El Viejo y el Mar Hay actores que se encasillan en ciertos roles pre-seteados para cierta edad, por más que su certificado de nacimiento indique lo contrario. Actores que hacen lo imposible por permanecer en una suerte de animación suspendida en pos de eternizarse dentro de un rango etario. Robert Redford por suerte esta parado en la vereda de enfrente. Muestras cabales de esto abundan en los 106 minutos de Todo está perdido (All Is Lost, 2013), un tour de force en clave survival que presenta a Redford como único personaje en una historia donde no abundan las palabras, pero la falta de diálogo se compensa gracias al clima intimista dentro de un relato mínimo pero cargado de sensaciones. El planteo es simple: Redford -a quien en los créditos finales se lo identifica simplemente como “our man” o nuestro hombre- y su pequeña embarcación son embestidos en medio del océano por un container flotando a la deriva, el cual ocasiona serias averías. Durante el transcurso del film veremos a nuestro hombre en una lucha despiadada contra el clima, el agua y su propia embarcación. J.C. Chandor (A Most Violent Year [2014], El precio de la codicia [2011]) hace un trabajo muy preciso desde la dirección, ubicando la cámara siempre a un brazo de distancia de Redford y permitiendo al espectador sumergirse por completo en el drama. El director le había presentado la idea a Redford hace unos años en el festival de Sundance, una de las puntas de lanza del actor. En cierto punto el film funciona como una analogía al estado actual de la Carrera y la vida del actor de 77 años. La lucha constante en un medio hostil y plagado de contratiempos lo hace reflexionar sobre los límites de su propia mortalidad, incluso por fuera de la pantalla. Sorprende verlo poner el cuerpo literalmente a un gran número de escenas de riesgo, algo que aporta una enorme cuota de realismo a la producción. El ritmo narrativo no se resiente por el hecho de tener constantemente al mismo personaje en imagen ni por los escasos diálogos –o mejor dicho monólogos- plantados a través de las escenas. Una película distinta con un gran poder para transmitir sensaciones desde la economía de su relato. Prueba contundente de que aún hay infinidad de historias interesantes por contar, algunas de ellas tan mínimas que en la era actual de los blockbusters escapan a nuestro radar. Sólo es cuestión de afinar la sintonía.
De carne somos ¿Respetar la tradición familiar o rebelarse contra el orden patriarcal establecido? Esta es la dicotomía que plantea Ritual sangriento (We Are What We Are, 2013) alejándose de los lugares comunes del género, en esta remake de la producción mexicana Somos lo que hay (2010) que recae sobre los hombros del joven director norteamericano Jim Mickle. Los Parker son una recluida familia que vive en el área rural de Delaware, uno de esos tantos paisajes agrestes perdidos en el corazón de los Estados Unidos en medio de arroyos, casas viejas, bosques, camionetas pick-up y más de un secreto bien guardado al mejor estilo de La violencia está entre nosotros (Deliverance, 1972) y Camino hacia el terror (Wrong Turn, 2003). Una inundación en su punto máximo castiga al pequeño pueblo y en medio de la catástrofe los Parker sufren la muerte accidental de su madre, quedando las dos hijas adolescentes y un pequeño niño bajo la estricta tutela de su padre, un hombre frío y reservado. Ya sin su madre las adolescentes deberán asumir la responsabilidad de continuar con una oscura tradición familiar sostenida enfáticamente por el padre, sin importar las consecuencias. El ambiente rural, la lluvia y el agua constante sumadas a una historia que crece en densidad conforme se desarrolla (tal vez demasiado denso en algunos pasajes) generan un clima enrarecido que acompaña a los protagonistas en la totalidad del film. A medida que crecen las sospechas en torno a los Parker y las autoridades del pueblo comienzan a unir cabos sueltos, la película llega a una resolución argumental que tal vez tarde un poco más de lo necesario en llegar, pero cuando finalmente lo hace termina reivindicando al film y despachándose con un clímax que proporciona un acto final tan impactante que termina superando con creces al original.
Encuentros cercanos del tipo no tan desconocido Siempre nos preguntamos cuál será el origen de esa obsesión por parte de los seres de otros mundos con nuestro planeta, según lo planteado en todos los relatos de ciencia ficción creados por el séptimo arte. Y siempre a continuación nos preguntamos con igual nivel de intriga por qué sus objetivos suelen estar casi siempre dentro de los límites de los Estados Unidos. Los elegidos (Dark Skies, 2013) nos cuenta la no tan típica historia de la familia Barret, esa típica familia americana que vive en el típico suburbio yanqui con el típico pasto verde, las típicas cercas blancas y las típicas banderitas de EEUU en la puerta de cada casa. La cuestión se pone tensa cuando los Barret empiezan a experimentar extrañas visitas de algo que podrían ser seres extraterrestres, o “los grises” (the greys) como los suelen llamar quienes manejan la jerga OVNI o aquellos que sean fans de Los Expedientes Secretos X (The X Files, 1993). El director y guionista Scott Stewart ya nos ha traído previamente películas como Legión de Ángeles (Legion, 2010) y Priest: El vengador (Priest, 2011), por lo tanto no podemos decir que es un novicio en esto del cine Fantástico y de Ciencia Ficción. Y si hablamos de una producción que viene de la mano de los responsables de Actividad Paranormal (Paranormal Activity, 2007) y La noche del demonio (Insidious, 2010) podemos hacernos una idea bastante clara respecto de la dirección hacia la cual apunta la cuestión. Scott Stewart se luce en la primera mitad del film cocinando a fuego lento todos los elementos que serán clave para el desarrollo de la trama, al punto tal que por momentos parecería que el elemento sobrenatural fuera una mera excusa para mostrarnos una interesante obra de suspenso, que también se sostiene con firmeza en las buenas actuaciones de Keri Russell y Josh Hamilton. Y aclaramos “la primera mitad” justamente porque promediando el segundo acto se suceden ciertos giros dramáticos y elementos argumentales que parecen apilarse unos sobre otros sin mucho sentido, e incluso algunos de ellos quedan abiertos de forma poco prolija. Pero a pesar de un desenlace un tanto atropellado la película se las ingenia para mantenernos en vilo lo suficiente como darnos un buen par de buenos sustos, hasta encontrarnos con un final que –para bien o para mal- seguramente tomará a más de uno por sorpresa. ¡No dejen de mirar los cielos!
La venganza del VHS Las películas cuya temática gira en torno del supuesto “material encontrado” (o found footage, como se lo conoce en inglés) no aparentan tener fecha de vencimiento dentro del cine de terror actual. Este subgénero que explotó con El proyecto Blair Witch (The Blairwitch Project, 1999) a fines del milenio pasado -y nos dejó en el camino algunas obras más que interesantes como Rec (2007), Actividad Paranormal (Paranormal Activity, 2011) y Cloverfield (Cloverfield, 2008)- nos presenta su más reciente obra: Las crónicas del miedo 2 (V/H/S/ 2, 2013). Esta secuela -al igual que su antecesora- funciona como una antología de terroríficas historias breves, todas unidas por una característica: son filmaciones amateurs grabadas en VHS (sin importar el nivel de desuso en que se encuentra dicho formato al día de hoy) las cuales son descubiertas por una dupla de investigadores que se mete sin autorización en la casa de una persona desaparecida. Desde apariciones fantasmales hasta zombies haciendo trekking -pasando por cultos satánicos y abducciones alienígenas- los directores de cada una de las historias no escatiman en recursos ni les tiembla el pulso a la hora saturar la pantalla de sangre, tripas y mutilaciones accidentales o auto infligidas para satisfacer a todos y cada uno de aquellos entusiastas del costado más gore que el género tiene para ofrecer. Todas las historias están repletas también de los clásicos sustos de rigor: gente apareciendo cuando no se la espera, monstruos surgiendo de lugares inesperados y un extenso menú de recursos sacados de un manual que tranquilamente podría titularse "estilo cámara en mano". Si bien sus méritos técnicos pueden no estar a la altura de otras producciones similares, no deja de tener ese encanto de película en clave de bajo presupuesto que se las ingenia para darnos unos buenos sustos conforme avanzan las historias, sostenido también por lo descabellado que pueden llegar a ser cada una de estas propuestas. Aquellos amantes de esas películas que prácticamente salpican sangre a través de la pantalla seguramente disfruten con Las crónicas del miedo 2; y los que no sean tan amigos del género tal vez deberían considerar un pasatiempo lo más alejado de las filmaciones caseras y cintas perdidas como les sea posible.