novio de su madre, un atractivo hombre que jugará el rol de hombre de la casa, y ensayará una figura paterna para esa casa habitada por mujeres, confundiendo a Mia y alterando su comportamiento. Ella es una adolescente vacilante, que no ha conseguido adaptarse al sistema educativo, y mucho menos articularse con la gente de su edad. Su juventud está siendo un ciclo complicado, algo en lo que no ayuda la mala relación con su familia. Forzada a convivir con el novio de su madre, la joven irá cayendo en un barranco, a pesar de que Connor ha prometido llevar el amor a esa casa, aunque los límites se vayan traspasando paulatinamente, sin retorno... "Fish tank" es una de las sorpresas independientes de este año, especialmente por ganar el BAFTA al mejor filme británico y alzarse con el Premio del Jurado en Cannes. La cámara en steady cam sigue a la jovencita en su deambular por la vida, casi nunca dejándola sola. Cuando la yegua que estaba atada finalmente es sacrificada, uno de los personajes le dice a Mia: “Tenía 16 años, le llegó su hora”. Inevitables asociaciones surgen, al ver a Mia quebrarse por primera vez y llorar casi sin consuelo. La directora Andrea Arnold quería mezclar en su casting la frescura de los actores no profesionales y el talento de los consolidados, pero nunca imaginó que encontraría a su rebelde protagonista en plena calle. Katie Jarvies estaba discutiendo con su novio cuando alguien se le acercó para proponerle ser actriz, convirtiéndola en la protagonista absoluta de “El rebelde mundo de Mia”, una película tan bella como desoladora, angustiante y desesperanzada. No por nada madre e hijas bailan al son de una canción que reza “La vida es una putada y después te mueres, por eso nos drogamos, porque no sabes cuándo te irás”.
En los créditos de inicio se advierte que lo que vamos a ver es una historia que realmente sucedió, y a continuación, otro cartel enfatiza que “realmente sucedió”. Basada en hechos tan asombrosos como humanos, expuestos en la novela del periodista Steve McVicker, esta adaptación a guión cinematográfico por los también directores John Requa y Glenn Ficarra resulta, cuanto menos, atractiva. Jim Carrey es Steven Russell, un padre de familia que vive su despertar gay después de sufrir un accidente de auto, convirtiéndose de golpe en estafador profesional, atrapado y encarcelado. Ewan McGregor es el Phillip del título original (“I love you Phillip Morris”), un recluso al que conoce allí y con quien iniciará una relación amorosa. Sin soportar estar separados, los enamorados harán lo imposible para ser libres y vivir su amor. Con esta propuesta algo tragicómica, reaparece Carrey en las pantallas, y esta vez con un rol con muchos tics de los que ya le conocemos, pero en el cuerpo de un personaje en el que nunca se lo había visto. Uno de los grandes aciertos del filme son las actuaciones; resulta creíble la relación homosexual encarnada por ambos actores, mucho más en los momentos dramáticos en los que se manifiestan sus sentimientos de amor. Otro de los puntos a favor es, como en muchas películas, estar basada en hechos reales, dándole un ingrediente extra a lo increíble de las situaciones. Ni siquiera ha sido estrenada en salas en Estados Unidos, dada la ridícula polémica en la que se vio envuelta por resultar tan “explícita” en su contenido homosexual. Da risa y ganas de llorar al mismo tiempo… Como en esta película…
María del Carmen, ama de casa con 50 recién cumplidos, es de esas mujeres dedicadas a su hogar, a su marido y sus dos hijos varones, hoy casi adultos. En esa casa con mayoría de hombres, el trago más amargo de tener que cocinar, lavar platos y ordenar la casa, pasa exclusivamente por ella. Cuando recibe como regalo de cumpleaños un rompecabezas, se revela un talento especial: puede armarlos muy rápido. Entusiasmada, vuelve al local donde le compraron el regalo para adquirir otro rompecabezas. Allí, un anuncio llama su atención: “Se busca compañero para torneo de rompecabezas”. A partir de allí decide vivir plenamente su nueva adicción, sin importar el desacuerdo de su familia. Después de tener un paso brillante por los festivales de Berlín, Guadalajara, y San Sebastián, el filme de Natalia Smirnoff es minimalista, pero está lleno de delicados detalles, captados por la cámara de la directora de fotografía Bárbara Álvarez, que juega constantemente con el fuera de foco y con suaves movimientos; una cámara que sigue siempre a la protagonista, acompañándola en sus momentos más íntimos, permitiendo registrar sus cambios internos. Los rompecabezas suponen un pasaje que va del desorden al orden, de lo irresoluble a lo resuelto; es allí donde radica la importancia de la metáfora, como elemento que reordena la vida de la protagonista, en el cuerpo de una ajustadísima María Onetto, muy bien secundada por Gabriel Goity y el gran Arturo Goetz.
Con un guión que rehúye al lugar común, el filme, con cierto humor, examina la relación de Nic y Jules, una pareja de lesbianas, y la relación con sus hijos, que fueron nacidos por inseminación artificial. Ambos (una joven de 18 y un adolescente de 15) comparten al mismo donante. Y sucede que a los chicos les da por conocer a su “padre”, y dan con él. La aparición de Paul, padre biológico de los dos chicos, desafiará la dinámica familiar, pero sobre todo pondrá en estado de alerta máxima a la pareja de mujeres. Resulta destacable poder ver un retrato sobre los nuevos conceptos de familia: sobre el amor, la honestidad y el respeto, más allá de los prejuicios reinantes y de las preferencias sexuales. La naturalidad con que se muestra a un matrimonio homosexual con dos queridísimos e inteligentes hijos da cuenta de lo natural que debería ser para cualquier sociedad aceptar una familia de estas características. La directora Lisa Cholodenko, coguionista también, saca el mejor partido de todos los diálogos y de sus actores, principalmente de los jovencitos Mia Wasikowska (la Alicia de Tim Burton) y Josh Hutcherson (Zathura). Mark Ruffalo le pone la exacta cuota de inmadurez y seducción a su simpático Paul. Mención aparte merecen las monumentales actuaciones de Annette Bening y Julianne Moore (Oscar compartido, ¡por favor!), cuya química dota a las escenas del filme de una excepcional sinceridad. Ellas SON una pareja en la pantalla: las vemos besarse, mirar porno, tener sexo, quererse, odiarse, discutir entre ellas y con sus hijos… Vivir. De visión casi obligatoria, el filme da cátedra (a quien lo necesite) de cómo poder ver a una familia que no es como todas, pero vive exactamente las mismas vicisitudes de cualquier familia tildada de normal, con sus peleas, sus sinsabores, su felicidad y, principalmente, su amor.
UN MAZAZO AL ESPECTADOR Hitchcockiana de pies a cabeza (incluyendo los creativos créditos iniciales), el presente filme extrae las miserias de un pobre desgraciado que lucha por su supervivencia. Paul Conroy es un camionero que despierta dentro de un viejo ataúd de madera, enterrado vivo. Desconociendo lo que le sucedió, descubre que el único medio para escapar de esa pesadilla es un celular, un encendedor, un lápiz y no mucho más que tiene consigo. La poca batería y la falta de oxígeno son los principales conflictos a enfrentar para lograr huir. Además, cuenta con casi 2 horas para ser rescatado. A medida que los minutos pasan y va logrando comunicarse con distintas personas a través del teléfono, se irá develando por qué está allí y qué armas puede usar para conseguir el pase que lo puede liberar. Pero deberá lidiar con lo inimaginable, y hacerle frente. Ryan Reynolds merece una enorme parte del mérito de este inusual filme; la cámara lo recorre por completo, lo muestra en primerísimos primeros planos y en planos detalle de su desarticulado rostro y su estrujado cuerpo. La hora y media de película transcurre dentro de la caja de madera que lo tiene encerrado, un ataúd improvisado que lo atrapa física y psicológicamente. La situación del protagonista es directamente siniestra, y paralelamente a él sufrimos su desafortunada (malísima) suerte. No hay nada que este actor haya filmado antes que esté a la altura de esta tremenda exigencia física y emocional. El director Rodrigo Cortés no es para nada concesivo con el espectador y logra dejarlo estupefacto en su butaca, golpeándolo con una historia cruda, claustrofóbica, inexorable… Obtiene de cada minuto un momento desesperante y, a pesar que todo transcurre allí dentro, se pueden vivenciar momentos de horror, de suspenso y de melodrama, gracias a la minimalista pero efectivísima puesta en escena. La crítica hacia la política de EEUU es evidente y virulenta, no sólo por los daños colaterales a raíz de la participación en una horrorosa guerra inútil, sino por la intolerable burocracia de algunas instituciones y por la hijaputez de las grandes empresas que no se hacen cargo de sus responsabilidades. Es un film que merece verse en el cine; resulta la única manera de que perturbe y atrape como pretende. Agonizante, dolorosa, opresiva, punzante, sobrecogedora.
“The Joneses” gira en torno a esas familias tan perfectas que parecen de postal y se convierten en el centro de todas las pasiones y envidias. Los Jones llegan a un barrio de clase media alta y, ni bien se mudan, lo alborotan, a raíz del alto estatus de vida que llevan. Lo que nadie sabe es que, en realidad no son una gran familia tipo, sino un grupo de 4 profesionales (2 hombres y 2 mujeres) dedicados a la venta de artículos de lujo, y que se harán pasar por grupo familiar para introducir modas en el lugar, marcar tendencia e incentivar el consumismo. Casi como espías internacionales, dejan de lado sus verdaderas identidades y simulan ser lo que no son. Demi Moore, David Duchovny, Amber Heard y Ben Hollingsworth, tienen a cargo la responsabilidad de darle vida a los personajes protagónicos. Y lo hacen con verdadero oficio, especialmente los dos primeros, que son los que llevan adelante el relato y participan de los conflictos centrales del filme. Glenn Headly (quien trabajara junto a Demi hace 2 décadas en “Pensamientos mortales”) y Gary Cole son los vecinos de al lado, y los primeros en sucumbir ante la tentación que los Jones provocan con sus flamantes autos, sus monumentales pantallas LCD, sus aerodinámicas zapatillas y sus carísimos muebles. Pero, aunque todo parece ir de perillas y los 4 vendedores provocan que la comunidad que los rodea comience a adquirir lo mismo que ellos tienen, pronto comenzarán los roces, los remordimientos y la necesidad de vivir una vida normal. Hay algunos momentos graciosos y cierto humor mordaz que pretende criticar nuestra sociedad consumista y la forma en la que seguimos como corderitos dóciles a los que marcan las pautas. "Keeping up with the Joneses" es un latiguillo del inglés que hace referencia a la comparación con el vecino de al lado, como una marca para la clase social o la acumulación de bienes materiales. Y ocurre cuando la gente busca su estándar de vida en relación a la de sus pares. El filme del debutante Derrick Borte tiene un original planteo, tal vez algo exagerado en cuanto a tratar a los vendedores casi como agentes internacionales, dado que deben residir juntos un año entero como familia, sin poder vivir su propia vida, en pos de ganar importantes comisiones por ventas… Lo que se dice, gente muy obsesionada con triunfar económicamente… Para el tono que viene teniendo el filme, el desenlace resulta algo descolorido, aunque no desdibuja el mensaje subyacente acerca del materialismo del nuevo milenio. En otras épocas, el status social dependía mayormente del apellido familar; sin embargo, el consumismo en EEUU dio paso al cambio de clase social. Con el incremento de la disponibilidad de bienes, la población tendió a definirse a sí misma según sus posesiones, y la búsqueda para acceder a un mayor estándar de vida se precipita y, lamentablemente, se acrecienta día a día.
MI VECINO, ¿EL ASESINO? Los vecinos son personas a las que vemos casi a diario y con las que tenemos que convivir, al menos en el ámbito de la comunidad donde tenemos nuestra casa. Una de las cosas más difíciles en la vida es la buena convivencia humana. Y de esa relación con los vecinos, ya sean nuevos o de toda la vida, algunas veces surgen conflictos que si no se resuelven en su momento, se vuelven una bomba de tiempo. Leonardo es un reconocido diseñador industrial, casado con una instructora de yoga, Ana, y con una sola hija pre-adolescente, Lola, con la que no tiene comunicación. Ellos viven en la única casa que construyó Le Corbusier en América (Casa Curutchet, dotada de gran belleza y hermosas líneas), situada en la ciudad de La Plata, y es motivo de admiración de turistas y gente de los alrededores. Una mañana, la serenidad de su hogar se ve perturbada por el comienzo de unas obras en la vivienda lindera. Su vecino, Víctor, un personaje raro y extrovertido, pretende hacer una ventana ilegal con vista a su casa, para tener algo de luz natural, por lo que la intimidad de su familia se vería enteramente violada. La forma de comunicarse del nuevo vecino, entre amistosa y amenazante, genera en Leonardo un fuerte rechazo y, a la vez, un extraño sometimiento. El incidente comienza a ocuparle todo su tiempo, apartándolo de sus labores profesionales y familiares. Con la presión de su esposa para que ponga fin a la situación, Leonardo se va desmoronando poco a poco, porque no encuentra la forma de hacer que su extraño vecino deponga su actitud. Protagonizada por Rafael Spregelburd y Daniel Aráoz, dirigida por Mariano Cohn y Gastón Duprat y poducida por Fernando Sokolowicz, el multimpremiado filme argentino es una muestra de talento interpretativo y de una gran y plástica puesta en escena. La tensión que se genera entre los dos protagonistas maneja el nudo de la trama: ambos son totalmente diferentes, opuestos en todos los aspectos que se podrían evaluar. Leonardo, el diseñador, es un profesional políglota, egocéntrico, soberbio, arrogante y despectivo, perteneciente a una joven clase alta, de esos treintañeros que se desarrollan profesionalmente en el diseño, viven en viejas casas recicladas a nuevo en Palermo Hollywood (no en este caso), escuchan música electrónica de DJs internacionales y manejan lo último en tecnología. De Víctor, en cambio, con sus pantalones ajustados metidos adentro de las botas, no se sabe bien qué es o cómo se gana la vida, tal vez con sus siniestras esculturas que hace con perdigones de escopeta, o vendiendo guisos de jabalíes cazados por él mismo; es lo que muchos podrían llamar “un grasa”, tal cual lo define Leonardo en una cena con amigos tan paquetes como él (uno de ellos, interpretados por Juan Cruz Bordeu, ¿autoparodiándose?). Son geniales muchas escenas de este excelente filme, y la mayoría tienen a un exacto Daniel Aráoz como protagonista: cuando le cruza de ventana a ventana el guiso a su vecino en un balde de albañil; cuando monta el show de títeres en la ventana, con botitas de vaquera puestas en su dedos bailando sobre una banana; cuando se presenta a la fiesta de Leonardo con su nueva novia; y varios etcéteras, incluyendo el impactante e impensado desenlace, que nos deja con la boca abierta, y nos enfrenta ante lo mísero que puede ser el ser humano en determinados momentos de su vida. Seleccionada para participar del Festival New Directors, New Films de Nueva York y ganadora de premios en los Festivales de Sundance y de Mar del Plata, la dupla de directores y de actores colocan a “El hombre de al lado” en un lugar de gran importancia para el cine nacional, ése que nos permite reflexionar, con una historia chiquitita pero con un mensaje enorme, acerca de cómo somos y nos comportamos como hombres y como sociedad. Sencilla, tensa, chocante, imperdible.
Tras el éxito de público de "Un novio para mi mujer", Adrián Suar protagoniza esta comedia, con Florencia Bertotti y Claudia Fontán como compañeras de reparto. Dirigido por Diego Kaplan ("¿Sabés nadar?"), Suar interpreta a Freddy, un cuarentón soltero y sin hijos, prototipo de playboy que vive de juerga y cuya principal función es seducir veinteañeras. Pero de repente su vida cambia cuando en una disco conoce a la desenvuelta Aylín (Bertotti) que, lejos de ser una más de sus conquistas, resulta ser su hija de 23 años, a la que nunca antes había conocido. Freddy se enfrenta así a una lucha consigo mismo, pretendiendo equilibrar su vida sin compromisos y la demanda de una joven que quiere formar parte de su vida. El guión fue escrito por Juan Vera y Daniel Cúparo, con la colaboración de Mariano Vera. Lamentablemente, tras ver la película, se confirma todo el prejuicio que uno podía tener con una obra como ésta cuando veía el trailer o, sin profundizar demasiado, con sólo ver el afiche de promoción. A pesar de contar con grandes profesionales de la industria del cine nacional en los rubros técnicos, como Mercedes Alfonsín (diseño de arte) y Félix Monti (director de fotografía), el protagonismo de actores eminentemente del mundo televisivo, o muy relacionados con éste, le da al filme un aura que lo aleja de lo cinematográfico, puesto que, tanto el chato y previsible tratamiento del guión como las actuaciones, se asemejan a ese medio. Es (principalmente) por ello que, más que estar viendo una película hecha para el cine, da la sensación de estar viendo el capítulo de una (mala) telecomedia, y eso resulta frustrante y fallido. Al margen, son innegables ciertos momentos simpáticos, risueños y hasta tiernos, pero ellos no logran salvar al filme de ser un entretenimiento de poco peso, demasiado convencional, no creíble y manipulador. Es Claudia Fontán la que logra mejores momentos graciosos, con su gran timing para decir sus diálogos, a pesar de mostrarse como en varios roles ya vistos anteriormente. Suar y Bertotti no logran la mejor química en pantalla grande; les sienta mejor la pantalla chica, y por separado…
Nicolás Vergara Grey (Ricardo Darín), un famoso ladrón de cajas fuertes, sueña con recuperar a su familia y empezar de cero. Recién salido de la cárcel por la amnistía general dictada por el presidente de Chile tras la llegada de la democracia, se topa con el joven Ángel (el gesticulador Abel Ayala), un ex presidiario que pretende dar un gran golpe millonario. Entre medio de ambos está Victoria, una jovencita homeless que dejó de hablar cuando asesinaron a sus padres en su presencia, que tiene grandes dotes para el ballet y enamora a Ángel a primera vista. Con enormes ínfulas, esta última película de Fernando Trueba viene a demostrar que no siempre lo pretencioso resulta efectivo y, muchas veces, como este caso, genera el efecto contrario. Este baile propone unos pasos por diversos géneros cinematográficos, pero eminentemente se posa en el melodramático, con apuntes (supuestamente) risueños, policiales, románticos, de suspenso, político-sociales, entre otros. "El baile de la victoria" es la adaptación a la gran pantalla de la novela de Antonio Skármeta, Premio Planeta en 2003. Desmesuradamente alegórica, la película de Trueba no resulta creíble en la pintura de sus protagonistas, haciéndolos hacer lo que personajes mal diseñados harían en una película, pero no en la vida real. Tampoco tiene suerte con el uso de ciertos recursos audiovisuales poco afortunados, como el uso de los flashbacks que no aportan más de lo que se está escuchando por diálogos; o la pretendidamente caricaturezca escena con los profesores de la escuela de danzas; o la ridícula "conversación en off" entre los personajes de Darín y Ariadna Gil. Con excesivo metraje y colosal efectismo, este baile tropieza y cae, sin dejar de entretener... al menos...