Mientras leía algunas notas que se publicaron en Argentina sobre la magnífica película de Almodovar que llena los cines en Buenos Aires, me topo con esta recomendación de Roger Koza en su reconocido blog de cine: “Ver Julieta como un documental de los colores, un documental barroco y expresionista de tonos.” Qué interesante esta disociación ¿no? Ser estimulado por algún elemento de la puesta en escena a punto tal que su estallido de colores nos permite enfrentar estoicamente la trágica historia que relata. Julieta, el personaje, enseña filología clásica, “no es artista” como Aba la escultora, o Lorenzo, el escritor, y se vale de los mitos griegos para enseñar la lengua. La única lección a la que asiste el espectador es a la que dicta con las diferencias entre las palabras con las que el griego refiere al mar: Thalassa y Pontos, el mar como terreno amenazante y el mar como medio para la aventura. Almodovar puntea elementos en la narración como si fueran hilos (de colores) de los que colgar conceptos: el mar es uno de ellos. Yo no puedo separar esos azules, verdes, naranjas o rojos de la historia que Julieta cuenta. Es que no se puede separar a Almodovar de esos colores: los de la madre, la hija, y la nieta cuando aparecen en el patio de la casa de campo. Tampoco de su generosidad en la abundancia de primerisimos primeros planos o planos cerrados de una exquisita composición de imagen. Y la manera que lo hace: en un tiempo de por lo menos 20 años, o algo más. Es que la manipulación fílmica del tiempo en Almodovar hace natural lo antinatural: resulta tan antinatural, a la vez que trágico, que una hija joven abandone a su madre como tan ilógico romper con la lógica real de atravesar 20 o 25 años desde el pasado hasta el futuro (o viceversa) o que la madre joven se transforme en la madre madura y la hija siga adolescente, mientras le seca a su madre la cabeza con una toalla. Esas rupturas del verosímil que demuestran que el cine puede hacer lo que se le cante y en el momento que se le cante, diría yo desde “La dama desaparece” de Melies. Qué le puede tentar más a un hombre que la juventud eterna y la inmortalidad, pregunta en aquella clase Julieta, la profe, hablando de la Odisea. Hay algo de esa juventud eterna en Almodovar, y en Julieta. En ese paso del tiempo denso y trágico que esculpe el gran Pedro en su película numero 20, como la figurilla que parece frágil y liviana como una cerámica pero que es pesada y eterna como el bronce. Julieta es, además, una rara avis en nuestros tiempos: disfrutable cien por cien viendola en pantalla grande, y bien vale cada peso que cuesta su entrada.
Varones en crisis. Sesentones en crisis. Profesionales franceses con mucho dinero y vidas vacías. Aquí, las mujeres del título duermen demasiado, exigen cosas imposibles o son ahorcadas, todo justificadamente. Ellas son las peores de todas (y todos). Karine, Estelle, Magali y hasta la joven Pascaline aparecen por chispazos, sin quedar muy bien paradas, nunca. El punto de vista general es el masculino (símbolo fálico de la Tour Eiffel omnipresente tras los velos de las cortinas) y en esta crisis produce la siguiente pregunta: qué hacer con estas vidas tan superficiales en las que por algún u otro motivo lo que prima es la soledad: hablar está mal, no hablar tambien está mal. Hombres y mujeres no se comunican. Y la amistad es un relleno para completar los huecos de la vida. Todas esas sentencias son las que descalabran el centro del conflicto, un conflicto forzado hasta el extremo por el asesinato de una esposa infiel, para que todo luego vuelva a cierta “normalidad”. Y aquí no ha pasado nada. Sí lo que pasa es la disconformidad general. La película de Berry, que interpreta a un radiólogo en cuya casa transcurre toda la acción, se sostiene en el nombre de sus actores Daniel Auteuil (bien hasta que rompe el registro del amigo paciente y comprensivo), y Thierry Lhermitte. Ambos con una filmografía amplísima dentro del cine francés, un cine que sale a vender sus productos al mundo con estos stars “tanque” y el recurso del teatro exitoso llevado al cine. La obra es de Eric Assous y fue llevada al teatro de Paris con Jean Renó y el mismo Berry en el 2015. En Buenos Aires está en cartel protagonizada por Guillermo Francella, Jorge Marrale y Arturo Puig. Salvo la primera secuencia, en el exterior y alguna escena intermedia todo transcurre entre las cuatro paredes del lujoso departamento frente a la Torre Eiffel. Un espacio en el que los actores se mueven, obviamente, como en un escenario teatral y que no termina de ser apropiado por el espectador desde lo emocional.
En el top five de lo que justificaría la visión de El poder de la moda seguramente estarán las actuaciones de Judy Davis y de Kate Winslet, con sus papeles de madre e hija respectivamente, personajes que recorren un singular camino de relaciones en esta pelicula extraña, con algunos momentos brillantes y por momentos extremadamente larga que es The dressmaker, título más pertinente que el que le han puesto los distribuidores en Argentina. También entre los valores estarán el vestuario, bien colorido y brillante, y la puesta en escena, entre decadente y vintage que recrea el paisaje australiano de los años 50. La novela de Rosalie Ham habla de Dungatar, un poblado al que un día regresa una glamorosa mujer cargando con un pasado lleno de preguntas. Sobre ella recae la culpa de la muerte de un joven adolescente años atrás, cuando era una niña. Las sedas, los encajes, los moños, los sombreros, los brillos contrastan con esa tierra árida y seca en la que los personajes juegan vidas que parecen no pertenecerles. Lo más potente de esta pelicula está justamente en esa contradicción, la de estos seres siempre al borde del exceso, pero contenidos suficientemente por un guión que entra y sale de la parodia o del drama con notable fluidez. ¿Qué hace esa gente con esa ropa en ese lugar? La pregunta es tan sencilla como la respuesta y en obviedades su directora, Jocelyn Moorhouse, no se ahorra minutos. En ese sentido, por cierto, termina siendo algo repetitiva, y extremadamente larga.
Develar la Historia sigue siendo algo que el cine hace con especial comodidad, la Historia como mecanismo de comprensión del pasado y como modo de mirar desde el presente. Las historias no contadas de la Argentina o de Latinoamerica, o mal contadas, que es lo mismo. Este jueves se estrena un documental realizado en el 2013, pieza del revisionismo histórico de los últimos años. Llega tardíamente, pero llega. Guerra contra Paraguay plantea una tesis concreta: cómo cuatro países sudamericanos desarrollaron entre 1865 y 1870″una guerra civil” que duró cinco años, una guerra interna y no una guerra internacional, entendiendo que el concepto de patrias chicas fue solo el proyecto de las potencias imperialistas, que la idea de Patria grande terminó siendo un fracaso. En este sentido el relato que hace el documental de Federico Sosa elige la lección de historia, consciente ademas, que para que haya historia tiene que haber documentos, pero tambien interpretación y que las posiciones que toman los historiadores son tan o más importantes como los hechos mismos. Las cifras de aquellas guerras son contundentes: 500.000 muertos entre ambos bandos y el exterminio casi total de la población guaraní, los resultados políticos también lo son: la aparición de grandes latifundios en un territorio donde la tierra era de quien la trabajaba. La reforma agraria del gobierno del Dr. Francia protegía la economía interna de Paraguay. Sosa propone un modo interactivo para asomar al tema, allí un grupo de jóvenes historiadores comentan detalles de esta guerra, el perfil de sus protagonistas, las invasiones, las alianzas, las desmesuradas batallas, tambien hay historiadores paraguayos y argentinos que testimonian haciendo por momentos algunos contrapuntos interesantes. No hay grafica que indique quienes son, cosa que parece una decisión deliberada. Mientras, un personaje hace un viaje de conocimiento al campo de batalla funcionando como el agente con el que realizamos nosotros como espectador el viaje de exploración. Una visión importante de ese pasado previo a la etapa modernizadora de Argentina, episodio en el que habrá que seguir poniendo especial atención. Con tema similar recomendamos Cándido López, los campos de batalla.
En DocBuenosAires habia visto en el 2012 Nómades del invierno, una pelicula suiza de Manuel von Stürler, en la que dos pastores, Pascal y Carole, llevaban a sus ovejas a lo largo de 600 kilometros de la región suizo-francesa. Aquel espíritu de ,road movie la trashumancia chocaba con la modernidad de una Europa apretada en ciudades, pueblos, rutas y , adquiere en esta pelicula mendocina una dimensión más abierta, despejada, patagónica al fin. Tampoco Arreo, tiene que ver con Arrieros, de Juan Baldana, aunque el tema es el mismo, el documental del director de Soy Huao transcurre en Chile y es mucho más obediente al sistema de una observación más dura, más desprolija, de una cámara más entrometida, movediza y un montaje más desordenado y caótico. Tato Moreno, director de Arreo, tambien hace la estupenda fotografía haciendo brillar de colores el paisaje sin que nunca pierda lo humano la dimensión que merece. En la Mendoza de Arreo lo humano es la comida, la radio, el guitarreo, los hijos que eligen estudiar, los que se fueron a la ciudad y vuelven a arrear despues de un tiempo, la tierra que pertenece que es de quien la trabaja, la familia y la tradición. Junto al hombre y la mujer,perros, caballos y cabras. El modo de presentar los testimonios de Eliseo Parada y su familia es inteligente: alterna , relatos a cámara con otros en medio de situaciones cotidianas, esto le da a la narración una naturalidad y una fluidez que no agota los recursos del propio tema y que termina construyendo una visión desde dentro, en la que tampoco hay un regodeo en el lamento por el avance de lo civilizatorio. Esto ultimo queda en manos de la imagen, cosa que resulta más que bien. Vayan a ver Arreo, cine mendocino de calidad.
El cine rumano tiene muchas historias como estas para contar: es el pasado el que se atesora enterrado en el fondo de un vieja casa heredada, dividida entre dos hermanos, usada sucesivamente como jardín de infantes, metalúrgica, herrería. Si se cava bien profundo, se llega seguramente a las capas de la edad del bronce, al imperio romano, al mundo medieval. El lugar se llama Islaz, una pequeña ciudad en las afueras de Bucarest, centro de la revolución liberal de Valaquia de 1848, allí van a parar dos hombres, vecinos, en busca del tesoro enterrado por el abuelo de uno de ellos para salvar las deudas hipotecarias que podrían hacer perder su casa. Porumboiu (Policia Adjetivo, Cae la noche en Bucarest) tiene sus modos de hablar de la historia de la nacionalización de la propiedad con la llegada del comunismo, de la recuperación con la revolución de 1989, de la burocracia y sobre todo, de los intereses en los créditos hipotecarios que actualmente ahogan a miles y miles de europeos. Solo el pasado parece poder salvar a esa Europa inmersa en la crisis de la propiedad y la migración: dos grandes temas de los que esta película elige el primero para enlazar las referencias a esa historia social y política con los deseos personales: los del padre que quiere convertirse en héroe ante los ojos de su hijo pequeño. Es que de ese pasado no quedan los brillos, tal vez por eso la preferencia por los colores de tonos apagados en la composición de la imagen de la fotografía de Tudor Mircea y el diálogo sencillo y sin floreos que hace que lo que se dice siempre vaya al punto. En la primera escena, el tránsito lo demora para ir a buscar al niño al colegio, el diálogo se centra en el enojo del pequeño, e otra escena el padre le enseña a defenderse frente a un compañero que lo acosa. Los planos son fijos, y el encuadre recto con respecto al espectador. Literalidad que se replica en los modos de los personajes de Porumboiu: ellos tienen problemas concretos que buscan soluciones concretas, no siempre tan simples como ellos. Sin embargo en algún momento, la manipulación de esa literalidad se manifiesta y estalla en una manera poética, sugerida. La lectura amorosa de Robin Hood del principio tendrá su cierre al final buscando aquello de lo implícito y lo sugerido que a lo largo de la pelicula fue tan cerrado. El corazón de la película es la búsqueda del tesoro con un hombre contratado con el detector de metales de su jefe, por la mitad de precio, sin declaración a la policía ni papeles que llenar, la extensión de esta larga escena descompensa y problematiza un poco su propia clasicidad. En El tesoro el tema no es el dinero, ni el oro, ni las joyas sino los niños. En definitiva, ¿no son de niños las historias de tesoros?
En La visita, coproducción chileno-argentina, dirigida por Mauricio López Fernández, la casa es el universo de las mujeres y los niños. Los hombres son escurridizos o están muertos. Es la sociedad chilena la que se muestra, con mujeres dueñas de casa y servidumbre, semejante al de los universos provincianos y castos de Lucrecia Martel, esa familiaridad distanciadora. La muerte de un hombre, marido de Coya, el ama de llaves de la familia, provoca un regreso que altera levemente lo cotidiano de ese mundo contenido, amable y educado hasta la exasperación. El hijo (no es dato poco importante que el padre haya sido policía) se fue siendo Felipe y vuelve como Elena, una bellísima joven que no puede más que centralizar las miradas, las preguntas tácitas, los deseos de los integrantes de esa familia a la que el espectador conocerá solamente a través de lo no dicho. A Elena tambien se la irá descubriendo lentamente. Es significativo en ese sentido el trabajo de iluminación y de fotografía del argentino Diego Poleri, director de fotografía de Las Acacias, de La tercera orilla o de La Casa de Gustavo Fontán) trabajando sobre la ambigüedad de lo documental: la actriz que hace de Elena es realmente una transexual, cantante de opera en la vida real. En La visita, el tema de lo trans es símbolo de otras transformaciones: algunas pequeñas, otras más existenciales: la negación en aceptación, la del status en abandono, la del niño en adolescente. Y lo que se da a modo de yuxtaposicion de situaciones, aunque algunas se repitan, no logra más que insistir sobre lo que se que se esconde antes que sobre lo que se explicita. Es mérito del guión hablar en tono de climas y no de acciones, de miradas y no de palabras, de lo obtuso y no de lo obvio, pensando en esas microfísicas insertas en una sociedad que todavía no legaliza esos cambios sociales, en la entrevista que le hicimos desde Leedor a su director él reconocía que “Los temas están puestos sobre la mesa pero la mayoría conservadora en Chile, especialmente la Derecha conservadora y tambien la Izquierda se confabulan y que frenan las políticas publicas, como la Unión Civil o la Identidad de Género.” Lejos de la macchieta ultraamanerada que resulta ser la actuación de Eddie Redmayne y la pomposidad de La chica danesa, La visita conmueve en lo pequeño a fuerza de respeto y belleza.
Hay dos momentos cumbres en este documental de Aldo Garay que ganó este año el premio a Mejor Largometraje en el Festival Asterisco, que obtuvo en la Berlinale 2015 el premio Teddy y se estrena hoy en Buenos Aires. Uno es un plano, que es el que elegimos para copete de esta nota, en el que Estefanía se maquilla detrás de un espejo de mano y cuyo revés refleja, aumentada, una foto pegada en un ropero, foto en blanco y negro con dos hombres vestidos de soldados. El otro momento es el de una ceremonia que se celebra en una comunidad religiosa en Nicaragüa, y que dispara la pregunta de si ¿es posible sacar con rezos el demonio del cuerpo de un trans?. Cosa que provoca algunas risas en la platea. Ambos, traducen de manera singular, y desde lo puramente cinematográfico, el espíritu de El hombre nuevo: la vida de esta travesti cincuentona que es Estefanía discurre entre un pasado niño pobre alfabetizador sandinista en su tierra natal, una adopción que la lleva a vivir con una familia uruguaya, tupamara, y un presente de indigencia, como cuida-coches en las calles de Montevideo. El viaje de reencuentro, despues de 28 años, con la familia biológica de “Roberto” (así vuelve y así se presenta), que incluye madre, padre ex golpeador, hermanos, vecinos, se debe a la búsqueda de ese hombre nuevo, concepto que inmediatamente remite al Che y a la propia historia de su país, pero que vuelve a instalar mediante un documental de Aldo Garay el tema de las identidades sexuales en Uruguay, y por qué no en toda Latinoamérica. Su película anterior, El casamiento, había tenido como protagonista al segundo uruguayo operado para ser biológicamente mujer. Por eso también es interesante ese momento religioso que sumerge al espectador en una realidad de religiosidad y cultura de estos pueblos centroamericanos-latinoamericanos debatidos entre la pobreza, las políticas de Estado y las iglesias populares. Porque Estefanía se reconoce como nicaragüense pero también como uruguaya, como mujer y como pobre. Lo que sigue es algo tan sencillo como que que Roberto que ahora es Estefanía pueda serlo para las leyes. Con una filmografía que incluye cuatro largometrajes documentales y muchos premios internacionales, Aldo Garay es uno de los nombres fuertes del cine uruguayo. Su modo de documental busca un involucramiento directo con sus criaturas y sus contextos, allí los testimonios no irrumpen, fluyen en el relato general como si asomáramos por una ventana a sus vidas en el exacto momento que quieren decir lo que dicen.
Llegados mayormente a principios de la década de 1980 con familia y capital suficiente para comenzar actividades comerciales, la de los taiwaneses no es una migración pobre. Su instalación en el barrio de Belgrano fue conformando con el tiempo uno de los lugares atractivos de la ciudad de Buenos Aires: el Barrio Chino definido por las calles Arribeños, Mendoza, Juramento y Montañeses. Ese es el espacio que describe este documental. La decisión estética de Marcos Rodriguez para su segundo film que se estrenó el jueves, es bien concluyente: una primera sucesión de planos fijos y generales son acompañados por voces en over y viceversa: las voces se sostienen sobre el plano general, mayormente fijo. Y aunque la voz no tiene una función descriptiva con respecto a la imagen, se puede suponer que los espacios significativos levemente diferentes que ambas producen refieren a la multidimensional de una comunidad, a su riqueza cultural, a su diversidad. Es que este documental trata sobre los taiwaneses del Barrio Chino de Buenos Aires. Asi, al plano de una galería comercial le corresponderá un relato sobre una clase de Lengua, al frente de un local de comidas, los nombres argentinos traducciones arbitrarias de los nombres chinos “demasiado difíciles de recordar”, un largo plano de la via del tren es narrado a partir de una voz que cuenta la vida en un pueblo en Taiwan y cómo se anunció a la familia el viaje a ese lejano lugar que es Argentina. La yuxtaposición de ese recurso termina siendo algo monótono, propone también cierta curiosidad sobre qué caras, qué rostros corresponden a qué voces. Completar lo incompleto para terminar validando en fin ese argumento de la diversidad. Hacia los 30 minutos un travelling desde el tren, rompe la monotonía, y una voz narra un texto poético que reemplaza a la voz anectdotica. “Belgrano ocupa el lugar de la patria”. Ese momento se completará hacia el final de la película. El documental gana en los momentos de observación: el ritual religioso en la calle o el rezo en el templo, pierde cuando repite sin rumbo, o cuando descompensa su ritmo con algunos momentos extremadamente largos. Se exhiben todos los viernes de febrero en Malba Cine a las 20hs junto con el ciclo de Cine de Taiwan. Funciones en BAMA todos los días a las 19.40hs
Con el potente título Llamas de nitrato, el argentino residente en Noruega Mirko Stopar presenta en MALBA este documental que escribe y realiza sobre la producción y hallazgo de la copia de la película La pasión de Juana de Arco de Carl Dreyer. Film de cámara, realizado en Francia en 1928, en los albores del surrealismo cinematográfico, Dreyer es un danés que le otorga todo el misticismo que ninguna otra versión de la historia de la santa francesa tendrá jamas. La maestría de los encuadres y la sensibilidad de los movimientos de cámara, la excelencia de los primeros y primerísimos planos y el estudio de los gestos, los contraluces y la definición de la imagen hacen de La pasión de Juana de Arco una de las grandes obras maestras de todos los tiempos. En correspondiente blanco y negro, Stopar construye un difícil rompecabezas, combinando dramatizaciones, algunas pocas fotografías de la época, fragmentos del propio film, e imágenes de archivo. El documental termina siendo ordenado e ilustrativo y si capta algo del misticismo de su criatura lo hace de soslayo. Aunque las imágenes están cuidadosamente seleccionadas, respondiendo con obediencia a lo expositivo de las voces que van guiando, involuntariamente, tal vez se pueda asociar con el found footage. En todo caso si este juego hubiera sido más explicito la película ganaría en creatividad y contemporaneidad. Sin aclaración explícita de quiénes son esas voces, sus testimonios parecen querer perderse en el agujero del tiempo, las imágenes borrosas y los juegos en el montaje. El film de Stopar pone atención, primero, en la obsesión de Dreyer por perfeccionar la densidad dramática de su actriz hasta identificarla enfermizamente con la Juana juzgada y martirizada a los 29 años durante el siglo XV, luego en la vida de Falconetti, desde sus años de esplendor económico, siempre basado en su casamiento con un millonario bastante mayor que ella, hasta su miserable muerte en Buenos Aires a los 54 años; y finalmente en la historia del nitrato que como buena parte del cine del periodo silente sufrió un derrotero de suerte dispar. Aunque muchas de ellas se perdieron, o se alteraron hasta perder el espíritu de su realización original. Los incendios que provocaron la perdida de los primeros negativos no alcanzaron para hacer que la Juana de Arco de Dreyer desapareciera: en un psiquiátrico de Noruega y gracias a la difusión de un incendio en un cine provocado por material nitrato, se halló durante la limpieza de un sótano, una copia que fue restaurada por la Cinemateca Francesa y hoy circula libremente por internet. El gran mérito de Stopar termina siendo como la mayoría de este tipo de documentales, invitar a asomarse a uno de lo momumentos cinematograficos de la historia del cine. La pelicula tendrá dos funciones mas en lo que queda de noviembre: Jueves 12, 19 y 26 de noviembre a las 21:15 en MALBA