¿Esto es Sully? ¿Una película equilibrada y calma que no propone al espectador un shock de estímulos sino al contrario una reposada invitación desde la que preguntarse si una decisión de vida o muerte estuvo bien tomada? Esto es Sully? A esto se reduce la última película de un consagrado y siempre vigente Clint Eastwood, protagonizada por la mega estrella Tom Hanks? Solo esto? La verdad es que el espectador tendrá todo el derecho a hacerse estas preguntas luego de ver una película al menos desconcertante, sobre todo si se piensa en otras como la exaltada American sniper, por ejemplo, que como decíamos en su estreno, era un arma peligrosamente cargada de ideología republicana. Aquí, un piloto experimentado, especialista en seguridad de vuelos transcurre los últimos años de su carrera. En el invierno del 2009, a pocos minutos de partir en un vuelo interno de la ciudad de Nueva York y tras un choque con una bandada de pájaros, deberá decidir en cuestión de segundos si su avión, con los dos motores fallados, podrá alcanzar el aeropuerto del que acaba de despegar o sobrevivirá a un aterrizaje forzado sobre el agua del frío invierno del Hudson. Esa decisión que Eastwood filma sin sobresaltos, sin exabruptos de montaje o de cámara parece colocarnos en una encrucijada como espectadores acostumbrados a este tipo de películas de accidentes. Aquí no se nos invita a la tensión, al nerviosismo, a los saltos de timón como sería de suponer, sino a entender que esa decisión personal, firme y sin dudas corresponde sí y solo sí al factor humano no expuesto al error. El capitán Chesley Sullenberg, pronto convertido en héroe, sabe que lo que hizo está bien, por momentos los simuladores y la junta de control lo hacen dudar, y es cuando inteligentemente Eastwood pone a funcionar por un lado su aparato de flashbacks que son varios,a lo largo de la hora y media, para que esos signos de duda se disipen. Las alteraciones temporales en la película tienen ese objetivo: resaltar aquello que veremos varias veces, desde varios puntos de vista para comprobar realmente un “trabajo bien hecho”. Y por el otro a su precisa dirección de actores. Tom Hanks tiene sobre sus hombros la carga de contener todo signo de emocionalidad, furia, o gloria. Dudar y existir es la tesis del hombre moderno, y materializarlo en circunstancias proporcionadas parece el desafío superior de un director que siempre tiene con qué sorprendernos. El individuo y sus decisiones no están libres de lecturas políticas y mucho menos cuando la crisis del sistema convencional está haciendo aparecer novedosos liderazgos pro individualistas. “Hacía falta una buena noticia de aviones en esta ciudad”, dice un personaje al protagonista en un momento. Aunque sabemos que las noticias de aviones no son buenas por estos dias de diciembre de 2016, les sugiero que se asomen a Sully, hazaña en el Hudson, más no sea para saber cuáles son los vientos que corren por estos días en el particular universo eastwoodeano.
Es interesante la conexión que algunos críticos hicieron después de las primeras proyecciones en la Sección oficial del BAFICI pasado de La noche, la ópera prima de Edgardo Castro, con el primer Campusano, el más sórdido, el menos prolijo y también el más disruptivo. Tal vez, y todavía sería mera hipótesis, uno (Castro) sea la evolución del anterior (Campusano). Pensarlo así, daría lugar a sostener que la periferia entra al centro, “degradándola” quizás, cuando en realidad es más probable que sea al revés. Ahora bien, más allá de estas particularidades La noche tambien es especialmente universal. Porque la noche que transcurre es la de Buenos Aires pero podría ser cualquier otra ciudad actual. Acá ya no se trata de los barrios pobres de Quilmes a algunos kilómetros de Buenos Aires, sino de uno de los barrios “bajos” de la propia Capital: el barrio de Once, lugar de paso por excelencia, lugar de la venta ilegal en la calle, de bares oscuros, de marginación, prostitución, mayormente travesti. Zona liberada, el barrio de Once, que se adivina por algunos detalles (el altar de Cromagnon, carteles de bares, la calle Paso, el paso nivel de Jean Jaures) ya que mayormente, las dos horas quince que dura La noche, están conformadas por una totalidad de primeros planos y planos medios que difumina los fondos, que pega la cámara a los cuerpos, las cabezas, las nucas de los personajes, siguiendo especialmente a uno, el propio director enunciando desde una subjetividad oscura pero de alguna manera entrañable, cercana. Es decir, el espacio de esa ciudad no interesa, podría pasar en cualquier lugar: baños donde se consume cocaína, encuentros sexuales ocasionales, largos y grupales, donde se dialoga también, se conoce al otro agregándole un sexo que la cámara no oculta, al contrario, se ocupa de explicitar. Lo cuasi-documental lo hace pornográfico, el sonido es crudo, las voces se mezclan con locales donde aturde la música y el dialogo se borra, generalmente. La potencia de La noche se nota en los resultados de su recepción que tiene. Edgardo Castro se convierte en el anti-flaneur: el que circula, merodea, pero lo hace conociendo personas y lugares que se quieren ocultar, esas zonas que toda sociedad reprime, las que muestran aspectos que toda ciudad tiene, esa que está repleta de amenazas, y una vida intensa y constantemente al borde.
Un botón adherido a una viga; la palabra botón dicha en dos lenguas: en español y en Kawéshkar (uno de los grupos en que estaban divididos los pueblos de los canales australes), el botón en la prenda de un indígena que le da nombre en otra lengua, el inglés Jimmy Buttom, arrebatado de su tierra para ser civilizado en Europa y devuelto tras unos años. ¿Qué es un botón en el film de Patricio Guzmán que se estrena en Malba en este octubre 2016 y que había dejado a toda una sala conmovida en ocasión de su preestrenoen el BAFICI de 2015?. Es un signo, apenas, de la historia violenta de un país, pero también algo así como un malentendido. Un error del destino, poético y filosófico a la vez, histórico eideológico. ¿De qué manera un botón puede significar todo eso.? Es que en Guzmán los sentidos se presentan en forma de pliegues: primero desde la ciencia como modo de justificación de la importancia del agua en nuestro planeta, después desde la historia, la de los pueblos indígenas, originarios del territorio americano, su exterminio en manos de los conquistadores, después de los imperios y después de la dictadura. En el documental de Guzmán todo eso forma parte de una misma lógica en la que lo geográfico es subsumido, atravesado, territorializado con la peor de las intenciones. La imagen, preferentemente en primeros planos, o planos detalle o planos que agigantan la gota de agua, tanto como los ojos rasgados y rotos de las fotografías en blanco y negro, son de una contundencia inevitable. La voz en over, del mismo Guzmán, a lo largo de los 90 minutos, pausada, clara, sencilla, que algunos critican por demasiado pedagógica, es un significante preciso, que apunta a entender y hacer entender lo inexplicable. Ese didactismo de Guzmán, en todo caso es poético no hegemonicista ni escolar. Como cuando recrea la metodología de los vuelos de la muerte, que en Chile, se llevaron 1400 personas al mar, pero que se replica en Argentina y Uruguay con la misma calidad de estremecimiento. Un mar que los chilenos niegan pero que los aborígenes comprendían, navegaban. Continuidad de Nostalgia de la luz, El botón de Nacar sigue su mismo procedimiento: el de razonar el cosmos como un todo, de avanzar sobre el tema para encontrar el nudo hacia el centro del film. La lógica y coherencia de un director definitivamente instalado en lo mejor del cine latinoamericano. Desde el sábado 8 de octubre, en Malba los sábados a las 20 hs
Empieza a girar por los festivales internacionales y lo hace con éxito esta ópera prima de Emiliano Torres que se estrena en Buenos Aires el próximo 6 de octubre. La película acaba de obtener el premio especial del jurado ex aequeo y el premio a la mejor fotografía a Ramiro Civita en el Festival Internacional de San Sebastián. Filmado en la zona sur de la de la precordillera occidental, en la Provincia de Santa Cruz, en un paraje de difícil acceso El invierno compite en estos días en la sección oficial del Festival de Biarritz y y el de Zurich con gran expectativa. Lo atractivo de El invierno es claro: consiste en ensanchar la pantalla a través de la explotación visual de ese espacio inabarcable que materializan los planos panorámicos de la Patagonia. A la antigua batalla del hombre que debe adaptarse a la naturaleza se le suma la lucha de estos trabajadores solitarios contra la injusticia de esas estancias ovinas y el contrato de trabajos golondrinas precarios. Carlos Echeverrìa, en el documental Querida Mara, cartas de un viaje por la Patagonia, bien marcaba esa contradicción entre la belleza del paisaje y la paradoja de la explotación, la pobreza, la injusticia, la soledad, las separaciones y los abandonos. Lo hacìa desde el documental pero bien podrìa sumarse a esta mirada que plantea Emiliano Torres en El invierno. Jara se queda como cuidador de un complejo de esquilado, en el tiempo de la historia transcurre un año entero. Allí llegan, cuando comienza el verano, hombres contratados desde distintos lugares del país. El joven va a suplantar al viejo casero quien pasó prácticamente su vida allí y que es despedido de un día al otro. Es un ciclo de vida el que espeja a estos dos personajes de tal modo que lo narrativo entrama sus vidas en un antes y un despuès en necesidades y abandonos similares. Tal como sucede en lo material, en lo diegètico, es decir aquello que no se dice y se supone, la película es sólida y efectiva, manipula el conflicto y la amenaza, sostiene el interés en un film que es tan árido, por sus elipsis o sus faltas de diálogo, como el paisaje que describe. Este hombre está demasiado solo y expuesto a esas injusticias libres de luchas sociales o sindicales. En la soledad de los vientos patagónicos eso parece no existir. Hay un estado de pre-ley que la acerca al western más clásico. El hombre y su perro, su caballo y su rifle. Todo lo que está afuera, amenaza un trabajo que hay que defender a uñas y dientes. Tanto en su referencia al género como a esa lucha solitaria, la película de Torres no supone una crítica al sistema, sino una resignada situación de constante recomienzo, hasta que el extranjero se haga cargo de ese campo e inicie un emprendimiento para turistas.
Gilda es una película importante. Se nota en el público que llena las salas y que sale conmovido, cantando o bailando. Se nota también en su sistema de producción, en el casting, en su distribución y también en su respuesta crítica. Gilda es importante y conmovedora. Eso sí. Siete días atrás se cumplía el vigésimo aniversario de la muerte de la cantante tropical y la película sobre su vida, dirigida por Lorena Muñoz, la hasta ahora documentalista, directora de dos documentales centrales del cine argentino: Los próximos pasados, y Qué me han hecho tus ojos parece llegar en el momento justo Gilda-película logra 20 años después integrar a un personaje popular mítico y santificado (operación popular si las hay), Gilda cantante, salido de la movida tropical de los 90 al sistema de producción cinematográfico, mainstream del siglo XXI. En el medio la cantante y sus canciones habían logrado atravesar un pasaje desde lo popular a la música cool, si me permiten el término. Desde lo cinematográfico, lo hace desde la más clásica y esquemática de las propuestas del género de la biografía de músicos o bandas musicales: la chica que soñaba con cantar y se ve atrapada en una vida de maestra jardinera y ama de casa que no quiere y finalmente triunfa, argumento que parece réplica de cientos de films, comenzando con el momento del cajón saliendo del auto fúnebre, con lo cual la película se convierte en un enorme flaschback y es verdad que recuerda mucho a ese comienzo magistral de Leonardo Favio en Juan Moreira. Cuando Favio elegía el plano cenital, Muñoz elige la identificación directa de la cámara con el personaje. No hay tiempo que perder para que se produzca esa identificación y para que la película sea narrada desde ese foco interno, que divaga entre la frustración y la gloria (eterna, si viene al caso). También como en Gatica, en este caso el ring es el escenario y las luces nunca dejan de iluminar a contraluz esas glorias personales. Por ahí, leí las referenicas a Toro salvaje o a Rocky. Gilda es importante y funciona. Funcionan sus canciones que sostienen atractivamente la trama y funciona la voz de Oreiro incorporada a la ficción de una manera llamativa (al menos para que los que no somos expertos ni fans de Gilda). Funcionan también los personajes secundarios, tanto los que diseñan la pertenencia de clase (la media -marido y madre- y la popular los músicos-el publico) como los que sencillamente y bordeando lo esquemático anuncian temas como el de la futura santidad-sanación o la corrupción del negocio de la bailanta (del que también fue de algún modo victima Rodrigo). Gilda funciona porque establece un diálogo directo con el público, y si suena natural ese plano secuencia en el que sale del baño y camina hacia la fiesta de fin de año y vuelve al baño, es porque la transformación que afecta a Oreiro-Gilda-Miriam no tiene mucha complejidad, es tan simple como pasar de la opacidad al brillo, de la agonía a la vitalidad, de la tristeza a la plenitud. Lo que hace con eso la fotografía de Daniel Ortega es lo interesante, logrando darle a esa transformación un halo de misticismo no muchas veces visto en el cine argentino. Pieza cinematográfica loable la película de Lorena Muñoz y la consagracion definitiva de Natalia Oreiro despues de Francia, Infancia clandestina y Wakolda.
Una Santa Teresa traída de un campanario de barrio, una vitrina repleta de muñecas, esculturas de porcelana o madera, pastilleros con forma de perrito, cruces, medallas, la cabeza de un ángel comprado por cinco pesos en una demolición, queda la colección de objetos, una mesa colonial regalada por los herederos del gral. Roca, cajitas de música. “Todo se traba con el tiempo”, dice don Luis, mientras la caja de música se frena y hay que volver a hacerla arrancar. La prima Angélica, el amigo Roberto al que mató una moto, la nena que murió en la pileta de una escuela, la madre, la tía Paula, las hermanas, el hermano Angel y su mujer Pierina, la mujer que llega al velatorio de la esposa de su amante, las historias de esa gente que el espectador verá en cientos de fotos y escuchará sobre sus vidas que se acumulan en la narración de don Luis como la cantidad de objetos que hay en esa casa, y que la cámara no alcanza nunca a tomar en su totalidad. Por eso los planos raramente son generales. La intimidad de un anciano, la relación con sus cosas, una colección invaluable y sus perros y su amigo Paco que lo ayuda hasta que no puede más. Profesor de piano, empleado de Casa América, amante de la música y el cine, el coleccionista Luis María Meregom es un personaje que bien podría representar a esa clase obsesionada por los objetos europeos, y que Alejandro Jablonskis delata y documenta desde los costados que el propio espacio permite. Otro personaje entrañable para el cine argentino como la abuela de Sofía cumple 100 años (Hernán Belón), apasionado como Alfredo Li Gotti. Una pasión cinéfila (Roberto Ángel Gómez) y sabio como todo hombre que está retirándose del mundo como Retiro (María Meira). Con dos partes bastante identificables, la opera prima de Jablonskis trabaja entre el disfrute fetichista de los objetos, el abandono de los ancianos y la posibilidad de las pérdidas materiales tras la muerte. Por un lado el coleccionista que explica, ordena, limpia y repasa sus antigüedades y por el otro la conciencia de la propia pregunta obligada por la herencia y la confección de un testamento que sería un posible premio a quien lo cuida. El documental se sostiene así en esa intriga y cuando parece repetitivo gira hacia un lado repentino luego del bello poema de Alfonsina Storni (Vengo de un pozo: la vida,/ voy hacia otro: la muerte…/Lo que va del uno al otro / es un puente.) La película solo se proyecta en el Arte Cinema.
Empecemos por recordar que El ciudadano ilustre es la película que eligió la Academia de Cine y Artes Cinematográficas de Argentina para que represente a nuestro país en la selección general de los Premios Goya y los Premios Oscar en este 2017. Regalito que dejaron las antiguas autoridades antes de su renovación en el mes de octubre. En ninguna de las dos quedó en la selección final. Sí, acaba de conocerse sus nominaciones a los premios Ariel, en México. En su momento me había parecido que El invierno, notable film de Emiliano Torres, era mucho más representativo para instalarse en todo ese lugar internacional, representativo no sólo de un tipo de acceso a la producción cinematográfica bien argentina, sino también de un momento particular de nuestro país: lo nuevo vrs lo viejo, el individuo solitario frente al paisaje patagónico, todo dignificado por la fotografía de Ramiro Civita. Sin embargo, el mainstream local ensalzó esta película que, además de todo, volvió de la competencia oficial del Festival de Venecia con un premio gordo. El de mejor actor protagónico. Ver también Nota sobre las candidatas finales al Oscar Extranjero, sin películas iberoramericanas La película. Pobre pueblo el de Salas. Ese lugar ficticio ubicado imaginariamente al suroeste de la provincia de Buenos Aires y desdoblado entre su chatura estructural y su violencia contenida. Pobre protagonista, escritor exitoso (Oscar Martínez) ganador del premio Nobel, que encuentra una manera de regresar a su pueblo natal y reconciliarse con su tierra, con su país, con su gente, pisando las calles del lugar que lo vio nacer, despues de 40 años, y lleno de contradicciones irreparables. El regreso del hijo pródigo, extrañamente recibido. Pobre también la calidad institucional de esas Direcciones de Cultura en ciudades de la Argentina, generalmente a cargo de los familiares del poder político, representadas como máximo logro por “las Reinas de Belleza” u organizadoras de concursos de “Pintura” que sufren de jurado al invitado de turno, en este caso un escritor (?). Pobres argentinos cruzados por dicotomías irreparables: ignorancia vrs conocimiento, campo vrs ciudad, lo nacional y lo internacional. Lo popular y lo consagrado. Dicotomías a las que el cine argentino suele aferrarse con una lamentable asiduidad sin simular su intención de romperlas ni de plantear ninguna cuestión crítica. Pobres los ignorantes que sufren de desconocimiento y de apatía. Pobres. El tema del arte y el artista viene siendo una preocupación sostenida por la triada creativa de los hermanos Duprat y Mariano Cohn desde films como El artista o El hombre de al lado, repletas de esos juegos dobles sin posibilidad de grises. Eso sí, entre el 2009 y el 2016 corrió mucha agua bajo el puente político de la Argentina y el espíritu de época se llevó por delante esa visión parcial y algo estructurada del choque entre el maestro y el ignorante. Entonces, por lo pronto, El ciudadano ilustre se ríe de algo que atrasa. Por las dudas, y si hiciera falta alguna pregunta clarificadora en torno a la historia, podríamos preguntarnos cuál es el punto de vista que se privilegia, cuál de esas representaciones es la que lleva el pulso de la narración. Claramente, entre el vecino insistente que sueña con el personaje de un libro, o el remisero que no lleva rueda de auxilio y tiene que esperar toda la noche que alguien aparezca a arreglar la pinchadura; o el padre que suplica una silla de ruedas para su hijo, o el matón que se violenta porque no quedó seleccionado en el concurso de Pintura, o varios más; entre ellos y el europeizado y pulcro, educado y victorioso ilustre e ilustrado, seguramente no hay mucho que pensar, máxime si la narración está impulsada a ser narrada desde una primera instancia desde ese segundo y triunfante personaje de la historia. Para percibir esa preeminencia narrativa del personaje central, hubo que atravesar hacia el comienzo de la película por un “mojón”: el cuento oral que Mantovani cuenta en medio de la noche en torno a los dos hermanos gemelos enfrentados por una mujer. El espectador apreciará, a partir de allí y sin demasiado cuestionamiento que ese conjunto de hechos que enfrenta el escritor en ese pueblo de Salas va como en un crescendo de enrarecimiento y violencia que sólo tienen que ver con ese lugar “raro y atrasado” que ataca irracionalmente a ese punto de vista privilegiado. En otras palabras: todo nos parecerá raro, atrasado y violento porque así le parece a Mantovani. En medio de todo eso, es infalible la participación de Dady Brieva que le otorga un componente mayor a ese oscuro “ser pueblerino”. Tal vez lo mejor de El ciudadano ilustre. Y la perla para el final, a modo de toda una declaración de principios en torno a la noción de cultura que también parece atravesarnos peligrosamente. Tanto, como los tiempos que corren. “La mejor política cultural es no tener ninguna” dice el personaje de Oscar Martínez nunca abandonando un modo sentencioso y anquilosado: “siempre se considera a la cultura como algo frágil, raquítico, que necesita ser custodiado, promovido…” “la palabra cultura siempre sale de la boca de la gente más ignorante y más estúpida.. y más peligrosa.” Otra vez el punto de vista de Mantovani contiene una amenazadora convicción: que la cultura, en la pelicula representada fundamentalmente por la literatura (de la que se habla poco) y la pintura en ese confuso concurso, no hay que custodiarla, ni promoverla, ni siquiera nombrarla. Ojalá que lo dicho no funcione como punta de lanza y que en los tiempos venideros esto no sea así.
La buena anarquía de este documental tiene que ver con un hallazgo: el del personaje de un carisma pocas veces visto: María Luz Carballo (o Maria Blues) que cuenta en primera persona una vida atrapada por la música, desde esa primera vez que “siente” el blues, a los 5 años, cuando se hamacaba en una hamaca de plaza, inundada por la melancolía. ¿Quién puede decir que conocía a esta mujer antes de la película de Garassino.? Ahí hay una virtud. El testimonio de Maria Luz sostiene el relato, cae como catarata y es atrapante. Describe sus primeros meses en Nueva York, adonde llega empujada por ese canto de sirena del blues afroamericano o escapando de los celos enfermizos de un hombre. Los hechos de su vida parecieran conformar una masa sin sobresalto, es un exceso de realidad que Garassino trabaja con cámara en mano, con momentos mayormente nocturnos, con fuera de foco y encuadres movedizos. Todo transcurre ahí mismo, desde el diálogo por la guitarra Gibson o la Fender, o el recuerdo de la estatua de Jesús envuelto en una bolsa de basura, robada de una iglesia. La voz, portenísima, mezcla el inglés y lo hace lunfardo. En este país “La gente no tiene tiempo para nada pero tiene plata para todo, yo soy al reves no tengo plata para nada pero tengo tiempo para todo.” Entre Nueva York, Chicago y Buenos Aires transcurre la vida narrada por esa migrante que lo es en todas partes. Una mujer libre, blanca y extranjera que hace blues, de familia de músicos (sobrina de Celeste, y prima de Gabriela Epumer), rodeada de ellos (aparecen Pablo “Sarcofago” Cano, Miguel Vilanova (Botafogo), Lito Epumer, Machi Rufino, Cristian Judurcha, Lucio Mazaira, Nick Charles, Toronzo Cannon, Agustin Alvarez y otros). Es verdad que, en el medio de todo, lo que aparece como más fuerte es el nombre de Pappo con quien tuvo romance cuando ella tenía 14 años (!). Un lado que hoy se ve muy oscuro, y que puede tener su valor periodístico. La película de Garassino está muy bien y te va a dejar llevar. 13:30 y 20:05hs CINE GAUMONT Espacio INCAA KM0
La anciana pasa la mano por esas formas en negativo que quedaron impregnadas al cemento. Una foto que bien puede sintetizar la idea central de esta obra conmemorativa que pocos conocen, y que fue recientemente inaugurada para la ciudad de Buenos Aires en la Plaza Shoá. Una imagen para un monumento bien podría llamarse este comienzo. En el año 1996, en Argentina, el Congreso Nacional sanciona la Ley 24.636 que dispone la construcción del “Monumento Nacional a las Víctimas del Holocausto judío”. Unos años después, en el 2009, el concurso que convoca la Secretaría de Cultura de la Nación es ganado por dos arquitectos: Gustavo Nielsen y Sebastián Marsiglia. El proyecto ganador está conformado por una pared de 114 piedras de hormigón de entre 2 y 4 tons cada una. A modo de caja del tiempo, cada piedra tiene impresas objetos de la vida contemporánea: anteojos, computadora, bicicleta, zapatos, bastones, chupetes. La ceremonia de inauguración se realizó recién en enero de este año 2016. image-2016-08-02 (1) Sobre el proceso de construcción de ese monumento trata este documental que enlaza en una segunda linea narrativa con “el proyecto aprendiz”, actividad propuesta por la Asociación “Generaciones de la Shoá” en el que 13 jóvenes se vinculan con 13 sobrevivientes o hijos de los sobrevivientes del holocausto judío y comparten sus historias y experiencias. Desde la primera presentación del proyecto en el Museo del Holocausto a la elevación del Monumento in situ. Interesante la visita a los espacios conmemorativos en Berlín con los que dialoga este par en Buenos Aires. Como buena parte de estos documentales, Monumento de Fernando Díaz (Plaza de almas; La extranjera) pone luz sobre hechos que pueden pasar desapercibidos o que son desatendidos o interesan sólo a un colectivo, es ordenado en la progresión de los hechos y no pierde interés en sus 75 minutos. Con el conjunto de contrapuntos de voces que genera en los diálogos entre jóvenes y ancianos, las reuniones, o la observación sobre la factura de cada proceso del monumento escapa rápidamente a lo que hubiera terminado siendo un institucional vacío y frío. Share this:
Se estrenó la ópera prima de Eugenio Canevari que destacó en el ultimo Festival de Mar del Plata y en el de San Sebastian. Heredera de lo mejor del nuevo cine argentino Paula enlaza, sin duda, con la terribilidad de La ciénaga de Martel y con la niñez aislada de Una semana solos de Murga: niños y adolescentes librados a sus suerte, expulsados de la mirada de los adultos, puestos a elegir entre jugar al sol y las difíciles decisiones de la vida. A la amenaza de las tormentas de Martel se le suma acá, otra más contemporánea la de los campos envenenados por la fumigación. A la vaca sacrificada en la ciénaga, el inexplicable sacrificio de la perra que mata a sus cachorros. Todo eso tiene consecuencias silenciosas: Canevari elige no mostrar algunos rostros, como el de la mujer que practica abortos, el niño que cumple años o las mujeres que hablan de la moda de adoptar chicos.. Poniéndolos así, desde lo forma, en una equiparación simbólica, Paula la película, funciona como una bisagra entre aquellas clases sociales en decadencia económica de La ciénaga previo a la caída de De la Rua, y estas en decadencia moral de la segunda década del siglo XXI. La larga escena de la fiesta de cumpleaños, tratada en planos cerrados, primeros planos y planos detalle con sus diálogos incompletos, sus fuera de focos, sus elipsis y fuera de campo, resulta el corazón donde la película resume las miserias de sus personajes y los tiempos de un relato donde la historia de la joven niñera que queda embarazada y junta dinero para practicarse un aborto, es apenas la excusa de un film que tiene pleno dominio de lo que quiere contar.